PSICOLOGÍA
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I. Concepto, objeto, métodos de la psicología científica

La p., como toda ciencia particular, se define en primer lugar por los criterios que fundan la ciencia como ciencia y la distinguen de todas las otras formas del saber. La idea y la definición de la ->3 ciencia como tal están sometidas a los cambios históricos. Así la historia de la ciencia en general y la de la p. en particular — aunque nos limitemos a un estrecho campo en tiempos novísimos — no ostenta continuidad alguna, sino rupturas, ciclos y contradicciones en sus doctrinas, métodos y sistemas de categorías. El concepto de ciencia implica la clase de los métodos aceptables, y éstos implican la clase o los aspectos de los objetos con rango científico. Mientras que antes se pretendía orientar los métodos por el objeto, hoy día da el tono la concepción del carácter científico, cuyos postulados establecen de antemano los procedimientos y determinan su desarrollo en medida excesiva. En tal caso, ya sólo son científicamente discutibles los objetos o los aspectos de los mismos que se prestan a la aplicación de estos métodos. La vinculación al objeto, no obstante exigida, en forma de una verificación empírica, sólo se da entonces dentro de esta sección prejuzgada de la realidad y así queda restringida por los límites, señalados previamente, de las decisiones apriorísticas sobre el procedimiento. De esta manera, el método define el objeto, lo cual entraña el peligro de que se tenga por ser objetivo lo que sólo es método (o artefacto metódico).

A ese rigorismo metódico va inherente un reduccionismo objetivo y lógico que caracteriza, hoy más que nunca, la p., sobre todo la de procedencia angloamericana. Siguiendo el modelo de las ciencias naturales exactas, la p. científica experimental, hoy día predominante (en cuanto no considera ya de buenas a primeras, como lo hace el behaviorismo radical, el «organismo» como vacío, es decir, como dirigido sólo desde fuera através de los estímulos y de las reacciones provocadas por ellos, sino que juzga también necesarias para su explicación ciertas dimensiones determinantes internas), sigue teniendo por tema un análisis aislante (elemental) de lo psíquico hasta llegar a un núcleo mínimo de factores, ficticiamente generalizados, irreductibles, cualitativamente invariables y dependientes entre sí (basic psychological elements; primary traits o mental abilities, etc.), y ponerlos en una unidad de correlación (en oposición a las unidades de significación: Merleau-Ponty), traduciéndolos a modelos factoriales y sistemas vectoriales de interdependencia (como psycological (orces: Lewin), con el fin de unir, como en la física, esta concepción cuántica de lo psíquico con la concepción teórica del continuo (Lewin, Köhler, Koffka) — concepciones por de pronto inconciliables — en una cuantificación del campo. El ideal de una «p. objetiva» se realiza de manera óptima por la objetivización de indicadores psíquicos (trait-indicators) mediante instrumentos de medición; sólo sus leyes y los principios y fórmulas de medición que a ellas se ordenan confieren a todo lo psíquico cualidades objetivamente definibles y formulables. De este propósito resulta el empleo obligado del procedimiento de tests objetivo-nomotéticos para la exploración psicométrica de las facultades, del comportamiento y de la personalidad. Para una concepción de la ciencia que se presenta con tales principios, postulados y métodos, sólo existen dos formas de certeza indubitable: la lógica-matemática y la «evidencia corporal» (Linschoten) de la experiencia sensitiva, que eleva a criterio exclusivo de la realidad lo tangible e investigable (finger and thumb philosophy of metaphysics: Woodger).

Consecuentemente, tal concepción busca una fijación objetiva del mundo sensitivo y un tratamiento matemático del comportamiento psíquico. Moviéndose, pues, totalmente dentro del estilo del -> positivismo lógico, aspira a un cálculo con datos sensoriales (Hobbes) como único método legítimo, es decir, al cálculo de meros hechos para formar sistemas y estructuras con un funcionamiento lógico-matemático (psicologicismo, que racionaliza lo psíquico reduciéndolo a un mero modus cogitationis). Esta actitud fundamental de una racionalización lo más exacta posible de hechos, despojados en lo posible de sentido y de valor (a matter-of-fact sort of way), hace de todo lo psíquico una realidad cuasi fisiológica o cuasi física, p. ej., en la concepción del pensamiento como hablar subvocal (como un lenguaje restringido), con inclusión de los movimientos musculares y de los procesos glandulares como reacción a los estímulos exteriores, de forma que el aprender a pensar no se funda en otra cosa que en el condicionamiento de los hábitos o de los reflejos motrices requeridos para el hablar (Pavlov, Watson; teoría motriz del pensamiento: Washburn). En esta tendencia, el operacionalismo (Bridgman) forma el contrapunto lógico del behaviorismo por su exagerado realce del hacer y por la de suyo «absurda» (G. Bergmann) reducción relativante de todos los actos cognoscitivos a actos prácticos (percepción, pensamiento = obrar, hablar: Skinner). Según eso, todo concepto contiene una determinada clase de operaciones (concepto «operacional»); y toda definición es la descripción, no de un objeto, sino de los procedimientos y manejos que deben actuarse para su fijación.

La posición antes mencionada de la teoría clásica de los reflejos y del behaviorismo que procede en conformidad con ella, no se ha modificado en el fondo hasta hoy. Se sigue defendiendo el isomorfismo (psicofísico) proclamado por los teóricos berlineses de la forma (Gestalt) y por los positivistas vieneses, p. ej., a manera de una identidad neuropsíquica (Köhler, Hebb, Osgood); consiguientemente, una serie de pensamientos resulta ser una secuencia nerviosa de fases de unidades celulares enlazadas en serie.

Aparte de este reduccionismo neurológico, se desarrolla más y más otro neuroeléctrico y, con creciente abstracción, uno puramente cibernético (como isomorfismo lógico-matemático), que se legitima por la construcción de autómatas que elaboran datos, aprenden, se organizan, se reproducen y crecen (Wiener, Walter, Shannon, Pierce, Ashby, Uttley, Rosenblatt, Svoboda, Zemanek, etc.). La tarea y prestación primordial sigue siendo, a la postre, el cálculo de sistemas formales lógico-matemáticos para la estructura y la programación (p. ej., en lenguaje de fórmulas algorítmicas) de tales autómatas. Una formalización de tan alto grado parece aplicable a todos los órdenes de la realidady ser así una ciencia unificante o una super-ciencia. Da a sus conocimientos una validez universal, interdisciplinar (cf. Mathesis universalis de Leibniz), pero restringe con su alto grado de abstracción nuestro saber sobre la constitución concreta de las cosas. Nos orienta desde luego en la vacía universalidad formal sobre el cómo funcional («psicofísicamente neutral»), pero no sobre el qué de un objeto. Vale, como toda lógica y matemática, indistintamente para lo «objetivo en general» (Husserl), sin que por sí pueda indicar de qué clase o especie sea lo objetivo. Así, p. ej., el concepto de información no afecta al qué, sino sólo al cómo de las señales técnicas (arrangement) de una noticia (como pura determinación de cantidad y frecuencia de signos o combinaciones de signos; cf. el hombre como canal de información y casos semejantes).

La lógica o la matemática describe y funda sólo cómo y en qué medida un mundo es posible lógica y matemáticamente, pero no su existencia y modalidad (cf. Husserl, Wittgenstein, Carnap, Kraft y otros). De ahí resulta para toda ciencia particular y señaladamente para la p. (p. ej., para la p. factorial de la inteligencia y de la personalidad) como consecuencia ineludible: Todo incremento de la exactitud lógico-formal, de la idealización matemática de conceptos, de la formulación lingüística, de modelos, de teorías y de experimentos se compra al precio de un creciente alejamiento de la realidad (Heisenberg, Barnett, etc.) y artificialidad, con una merma de su validez representativa (es decir, de su reproducción válida de la realidad allí representada) y estabilidad (Heisenberg), con su sorprendente brevedad de vida y «notable carencia de significación» (M.B. Smith, H.A. Murray, J. Bazun, etc.; cf. A.N. Whitehead: fallacy of misplaced concreteness, es decir, el error de la aparente concreción de las abstracciones matemáticas, que se hacen pasar por hechos concretos definitivos).

La facticidad, la contingencia y la especificidad empíricas, más allá de toda definición lógico-matemática, siguen siendo para ésta una irracionalidad «inexpresable» (Wittgenstein). Mas como el ámbito de lo fáctico contiene lo que constituye a la postre la experiencia y la realidad, todo racionalismo fracasa en la definición y fundamentación de la certeza experimental y, por ende, en la fundamentación y justificación de su propia existencia, como sistema de representación y comunicación (en forma de su encarnación sensible en el lenguaje, la escritura, los modelos visibles, las fórmulas, etc.), sistema que es la forma como el racionalismo científico debe ser visto u oído y, por tanto, percibido por los sentidos, lo mismo que las cosas cotidianas.

La p. deducida de la concepción lógica y positivista de la ciencia insiste, una vez repudiada la introspección (y con ello la p. vivencial), estrictamente en el aspecto externo de hechos en gran parte exentos de sentido y significación, en el fondo, por tanto, no psíquicos, y en esta forma aptos para someterse al cálculo. Si, apartándose de este radical punto de vista (de una pura teoría de reacción al estímulo [teoría S-B]: p. ej., Guthrie), se ve la necesidad de admitir determinantes «internas», como las llamadas variables intervenientes (Hull, Tolman), estos anillos intermedios funcionan sólo como construcciones hipotéticas, como sustituciones teóricas o ideales de lo psíquico, o como medios auxiliares metafóricos (Skinner) para la construcción regresiva de modelos de explicación (a ejemplo del sistema periódico de los elementos) o como puras hipótesis de cálculo (parámetro), que deben introducirse para que resulte la descripción matemática de los procesos de comportamiento, y resulte además de la manera más sencilla (el problema epistemológico que de ahí 'se sigue — el de la validez de la construcción — queda las más de las veces sin considerar).

En este modo de ver, lo psíquico figura como la «caja negra» (black box) de la sica experimental: la constitución de su interior no observable (por tanto, las resistencias, los condensadores, los transistores, etc.; allí actitudes, rasgos esenciales [traits], hábitos, expectaciones, etc.), se deduce aquí por un análisis del condicionamiento, partiendo de los potenciales eléctricos registrables en las conexiones, y por las entradas y salidas exteriormente observables, es decir, por los estímulos (stimuli) y reacciones (responses). Como los hechos mismos de comportamiento, así también sus interrelaciones se definen, prescindiendo de todo sentido, como asociaciones automáticas de contacto según el principio de contigüidad. Todos los procesos psíquicos restringidos ameros cursos de comportamiento se actualizan, bajo forma de continuos espacio-temporales, de manera matemáticamente ideal en los simuladores como modelos reproductores de procesos psíquico-espirituales a la manera de máquinas cibernéticas y ordenadoras de datos (simulación del hombre máquina: Wiener, Walter, Steinbuch). De ahí que, lo mismo en la p. de la investigación y de la diagnosis que en la aplicada, se trata del hallazgo o de la producción de ordenaciones del comportamiento en forma de secuencia (como regularidades no inteligibles: M. Weber) y, consiguientemente, se trata de los llamados procesos probabilísticos, en que las reacciones posteriores siguen a las anteriores según las leyes de probabilidad (cuantificación de la conducta en modo de frecuencia, de la observación de la conducta en estadísticas de facticidad, del ensefiar y aprender en trasunto de medidas para la elevación de la probabilidad con que se producirá un determinado comportamiento [adecuado a un fin]). La producción de tales series de acciones en la marcha de una dirección planeada del comportamiento (p. ej., por la instrucción, educación, terapia, etc.), se logra por medio de prácticas de condicionamiento técnico (p. ej., instrumental u operant conditioning: Thorndike, Hull, Skinner), por las cuales se supone (Skinner, Spence) que puede conseguirse prácticamente cualquier comportamiento (p. ej., por los llamados refuerzos, reinforcements), o eliminarse (por extinción).

Las objeciones contra la p. con marcado carácter de ciencia natural se dirigen contra la índole general científica del -3 positivismo (inductivo y lógico) como tal. Se dirigen primariamente contra la reducción del conocimiento científico a dos fuentes, tenidas por autónomas y completamente suficientes, a saber, la evidencia sensible y la lógica. La absolutización de la experiencia externa, sensible, dicta el repudio o por lo menos la desvirtuación de la introspección y, con ello, de la vivencia, reduciéndolas a un procedimiento de conocimiento exclusivamente heurístico, ficticio y, en ningún caso, científicamente constitutivo. Tal punto de vista se conduce así mismo ad absurdum, como quiera que se lo defienda, y tanto si se entiende de manera radical como de forma moderada. Así, lo mismo al comienzo que al fin de todo análisis de factores (variables, etc.), o sea tanto para su definición al introducirlos como para su interpretación al aplicarlos, es menester el saber vivencial de estas formas primarias de actividad, de cualidades, de motivos, etc. Ya la simple selección de hecho psíquicamente relevantes de entre el universo de cosas con que se tropieza, sólo puede lograrse por un previo saber inicial de lo anímico, en virtud del cual es posible hacer las distinciones. El aspecto vivencial es simplemente inseparable de todo comportamiento, acción y obra, pues sin él nada se sabría (no solo psicológicamente, sino en absoluto), y, por tanto, tampoco se sabrían las manipulaciones operacionales (Dilthey, Ebbinghaus, Husserl).

El origen experimental del concepto de comportamiento es únicamente la conducta vivida. Lo mismo que para el cultivo general de la ciencia el mundo precientífico de la vida (Husserl, Merleau-Ponty, Litt, Dingler, etc.), como único mundo universal de la experiencia (cf. Allon, E. Straus), ofrece el presupuesto absoluto, la base de partido y el fondo de sostén, al que permanecen referidos de manera indisoluble todos los procedimientos, conclusiones y datos científicamente válidos; así también la p. se funda en el trato, prepsicológico y vivencial, del hombre consigo mismo y con los otros y, por ende, en la vida psíquica cotidiana, con su evidencia inmanente, como realidad vivencial previamente dada con sus datos intuitivos y sus certidumbres primigenias (cosas válidas de antemano: Husserl), que todo psicólogo supone y tiene que suponer incesantemente, y de las que él se sirve y tiene que servirse en todos sus experimentos, cálculos y teorías científicas.

El fundamento de posibilidad y legitimidad requerido para todo conocimiento no relativo y universal está en modos de experiencia y acción precientíficos y extracientíficos, que realiza el sujeto corrientemente ignorado por la metodología científica. La objetividad que la ciencia cree producir por primera vez, se funda ya en objetividades que el sujeto ineludible (el científico mismo o la persona de experimento) tiene siempre que haber producido de antemano. La ciencia se apoya siempre en un verdadero universo de presupuestos, que contienen las condiciones de posibilidad de la experiencia y técnica científicas y que la ciencia es incapaz de controlar o producir. La ciencia, con los principios y métodos que ella considera como exclusivamente legítimos, sin duda puede declarar determinados objetos o aspectos de los mismos como sistema válido de conocimiento y acción, pero no declararse como tal a sí misma, ni menos fundamentarse y verificarse. Esto debe decirse señaladamente de la identidad — reclamada en todo conocimiento objetivo, y por eso simplemente presupuesta — en el saber acerca de lo válido; de modo que, p. ej., a la postre todos tenemos que ver lo igual de modo igual, para poder llegar a enunciados contrastables y universalmente válidos. Estos datos e intuiciones trascendentales son por lo menos de rigor igual al de los principios y verdades objetivas científicamente asentados.

El que temporalmente, y así también hoy día, ello no haya sido visto por la mayoría y hasta se haya ignorado de propósito, no es cuestión real o epistemológica, sino puramente psicológica, que coincida con el hecho histórico de que, tras el trabajo lógico-científico, hay «fuerzas psíquicas» propulsoras y directrices y «poderes históricos, las más de las veces ni siquiera de naturaleza lógica, pero más fuertes que toda lógica» (R. Faickenberg). De esta situación resulta la urgencia de una p. de la ciencia como complemennto de la sociología de la ciencia, y, con ella, de una «p. de la p.» (en correspondencia con la «sociología de la sociología» y la «filosofía de la filosofía», etc.).

En el mentado fondo a priori de presupuestos y no en un monismo de métodos consiste fundamentalmente la tan traída y llevada unidad e igualdad y, con ellas, la jerarquía igual de las ciencias respecto de los fundamentos de su origen y, por tanto, también la unidad e igualdad de la llamada p. racional y de la p. experimental.

De manera general, frente a todo –> racionalismo que, como el positivismo logicista o matematicista, menosprecia la certeza de la experiencia como evidencia accesoria, y desvirtúa todos los lenguajes no formalizados considerándolos medios inútiles de comunicación, hay que oponer las siguientes condiciones:

1. El enlace indispensable de los símbolos matemáticos con los hechos (resultados de medición), que, como todo el aparato (arrangement) experimental y todo el sistema de exposición y comunicación, deben ser percibidos en la experiencia general objetiva y psíquica de la vida diaria, la cual no puede soslayarse ni sustituirse científicamente.

2. El igualmente ineludible enlace de los símbolos matemáticos con los conceptos del lenguaje usual (que pueden precisarse todavía, como, p. ej., en la física newtoniana), pues solo él mantiene el necesario contacto con la realidad y la reproduce en su dato primigenio, de forma que existe una «unión clara entre los símbolos matemáticos, las mediciones y los conceptos del lenguaje ordinario» (Heisenberg). De ahí se sigue la necesaria definición e interpretación de las magnitudes, con que ha de contarse o calcular en en lógica formal, por medio de las evidencias y los conceptos de la experiencia y del lenguaje adquiridos por la vida en el mundo o por la vivencia psíquica.

3. De manera general, tanto con relación al origen como a la legitimidad, media una dependencia y una referencia entre los lenguajes formalizados y las lenguas vivas usuales, pues sólo por medio de estas últimas pueden aquéllos ser introducidos, fundados en elementos esenciales de su determinación (p. ej., respecto de las reglas vigentes en ellos) y formuladas en sus resultados teóricos.

Contra el positivismo empírico en las ciencias naturales y en la p., que, por su «deificación de los hechos» (K. R. Popper), sólo ve en la ciencia una combinatoria pragmática (p. ej., de economía de pensamiento) de hechos tomados de las cosas sensibles, hay que objetar lo que sigue:

1. El método experimental de las ciencias exactas lleva de la teoría supuesta en cada caso a los hechos y datos experimentalmente averiguados, y no a la inversa, aunque toda teoría debe revisarse y comprobarse indirectamente mediante tales hechos y datos como consecuencias deducidas de ella.

2. Todo modelo y su formulación arrancan de una teoría explícita o implícita y están en pie y caen con ella. Sin teoría, todos los cálculos permanecen problemáticos.

3. Las teorías no pueden desarrollarse sin métodos especulativos. De solos modelos, fórmulas, cálculos y de mera colección de hechos no puede nacer ninguna teoría.

4. Por tanto, los conceptos teóricos en definiciones esenciales no han de extraerse de los hechos ni de los resultados empíricos; no son mera descripción de los mismos.

5. De donde se sigue que el objeto o el contenido del conocimiento científico no proceden en su totalidad inmediatamente de las observaciones y mediciones.

6. En resumen, toda teoría científica implica más presupuestos filosóficos y, en nuestro caso, más vivencias psicológicas que los contenidos en los hechos admitidos por el método crítico (F.S.C. Northrop).

La legitimidad del estilo del saber científico-natural en la p. es indiscutible y hasta una exigencia universalmente vinculante, siempre que dicho estilo de saber: 1.° para impugnar el -> irracionalismo sin límites y el agnosticismo especulativo (que dominan, p. ej., en tendencias de la p. profunda), no propugne un racionalismo igualmente ilimitado, sino la moral científica de la objetividad, que pide control y fundamentación sólida; 2.° por razones heurísticas, provoque la elaboración e inteligencia de nuevos puntos de partida y aspectos de la investigación, o indague y ensaye, como hipótesis de trabajo, el alcance y utilidad de determinados métodos; 3° no reduzca lo psíquico (o al hombre entero) a una sección de la realidad buscada a priori mediante el método seguido, ni eleve su punto de vista a dogma y, cayendo en la -> ideología, a una nueva concepción del mundo y del hombre («Mito de la ciencia moderna»: F. v. Weizsäcker); 4.° permanezca, además, consciente de sus presupuestos, que no pueden indagarse ni producirse con el método científico-natural o lógico-positivista, o sea, «científicamente» en el sentido que él da a este vocablo; 5.° y, en consecuencia, por ser él mismo transcientífico en su fundamento y origen, tolere otras formas científicas y las acepte como de igual categoría por lo menos respecto de los fundamentos originales.

 

II. División de la psicología

Una división de la p. es posible por diversos modos. Así cabe distinguir por la concepción de la ciencia y por el método, la p. fenomenológica, introspectiva, comprensiva, descriptiva, comparada, analítica, explicativa, meramente inductivo-experimental, operacional, nomotética, idiográfica, especulativa, teórica o, de modo general, la p. científica natural (experimental) y la racional. Por los aspectos, la p. de la vivencia, del comportamiento, de la eficiencia laboral, o la p. de la conciencia y del inconsciente. Por los hechos o las potencias fundamentales de la vida psíquica, la p. de los sentidos y de la percepción, de la memoria, del pensamiento, del aprender, de la voluntad, del sentimiento, del instinto, de las necesidades, de la motivación, etc. Por los principios y las llamadas leyes fundamentales, la p. de la asociación, de los reflejos (del estímulo-reacción), de los elementos, de los factores, de los vectores, de la totalidad, de la estructura, de la forma, del campo, etc. Por el concepto y significación del hombre, la p. antropológica, individual, personal, impersonal, colectiva, naturalista, determinista, existencial, etc. Por las f unciones o tareas, la p. diagnóstica, aptitudinal, educativa, terapéutica, profiláctica, psicotécnica, comercial, etc. Por los diversos órdenes de la realidad, la p. humana, animal, vegetal, social, cultural, económica, industrial, etc. La división de la p. según puntos de partida y criterios extrapsicológicos, posible aún a pesar de las pretensiones de emancipación, pone de manifiesto la dependencia — según parece inevitable — de la p. (lo mismo que todas las ciencias humanas) respecto de principios, hipótesis, experiencias y teorías metapsicológicos.

La diversidad de tendencias psicológicas particulares que así se origina es tan grande, que no puede ya hablarse de la p. como de un sistema de saber idéntico y homogéneo en sí mismo (según axiomas, principios, ideas fundamentales, métodos, etc.). De esta situación resulta para la construcción de esta ciencia la «dificultad» que no puede vencerse desde dentro — «de dar el primer paso» (J. Cohen), y, para una introducción a la misma, la pregunta: «introducción ¿a qué psicología?»

Respecto del origen de la p. como un todo en conceptos centrales de tendencias filosóficas existen actualmente expressis verbis, entre otras, psicologías que siguen la línea de Aristóteles, o de Galileo, o de Locke y Hume, o de Leibniz, o de Descartes, así como una p. fenomenológica, existencial, vitalista, y también una p. (defendida uno sono en los Estados del bloque oriental) marxista-leninista del materialismo histórico o dialéctico. Juntamente hay diversas psicologías concebidas en conformidad con las distintas ciencias naturales; asf hay p. ffsica, química, fisiológica, biológica, con sus respectivos principios específicos, construcciones de modelos, etc. Además, existe una p. more geometrico (p. ej., topológica, vectorial), una p. matemática y hasta una p. embriológica y epidemiológica, así como, desde tiempos recientes, una p. basada en la teoría de la información y de la cibernética. Existen, además, dependencias de tipo religioso-social (cf. sociología de la religión de los sistemas psicológicos: P. Hofstätter) en el sentido de cuius religio, eins psychologia; así, p. ej., una p. calvinista, pudiendo entenderse preferentemente como tal la p. angloamericana, y una p. luterano-católica, que sería característica del continente con su tendencia a comprender y dar sentido científicamente. De igual modo cabría establecer una diferencia según la pertenencia a territorios nacionales y políticos (cuius regio, eius psychologia).

Una división secundaria resulta del puesto y situación de la p. dentro del sistema de las ciencias. Como quiera que la mutua dependencia y convergencia de las ciencias particulares está condicionada y definida por la universal referencia recíproca de todo ente; en la estructura del edificio científico, tal como aparece institucionalmente en la universidad, se reflejan la riqueza y la conexión hasta ahora descubiertas de la realidad humana y extrahumana. En el carácter de la existencia humana como unitas multiplex (W. Stern), es decir, como coincidencia de modos de ser diversos y antitéticos, se funda que las ciencias antropológicas, las cuales llevan al hombre a un saber de sí mismo y a un trato consigo mismo, están en más amplia referencia mutua respecto de otros dominios especiales, que las restantes disciplinas (-> antropología, -> hombre). En el sentido de esta central posición lógico-científica, con una referencia omnilateral, son ciencias universales.

De acuerdo con la realidad del hombre en su cuadro de dimensión como ser natural, personal, histórico, creador de cultura o determinado por ésta, las distintas disciplinas parciales de la p. pueden dividirse en coordinación con las asignaturas de las otras facultades o de los otros grupos de ciencias. De esa manera a las ciencias naturales estaría ordenado la p. de la naturaleza; y así en particular se ordenarían: a la física, la psicofísica; a la química, la psicoquímica; a la geología, geografía y metereología, la geopsicología, la meteoropsicología y la psicoclimática; a la biología, la biopsicología; a la botánica, la p. vegetal; a la zoología, la p. animal; a la medicina en general, la p. médica; a la fisiología, la psicofisiología; a la farmacología, la psicofarmacología; a la psiquiatría, la psicopatología, etc. A las ciencias de la persona (W. Stern: personología), con carácter teológico, filosófico y, en general, de ciencias del espíritu, corresponde la p. de la persona o de la personalidad; a las ciencias históricas se ordena la psicohistoria como p. histórica individual y universal (incluida la paleopsicología).

A las ciencias de la cultura aparece ordenada la p. cultural, investigada según la distinción corriente en cultura espiritual, social y material. Respecto de las disciplinas de la cultura espiritual se da la siguiente correspondencia: teología — p. de la -> religión; filosofía — p. filosófica; teoría del conocimiento y metodología — teoría psicológica del conocimiento y del método; ética del conocimiento y del método; ética -> moral; antropología — p. antropológica; — p. de la estética; arte — p. del arte; filología — p. del lenguaje; pedagogía — p. pedagógica, etc. En las disciplinas de la cultura social se corresponden: sociología — p. social; etnología — p. de los pueblos; politología — p. política; ciencias jurídicas — p. forense y criminológica. Y en las disciplinas de la cultura material se da la siguiente correspondencia: ciencias económicas — p. económica; ciencia de la industria — p. industrial; ciencia del trabajo — p. del trabajo; ciencia del tráfico — p. del tráfico, etc.

III. Psicología de la naturaleza

El concepto de naturaleza, en un sentido limitado al aspecto de las ciencias naturales, se refiere aquí a la totalidad de los factores quimico-físicos y bio-fisiológicos, psíquicamente relevantes, y atañe así al condicionamiento de órdenes, formas y procesos anímicos por aquéllos, ora dentro de la constitución corporal, ora a través de agentes que actúan en ella desde fuera. La naturaleza psíquicamente importante así entendida es objeto de la doctrina psicológica natural, de orientación preferentemente cientifico-natural; p. ej., en relación con las disposiciones anímicas, la p. de la herencia, que, además del análisis exacto del proceso hereditario, indaga entre otras cosas las notas y estructuras innatas, sobre todo las que resisten al medio; y, respecto de la naturaleza física que influye sobre el alma, la p. metereológica, la geopsicología y la psicoclimática, que se ocupan de la cuestión referente a la manera y extensión en que los factores geográficos, climáticos y atmosféricos del medio repercuten sobre lo psíquico. En la p. natural entran también, además de la p. médica general, de la p. animal y de la problemática p. vegetal, la psico-fisiología, hoy muy actual (cf. la fisiología del comportamiento), la psicofísica y la psicoquímica, que investiga la producción, dirección y modificación de procesos y estados psíquicos por medio de sustancias físico-químicas.

IV. Psicología de la persona y de la personalidad

Trata en general (y en cuanto es psicológicamente posible) de definir al hombre como «ser especial» (Lersch), de marcar su particularidad específica e individual, destacándolo forzosamente de todas las cosas y estructuras de otra especie. La elaboración de tales características especificas e individuales es objeto hasta de tendencias científicas extremas que, no obstante su posición impersonal por principio, todavía se designan a sí mismas como p. humana y p. de la personalidad. Según eso, pueden distinguirse dos grupos antitéticos de p. de la personalidad.

1. La p. de la personalidad orientada científicamente a la vivencia y a la comprensión, al valor y al sentido, que parte primariamente de la manera cómo el hombre se experimenta a sí mismo y el mundo en que vive (en la misma dirección marcha el Perceptual o Personal Approach de McLeod, Combs, Snygg, al que se aproximan las Purposive Psychologies [psicologías de la intención]). Toma su punto de partida de la persona, porque no hay hechos psíquicos fundamentales, como sensación, percepción, sentimiento, voluntad, imaginación, memoria, pensar, aprender, etc., como tales, sino personas, individuos, que ejecutan estas actividades o tienen tales vivencias (es decir, personalización en contraste con fenómenos de despersonalización patológica). Ello quiere decir que la persona no funciona como un trasfondo neutral o un punto formal de referencias, sino, de acuerdo con la experiencia, como autor, centro, sujeto y regulador de los procesos y propiedades psíquicos (p. de la existencia, Jaspers, Gebsattel, Binswanger, Frankl, Daim, Caruso, Meinertz, Zutt y otros), que por eso aparecen siempre en «forma personal» (James), si bien se reconoce que no todos los problemas psíquicos son problemas de personalidad.

Los más decisivos actos anímicos no sólo son vividos como referidos al yo (ego involved), sino que el saber esta referencia al yo constituye lo más cierto que nos es dado (cf. la eminente importancia en la historia de la ciencia del más fundamental principio cartesiano: «cogito, sentio, volo; ergo sum», como prima et certissima cognitio, en pro de la primacía de la experiencia interna, de la fenomenología introspectiva y de la p. vivencial; en este punto se ha expresado insuperablemente: AGUSTÍN, De Trin. x 16, xv 22).

Como quiera que, por análisis, abstracción, reducción y generalización, procesos originariamente personales pierden su realidad y se hacen impersonales, no puede declararse doctrina de la realidad lo que es solamente artificio del método (Allport). La p. de la personalidad se ocupa preeminentemente, entre otras cosas, del ámbito central personal, del llamado proprium (Allport) y de sus formas de manifestarse por la propia identidad (es decir, tendencia al realce del yo, a su extensión, a la imagen de sí mismo, a la propia aspiración, instancia del saber y de la responsabilidad, etc.).

De manera general, se ocupa de la definición de lo real y universalmente humano, tal como se da en el adulto normal, y, por tanto, de la distinción y clasificación de todos los hechos, procesos y contenidos psíquicos que afectan a la personalidad y la construyen, de los hechos conscientes y de los inconscientes que se descubren a través de aquéllos, de sus peculiaridades relacionales, estructurales y legales o regulares. Además de la referencia personal, esencialmente inherente no sólo a todos los actos «superiores» psíquicos, la referencia al mundo, igualmente constitutiva y esencial para ellos, es también objeto de las investigaciones de la p. de personalidad, que le exige la «cosa» misma para la inteligencia de la realidad psíquica. Esta p. parte, pues, igualmente del hecho elemental de que la totalidad de los actos anímicos, ora se trate de procesos internos, como deseos, sentimientos, intenciones, actitudes u orientaciones, etc., ora de acciones y realizaciones, no puede producirse ni comprenderse, si tales actos anímicos no están dirigidos a algo fuera de sí mismos. Este carácter de trascendencia respecto de sí mismo o de intencionalidad (Brentano y otros) es de fundamentalísima importancia. Es expresión de la interdependencia ontológica (es decir, óntica y cognoscitiva) entre el alma (o el hombre) y el mundo (sobre todo el cultural: Dilthey y otros).

De acuerdo con el principio: actus distinguuntur secundum obiecta, los actos psíquicos sólo pueden distinguirse, en toda su variedad, partiendo de los objetos a que se dirigen. Y no sólo surgen, sino que se estructuran también según los órdenes reales o ideales (axionormativos) fuera de la propia realidad anímica. Este hecho tiene consecuencias decisivas para el carácter y el procedimiento de la p. En cuanto lo psíquico sólo puede realizarse, ordenarse y comprenderse por lo no psíquico, tal hecho fuerza a abandonar el criterio de la inmanencia y, por ende, de toda especie de psicologismo (que es siempre un pampsicologismo) o, como en la p. de los complejos de C.G. Jung, un monopsiquismo: tendencias de la p. profunda, con el positivismo psicónomo en la ciencia, la religión, la moral, etc., defendido por esas tendencias.

Aquel hecho pone además de manifiesto que toda descripción puramente formal de la función y de la personalidad no ofrece conocimiento utilizable y suficiente y debe, por ende, completarse por otra descripción material y metapsíquica (personalidad como «estructura de intencionalidad»: Gilbert). El mero carácter formal sin inserción del horizonte universal a que se dirige, sólo toca la mitad de la totalidad de la existencia psíquica. No basta una mera enumeración de propiedades, deseos y sentimientos, etc., es decir, no basta saber que uno es capaz de entusiasmo, sino que es necesario saber de qué se entusiasma. «Lo que amas, eso vives» (Fichte): palabras lapidarias sobre la importancia de la intencionalidad (trascendencia, referencia al mundo) en la teoría del conocimiento y del procedimiento. De donde se sigue que lo psíquico individual no puede extenderse por sí mismo. Está siempre además penetrado y determinado por contextos superiores de ser y sentido, por estructuras y poderes de vida espirituales y supraindividuales, de los que el mundo psíquico del individuo sólo sabe y puede saber en medida limitada. De ahí que la inteligencia de sí mismo y de lo extraño requiera una comprensión de todos los contextos transubjetivos de sentido y acción (espíritu objetivo) con importancia para el sujeto.

Bajo este aspecto, la p. se convierte necesariamente en p. de las ciencias del espíritu (Dilthey, p. estructural, Spranger, Lersch, etc.). Como en la p. de la personalidad no se trata sólo de un análisis de todos los hechos psíquicos fundamentales, sino igualmente de ordenarlos y organizarlos según la forma específica de la persona humana, es de importancia decisiva saber que todos los anteriores ensayos de estructuración (comenzando por Platón) se llevaron a cabo según órdenes ideales de valores (presupuestos o fundados) y no podían lograrse de otro modo. La p. que así se establece como ciencia de la vida, del espíritu y de la persona, se dilata hasta una p. verdaderamente global de la existencia humana (incluso de la estructura metafenoménica de su ser psíquico individual), que abarca también su «espacio vital» pluridimensional (life space: Lewin) y la historia de su vida (método biográfico). Presupuesto y base suprema de la llamada comprensión, en que estriba toda la p. de la personalidad — como, a la postre, toda p., por muy reducida que esté regresivamente —, es la comunidad no solo óntica, sino también experimentable entre el espíritu y el alma, y, en consecuencia, el hecho elemental de que impulsos propios o individuales son experimentados con el mismo carácter primigenio como universalmente humanos (cf. AGUSTÍN, De Trin. ix 1: et quid est cor meum nisi cor humanum).

Hay un conocimiento a priori de las leyes de nuestro común acto de vivir, de la posible compatibilidad de actos psíquico-espirituales y de su ordenación a valores de sentido. La certeza de que, en conocimientos decisivos, todos experimentamos a la postre lo mismo y de la misma manera, y de que hemos de experimentarlo para lograr un saber unívoco, forma el fundamento ineludible no sólo de la comprensión, sino también de toda experiencia interna y externa. En relación con esa certeza, una ciencia experimental de un positivismo extremo no es más segura ni, por tanto, más científica que la ciencia del espíritu y, con ella, la p. de la personalidad (entre sus iniciadores y representantes están, en Alemania: Dilthey, Spranger, Stern, Scheler, Pfänder, Krueger, Kafka, Wellek, Thomae, Lersch; en Francia: Renouvier, Janet, Nuttin, Mercier; en Italia: Gemelli; en EE.UU.: los autores que pertenecen a la American Association for Humanistic Psychology, fundada en 1962, o están próximos a ella: Allport, Angyal, Asch, Bühler, Bugenthal, Fromm, Goldstein, Horney, Maslow, May, Moustakas, Rogers, Sutich).

2. La tendencia científico-natural, de procedencia angloamericana principalmente, aunque se califica a sí misma como p. de la personalidad, no concede en absoluto una significación científica de los conceptos de persona, yo, mismidad, sujeto, que son desvirtuados por ella como Science f ictions, como «fórmulas vacías esencialistas» (Topisch), como bomunculi (Guilford). La individualidad no aparece ni en sentido fenoménico, ni esencial, ni causal, ni menos sustancial. Según el neobehaviorismo, la personalidad no es otra cosa que un sistema de reacciones uniformemente organizado (Skinner), una combinación de «jerarquías de hábitos», es decir, de clases de referencia estímulo-reacción (jerarquía de habit - family: Hull, Maltzmann), un agregado de enlaces medibles estímulo-reacción y de fuerzas constitucionales, que están en acción recíproca según leyes complejas (Cattell), una consistencia de comportamiento, relativamente constantes, de corte longitudinal, psicométricamente averiguada, o el complejo de condicionamientos que permite las predicciones de conducta (Cattell: Personality is that which permits a prediction o f what a person will do in a given situation). Las leyes del aprendizaje (establecidas las más de las veces sobre ensayos de animales), así como ciertos automatismos dinámicos son considerados como principios suficientes para explicar la personalidad.

Según la concepción de la teoría de la forma y del campo (Köhler, Lewin), el hombre es tenido por un mecanismo homeostático (así también en el psicoanálisis de Freud, aunque renunciando a la cuantificación, a los experimentos y a una formulación convincente). La constancia del «equilibrio dinámico», que se cumple en la química para todos los sistemas «cerrados» y «abiertos» y puede formularse en ecuaciones de reacción, es levantada a principios de los procesos no solo biológicos, sino también de los psíquicos y espirituales, incluso del pensamiento lógico y de la conducta axio-normativa.

En las concepciones factoriales de la personalidad, con base teórica elemental o cuántica, aparece la reducción regresiva del hombre, característica de toda p. científico-natural, en triple manera: a) como un ideal de personalidad ideológicamente preconcebido (política, sociológica, culturalmente, etc.; imagen ideal, valor de dirección; en EE.UU., p. ej., personalidad = valor social de estímulo: social-stimulus value, etc.). b) Bajo estas cualidades (dimensiones, etc.) previamente seleccionadas, se practica una segunda reducción a aquellas que son aprehensibles por los métodos admitidos según decisiones previas de la teoría de la ciencia (cálculo con datos sensibles; lo mismo vale también para la definición de la inteligencia: «Ésta es lo que se mide por un test de inteligencia» [Borings]; es decir, todo test de inteligencia, hecho según un concepto preconcebido de la misma [p. ej., pragmático] y según métodos de «producción a priori» (Dingler), construye, registra y sólo permite las realizaciones de la inteligencia que su construcción precisamente admite. c) Finalmente se practica una reducción a un número mínimo de propiedades, determinadas por un análisis hecho según el principio de economía. Entre una multiplicidad ilimitada de propiedades, procediendo ideológicamente y por cálculo, se determinan, pues, ciertos factores irreductibles con los que queda tejida la personalidad (p. ej., según Cattell, 12-16; según Guilford y Zimmermann, 10-13). Tales factores no guardan entre si ninguna relación interna, experimentable e inteligible, o de cualquier modo razonable, sino que están referidos mutuamente por una ordenación externa e incomprensible según medida de correspondencia estadística.

Lo que así resta del hombre es un cúmulo sin sentido (cluster) de factores (vectores, dimensiones) generalizados hipotéticamente, según se confiesa (Guilford), como rasgos esenciales comunes (common traits), de los que, además, no pocos (a consecuencia de la requerida «pureza vectorial») no son ya en absoluto psicológicamente interpretables y se quedan, por tanto, en unidades abstractas por completo de condicionamiento. La individualidad de la persona se reduce a una combinación casualmente singular de tales factores, o consiste, según la p. diferencial (psicografla), que procede psicométricamente y de la cual' han salido con plena lógica la p. de la correlación y el análisis factorial, en la suma de las desviaciones (cifras de valor) de sus funciones, aisladas por procedimiento técnico, respecto del término medio averiguado estadísticamente (personalidad media, como norma de grupos por oposición a la norma intraindividual); es decir, la individualidad es entendida no como algo particular, «cualitativamente único e integral» (Thomae; idioversum: Rosenzweig), sino sólo como la variación numéricamente uniforme de un elemento (matemáticamente) general.

V. Psicología social

Además de la individualidad, la sociabilidad es una nota primigenia del hombre. El hombre es, por naturaleza, animal sociale, un «hombre con el hombre» (M. Buber), un horno duplex, ambas cosas a la vez: «un yo y un nosotros» (E. Durkheim). El convivir, el estar remitido a sus semejantes y a la sociedad posee para él la importancia de un «-e, existencial», es decir, de un modo de ser que necesita necesariamente; pues sin él no puede realizar su existencia. De ahí que toda sociedad nace, a la postre, de una «solidaridad en la necesidad».

Este rasgo antropológico fundamental de una «polaridad social e individual» (W. Beck), se convierte también en un tema de estudio psicológico en la p. social. Su objeto inmediato es el «campo interpersonal» (Ph. Lersch), y más exactamente: las «interacciones» que allí se dan, vistas en su condicionamiento, efectos e inteligibilidad psíquicos. Las relaciones interpersonales y los contactos sociales se manifiestan como procesos de expresión, comportamiento, comunicación e inteligencia. De ahí resulta la convergencia temática de la p. de la expresión, conducta, comunicación e información. La influencia social de los individuos en su mutuo comportamiento se realiza a través del ámbito inmediato de vida de grupos naturales, espontáneos (los llamados grupos primarios, no formales), en una múltiple implicación de cada uno con grupos más o menos organizados para un fin (Ios llamados grupos secundarios, formales), como asociaciones, instituciones, etc. El estudio de las relaciones dentro y fuera de los grupos con sus principios y «leyes» (p. ej., de interdependencia, de dirección reciproca, de gravitación social, es decir, de la proporción de fuerzas de atracción y repulsión), es objeto de la llamada dinámica de grupos.

La importancia de la parte sociológica-psicológica en la p. de la personalidad radica sobre todo en el hecho de que las convicciones, estimaciones, normas, actitudes, formas de conducta, etc., sociales y colectivas, se integran con más o menos intensidad en la personalidad (cf. introyección), con lo cual se acuña el carácter social y el «yo social» (James). El individuo se experimenta a sí mismo y aparece como lo que se espera de él y como aquello por lo que es tenido (cf. conformidad personal, personalidad modal). Sin los grupos y asociaciones fundados y organizados por obra de los hombres, no podría desplegar, conservar y perfeccionar su vida como individuo (necesidad de la división del trabajo, etc.). El conjunto de tales estructuras y procesos sociales se llama cultura social, y puede también clasificarse, desde el punto de vista psicológico, en el campo general de la p. de la cultura. Del hecho de que en los individuos, estructuras y procesos sociales se trata siempre de la apetencia y realización de bienes, valores, ideas, normas, ordenaciones, etc., y de que sin esta referencia esos individuos, estructuras y procesos no podrían concretarse, comprenderse ni determinarse suficientemente, resulta la necesaria unión entre la ciencia de la sociedad y la de la cultura, entre la p. social y la cultural.

VI. Psicología de la cultura

Si por naturaleza se entiende en gran parte todo aquello con que el hombre se encuentra en sí mismo y fuera de sí mismo sin acción propia, la cultura en cambio se refiere a lo que él produce de nuevo y añade a su naturaleza y a la naturaleza exterior (cultura subjetiva y objetiva), cambiándola, completándola, perfeccionándola o desnaturalizándola. Entre el hombre y la cultura (objetiva) reina una triple interdependencia: óntica (no se da lo uno sin lo otro); lógica (lo uno no puede comprenderse sin la referencia a lo otro); y metodológica (las ciencias de la cultura necesitan de las antropológicas y a la inversa). Esta recíproca dependencia ontológica y epistemológica eleva la p. de la cultura a una disciplina de valor igual al de la p. de la persona. Sin ella, no podrían siquiera comprenderse formas enteras de experiencia, de conducta y de acción, porque éstas, a consecuencia de su esencial intencionalidad y de su trascendencia metapsíquica, sólo se determinan y realizan por los objetos, valores y contenidos de significación a los que tienden.

La p. de la -> cultura puede dividirse (según la división de la cultura que generalmente se hace en la etnología y la antropología cultural) en tres regiones. Así, a la cultura material, p. ej., corresponde la p. de la economía, del comercio, del tráfico, del trabajo, de la propaganda, del consumo, del vestido, de la moda, etc.; a la cultura social se ordena la p. social (de grupos y masas), la p. de los pueblos, la p. politica, la p. forense, etc.; a la cultura espiritual corresponde la p. de la religión, de la moral, del arte, del lenguaje, de la educación, etc. De manera general, en la p. de la cultura se trata: a) de la relación entre el hombre y la cultura, de la psicogénesis de la cultura (como sistema de valor, estimación, realización y bienes); b) del condicionamiento cultural del alma.

1. La psicogénesis de la cultura ostenta distintos aspectos: a) el aspecto general o de p. de la personalidad (p. ej., análisis de dotes y actos creadores en general y creadores de valores en particular; caracteriología y tipología del creador de cultura; p. de la personalidad genial, por una parte, y análisis psicológico de la obra, como expresión de la personalidad, por otra); b) el aspecto de p. social (la peculiaridad psíquica de grupos creadores de cultura; la cultura como expresión del carácter o «espíritu» de la comunidad o del grupo; p. ej., «historia del arte como historia del espíritu»: Dvorak); c) el aspecto de la psicobistoria (las formas culturales como expresión de los tipos de cada época: p. ej., del hombre del renacimiento, del barroco, etc.); d) el aspecto evolutivo-psicológico (indagación de las fases y edad productivas de determinadas obras culturales, etc.).

2. El condicionamiento cultural del alma se manifiesta en las acciones y repercusiones de la eventual cultura (material, social y espiritual) sobre el hombre en forma de modificaciones y «acuñaciones» de la personalidad: p. ej., sociogénesis de tipos de personalidad (tipos de profesión, estamento, cultura), de formas de evolución y madurez (p. ej., la pubertad, que no es un proceso exclusivamente natural, condicionado por la disposición y como tal ideostático, dirigido por entelequia, sino también y esencialmente un fenómeno social y cultural; la «edad del pavo» [formación de bandas] como fenómeno de la civilización; carácter y curso distinto del desenvolvimiento y madurez según la cultura y la época); sociogénesis de la sexualidad, de la criminalidad y del abandono de la juventud; determinantes sociales y culturales de la vida corporal, anímica y espiritual (p. ej., del enseñar, del aprender y educar; aceleración de la madurez corporal y retardo de la anímica); manipulación del hombre según creaciones ideales por obra de las distintas potencias culturales (economía, industria de la recreación, Estado, partidos, medios de -3 comunicación social, prensa, radio, televisión, cine, asociaciones de intereses), es decir, trasformación del hombre en tipos ideales de rentabilidad (como productor y consumidor, en relación a la adaptación, transformación y ejecución sin reservas de disposiciones, etc.).

A las repercusiones culturales pertenecen también algunas de carácter patogénico: p. ej., la sociogénesis de la etiología de las psicosis y neurosis (p. ej., desarrollos anormales de origen familiar en forma de neurosis infantiles), patoplástica temática como pato-plástica colectiva (p. ej., en relación con la determinación material de la manía de los esquizofrénicos). La aparición en parte de amplias neurosis culturales y sociales plantea el problema de una patología cultural o de una patología del espíritu del tiempo: por una parte, la dependencia del concepto de enfermedad, de norma y de sanidad psíquicas respecto de las eventuales normas de vida y los sistemas sociales y culturales de valoración; y, por otra, la necesidad ineludible de una ordenación axiológica supra-temporal y supracultural para determinar con validez universal los criterios de decisión.

En la p. cultural entran también las cuestiones sobre las causas y los signos anímicos y espirituales de crisis y decadencia de la cultura, lo mismo que las cuestiones sobre las condiciones anímico-espirituales de una restauración y renovación de la cultura. Toda cultura, como sistema regional y temporalmente limitado de valores, bienes y realizaciones, representa un conjunto característico de ordenación perfectamente determinado de potencias vitales (Iglesia, Estado, economía, técnica, ciencia, instituciones de formación, etc.). Por razón de su interdependencia óntica, el hombre está comprometido (p. ej., por su posición y los roles que se le asignan) por estas potencias culturales en la medida de su poderío, expansión y validez pública y, consecuentemente, por las prestaciones, posiciones, actitudes y formas de conducta que se le exigen (en parte bajo sanciones; así en la formación, el trabajo y la llamada configuración del tiempo libre); todo lo cual le imprime «forma» y «sello» (cf. el proceso de socialización y aculturación).

A la efectiva ordenación de las realizaciones de valores (objetivos, vitales, jurídicos y de formación, etc.) en forma de potencias culturales, corresponde luego, en armonía más o menos grande, la organización efectiva de todas las potencias que intentan y realizan estos valores de los hombres que viven dentro de una cultura, los cuales, así formados, reaccionan a su vez sobre ella, produciéndola, conservándola y desarrollándola. Así se da un ciclo de acción según el principio de Hegel: «En cuanto el hombre cambia la naturaleza, cambia su propia naturaleza.» Esta correspondencia fáctica en forma de amplia igualdad estructural entre el hombre y la cultura ha sido desde el principio objeto de las ciencias históricas y de las del espíritu, que han tratado de dividir la corriente de la historia en fases estructuralmente distinguibles' y ordenar a ellas los correspondientes tipos de la época (como figuras culturales e «hijos de su tiempo»). La cuestión de si la cultura y el hombre que se encuentra en ella están o no «en orden» según la mejor ciencia y conciencia, cuestión que el hombre está llamado sin remedio a plantear y responder por la crítica de la cultura y del tiempo, pone en evidencia que una ordenación fáctica sólo puede a la postre ser medida, enjuiciada y fundada partiendo de un orden ideal de valores. Es ésa una consecuencia sobre la que engaña con harta frecuencia la llamada «fuerza normativa de lo fáctico» (Jellinek).

VII. Psicología de la historia

El análisis del curso característico de los actos, estados y constituciones corporales, psíquicos y espirituales del hombre constituye el objeto de la p. de la historia (-> historia e historicidad). Si el hombre es un «ser en el tiempo», síguese que su ser y esencia sólo puede realizarse, vivirse y juzgarse (p. ej., psicológicamente) en la totalidad de su extensión entera en el tiempo (desde el nacimiento a la -> muerte). En forma de potencias naturales que le son dadas previamente, más o menos independientes y autónomas, el hombre es ya una totalidad de -> tiempo y movimiento y, por otra parte, tiene que conquistar para sí mismo la totalidad temporal (la identidad y constancia de la persona como tarea) con conciencia de sí mismo y dentro del espacio de juego que le queda para su propia realización (la prueba más impresionante de la continuidad real del ser psíquico en el tiempo la ofreció para la dimensión del pasado el -> psicoanálisis de Freud [repercusiones patógenas de traumas psíquicos]; y, respecto de la presencia omnipotente del futuro, la -> psicología individual de Adler). La forma y manera de la serie de permanentes movimientos corporales, anímicos y espirituales se llama forma del tiempo y del movimiento Tal forma la posee el hombre como individuo y como ser especifico en la serie y sucesión de todas las generaciones que han vivido hasta ahora en la historia de la humanidad.

1. La historia individual o el camino vital del individuo sólo en parte es un «desenvolvimiento», del que se ocupa la p. del desarrollo, o la p. de la niñez, de la juventud y de la madurez. Aun en los estadios tempranos, es continuamente adquisición de nuevas posibilidades de existencia y pérdida irreparable de otras, o sea, de formas de personalidad y de los «mundos individuales» (Scheler) que les corresponden. Abarca según eso también todos los ulteriores períodos de la vida (p. de las edades: p. ej., climaterio, senectud). La libertad, los encuentros, las crisis, los azares que determinan esencialmente la historicidad del hombre, hacen que se presente problemática una fijación regular o nomotética del curso de la vida humana (en estadios, grados y series de fases). Las proyecciones temporales anímicas (hacia el pasado, el presente y el futuro) son de inmensa variedad (cf. los tipos de tiempo, dirección y transcurso), de acuerdo con la variedad de posibles experiencias, sentimientos y actitudes (angustia, miedo, desesperación, expectación, esperanza, desengaño, renuncia, depresión, optimismo, tenacidad, impulso de realización y acción, etc.).

El hombre es una figura temporal múltiple, en cuanto en él se superponen y penetran o perjudican mutuamente las más varias direcciones del tiempo, ora constantantes ora de vida efímera, según la constitución y condición, la edad, el destino personal, la profesión y las circunstancias culturales, sociales y situacionales, las tareas y los fines. La distinta temporalidad (en parte impuesta) de las posiciones fundamentales psíquico-espirituales y de los planos de existencia conduce a la confusión y desintegración de la unidad personal y obliga a la búsqueda de la recta forma y del tiempo oportuno, que acaba finalmente en una decisión axiológica y en un -> sentido (p. ej., religioso) de la vida, según el cual se ordena y dirige la existencia.

Lo mismo que el hombre, también la cultura por él producida y que repercute sobre él, es una realidad y forma temporal que se produce a sí misma. La diversidad temporal, en parte considerable, de las potencias vivas que operan en la cultura, hace igualmente de ella una compleja estructura temporal pluridimensional. El curso de su acción, su intensidad y celeridad obligan al hombre a una conducta sincrónica con ella. La inaudita aceleración de la cultura material (según el principio exponencial: Ogburn) y de la cultura social (según progresión geométrica: L. v. Wiese) opera un retroceso de la cultura espiritual (cultural lag: v. Lyer, Vierkandt, Ogburn). Consecuentemente, se acelera en el mismo el desenvolvimiento de las facultades y orientaciones psíquicas y espirituales exigidas por estos órdenes de cultura, lo que tiene por consecuencia un desplazamiento desproporcionado del equilibrio personal y una reestructuración del hombre moderno (tipo peculiar de la época del industrialismo; cf. - técnica). La diferenciación socio-cultural que crece constantemente, la variabilidad, la movilidad geográfica, social e ideacional conducen al problema del sincronismo y del heterocronismo entre el hombre y la cultura, y plantean de nuevo la cuestión sobre el curso de la vida que corresponde a la naturaleza y esencia del hombre (corporal, anímica y espiritual).

2. El cambio histórico del alma humana es objeto de la p. de la historia universal (para el tiempo prehistórico, de la paleo-psicología). También como especie el hombre es un ser en el tiempo, de forma que sólo en el trecho total de su existencia histórica puede vivir la plenitud entera de su ser. La historia aparece como una sucesión ininterrumpida de figuras temporales (tipos epocales) de distinta naturaleza y de distinta brevedad de vida, en que se abren continuamente nuevas posibilidades de existencia y de mundo. Qué sea el hombre y qué pueda ser según su determinación específica, psíquica y espiritual, sólo puede conocerse por la historia (Dilthey). Por eso, propiamente. sólo al fin de los tiempos sabrá el hombre qué riqueza ha sido capaz de desplegar en las figuras de su existencia (Hegel).

Lo mismo que la historia individual, la historia de la especie no es sólo historia del desenvolvimiento (teoría de la evolución; «-» humanismo evolucionario»: Huxley), sino también ganancia de nuevas posibilidades de existencia y figuras de humanidad, y pérdida irreparable de otras positivas, y a veces infinitamente más valiosas. En todas las determinaciones psíquico-espirituales el hombre se revela a sí mismo como una «cantidad» variable: variación, p. ej., de la sensibilidad vital (p. ej., historia del sentimiento del hombre occidental o asiático), distinto curso de la niñez y de la juventud en épocas históricas particulares, modificación de las enfermedades psíquicas y de sus síntomas, variación del estilo total de vida y del perfil de la personalidad. Naturalmente, una p. histórica, como cualquier historia que no quiera reducirse a meros anales y crónicas y aspire a ser ciencia «comprensiva», sólo es epistemológicamente posible bajo el supuesto de una p. a priori y con validez universal del entender, la cual, por su parte, a pesar de todos los cambios, tiene como condición un núcleo permanente en realizaciones y vivencias fundamentales, en el que se atestigua la unidad e igualdad de la naturaleza humana. En este sentido, hay psicohistoria e historia por la sola razón de que «el que investiga la historia, es el mismo que la hace» (Dilthey; cf. también filosofía de la -> historia, teología de la -> historia).

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— AL III 1 (Psicología de la persona): W. Stern, Person und Sache (L 1923); A. Pfänder, Die Seele des Menschen (Hl 1933); A. Angyal, Foundations for a Science of Personality (NY 1941); F. Krueger, Die Lehre von dem Ganzen (Berna 1948); M. Scheler y otros, Wesen und Formen der Sympathie (F 51948); R. Heiß, Die Lehre vom Charakter (B 21940); G. W. Allport, La personalidad: su configuración y desarrollo (Herder Ba 31970); L. Corman, Examen psicológico del niño (Herder Ba 1971); H. Zulliger, Introducción a la psicología del niño (Herder Ba 1971); idem, Evolución psicológica del niño (Herder Ba 1971); W. J. Schraml, Psicología profunda para educadores; E. Cerdd, Psicología aplicada (Herder Ba 1971); idem, Una psicología de hoy (Herder Ba 51972); W. Corre!l, Introducción a la psicología pedagógica (Herder Ba 1970); J. Sarano, La soledad humana (Síg Sal 1970); W. Stern, Allgemeine Psychologie auf personalistischer Grundlage (La Haya 21950); W. Oelrich, Geisteswissenschaftliche Psychologie und Bildung des Menschen (St 1950); A. Wellek, Die Polarität im Aufbau des Charakter (Berna 1950); D. C. McClelland, Personality (NY 1951); F. Krueger, Zur Philosophie und Psychologie der Ganzheit (B 1953); L. Binswanger, Grundformen und Erkenntnis menschlichen Daseins (Z 31953); A. H. Maslow, Motivation and Personality (NY 1954); G. W. Allport, Bocoming (NH 1955); H. Thomae, Persönlichkeit (Bo 21955); Ph. Lersch, La estructura en la personalidad (Scientia Ba 21962); E. Spranger, Formas de vida (Ma °1972); J. Nuttin, La Structure de la Personalité (P 1965);

— AL IV 2: W. Corre!!, El aprender (Ba Herder 11969); K. Lewin, A Dynamic Theory of Personality (MY 1935); E. R. Guthrle, Personality in Terms of Associative Learning: Personality and the Behavior disorders, bajo la dir. de J. McV. Hunt (NY 1944); O. H. Mowrer, Learning Theory and Personality (NY 1950); R. B. Cattell, Personality (NY 1950); H. J. Eysenck, The Science Structure of Human Personality (Lo 1953); J. P. Guilford, Personality (NY 1959).

— AL V (Psicología social): A. Kardiner, Psychological Frontiers of Society (Columbia Univ. Press 1945); D. Krech - R. S. Crutchfield, Theory and Problems of social Psychology (NY 1948); G. C. Homans, The Human Group (NY 1950); Th. M. Newcomb, Social Psychology (NY 1950); F. J. Roethlisberger, Management and Morale (C [Mass.] 1950); (Kö - Opladen 1954); Talcott Parsons, Toward a General Theory of Action (Glencoe 1951); D. C. Miller - W. H. Form, Industrial Sociology (NY 1951); K. Lewin, Field Theory in Social Science (Lo 1952); E. L. Hartley - R. E. Hartley, Die Grundlagen der Sozialpsychologie (B 1955); R. K. Merton, Social Theory and Social Structure (Glencoe 21957); Ph. Lersch, Der Mensch als soziales Wesen. Eine Einführung in die Sozialpsychologie (Mn 1964); A. Oldendorff, Grundzüge der Sozialpsychologie (Kö 1965).

— AL VI (Psicología de la cultura): Generales: R. F. Benedikt, Patterns of Culture (Boston 1934); C. Kluckhohn - H. A. Murray - D. Schneider, Personality in Nature, Society and Culture (NY 31953); W. Hellpach, Kultur-P. (St 1953); idem, Einführung in die Völker-Psychologie (St 31954); O. Kraus, Kultur-Psychologie der Menschheit (Z 1954); R. Linton, The Cultural Background of Personality (NY 1954); W. Pöll, Psicología de la religión (Herder Ba 1969); J. M. Pohier, Psicología y teología (Herder Ba 1969); L. Ancona y otros, Cuestiones de psicología (Herder Ba 21971); P. Chauchard, El dominio de si mismo (Guad Ma 21970); O. S. English, Problemas de la conducta humana (Caralt Ba 1969); E. Lowell, La valuación de las cualidades humanas (Marfil Alcoy 1969).

— AL VII (Psicología de la historia); K. Zucker, Vom Wandel des Erlebens (Hei 1950); H. Werner, Einführung in die Entwicklungs-Psychologie (Mn 31953); F. Märker, Wandlungen der abendländischen Seele (Hei 1953); H. Gruhle, Geschichtsschreibung und Psychologie (Bo 1953); H. Thomae (dir.), Entwicklungspsychologie: Handbuch der Psychologie III (Gö 21960); 1. J. Gordon, Human Development (NY 1962).

Eduard Zellinger