POSESIÓN DIABÓLICA
SaMun

En la ciencia de la religión «posesión» designa la aprehensión del hombre por parte de seres buenos distintos de la naturaleza, ya personales ya impersonales (-> entusiasmo). Para la conciencia cristiana la p. d. es un efecto extraordinario de «virtudes y potestades» como poderes ajenos al hombres y de naturaleza personal y maligna. Ese efecto presenta la forma de un «asedio» que procede de fuera o de un apoderarse interiormente del hombre, lo cual causa en él enfermedades, cambios psíquicos, locura de tipo agresivo y blasfemo; fenómenos que limitan su capacidad de disponer sobre la actividad propia, pero que, sin embargo, no disuelven su ser personal.

Los múltiples poderes malignos aparecen en el NT como repercusiones de un poder fundamental del -> mal, el cual es designado como Satán o -> diablo. Puesto que, entre otras cosas, se llaman «virtudes», «potestades», «fuerzas», son todo lo que designan esos vocablos, a saber, seres dotados de un poderío amenazador. Su dinamismo interno tiende a perder, destruir, aniquilar (1 Cor 10, 10; Jn 8, 44), a la -> enfermedad, a la -> muerte (cf. la afinidad con la muerte en Mc 5, Iss), al -> pecado (que en el NT es nombrado frecuentemente en relación con el diablo, cf. 1 Jn 3, 8). Mienten, se presentan vestidos como ángeles de luz, ponen trampas, por la noche siembran cizaña en los trigales. Se apoderan del mundo: de los elementos, que ellos hacen aparecer como dioses (Gál 4, 8ss; Col 2, 10ss); de las instituciones sociales y políticas, que llenan de un espíritu destructor (Ap 13); de las circunstancias y situaciones históricas (1 Tes 2, 18; Ap 2, 10); de la esfera religiosa: actúan en el culto pagano (1 Cor 10 19ss; 12, 2; Ap 9, 20), dentro de la ley inducen a gloriarse de sí mismo (Jn 8, 44; Ap 2, 9), por la -> herejía destruyen la sabiduría de la doctrina cristiana (2 Cor 11, 13ss; 1 Tim 4, 1; 1 Jn 4, 1). Si los hombres se abren a la atmósfera determinada por Satán, ellos mismos se convierten en portadores y difusores de la misma, y de ese modo dan entrada al diablo (Ef 4, 27) y se hacen sus «hijos» (Jn 8, 41 44).

Así el pecado procede del diablo y del hombre. La presencia del diablo en el hombre se muestra más palpablemente por la enfermedad y la posesión. Así ésta no es otra cosa que la expresión extraordinaria de un hecho «religioso» que afecta a todos los hombres, y, para ser entendida correctamente, debe verse dentro de la universal actividad demoníaca. Es cierto que en el NT la enfermedad se distingue de la posesión en sí; pero, no obstante, aquélla lleva siempre inherente el momento de la p. d., pues en último término está causada por el destructor. El poseso «tiene» al demonio (Lc 8, 27), es su morada, y, a la inversa, el demonio es el espacio del que vive y en el que se mueve el poseso. La usurpación puede ir tan lejos que el hombre se identifique con el demonio (Mc 5, 6ss). En todo caso, el fenómeno observado de la posesión es «ya una síntesis de influencia demoníaca, por un lado, y del mundo conceptual y representativo de un individuo o de una época, de las disposiciones, de las posibilidades de enfermedad e incluso de las facultades parapsicológicas, por otro. Fundamentalmente, una distinción adecuada no es ni necesaria ni posible» (K. RAHNER: LThK2 ii 299ss).

Aunque los demonios han sido creados por Dios (Col 1, 16), no obstante ejercen su poderío como poder propio, y, concretamente, como poder contrario a Dios. Los demonios han sido vencidos por Cristo; su actuación terrena fue una lucha ininterrumpida contra ellos. «Para esto ha aparecido el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo» (1 Jn 3, 8). Cristo manda aquí con aquel poder de Dios (Lc 11, 20) que se le abre en la obediencia. Su victoria es perfecta, aunque el triunfo permanecerá aún oculto hasta la parusía. Hasta entonces trabajan todavía las «virtudes y potestades», aunque éstas se hallan condenadas ya al ocaso (Mt 25, 41; 1 Cor 2, 6). De aquí la dureza de su ataque (Ap 12, 12), que se muestra especialmente en la posesión (Mt 8, 28ss). Su ataque se concentra contra Cristo y su Iglesia. Por el -> bautismo los cristianos están más expuestos que antes a estos ataques, pero están armados contra ellos. También aquí tiene validez el hecho de que Dios no permite que nadie sea tentado por encima de sus fuerzas, y el de queel creyente por la gracia puede realizar en toda situación su ser cristiano (cf. Dz 1092). Así como el demonio actúa «en los hijos de la desobediencia», por la obediencia de la fe el cristiano está en la victoria de Cristo. En él, el cristiano lleva la «armadura de Dios» (Ef 6, 10ss). A esta armadura pertenece toda oración y plegaria: en la forma ordinaria del padrenuestro: libera nos a malo; y en la forma extraordinaria de la plegaria solemne en los exorcismos, en nombre y por encargo de Cristo y de la Iglesia.

Así como la p. d. y la enfermedad no pueden distinguirse exactamente, por cuanto cabe que cada enfermedad sea también expresión de la presencia diabólica, del mismo modo la lucha contra la p. d. por los exorcismos y por la medicina tiene un efecto que procede de dos fuerzas compenetradas.

Ante las sorprendentes analogías entre la posesión y los fenómenos que se pueden observar en las clínicas psiquiátricas, para afirmar el hecho de una p. d. se requiere suma precaución. «La linea directriz, no menos clara que firme, de la Iglesia, bien para establecer el hecho de un milagro o de una aparición, bien para decidir si se da una p. d., es la siguiente: no aceptar una explicación sobrenatural de los hechos antes de que toda explicación natural se haya mostrado como imposible; digo imposible, pues para poder mantener la duda no es preciso que la explicación natural de los hechos se haya demostrado o resulte probable, sino que basta con que continúe siendo posible. Además, si basándose en signos poco claros se tiene por sobrenatural algo que en realidad es enfermizo, la consecuencia nefasta de eso será que la enfermedad acabará por desarrollarse, en lugar de curarse» (J. de Guibert). A este respecto hay que tener en cuenta cómo la moderna -> parapsicología nos previene contra una afirmación precipitada de que algo es imposible para el hombre; por eso, muchas cosas que antes eran consideradas como señal segura de la autenticidad de una p. d., hoy ya no pueden sin más tenerse por tales.

En la práctica debe ayudarse al que está en esta situación a soportar humildemente la prueba (ya sea enfermedad o posesión), con conciencia de que también lo demoníaco está bajo la providencia y de que Dios no permite nada que pueda superar las fuerzas humanas fortalecidas por la gracia. Hay que evitar cuanto pueda acrecentar la excitabilidad, así como toda publicidad; esto último es especialmente importante cuando hay predisposición al histerismo. Si este estado dura y empeora hay que llamar al médico y eventualmente a la autoridad eclesiástica, que es la única competente para decidir si ha de administrarse un exorcismo (cf. Rituale rom., tit. xil, cap. 1, n.° 3).

BIBLIOGRAFIA: M. Summers, The History of Witchcraft and Demonology (Lo 1926); DThC IV 409-414, XII 2635-2647; J. de Tonquédec, Les maladies nerveuses ou mentales et les manifestations diaboliques (P 31938); J. de Guibert, Legons de théologie spirituelle I (Ts 1946) Leg. 23-24; Satan (Études Carmélitaines) (P 1948); E. Fasther, Jesus und der Satan (HI 1949); U. Urrutia, El diablo (México 1950); A. Rodewyk, Die Beurteilung der Bessessenheit: ZKTh 72 (1950) 460-480; idem, Die Teufelsaustreibung nach dem Rituale Romanum: GuL 25 (1952) 121-134; DSAM III 141-238; H. Hirschmann, Der Teufel in unseren Versuchungen: GuL 27 (1954) 16-20; J. Lhermitte, Vrais et faux possédés (P 1956); B. Thum - R. Schnackenburg - A. Rodewyk - K. Rahner: LThK2 II 294-300; H. Schlier, Mächte und Gewalten im NT (Fr 1958, 31963).

Karl Vladimir Truhlar