Nota pastoral de la
Conferencia episcopal de Portugal sobre la beatificación de los
Pastorcitos de Fátima

 

La beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta Marto, que tendrá lugar el 13 de mayo de 2000 en Fátima, es para todos nosotros, obispos y demás fieles de la Iglesia que está en Portugal, motivo de gran alegría y alabanza a Dios.

Es un gran honor para todos los portugueses recibir una vez más en el santuario de Fátima al Papa Juan Pablo II.

Este acontecimiento enriquecerá nuestras celebraciones del jubileo del año 2000, que, como dice el Santo Padre Juan Pablo II, «quiere ser una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias sobre todo por el don de la encarnación del Hijo de Dios y de la redención realizada por él»1. Entre los motivos jubilares por los que la Iglesia da gracias a Dios, el Santo Padre incluye los «frutos de santidad producidos en la vida de tantos hombres y mujeres» (ib.), adultos y niños.

El reconocimiento de la santidad de los dos niños de Fátima debe impulsarnos a dar gloria a Dios y a vivir con más empeño la fe cristiana. Los dos pastorcitos enriquecen el tesoro espiritual de la Iglesia, del que todos nos beneficiamos.

Invitamos a todos los portugueses a considerar con interés la vida y el testimonio de los niños Francisco y Jacinta Marto. El camino que recorrieron, la fe que demostraron y el amor con que vivieron, sobre todo después de las apariciones, no pueden por menos de interpelarnos fuertemente. En tiempos de dificultad para la práctica de la fe, su vida testimonia el misterio y la fuerza que brota de él. Lo que en ellos y a través de ellos se manifiesta nos llena de admiración: la fuerza de Dios transforma la fragilidad humana y hace que se supere a sí misma.

En 1992, con ocasión del 75° aniversario de las apariciones de Fátima, escribimos una carta sobre «Fátima en la misión de la Iglesia» y escogimos a los Pastorcitos como signo2. En este momento queremos poner de relieve el significado de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta Marto.

La vida y la experiencia cristiana de los Pastorcitos

La Congregación para las causas de los santos resume así la biografía de los videntes de Fátima: «Los venerables siervos de Dios Francisco y Jacinta Marto nacieron en Aljustrel, aldea de la parroquia de Fátima, en la diócesis de Leiría-Fátima. Francisco nació el 11 de junio de 1908 y su hermana Jacinta el 11 de marzo de 1910. En su humilde familia aprendieron a conocer y alabar a Dios y a la Virgen María. En el año 1917, mientras apacentaban el rebaño, juntamente con su prima Lucía dos Santos, tuvieron la gracia singular de ver varias veces a la santísima Madre de Dios en la gruta de Iría. Desde entonces, los siervos de Dios no tuvieron más deseo que hacer en todo la voluntad de Dios y contribuir a la salvación de las almas y a la paz del mundo, por la oración y la penitencia. En poco tiempo alcanzaron una extraordinaria perfección cristiana. Francisco murió en el Señor el 4 de abril de 1919 y Jacinta el 20 de febrero de 1920»3.

La vidente Lucía dos Santos, en sus Memorias3, relata y testimonia cómo, después de las apariciones, sus primos Francisco y Jacinta se esforzaron por vivir según los dones que habían recibido de Dios. Su vida se centró, mucho más que antes, en Dios, de una forma extraordinaria. Desde entonces su primer objetivo fue amar a Dios y darle gracias en todo. Con ese fin, dedicaron mucho tiempo a la oración y aceptaron sacrificios y sufrimientos, que ofrecieron por los pecadores. La fuerza divina y su amor a Dios y a Nuestra Señora fueron tales que, incluso ante amenazas de muerte, demostraron una fortaleza extraordinaria y no dejaron de afirmar y defender las apariciones a las que habían asistido. Su amor a los pecadores, a los enfermos y a los pobres era constante y se expresaba en sus actitudes e iniciativas: oración, oferta de alimentos, visitas y palabras de consuelo e incluso consejos.

Impresiona el modo como los dos niños vivieron el dolor y la manera como afrontaron la muerte, que de antemano sabían que les llegaría pronto. Francisco se despidió de Lucía diciéndole: «¡Adiós, hasta el cielo!» (Memorias, p. 148). Y Jacinta, ya muy enferma, consoló a su madre con estas palabras: «No se aflija, madre mía: voy al cielo. Allí pediré mucho por usted» (ib., p. 46).

Lucía asegura que, junto a su prima, sentía «lo que de ordinario se siente junto a una persona santa que parece comunicar a Dios en todo». Luego añade: «Jacinta tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecía reflejar la presencia de Dios en todos sus actos, algo propio de personas de edad avanzada y de gran virtud» (ib., p. 183).

La vida de estos dos niños testimonia de forma convincente cómo la gracia divina puede transformar a las personas, incluso en la infancia, ejerciendo sobre ellas su influjo y comunicándoles la bondad. Lo que para el ser humano parece imposible, no lo es para Dios.

El mensajede las apariciones

Tanto en las apariciones del ángel como en las de la Virgen María, el mensaje y la experiencia de la presencia amorosa de Dios son inseparables. Los videntes son envueltos por la luz divina que les comunica aquella Señora. Ellos mismos se ven en Dios, como dijo Lucía cuando relató lo que aconteció el 13 de mayo: «Fue al pronunciar estas últimas palabras ("la gracia de Dios será vuestra fortaleza") cuando abrió por primera vez las manos, comunicándonos una luz tan intensa..., que nos hizo vernos a nosotros mismos en Dios» (ib., p. 158).

Esa luz divina imprimió en el corazón de los niños el mensaje que recibieron. Así lo entendió Francisco, quien, frente al interés de las personas, comentó a su prima: «Esta gente se pone así de contenta sólo porque les decimos que Nuestra Señora pidió rezar el rosario y aprender a leer. ¡Qué sería si supiera lo que ella nos mostró en Dios, en su Corazón inmaculado, con esa luz tan grande!» (ib., p. 127).

La experiencia divina que vivieron estos niños forma parte integrante del mensaje de las apariciones. El elemento central es una llamada al cambio de vida, a la conversión, siguiendo los caminos de Dios. En las palabras de María se manifestó el rostro misericordioso de Dios, que quiere la salvación de todos.

Dios encomienda a los niños una misión en favor de los hombres: interceder ante él por los pecadores e implorar la paz para el mundo. Lucía vive aún para dar a conocer a María y difundir la devoción a su Corazón inmaculado.

El mensaje incluye también el anuncio de la paz para el mundo. El ángel se llama «ángel de la paz» e invita a no tener miedo (cf. ib., p. 152). Nuestra Señora anuncia la posibilidad y los medios para obtener el bien de la paz para los hombres. Uno de esos medios, tal vez el más poderoso, es la oración, alimento indispensable de la vida cristiana.

La Iglesia no puede permanecer ajena a Fátima. Así lo declaró el Santo Padre, en su peregrinación al santuario en 1982: «El contenido de la llamada de Nuestra Señora de Fátima está tan profundamente arraigado en el Evangelio y en toda la tradición, que la Iglesia se siente comprometida con este mensaje»5.

El significado de la beatificación

La beatificación de estos dos niños implica una confirmación, por parte de la Iglesia, de la credibilidad de las apariciones de Fátima. Si, como dice Jesús, por sus frutos se conoce el árbol (cf. Mt 12, 33), la santidad de los Pastorcitos, reconocida y declarada por la Iglesia, atestigua que Dios intervino profundamente en su vida y ellos se comprometieron a vivir de forma más auténtica la fe cristiana.

Dado que se trata de niños, esta beatificación demuestra que también ellos pueden vivir heroicamente las virtudes cristianas y constituir un ejemplo para los miembros de la Iglesia. Además, pueden desempeñar tareas en la Iglesia. Lo afirma asimismo el Santo Padre: «Al igual que Jesús muestra en el evangelio una confianza particular en los niños, así María, la Madre de Jesús, ha dirigido siempre, en el curso de la historia, su atención maternal a los pequeños. Pensad en santa Bernardita de Lourdes, en los niños de La Salette y, ya en este siglo, en Lucía, Francisco y Jacinta de Fátima. (...) Es propiamente así: Jesús y su Madre eligen con frecuencia a los niños para confiarles tareas de gran importancia para la vida de la Iglesia y de la humanidad. (...) El Redentor de la humanidad comparte con ellos la solicitud por los demás»6.

Los fieles de hoy, tanto niños como jóvenes y adultos, pueden encontrar en Francisco y Jacinta Marto ejemplos admirables de vida de fe integral, responsable y heroica7, que los impulsarán a una vida cristiana mejor. Con la beatificación, la Iglesia «propone a la imitación, a la veneración y a la invocación de los fieles, a hombres y mujeres que se han distinguido por el brillo de la caridad y de otras virtudes evangélicas»8. Es el caso de Francisco y Jacinta. Estos niños han llegado a ser intercesores.

La capacidad y el poder de intercesión ante Dios son reconocidos por la Iglesia a los niños ya en vida. En efecto, escribe el Papa Juan Pablo II: «¡Qué fuerza tan grande tiene la oración de un niño! Llega a ser incluso un modelo para los adultos: rezar con confianza sencilla y total quiere decir rezar como los niños saben hacerlo (...). Queridos amigos pequeños -escribe el Papa a los niños-, deseo encomendar a vuestra oración los problemas de vuestra familia y de todas las familias del mundo»9. Si ese reconocimiento se hace a todos los niños en vida, ¡cuánto más podemos esperar de la intercesión de niños a los que la Iglesia declara santos!

Compromisos de este acontecimiento
para la
Iglesia en Portugal

La beatificación de los dos Pastorcitos de Fátima constituye, como ya hemos dicho, un don para la Iglesia, que es motivo de alabanza y acción de gracias. Sin embargo, este acontecimiento es un signo divino que implica compromisos para todo el pueblo de Dios, comenzando por nosotros, los obispos.

El primer compromiso es que, a semejanza de los videntes, reconozcamos y aceptemos las apariciones y el mensaje de la Virgen María en Fátima como un estímulo a vivir más intensamente la fe, la esperanza y la caridad cristianas, que se arraigan en nuestro bautismo.

El segundo compromiso es el reconocimiento de que los niños son un modelo para los jóvenes y los adultos. Dice el Santo Padre: «¿Acaso no pone Jesús al niño como modelo incluso para los adultos? En el niño hay algo que nunca puede faltar a quien quiere entrar en el reino de los cielos»10.

La misión de los Pastorcitos nos recuerda que también los niños tienen una tarea que desempeñar en la Iglesia y en la sociedad. Esto es mucho más importante en nuestros días, en que al niño se le valora más en la afectividad con que se le trata, en los cuidados y en las atenciones, en los derechos que se le reconocen y en las posibilidades educativas que se le ofrecen. «Además, se ha de reconocer -afirma el Santo Padre Juan Pablo II- que también en la edad de la infancia y de la niñez se abren valiosas posibilidades de acción tanto para la edificación de la Iglesia como para la humanización de la sociedad»11.

Esta beatificación recuerda a los miembros de la Iglesia que la santidad es vocación común a todos y rasgo característico del pueblo de Dios. Por eso, es importante acoger el impulso que este acontecimiento nos da, en el sentido de que cada uno debe comprometerse en la santificación de su propia vida, en la apertura y en la cooperación con el Espíritu Santo que actúa en todos los fieles.

El ejemplo de los nuevos beatos nos debe llevar a vivir el amor a la Iglesia y la solidaridad activa hacia todos los hombres. La comunión eclesial se debe manifestar constantemente en el sentido de unidad, de compartir, de participación en la vida y en la celebración comunitaria, en la colaboración con los demás, en la obediencia a los pastores y en el «sensus Ecclesiae». La caridad hacia los hombres impulsará a todos los fieles y a todas las comunidades cristianas a abrirse y a socorrer a los más necesitados.

Fátima y los Pastorcitos son portavoces de la invitación materna de María a la acogida, al amor gratuito, a la confianza, a la pureza de vida y de corazón, y a la entrega de sí mismos a Dios y a los demás, con una actitud de solidaridad y fe inquebrantable.

Esta beatificación nos recuerda también la vocación última de la Iglesia y la comunión de los santos. Y aviva en nosotros el deseo de prepararnos, durante la peregrinación temporal, para ese encuentro de vida sin ocaso.

Conclusión

Al final de esta nota, deseamos formular la invitación a participar en las celebraciones de la beatificación de los Pastorcitos, en Fátima, y en la pastoral de los más pequeños, que también están llamados a la santidad y al apostolado.

En cada comunidad los responsables de la pastoral deben emprender las iniciativas que crean oportunas para da a conocer a los nuevos beatos y promover la imitación de sus virtudes. La adoración y la contemplación deben figurar entre las actividades que es preciso promover, pues en ellas se distinguieron los dos Pastorcitos.

Admirando el testimonio de Francisco y Jacinta, comprometámonos a seguir a Cristo con mayor fidelidad.

A la «Señora del mensaje» que comunicó a los videntes de Fátima los mensajes divinos, encomendamos a todos los fieles, a los que dirigimos esta nota pastoral. Invocamos para todos la intercesión de María santísima y de los beatos Francisco y Jacinta Marto.

Lisboa, 25 de marzo de 2000

Los obispos de Portugal

 

 

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Notas

  1. Tertio millennio adveniente, 32.
  2. Conferencia episcopal portuguesa, Fátima en la misión de la Iglesia, carta pastoral en el 75° aniversario de las apariciones, Fátima, 30 de abril de 1992, n. 26.

  3. El decreto lleva la fecha del 28 de junio de 1999 y está firmado por el prefecto de la Congregación para las causas de los santos, mons. José Saraiva Martins.

  4. Cf. Memorias de Sor Lucía, Fátima, 1996. En adelante citaremos en el texto la obra con el nombre de Memorias, acompañada del número de la página.

  5. Homilía en Fátima, 13 de mayo de 1982, n. 10: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de mayo de 1982, p. 6.

  6. Carta del Papa Juan Pablo II a los niños en el Año de la familia, 13 de diciembre de 1994: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de diciembre de 1994, p. 6; cf. Christifideles laici, 47.

  7. Cf. Conferencia episcopal portuguesa, Fátima en la misión de la Iglesia, n. 10.

  8. Juan Pablo II, constitución apostólica Divinus perfectionis magister L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de julio de 1983, p. 9.

  9. Carta del Papa Juan Pablo II a los niños en el Año de la familia, p. 6.

  10. lb.; cf. Christifideles laici, 47.

  11. Christifideles laici, 47.