C) TEOLOGÍA PROTESTANTE

I. Historia

Qué tarea haya de asignarse a la teología protestante, depende de cómo se entienda la esencia del p. y del sentido en que se le aplique el concepto de Iglesia. Este juicio está confirmado por la manera de tratar hasta ahora la historia de la teología protestante. Esta manera depende siempre, en la elección y caracterización del material, de la respectiva concepción de qué es «protestante» y en qué sentido el p. es Iglesia; y es siempre expresión de la postura que el autor de tal historia adopta frente al p. o también dentro de él. En este hecho se expresa más claramente que en otras ramas de la historiografía eclesiástica el principio de que la manera de entenderse a sí misma la Iglesia se pone principalmente de manifiesto en la interpretación de su historia. Por eso, con el despertar de la conciencia histórica en la teología moderna, también la historia de la teología protestante ha venido a ser en el siglo xix una disciplina propia de la historiografía protestante. Esta historia tenía por objeto esclarecer la manera como se entiende a sí misma la teología protestante, pero es siempre también expresión de la misma. Por eso no puede hablarse de la tarea actual de la teología protestante sin una previa mirada de conjunto a las anteriores exposiciones históricas de la misma.

Los principios puestos como base de estas exposiciones en el siglo xix, se miran aun hoy día — de lado protestante y de lado católico — como las notas características de la teología protestante y del p. simplemente, es decir, cada historiógrafo mide los fenómenos históricos de la teología protestante y su exposición por lo que a él mismo le parece ser la tarea de la misma en la actualidad. Este peculiar círculo es evidentemente un método inevitable de trabajo de la teología histórica, método que consiste en juzgar la multitud de fenómenos históricos según los criterios sentados por el historiador mismo, a fin de legitimarse así desde el punto de vista de la historia; lo cual es un nuevo signo de cómo la exposición histórica está determinada por presupuestos objetivos, y hasta aquélla puede verse francamente como ilustración de ésta. Si, pues, reproducimos aquí las anteriores interpretaciones de la historia de la teología protestante, queremos ofrecer una síntesis desde luego no completa, pero sí característica para ciertos tipos de la exposición de tal historia, a fin de mostrar cómo estos tipos se han enraizado en la historia o han comprendido la evolución histórica en el pasado como el camino o descarrío necesario hacia la posición actual, para justificar así la eventual inteligencia del p. y mostrarlo como legítimo en su eclesialidad o aclesialidad.

La exposición de una historia de la teología protestante tiene además por objeto suplir la historia de los –> dogmas, que es evidentemente imposible para el p., una vez que ésta, por razón de las concepciones del dogma a fines del siglo xix y comienzos del xx, se limitó principalmente a la historia de la Iglesia antigua, siquiera ocasionalmente, se dilatara incluyendo la edad media y los comienzos de la formación de los símbolos en la época de la reforma. Con ello el proceso de formación de las doctrinas protestantes se enlazó con la historia de los dogmas de la Iglesia antigua y medieval. Pero es evidente que, con la inteligencia del concepto de «dogma» y del objeto de la historia de los dogmas determinado por dicho concepto, tal como ambas cosas nos salen al paso en las exposiciones existentes de la historia de los dogmas, sólo podía resultar respecto del p. una exposición de la historia de teología protestante o de las doctrinas específicamente protestantes.

El primero que, de manera general, acometió este trabajo fue WILHELM GASS (1813-1889) con su Geschichte der protestantischen Dogmatik. Gass se limita en su historia a los «sistemas» eclesiásticos o eclesiásticamente aprobados, para seguir sobre ellos el proceso de formación de doctrinas en el luteranismo y en el p. reformado. Gass excluye de su estudio las llamadas «sectas protestantes», porque éstas no pueden incluirse en el tipo doctrinal eclesiástico. Hasta qué punto también éstas muestran una especie determinada de teología y eclesialidad o no eclesialidad protestante, no es objeto de estudio. El autor aspira a explicar los sistemas dogmáticos particulares bajo un principio ordenador, en cuanto les aplica su inteligencia del p. como principio critico para enjuiciarlos. Para Gass, el p. es «la afirmación de las exigencias y necesidades iguales de todos los cristianos respecto del bien supremo». Esta aspiración ha de brotar de los fundamentos más íntimos de la conciencia. De donde se sigue que el p. está, por así decir, ingénito por naturaleza en todos los hombres en la aspiración de la conciencia al «bien supremo». La afirmación de la aspiración del hombre al «bien supremo», que surge de los últimos fundamentos de la conciencia, halla su complemento en el principio de apropiación sentado para ello por Gass. Este principio expresa de manera formal lo que es el p., a saber, «la libre apropiación» de la salvación cristiana por la fe en la gracia divina revelada por Jesucristo. Como quiera que esa revelación está contenida únicamente en la sagrada Escritura, ésta debe dar la norma para la manera y extensión de la apropiación. Gass opina que desde este principio se ha desarrollado toda la teología o dogmática protestante. Ese proceso debe exponerse en relación con las ideas científicas generales de las distintas épocas.

Según Gass, Lutero sólo de manera general sentó el «principio protestante», sin darle una envoltura doctrinal; en cambio, Melanchton fue el verdadero promotor de la formación de la doctrina protestante. Gass muestra la evolución de la misma hasta mediados del siglo xix. Así, con su exposición de la historia de la dogmática protestante, dio el impulso para la formación de una más amplia «historia de la teología protestante» como exposición conexa de la evolución de las doctrinas típicamente protestantes.

Este trabajo iniciado por Gass fue proseguido por ISAAK AUGUST DORNER (1809-1884), teólogo de Bonn, en su Geschichte der protestantischen Theologie. Dorner a su vez entiende bajo tal titulo la exposición de una historia del «principio protestante». Éste consiste, según Dorner, «en la certidumbre subjetiva y objetiva de la gracia». Dorner funda ese principio, que él considera característico del p., por una comparación confesionológica. A su juicio, toda exposición de la «historia de la teología protestante» tiene por objeto justificar la aparición del p. frente al catolicismo y al cristianismo oriental ortodoxo. El p. o el «principio protestante» apareció en la cristiandad en un tiempo providencialmente determinado. En su aspecto negativo y positivo, estaba preparado históricamente. Junto a la Iglesia católica griega y a la romana, en el tiempo previsto por Dios apareció la «Iglesia universal protestante», que encuentra su unidad en el «principio protestante» establecido por Dorner. Con ello, bajo la forma del p., «la Iglesia» ha conseguido una nueva figura para la apropiación subjetiva y objetiva de la gracia divina. Síguese que la cristiandad protestante ha logrado en el aspecto histórico un grado superior respecto de las otras dos formas de la Iglesia cristiana.

Objeto, según Dorner, de una historia de la teología protestante es mostrar el desarrollo de este principio protestante en la marcha evolutiva de la manera de entender la doctrina evangélica (o protestante). Según Dorner, así se pondrá de manifiesto que con el p., se ha ascendido efectivamente a un grado histórico superior al de las anteriores formas de la Iglesia. Si bien es cierto que en esa exposición de la historia hecha por Dorner se recalcan las tareas ecuménicas y universales del p. en la cristiandad, éstas se rompen, sin embargo, por la peculiar manera de mirar la reforma protestante.

Para Dorner, la -> reforma protestante es «la obra más grande de Dios desde los días de los apóstoles». Ahora bien, como quiera que la reforma protestante surgió en la Iglesia de Alemania y aquí principalmente se desarrolló y operó, a la teología y a la nación alemana les conviene, según Dorner, una posición determinada por Dios dentro de la historia del cristianismo. Dorner aspira a presentar la prueba de esto desde la historia de la teología protestante y así fundar la tesis de la aparición providencialmente determinada del «principio protestante» en la teología alemana en la hora determinada por Dios, y justificar también la necesidad de la aparición y del desarrollo del principio protestante hasta su forma actual.

Esta mentalidad está en pie y cae naturalmente con el concepto de un «principio protestante» utilizado como criterio para la exposición histórica. Por tal principio se entiende una fórmula general por la que se enuncia la esencia del p., se reducen a unidad sus manifestaciones dispares y puede deslindarse del catolicismo. El catolicismo es concebido como la contrapartida absoluta respecto del supuesto «principio protestante», el cual consiste en la certeza objetiva y subjetiva de la gracia, certeza que nos apropiamos por mediación de la Escritura.

De modo semejante a Dorner procedió también GUSTAV FRANK (1832-1904) en su Geschichte der protestantischen Theologie. También éste la expone como el desenvolvimiento de un principio protestante: «la libre entrega del sujeto que se determina a sí mismo» al verdadero cristianismo como «religión ideal». La historia de la teología protestante debe entenderse como el despliegue gradual de este principio o como el desenvolvimiento de la «idea del p.». Ahora bien, para Frank, en una exposición de la historia de la teología protestante no entra sólo la teología científica, sino también la encarnación del «principio protestante» en personalidades eminentes, que lo defendieron o representaron en los terrenos más diversos o lo hicieron valer en trabajos científicos fuera de la teología.

Por eso, Frank dividió su exposición, que alcanza hasta mediados del siglo xix, en tres períodos principales: el primero, de «evolución» del principio, está en la formación de la doctrina y los símbolos protestantes; de éste sale el segundo, caracterizado por la lucha entre la estabilidad y el progreso respecto de dicho principio; del segundo sale a su vez el tercer período, que es el «rejuvenecimiento del p.» a mediados del siglo xix. El p. moderno puede tener la conciencia de que le pertenece el futuro. Así pues, esta exposición de la historia de la teología protestante está sostenida por un peculiar orgullo histórico, en que ha impreso su impronta decisiva el optimismo de la evolución histórica del p. a partir del siglo xix; pero con ello está también juzgado este esbozo del desenvolvimiento del principio protestante.

Una nueva visión de la constante unión de la teología protestante con la historia general de la filosofía y del espíritu vino a significar la obra de OTTO PFLEIDERER (1839-1908), que persiguió la evolución de la teología protestante en Alemania desde Kant, y de la teología anglicana desde el comienzo del siglo xix (1825). Al tomar su punto de partida de la historia de la filosofía, Pfleiderer renunció a la elaboración de un determinado principio que expresara la esencia del p., y mantuvo la variedad de sus manifestaciones desde el punto de vista histórico, en cuanto éstas están determinadas por el influjo de la filosofía.

Para enlazar de nuevo más estrechamente la historia de la teología protestante con la historia de los dogmas y corregir las deficiencias de las anteriores exposiciones, OTTO RITSCHL (1860-1944) concibió una Dogmengeschichte des Protestantismus. Ésta debía llenar las lagunas indudablemente existentes respecto del p. en las historias protestantes de los dogmas, que efectivamente acababan en general su exposición con la aparición de la reforma y la formación de los símbolos que la concluyeron.

Ahora bien, Ritschl rechaza decididamente el concepto de dogma como proposición doctrinal eclesiástica, tal como lo emplean las historias existentes de los dogmas, aunque con diferenciaciones características, p. ej., en A. v. Harnack, F. Loofs y R. Seeberg. Ritschl parte más bien del concepto general de dogma, tal como se usa corrientemente en la jurisprudencia, en las ciencias naturales y en la filosofía moderna. La historia de los dogmas de estas disciplinas sólo tiene por objeto, según O. Ritschl, explicar las ideas generales que sirven de base a su ciencia. La recepción de este concepto significa para la teología que debe ser la historia de ideas de carácter dogmático, pero no la de un edificio doctrinal y dogmático eclesiásticamente sancionado.

Así, Ritschl concibió la historia de la teología protestante como la «historia de los dogmas del protestantismo», que debe ordenarse objetiva y temáticamente. Esta historia tiene por objeto estudiar las ideas generales, p. ej., la relación entre Escritura y tradición, la inteligencia de la fe, la apropiación de la misma, etc. Indudablemente, Ritschl acometió con esta obra un trabajo importante para la historia de la teología protestante. Sólo así pudo superarse su aislamiento respecto de la historia de los dogmas de la Iglesia antigua y medieval. Pero esta tarea solamente se habría realizado con éxito si se hubiera logrado poner por base de la exposición histórica un concepto unitario del dogma, capaz de abarcar la historia de los dogmas en la antigüedad y en la edad media, así como en el p. y en el catolicismo moderno. De hecho la historia de la teología protestante está en gran parte bajo el signo de la polémica con la historia de los dogmas en la antigüedad y en la edad media. Ahora bien, la tarea que Ritschl señaló con esta temática a la exposición de la historia de la teología protestante sigue en pie, precisamente por razón de su concepto insuficiente de dogma, que es demasiado general y poco teológico. Esta tarea sólo modernamente parece encontrar una solución hacia adelante en el p., con la reflexión acerca de la esencia del dogma que aquí se inicia y acerca del objeto de la historia de los dogmas.

Mientras las obras hasta aquí mentadas tratan la historia de la teología protestante desde Lutero, y así posibilitan, o dan ya por supuesta, cierta uniformidad de la inteligencia dogmática y de la formación de doctrinas en el p.; en lo relativo a la edad moderna se ha partido de la idea de que la teología de Schleiermacher representó una profunda cesura para el p. moderno, de suerte que pareció necesario exponer la historia de la teología protestante de la edad moderna tal como fue objetivamente determinada por Schleiermacher, postura que se compartió aun en el caso de sentirse en oposición con él. Schleiermacher definió la esencia del p. y del catolicismo en el sentido de que el p. establece una relación inmediata entre Cristo y el creyente, mientras que el catolicismo interpone la mediación de la Iglesia como institución salvífica y la mediación de la acción sacerdotal, sin las cuales no es en absoluto posible una relación con Cristo.

De la visión de la importancia de Schleiermacher para la historia moderna de la teología protestante partió FERDINAND KATTENBUSCH (1851-1934) en su exposición. Ésta, que trata ya los comienzos de la teología dialéctica, termina preguntando críticamente a la teología moderna hasta qué punto ha sido fiel a la intención fundamental de la reforma protestante y ha cumplido así su verdadera tarea de comprender y expresar la revelación de Dios contenida en la predicación de Jesucristo de otro modo que, p. ej., la Iglesia antigua o la medieval, que la tergiversaron y la vertieron en las ideas del mundo espiritual antiguo.

De modo semejante al de Kattenbusch intenta también HORST STEPHAN (1873-1954) captar la moderna teología protestante según sus distintas corrientes. Stephan no arranca de Schleiermacher, sino del -> idealismo alemán, porque a su juicio sólo éste contribuyó decididamente a superar la teología de la -> ilustración y se hizo normativo para la nueva orientación de la teología protestante. Sin embargo, a pesar de este punto de partida, Stephan no llegó a una temática unitaria para la moderna teología protestante. Las dos cesuras que señala para la evolución de la teología moderna están en Schleiermacher la una y en Albrecht Ritschl la otra. La teología que enlaza con Albrecht Ritschl, prosigue luego hasta la época de la primera guerra mundial; y la teología novísima es calificada simplemente como «teología de posguerra».

Este esbozo pone de manifiesto la carencia de una concepción y una temática unitarias y teológicamente definidas para la historia de la moderna teología protestante. De ahí que la Geschichte der neuesten Theologie de Stephan sea una acumulación muy externa de nombres y obras, que puede desde luego ofrecer una ojeada general sobre disciplinas teológicas particulares y sus aportaciones, pero carece de penetración de la materia y de una división sistemática de la misma, lo cual indudablemente tiene su razón última en la deficiente concepción de lo que es el p. y, consiguientemente, de la tarea de la teología protestante.

No de otro modo hay que enjuiciar también la exposición de la historia de la teología protestante por KARL BARTH (1885-1968). Son conocidas sus manifestaciones escépticas sobre la «historia de la Iglesia», que él considera como ciencia auxiliar de la teología dogmática y exegética, porque en la tarea de hablar de Dios no tiene que cumplir ninguna función teológica. En contraste con estas observaciones críticas y como ilustrándolas, Barth mismo acometió en su obra Die protestantische Theologie im 19. Jahrhundert la difícil tarea de exponer las diversas formas de la teología protestante como formas históricamente condicionadas del hablar acerca de Dios. En reflexiones teóricas sobre la naturaleza del conocimiento histórico señala Barth, en la introducción a esta obra, al hombre vivo como factor histórico de que parte el movimiento en la historia. Por eso, todo conocimiento histórico debería dirigirse al conocimiento del hombre.

Aplicado este pensamiento a la historia de la teología, conduce por sí mismo a la manera de consideración que practicó Barth en su historia de la teología protestante del siglo xix. Barth no ofrece una exposición que parta de los problemas superiores que unen o separan a los investigadores particulares, sino una caracterización de los teólogos y de sus sistemas.

Ahora bien, la discusión con éstos se lleva a cabo efectivamente desde un punto de vista que el historiador contemplante tiene por obligatorio para él mismo; la tarea de la teología es hablar sobre Dios y mirar por la legitimidad de ese hablar. Y esta definición de la teología es aplicada a su historia en el siglo xix como principio crítico. Pero el autor no ha llegado a una distribución equilibrada de la materia. El centro de gravedad está en el punto de partida de la ilustración y del idealismo alemán y en la falsificación por ambas del hablar sobre Dios, tal como Barth lo entiende. De esta manera, por la aplicación del principio crítico, su exposición se conviente en una prehistoria negativa de la teología -» dialéctica, cuyo más alto exponente ha sido K. Barth mismo.

La historia de la teología protestante escrita por EMMANUEL HIRSCH (*1818) aspira a ordenarla dentro del contexto de la moderna historia del espíritu. En este empeño la temática no se limita sólo a la teología propiamente dicha, sino que se extiende también a cuanto se ha dicho fuera de la teología sobre «religión, cristianismo y teología», en cuanto haya tenido importancia fundamental para el desenvolvimiento de la teología científica. Así aparece un cuadro rico, diferenciado en sí mismo, que presenta toda una historia del espíritu en relación con la moderna teología protestante desde el siglo xvii, el siglo que llegó a un redescubrimiento de la historia, de la naturaleza y de las religiones no cristianas. A la verdad, también aquí se echa de menos una envolvente temática objetiva para la evolución de la teología, temática que se desprende de los redescubrimientos mencionados y ha conducido a una nueva orientación del trabajo teológico. Esta historia de la teología protestante se interrumpe con la exposición del siglo xix y de las repercusiones de la filosofía idealista alemana sobre la teología. En contraste con el principio crítico aplicado por K. Barth del «hablar legítimo sobre Dios», el cual tiene naturalmente su propia problemática que aquí no puede tocarse más despacio, la obra de Hirsch está dominada por la renuncia a un principio crítico que delimite la esencia del protestantismo.

Esta visión histórica, forzosamente breve, de las concepciones de la historia de la teogía protestante en sus exposiciones más importantes, conduce por sí misma a preguntar por la tarea de la teología protestante en la actualidad.

II. Problemática objetiva

Si sobre la base de esta visión histórica se pretende determinar la tarea de la teología protestante, hay que partir de la relación entre Iglesia y teología, perspectiva todavía insólita para el p. Tampoco la teología protestante vive en el espacio sin atmósfera de la ciencia pura. No es fin en sí misma, ni, sobre todo, asunto puramente académico. Brota de la vida de la Iglesia y quiere ponerse con todo su trabajo al servicio de la Iglesia. En este sentido sigue en pie el tema eclesiástico que Schleiermacher señaló a la teología protestante y que también K. Barth puso a su manera de relieve. Si la teología protestante ha de cumplir su trabajo con miras a la Iglesia, se torna muy dilatado el campo que se le confía hoy para su cultivo, en parangón con la antigua limitación de su trabajo a las cinco disciplinas principales (Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, historia de la Iglesia y de los dogmas, dogmática, teología práctica); lo cual va también anejo a las modernas estructuras de la vida y sus problemas, a los que la Iglesia debe dar una respuesta. Así la teología debe abordar hoy tanto el problema de la perspectiva histórica como el de la verdad, lo mismo que las cuestiones sobre la relación del hombre con el mundo que lo rodea en la actual determinanación y dependencia entre ambos.

A esto se añade que, si se quiere ponerse al servicio de la Iglesia, no puede dejar de lado, precisamente hoy, la cuestión ecuménica, es decir, la cuestión sobre la relación recíproca de las Iglesias y su pretensión de verdad; en el fondo, la cuestión sobre el derecho de su pluralidad en el mundo pluralista. En este campo, le incumbe también el estudio de la importancia de las peculiaridades de una Iglesia para la otras. A esa mentalidad ecuménica, tal como hoy día debepracticarla la teología, se junta la perspectiva de la historia de las religiones, ante la cual debe plantearse con entera conciencia la cuestión sobre una teología de la historia de las religiones, que ha sido bruscamente cortada por los juicios de la teología más reciente sobre el cristianismo y las religiones no cristianas, afirmando que el cristianismo no es una religión, sino la crisis de todas las religiones.

Si de este modo se entiende el tema de la teología como servicio a la Iglesia de su tiempo, las disciplinas particulares reciben por eso mismo un nuevo aspecto, bajo el cual han de cumplir su trabajo. Ahora bien, en qué medida la teología debe llevar a cabo su labor partiendo de las cuestiones del tiempo y apropiándose los conocimientos científicos y los métodos de trabajo del mismo, muéstratrase sobre todo en los puntos que siguen:

a) En las ciencias bíblicas. Éstas han de investigar la pretensión de la Biblia de ser el testimonio de la palabra de Dios acaecida en la historia y a través de las formas históricas, y estudiar esa particularidad suya con los medios de la moderna ciencia histórica. En este terreno, la teología protestante de la edad moderna ha desarrollado, además de los presupuestos lingüísticos e históricos, los principios de la –> hermenéutica, es decir, de la manera de entender un texto dado y su propósito singular. Ha tenido, además, en cuenta los principios críticos de la moderna ciencia de la historia y ha mantenido en todo tiempo, de manera impresionante, la cuestión histórica respecto de la Biblia y particularmente respecto del NT, a fin de crear una imagen de Jesús y de su predicación que resista a la crítica histórica y esté exenta de la envoltura del tiempo.

Pero aquí ha surgido precisamente para la teología protestante la difícil cuestión sobre la relación entre historia y predicación eclesiástica, entre hecho y kerygma, cuestión que se ha convertido en la actualidad en problema que la mueve y conmueve vivamente. Se pensó primeramente que ese problema sólo podía resolverse por la contraposición de ambas magnitudes, sin caer en la cuenta de que no puede darse un hecho histórico sin su interpretación, ni un Jesús histórico sin la interpretación kerigmática que da razón de él, de suerte que ambos elementos están de tal forma unidos entre sf, que nunca pueden existir el uno sin el otro. El kerygma sería ilusión si no tuviera una base histórica cierta; como, por otra parte, ésta sólo se levanta sobre la mera facticidad y se convierte en una historia simplemente decisiva para el hombre si es interpretada por el kerygma e investigada según su contenido existencial. Esta problemática que determina la teología protestante en la actualidad muestra con creces que la actividad teológica sólo recibe su sentido por el servicio a la Iglesia que la ha motivado y a la que está dirigida.

Es efectivamente una peculiaridad de las cuestiones históricas dentro de la Iglesia el preguntar por la significación de los hechos para el hombre aquí y ahora, es decir, el preguntar por su referencia existencial; una cuestión que no ocurre de este modo fuera de la teología, ni puede tampoco ocurrir, porque sólo la Iglesia ofrece el espacio para la realización de esa referencia con todos los problemas ahí entrañados, en cuanto solo aquí coinciden hecho histórico y kerygma.

b) La disciplina envolvente de la historia de la Iglesia, que por ser tal tiene que estudiar, por una parte, la historia de la teología y la inteligencia eclesiástica del kerygma en relación con la historia general del espíritu y a la vez según su importancia ecuménica, y exponerlas como una visión general; lleva en sí misma los principios críticos de su trabajo. Toda exposición de la historia de la Iglesia mira en primer lugar al pasado, señaladamente a los comienzos de la Iglesia. Por esta orientación de la mirada se da la única manera de consideración critica de la historia, en cuanto así se plantea la cuestión de hasta qué punto la Iglesia, a través de todas las manifestaciones de su vida en el camino de la historia, haya permanecido fiel a los principios de sus orígenes, o bien hasta qué punto, por la recepción de elementos de piedad o de inteligencia del mundo que desfiguran su ser y no lo expresan con pureza, se haya deformado tanto que su figura posterior no corresponda ya a las bases de su ser histórico.

En segundo lugar, la historia de la Iglesia tiene que dirigir siempre su mirada al futuro, en cuanto la fe cristiana está de antemano destinada a la trasmisión y tradición, es decir, está puesta en camino del futuro. Además, el trabajo de la historia de la Iglesia se halla definido desde sus comienzos por lacuestión de la parusía, de su aplazamiento y de la evolución originada por razón del mismo. Como quiera, pues, que para la consideración cristiana del tiempo la historia de la Iglesia camina hacia el fin determinado por Dios, surge así la otra cuestión crítica para la consideración de la historia eclesiástica: ¿cómo hay que entender la relación entre tradición y progreso?; siendo de notar que tradición no debe concebirse únicamente como acumulación de materia tradicional, sino que ha de entenderse como el principio crítico, por el que la evolución dirigida al futuro debe considerarse críticamente como magnitud histórica.

Síguese que la historiografía eclesiástica lleva en sí misma sus principios críticos. En cuanto se sirve de los métodos críticos de la historia científica en general, sólo necesita de los medios auxiliares que le ofrece cada tiempo; pero por los llamados métodos críticos de la ciencia histórica no se convierte por su parte en disciplina que trabaja críticamente en la teología. En la esencia misma de la historiografía eclesiástica están contenidos más bien aquellos principios críticos de que debe servirse constantemente en su trabajo. Con ello se da su independencia respecto de toda otra manera de considerar la historia y, a la vez, su legítima tarea teológica.

Precisamente la teología protestante de la actualidad ha trabajado en gran escala por la nueva interpretación del trabajo histórico dentro de la teología, el cual había caído hasta tal punto en dependencia de la mentalidad histórica profana aplicada a la historia de la Iglesia, que K. Barth y sus amigos pudieron poner en tela de juicio su carácter teológico y darla por una ciencia auxiliar de la dogmática. Pero la historia de la Iglesia es una peculiar disciplina teológica, porque tiene su propio campo de cuestiones, en el cual están enraizados los otros problemas de los que propiamente ha de ocuparse: la inserción de la Iglesia en el mundo; el entrelazamiento entre la historia de la Iglesia, la historia universal y la historia de la salvación; el retraso de la parusía, la lucha de la Iglesia con los Estados, y la aceptación de la lengua y mentalidad de cada momento para la predicación eclesiástica, etc. Así, pues, precisamente la historia de la Iglesia tiene que cumplir su tarea especial en la teología, frente a las cuestiones peculiares de las disciplinas bíblicas y de la dogmática, de acuerdo con los principios críticos inherentes a ella.

c) Por lo que atañe a la tarea de la dogmática dentro de la teología protestante, hoy día no puede ya contentarse con la simple sistematización de las doctrinas eclesiásticas dadas. En la teología protestante de la actualidad pueden distinguirse dos especies de teología, que están representadas por dos exponentes importantes. El primero en KARL BARTH, que en un trabajo casi sin igual no se ha mostrado en modo alguno únicamente como el crítico destructor de la teología, según se interpretó frecuentemente su obra, sino que impulsó y llevó a cabo la reconstrucción de la teología protestante, más allá de todas las barreras confesionales. Barth ha deducido la teología de la palabra de Dios, como su fuente única, y ha definido su tarea en el sentido de que ella ha de dar la legítima formulación eclesiástica o de vigilar por su conservación. Por eso la dirección teológica determinada por Barth, cuya obra más impresionante es su extensa Kirchliche Dogmatik ha tenido por consecuencia para el p. un acrecentamiento en sustancia y profundización del pensamiento teológico, y ha promovido en casi todos los terrenos de la teología protestante nuevos problemas, a excepción, sin embargo, de la historia de la Iglesia y de la historia de las religiones, ninguna de las cuales fue comprendida por Barth en sus problemas peculiares.

Junto con Barth, PAUL TILLICH (1886-1965) es otro representante peculiar de la teología protestante en la actualidad. Tillich ha señalado a la teología la tarea de ser, no precisamente palabra eclesiástica, sino en general un ayuda al hombre para la nueva inteligencia de su ser desde Dios. Partiendo de este fin, Tillich ha aprovechado los datos filosóficos para la inteligencia del hombre y con ello ha enriquecido en gran manera la teología frente a todo aislamiento teológico, dilatando su horizonte, y dentro de ella ha definido también en forma nueva el «principio del protestantismo».

En la teología protestante de la actualidad puede distribuirse el trabajo dogmático entre los dos polos representados por esos autores, naturalmente con las necesarias y múltiples matizaciones y transiciones y a pesar de la orientación que aún perdura hacia cuestiones más antiguas. En todo caso, estos dos exponentes son también representantes de tendencias que han influido más allá de las fronteras eclesiásticas y no se han limitado en manera alguna al p. alemán.

d) Es indudable que, aparte de las disciplinas mentadas, la teología protestante necesita desarrollar tres nuevas ramas de derecho, si quiere responder a las cuestiones que resultan para ella de la actual situación del cristianismo en el mundo. La primera exigencia es el desarrollo de una doctrina social cristiana que se ocupe de las cuestiones que plantea para la Iglesia y para el cristiano la moderna sociedad de masas. Cabalmente frente a la sociedad de masas la Iglesia tiene la tarea de llevar a cabo la incorporación del hombre funcional de esa forma de sociedad a la fraternidad del cuerpo de Cristo. En segundo lugar, frente al problema de la masa, con el que tienen por lo demás que debatirse las Iglesias dentro de sus propios muros, como cabe reconocer en la frecuencia con que aparecen sectas y comunidades que se proponen cultivar la verdadera fraternidad, aquéllas tienen que mostrar cómo ellas mismas llevan consigo una riqueza de variedad y multiplicidad social en que la articulación interna de la Iglesia puede destacarse claramente como una gradación de sus servicios.

Además, en la moderna sociedad de masas, la teología debe señalar a la Iglesia y ayudarle a resolver aquellas tareas que la capacitan para asegurar al hombre el espacio en que puede vivir con plena libertad para el despliegue de su personalidad. Junto a la pluralidad de Iglesias en la sociedad de masas hay que resaltar la pluralidad de servicios del cristiano, mostrando su razón de ser para esta sociedad.

e) Finalmente, la teología protestante tendrá que abordar de nuevo el problema de la historia de las religiones y hasta desarrollar para ello una nueva disciplina propia. Cabalmente con miras a las polémicas que esperan al cristianismo si proclama la libertad religiosa (que incluye también la libertad de la incredulidad y de la propaganda antirreligiosa) es necesaria esa disciplina teológica. De hecho, para el hombre de la sociedad de masas con los modernos medios de comunicación, la coexistencia de las religiones tiene que hacérsele cuestión apremiante en un sentido nuevo. A diferencia de la anterior problemática, no se trata ya aquí de la cuestión sobre la verdad que se debate entre las confesiones, sino de la verdad que simplemente está en pie o cae con las religiones. Al reconocer esta situación particular, la teología protestante precisamente tiene que imponerse la tarea de formar de nuevo la disciplina de la historia de las religiones, que ha cobrado también nueva importancia para las misiones eclesiásticas.

f) Finalmente, la teología tiene que desarrollar una disciplina particular que nosotros designamos como eclesiologia ecuménica. Asta tiene por objeto estudiar la coexistencia de las Iglesias y la totalidad de sus pretensiones, y plantear la cuestión sobre lo que significa o debe significar la coexistencia de las Iglesias para cada una de ellas y cómo estas han tratado de dominar su situación. La eclesiología ecuménica estudiará la riqueza de las distintas Iglesias en la elaboración de sus formas de vida y en el relieve dado a sus elementos de verdad. Mostrará que la nueva orientación teológica de las Iglesias puede también llevar por nuevos carriles las relaciones interconfesionales. Así, como disciplina peculiar de la teología científica, tiene la nueva tarea de tratar los problemas que existen entre las Iglesias, ya no a manera de «—» teología controversista», sino estudiándolos en el sentido de una «eclesiología ecuménica». Para ello ha de tomar en serio la eclesialidad de cada una de las otras Iglesias y abordar así aquellas cuestiones que se presentan para la Iglesia a la que se siente particularmente obligada en su trabajo (teología ecuménica [-> ecumenismo, B]).

Así pues, la teología protestante de la actualidad lucha por dar nueva forma a la doctrina eclesiástica. De acuerdo con la posición de la Iglesia en el mundo, se dilatan y ahondan sus temas. Debe mantener la conciencia de que, en medio de los trastornos del mundo y de la crisis que se ha precipitado sobre les universidades, ella es, sin embargo, aquella facultad de la que parten las fuerzas más enérgicas para dar forma a la historia y al hombre, porque en ella se plantea la cuestión sobre la verdad y su importancia existencial.

El camino del p. hacia el futuro no será en ningún caso un camino de especial esplendor hacia fuera. Será el camino de la cruz, de la persecución y de las múltiples tentaciones y pruebas interiores y exteriores, que nunca faltan ni faltarán. Pero ahí cabalmente debe cumplirse hoy, como se ha cumplido siempre, la tarea de la teología protestante con sus cuestiones críticas y sus trabajos constructivos.

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Peter Meinhold