Congreso eucarístico de Argentina

Presidió las celebraciones el cardenal Rosalio José Castillo Lara, enviado especial del Papa

P. Arturo GUTIÉRREZ, L.C.

 

La Iglesia que está en la Argentina acaba de celebrar el acontecimiento central del gran jubileo: un Congreso eucarístico nacional. Tuvo lugar en la ciudad de Córdoba del 8 al 10 de septiembre. Presidió las celebraciones el enviado especial del Papa, cardenal Rosalio José Castillo Lara, s.d.b., presidente emérito de la Comisión pontificia para la Ciudad del Vaticano. Fue una gran fiesta de la Eucaristía.

El tema del Congreso, que recogía el contenido fundamental del Sínodo para América, fue: «Encuentro con Jesucristo vivo, camino de conversión; camino de comunión y solidaridad; y camino de evangelización y misión».

Participaron ochenta obispos, numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, y más de ciento cincuenta mil fieles de todo el país.

Preparación inmediata

En la mañana del viernes 8 los peregrinos de las diversas partes de la Argentina fueron llegando poco a poco a Córdoba; se les acogió y ubicó en casas particulares, ofrecidas con generosidad por los católicos de la ciudad.

A primeras horas de la tarde, en los diversos centros parroquiales tuvieron lugar talleres sobre conversión y reconciliación, centrados en la primera parte del tema del Congreso: El encuentro con Jesucristo vivo, camino de conversión, que hacía referencia directa al capítulo III de la exhortación apostólica postsinodal «Ecclesia in America».

Inmediatamente, se pasó al trabajo por grupos, orientado a la purificación de la memoria personal y comunitaria. Los fieles pudieron contar con una guía preparada para ello y subsidios con vistas al examen de conciencia. Se fomentó en todas partes la recepción del sacramento de la reconciliación.

Luego, desde todas las calles de la ciudad, se realizó la peregrinación penitencial hasta el parque donde se celebraría la ceremonia de apertura del congreso.

Para los actos fundamentales del encuentro se había montado, a las afueras de la ciudad, un gran palco, coronado con el emblema del gran jubileo, en el que, a la derecha del altar, destacaba la imagen de la Virgen del Rosario, patrona de la arquidiócesis de Córdoba, traída de su santuario para esta celebración.

El acto y misa de apertura

El acto de apertura comenzó a las ocho de la tarde y se prolongó hasta pasada la medianoche, en medio de un gran fervor y entusiasmo de todos los fieles.

Al inicio del mismo, dieron la bienvenida al cardenal Castillo Lara, enviado especial del Papa, monseñor Estanislao Esteban Karlic, arzobispo de Paraná y presidente de la Conferencia episcopal argentina; y monseñor Carlos José Náñez, arzobispo de Córdoba, sede del congreso.

A continuación se inició una hermosa representación teatral, con una coreografía de vivos colores, que aludía al nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, cuyo bimilenario está celebrando la Iglesia.

Asimismo, en seis grandes pantallas, se proyectó un video centrado en el tema: «El encuentro con Jesucristo en el hoy de América Latina», que hacía referencia directa al capítulo II de la exhortación «Ecclesia in America», sobre la situación de la Iglesia del continente y del país a la luz del acontecimiento jubilar.

El video mostraba, en su primera parte, la cruda realidad latinoamericana: cada vez hay ricos más ricos y pobres más pobres; se siente el agobio de la deuda externa, que atenta contra la dignidad de millones y millones de personas; la corrupción está enquistada en el tejido social y existe el comercio y consumo de drogas... Pero, a pesar de tales circunstancias, la segunda parte invitaba al encuentro con Jesús desde los «enormes dones y riquezas» que América guarda en sus entrañas.

Poco después de iniciado el acto, un grupo de jóvenes trajo una copia de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América, que llegaba así a Córdoba tras recorrer 23.000 kilómetros, a lo largo de 19 países: una peregrinación por todo el continente que se inició en 1992, con la conmemoración del V Centenario de su evangelización. La Virgen patrona de América acompañó toda la celebración desde un lugar destacado, juntamente con una copia del Cristo negro de Esquipulas (Guatemala).

La petición de perdón

La parte principal de la ceremonia de apertura del encuentro fue, sin duda, la celebración eucarística, en la que tuvo lugar «la reconciliación de los bautizados».

Dado que este primer día del congreso tenía como lema la conversión y la reconciliación, la oración de los fieles tuvo como contenido una petición de perdón, similar a la que realizó en Roma, el pasado 12 de marzo, el Santo Padre Juan Pablo II: la Iglesia que está en la Argentina expresó su arrepentimiento y pidió a Dios perdón por las culpas cometidas en el pasado por sus hijos.

Se alternaron ocho moniciones y ocho plegarias a Dios suplicando perdón. Las moniciones fueron leídas por diferentes representantes del pueblo de Dios: un obispo, un sacerdote, un diácono, una religiosa, un hombre, una madre de familia, un muchacho y una joven; mientras que las plegarias, después de unos momentos de oración en silencio, fueron leídas por el presidente de la Conferencia episcopal.

En esta «reconciliación de los bautizados», dirigida por mons. Karlic, se comenzó recordando que «el único Dios trinitario, en su infinita misericordia, nos invita permanentemente a la reconciliación» y que «esta es un don de Dios, una iniciativa suya concretada en el misterio de Cristo redentor, reconciliador, que también libera al hombre del pecado en todas sus formas». Y se invitaba a todos a suplicar «con confianza que Dios, nuestro Padre misericordioso y compasivo, lento a la ira y grande en el amor y la fidelidad, acepte el arrepentimiento de su pueblo que confiesa humildemente sus propias culpas y le conceda su misericordia».

En las ocho plegarias se imploró a Dios perdón por los pecados contra la unidad querida por Dios para su pueblo; por los pecados contra el servicio a la verdad; por los pecados contra el evangelio de la vida; por los pecados contra la dignidad humana; por los pecados contra los derechos humanos; por los pecados contra la integridad de la persona en el conjunto de la vida social; por los pecados contra el respeto a las culturas y etnias; y por los pecados contra el espíritu de renovación del concilio Vaticano II.

Al final de cada plegaria la asamblea entera entonaba un canto penitencial.

Tras la confesión de las culpas, varias personas llevaron vasijas con tierra seca y fértil, «regada por la sangre de mártires que lucharon por Jesús y apostaron por la vida», y la depositaron en otra más grande, para que «el Reino de Dios, hecho de justicia y paz, crezca en ella».

Asimismo, varios jóvenes acercaron hasta el altar el agua del bautismo que «fecunda la tierra, nos lava, nos une, nos vivifica y nos hace nuevos». Por su parte, un matrimonio llevó sus alianzas como «signo de unidad y de amor»; y un religioso y una religiosa portaron una lámpara de aceite, el báculo y la estola de los pastores, para «conducir el rebaño hacia verdes praderas». Por último, se ofrecieron flores a María.

En su homilía, el cardenal Castillo Lara transmitió a todos los participantes el saludo y la bendición del Papa Juan Pablo II, que la multitud recibió con jubilosos aplausos.

Luego explicó que el congreso eucarístico, «un encuentro con sabor a fiesta», invita a dar público testimonio de la fe y a comprometerse a testimoniarla en la vida, haciendo tangible y visible la fraternidad. «Es también un momento propicio para hacer un balance de cómo penetra el Evangelio en nuestra vida y en las estructuras de una sociedad que presenta gravísimas fallas en puntos fundamentales de nuestra religión, como el respeto a la dignidad de la persona humana».

«Nunca como hoy -afirmó-, se niega e injuria tanto a Dios como en esta sociedad hedonista que vive un ateísmo práctico y se somete a los nuevos "ídolos" representados en el dinero, el poder y el placer. Además, el odio y el desamor nunca fueron tan patentes como hoy, lo cual se verifica en la opresión que sufren numerosos pueblos».

«En nuestra sociedad, prosiguió, se desdibujan los valores, languidece la fe, se opaca la esperanza, brotan odios y divisiones. Se ofrece un culto formal y superficial a Dios, mediante oraciones que saben a interesado mercadeo más que a fervorosa adoración».

Como solución, recordó la necesidad de llevar a ese mundo el Evangelio, con su fuerza de penetración y de cambio.

Comunión y solidaridad

En el segundo día del congreso no hubo ningún acto multitudinario.

Muy temprano, en los diversos centros parroquiales y otros lugares predispuestos para ello, se tuvo la oración de la mañana y talleres sobre el tema de la jornada: comunión y solidaridad.

Los grupos se centraron en dos ámbitos: áreas de trabajo pastoral y sectores de interés.

Las áreas de trabajo pastoral eran: consejos pastorales; catequesis; liturgia; Cáritas y pastoral social; familia; pastoral juvenil y vocacional; grupos apostólicos y movimientos de espiritualidad; misioneros; consejos de asuntos económicos...

Los sectores de interés eran: salud; educación; situaciones de riesgo (cárceles, minoridad, drogadicción...); comunicación social y redes solidarias; política; economía; trabajo y desocupación; expresiones artísticas; pastoral de personas especiales; jóvenes; ecumenismo; aborígenes; ecología; villas y asentamientos populares; movilidad humana (inmigrantes, refugiados, turismo, peregrinaciones, pastoral de santuarios, etc.); campesinos y comunidades rurales...

Todas las actividades giraban en torno al tema prefijado: «El encuentro con Jesucristo vivo, camino para la comunión», iluminado desde la perspectiva del capítulo IV de la exhortación apostólica postsinodal «Ecclesia in America».

Por grupos, con la ayuda de guías, se trató de descubrir cómo en cada ámbito puede realizarse la experiencia de la comunión, con propuestas para el crecimiento, partiendo de la toma de conciencia de lo que en el propio trabajo eclesial favorece o dificulta la comunión.

En el campo de la política, se preguntaron: «¿Por qué genera tanto escepticismo el mundo de la política? ¿Somos parte de la sociedad indiferente ante la corrupción? ¿Qué estamos haciendo y qué podemos hacer para que la política se preocupe del bien común?».

En el campo de la economía: «¿cuáles son los principios irrenunciables en los que debe fundarse una economía al servicio de la solidaridad en la Argentina?, y ¿qué aportes podemos hacer a la economía desde la responsabilidad ciudadana?».

En el ámbito del trabajo y la desocupación: «¿qué injusticias descubrimos en la realidad laboral?» y «¿qué desafíos de solidaridad nos presentan las actuales condiciones de empleo?».

Por último, se consideró el campo de la comunicación y las redes solidarias, para optimizar las acciones que puedan desarrollarse en tal sentido.

A las once y media de la mañana, en cada centro parroquial, se tuvo la celebración de la misa.

Durante la comida, en las diversas casas de familia, se acentuó la dimensión de comunión para la solidaridad mediante una bendición especial de la mesa.

Gestos de solidaridad

Por la tarde se realizaron gestos de solidaridad y servicio previamente acordados en los decanatos, según las necesidades del lugar e intentando privilegiar visitas de carácter solidario a los hogares de cada centro parroquial, especialmente donde había enfermos, formando para las visitas grupos de no más de cuatro peregrinos.

Los gestos de solidaridad y servicio consistieron en visitas fraternas, «pequeñas peregrinaciones a los santuarios humanos», o sea, a los enfermos en los hospitales o en sus domicilios, a los huéspedes de los hogares de ancianos y de los centros de acogida de menores.

Los niños y adolescentes peregrinos también realizaron gestos solidarios: algunos se dedicaron a restaurar casillas en barrios de emergencia, pintar una sala en un centro asistencial o visitar a los niños internados en el Hospital pediátrico. Otros jugaron con los pequeños habitantes de una guardería o se dedicaron a limpiar plazas y plantar árboles.

Los más pequeños prepararon «cajas de amor», en las que se incluían golosinas y varios objetos útiles. Esas cajas serían enviadas luego al «Portal de Belén», una institución cordobesa que alberga y cuida a madres solas con sus hijos.

Los muchachos de entre 13 y 16 años hicieron visitas a centros geriátricos o realizaron tareas misioneras, llevando a los vecinos el mensaje de Jesús.

Misa en la cárcel

El cardenal Castillo Lara se sumó a los gestos solidarios con ocasión de¡ congreso eucarístico: visitó y presidió una misa en el centro penitenciario ubicado en el barrio de San Martín. Concelebraron con él monseñor Karlic y monseñor Carlos Ñáñez, así como algunos sacerdotes, entre los que se hallaba el capellán del establecimiento, padre Hugo Olivo.

Tres jóvenes pertenecientes a la pastoral universitaria habían llevado hasta el presidio una cruz que desde hacía tiempo peregrinaba por diversos sitios de la capital cordobesa. La recibieron tres internos -Martín, Raúl y Antonio-, que luego la introdujeron en el penal para que recorriera hasta el sábado todos los pabellones del establecimiento.

La celebración eucarística tuvo lugar en la capilla de San Dimas, construida por los propios internos, a los que felicitó por ello el enviado del Papa.

Durante su homilía, el cardenal Castillo Lara, evocando palabras del Santo Padre en la visita que realizó a la cárcel «Regina Coeli» de Roma el pasado día 9 de julio, pidió a los internos que recorran un camino de perdón, verdad y amor. Cristo -afirmó- también estuvo encarcelado, y fue torturado y crucificado, aunque era inocente.

Luego, subrayó la necesidad de que se respete la dignidad de las personas. A pesar de que es necesaria la justicia en la sociedad, para que se respeten los derechos de todos, es preciso buscar la «redención del delincuente y su transformación en una persona honesta que pueda reinsertarse en la sociedad».

Citando nuevamente al Papa, explicó que la pena y la prisión no pueden transformarse en una especie de venganza institucional, sino que tienen sentido si contribuyen a la renovación del hombre, ofreciendo al que se ha equivocado seguir el itinerario de rescate moral y de crecimiento personal y comunitario con vistas a una reinserción positiva en la sociedad. Ese necesario y hermoso camino de rehabilitación personal empieza por el corazón, que debe ser liberado del pecado para reconocer el mal que se ha hecho a la sociedad.

Algunos de los presos leyeron las intenciones de los fieles, en las que manifestaron sus súplicas «por la unidad», «por quienes se preocupan de nuestra realidad del otro lado del muro», «por los que están solos, sin visitas o enfermos» y «por los castigados, para que Jesús se haga presente en sus celdas».

Pero el momento más emotivo se produjo cuando, al final de la ceremonia, un interno dirigió unas palabras al cardenal Castillo Lara, pidiéndole que transmita al Papa su agradecimiento por tener «la calidez y la sencillez de un padre al celebrar con nosotros el jubileo».

Afirmó, asimismo, que los presos de su unidad se habían preparado con humildad y fervor para el Encuentro eucarístico nacional, «a pesar del encierro, el cual no impide que descubramos la necesidad de acercarnos al Señor de la vida. Nadie quitará de nuestros corazones la capacidad de amar que tenemos dentro». Luego dijo: «necesitamos como Iglesia el apoyo de la familia y la acción de las autoridades para que las cárceles sean verdaderos lugares de reinserción, educación y trabajo, de modo que, al sal¡r de ellas, podamos trabajar y darles a nuestros hijos lo que ellos necesitan, integrándonos a esta sociedad sin ningún tipo de marginaciones».

Expresó, además, el deseo de sus compañeros de que se los mire como «personas y ciudadanos capaces de contribuir con nuestro cambio de actitud a la educación y a la edificación de una sociedad distinta».

La misa concluyó con la bendición de un mural que adorna una de las paredes de la capilla y que representa a Jesús en la cruz flanqueado por los ladrones. La obra fue pintada por uno de los internos.

Es digno de destacar un hermoso gesto jubilar: la gran mayoría de los reclusos de la unidad decidió llevar a cabo un ayuno hasta el domingo, expresando así su adhesión a las jornadas del congreso eucarístico. Además, donaron alimentos, que luego serían distribuidos por la Cáritas arquidiocesana entre los más necesitados.

Adoración eucarística y actividades culturales

Al igual que en la jornada inicial, a lo largo del día hubo adoración de la Eucaristía en distintas parroquias, conventos y monasterios del casco urbano de Córdoba, como los de la Compañía de Jesús, Santo Domingo, La Merced, El Pilar, Cristo Obrero (carmelitas), San José y el Divino Amor.

En este segundo día del congreso, sobre todo por la tarde, se tuvieron actos culturales de muchos tipos: exposiciones de imágenes religiosas, de belenes, de vidrieras y de pintura cristiana; conciertos de varias clases; proyección de una película sobre la vida de Cristo...

La música fue el eje central de los actos culturales de la noche, a partir de las 20.30, en distintos puntos de la ciudad. Entre otras manifestaciones, la Cantata de los Santos Latinoamericanos presentó «Imágenes de un continente que quiere vivir». Los pequeños participaron en el espectáculo: «El Jubileo de los niños». En uno de los escenarios, se interpretó el musical «Jesús de Nazaret, la Pasión», de Carlos Abregú y Ángel Mahler.

Al final, ya entrada la noche, en el imponente escenario donde se celebró el acto de apertura del congreso, tuvo lugar el concierto para los jóvenes, que contó con la participación de varios cantantes populares famosos.

El ecumenismo encontró también un espacio destacado. Además de la participación de líderes de todas las confesiones cristianas en el acto inaugural, se tuvo el sábado por la tarde un emotivo acto ecuménico que comenzó en el Teatro Real y culminó en la catedral. El templo estaba lleno. Participaron, entre otras personalidades, los cardenales Castillo Lara y Raúl Primatesta, arzobispo emérito de Córdoba; los obispos Carlos Náñez, Guillermo Garlattí, obispo de San Rafael y presidente de la comisión episcopal de Ecumenismo; y Horacio Benites Astoul, obispo auxiliar de Buenos Aires e integrante del mismo organismo. Asistieron los representantes de las Iglesias anglicana, baptista, metodista, luterana y ortodoxa.

La clausura del congreso

El domingo, día 10, se clausuró el congreso con una ceremonia, que, como la de apertura, tuvo dos partes: un acto con representación teatral y una misa solemne, presidida por el enviado del Papa.

A las diez de la mañana comenzó el acto de clausura.

Primero, se realizó una representación centrada en el lema del jubileo: «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre». Se quiso expresar la comunión de la Iglesia que está en la Argentina con toda la Iglesia que está en América, llamada y enviada por Jesús a evangelizar, alentada por testimonios de santidad de la historia americana (Ayer), por testimonios de santidad comunitaria para la construcción de comunidades, parroquias, diócesis, y por voces de aliento del mundo (Hoy) y por la voz del Papa Juan Pablo II, para alentar este compromiso desde el corazón de la Iglesia doméstica que es la familia, asumiendo el desafío de construir la paz por el camino de la conversión como actitud permanente para seguir a Cristo, camino, verdad y vida (Siempre).

Al inicio se realizó una danza que escenificaba el nacimiento de Jesucristo en los cinco continentes, realizada por cinco grupos de muchachos y muchachas, vestidos con trajes de vivos colores: el blanco simbolizaba Europa; el amarillo, Asia; el rojo, América; el verde, Africa; y el azul, Oceanía.

La representación alegórica se centró en el sentido de la misión universal de la Iglesia católica, en los cinco continentes. Varios niños, como broche de su actuación, pidieron a los mayores que «mejoren el mundo», garantizando condiciones de salud, educación, justicia y paz.

La hermandad del continente americano quedó testimoniada con un desfile de las banderas de todas las naciones de América sobre el gran escenario, y el agitar de otras miles con los colores argentinos y vaticanos que portaban los peregrinos.

Terminada la danza, se elevaron al cielo miles de globos de los cinco colores que simbolizaban los cinco continentes, como signo del júbilo de toda la humanidad por el jubileo de los dos mil años de la encarnación de nuestro Señor Jesucristo.

A continuación tuvo lugar la santa misa de clausura del congreso, presidida por el enviado del Papa y concelebrada por todos los obispos argentinos y varios cientos de sacerdotes.

En su homilía, el cardenal Castillo Lara dijo que es urgente cambiar de rumbo y dirigirse a Cristo, pues ese es el camino de la justicia, de la solidaridad, del compromiso por una sociedad y un futuro dignos del hombre. Citando palabras del Papa Juan Pablo II a los jóvenes, invitó a todos a estar dispuestos a sacrificarse por los demás, como hizo Jesús. De este testimonio tiene necesidad urgente nuestra sociedad, y en especial los jóvenes, tentados a menudo por los espejismos de la vida fácil y cómoda, por la droga y el hedonismo, que llevan después a la espiral de la desesperación, del sinsentido y de la violencia.

Asimismo, recordó que para los cristianos el nuevo milenio representa un gran desafío: hacer a Cristo más presente en la sociedad, más conocido, más amado, más seguido; que los valores de su Evangelio impregnen el tejido social; que haya honestidad, rectitud, justicia, paz y sobre todo que haya amor, fundamento de la fraternidad cristiana, de la solidaridad y del verdadero progreso.

«Estamos en el umbral de un nuevo milenio -afirmó-; no sabemos cómo será el futuro; pero sí sabemos que debemos caminar con Cristo como guía y compañero, manteniendo despierto el corazón para descubrir su presencia y viviendo bajo la luz de su mirada y caldeados al rescoldo de su amor».

«Cristo nos ama siempre, incluso cuando lo decepcionamos, cuando no correspondemos a lo que espera de nosotros. El no nos cierra nunca los brazos de su misericordia. ¡Cómo no estar agradecidos a este Dios que nos ha redimido llegando incluso a la locura de la cruz, a este Dios que se ha puesto de nuestra parte y está ahí hasta el final!».

Fue muy significativa la conclusión de la ceremonia, en la que el presidente de la Conferencia episcopal argentina presidió la renovación del compromiso de vida cristiana y la celebración del envío. Cada uno de los obispos argentinos entregó personalmente el libro de los Evangelios a una familia de su diócesis, en representación de las demás, a fin de que se apoye en la Palabra de Dios para cumplir su misión evangelizadora entre sus hermanos: anunciar la presencia del reino de Dios, que crece en la cultura de la vida, interpretando los signos de los tiempos en la Argentina de hoy, y denunciar la cultura de la muerte que se nos quiere imponer.

Se renovaron, entre otros, el compromiso de «ser servidores fieles de Dios y de los hombres, afrontando proféticamente los desafíos de hoy, sin rencores, sin egoísmos y sin miedo, de cara al nuevo milenio»; el de «trabajar por el respeto y la promoción de la dignidad de cada hombre y mujer, especialmente la de los pobres, la de quienes viven en condiciones infrahumanas de miseria, la de aquellos que sufren la marginación y hasta la exclusión total, y de esta manera construir solidariamente la justicia tan largamente esperada en la tierra»; el de «vivir relaciones nuevas de perdón, de libertad, de verdad y de amor, que contribuyan a refundar en esta querida familia argentina los vínculos sociales y políticos al servicio del bien común»...

A la ceremonia asistieron, entre otras personalidades civiles, el vicepresidente de la nación, Carlos Álvarez, acompañado de varios ministros del Gobierno; y el gobernador de la provincia de Córdoba, José Manuel de la Sota.

De este congreso se ha destacado eminentemente el acto de petición de perdón, que ha constituido un gran paso en el camino hacia la reconciliación histórica de los argentinos.

Esa súplica de perdón de la Iglesia que está en Argentina, como declaró mons. Karlic, fue profunda y sincera. «Nosotros nos arrepentimos de verdad, y lo queremos decir ante Dios y frente a nuestros hermanos. Si los demás no hacen algo semejante, nosotros sí lo hemos hecho. Era deber nuestro hacerlo y lo repetiríamos. Todos tenemos que exhibir esa actitud de humildad, porque los grandes designios necesitan corazones puros y en el comienzo del milenio hay que trazar un proyecto grande de Iglesia, de nación, de comunidad. El arrepentimiento devuelve al hombre la juventud espiritual. De esta gracia hay que esperar otras nuevas».

«Cada uno ha de pedir perdón a quien cree que ha ofendido y ser curado interiormente por la gracia de Dios, para no dejar odios encendidos. La purificación de la memoria consiste en abandonar las actitudes malas, pecaminosas, que, aunque hayan pasado, pueden estar influyendo hoy para ser causa de resentimiento y violencia».

La comunidad cristiana, como reafirmó el cardenal enviado del Papa, no puede celebrar los 2000 años de la encarnación redentora sin demoler los muros de odio y alcanzar la gracia de la reconciliación. Por eso, es necesario y urgente acogerse al perdón de Dios y saberse perdonar mutuamente. El perdón es una dimensión esencial de nuestra fe y nos será dado en la medida en que nosotros perdonemos a los que nos ofenden. Para gozar de la salvación se requiere la conversión del corazón, un cambio de mentalidad y de vida.