CANONIZACIÓN DE CIENTO VEINTE MÁRTIRES, DOS FUNDADORAS Y UNA RELIGIOSA

Agustín Zhao Rong y ciento diecinueve compañeros, mártires en China

Grupo formado por obispos, presbíteros, religiosos y religiosas de varias congregaciones, y laicos

El Evangelio se anunció en China en el siglo V. Al inicio del VII, se erigió allí la primera iglesia. Bajo la dinastía Tang (618-907) la comunidad de cristianos fue floreciente. En el siglo XIII la comprensión del pueblo chino y de sus culturas, que tuvieron notables misioneros como Juan de Montecorvino, hizo que se pudiera dar impulso a la primera misión católica en el «Reino del medio» con sede episcopal en Vejen.

No es de extrañar que, especialmente en la época moderna (es decir, desde el siglo XVI, cuando las comunicaciones entre Oriente y Occidente comenzaron a ser, en cierto modo, más frecuentes), haya existido por parte de la Iglesia católica el deseo de llevar a este pueblo la luz del Evangelio, a fin de que ésta enriqueciese aún más el tesoro de tradiciones culturales y religiosas tan ricas y profundas.

Así, a partir de las últimas décadas del siglo XVI, varios misioneros católicos fueron enviados a China: se habían elegido con gran esmero personas como Matteo Ricci y otros, teniendo en cuenta, además de su espíritu de fe y amor, sus capacidades culturales y sus cualidades en diversos campos de la ciencia, en especial de la astronomía y las matemáticas. De hecho, gracias a estos y al aprecio que demostraron los misioneros por el notable espíritu de investigación de los estudiosos chinos, pudieron establecerse relaciones de colaboración científica muy provechosas. Estas sirvieron a su vez para abrir muchas puertas, incluso las de la corte imperial, y para entablar así relaciones muy útiles con varias personas de grandes capacidades. La calidad de la vida religiosa de estos misioneros indujo a no pocas personas de alto nivel a sentir la necesidad de conocer mejor el espíritu evangélico que los animaba. A finales del siglo XVI y primeros del XVII, fueron numerosos los que, una vez adquirida la debida preparación, pidieron el bautismo y llegaron a ser cristianos fervientes, manteniendo siempre con justo orgullo su identidad de chinos y su cultura. En aquel período el cristianismo se vio como una realidad que no se oponía a los más altos valores de las tradiciones del pueblo chino, ni se ponía por encima de ellos, sino que los enriquecía con una nueva luz y una nueva dimensión.

Gracias a las óptimas relaciones existentes entre algunos misioneros y el mismo emperador K'ang Hsi, y a los servicios que estos prestaron para restablecer la paz entre el «zar» de Rusia y el «hijo del cielo», o sea el emperador, este promulgó en 1692 el primer decreto de libertad religiosa, en virtud del cual todos sus súbditos podían seguir la religión cristiana y todos los misioneros podían predicarla en sus vastos dominios. Como consecuencia, la acción misionera y la difusión del mensaje evangélico se desarrollaron notablemente y fueron muchos los chinos que, atraídos por la luz de Cristo, pidieron recibir el bautismo.

Pero, desgraciadamente, la complicada cuestión de los «ritos chinos» irritó sobremanera al emperador K'ang Hsi, y preparó la persecución (fuertemente influenciada por la del vecino Japón), que, de manera abierta o solapada, violenta o velada, se extendió prácticamente con sucesivas oleadas desde la primera década del siglo XVII hasta el siglo XX, matando a misioneros y a fieles laicos y destruyendo no pocas iglesias.

Fue exactamente el 15 de enero de 1648 cuando los tártaros manchú, habiendo invadido la región del Fujian y mostrándose hostiles a la religión cristiana, dieron muerte al beato Francisco Fernández de Capillas, sacerdote de la Orden de los Frailes Predicadores. Después de haberlo encarcelado y torturado, lo decapitaron mientras rezaba con otros los misterios dolorosos del rosario. El beato Francisco Fernández de Capillas ha sido reconocido por la Santa Sede como protomártir de China. Fue beatificado junto con otros catorce mártires por san Pío X el 2 de mayo del año 1909.

Hacia la mitad del siglo siguiente, el XVIII, otros cinco misioneros españoles, también dominicos, que habían ejercido su actividad entre los años 1715-1747, fueron asesinados como resultado de una nueva ola de persecución iniciada en 1729 y con secuaces más encarnizados. Era la época de los emperadores Yung-Cheng y de su hijo K'ien-Lung. Son: el obispo Pedro Sanz y Jordá, martirizado el 26 de mayo de 1747 en Fuzhou; y los sacerdotes: Francisco Serrano Frías (elegido obispo titular de Tipasa de Mauritania), Joaquín Royo Pérez, Juan Alcober Figuera y Francisco Díaz del Rincón, martirizados el 28 de octubre de 1748 en Fuzhou. Fueron beatificados por León XIII el 14 de mayo de 1893.

Una nueva fase de régimen de persecución en relación con la religión cristiana se desencadenó posteriormente en el siglo XIX. Mientras algunos emperadores de los siglos precedentes habían autorizado el catolicismo, el emperador Kia-Kin (1796-1821) publicó numerosos y severos decretos en contra. El primero se remonta al año 1805; dos edictos de 1811 iban dirigidos contra aquellos chinos que hacían los estudios para recibir las órdenes sagradas y contra los sacerdotes que propagaban la religión cristiana. Un decreto de 1813 eximía de cualquier castigo a los que apostataran voluntariamente del catolicismo, pero amenazaba a todos los demás.

En este período sufrió el martirio el beato Pedro Wu Guosheng, laico catequista, chino, nacido de familia pagana. Recibió el bautismo en 1796 y pasó el resto de su vida anunciando la verdad de la religión cristiana. Todos los intentos para hacerlo apostatar fueron vanos. Emitida contra él la sentencia de muerte, fue estrangulado el 7 de noviembre de 1814.

Siguió sus pasos en la fidelidad a Cristo el beato José Zhang Dapeng, laico catequista, comerciante, bautizado en el año 1800; llegó a ser después el alma de la misión en la ciudad de Kony-Yang. Encarcelado, murió estrangulado el 12 de marzo de 1815.

Ese año se promulgaron otros dos decretos, en los que se aprobaba la conducta del Virrey del Sichuan, que había arrestado al obispo mons. Gabriel Taurin Dufresse, de las Misiones Extranjeras de París -y a otros muchos cristianos chinos-. El 18 de mayo de 1815, fue llevado a Chengdu, condenado y ajusticiado el 14 de septiembre de 1815.

Siguió una persecución más encarnizada, en la que fueron martirizados los beatos:

Agustín Zhao Rong, sacerdote diocesano chino que, impresionado por la paciencia de mons. Dufresse, había pedido ser contado entre los neófitos: una vez bautizado, fue enviado al seminario y después ordenado sacerdote. Arrestado, sufrió crueles suplicios y murió en 1815.

Juan de Triora, o.f.m., sacerdote, fue hecho prisionero junto con otros en el verano de 1815, después condenado a muerte. Murió estrangulado el 7 de febrero de 1816.

José Yuan Gengyin, sacerdote diocesano chino, habiendo escuchado a mons. Dufresse hablar de la fe cristiana, quedó prendado de la belleza de ésta y después llegó a ser un neófito ejemplar. Más tarde, ordenado sacerdote y, como tal, dedicado a la evangelización en varios distritos; fue apresado en agosto de 1816, y estrangulado el 24 de junio de 1817.

Francisco Regis Clet, de la Congregación de la Misión, después de haber obtenido el permiso para ir a las misiones de China, se embarcó para el Oriente en 1791. Llegado allí, llevó durante treinta años una vida sacrificada de misionero: sostenido por un celo incansable, evangelizó tres inmensas provincias del Imperio chino: Jiangxi, Hube¡ y Hunan. Traicionado por un cristiano, fue arrestado y llevado a prisión donde sufrió atroces suplicios. Mediante sentencia del emperador fue estrangulado el 17 de febrero de 1820.

Tadeo Liu Ruiting, sacerdote diocesano, chino, se negó a apostatar, diciendo que era sacerdote y quería ser fiel a la religión que había predicado. Condenado a muerte, fue estrangulado el 30 de noviembre de 1823.

Pedro Liu Ziyu, catequista laico, chino, arrestado en 1814 y condenado al exilio en Tartaria, donde permaneció casi veinte años. Al regresar a su patria, fue de nuevo apresado y estrangulado el 17 de mayo de 1834.

Joaquín Hao Kaizhi, catequista laico, chino; fue bautizado a la edad de casi 20 años. En la gran persecución de 1814 había sido arrestado con otros muchos fieles y sometido a crueles torturas. Desterrado a Tartaria, allí permaneció unos 20 años; al regresar a la patria fue nuevamente apresado y rehusó apostatar. Condenado y confirmada la sentencia de muerte por parte del emperador, fue estrangulado el 9 de julio de 1839.

Augusto Chapdelaine, m.e.p., sacerdote de la diócesis de Coutances, habiendo ingresado en el seminario de las Misiones Extranjeras de París, se embarcó directamente a China en 1852; llegó a Guangxi a finales de 1854. Arrestado en 1856, torturado, condenado a muerte, enjaulado, expiró en febrero de 1856.

Lorenzo Bai Xiaoman, laico, chino, obrero modesto, acompañó al beato Chapdelaine en el asilo que habían ofrecido al misionero y fue con él apresado y conducido al tribunal. Nada pudo hacerlo apostatar. Fue decapitado el 25 de febrero de 1856.

Inés Cao Guiying, viuda, había nacido de antigua familia cristiana; habiéndose dedicado a la instrucción de las muchachas convertidas por el beato Chapdelaine, fue arrestada y, condenada a morir enjaulada. Fue ajusticiada el 1 de marzo de 1856.

El 28 de enero de 1858, por orden del mandarín de Maokou (en la provincia de Guizhou), fueron asesinados tres catequistas, conocidos como mártires de Maokou: los beatos Jerónimo Lu Tingmei, Lorenzo Wang Bing y Águeda Lin Zao. Se les pidió que renunciaran a la religión cristiana. Como se negaron, fueron decapitados.

El 29 de julio de 1861 sufrieron el martirio simultáneamente dos seminaristas y dos laicos, de los cuales uno era agricultor y la otra una viuda que prestaba sus servicios como cocinera en el seminario. Se los conoce como mártires de Qingyanzhen (Guizhou): El 18 y 19 de febrero de 1862, dieron su vida por Cristo otras cinco personas, conocidas como mártires de Guizhou, un sacerdote de las Misiones Extranjeras de París, Juan Pedro Néel, y cuatro catequistas laicos, entre ellos una mujer.

Después de algunos episodios -que tuvieron una notable repercusión en la vida de las misiones cristianas- y de la guerra del opio, que se concluyó con victoria de los ingleses, China debió firmar en 1842 el primer tratado internacional de los tiempos modernos, al que siguieron muy pronto otros con Estados Unidos y Francia, que sustituyó a Portugal como potencia protectora de las misiones. Fueron promulgados dos decretos: uno en 1844, por el cual se permitía a los chinos seguir la religión católica; otro, en 1846, mediante el cual se suprimían las antiguas penas contra los católicos. La Iglesia pudo entonces vivir abiertamente y ejercer su acción misionera, desarrollándola también en el ámbito de la educación superior, universitaria y de la investigación científica.

Al multiplicarse los diversos Institutos culturales de alto nivel y gracias a su actividad muy apreciada, se establecieron gradualmente lazos cada vez más profundos entre la Iglesia y China con sus ricas tradiciones culturales. Esta colaboración con las autoridades chinas favoreció de un modo creciente la mutua estima y participación en aquellos valores que deben regir siempre toda sociedad civil.

Transcurrió así un siglo de expansión de las misiones cristianas, con la excepción hecha del período en que se abatió sobre ellas la desgracia de la insurrección de la «Asociación de la justicia y de la armonía» (conocida comúnmente como de los «Boxers»), que ocurrió al principio del siglo XX y causó el derramamiento de sangre de muchos cristianos.

Se emitió un edicto el 1 de julio de 1900, en el cual se decía, en síntesis, que ya había pasado el tiempo de las buenas relaciones con los misioneros europeos y sus cristianos: que los primeros debían ser repatriados inmediatamente y los fieles obligados a la apostasía, bajo pena de muerte.

Como resultado de esto tuvo lugar el martirio de algunos misioneros y de muchos chinos, que se reunieron en los siguientes grupos:

a) Mártires de Shanxi, muertos el 9 de julio de 1900, que son Frailes Menores Franciscanos: dos obispos, dos sacerdotes y un hermano.

b) Mártires del Hunan Meridional, asesinados el 7 de julio de 1900, también Frailes Menores Franciscanos: un obispo y dos sacerdotes, a los que se añaden siete Franciscanas Misioneras de María, de las cuales tres francesas, dos italianas, una belga y una holandesa.

De los mártires chinos de la familia franciscana forman parte también once franciscanos seglares, todos ellos chinos, cinco seminaristas. A ellos se añadieron también algunos laicos chinos.

Cuando la rebelión de los «Boxers», iniciada en Shandong, difundida luego en Shanxi y en Hunan, llegó también al sudeste de Tcheli, en aquel entonces vicariato apostólico de Xianxian, confiado a los jesuitas, los cristianos asesinados se cuentan por millares. Muchos de ellos fueron martirizados en la iglesia del pueblo de Tchou-Kia-ho, donde se habían refugiado y estaban orando; entre estos, cuatro misioneros jesuitas franceses y cincuenta y dos cristianos laicos chinos, hombres, mujeres y niños, con edades comprendidas entre los 9 y 79 años. Todos sufrieron el martirio en el mes de julio de 1909. Fueron beatificados el 17 de abril de 1955.

El hecho de que este considerable número de fieles laicos chinos (cincuenta y dos) haya dado la vida por Cristo juntamente con los misioneros que les habían anunciado el Evangelio y se habían prodigado por ellos, pone de manifiesto la profundidad de los vínculos que la fe en Cristo establece, reuniendo en una sola familia personas de razas y culturas diversas, estrechamente hermanados entre sí, no ya por motivos políticos, sino en virtud de una religión que predica el amor, la fraternidad, la paz y la justicia.

Además de todos los asesinados por los «Boxers» hasta ahora mencionados, debe recordarse también al beato Alberico Crescitelli, sacerdote del Instituto Pontificio de las Misiones Extranjeras de Milán, que desarrolló su ministerio en el Shanxi Meridional y fue martirizado el 21 de julio de 1900.

Años después, al nutrido ejército de los mártires arriba recordados iban a unirse algunos miembros de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco: el obispo Luis Versiglia y el sacerdote Calixto Caravario, asesinados juntos el 25 de febrero de 1930 en Li-ThauTseul.