La fe en Cristo constituye el centro de la jornada

Reflexiones del cardenal Ruin¡ sobre los participantes en la Jornada mundial de la juventud

Cardenal Camillo RUINI
Vicario general del Papa
para la diócesis de Roma y
presidente de la Conferencia episcopal italiana

 

También en esta edición de la Jornada mundial de la juventud se está repitiendo la sorpresa que caracteriza su desarrollo desde hace ya quince años. Cientos de miles de jóvenes de todas las partes de la tierra se han puesto en camino, esta vez para venir a Roma a celebrar su jubileo.

¿Quiénes son estos jóvenes, que vienen a la Jornada mundial de la juventud?

Son jóvenes peregrinos y, por tanto, están espiritualmente en camino para buscar respuestas verdaderas y sinceras a sus interrogantes sobre la vida, sobre la fe en Dios y en Jesucristo, sobre el futuro, incluidos los grandes desafíos de nuestro tiempo, en los que están comprometidos en sus respectivos países y en el mundo.

Son jóvenes que sienten un fuerte deseo de construir un futuro para si mismos y para la humanidad entera, impulsados por la confianza en la fuerza del amor, de la libertad y de la justicia.

Son jóvenes modernos, como tantos coetáneos suyos, con los que comparten anhelos, expectativas y problemas, pero que saben encontrar en Cristo y en la Iglesia una plataforma para afrontar las situaciones de la vida con la valentía y la determinación necesarias.

¿Qué es lo que los ha impulsado a venir en tan gran número a la Jornada mundial de la juventud?

Ciertamente, el llamamiento del Papa, su testimonio personal, su carisma único de santidad, de amistad y de comprensión profunda, que siente hacia todos los jóvenes. Pero, también a través del Papa, resplandece la fascinación fuerte, discreta pero decisiva, de la verdad de Cristo y de su Evangelio. A pesar de las dificultades que encuentran para acoger en su totalidad el Evangelio, incluidas sus consecuencias morales, perciben que en él se encuentra la verdad sobre la vida, sobre el amor, sobre la libertad y sobre el futuro. Hay una profunda sintonía y un entendimiento real entre las expectativas de los jóvenes y el Evangelio, porque sólo en Jesucristo el joven halla las respuestas auténticas que busca sobre sí mismo y sobre cuanto le interesa saber.

En esta realidad el Papa se apoya para dirigir a todos los jóvenes la invitación a participar en la Jornada mundial de la juventud y por eso la respuesta es siempre tan amplia y entusiasta.

Además, esta XV Jornada, al estar situada dentro del gran jubileo, asume un significado aún más profundo desde la perspectiva de la fe y de la consigna que el Santo Padre va a dar a los jóvenes, pidiéndoles que sean a su vez testigos y misioneros de la fe en el tiempo que se abre ante nosotros.

Así pues, la fe en Cristo, único Salvador del mundo, y su testimonio vivo constituyen el centro de la Jornada mundial de la juventud. Esta fe en Cristo es, al mismo tiempo, fe y confianza en Dios, creador del universo y amigo del hombre, que a través de Jesucristo nos da a conocer su rostro, su misterio de amor y de misericordia.

Otro aspecto decisivo y específico de esta Jornada mundial de la juventud que los jóvenes experimentarán con particular eficacia está vinculado a los lugares donde se desarrolla: Italia y Roma.

La ciudad eterna, sede de esta Jornada del año 2000, representa la meta que todos los jóvenes han estado anhelando desde hace mucho tiempo, a lo largo de estos años de preparación del evento. Es la ciudad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, de los mártires de la fe, la ciudad donde tiene su sede el Sucesor de Pedro, el cual ha acogido a los jóvenes en su «casa» y en su diócesis. La universalidad de la Iglesia, que se manifiesta también mediante la presencia de los jóvenes procedentes de todo el mundo, guarda una relación particular con esta ciudad, designada por la Providencia como centro vivo de la fe cristiana ya desde los primeros tiempos y sede del Sucesor de Pedro: en efecto, la comunidad cristiana de Roma preside en la caridad a toda la Iglesia, como ya escribía san Ignacio de Antioquía cien años después del nacimiento de Cristo.

Es una experiencia única e irrepetible la que Roma puede ofrecer a los jóvenes, con su historia; con sus recuerdos, aún vivos, con sus parroquias, que los acogen, con su fascinación profunda, que exalta su significado y su misión de fraternidad universal entre los pueblos.

La comunidad cristiana de Roma, sus parroquias, sus sacerdotes, sus religiosos y religiosas, sus familias y sus fieles, que en estos meses se han preparado para el acontecimiento, sabrán ofrecer a los jóvenes no sólo los servicios necesarios para su permanencia, sino también la tradicional disponibilidad y acogida, llena de humanidad y cordialidad, serena y paciente, característica de esta ciudad.

Espero que muchos romanos, no sólo jóvenes sino también adultos y ancianos, se unan a los jóvenes peregrinos, se encuentren con ellos, hablen con ellos y participen juntos en los eventos más significativos: la tarde del 15 de agosto, en San Juan de Letrán; el vía crucis, el viernes 18 por la tarde, y sobre todo el domingo 20 en la misa de clausura en Tor Vergata. Así los jóvenes podrán sentir en torno a sí el abrazo amigo y gozoso de toda la ciudad.

La Jornada mundial de la juventud sitúa a los jóvenes ante sí mismos, ante su responsabilidad con respecto a la fe y a la vida cristiana, a los compromisos que derivan de ella para un testimonio vivo de Cristo y de su Evangelio, pero también los sitúa ante la sociedad y ante la humanidad entera, para que los adultos y cuantos trabajan por un futuro en el campo de la educación y de la cultura, de la economía y del trabajo, de la política y de las comunicaciones sociales, no ignoren las expectativas y las exigencias concretas de estos jóvenes del mundo, que representan las energías más sanas, limpias y positivas con las que la humanidad puede contar para afrontar, con espíritu de fraternidad, los grandes problemas que la afligen.

Los jóvenes de la Jornada mundial de la juventud son una reserva de fe y de amor, de paz, de justicia y de libertad para todos.