III Encuentro de Institutos superiores de estudios sobre el matrimonio y la familia y Centros de bioética

Recomendaciones finales del Encuentro, celebrado en Roma del 15 al 17 de febrero

 

Hace cinco años el Papa Juan Pablo II ofrecía al mundo la encíclica «Evangelium vitae», preparada en el contexto del Año internacional de la familia. En este trascendental documento, el Papa subraya el valor eximio de la vida y la importancia de la familia, «santuario de la vida». Anima, por ello, a todos los cristianos a anunciar al mundo, cada vez con mayor empeño, el «evangelio de la vida» (n. 6): su acogida y protección desde el momento de su concepción hasta la muerte natural.

El III Encuentro de Institutos superiores de estudios sobre el matrimonio y la familia y Centros de bioética, en este V aniversario, ha constituido la ocasión de profundizar en los aspectos fundativos primordiales que presenta la encíclica. Ha sido, además, la oportunidad privilegiada para un intercambio de opiniones y experiencias, contraste y comparación entre diferentes realidades estructurales, formativas y de investigación. En la actualidad las diversas problemáticas concernientes a la vida humana han adquirido una especial urgencia.

Al final de sus trabajos, los participantes en esta reunión han creído oportuno sintetizar algunas de las principales conclusiones de este III Encuentro. El I Encuentro tuvo lugar del 21 al 23 de noviembre de 1993 y el II, del 5 al 7 de octubre de 1995.

 

Los directores o delegados de los Institutos superiores de estudios sobre el matrimonio y la familia y Centros de bioética, convocados en Roma por el Consejo pontificio para la familia, con la colaboración del Consejo pontificio para la salud y la Academia pontificia para la vida, los días 15-17 de febrero de 2000, manifestamos las siguientes recomendaciones:

1. El nexo existente entre vida humana, matrimonio y familia ha sido abordado, desde una perspectiva pluridisciplinar, emergiendo la cuestión central del respeto por la vida y sus implicaciones antropológicas y éticas. El matrimonio y la familia es el lugar natural por excelencia donde la vida humana surge, se desarrolla, es acogida y por ello es lugar primario de personalización y socialización. Matrimonio, familia y ética de la vida humana se entrelazan en un íntimo nexo. Este vínculo interpela también de manera especial a la bioética.

2. Los rápidos cambios que afectan a la sociedad y a las costumbres preocupan tanto a nuestros institutos como a nuestros centros. Frecuentemente la persona humana no es considerada como sujeto, sino como simple objeto. Una antropología inadecuada tiende a disociar de forma dualística las necesidades corporales y las espirituales, como si entre ellas no hubiera una profunda unidad. De este modo no es rara una aproximación pragmatista, utilitarista, hedonista, facilitada por el relativismo y el subjetivismo, ante el respeto de la vida humana, el matrimonio y la familia. Se advierten, a menudo, las carencias de una antropología sin una base verdaderamente ontológica. Este planteamiento no se corresponde con las aspiraciones profundas al bien y a la verdad del ser humano, puestas de relieve por Juan Pablo II en las encíclicas Veritatis splendor (1993) y Fides et ratio (1998).

3. La vida humana surge y se desarrolla, según el proyecto del Creador, en el contexto de la familia fundada en el matrimonio. Desde perspectivas diferentes, nuestras instituciones reconocen en el matrimonio una estructura natural de donación interpersonar, orientada en sí misma a la transmisión de la vida humana, así como a su cuidado, amor y primera socialización. El matrimonio, por tanto, constituye un bien común primario de la humanidad. Las delicadas cuestiones bioéticas concernientes a la vida humana en el contexto del matrimonio y la familia se arraigan en la misma estructura, racional y social, de la persona humana. El diálogo antropológico y el esfuerzo por el consenso en la búsqueda racional de la verdad moral deben partir de la base del respeto a la vida humana, exigencia intrínseca del obrar humano, y del reconocimiento del matrimonio en cuanto institución natural. Para ello una excelente plataforma de diálogo, encuentro y consenso es una ética inspirada en una recta percepción del significado antropológico de la vida humana, sólido fundamento ontológico para el diálogo en torno a los derechos naturales.

4. La ausencia de una reflexión adecuada sobre los fundamentos conduce, a menudo, a abordar los problemas éticos concernientes a la vida humana y a la familia desde la perspectiva excesivamente consensualista sin referencia a la verdad. Así la verdad, el bien, la justicia, aparecen como una cuestión sólo opinable y de decisión individual, sujeta a negociación y a la opinión mayoritaria. La verdad moral, universal y accesible al hombre, no es reconocida como criterio estable y objetivo de los principios éticos fundamentales y de los juicios. El consenso degenera, en ocasiones, en la prepotencia de la decisión mayoritaria.

5. Dado el contexto pluralista de la sociedad contemporánea y la necesidad de esforzarse en una incidencia del pensamiento cristiano en el campo ético, jurídico y político, es necesario profundizar en el momento argumentativo de la problemática de la vida humana, el matrimonio y la familia. Conviene que el diálogo en esta materia con todos los hombres de buena voluntad se realice a partir de una antropología adecuada, capaz de percibir aquella «gramática» ética inscrita por el Creador en el corazón humano (Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas, 5 de octubre de 1995). Esa será la plataforma válida en la promoción y defensa de la dignidad de la vida humana y de los derechos naturales de toda persona humana desde el momento de su concepción hasta el de su muerte natural.

6. La antropología filosófica y teológica se encuentra, por tanto, en el mismo núcleo de nuestros programas formativos: la acentuación de la prioridad del ser sobre el pensamiento, la comprensión de la persona como sujeto subsistente en su dimensión espiritual y corporal, y la persona como fin del obrar y no medio de alcanzar otro fin (cf. Juan Pablo II, Carta a las familias Gratissimam sane, 2 de febrero de 1994, n. 12). La subjetividad del hombre no se limita a su conciencia y libertad, sino que abarca toda la persona en su unidad de cuerpo y espíritu.

Tanto los Institutos de estudios sobre el matrimonio y la familia como los Centros de bioética se benefician sumamente de una interrelación pluridisciplinar, orgánica y completa a los problemas éticos de la persona, el matrimonio y la familia, en la que se integran adecuadamente los conocimientos teológicos y filosóficos. Jesucristo, que «se manifestó a sí mismo y a su Padre con obras y palabras» (Dei Verbum, 17), es la clave última de interpretación de la realidad, que permite una comprensión unitaria de nuestras disciplinas. Solamente a la luz del misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre (cf. Gaudium et spes, 22). Una correcta integración de los aspectos teológicos, filosóficos y de las ciencias particulares rehuirá tanto un racionalismo excluyente del saber teológico como un ontologismo fideísta incapaz del respeto de la recta autonomía de los saberes humanos. Los Institutos para la familia y Centros de bioética recomendamos profundizar cada vez más en las ricas enseñanzas de los documentos del Magisterio de la Iglesia, especialmente la doctrina sobre la antropología de la persona, respeto a la dignidad de la vida, el matrimonio y la familia, y las correspondientes implicaciones éticas.

7. En el último cuarto de siglo, en algunos países de cultura occidental, el matrimonio y la familia, cuna de la vida humana, han sido objeto de una extraña convergencia ideológica en la transformación del derecho familiar. Los dos ejemplos más claros de esta transformación son las legislaciones abortistas y la liberalización de los motivos de divorcio. Las actuales políticas familiares han sido condicionadas por una serie de tendencias: la posición del feminismo más radical, el creciente dominio técnico de la fertilidad humana, la presencia de la mujer en el mundo del trabajo, las formas reivindicativas y organizadas de homosexualidad, el fenómeno de la familia monoparental elegida como tal, las «uniones de hecho», y el considerable descenso de la tasa de fecundidad de los países occidentales con el consiguiente envejecimiento de la población. El resultado de todo ello es la aparente paradoja de una especie de «neutralidad» de las leyes ante el matrimonio, junto a una peculiar evolución del derecho. Este ahora, condicionado por la política, ha modificado su objeto: no es ya la protección y promoción del matrimonio y de la familia, sino sólo y exclusivamente aspectos individuales de la persona. Este contexto social e ideológico retrae a los jóvenes de formar su propia familia, a pesar de que la consideran la principal institución social.

8. La ausencia de una antropología con adecuada base ontológica hace posible la promoción ideológica de una terminología ambigua y equívoca, que es después introducida en textos legislativos, con la consiguiente confusión semántica y desprecio de valores sociales. Por ejemplo, se habla de «modelos de familia», «pre-embrión», «proyecto reproductivo», «reducción embrionaria», «salud reproductiva», «suicidio asistido», «derechos procreativos», «vida indigna», «procreación asistida», «vida injusta» («Wrongful l¡fe»), «calidad de vida», «libertad sexual», y «muerte digna», de modo impropio e inadecuado para la ética, sobre la base de diversas connotaciones ideológicas implícitas. También es preciso tener en cuenta la grave omisión, o el empleo frecuentemente ambiguo o equívoco, de términos esenciales tales como «matrimonio» o «familia», incluso en documentos internacionales.

Recomendamos que se conceda una atención cuidadosa al aspecto semántico en este esfuerzo de presencia eficaz en los ámbitos de reflexión y decisión, tanto para evitar equívocos con respecto al significado de las expresiones empleadas, como para contrastar indebidas exclusiones, en textos nacionales e internacionales, de términos que designan realidades importantes, tales como, por ejemplo, «matrimonio», «amor conyugal» o «procreación», en decisiones de especial trascendencia social. Los Institutos de estudios sobre el matrimonio y la familia, y Centros de bioética pueden contribuir en gran medida a crear un ambiente sensible y favorable a la vida humana en aquellos ámbitos que tienen responsabilidades en las estructuras legales. Su aportación, en el ámbito que les es propio, en la articulación de los derechos fundamentales de la persona y la familia, tal como los presentó la Santa Sede en la Carta de derechos de la familia, resulta de excepcional valor.

9. La sexualidad tiende a presentarse como una simple opción práctica, más que como una dimensión del ser de la persona humana, con sus significados unitivo y procreativo (cf. Humanae vitae, 12). Su realización, en el obrar, más que como donación entre las personas, cuya expresión institucionalizada es el matrimonio, se concibe en términos de opción entre diversas posibilidades de conducta sexual. Esta concepción errada de la sexualidad y de la complementariedad hombre-mujer se manifiesta, muy a menudo, en propuestas educativas que se basan sólo en la información indiferenciada, y no en la formación de la persona para la virtud y la donación de sí misma. Es preciso tener en cuenta que la recta formación del deseo sexual comporta la unificación, en el niño, de pulsiones parciales, que permiten superar determinados estadios de evolución de la personalidad. La falta de atención, indiferencia o, incluso, fomento de pasiones desordenadas en dichos estadios tempranos de la evolución de la personalidad pueden estar en la base de posteriores problemas de identidad sexual. De aquí la importancia de una delicada atención a los aspectos educativos de la sexualidad, tanto en el ámbito privado como en el público.

La formación de la identidad sexual puede resultar gravemente comprometida por determinadas aplicaciones de una cierta actitud ideológica reivindicativa del género sexual («gender»), que, desconociendo la recíproca complementariedad, fruto de la sabiduría del Creador, entre hombre y mujer, ordenada a la mutua donación y a la procreación de los hijos, tiende a reducir, equivocadamente, el matrimonio a una forma más, entre otras, de conducta sexual. Según esto, el matrimonio no sería sino un modelo de comportamiento, aparecido en un momento de la historia, culturalmente condicionado, pero hoy ya en desuso por una «inevitable» evolución de las costumbres. Recomendamos, por tanto, que se conceda una atención especial a que la ética de la sexualidad suponga una reflexión profunda sobre la verdad de la persona humana, y sobre la condición del matrimonio de ser cuna de la vida y célula base de toda sociedad humana.

10. La reciente incorporación de la mujer a la vida social es uno de los eventos históricos de gran relevancia en la progresiva conciencia histórica de las repercusiones de la dignidad humana. La diversidad complementaria entre mujer y hombre es, sin ninguna duda, una riqueza de la humanidad. En este sentido, la aportación de la perspectiva femenina a la antropología, la bioética y las ciencias del matrimonio y la familia, no pueden sino redundar en beneficio del ser humano. Los esfuerzos por implicar cada vez más al hombre en concretizar a diferentes niveles (psicológico, social, moral, jurídico), su participación plena en la maternidad de la mujer, en el modo específicamente masculino de la paternidad, se inscriben en el proceso de promoción de la dignidad de la mujer. Paternidad y maternidad adquieren, pues, una mayor relevancia en la dinámica histórica de la conciencia del significado de la genitorialidad y de la «genealogía de la persona» (Juan Pablo II, Carta a las familias Gratissimam sane, 2 de febrero de 1994, n. 9), de modo que se vea en el hijo el fruto encarnado del amor humano, don de la acción creadora de Dios en íntima cooperación con ambos esposos.

11. Es preciso reafirmar que estamos en favor de la vida humana. La vida humana es un bien precioso que surge en el seno de una institución cuya vocación misma está orientada a la vida, el matrimonio, que se plenifica en la familia. Esa misma orientación a la vida está inscrita en la misma complementariedad recíproca sexual entre el hombre y la mujer, expresada en el lenguaje del cuerpo. Por ello, todo aquello que se opone a la vida humana, la destruye, la vulnera o la obstaculiza, es un mal. Nuestros estudios e investigaciones no pueden prescindir de ello. Desde la perspectiva de una sana antropología que tiene en cuenta las grandes capacidades y recursos de la persona humana, de su ingenio en la búsqueda de nuevas soluciones, de la bondad insondable que se manifiesta en el designio de Dios creador para con la vida humana, los problemas demográficos, relacionados con la paternidad-maternidad, son un estímulo a la reflexión y la investigación. La situación (emergente en los últimos años, aunque prevista ya por varios autores hace décadas) de descenso de la fertilidad en algunos países del Occidente desarrollado, no está al margen de la insensata actitud, por parte de algunas instituciones de estos países, respecto a la ausencia de verdaderas políticas familiares, dignas de ese nombre. Nuestras instituciones pueden y deben desempeñar un papel de orientación y promoción de los valores sociales de la vida humana, tanto respecto a instituciones oficiales, como entre los medios de comunicación (mediante iniciativas audaces y oportunas), en la coyuntura demográfica actual.

12. Constatamos que son cada vez más los matrimonios que descubren los métodos naturales de regulación de la fecundidad, tanto en el tercer mundo como en el Occidente desarrollado. Debemos, sin embargo, lamentar el ambiente, muy difundido, de mentalidad contraceptiva, especialmente allí donde los recursos no son escasos. La decisión ética de continencia periódica debe fundarse en un juicio moral sereno y objetivo, que parta de principios morales respetuosos con la verdad de la persona humana, el respeto a la dignidad de la mujer, la dignidad de la vida humana naciente, y los significados un¡tivo y procreativo de la sexualidad matrimonial. También en este sentido nuestras instituciones pueden contribuir a vencer el egoísmo y la falta de generosidad, presente, de manera más o menos inconsciente, bajo una psicología contraria a la vida, acrecentada por una «cultura de la muerte». Los recientes avances en los métodos naturales, que hacen de estos recursos realidades muy efectivas, así como la incidencia cada vez mayor en los medios educativos (facultades de medicina, enfermería, etc.) permiten entrever, a medio plazo, un esperanzador progreso en la cultura de la vida.

13. El íntimo nexo entre cuestiones bioéticas y ciencias del matrimonio y la familia, que viene manifestándose cada vez con mayor claridad durante estos Encuentros, nos insta a recomendar a nuestras instituciones un mayor conocimiento y relación mutuos. Resulta conveniente la presencia de los Institutos superiores y Centros en otros medios formativos (universidades, facultades, centros de estudios), así como en los medios de comunicación social, encaminada a incrementar la sensibilidad y la información (muy especialmente de los profesionales) sobre los problemas concernientes al estrecho vínculo vida-familia.

14. Compartimos una ética de la persona, donde es el más débil, el niño no nacido, el minusválido, el anciano, el enfermo terminal, quienes tienen preferencia. Lo hemos aprendido de Cristo, que ha revelado en su plenitud la dignidad de los pequeños, los excluidos por la sociedad y los que sufren. Finalmente, recomendamos a todos los Institutos de estudios sobre el matrimonio y la familia y Centros de bioética, tener en cuenta que la investigación sobre la vida humana no puede ser ajena a una perspectiva de solidaridad y comunión, ni disociarse de una visión coherente y unificada de la persona, el matrimonio y la familia.