La familia mercedaria, presencia liberadora y signo de fraternidad en medio de los surcos de este mundo

El 13 mayo, fiesta litúrgica de san Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced

P. Alejandro FERNÁNDEZ o. de m.

A pesar de la lejanía que coleccionan los siglos permanecen incólumes los ejemplos de fe, de caridad y de heroísmo de hombres como Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Juan de Mata y Pedro Nolasco, entre otros ¡Cuánto hablarían después de ellos los siglos venideros! El Evangelio se abre paso en múltiples gestos de entrega y llega con toda su fuerza renovadora a los más ocultos rincones donde el hombre sufre, desespera y muere.

La fiesta de San Pedro Nolasco, el día 13 de mayo, viene a ser una disculpa privilegiada para volver la mirada hacia atrás y descubrirla cargada de entrega, de heroísmo y de una fe inmensa en las manos, en los ojos y en los pies de un hombre sencillo, devoto de María, que vive y trabaja, todavía hoy, por la libertad de los cautivos cristianos, en varios millares de hombres y mujeres mercedarios que dan vida a la Orden de la Merced que él fundó por las veredas, lóbregas tantas veces, de nuestro mundo. Un latido de libertad se abre paso en medio de tantas esclavitudes, porque el hombre está llamado a ser libre y su vuelo no puede ser otro que el deseo más intenso, reconocido o no, de salir al encuentro de Cristo, el Redentor. Para ser libres os libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente por el yugo de la esclavitud (Ga 5, 1).

Echando un vistazo a la memoria

En el siglo XIII hay una pugna constante entre cristianos y árabes para empujar las fronteras de las tierras de España; en la batalla siempre pierden los mismos: los pobres. Cientos, miles de cautivos, en uno y otro bando, son arrebatados de sus familias, de sus tierras y condenados como botín de guerra a la mazmorra o a la servidumbre impuesta. Esta situación dramática se queda prendida en los ojos y en el corazón de Pedro Nolasco como un aguijón de dolor. En sus viajes por el sur de España y el norte de África, en su oficio de mercader, se queda impactado por el sufrimiento de tantos cristianos cautivos, desenraizados a la fuerza y a punto de renegar de su fe. Como cristiano fiel que es, tierno devoto de la Madre de Dios, no deja de inquietarse una y otra vez por la suerte de estos hermanos cautivos. La misericordia divina ¡mpacta en el corazón de Nolasco. La Madre de Dios, henchida de Merced, ronda las instancias más profundas de este joven cristiano mercader. El 2 de agosto de 1218 Pedro Nolasco, en su oración callada e incesante, descubre a María como ternura inmensa de Dios que se derrama en el dolor de los cautivos cristianos y quiere ser liberadora, mujer del Magníficat, en sus pobres manos de mercader que sólo saben comprar y vender. Ha nacido la nueva vocación de Nolasco, quiere nacer de nuevo para una empresa mejor: cambiará su condición de mercader de telas para ser mercader de hombres para la libertad. El Espíritu de Dios, que sopla donde quiere, ha puesto alas de libertad a la ilusión de este joven mercader. Desde este momento consagrará su vida a los cautivos, imagen del Cristo sufriente en la cruz de la cautividad. Y consagrará su obra a la Virgen Madre, Señora de la Merced, porque ella es la Redentora que te dice al oído del corazón: Haz lo que Él te diga.

Lo que en un principio parecía una obra personal, una iniciativa de locura, se va desvelando poco a poco como obra de Dios, como carisma del Espíritu, como compromiso de la Iglesia que quiere llegar a los más lejanos, a los más sufrientes, porque tiene entrañas de misericordia.

El obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, entusiasmado con la obra de Pedro Nolasco, la acoge como suya en la Iglesia y la bendice. El Papa Gregorio IX, en Perugia, confirma esta obra redentora, que brota de la Iglesia y quiere ser siempre de ella y para ella. Multitud de jóvenes de aquella ciudad y más allá de las fronteras del Reino de Aragón se acercan, animados por la fe, para sostener y empujar esta obra redentora que viene de Dios y lleva la firma inequívoca de la Madre de Dios de la Merced. Ha nacido una Orden religiosa que atravesará las veredas de los siglos dejando una estela inmensa de heroísmo y de generosidad en su entrega por los cautivos hasta -«dar la vida si fuera necesario»- como hacen profesión sus religiosos en su cuarto voto, a imitación de Cristo, el Redentor, que la dio por nosotros. Pedro Nolasco, no lo olvidemos, es un laico; un caballero de Dios al servicio de la fe de los cautivos; un hombre de fe, comprometido en la Iglesia, que quiere hacer efectivo su compromiso cristiano más allá de las palabras. La vocación laical en la Iglesia cobra fuerza especial en él, en un tiempo y en un ambiente en que los laicos actúan sobre todo en la retaguardia. Pedro Nolasco, con su obra redentora de liberación de cautivos, es uno de los laicos que se lanzan a la vanguardia de la fe, convencido de que su vocación tiene que atravesar los límites del conformismo y de la comodidad para llegar a la frontera, a la mazmorra, allí donde la fe está en peligro y necesita aliento y fortaleza, en esos lúgubres callejones donde se ansía la luz del Sol que nace de lo alto.

¿Ha sido abolida la esclavitud?

La doctrina social de la Iglesia ha sido, sin duda, inspiradora de las leyes más progresistas en defensa de la dignidad de la persona humana en el mundo entero. La abolición de la esclavitud en el siglo XIX, el Pacto internacional sobre los derechos civiles y políticos y el Pacto internacional sobre los derechos económicos, sociales y culturales de 1966, que aprueba la ONU, y la Declaración Universal de Derechos del hombre proclamados por la misma institución internacional en 1948, suponen un paso de gigante en la conquista de los derechos humanos y en la defensa de la libertad del hombre. La Merced lo celebra. Pero las leyes no siempre van acompañadas de las realidades deseadas. «Nuevas formas de esclavitud social, política o psicológica, que derivan en última instancia del pecado» (Constituciones, 16), surgen cada día y nos invitan a volver a la batalla evangélica de la liberación con nuevos bríos y fuerzas renovadas. La Merced se pone en camino y despliega sus mejores recursos liberadores atendiendo a la llamada del concilio Vaticano ll que urge el descubrimiento de nuestras raíces fundantes y el empeño misionero y liberador en fidelidad al carisma que el Espíritu regaló a su Iglesia en los comienzos del siglo XIII.

Esta urgencia liberadora se manifiesta en un nuevo impulso carismático, que hace surgir en el seno de la Iglesia y al calor de la devoción filial a la Madre de la Merced, nuevos institutos mercedarios que contribuyen a enriquecer, como un olivo frondoso que se abre en nuevos brotes de espiritualidad y compromiso redentor, la oferta liberadora mercedaria: hasta nuestros días han surgido hasta trece congregaciones religiosas femeninas, que tienen a María de la Merced como patrona e inspiradora de su consagración religiosa. Una inmensa familia de la Merced, apasionada por la Iglesia, en íntima comunión con nuestros pastores, y dispuesta a ser don liberador desde el Evangelio para los hombres y mujeres, cautivos tantas veces, del siglo XXI. La esclavitud ha sido abolida, pero persiste de mil maneras latente en las más tiernas ilusiones de los hombres y mujeres, que son imagen de Dios y aspiran a vivir en libertad. La familia mercedaria, extendida por multitud de países, quiere ser presencia liberadora y signo de fraternidad en medio de los surcos de este mundo.

Amasando el presente por un futuro en libertad

San Pedro Nolasco, casi 800 años después, tiende sus manos redentoras en el compromiso de sus hijos e hijas al servicio de los pobres en todos los continentes. Un extenso abanico de cautividades y necesidades se abre suplicante ante los hijos de la Merced como un aldabonazo en su conciencia de hombres y mujeres creyentes. Hacia esas playas dirige su barca la Familia de la Merced en nuestros días para llevar la buena nueva liberadora de Jesucristo, en este año, interpelados por la voz del Papa Juan Pablo II en el anuncio del Año jubilar del 2000 (cf. Tertio millennio adveniente, 12).

La presencia mercedaria se derrama, sin condiciones, en las cárceles, donde la fe peligra por los barrotes de la soledad y la marginación social que acarrea el error; en los refugiados, contados a miles en los diversos lugares de nuestro planeta, a los que se dirige la Merced como acogida y acompañamiento en su desesperación; en los drogadictos, cautivos de su propias decisiones y privados de su libertad interior para escoger un camino de realización personal en lugar de una dosis de muerte; en los niños de la calle de tantos países, a los que se ha arrebatado el futuro mientras deambulan por las calles de la opulencia en busca de unas migajas caídas de la mesa de los adultos, amenazados por la explotación y la prostitución; en los pobres del tercer mundo, privados de su libertad para ser ellos mismos, alejados de las posibilidades más elementales para vivir y crecer; en los suburbios de la marginación donde la libertad es un lujo que sólo está al alcance de la mano de unos pocos. Nuestra apuesta es la apuesta de la Iglesia, en la voz del Papa Juan Pablo II: «recordando a Jesús que vino a evangelizar a los pobres» (Mt 11, 5 y Lc 7, 22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial por los pobres y los marginados?» (ib., 51).

Es tiempo de júbilo, de liberación, de apuesta inequívoca por los pobres. La Merced se siente enviada por la Iglesia a los nuevos cautivos de nuestro tiempo. El Papa Juan Pablo II así se lo ha recordado a la Orden con motivo de la celebración de su último capítulo general, el día 25 de mayo de 1998: «Vuestro carisma os lleva a mirar solícitamente las diversas formas de esclavitud presentes en la vida actual del hombre con sus miserias morales y materiales. Ello exige de vosotros un compromiso cada vez más grande para el anuncio del Evangelio». A ellos, a los cautivos, se dirige la buena nueva jubilar de Jesucristo, el Redentor. María, la mujer fuerte, llena de Merced y de ternura, alienta nuestras mejores ilusiones. La Merced, religiosos, religiosas y laicos, está disponible para acudir solícita allí donde el hombre y la mujer padecen la cautividad de la desesperanza, la lejanía de Dios, la falta de horizontes transcendentes.

La misericordia más cercana, en la que Nolasco se siente arropado e impulsado, es la de María, la Madre de Dios y de la Iglesia, la mujer del Magníficat. Como Madre, al pie de la cruz, María sufre la cautividad de sus hijos, los acompaña a los pies de su cruz, que es la mazmorra, y les anuncia que el Señor derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes y a los hambrientos los colma de bienes. Por eso, desde el origen más remoto de la Orden, Nolasco pone en manos de María de la Merced o de la misericordia esta obra de redención. La Orden llevará su nombre: Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced para la redención de cautivos. El amor a la Virgen María será siempre una bandera izada en el corazón y en el anuncio mercedario de todos los tiempos. Una vez más nos ha recordado Juan Pablo II: «Vuestra Orden, desde sus orígenes, ha venerado a la Virgen María bajo la advocación de Madre de la Merced, y la ha elegido como modelo de su espiritualidad y de su acción apostólica. Experimentando su presencia continua e imitando su disponibilidad, los mercedarios han afrontado con valor y confianza los compromisos, a menudo pesados y difíciles, de la misión redentora» (25 de mayo de 1998).

Puesto que Dios es la buena noticia de liberación, queremos decirlo en voz alta en las estrechas callejuelas de la esclavitud. Para que en la oscuridad de la mazmorra del desamor los incontables esclavos de nuestros días puedan descubrir al Sol que nace de lo alto, Jesucristo, el Redentor, regalo del Padre para toda la humanidad.