DISCURSO Al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, que fue a felicitar al Papa por su 80° cumpleaños

Es necesario acoger, respetar y proteger el don de la vida ante tantas amenazas

La mañana del viernes 19 de mayo, el Papa Juan Pablo II recibió en audiencia, en la sala del Consistorio del palacio apostólico, a los embajadores acreditados ante la Santa Sede, que acudieron al Vaticano para felicitarlo por su 80° cumpleaños. Los países que mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede son 171, a los que se suman las representaciones de Rusia, Suiza y la Organización para la Liberación de Palestina. El Santo Padre les agradeció su felicitación con las palabras que ofrecemos a continuación.

 

1. Con emoción y gratitud me dirijo a vosotros, jefes de las misiones diplomáticas acreditadas ante la Santa Sede, que habéis venido aquí para expresarme vuestras felicitaciones con ocasión de mi 80° cumpleaños.

El profesor Giovanni Galassi, vuestro decano, se ha hecho vuestro intérprete con una gran delicadeza, que me ha conmovido profundamente. Le agradezco los sentimientos que ha manifestado; los acojo complacido, elevándolos a Dios, Autor supremo de la vida y de todo bien.

Al saludaros a vosotros, señoras y señores embajadores, saludo también a vuestras familias y a vuestros colaboradores, así como a las autoridades y a las poblaciones de vuestros países. Sabéis que ocupan un lugar particular en el corazón del Papa, y esto gracias a los contactos personales intensos y constantes entablados a lo largo de los años a través de las audiencias privadas, los encuentros comunes y mis numerosos viajes apostólicos.

Habéis venido aquí para dar gracias a Dios conmigo por el don que me ha concedido de una larga vida, y también para confirmar, una vez más, las expectativas de paz, de valores que dan un sentido a la vida del hombre, y de compromiso del Obispo de Roma en la promoción y la defensa de la dignidad de toda persona y de todo pueblo.

Vuestra cercanía espiritual es muy valiosa para mí, y me permite asociaros a la plegaria que elevo con el salmista, que exclamaba con fervor: «¡Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío!, ¡cuántos designios en favor nuestro! Nadie hay comparable a ti. Yo quisiera anunciarlos, pregonarlos, mas su número excede toda cuenta» (Sal 39, 6).

2. ¡El don de la vida! Sí, la vida es un don que brota de un acto de amor. Por tanto, con amor es necesario acogerla, respetarla, cultivarla y promoverla de todos los modos posibles, y defenderla cuando esté amenazada. Mis 80 años han transcurrido en un siglo que ha conocido atentados contra la vida que nunca antes se habían visto, pero, al mismo tiempo, testimonios sublimes en su favor. Durante mi pontificado, animado por las palabras del apóstol san Pablo a Timoteo, «insiste a tiempo y a destiempo» (2 Tm 4, 2), me he apoyado frecuentemente en vuestra generosa colaboración para enviar a los jefes de Estado de todo el mundo mis llamamientos en favor del respeto y la promoción de la vida en sus diversos momentos y en sus múltiples exigencias.

Las expectativas de las que sois embajadores son para mí un acicate en el cumplimiento diario de mi ministerio en la cátedra de Pedro. Después de veinte siglos de historia, la Iglesia, «columna y fundamento de la verdad» (1 Tm 3, 15), se siente llamada más que nunca a acoger el designio de Dios sobre la humanidad, a escuchar la voz que se eleva de las diversas sociedades, culturas y civilizaciones de todo el mundo, y a percibir sus exigencias más profundas para ponerse a su servicio.

Señoras y señores embajadores, os renuevo mi agradecimiento cordial por este gesto solemne con el que habéis querido honrarme en una circunstancia personal de mi vida.

Os ruego que transmitáis mi gratitud deferente a las autoridades que representáis y que, en gran número, me han enviado sus apreciadas expresiones de felicitación y reconocimiento.

Con estos sentimientos, invoco de buen grado sobre vosotros y vuestra misión la abundancia de las bendiciones de Dios todopoderoso.