Mensaje del VII Foro internacional de la juventud

 

Mientras celebramos la XV Jornada mundial de la juventud en el gran jubileo del año 2000, nosotros, los participantes en el VII Foro internacional de la juventud, representando las diversas culturas del mundo, queremos compartir los frutos de nuestras reflexiones. Hemos sentido el deseo de los jóvenes, al entrar en el tercer milenio, de afrontar activamente los retos existentes en nuestro corazón, en nuestros ambientes religiosos y sociales, en nuestros países y en todo el mundo.

El Santo Padre, que es la voz de la Iglesia, nos ha dicho: «Jóvenes de todos los continentes, no tengáis miedo de ser los santos del nuevo milenio».

Pero ¿qué significa la santidad para nosotros? Significa ser un signo de contradicción con respecto a los valores de la sociedad; significa perdonar y reconciliarnos; significa actuar en nuestra vida diaria renovados por el amor de Dios; significa llevar esperanza a aquellos que no tienen esperanza; significa vivir en Jesucristo, que nos ama con todas nuestras imperfecciones y cualidades; significa estar dispuestos a ir contra corriente y cargar con el peso de la cruz.

Llevando las dificultades y las exigencias que implica la cruz, debemos mantenernos comprometidos y coherentes en nuestra fe. Con el apoyo y acompañamiento de otros y de nuestras experiencias pasadas, tenemos la confianza y la seguridad de poder afrontar cualquier obstáculo. Pero en la lucha de la vida diaria el camino no es siempre fácil; nunca se nos ha prometido que lo será. Caminando en valles espirituales, debemos mantener nuestra mirada y confianza en Dios, siguiendo el ejemplo de María, nuestra Madre.

La fe no es un acto de nuestra propia voluntad; es el don de la acción de Dios en nuestra vida, un don que crece con el compartir. La transmisión de nuestra fe a otros despierta el potencial de amar como Cristo nos ama, porque «la Palabra se hizo carne y vino a habitar entre nosotros», para que nosotros podamos habitar en él. Cristo, que vive en nosotros, es la fuerza que nos permite ser testimonio viviente para todos los afligidos por los males de la sociedad en que vivimos. El centro de una vida en Cristo es el llamado a la unidad e igualdad en el mundo, lleno de múltiples culturas y necesitado de renovación.

Las diferentes expresiones de una misma fe, de acuerdo con las diversas culturas, son para nosotros una motivación para asumir nuestra responsabilidad y ser activos en nuestras Iglesias locales. Entonces, comprometámonos a hacer que sean Iglesias más vivas, llenas de gente joven y más adaptable a la situación local. Debemos participar activamente en las discusiones acerca del protagonismo del joven en la Iglesia y de la Iglesia en el mundo. Deseamos aceptar y respetar a todos en nuestras diferentes creencias para construir un mundo de paz.

Esperamos que estas reflexiones sirvan como referencia para superar nuestros retos. Pero la única respuesta y verdad es Jesucristo... Jesucristo ayer, hoy y siempre.