Crónica de la vigilia y de la misa conclusiva de la Jornada

Más de dos millones de jóvenes participaron en la vigilia de oración y en la misa conclusiva de la XV Jornada mundial de la juventud. Muchos de ellos fueron llegando al campus de la universidad de Tor Vergata el mismo viernes 18, por la noche, una vez concluido el vía crucis presidido por el cardenal Camillo Ruini, vicario del Papa para la diócesis de Roma, desde la iglesia de Santa María in Ara Coeli hasta el Coliseo. Todos tuvieron que soportar el calor abrasador del día y el relente de la noche, durmiendo al aire libre. El ambiente que reinaba entre ellos en todo momento era de alegría, fraternidad, solidaridad y amistad. Ondeaban banderas de más de ciento setenta países. Eran numerosas las pancartas de saludo al Santo Padre: «Los jóvenes te abrazan», «Nosotros creemos», «Juan Pablo, uno de nosotros». En una torre preparada para la televisión destacaba un cartel que rezaba: «Tranquilo, ya no tenemos miedo», respondiendo al llamamiento que hizo Juan Pablo II el día del comienzo de su pontificado, y que repitió a los jóvenes en la inauguración de esta Jornada, a no tener miedo de abrir de par en par las puertas a Cristo.

Los muchachos y muchachas, que estaban distribuidos por sectores, amenizaron la espera con cantos, danzas, reflexiones, testimonios, etc., haciendo un viaje ideal por las anteriores Jornadas mundiales de la juventud. El largo espectáculo, titulado «De Roma a Roma, pasando por el mundo», fue organizado por la «Hope Music», asociación promovida por el servicio nacional de pastoral juvenil de la Conferencia episcopal italiana: artistas y grupos católicos alternaron canciones con testimonios sobre los encuentros de Roma (1985), Buenos Aires (1987), Santiago de Compostela, España (1989), Czestochowa, Polonia (1991), Denver, Estados Unidos (1993), Manila (1995) y París (1997). Intervinieron, entre otros Kiko Argüello, Carlo Casini, Chiara Lubich, Andrea Riccardi y Paola Bignardi. Se sucedían aclamaciones en todas las lenguas. Desde el palco no se lograba distinguir hasta dónde llegaba la asamblea y por las dimensiones de la gran explanada (5 km), la cruz -que tiene 36 m de altura y quedará allí como recuerdo de este encuentro- parecía pequeña. Una amplia escalinata, adornada con treinta mil margaritas blancas, amarillas y rojas llevaba hasta el palco, desde donde el Papa presidió la vigilia y la misa conclusiva. El palco tenía forma de tienda, que evocaba el lema de esta Jornada: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Detrás, un muro de ciento sesenta metros, representaba los hechos de la historia de la humanidad en la que estaba insertada una enorme cruz (tan alta como el baldaquino de la basílica de San Pedro), que ha cambiado radicalmente la historia del hombre. Dominaba una imagen de Cristo en el trono con dos ángeles, reproducción de un fresco del «Sancta Sanctorum» de la «Scala santa». Abajo, a la izquierda, se hallaba la cruz de las Jornadas mundiales de la juventud, que habían llevado allí desde el Coliseo, caminando durante la noche, doscientos jóvenes de diversas naciones; concluida la Jornada, esta cruz será llevada a Cuba y recorrerá todas las diócesis de la isla.

El Santo Padre llegó al campus universitario de Tor Vergata en helicóptero hacia las siete y media de la tarde del sábado 19 y fue acogido por los cardenales Camillo Ruin¡ y James Francis Stafford, presidente del Consejo pontificio para los laicos; el obispo de Frascati, mons. Giuseppe Matarrese; el ministro del Interior de la República italiana, Enzo Blanco; el alcalde de Roma, Francesco Rutelli; y el rector de la un¡versidad de Tor Vergata, Alessandro Finazzi Agró. A su llegada, la multitud estalló en manifestaciones de alegría; miles de manos se extendían hacia el Papa como queriéndole abrazar, mientras él hacía un recorrido en el coche panorámico por los diversos sectores, saludando a la multitud. A mitad del recorrido bajó del jeep y dando la mano a cinco jóvenes, que representaban a los cinco continentes, pasó a pie la puerta del jubileo, colocada en la zona sudoriental del campus, coronada por el majestuoso Cristo de bronce, obra de Stefano Pierotti. Con él se colocaron en el palco cuatrocientos chicos y chicas de 133 países, participantes en el Foro internacional de los jóvenes. Allí permanecieron durante toda la vigilia. El Papa entre ellos parecía un joven más: llevaba el compás de la música, cantaba, aplaudía, saludaba, levantaba las manos, se conmovía...

Asistieron al acto cerca de treinta cardenales, más de cien arzobispos y obispos, y un grupo de cuarenta sacerdotes ortodoxos serbios. La vigilia comenzó con el canto del himno de esta XV Jornada mundial de la juventud, «El Emmanuel», interpretado por el coro «Hope Music», el coro del Foro y el coro y la orquesta de la diócesis de Roma, dirigidos por mons. Marco Frisina. Siguieron varias aclamaciones a Cristo en diferentes lenguas. Luego se hizo memoria de la Madre de Dios y de los Apóstoles, y se llevó la imagen de la Virgen, «Salus populi romani», que se colocó en un panel de terciopelo rojo, mientras un coro polifónico multiétnico «Millennium Choro», compuesto por doscientas personas, cantó el Magníficat. . El coro de estudiantes de la facultad teológica ortodoxa de la universidad de Bucarest cantó el «Axion», himno bizantino. Se llevó en procesión el libro de los Evangelios y se proclamó un pasaje de san Marcos, tomado del capítulo 8, versículos 27-29, mientras en el «muro de la historia» se iban reflejando las imágenes de los Apóstoles, realizadas en 1293 por Pietro Cavallini en el fresco «El juicio universal», que se conserva en la basílica romana de Santa Cecilia. Después se invocó a los mártires romanos y a los de todos los continentes, mientras algunos jóvenes de países azotados por la guerra recorrían el sendero que llevaba a la cruz y se sentaban en torno a ella.

Varios jóvenes presentaron sus testimonios de reconciliación, justicia, libertad y santidad: un muchacho angoleño que ha perdonado a los que asesinaron a su hermano y al que el Papa abrazó con gran afecto, mientras en el muro de la historia aparecía en diversas lenguas la palabra «perdón»; una joven rumana greco-católica que narró su experiencia de no poder manifestar su fe, mientras se proyectaba en el muro la palabra «libertad» y el grupo «Aeros» ejecutaba una danza alusiva; una muchacha italiana que contó su correspondencia epistolar con condenados a muerte; un joven romano que habló de la santidad como aspiración concreta de vida.

Diez muchachos con antorchas encendidas e incienso acompañaron al palco a un joven, que leyó el pasaje evangélico tomado del capítulo 16 de san Mateo, versículos 13-17. Hubo también abrazos espontáneos al Papa, como el de una muchacha que subió corriendo las escaleras y se arrojó emocionada en brazos del Santo Padre o el del joven argentino de quince años que salió de detrás del palco sorprendiendo a todos, llegó hasta los pies del Vicario de Cristo, lo abrazó, le habló al oído y volviéndose señalaba a la multitud de sus coetáneos: permaneció varios segundos abrazando a Su Santidad.

Juan Pablo II pronunció la homilía que publicamos en la página 6. Se vio interrumpido frecuentemente con aplausos y aclamaciones por parte de los jóvenes. El Obispo de Roma sonreía complacido y en un momento hasta los animó a esta especie de diálogo, diciéndoles: «Era necesaria vuestra iniciativa, porque he hablado mucho»... «El laboratorio no se ha cerrado todavía. Hay que continuar». Más adelante les dijo: «Os aseguró que no falta mucho. Nos acercamos al final». «Ya es cerca de la media noche», dijo al concluir su discursó.

El Papa entregó el libro de los Evangelios a cinco jóvenes de los diversos continentes (América estuvo representada por el mexicano José Luis Meléndez Coria). Otros cinco jóvenes (por América, la colombiana Claudia Beatriz Ontibon Echeverri) se acercaron al Sucesor de Pedro con lámparas en las manos; él se las encendió e inmediatamente se llenó de lucecitas toda la inmensa explanada. Su Santidad invitó a todos a renovar las promesas bautismales.

Juan Pablo II, que estaba muy contento y emocionado, concluyó saludando a todos, en especial a los que estaban tan lejos que no podían ver nada de lo que ocurría, a no ser por las pantallas de televisión, pero lo oían. Un espectáculo de fuegos artificiales puso fin a la vigilia.

Tanto la celebración de este acto como la misa de clausura de la Jornada, ambas presididas por el Santo Padre, fueron transmitidas en directo por Radio Vaticano con la colaboración de otras emisoras, en 17 lenguas, que podían escuchar también en toda aquella zona la inmensa multitud de jóvenes: japonés, rumano, checo, croata, polaco, ruso, esloveno ucraniano, portugués, español, inglés, alemán, chino, francés, italiano, árabe y eslovaco. También las transmitieron por mundovisión numerosas cadenas de televisión.

Hubo sacerdotes confesando durante toda la noche y continuaron durante la mañana.

 

La misa conclusiva

El domingo 20 de agosto, el Romano Pontífice llegó en helicóptero a las ocho de la mañana al campus universitario de Tor Vergata. Lo acogieron los cardenales Camillo Ruin¡ y James Francis Stafford; mons. Giuseppe Matarrese; el presidente de la República italiana Carlo Azeglio Ciampi, con su esposa; el presidente del Senado, Nicola Mancino, con su esposa; el presidente de la Cámara de diputados, Luciano Violante; el presidente del Gobierno, Giuliano Amato, con su esposa; el alcalde de Roma; y el rector de la universidad de Tor Vergata. Tras unos minutos de saludo a las autoridades, el coche panorámico del Papa realizó el recorrido por los diversos sectores. Ante la alegría del encuentro. desapareció el cansancio de los jóvenes. El gentío era tan grande, que incluso desde el elevado palco en que se iba a celebrar la misa era imposible seguir el recorrido del coche panorámico: solamente se podía intuir siguiendo el ondear de las banderas.

Entretanto, comenzó la procesión de entrada de los concelebrantes: treinta y cuatro cardenales (entre los que estaban los cardenales Bernardin Gantin, decano del Colegio Cardenalicio, y Roger Etchegaray, presidente del Comité para el gran jubileo) y más de seiscientos arzobispos y obispos (entre los que se hallaban los arzobispos Giovanni Battista Re, sustituto de la Secretaría de Estado; Crescenz¡o Sepe, secretario del Comité para el gran jubileo; Cesare Nosiglia, vicegerente de Roma y presidente del comité italiano para la XV Jornada mundial de la juventud; ,y el obispo Stanislaw Rylko, secretario del Consejo pontificio para los laicos). Los sacerdotes concelebrantes, que distribuirían luego la comunión, fueron más de seis mil; sólo un centenar de ellos pudieron situarse en el palco.

Cuando el Papa se estaba acercando al altar, el coro, dirigido por mons. Frisina, cantó en italiano, español, inglés y francés el «Heme aquí».

Al comienzo de la celebración, el cardenal Ruin¡ dirigió al Santo Padre unas palabras de saludo. Cuatro jóvenes depositaron al pie de la cruz sendas piedras, representando los cuatro puntos cardinales; las habían recogido en sus lugares de origen, los más alejados de Roma: Chile, islas Samoa, Canadá e islas Kiribati; los jóvenes fueron acompañados al altar por veinticuatro coetáneos con palmas en las manos.

La primera lectura de la misa se hizo en inglés; la segunda, la proclamó en español Mario Sorribas Fierro; el salmo responsorial se cantó en italiano. Antes del Evangelio, cuatro muchachos hicieron sonar las caracolas, según una tradición de las islas Samoa. La procesión con el Evangeliario fue muy significativa: cuatro muchachos asiáticos, procedentes de Nepal, Vietnam, Pakistán y Taiwan, llevaron incienso, y otros doce -entre ellos un cubano-, llevaron fuego, flores y aromas. El pasaje del evangelio estaba tomado del capítulo 6 de san, Juan, versículos 44-60 y 67-79. Juan Pablo II pronunció la homilía que ofrecemos en la página 7 y que concluyó cantando en polaco un himno en el que se da gracias a Dios por el don de Jesús, de la Eucaristía y de la Iglesia, emocionando a los muchachos. La oración de los fieles se hizo en francés, árabe, polaco, suahili y coreano.

Mientras catorce muchachos, de diversos países de todos los continentes, llevaban los dones al altar, un grupo de africanos rindieron homenaje con música y danza al pan y al vino que se iban a convertir en el Cuerpo y Sangre de Cristo: su ritmo y movimiento impulsaron a toda la asamblea a hacer un profundo acto de acción de gracias al Señor.

Un joven sacerdote nigeriano se conmovió tanto, que no pudo cantar la melodía; luego comentó: «¡Cómo no dar gracias al Papa y a la Iglesia que nos permiten estar presentes y dar a conocer nuestra historia de fe y nuestra cultura! Los poderosos del mundo nos ignoran y explotan. El Papa nos permite acompañar al altar la ofrenda de los dones. El criterio de la Iglesia no es el del mundo. Para la Iglesia cuentan los corazones; para el mundo el dinero. Nosotros tenemos un corazón grande, pero los bolsillos vacíos».

Fue emocionante el momento del paternóster, en el que los jóvenes se unieron para rezarlo juntos en latín.

La comunión la distribuyeron los sacerdotes y cuatro mil ministros extraordinarios de la Eucaristía, mientras el coro entonaba cantos eucarísticos.

Cinco jóvenes delegados del Foro internacional de la juventud, celebrado del 12 al 15 de agosto por iniciativa del Consejo pontificio para los laicos, presentaron a Juan Pablo II el mensaje que publicamos en nuestro número anterior (página 6). Por su parte, el cardenal Stafford dirigió al Romano Pontífice unas palabras de agradecimiento.

Al final de la misa, antes del rezo del Ángelus, el Santo Padre anunció que la XVII Jornada mundial de la juventud se celebrará en Toronto (Canadá) en el verano de 2002, ya que la próxima, la XVI, se celebrará el domingo de Ramos en las Iglesias locales. En la página 6 ofrecemos las palabras de la alocución, así como los saludos que dirigió a los jóvenes en varias lenguas.

Por último, Su Santidad saludó personalmente a una delegación de Toronto, encabezada por el arzobispo diocesano, cardenal Aloysius Matthew Ambrozic; y también al presidente de la República italiana y a su esposa.

Concluida la celebración, los más de dos millones de jóvenes regresaron ordenadamente a Roma, desde donde se marcharían a sus lugares de origen.