WB01343_.gif (599 bytes)

   CAPÍTULO V

LA ORACIÓN CRISTIANA HOY

 

Carta pastoral de los obispos españoles de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria

CUARESMA-PASCUA DE RESURRECCIÓN DE 1999

(CONCLUSIÓN)

 

VI. El cuidado de la oración cristiana

 

En esta última parte de nuestra carta pastoral queremos plantearnos de manera más práctica y concreta qué podemos hacer para cuidar mejor la oración en nuestra vida personal, en el hogar y en la comunidad cristiana.

En la vida personal

La primera responsabilidad de todos es cuidar nuestra propia oración personal, sin limitarnos solamente a participar en las celebraciones litúrgicas o a rezar con otros de vez en cuando. Cada uno hemos de escuchar la invitación de Jesús: «Tú, cuando quieras orar, métete en tu cuarto... y ora a tu Padre que está en lo escondido» (Mt 6, 6).

Asegurar el recogimiento

Los hombres y mujeres de hoy hemos aprendido muchas cosas, pero, a veces, no sabemos llegar hasta nuestro interior. La vida moderna nos dispersa en mil ocupaciones, contactos e impresiones. Necesitamos de vez en cuando «encontrarnos con nosotros mismos». El recogimiento es un proceso que nos lleva de lo superficial a lo más profundo de nosotros, de la exterioridad hacia el interior, de la dispersión a la unificación. Así aconsejaba san Agustín: «No salgas de ti; en el hombre interior habita la verdad».

Recogimiento no quiere decir aislamiento o ensimismamiento. El creyente se recoge para «ponerse en presencia de Dios», para disponerse al encuentro con él. Las técnicas pueden servir (zen, yoga, meditación trascendental, actitud corporal) con tal de que no quedemos prisioneros de nuestros ejercicios. No hemos de dejarnos coger tampoco por el perfeccionismo. Lo importante es el anhelo de Dios, la apertura confiada a su amor.

Para orar es necesario «hacer silencio». Es una expresión que se emplea mucho entre quienes buscan cultivar la oración. ¿Qué significa? El silencio exige antes que nada acallar el ruido exterior, pero no basta. Exige también acallar mensajes, impresiones, imágenes, recuerdos que «ocupan» nuestro interior y no nos permiten centrar nuestro espíritu en Dios. Pero el «silencio cristiano» no consiste en quedarnos mudos. Es callarse ante Alguien. El silencio es una forma de escuchar a Dios, de abrirnos a la comunicación con él. Es acallar otras voces para prestar atención amorosa sólo a Dios.

Cada uno ha de seguir su propio camino. Cada uno sabe mejor que nadie lo que le ayuda a abrirse a Dios. En el fondo, se trata de escuchar esta invitación de san Buenaventura: «Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante dentro de ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto a Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve tras él. Di a Dios: Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro». Con este esfuerzo nos disponemos para el encuentro con Dios, pero sabiendo que, a través de todo esto, es Dios mismo el que nos está atrayendo y disponiendo con su gracia.

Frecuencia de la oración

«Orad constantemente» (1 Ts 5, 17). Éste es el deseo del verdadero creyente. ¿Cómo hacerlo realidad? Antes que nada, se trata de mantener una actitud permanente: aceptar a Dios como origen y destino último de mi persona; vivir teniendo como horizonte a Dios, nuestro Padre; mantener ante la vida una actitud de agradecimiento y confianza grande; no olvidar que él alienta mi vida desde su raíz; trabajar buscando en todo su voluntad y la venida de su reino. Sin embargo, si no queremos que esta disposición se disipe o atrofie, es necesario que nos tomemos tiempos concretos para rezar.

¿Con qué frecuencia? La respuesta no es difícil. Habrá que orar con tanta frecuencia como sea necesario para mantener esa actitud. Concretamente, es importante orar siguiendo el ritmo natural del día, pues cada jornada es como un resumen de nuestra vida. ¿Cómo recuperar de forma sencilla la oración de la mañana y de la noche?

Despertarse e iniciar una nueva jornada no es un acto trivial; se nos está regalando un nuevo día para vivir. Puede ser el momento de recogernos ante Dios para darle gracias por el nuevo día y para pedir su luz y su fuerza, sirviéndonos de alguna oración conocida. Quien no tiene tiempo ni condiciones para orar con calma puede elevar su corazón a Dios diciendo: «Tú me amas, Señor, y me acompañas de cerca también hoy». Puede ser suficiente. Lo importante es reavivar cada día nuestra fe.

La oración de la noche es diferente. Por lo general, las personas cuentan con más tiempo y posibilidades. Retirarse a descansar y entregarse al sueño puede convertirse en un acto de abandono confiado a Dios. Pedimos perdón y nos confiamos a su misericordia. El signo de la cruz o el rezo de una oración sencilla nos pueden ayudar. Si hay tiempo y sosiego, puede ser el momento del examen de conciencia, la lectura del Evangelio o la oración compartida.

Pero, tal vez, todo esto se puede hacer mejor el fin de semana, cuando nos sentimos liberados de ocupaciones y trabajos, y con más tiempo y calma. Hay una oración para los días de trabajo, y una oración para los días de descanso y fiesta. Estos momentos de oración, inscritos en el ritmo de la jornada diaria o del ciclo semanal, nos permiten vivir de forma más consciente como «hijos de Dios». Esta oración no es una obligación. Es una necesidad para quien vive con un Dios con el que se desea compartir la vida «como un amigo con su amigo» (san Ignacio de Loyola).

La oración litúrgica de las Horas, hecha con sosiego y en su hora oportuna, en comunidad o a solas, permite a las comunidades contemplativas, a los religiosos y religiosas, a presbíteros o laicos, orar los salmos y vivir con el corazón elevado al Señor.

Condiciones externas de la oración

Es importante contar con un lugar adecuado para recogerse y orar. No siempre es posible. Las parroquias y comunidades religiosas pueden hacer un mayor esfuerzo para que templos e iglesias permanezcan abiertos durante más tiempo, de modo que sea posible encontrar un lugar apropiado para la oración personal o de grupo. También en la propia casa es a veces posible reservar un rincón para la oración callada. Pero se puede rezar también en el coche, en el campo, esperando al autobús o mientras se camina para hacer ejercicio o dar un paseo.

Hay que buscar el momento oportuno. No es bueno decir: «Puedo orar en cualquier momento». Se necesita una cierta disciplina. Hay que concretar: ¿antes del desayuno?, ¿a media mañana?, ¿al concluir la jornada? Cada uno ha de ver cómo le va mejor.

Es conveniente encontrar la postura que más ayude al recogimiento. Aprender a mantener la espalda bien erguida y cuidar el ritmo de la respiración puede contribuir a encontrar sosiego y paz. Hay personas a las que les hace bien expresarse con gestos: cerrar los ojos, juntar las manos, elevar los brazos o dirigir la mirada hacia una imagen puede ayudar a orar.

Es conveniente contar con algunos materiales. Tener a mano la Biblia, los evangelios, los salmos, el libro de la liturgia de las Horas, algún pequeño libro de oración, el rosario. También puede ayudar una imagen bella o un pequeño cirio que se enciende como signo del deseo de Dios.

En el hogar

Hace dos años os hablábamos ya de la oración en familia (carta pastoral «Al servicio de una fe más viva», Cuaresma-Pascua de resurrección, 1997, n. 98). No nos parece superfluo recordar algo de lo que os decíamos entonces.

La oración de los padres

El primer paso lo tienen que dar los padres, aprendiendo a orar juntos. La dificultad mayor suele estar en que los esposos se sienten a veces condicionados por la falta de costumbre y por un cierto pudor inicial. Sin embargo, una oración sencilla hace bien a la pareja, estrecha sus lazos y es la base para suscitar la oración en el hogar. Esta oración será, muchas veces, de agradecimiento a Dios mientras se agradecen también el uno al otro. En ocasiones será una petición de perdón a Dios, preparada por el perdón mutuo del uno al otro. Con frecuencia será una súplica por los hijos y en nombre de los hijos. Pocos gestos puede haber más cristianos que esa oración de unos padres que rezan en nombre de sus hijos pequeños que no saben orar o en nombre de sus hijos mayores que no quieren hacerlo.

Enseñar a orar a los hijos

Para enseñar a orar, no basta decirle al hijo que rece antes de dormirse o preguntarle si se ha santiguado. Esto puede crear en él algunos hábitos mecánicos, pero la oración es una experiencia que ha de aprender en sus padres. Es necesario que el niño los vea rezar. Si los ve quedarse en silencio, cerrar los ojos, desgranar las cuentas del rosario o leer despacio el Evangelio, el niño capta la importancia de esos momentos, percibe la presencia de Dios como algo bueno, aprende un lenguaje religioso y unos signos que quedan grabados en su conciencia.

Es conveniente que el niño aprenda a hacer algún gesto (santiguarse), a repetir alguna fórmula sencilla, algún canto. El niño ora como ve orar. El silencio, la confianza en Dios, la alegría, la importancia del Evangelio, todo lo va aprendiendo orando junto a sus padres. Llegará un momento en que él mismo puede iniciar la oración, bendecir la mesa o leer el Evangelio con la mayor naturalidad. Se despierta así en él la sensibilidad religiosa. Nada puede suplir más tarde esa experiencia en el hogar.

Orar en familia

Los padres han de saber que la mejor manera de enseñar a rezar es rezar con ellos. Cada familia ha de encontrar su estilo concreto de orar. No es tan difícil estar junto a los hijos más pequeños, acompañándolos en su oración al acostarse. Muchas madres lo saben hacer con acierto, ayudándole al hijo a dar gracias a Dios o a invocarlo con confianza. Es muy positivo aprovechar los momentos importantes para el niño cuando ha disfrutado de una fiesta o ha recibido un regalo; cuando ha reñido con sus hermanos; cuando está enfermo y se siente mal.

Con los adolescentes y jóvenes se puede cuidar una breve oración diaria como la bendición de la mesa, pero es más importante preparar juntamente con ellos una oración sencilla en días señalados: cumpleaños de algún miembro de la familia, aniversario de boda de los padres, antes de salir de vacaciones, al comenzar el curso, en la Nochebuena, al final del año. Habríamos de pensar también en introducir nuevas costumbres religiosas en el hogar cristiano. Una, sencilla y significativa, podría consistir en reunirse todos en la sala antes de retirarse a descansar para rezar juntos el «Padre nuestro» y desearse un buen descanso.

El impulso de la oración en el hogar depende de la responsabilidad de los padres, pero también del apoyo que reciban de la comunidad parroquial. Os animamos a que sigáis fortaleciendo la pastoral familiar y el apoyo a los padres cristianos. Muchos de ellos necesitan orientación, sugerencias y materiales pedagógicos. No sería tan difícil en algunas parroquias que hubiera algún grupo de padres que se reunieran de vez en cuando para animarse en su fe y para apoyarse en su tarea de padres cristianos.

En la comunidad cristiana

De las primeras comunidades cristianas se nos dice que «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2, 42). Éste era el ideal al que aspiraban: vivir con un solo corazón y una sola alma. ¿Cómo promover hoy entre nosotros la oración comunitaria?

La oración comunitaria

Para que haya oración comunitaria no basta que coincidan varias personas a rezar. Es necesario que se constituya un sujeto común de una oración compartida por todos. Que, al invocar a Dios puedan decir en verdad «nosotros» sin que nadie quede aislado. El mismo hecho de congregarse, el compartir los mismos sentimientos de fraternidad y el modo de realizar la oración han de expresar este deseo de dejarse animar por el único y mismo Espíritu que habita en ellos (cf. Rm 8, 26). Ni qué decir tiene que nunca esta oración se ha de convertir en cenáculo cerrado. Sería una contradicción.

Las posibilidades de la oración comunitaria son muchas, pues no es necesario seguir una estructura ni unas fórmulas litúrgicas fijas. Se puede compartir el silencio ante Dios o escuchar juntos su palabra de múltiples formas. Se pueden utilizar oraciones preparadas o suscitar espontáneamente otras. Se puede recitar una oración todos juntos o alternarla en dos coros. Se pueden rezar salmos o cantar. Lo importante es que la oración esté al alcance de todos, que se evite el intimismo, que no se caiga en la rutina y que la oración nazca espontáneamente de la fe y de la vida del grupo. Esta oración no es sólo expresión de la comunidad, sino un medio precioso para robustecer la vida comunitaria en el seno de la parroquia.

Encuentros de oración

Las parroquias deberían convocar a sus fieles, no sólo para celebrar la misa u otros sacramentos, sino también para encuentros de oración no litúrgica. Es ahí donde no pocos cristianos pueden aprender prácticamente a orar, a escuchar la palabra de Dios o a descubrir caminos de interiorización. Estos encuentros pueden ser para colaboradores de la acción pastoral, para jóvenes, para padres o para personas de edad avanzada. Y pueden tener una estructura y unas características muy variadas.

Sin embargo, dentro de esa variedad y creatividad, sería conveniente que se inspiraran de alguna manera en la celebración litúrgica de la Iglesia y que fueran a veces como una prolongación o concreción de esa oración. En este sentido, pueden tener importancia particular los encuentros de oración en tiempos fuertes como en el Adviento y la Navidad, para alimentar la esperanza o el esfuerzo por la paz; en Cuaresma y Pascua, para suscitar la conversión y la renovación; en vísperas de Pentecostés, para acoger al Espíritu.

La oración de las Horas

La liturgia de las Horas no tiene por qué estar reservada sólo a las comunidades contemplativas, a los religiosos y clérigos. Esta oración litúrgica es la oración comunitaria por excelencia y puede ser también alimento del pueblo de Dios. Algunas parroquias han comenzado a promover la oración de Laudes o Vísperas, al menos en los tiempos fuertes o en algunas fiestas importantes. No podemos sino alabar la iniciativa y desear que se impulse con más decisión.

Las razones son varias. Por una parte, es una oración que ofrece una estructura litúrgica capaz de liberar de prácticas piadosas desviadas. Por otra, es una oración que permite la creatividad y la adaptación a la vida del grupo que se congrega a orar. Es, además, una oración que inicia a los salmos y educa en la actitud de alabanza y de acción de gracias tanto como en la súplica y la petición de perdón. Para no pocos creyentes puede ser fuente de espiritualidad y alimento para su compromiso cristiano o su entrega evangelizadora.

El culto de la Eucaristía

La reserva eucarística en el sagrario es un memorial que nos recuerda la Eucaristía celebrada anteriormente por la comunidad. Este pan eucarístico es como el eco de aquella celebración que hace llegar su fruto hasta nosotros y expresa de manera muy especial la presencia real de Cristo entre los suyos. También aquí se confirman las palabras del Resucitado: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Pero la presencia sacramental de Cristo no se ha de entender de manera estática, sino como un hecho salvífico, una «presencia ofrecida», un don del Padre que nos entrega a su Hijo como Salvador. Por eso mismo, esta presencia eucarística en el sagrario está pidiendo una acogida de su acción transformadora, una actitud de adoración y acción de gracias, un deseo profundo de comunión con Cristo.

Os invitamos a las comunidades parroquiales a promover y enriquecer este culto a la Eucaristía cuidando la visita al sagrario, la oración ante el Señor, la adoración de la Eucaristía, la bendición del Santísimo. Los fieles tienen derecho a conocer toda la hondura y riqueza de esta oración. En las Orientaciones del Ritual del culto a la Eucaristía podréis encontrar múltiples sugerencias para alimentar esta oración ante el santísimo Sacramento con cantos, oraciones, lectura de la palabra de Dios, breves exhortaciones o momentos oportunos de silencio (cf. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1974, n. 95).

Enseñar a orar

Queremos, finalmente, alentar vuestro esfuerzo pastoral para enseñar a orar. Es cierto que si la persona no se abre a Dios, ninguna pedagogía le podrá enseñar a rezar. Pero también es verdad que los creyentes necesitan directrices, orientación y apoyos externos que les ayuden a dar pasos.

La parroquia

En la parroquia es necesario cuidar antes que nada la educación litúrgica. Los creyentes no pueden participar de modo consciente y profundo en las celebraciones si desconocen el sentido de la liturgia, la estructura de la Eucaristía o el significado de los gestos. Esta labor pedagógica ha de ser permanente y no debe quedar en lo puramente exterior. Hay que educar en el sentido de Dios y de lo sagrado; introducir en el espíritu de la celebración; enseñar a participar de manera viva en la oración comunitaria; crear sentido de Iglesia.

Junto a esa educación litúrgica, las parroquias han de hacer un esfuerzo mayor por ayudar a los creyentes a desarrollar sus propias posibilidades de oración y de vida interior. He aquí algunas sugerencias para despertar la creatividad: acondicionar alguna capilla, oratorio o lugar apropiado para la oración personal o de los grupos más reducidos; poner a disposición de los fieles biblias, salmos, textos, libros y elementos diversos que les puedan ayudar a orar; convocar a encuentros de oración en tiempos oportunos; cuidar y alentar a los grupos que se reúnen a orar.

Pero, sobre todo, hemos de esforzarnos por iniciar a los niños y jóvenes a una verdadera oración. No debe haber ninguna catequesis en la que no se cuide de manera especial la oración personal y grupal del niño. No debe haber ningún proceso de educación en la fe y ninguna preparación a la confirmación en los que no se inicie al joven en la oración. La fe no se despierta sólo con la transmisión de una doctrina, la explicación de unos temas o el desarrollo de dinámicas de grupo o la invitación al compromiso cristiano. Es la oración y el encuentro con Dios lo que la suscita y robustece. Os animamos a que sigáis promoviendo convivencias, retiros, encuentros de oración y eucaristías para jóvenes. En nuestra pastoral juvenil habrá una laguna muy grave si no iniciamos a los jóvenes en el conocimiento y la participación en la Eucaristía, y en la experiencia de la oración personal.

Los grupos de oración

Están surgiendo entre nosotros múltiples grupos de oración, de características y sensibilidades diferentes, formados por personas que se sienten vinculadas no sólo por lazos de amistad o de compromiso pastoral, sino, sobre todo, por un mismo deseo de cuidar mejor su vida interior. Estos grupos son para no pocos una verdadera «escuela de oración», pues en ellos pueden aprender la escucha de la Palabra, el silencio interior o las diversas formas de oración. Más aún. Si actúan con sentido de pertenencia a la comunidad total y sin cerrarse sobre sí mismos, estos grupos pueden ser una especie de «fermento» para la renovación de la oración en la comunidad cristiana. Su aportación puede ser variada: invitar y acoger en el grupo a personas que buscan un encuentro más vivo con Dios; tomar parte y animar la oración de toda la comunidad parroquial; ofrecer su experiencia en forma de sugerencias y nuevas iniciativas.

Las comunidades contemplativas

Asistimos hoy a un hecho que, sin ser espectacular y masivo, resulta, sin embargo, significativo. Son bastantes los que se acercan a los monasterios y comunidades contemplativas. No les atrae sólo la curiosidad, sino el deseo de encontrar «algo» diferente que su corazón anhela. No son solamente cristianos convencidos; también se acercan gentes de fe débil y vacilante, y personas alejadas de la práctica religiosa. Creemos ver en ello un «deseo de Dios», a veces tímido y confuso, pero en el que no está ausente la acción del Espíritu.

Queremos que las comunidades contemplativas os preguntéis si no habéis de escuchar hoy esta llamada de Dios. Nadie como vosotros está en condiciones de ayudar a estas personas a recuperar el sentido de Dios y de su presencia, velada ciertamente por su misterio, pero captada por vosotros y vosotras de forma real y vivida. Acercaos con humildad a estos hermanos y decidles con vuestra vida: «Dios existe, yo lo he encontrado». Podéis ayudarles a que se despierte en ellos el hambre del Absoluto y el deseo de vida interior; podéis enseñarles a escuchar a ese Dios que ni pregunta ni responde con palabras humanas, pero que está en la existencia y habla calladamente a través de las cosas, los acontecimientos, las personas y la vida entera.

Junto a vosotros pueden aprender actitudes fundamentales para disponerse al encuentro con Dios: la necesidad radical de su gracia; la sencillez en el trato con él; la paciencia ante el ritmo misterioso de su acción; el arte de vivir en su presencia... Más en concreto, podéis enseñar la oración cristiana. El contacto con las religiones orientales y la difusión de métodos como el yoga o el zen han atraído a algunos a buscar nuevas experiencias de la trascendencia fuera del marco cristiano. En vuestras comunidades han de aprender la riqueza y los valores de la oración cristiana: el diálogo con un Dios personal; el encuentro con Dios Padre por medio de su Hijo y bajo la acción del Espíritu; la experiencia de un Dios trinitario; la escucha de la palabra de Dios en las Escrituras; la experiencia de la Eucaristía y del año litúrgico.

En este sentido no tenéis por qué renunciar a transmitir vuestra propia espiritualidad contemplativa: la búsqueda de Dios de san Agustín; la experiencia de la celebración litúrgica desde el espíritu de san Benito; la oración contemplativa de san Juan de la Cruz o santa Teresa de Jesús; el deseo de Dios de san Bernardo o la alabanza al Creador desde el corazón pobre, fraterno y evangélico de san Francisco de Asís. Esa aportación nos enriquece a todos.

Vuestro servicio se puede concretar de muchas formas. Podéis ofrecer a las personas o grupos espacios y tiempos para la búsqueda de Dios y para la oración reposada y silenciosa. Podéis ofrecerles la posibilidad de compartir vuestras celebraciones y vuestra oración. Poner a disposición de quienes se os acercan pequeñas ayudas (biblias, libros de oración, orientaciones para rezar los salmos...). Acoger y conversar con quienes buscan luz y orientación. Todo este servicio acercará mejor a Dios si lo hacéis desde vuestro propio ser contemplativo, sin perder la hondura de vuestra vida y sin caer en un estilo de actividades que no son propias de vuestro carisma.

La oración de los presbíteros

No queremos terminar esta carta sin hacer una llamada muy sentida a los presbíteros de nuestras comunidades. Una llamada que nos la hacemos a nosotros mismos antes que a nadie. No podremos ayudar a otros a avivar su oración si no reavivamos la nuestra. Obispos y presbíteros hemos de cuidar más y mejor nuestra oración personal: la oración de las Horas, la lectura personal de la Biblia, la meditación cristiana, la oración ante el Señor. Las comunidades cristianas tienen que intuir que vivimos desde Dios y para Dios, y que nuestra actividad pastoral se alimenta en la oración. La oración no es lo último que hemos de hacer, si es que todavía nos queda tiempo, sino lo primero.

La Cuaresma es tiempo de conversión. La Pascua, una llamada a «resucitar» a una vida nueva. Que sea entre nosotros un tiempo para convertirnos a Dios reavivando nuestra oración. Que la exhortación de san Pablo sea escuchada también hoy en nuestras comunidades e Iglesias diocesanas: «Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros» (1 Ts 5, 16-17).

17 de febrero de 1999

Los obispos de Pamplona-Tudela,
Bilbao, San Sebastián y Vitoria