SATISFACCIÓN
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El que se haya aplicado a la Iglesia católica el epíteto de «Iglesia jurídica», se debe en parte importante a la doctrina y práctica que definimos con la palabra y el concepto de «satisfacción». Las Iglesias protestantes rechazan en principio toda s. como obra humana; y para la Iglesia oriental la s. es un teologúmeno no desusado completamente, pero, en todo caso, secundario.

I. Punto de apoyo en la Escritura

Primeramente hay que hacer esta observación: Cuando en la teología católica se habla de s., actualmente se tiene conciencia de que no se halla una afirmación formal acerca de la s. ni en la Escritura ni en la tradición más antigua; pero se puede hablar de un «dato previo», de un «punto de apoyo» en la Escritura. Éste se da en la terminología relativa al sacrificio expiatorio y en las expresiones jurídicas con que se habla de la relación con Dios por la creación y la alianza, cuyo significado esencial se cumple en el sacrificio de Cristo en la cruz y se entiende gracias a él (cf., p. ej., -> justicia, -> justificación). La recuperación de la relación filial (de la benevolencia divina, de la eúdoxía mediante la eliminación de toda impureza, se identifica con la instauración de la posesión de la justicia y de la relación familiar, la cual corresponde al pueblo que es en exclusiva posesión de Dios. No hay que entender la justicia a partir de la relación del hombre con Dios, sino, al revés, exclusivamente a partir de Dios y de su designio, que desde Cristo y hacia Cristo ha determinado de una vez para siempre la relación de los hombres con él por la creación y la alianza como relación de posesión y dominio de la eúdoxía, de la filiación divina de Cristo, y en correspondencia con ello ha determinado la relación exclusiva de pertenencia del hombre.

Pero, una vez que el pecado ha hecho su irrupción en el mundo del hombre, éste, juntamente con todo el ámbito de su existencia, debe ser liberado de la relación perversa de posesión y dominio, es decir, de la esclavitud; debe ser sacado del -> pecado y de su esfera de influencia (dominio del -> diablo, de la -> muerte y de la -> concupiscencia) y tiene que ser purificado de las huellas de pasadas influencias. La expiación como purificación de la muerte y de la corrupción debe equipararse con la toma de posesión por parte de Dios; por eso en la Escritura se describe bajo la imagen de la «redención» y del rescate frente a poderes extraños, para volver a la absoluta posesión propia de Dios y conseguir nuevamente la traslación del hombre a la relación legítima de participación en la herencia del Hijo de Dios.

El sacrificio de la cruz de Cristo es decisión definitiva (administración de justicia, juicio) de la eúdoxía de Dios y, de acuerdo con el designio divino, es el único y universal centro operante de la justificación. Es separación de la esfera de influencia de las dependencias, sobre todo de las pecaminosas, impuestas por la criatura; por eso mismo es purificación perfecta como liberación definitiva de la subordinación a la muerte y de la corruptibilidad (terminus a quo), por una parte, y unión del hombre con Dios como definitiva acogida suya en su propia vida, imperecedera e incorruptible (terminus ad quem), por otra parte. Con relación a la terminología de la Escritura, que ha sido investigada profundamente (St. LYONNET, Theologia biblica Novi Testamenti. De peccato et redemptione, 1: De notione peccati [R 1957]; De vocabulario redemptionis [1960]; cf. allí mismo más bibliografía), debe tenerse en cuenta que ella pone en relación el único y universal -> sacrificio de Cristo con la pluralidad del pecado y expresa así la solidaridad, es decir, la irradiación y donación desde el uno a los muchos, y la concentración e inclusión definitivas y permanentes de los muchos en el uno. Pero en dicha terminología no se habla de representación como sustitución y traslación. El sacrificio de Cristo es redención y rescate por participación donada e inclusión de los hombres en la invulnerable relación de posesión de la eúdoxía del Hijo de Dios. Eso equivale a la donación de la justicia perfectamente cumplida y a la incorporación del hombre a la consumada adoración del sacrificio de Cristo; con lo cual se realiza la glorificación del creador y del Dios de la alianza como absoluto señor y soberano de la criatura humana en Cristo y por Cristo.

Con ello queda cumplida en cuanto a su contenido la justicia en la relación del hombre con Dios por la creación y la alianza (vuelve a su justo puesto el fiel de la balanza), que corresponde al designo de Dios; y queda cumplida a partir de Dios por mediación del sacrificio de Cristo. Dios mismo hace al hombre objeto de su benevolencia, en cuanto lo purifica perfectamente (lo libra de los pecados y santifica) y de este modo lo hace justo por el hecho de tomarlo definitivamente en posesión.

Vistas así las cosas, la s. en el sentido escriturístico expuesto se identifica con -> «redención», «reconciliación» y expresiones similares, sólo que en cada caso se carga el acento de manera diferente. La palabra «satisfacer» (satisfacere) se usa pocas veces en la Escritura y, por cierto, en sentido filológico (Mc 15, 15; Act 17, 9; 24, 10), de manera que podemos preguntarnos por qué esta expresión ha alcanzado importancia tan extraordinaria en la teología.

II. Historia de la teología y exposición sistemática

Está demostrado que, precisamente el jurista Tertuliano y en conexión con él Cipriano de Cartago, introdujeron la expresión «satisfacción» en la disciplina penitencial (sacramento de la -> penitencia) y juntamente en la teología sacramental. Hilario de Poitiers y Ambrosio de Milán fueron los primeros que trataron de caracterizar con esta palabra la obra salvífica de Cristo (cf. A. DENEFFE, Satisfactio, en ZKTh 43 [1919] 158-175; J. RIvr RE, Sur les premiares applications du terme satisfaction a l'oeuvre du Christ en BLE 25 [1924] 285-297 353-369; F. BOURASSA, La satisfaction du Christ, «Sciences ecclésiastiques» 15 [1963] 351-382). Anselmo de Canterbury para la solución del problema soteriológico, empleó la palabra y el concepto s., y contribuyó a que éste adquiriera una importancia central en la teología latina. La terminología de la Escritura relativa a la justicia experimentó una importante transformación de su significado en el desarrollo de la teología occidental, concretamente por el hecho de que los términos aislados fueron puestos en un marco de pensamiento completamente distinto, entendiéndose a la luz de los principios usados en las relaciones jurídicas concretas del hombre en la tierra: reparación del honor lesionado y reconciliación del Dios airado por parte del hombre mediante una obra suya. En la transición desde la Escritura y la patrística a la edad media, la redención de Cristo se concibió unilateralmente de acuerdo con el modo de pensar jurídico de los latinos (¡influencia del derecho romano!), y así, con ayuda de conceptos jurídico-morales, se edificó un sistema doctrinal soteriológico que tenía su centro en la idea de la s. vicaria.

1. Frente a esta concepción fundamentalmente jurídica, en las Iglesias orientales se desarrolló una concepción más ontológico-biológica: como cabeza física y moral de la raza humana, Adán era el principio de la vida natural y sobrenatural de todos los individuos humanos; y eso mismo es también Cristo, sólo que de una manera superior y más eficaz. No hay que concebir extrínsecamente la influencia por parte de Cristo, como si él hubiera eliminado la esclavitud y sus efectos mediante intervenciones milagrosas en el curso histórico de la humanidad; se trata de una influencia inmanente de la gracia (gratia capitis), cuya fuerza es tal que puede superar todas las resistencias, comparables muchas veces con enfermedades; mas para ello se presupone, naturalmente, que el hombre no se cierre a esta influencia. La liberación del hombre no se realiza en un instante, sino en forma correspondiente al proceso de la vida. Si el cuerpo humano es invadido por algún virus que amenaza la vida, los médicos tratan de activar las fuerzas defensivas del cuerpo y de intensificarlas, para provocar así la curación desde dentro. En forma semejante procede la acción de Cristo.

2. La teología occidental permaneció aferrada al pensamiento jurídico; la evolución se llevó a cabo en dos fases; en la primera predominó el ius romanum con su concepción materializante y cuantitativa: por el pecado el hombre ha arrebatado a Dios el honor (considerado como quasi-res), ahora debe restituírselo. En la segunda fase (a partir de Anselmo) se impuso lentamente una concepción personalista y cualitativa, basada más bien en el derecho germánico: el honor es un bien fundado en la dignidad de la persona; la lesión del honor (ofensa)y el grado en que éste debe tributarse a alguien se miden según la dignidad de la persona afectada. Tomás de Aquino trató de imponer la explicación anselmiana. Contra esa concepción se objetó que en ella no se salva plenamente el carácter de justicia, que está basado en la Escritura misma; por esta razón Tomás examinó los diferentes modi (o aspectos) de la obra salvífica de Cristo (ST q. 48), para mostrar así que también en la concepción anselmiana se puede hablar de una auténtica justicia (per modum redemptionis), de una estricta justicia (per modum meriti et satisfactionis), y hasta de una rigurosa justicia (per modum sacrificii crucis). De hecho, desde ese momento la concepción de Anselmo ha conquistado paulatinamente el terreno teológico, de manera que hacia comienzos del s. xx en los libros de texto la doctrina de la redención se trataba exclusivamente bajo el aspecto del modo de satisfacción (p. ej., G. van Noort, L. Billot, Ch. Pesch); hasta en el Vaticano i había un esquema ampliamente elaborado acerca de la doctrina de la s., que a causa de la prematura disolución del concilio no llegó a tratarse nunca (ColLac vrr 515 543).

Se distingue en general la quaestio facti (el carácter satisfactorio de la redención en cuanto tal) y la quaestio iuris (reparatio oralis, es decir, la auténtica s. como eliminación del reato de culpa, y como reparatio expiatoria, o sea, la expiación como eliminación del reato de pena; ambos son elementos constitutivos del concepto de s.). La explicación de los dos elementos del concepto y su relación mutua (coordinación y subordinación) condujo a las diferentes teorías de la s.: a) La clásica teoría antigua del castigo (tomada después por los protestantes), que hasta tal punto ponía en primer plano la expiación por el castigo y el dolor, que llegó a desplazar el elemento de la auténtica s. (por la dignidad personal y la actitud del que expía); como representante de la humanidad pecadora Cristo tuvo que experimentar en toda su extensión la ira divina contra el pecado de todos y cada uno de los hombres. b) La teoría de la expiación (Ch. Pesch, d'Ales) sustituye el elemento vindicativo de la expiación penal por la aceptación voluntaria de la pasión en obediencia y amor, con lo que se consigue la benevolencia de Dios hacia los hombres; ya no se exige una identidad en el alcance y la intensidad del sufrimiento de Cristo con el sufrimiento de todos los pecadores. c) La teoría de la s. que se ha impuesto actualmente se presenta en doble forma; es común a ambas la importancia del elemento moral de la reparación por la comunicación de una gloria igualmente grande o mayor que la denegada al ofendido por el pecado. Se relega a segundo término el elemento de la expiación, que pasa a ser o bien un elemento esencial secundario (P. Galtier, J. Solano), o bien un elemento no esencial, pero de todos modos necesario de la obra de redención (J. Riviére, E. Hugon, A.D. Sertillanges, L. Richard).

La dificultad con que tropiezan estas teorías es la necesidad de la pasión expiatoria de Cristo, que está afirmada en la Escritura y la tradición. Esa necesidad no puede fundamentarse apodícticamente en un sistema conceptual construido por el hombre. La última raíz de la dificultad para todas las construcciones del pensamiento humano está en el plan de Dios sobre el mundo y la salvación, que en un orden unitario y trascendente incluye como centro, según la Biblia, el sacrificio de Cristo (con su sentido y fuerza). En esto el pensamiento humano no alcanza el nivel del pensamiento divino, y por ello no puede penetrar con su reflexión en las honduras del acontecimiento de la redención. El misterio de la pasión y muerte de Cristo en la cruz sigue siendo inaccesible a las hipótesis y a los intentos de sistematización de los hombres.

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Franz Lakncr