VIRTUDES
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1. Virtud en su sentido más amplio es cualquier capacidad anímico-espiritual del hombre desarrollada con esmero (p. ej., en el ámbito del conocimiento: v. dianoéticas). V. en sentido estricto es la fuerza (la habilidad, la destreza, la facilidad) para realizar lo moralmente bueno (-> bien), especialmente para hacerlo con alegría y constancia, venciendo resistencias internas y externas y a costa de sacrificio. Lo opuesto a esta destreza y disposición habitual (más allá de la mera facultad) es el vicio. Según el origen, la esencia, la finalidad (y la manera de adquisición) se distingue entre v. naturales y sobrenaturales («infusas»).

Las v. naturales se basan en la -> naturaleza corpóreo-espiritual del hombre y se desarrollan mediante el ejercicio constante v adecuado de las facultades humanas y de sus actos; son por ello virtudes «adquiridas», que tienen también un componente correspondiente en el. substrato corporal y psíquico del hombre (en los impulsos, en las asociaciones, etc.). Estas v. completan el carácter del hombre. significan la configuración moral de su fisionomía corporal y espiritual. y son la defensa necesaria y habitual contra la -> concupiscencia y el dominio de las tendencias. Las v. naturales más importantes (que, evidentemente por la gracia y las v. infusas pueden ser finalizadas sobrenaturalmente en Dios mismo y su posesión inmediata), según una división antigua y clásica, son las cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. A ellas se pretende reducir, con más o menos éxito, los innumerables modos de comportamiento moral frente a la realidad entera; para esa reducción se recurre a distintos principios lógicos.

Ahora bien, en el orden sobrenatural la -> gracia como comunicación de Dios mismo ordena toda la naturaleza personal y espiritual del hombre, con su conocimiento y libertad (amor), a la participación inmediata y eterna de la vida del Dios trino. Ese fin debe alcanzarse por la libre aceptación de la comunicación de Dios. Las facultades espirituales del hombre quedan capacitadas para dicha aceptación (con sus muchos estratos) mediante la gracia, por la que los actos humanos se elevan en correspondencia con su meta y son realizados juntamente por Dios. En este sentido se habla de v. «sobrenaturales infusas», es decir, de v. dadas por Dios en la  ->  justificación como dinamismo de la gracia santificante. Las v. infusas orientan el ser y la acción religiosa y moral del hombre ya en este mundo a la participación inmediata en la vida del Dios trino, y confieren así la posibilidad de dirigir libre y connaturalmente la vida a este fin y de realizarla como algo propio. Tales v. sobrenaturales van unidas de la manera más estrecha con la gracia sobrenatural de la justificación (santificante), no son otra cosa que su dinámica viva y, como prolongación dinámica de la gracia — que diviniza el fondo del hombre — hasta sus facultades, sólo se distinguen de la gracia como las facultades humanas se distinguen del fundamento sustancial de la naturaleza, o sea, son diversas maneras graduadas bajo las cuales el hombre acepta existencialmente y con libertad la gracia ofrecida de la justificación, y así la hace radicar en su polifacética naturaleza.

En correspondencia con esto, las v. sobrenaturales infusas (es decir, no pertenecientes a la esencia del hombre, sino dadas por Dios en su libre comunicación por benevolencia amorosa), a diferencia de las v. naturales, adquiridas, propiamente no son una «destreza» habitual siempre presente de una facultad, sino la «capacidad» para la acción «salvífica» misma, para participar ya ahora en la vida y la gloria (Sbya) de Dios y para configurar la existencia como historia del devenir de la vida eterna en el tiempo. Por consiguiente, estas v. infusas todavía no implican necesariamente una especial facilidad del obrar salvífico, aun cuando se dan con la justificación, aun cuando constituyen también un dinamismo real para el desarrollo de la vida divina en nosotros. La destreza y la facilidad habituales de la vida sobrenatural deben adquirirse todavía, lo mismo que en las v. naturales. Además, en estas v. sobrenaturales no puede pasarse por alto que se comportan respecto de las facultades naturales (y sus hábitos de virtud) como la gracia sobrenatural respecto de la naturaleza espiritual del hombre. Esta gracia no es una segunda naturaleza «sobrepuesta» a la primera, sino que es la apertura del núcleo de la naturaleza humana a la inmediatez de Dios, la destinación del ser natural del espíritu humano a la vida de Dios.

En correspondencia con ello, las v. sobrenaturales no son v. al lado de la capacidad espiritual o al lado de las v. naturales, sino que son precisamente la finalización de esta capacidad y de estas v. naturales a la vida de Dios. Puesto que el hombre entero debe ser llevado a la salvación y él ha de realizar esta salvación mediante toda la acción de su vida, es evidente que la gracia y su dinamismo en las v. orientan toda la vida del hombre a Dios como su fin, y que, por consiguiente, hay tantas virtudes sobrenaturales como «ramificaciones y desarrollos del único fundamento de la vida sobrenatural, que hay tantas v. sobrenaturales como naturales. Por consiguiente, una ética concretamente cristiana no necesita preocuparse demasiado de la distinción entre v. naturales y sobrenaturales: en el orden fáctico de la voluntad salvífica universal de Dios las v. naturales de hecho están finalizadas sobrenaturalmente, y las v. sobrenaturales se realizan y manifiestan en aquello que experimentamos y debemos hacer en la sobria experiencia del duro quehacer cotidiano. Cuando se pregunta: ¿Qué son las virtudes sobrenaturales?, entonces podemos decir muy sencillamente, y «desmitologizando» un poco: son la honradez ejercitada, real (no meramente fingida) del hombre sincero, valiente y amable, en cuanto lo «humano» por la acción de Dios es mucho más que meramente humano, pues en ello, por la fe, la esperanza y el amor, se realiza la eternidad del hombre, en la que se da la vida de Dios mismo.

2. De lo dicho sobre las v. en general se deduce que el cometido auténtico de las v. sobrenaturales infusas es la ordenación de toda la vida religioso-moral (la cual brota ya de la naturaleza espiritual del hombre) a la inmediatez de Dios. La Escritura y la tradición se refieren a tres de tales v. sobrenaturales que se especifican por lo siguiente: son las maneras fundamentales de la aceptación (creciente) de la comunicación de Dios mismo por la gracia; orientan la vida espiritual y personal del hombre al Dias trinitario de la vida eterna, a la participación de su vida misma; y tienen a Dios mismo como tal por «objeto formal», pues Dios en la gracia (increada) sustenta la facultad humana y su acto mismo, y es objeto inmediato y a la vez principio del acto correspondiente de: -> fe, -> esperanza y caridad (-> amor). Esta terna se encuentra ya en el NT (1 Cor 13, 13; 1 Tes 1, 3; 5, 8; Ef 1, 15-18; Col 1, 4s; Heb 10, 22ss). El concilio de Trento explica las tres v. teologales como aquello que es «infundido» con la gracia de la justificación (Dz 800), sin querer precisar la relación exacta entre gracia santificante y caridad infusa (¿son idénticas o no?). En todo caso, las v. infusas de la fe y de la esperanza (no la caridad) pueden subsistir aun después de perderse la gracia santificante (Dz 808 838); en cambio se discute si (como habitus) pueden adquirirse ya antes de la justificación (por la fe y la esperanza actuales).

Se llaman v. teologales (a distinción de las v. «morales», infusas o adquiridas), porque su objeto formal no es un valor personal finito (la veracidad, la dignidad moral de la veneración de Dios, etc.), sino que es Dios mismo tal como él por su propia comunicación se convierte en vida del hombre. Hay que entenderlas como -> hábitos (Dz 821), como capacidad permanente de una vida orientada a Dios. Estas tres v. teologales no sólo entran en acción donde se trata de actos reflejos que se refieren explícitamente al Dios que se revela a sí mismo; más bien, configuran toda la vida moral del hombre justificado y la dirigen al fin de la vida eterna, siempre que el hombre, mediante una decisión fundamental que lleva y condetermina todos los actos singulares, es un oyente de la palabra por la que Dios se promete a sí mismo, un espesante del futuro absoluto v un ser que, con amor al amor y a la gloria de Dios, se confía a Dios mismo. Por esto, es una cuestión más terminológica que real la de si junto a las v. teologales hay también «v. morales infusas» (como generalmente se enseña: Dz 483; CatRom II 2 50) o no las hay. En todo caso, el movimiento del hombre justificado en la fuerza del Espíritu Santo no se realiza solamente en actos «explícitamente» religiosos, sino en toda la vida moral, p. ej., donde el prójimo es amado en el acto de la virtud teologal de la caridad. Las v. teologales son el nombre (un poco rígido) para la experiencia de la gracia aceptada de Dios, la cual en último término es Dios mismo. Allí donde el hombre acepta incondicionalmente (con una respuesta incondicional, con amor, con esperanza, etc.) su -> trascendencia sobre todo lo determinado y disponible, la cual, por la gracia divina es liberada realmente para Dios mismo y su misterio incomprensible, él experimenta, aunque quizás en forma poco refleja, anónima y no objetivable, la aspiración del Espíritu divino a Dios mismo (Rom 8, 16s.23.26), la vida de las v. teologales.

BIBLIOGRAFÍA:

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Karl Rahner