POBREZA
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P. es carencia de medios y posibilidades externos para la vida (alimentos, vestido, vivienda, etc.). Pero, junto a las carencias de este tipo, pertenece también al cuadro fenoménico de la p. el desamparo frente a las exigencias de la vida: ignorancia, debilidad, carencia de libertad, la experiencia de la soledad, de estar entregado a la injusticia, etc. Una tal p. es más o menos relativa; la culminación radical de la p. la experimenta el hombre en el desposeimiento absoluto ante la muerte.

I. En la Biblia

A partir de la revelación la p. recibe su plena significación tanto en el sentido de una necesidad ineludible que abre al hombre para Dios, como en el sentido de una renuncia humilde y amorosa a las propias exigencias.

1. En el Antiguo Testamento

Aun cuando en el Antiguo Testamento frecuentemente aparece la riqueza como bendición y la p. como castigo y retribución de Dios (y en consecuencia allí el rico es el piadoso y el pobre es el pecador), sin embargo, en los profetas y en el tiempo posterior al exilio creció la opinión de que los ricos cierran demasiado fácilmente su corazón a la miseria del prójimo y se abandonan a la tentación de la «impiedad» que se justifica a misma, del poder que no respeta nada y de la explotación, mientras que el experimentar la pobreza puede promover la solidaridad con los compañeros de destino (p ej., en el exilio). Principalmente la experiencia humillante de la p. y de la servidumbre hicieron que aquélla se convirtiera en un concepto religioso equivalente a «humilde», «piadoso» (Isaías, Salmos, Zacarías, Proverbios); para Isaías los «pobres» son simplemente el Israel oprimido, que sólo encuentra refugio en su Dios (14, 32; 25, 4; 49, 13). A estos «pobres de Yahveh» les es anunciado el reino de Dios, y se les pide la expectación sin reservas de su gloria venidera.

2. En el Nuevo Testamento

Sólo en Cristo adquiere plena claridad la significación religiosa de la pobreza. Su desprendimiento incondicional y su entrega hasta la muerte (Flp 2, 5-11) son revelación de la gloria del Padre. En la solidaridad más extrema con la necesidad del hombre está presente la realidad divina por la muerte y la resurrección. Jesús ha tomado tan en serio la necesidad de los hombres, que llama bienaventurados a los pobres y les promete saciarlos (Mt 5, 1-12); a todos los que en su necesidad se confían a él y no se le cierran, seguros de sí mismos (Mt 9, 12), les promete la -> salvación (Mt 11, 1-6).

La «comida» que Jesús promete a los hambrientos es el -> reino de Dios. Jesús no viene, por consiguiente, como un revolucionario social; otorga su amor a los pobres porque ellos representan sencillamente la necesidad humana de redención, y porque en la propia necesidad son accesibles a su mensaje. Él participa de su p. y exige de los que le siguen la misma p. (Mt 8, 20 par; 19, 12-21 par), para que se entreguen íntegramente al reino de Dios. Jesús no conoce la p. por desprecio de los bienes o por motivos puramente ascéticos (cf. Mc 14, 3-9; Lc 8, 2ss; 10, 38). El amor a los necesitados recibe su sentido por Cristo (Mt 25, 31-46), de manera que en este amor se manifiestan la perfección y la gloria del Padre (Mt 5, 16 48).

La familia Dei (Jn 15, 9-17) está fundada en el desamparo aceptado voluntariamente y en la disposición a prestar una ayuda desinteresada. Act 4, 32 («lo poseían todo en común») no se opone en principio a la posesión por parte de la comunidad primitiva, sino que explica la frase anterior: «La multitud de creyentes formaba un solo corazón y una sola alma.» En el NT sólo la epístola de Santiago toma una posición clarameite adversa a la posesión y a la riqueza.

La conducta de Jesús, principalmente la entrega de su vida por los hermanos, revela el aspecto soteriológico de su pobreza. Toda p. es en él signo de que el hombre está perdido y de que necesita redención, y es al mismo tiempo camino posible de salvación.

II. Teología moral

La p. debe ser reconocida por el necesitado mismo como un hecho; el imperativo interno de cada forma de p. exige la confesión de la propia insuficiencia. A la situación humana pertenece inevitablemente el hecho de que, a pesar de todos los esfuerzos y éxitos de la civilización y de la técnica, la necesidad no puede ser eliminada totalmente, y el de que cada progreso y desarrollo suscitan nuevos problemas y peligros, o nos hacen conscientes de ellos; esto quiere decir que fundamentalmente el hombre no puede producir una seguridad definitiva en la vida. Eso vale no sólo para las privaciones que se dan forzosamente, sino también para la entrega de la vida propia o la renuncia a ciertos valores, que en algunas circunstancias se presenta como una misión, y por ello en cierto sentido debe hacerse voluntariamente. Por ejemplo, cuando el bien del prójimo o de la comunidad lo exigen, o cuando el hombre particular se siente llamado a seguir a Cristo y al servicio del reino de Dios.

1. Pobreza material

La p. en las cosas más necesarias para la vida se encuentra en el mundo europeo occidental sólo aisladamente. El sentido y la comprensión de la pobreza han desaparecido ampliamente en estos países. En lugar de la p. social surgen aquí frecuentemente otras modalidades de la p.: soledad espiritual, pérdida del sentido de la existencia, angustia y aislamiento; todo lo cual debe ser entendido como una especie de aspiración a la redención y al amor y ha de ser aceptado por el cristiano, que en sí mismo o en los otros lo experimenta en el espíritu de Jesucristo, como posibilidad de un encuentro con Dios y como tarea de andar por caminos nuevos en el amor cristiano al prójimo. Al lado de esas necesidades está la descorazonadora p. de los pueblos asiáticos y africanos. Esto exige la extensión radical del amor cristiano al prójimo, amor que ya no puede quedar limitado al círculo estrecho del «prójimo» formado por los hombres que nos rodean inmediatamente, sino que debe hacerse mundial, dándose también a los lejanos. Pues, aunque la p., cuando es aceptada y realizada voluntariamente, puede ser camino de salvación; sin embargo, cuando la existencia misma se ve amenazada por la necesidad, puede ser también camino hacia el odio, la desesperación y la amargura; lo cual es signo de que no ha encontrado ningún amor.

La p. mundial no puede ser socorrida solamente por obras aisladas de misericordia (limosnas y las obras llamadas «supererogatorias»), sino que exige una planificación hecha con sentido. El cristiano ha de tomar conciencia nuevamente de que la –> propiedad — como, p. ej., en la concepción de la comunidad primitiva — es un bien dado para que se administre con sentido, de que es un bien dirigido a las necesidades de todos; para ser usado según las exigencias de la llamada «justicia social». Esto puede acarrear una renuncia a la propia riqueza y a la posición de poder que a ella va inherente, y debe también mover a pensar hasta qué punto determinados sistemas económicos (p. ej., el liberalismo económico y el capitalismo ilimitado) han de modificarse hasta alcanzar una ordenación equitativa de la economía, a fin de que sea posible atender a las tareas hoy planteadas. En las modernas sociedades de masas se requieren acciones bien organizadas y planificadas. –> totalitarismo, -> revolución, -> movimiento social cristiano y doctrina social cristiana [ -> sociedad]).

2. Pobreza «espiritual»

Para la vida cristiana el concepto de p. «espiritual» tiene una decisiva fuerza configuradora. Significa que el cristiano se esfuerza por vivir humildemente como «hombre esperanzado» en la expectación de la venida de Cristo, libre de los cuidados de este siglo y con la postura de un abandono cristiano. Este concepto presupone una carencia de necesidades y la posesión prudencial de lo que se requiere para vivir. Los religiosos intentan realizar una forma especial de p. espiritual. Es base de esta p. la p. real y voluntaria, si no de toda la comunidad religiosa, por lo menos de sus miembros (-> consejos evangélicos). Esa p. ha encontrado su realización más radical y su forma más bella en Francisco de Asís. Disposición para el servido y disponibilidad para el reino de Dios y el bien del prójimo, así como una actitud de penitencia, paciencia y amor al enemigo son los frutos de la p. espiritual. Precisamente desde ella han de superarse la tentación de justificarse por sí mismo y el formalismo farisaico, y en ella ha de probarse si una espiritualidad es auténtica. El desposeimiento total en la muerte recibe valor salvífico y carácter de testimonio por la p. espiritual.

III. La Iglesia de los pobres

No raramente se habla hoy de la «Iglesia de los pobres». Esto lleva consigo un doble peligro: primero, se plantean exigencias al estilo de vida de los cristianos que aspira, esencialmente, a fijar la economía y la forma de vida de tiempos pretéritos, sin ver los cambios que Dios mismo quiere; y, segundo, con demasiada facilidad uno se siente dispensado del cometido de atenuar la necesidad de los pobres (si no de suprimirla) en la medida en que eso va incluido en el mandato de amor que Jesús dio a sus discípulos; cosa que en todo caso debe afirmarse si las crecientes posibilidades de manipulación del mundo se toman en serio como llamada de Dios y como forma obligatoria de concretar el -> amor cristiano. Pero así como para el hombre, a pesar del esfuerzo técnico, no hay una seguridad definitiva de vida; igualmente la Iglesia, mediante una comprensión teológica más profunda, deberá seguir (y seguirá) siendo «pobre», como comunidad de los que, imitando a su Señor desposeído, con fe y confianza toman sobre sf aquel «en vano» en el que Cristo les precedió por su muerte.

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Sigismund Verhey