Las catequesis
Después de la grandiosa inauguración de la Jornada de la juventud, que hizo el Papa la tarde del 15 de agosto en la plaza de San Juan de Letrán y en la de San Pedro, en la que participaron más de un millón de jóvenes, los días siguientes durante la mañana, los muchachos y muchachas asistieron a catequesis en diferentes lugares (150 iglesias o santuarios, centros deportivos, plazas, etc.) según las lenguas -treinta y dos-; las predicaron cardenales y obispos procedentes de diversas naciones. El día 16 el tema fue: "El Emmanuel, Dios con nosotros"; se celebró la misa votiva de la Eucaristía. El día 17 tuvo por tema: "Cristo se entregó a sí mismo por nosotros"; y la misa votiva de la Exaltación de la Santa Cruz. El tema de la catequesis del día 18 fue: "Santos del nuevo milenio"; y la misa votiva del Espíritu Santo.
Las confesiones
Todos los jóvenes fueron invitados a realizar una peregrinación jubilar a la
tumba de San Pedro, como símbolo de un camino personal tras las huellas del
Redentor, de arrepentimiento y como preparación interior para recibir el don de
un corazón nuevo. Esta peregrinación jubilar se enmarcaba en la jornada
penitencial, que incluía: la celebración penitencial en el Circo Máximo,
la celebración eucarística en ese mismo lugar, la peregrinación a la basílica
de San Pedro, el ayuno y la comunión de bienes para un proyecto de
solidaridad.
Se escogió como lugar para el día penitencial el Circo Máximo, porque allí
murieron muchos mártires en los primeros siglos del cristianismo, y su memoria
era una invitación a participar en la eucaristía en un ambiente de sobriedad,
recogimiento y oración. En el centro se hallaba la cruz del Año santo. Cuando
iban llegando los diversos grupos, comunicaban a los voluntarios la nación de
origen y la lengua. Antes de comenzar la misa se rezaban las letanías de los
santos. En la oración de los fieles se oraba por la Iglesia, por las personas
en dificultad, por cuantos vivían esa jornada en torno a la cruz, por los que
sufren la pobreza y marginación, por todos los jóvenes del mundo, por los que
sufren, por los que han experimentado la trágica experiencia de la guerra y por
todos los pueblos del mundo. Los diáconos y los sacerdotes, unos trescientos,
se encargaban de distribuir la comunión. Terminada la celebración, dejaban
ordenadamente el lugar para dar paso a otros grupos.
Los jóvenes que lo deseaban, tenían a su disposición allí mismo sacerdotes
que confesaban en diferentes lenguas: dos mil sacerdotes se turnaban desde
las 7 de la mañana hasta las once de la noche. Llamó la atención la cantidad
de confesiones que hubo, no sólo en este lugar, sino también en todas las
iglesias de Roma: en la capilla de las confesiones que han preparado en la
basílica de San Pedro para este Año santo en el brazo de Carlo Magno había
confesores desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, salvo un
breve descanso a la hora de comer, sin contar los confesores habituales de la
basílica que se turnaban incluso durante las horas de la comida.
La peregrinación jubilar
Todos los jóvenes visitaron la tumba de San Pedro y entraron por la Puerta
santa de este templo. Para facilitar que todos pudieran pasar, la basílica se
abría a las 6.30 de la mañana y se cerraba a las once de la noche. El punto de
encuentro para comenzar la peregrinación era la plaza Cavour, desde donde partía
hacia la plaza de San Pedro, por la vía de la Conciliación. A través de los
altavoces se escuchaban reflexiones sobre las bienaventuranzas, alabanzas al Altísimo,
manifestaciones de fe y oraciones. En la basílica, a cualquier hora, se veían
jóvenes que rezaban en silencio de rodillas o sentados en el suelo.
El vía crucis
El viernes día 18 se tuvo el vía crucis. En varios momentos del día se
hicieron varios vía crucis en el Coliseo y en las parroquias, para evitar que
se aglomerase toda la gente en el oficial, que comenzó a las ocho y media de la
tarde en el Capitolio, prosiguió por la vía de los Foros Imperiales y se
concluyó a las once y media en el Coliseo, donde se proyectaba una imagen de
Cristo; participaron en él más de medio millón de jóvenes. Lo presidió el
cardenal Camillo Ruini, vicario del Papa para la diócesis de Roma. Lo
encabezaba la cruz del Año santo y seguían noventa jóvenes con cruces
blancas, simbolizando todos los lugares de martirio del mundo. Numerosos fueron
también los cardenales y obispos que asistieron mezclados entre los jóvenes de
las respectivas diócesis. En cada una de las estaciones se hacía una lectura bíblica,
una meditación y una plegaria-testimonio, que leyeron diferentes jóvenes:
un alemán, un salvadoreño, un italiano, un indonesio, un español, un
estadounidense, un palestino, un filipino, un ruandés, un francés, un
boliviano, un polaco, un guineano y un mozambiqueño. El acto se concluyó con
una plegaria del cardenal Ruini.
Por las tardes, se realizaban encuentros de oración y adoración eucarística,
testimonios, exposiciones, conciertos y obras de teatro.