Santidad, le deseamos muchos años más, porque lo necesitamos

Palabras de saludo del señor Giovanni Galassi, embajador de San Marino ante la Santa Sede y decano del Cuerpo diplomático

Como decano del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede tengo la grata misión de expresarle, en nombre de todos los embajadores aquí reunidos, nuestros más cordiales y sinceros deseos de feliz año.

Este año es muy particular, pues no sólo es el primero de un nuevo siglo; es, sobre todo, el año del gran jubileo, con el que la Iglesia invita a todos los cristianos a una purificación de la memoria individual y colectiva, a una reconciliación con Dios y con el prójimo, y a una solidaridad y una caridad fraternas. Con emoción lo vimos abrir la Puerta santa en la noche de Navidad: volvimos en espíritu al año 1978, cuando, por primera vez, hizo su apremiante exhortación: «¡No tengáis miedo; abrid, más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo!» y nos sentimos deudores frente a usted por lo que ha hecho durante todo su pontificado para abrir las puertas del corazón de todo hombre.

En el siglo que acaba de concluir la humanidad ha vivido la tragedia de dos guerras mundiales, el horror de los campos de exterminio, la intolerancia racial y religiosa, el genocidio de etnias enteras y la explotación sistemática de los más débiles, pero, al mismo tiempo, ha sido testigo de progresos científicos y tecnológicos increíbles, que aún prosiguen, y ha buscado con afán normas más eficaces de convivencia, especialmente mediante la Declaración universal de derechos del hombre, que lamentablemente todavía no es aplicada por todos, y la creación de un Tribunal penal internacional.

Su voz, Santidad, se ha elevado en repetidas ocasiones, sosteniendo que los derechos humanos son universales e indivisibles, y que se ha de promover el progreso integral de la humanidad en la solidaridad y en el respeto al medio ambiente. Han caído los muros de ideologías aberrantes, pero en la actual libertad reconquistada, y sin embargo aún desorientada, resulta cada vez más necesario un «corpus» de reglas y elementos para las opciones colectivas, que impida la construcción de un muro más solapado, pero igualmente dañoso: el egoísmo personal y el consumismo materialista, sostenido por intereses económicos muy fuertes y supranacionales, que ven en los derechos humanos una especie de turbulencia exógena que perjudica sus beneficios.

En este sentido se orientan sus frecuentes exhortaciones a considerar la dignidad de la persona, patrimonio moral de la humanidad, como fuente y fin de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.

Tampoco se deben desoír sus frecuentes invitaciones a la humanidad para que se interrogue sobre las razones profundas y sobre las finalidades reales de su existencia. En este contexto su Carta a los artistas recordó la aspiración del espíritu humano a contemplar el misterio a través de la belleza y a iluminar con ella su camino y su destino, abriéndose a lo eterno. Asimismo, su Carta a los ancianos, a los que definió custodios de la memoria colectiva, puso de relieve el sentido de la vida para lograr la «sabiduría del corazón» a través del conjunto de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia social.

Como Apóstol en medio de las naciones, Santidad, a costa de sufrimientos personales pero siempre sostenido por una gran fe, en el, año pasado usted siguió su itinerario por los caminos del mundo, testimoniando con su palabra y su presencia la doctrina del amor entre los hombres.

En México, depositando ante Nuestra Señora de Guadalupe la exhortación apostólica Ecclesia in America -una Iglesia en una sola América- denunció la explotación, la violencia, el narcotráfico, la corrupción, la discriminación racial, la destrucción del medio ambiente, el neoliberalismo económico aplicado sólo según los intereses de los poderosos, pero, al mismo tiempo, propuso con fuerza una globalización de la solidaridad como nuevo modelo de sociedad abierta a los derechos de los que son diferentes, de los más débiles y de los marginados.

En San Luis entusiasmó a miles de jóvenes, invitándolos a seguir las reglas de una vida más austera y moralmente responsable, que abandone para siempre la cultura de la muerte y de la violencia.

En Rumania su encuentro con la Iglesia greco-católica, que está volviendo a florecer, y con su eminencia el cardenal Todea, verdadero mártir de la persecución atea, suscitó una sincera emoción. Su peregrinación, la primera a un país de mayoría ortodoxa, despertó, por la fraterna acogida del patriarca Teoctist, enormes expectativas y confianza en el ecumenismo al que a menudo ha dedicado sus reflexiones, como en la encíclica Ut unum sint y en la carta apostólica Orientale lumen. Al ecumenismo podrá contribuir también la cordial disponibilidad que mostró Su Beatitud Ilia II en la reciente visita que hizo usted a Georgia. Deseamos, Santidad, que en el Año jubilar el diálogo sincero con las Iglesias hermanas lleve realmente a la nueva evangelización en la unidad que usted sostiene tan intensamente; y, con ese espíritu, también los mosaicos de la capilla Redemptoris Mater constituyen una espléndida síntesis entre el Oriente y el Occidente de la teología que respira con dos pulmones, decisiva para la Iglesia del tercer milenio.

Sus compatriotas lo acogieron con gran afecto en su larga peregrinación a Polonia, que comenzó precisamente en Gdansk, donde murió mártir san Adalberto y donde nació el movimiento «Solidaridad», que tanto contribuyó a cambiar la historia reciente de Europa.

Todos nosotros nos emocionamos también cuando visitó Wadowice, su pueblo natal; cuando se arrodilló ante la tumba de sus padres en el cementerio de Rakowice; cuando oró ante la Virgen negra de Czestochowa; y también hemos reflexionado en la profundidad de sus enseñanzas. La apremiante invitación a dar nuevo vigor al cristianismo, a menudo descuidado a causa de una creciente secularización de la sociedad, la necesidad de tener hombres de gran corazón, que sirvan con humildad y amor; la pureza de corazón y de la familia, indispensable para la salud de la nación; la necesidad de no sacrificar en aras del bienestar material la propia humanidad y la felicidad de los demás, son algunas de sus exhortaciones, y resultan muy oportunas para toda sociedad civil que quiera progresar espiritualmente en un mundo libre y pacífico.

También Eslovenia le agradece, Santidad, su reciente visita, durante la cual tuvo la alegría de canonizar al primer beato esloveno, Anton Martin Slomgek.

Por último en Nueva Delhi, en los días de la Fiesta de la luz, entregó su exhortación apostólica Ecclesia in Asia, y también expresó su deseo de un diálogo más sereno y fecundo entre los seguidores de todas las religiones.

Los países de América del sur y del centro le agradecen, Santidad, su solicitud paterna, que ha mostrado con ocasión de las desastrosas calamidades naturales que se han abatido sobre ese continente, la última de la cuales ha tenido lugar en Venezuela, y confían en la cooperación internacional para la recuperación de su frágil economía. Argentina, por su parte, se alegra por la canonización de su primer santo, Benito de Jesús.

Los países de África avanzan con convicción hacia un «renacimiento» de su continente y confían en sus frecuentes llamamientos a una cancelación de su deuda externa con ocasión del Año jubilar. De todos modos, como usted también ha puesto de relieve, ya no se puede por menos de cumplir el deber de librar a África y los países en vías de desarrollo de una humillante y a menudo hipócrita forma de asistencia por parte de los países más fuertes, mediante una política internacional que reconociéndoles el derecho a recibir un pago adecuado por el trabajo prestado y por los bienes producidos, permita a todos un crecimiento libre, progresivo y autónomo.

El continente asiático le agradece, Santidad, sus iniciativas con vistas a una solución de la precaria situación en Oriente Medio, a la conclusión de la guerra fratricida en Timor oriental, al apoyo a las negociaciones y al diálogo, y a la promoción del diálogo interreligioso.

En Europa, a pesar de la tragedia que se ha vivido en Kosovo y que en parte se repite hoy en Chechenia, avanza el ambicioso proyecto de la Unión europea, que tiende a extenderse hacia los países del Este y a Turquía, sobre la base del primado del derecho, que garantiza libertad, seguridad y justicia, pero que deberá también tener en cuenta valores fundamentales, como el sentido sagrado de la vida, la dignidad de la persona, la protección de la familia y el compromiso por la paz en la solidaridad. Usted mismo, Santidad, después de proclamar solemnemente copatronas de Europa a santa Brigida de Suecia, a santa Catalina de Siena y a santa Teresa Benedicta de la Cruz, al término de la II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, expresó el ardiente deseo de que la nueva Europa sepa garantizar, con actitud de fidelidad creativa a su tradición humanística y cristiana, el primado de los valores éticos y espirituales.

Santidad, con la esperanza de participar también nosotros en su ya próxima peregrinación a Tierra Santa, utilizando las palabras de una niña de una escuela católica que con candor afirmó: «Usted suscita en los corazones una palpitación de alegría», le deseamos que pronto pueda abrazar a todos los niños de Belén, donde hace dos mil ,años nació el Niño Jesús para reconcilíar al mundo entero.

Santidad, durante las primeras celebraciones jubilares de este año, hemos podido constatar la fuerza y el valor con que nos ha impulsado a cruzar la Puerta Santa. Santidad, le deseamos muchos años más como Sucesor de Pedro, porque lo necesitamos para que nos invite a caminar con usted siguiendo a Cristo y para que nos transmita su dinamismo.

¡Feliz año, Santidad!