PASTORAL
SaMun


A)
Acción pastoral.

B) Teología pastoral.

C) Medicina pastoral.

 

A) ACCIÓN PASTORAL

La acción pastoral se ha llamado tradicionalmente cura de almas (cura animarum). Esta expresión estaba gravada por el sentido espiritualista del pensamiento platónico. La sagrada Escritura conoce un cuidado sobrenatural del hombre entero, de la comunidad de todos los hombres y del mundo. Aquí usamos el término pastoral (p.), que en nuestro idioma se ha hecho usual. Entendemos por p. el servicio salvífico de la Iglesia, el cual se fundamenta en la universal voluntad salvífica de Dios. Dios mismo encarga a la Iglesia y realiza en ella ese servicio como prosecución de la obra pascual-escatológica de Cristo por medio del Espíritu de pentecostés; y lo realiza en consonancia con cada situación y de cara a la -> parusía y al reino de Dios.

I. Fundamentación

El principio y la fuente de toda p. es el auténtico y serio -> amor de Dios a todos (1 Tim 2, 4ss; Sab 11, 23-12, 2). En virtud de esta promesa universal de salvación ningún hombre es a priori un perdido; por el contrario, todo hombre es un hermano al que se le promete salvación. Ese amor universal de Dios se ha manifestado en la historia de la -> salvación. También allí donde es elegido un hombre particular, un pueblo o un resto, la elección va encamiminada a la totalidad (Jn 3, 16). La promesa de salvación que Dios hace a la humanidad queda radicalmente manifestada en la -> encarnación, en la asunción de una naturaleza humana por el Hijo. La encarnación es, por esencia, asunción de la -> creación, y, por cierto, la asunción más íntima definitiva y universal, porque el mundo es una unidad. Por ello, cuando Dios se apropia una parte de la creación, el mundo entero queda asumido para la salvación. De ahí que el mundo esté fundamentalmente salvado, sin perjuicio de la decisión de cada uno.

La p. es según esto la gran llamada a la -> paz con Dios. Por la encarnación y la muerte de Jesús, que ha roto el -> eón adamítico y las cadenas de la esdavitud (1 Cor 15, 54ss), por la -> resurrección, la glorificación de Jesús y la misión del Espíritu, la voluntad salvífica de Dios (-> salvación) es un hecho irrevocable. Cristo en el Espíritu (o sea, dotado con la persona y fuerza de la actualización y de la promesa) es el mediador del amor universal de Dios a los hombres; es la cabeza de la que fluye toda salvación y toda gracia; puesto que él es el Hijo y el hombre, la -> revelación y la mediación insuperables, la victoria de la voluntad agraciadora de Dios.

II. Estructuras fundamentales de la pastoral

1. La estructura eclesial

La acción salvífica de Dios en Cristo tiene una forma espacial, temporal, histórica, visible y comunitaria: la llamamos -> Iglesia. Su cometido salvífico no es crear la salvación (el proceso de salvación tiene lugar inmediata y verticalmente entre Dios y el hombre), sino transmitirla. La ciencia de la mediación concreta de la salvación es llamada teología pastoral (cf. luego en B) o teología práctica. La inmediatez de esta economía salvífica configura su peculiaridad (obiectum formale); por ello está ligada a la actualidad y a la situación. Por Cristo y en el Espíritu Santo, por medio de la -> gracia, de la -> palabra y de los -> sacramentos, Dios crea la Iglesia. Su servicio mediador es necesario necessitate medii; la salvación de cada uno, también la de los cristianos «anónimos», se realiza por mediación de la Iglesia. Puesto que todo hombre está siempre y necesariamente en una sociedad y es influido por ella, en este campo actúa siempre la Iglesia, si es que ese influjo se produce para la salvación. No se trata pues, simplemente, de hacer claro e históricamente palpable el cristianismo anónimo. La Ecclesia ab Abel actúa representativamente en toda salvación; a partir del Logos y de la proclamación (Rom 10, 14-17), toda gracia, incluso la de los cristianos anónimos, tiene naturaleza verbal e impulsa hacia la palabra; por ello la i misión de la Iglesia es necesariamente salvífica, y lo es de un modo esencial, no sólo subsidiariamente.

Esta estructura eclesial es el principio formal primario de la pastoral. Sin duda es Dios la causa principal de la salvación y Cristo, como causa eficiente, el mediador primario; pero la Iglesia es la causa formal: en el servicio salvífico realiza ella su esencia. La p. es por tanto formalmente eclesiológica y causalmente cristocéntrica.

2. La estructura personal

Donde se trata inmediatamente de la salvación, el sujeto (la Iglesia, la comunidad, el hombre particular) es llamado siempre a la decisión y a la realización ante Dios en la respectiva situación. Por ello las categorías adecuadas al servicio salvífico son personales y existenciales, y, por lo menos en primera línea, no materiales e institucionales. Una p. orientada preferentemente a la conservación, a la administración o incluso al poder no es adecuada a su misión. Puesto que aquí todo lo personal es humano, o sea, no es puramente espiritual, también lo institucional tiene importancia para el servicio salvífico. La Iglesia como ara y el hombre como «espíritu en el mundo» están referidos a la sociedad y al mundo circundante, que tienen como base la comunidad y los -> usos. La Iglesia apunta siempre al pueblo, aunque no sea siempre Iglesia popular, es decir, aunque no esté amparada y determinada preponderantemente por hechos sociológicos, por el Estado y por la sociedad. El recto servicio salvífico se esfuerza por la nivelación entre sociedad y hombre particular, entre comunidad y minoría selecta, entre cristianismo «sociológico» y cristianismo personal; la misericordia para con el pueblo (cf. Mt 13, 24-30), y no la «pura» comunidad, es el motivo capital de toda pastoral.

3. La estructura cósmica

La p. es la participación en la acción de Dios para el mundo (Jn 3, 16). Por esto la Iglesia existe para el mundo y es misionera. En su servicio salvífico ella puede abrirse sinceramente al -> mundo, puesto que éste ha sido creado por Dios, culmina en Cristo, está llamado a la presencia del Señor encarnado y resucitado y tiene por ello su rango teológico. El mundo en su profanidad positiva y negativa es el espacio de la -> fe (1 Tim 3, 16) y el ámbito capital de la p., y por esto debe ser atendido especialmente por el cristiano en el mundo, por los -> laicos. Puesto que la Iglesia, en virtud de su esencia social, está introducida en las estructuras del mundo, sólo se logra una p. auténtica cuando ésta es multiforme y varía según las situaciones. Lo cual es particularmente válido en la actualidad, cuando el mundo ha entrado en la época de su movilidad, de su transformación y autodeterminación. Si en lo que es profano en cada caso se acierta el lugar de Dios, lo profano trabaja «para Dios». La religión que ignora el entrelazamiento social pierde vitalidad; y, por el contrario, si la religión se abre a las modificaciones de las condiciones de vida, gana en dinamismo.

4. La estructura escatológica

Puesto que lo auténtico ha de venir todavía (1 Jn 3, 2), la llamada al hombre se produce siempre en el horizonte de la -> esperanza escatológica. Por su esencia el cristianismo no es conservador. Lo mismo que los éxitos profanos, las conquistas misioneras y pastorales vienen más de concepciones nuevas para el futuro que de adaptaciones casuistas. La p. está configurada por el heri, hodie et in saecula; esto tiene un fundamento sociológico y teológico: por la encarnación, que es el germen del desarrollo cristiano y del continuo ser más; por la -> resurrección de Jesús, en virtud de la cual Cristo no es una figura del pasado, sino una realidad salvífica siempre presente y futura; y por la -> parusía, que ya ha comenzado, obrando anticipadamente en los sucesos que nos llegan (Heb 6, 5; 2 Cor 5, 17ss). La parusía exige una Iglesia abierta al mundo y por ello el apostolado de los laicos, que viven en el mundo; por tanto aquél tiene su fundamento también en la -> escatología. La p. no es otra cosa que la epifanía de la historia de la -> escatología. La p. no es otra cosa que la epifanía de la historia de la -> salvación, que culmina en la segunda venida de Cristo.

III. Sujetos y ámbitos de la pastoral

El conocimiento de que el sujeto y el objeto de la p. no se distinguen adecuadamente, sino que están en una operante relación mutua, es especialmente importante para la p. de hoy. Desde el Vaticano u la Iglesia se ha abierto al laico, al protestante, al pagano y al ateo. Antes éstos eran considerados excesivamente sólo como personas que estaban enfrente: no se veía que todos ellos tienen algo que decir sobre Cristo y sobre el hombre. El cristiano moderno adquiere conciencia de la unidad entre persona y espacio de vida, entre Iglesia y mundo, entre oficio y -> pueblo de Dios, entre -> clero y comunidad. El servicio salvífico es hoy compañerismo. Entre sujeto y objeto se da actualmente una influencia recíproca. Este hecho sólo halla su traducción adecuada en el encuentro, que exige una actitud oyente y crítica frente al socio de diálogo y ha de ser justo con la situación. A esto corresponden el encuentro y la relación oyentes y críticos entre «-> Iglesia y mundo», así como la promoción del dinamismo y del diálogo apostólicos, la apertura a la situación, la concesión de una crítica intra y extraeclesiástica, etc. (cf. crítica de la -> religión, -> ideología).

1. Sujeto principal de la pastoral.

En toda p. él es el «pastor» (Jn 10; 1 Pe 5, 4). Por el -> Espíritu Santo la acción del Señor histórico, glorificado y venidero se hace presente como gracia y juicio: así se realiza y existe la -> Iglesia. Ella tiene conciencia de ser sacramento originario, signo, mediadora y medio de la salvación, en el que actúa Cristo. No es sólo una institución objetiva, sino que, partiendo de «su cabeza» (Ef 4, 16), es además una autorrealización personal. «La Iglesia es amor por la fuerza del amor recibido» (B. Häring). Su fuerza de acción pastoral es una sola: la cabeza juntamente con el cuerpo. Toda la sociedad (la -> jerarquía junto con los -> laicos) es primariamente el sujeto agente de la p. (Vaticano ri, Lumen gentium, cap. 2). En ella «están los ministros, que poseen la potestad sagrada y se hallan al servicio de sus hermanos» (ibid, n.0 18). Estos ministros deben a su vez -> obediencia al pastor supremo (Mt 18, 18; Jn 20, 21; Ef 4, 11). De la jerarquía brota, como de una fuente, el derecho y la capacitación para la p. (Vaticano ii, Sacrosanctum Concilium, n° 41).

El -> papa tiene la plenitud de la potestad pastoral (Mt 16, 18ss; Jn 21, 15), que en él es universal. Participa de ella todo el que no niega con mala fe el primado papal; por esto también fuera de la Iglesia oficial pueden hallarse verdaderos cristianos. Debido a la magnitud de las fuerzas anticristianas, en la tendencia actual de la humanidad hacia un «mundo único» crece la importancia de la tarea mundial del papa. En este cometido auxilia al papa que es la cumbre (primariamente no la curia romana, sino) el -> episcopado como sucesor del colegio apostólico. Al episcopado universal no sólo le corresponde cierta participación en la responsabilidad por la Iglesia universal, sino que él es además, «juntamente con la cabeza, el obispo de Roma..., sujeto de la suprema y plena potestad sobre toda la Iglesla» (Vaticano II, Lumen gentium, n.0 22; Ordenación del sínodo episcopal del 15-9-1965; Motu proprio sobre la erección de un sínodo de obispos para toda la Iglesia del 25-9-1965). Este carácter pastoral universal y colegial de la jerarquía halla su expresión y su confirmación en los -> concilios ecuménicos, en los sínodos permanentes de obispos al lado del papa (desde 1967), en los -> patriarcados, y en las conferencias nacionales y continentales de obispos (cf. Vaticano II, Christus Dominus; sobre esto y sobre lo que sigue, cf. también las Normae del 6-8-1966, y la Instrucción litúrgica del 26-9-1964).

El obispo está incorporado al colegio apostólico; con ello tiene responsabilidad (aunque no -> jurisdicción) sobre la Iglesia universal. Ésta se hace evento y se actualiza en la Iglesia episcopal local. Como sucesor de los apóstoles el obispo es ante todo el misionero y el pastor de su -> diócesis, y sólo después de esto es también el administrador de la misma. Al guía, anima y coordina el servicio a la fe que realizan sus -> sacerdotes. Éstos constituyen en primera línea el único presbiterio pastoral, el senado plural del obispo del lugar. El cuidado pastoral, conocido nuevamente a partir de la esencia del oficio episcopal, encuentra hoy su expresión en la erección de oficios pastorales (desde 1938) y de gremios escogidos de párrocos y de laicos (consejo sacerdotal, consejo pastoral, consejo de laicos: Vaticano tt, Christus Dominus, n° 27; Presbyterorum ordinis, n.° 7; además, Normae, n° 15ss; Motu proprio sobre la erección del consejo de laicos). El diaconado, restaurado ahora como grado propio de las sagradas órdenes, está subordinado inmediatamente al obispo y así es más movible que el presbiterio, bien sea para el servicio en la liturgia, en la proclamación de la palabra y en las obras de caridad (Vaticano II, Lumen gentium, n° 29; además Motu proprio sobre el diaconado del 18-6-1967), o bien para cometidos supraparroquiales del resto de la p. en la diócesis.

«Como no le es posible al obispo, siempre y en todas partes, presidir personalmente en su iglesia a toda la grey, debe por necesidad erigir diversas comunidades de fieles. Entre ellas sobresalen las -> parroquias, distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo, ya que de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe» (Vaticano u, Sacrosanctum Concilium, n° 42). La parroquia geográfica (distinta de la personal) pierde importancia debido al ritmo de trabajo y tiempo libre, y a la fluctuación constante de la población. El ámbito vital fáctico, y con ello también el ámbito ideal, para el servicio salvífico ya no es la parroquia, sino la región, la «zona humana». Los sociólogos entienden por tal un territorio determinado en el que los hombres se detienen para habitar, trabajar y pasar su tiempo libre. Aquí se da una cierta totalidad de las manifestaciones de la vida. La «zona» es dinámica; tiene centros desde donde irradia su influencia (prensa, cine, establecimientos, etc.), los cuales deben ser alcanzados necesariamente por la p. Esto es imposible para un monoparroquialismo. Sólo está a la altura de las dimensiones actuales una p. comunitaria regional (Vaticano ii, Christus Dominus, n.0 30; Presbyterorum ordinis, n.° 7ss).

Así, pues, se requieren centros de confluencia entre la diócesis y la parroquia particular. Éstos, ciertamente, no tienen ante todo funciones administrativas, como los arciprestazgos, sino que sirven a la p. Los arciprestazgos, surgidos de otras circunstancias sociológicas, las más de las veces son inadecuados para esto. Pastoralmente son más aptos los distritos en los que debe erigirse una p. de extensas proporciones, también con vistas a las actuales agrupaciones escolares. Para este fin el obispado debe dividirse necesariamente en distritos que correspondan a las concretas unidades sociales y económicas, o sea, en distritos que plantean más o menos los mismos problemas y con ello posibilitan las mismas soluciones. Los preside una determinada autoridad, que junto con los pastores del distrito lleva a cabo una p. solidaria y dialogística, y por cierto de tal modo que cada uno, además del trabajo de la parroquia, asume un cometido pastoral especial (-> liturgia, -> predicación, -> catequesis, medios de -> comunicación social, etc.). Estos «especialistas» de las distintas regiones se encuentran anualmente en la diócesis e intercambian sus experiencias. De vez en cuando el clero de la zona comenta sus planes y acciones con los seglares directivos (comités parroquiales). Un buen comienzo pera esa p. comunitaria ha sido en algunos lugares la misión regional; ésta es una irrupción misionera de carácter regional, la cual, por un trabajo especial durante años del clero local, de los laicos y de los misioneros, funda o vivifica instituciones o grupos pastorales en los distintos ambientes, llama en una misión de quince días a la comunidad para que dé testimonio ante el mundo, e intenta conservar el éxito alcanzado mediante un equipo permanente de misión.

Aunque la -> parroquia territorial ya no es la unidad sociológica fundamental, sin embargo su tiempo no ha pasado. Como comunidad delimitada y existente tiene todavía hoy una función pastoral, y ante todoposee la ventaja de la cercanía pastoral. Por ella la Iglesia se hace local en un sentido peculiar. Para conservar el carácter «encarnatorio» y familiar que ahí se da, la parroquia no debe pasar del número de 5000 almas. Mejor que la centralización en una parroquia grande con muchos sacerdotes es una multiplicación de los lugares de culto, cada uno con un sacerdote; así se logra una intensificación de la p. misionera con relación a los alejados (sistema de vicarios).

Puesto que «el evangelio es en todo tiempo el origen de toda vida para la Iglesia» (Vaticano ii, Lumen gentium, n° 20) y «su proclamación tiene la primacía» (ibid., n.0 25), el sacerdote y el párroco son en primer lugar apóstoles de la palabra (Mt 4, 19; Mc 3, 14; Mt 28, 28ss; Rom 1, 19; 1 Cor 4, 15), y luego ministros de los -~ sacramentos; éstos se hallan integrados, como raíz de la fe, en la proclamación del evangelio y en la gran «liturgia» apostólica pirra la redención del mundo (Rom 15, 16). La parroquia está abierta a la región, a la diócesis y a la -> Iglesia universal, cuya representación es. Aquí está la razón de que el párroco y sus fieles vayan más allá de la comunidad eucarística en su responsabilidad por los hombres que profesan otras creencias, por los cristianos marginados y por los no cristianos. Hacia abajo la parroquia está abierta también a comunidades y grupos más pequeños, a los hombres particulares, en cuanto los apoya y coordina. Aunque el principio de la parroquia no ha de establecerse absolutamente — la parroquia no es la única forma cristiana de sociedad —, sin embargo continúa siendo el primer punto concreto de orientación de la pastoral.

2. Las órdenes y congregaciones religiosas

De ellas se espera hoy una colaboración más estrecha con la p. del obispo y una mayor movilidad para los cometidos del tiempo. El decreto Perfectae caritatis del Vaticano II sobre la renovación, adecuada a los tiempos, de la vida de las órdenes religiosas se distingue por las exigencias de adaptación y de mayor eclesialidad: las órdenes y congregaciones religiosas deben saber que están obligadas ante todo al servicio de la Iglesia, y no a un egoísmo de la orden (Vaticano II, Christus Dominus, n° 33; cf. también Normae, n° 22-40). Por otro lado, no pueden disolverse en el servicio parroquial y regular de la p. Deben encarnar el elemento profético-carismático en la Iglesia, el cual no puede despojarse de su finalidad sin daños para aquélla.

3. Los laicos

Puesto que toda la Iglesia es madre, «cuerpo» (organismo, estructura de acción) y «-» pueblo de Dios», también los -> laicos son sujetos de la p., en subordinación a la -> jerarquía (cf. Vaticano ii, Lumen gentium, cap. ii y iv; Apostolicam actuositatem). Por el -> bautismo y la -> confirmación, sacramentos en los que se comunica al agraciado la vocación a la participación en la tarea pastoral (carácter sacramental), así como por los restantes sacramentos y carismas (-> virginidad, entre otros), y sobre todo por el amor cristiano, los laicos participan como sacerdotes, profetas y reyes (1 Pe 2, 5ss; Ap 1, 6; 5, 10) en la acción salvífica del Señor. «Dadas las circunstancias actuales de nuestro tiempo» (Vaticano ir, Lumen gentium, n.° 30), la p. sin laicos sería esencialmente deficiente: a) por la conversión de la Iglesia hacia el mundo, valorado positivamente; ahora bien, el laico es «el hombre en el mundo»; él es definido por su carácter mundano, entendido en sentido positivo; diríamos que el seglar redime al mundo desde dentro (ab intra; ibid., n.0 31), desde su lugar natural en el mundo, mientras que el sacerdote se vuelva hacia aquél desde el altar y sólo «secundariamente» (Congar) vive en el mundo. b) Por el dinamismo moderno y el rápido cambio de circunstancias y problemas, materia en la que sólo el laico tiene conocimientos y experiencias propiamente dichos. c) Por la estructura democrática de la sociedad. Es verdad que la forma de vida de la Iglesia no puede ser democrática, pero el clero debe necesariamente aprender un nuevo tipo de servicio posibilitado por Cristo, y el laico ha de aprender un nuevo tipo de obediencia, de libertad y de responsabilidad.

Hay una doble p. realizada por los laicos: el apostolado general de los seglares, que debe ejercerse en virtud de la vida cristiana en el mundo, y el apostolado especial o «Acción Católica» («colaboración de los laicos en el apostolado jerárquico» por un mandato episcopal: Vaticano Apostolicam actuositatem, nº. 20). La -> Acción Católica conservó en el concilio su posición privilegiada. Pero las circunstancias actuales exigen como ideal, no una vinculación lo más estrecha posible a la jerarquía, sino un apostolado total y adulto (no sólo inmediatamente religioso), que no tiene su modelo en el oficio jerárquico, sino en la relación de la Iglesia con el mundo.

«Como en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en la vida social, es de sumo interés su mayor participación también en los campos del apostolado de la Iglesia» (ibid., n° 9), sobre todo porque ellas poseen especiales dotes pastorales para determinadas tareas. El motivo más profundo y auténtico de esto está en que el sujeto del servicio salvífico es la Iglesia, cuya función maternal y virginal se hace visible a manera de signo en el servicio apostólico de la mujer.

La vocación de los seglares a una acción autónoma en el servicio salvífico exige de ellos una formación religiosa y teológica. Si antes el objeto primario del trabajo educativo eran el niño y el adolescente, hoy lo es en igual medida el adulto. Éste es considerado actualmente como el soporte de la familia y de la comunidad, como el configurador del mundo. Entre las instituciones orientadas a este fin podemos citar: los equipos de matrimonios, las escuelas de padres, los seminarios de instrucción religiosa, las bibliotecas populares, las escuelas de teología para laicos, los cursos por correspondencia, las academias sociales. El cambio radical de los tiempos ha modificado también la manera de la formación de adultos. Ésta ya no tiende a proporcionar un saber recibido en forma simplemente pasiva. A diferencia de la escuela, busca más bien la colaboración voluntaria, principalmente por medio de conversaciones en cursos, seminarios y círculos de trabajo. No aspira tanto a una visión sistemática, cuanto a dar impulsos siempre nuevos mediante el diálogo. La formación de adultos es uno de los medios más eficaces para hacer presente la Iglesia en la vida pública y espiritual de la actualidad. Sobre todo los hombres que miran a la Iglesia con ojos críticos buscan la solución de sus problemas más en un lugar abierto de formación que en la tradicional oferta dogmática de la Iglesia oficial. Hoy se puede afirmar ya que la renovación cristiana «sale en medida tan alta de los laicos adultos como del clero» (Pöggeler).

4. Los estados naturales

La -> familia es uno de los sujetos y de los ámbitos más importantes de la p. (Vaticano II, Apostolicam actuositatem; Gravissimum educationis). Por el sacramento del -> matrimonio que los esposos se administran mutuamente, queda fundamentado su mutuo servicio salvífico, así como el servicio salvífico que ellos prestan a sus hijos y a su mundo circundante. También en la época técnica y colectiva la familia es el ámbito intimo del hombre y el lugar de la acción eclesiástica. La familia es un medio muy unitario: el 82% de sus miembros se comportan conforme a la familia, es decir, orientan su práctica religiosa según la familia a que pertenecen. Así el peso principal de la p. recae sobre la comunidad y sobre las familias. La familia no puede subsistir internamente si se propone tan sólo conservarse a sí misma. Ha de cumplir su papel de mediadora respecto de la sociedad y la comunidad. Sólo puede resistir al espíritu decadente de nuestro tiempo una familia que, junto con otros que piensan de igual manera, forma para sí misma un ambiente cristiano (circulo de familias, apostolado de barrio, círculos de de vecindad), y así configura cristianamente un espacio vital que posibilite una vida según la fe también para los religiosamente débiles.

a) El niño. El primer tiempo óptimo para la p. son los siete primeros años; en esta fase el hombre es pura receptividad y en ella toman forma los símbolos fundamentales de lo cristiano. El estilo de la p. doméstica ha de ser adecuado a los niños, pero no infantil; no puede depauperar los prodigios de Dios, ni exagerar lo milagroso; debe llevar a una conducta solidaria y con ello a la fundamentación del apostolado. La familia es la encargada de la preparación para la primera comunión. La primera comunión hecha pronto, preparada por los padres y celebrada con ellos, sería la manera adecuada al niño de participación a su debido tiempo en la vida eucarística de la Iglesia.

En un mundo pluralista los menores de edad necesitan un espacio de vida unitario, con un ejemplo evidente de existencia cristiana por parte de los educadores. Así a la familia se añade la escuela como prosecución organizada de la p. realizada por la familia (Vaticano II, Gravissimum educationis, n.° 8ss). Para que la religión no se convierta en una asignatura escolar, su enseñanza ha de vitalizarse mediante la familia cristiana y la participación en la liturgia y en la vida de la comunidad. Han de tomarse en serio y fomentarse los signos de vocación sacerdotal. El esclarecimiento sexual (que de suyo han de proporcionar los padres o el educador) debe ir acompañado de una educación cristiana íntegra; tiene que descubrir al niño en forma veraz y adecuada el misterio de su origen (pedagogía sexual, cf. -> sexualidad).

b) La juventud. En la pubertad y en la adolescencia la gran finalidad de la p. es la decisión personal por Cristo y la conducción hacia el mundo cristiano de los adultos. Sus grados de desarrollo son: 1º. El proceso de maduración espiritual por el descubrimiento del yo y por la experiencia de las necesidades y de las dificultades interiores. En este estadio ante todo hay que «ofrecer» la eucaristía como ayuda pastoral (Tomás de Aquino, ST III q. 72 a. 9 ad 2 y 1). 2.° El proceso de maduración social por el descubrimiento del mundo y la discusión con él, a lo que se ordena la -> confirmación. 3.° El proceso de maduración sexual por el descubrimiento del tú y por sus dificultades congénitas, para lo cual el sacramento del matrimonio tiene una función ordenadora que actúa anticipadamente.

La ayuda vital de la p. en este estadio de evolución está hoy múltiplemente amenazada por el desconcierto y la falta de principios en muchos educadores frente a la juventud, debido a la dificultad de encontrar el oportuno término medio entre autoridad y relación de compañerismo. Deberá hacerse menos alarde de -3 autoridad formal y se concederá más confianza, amistad y posibilidad de autoconfiguración ( ¡sentido de la crisis de autoridad en esta edad!), y así habrá de despertarse el sentimiento de familia. Se intentará ofrecer a los jóvenes una patria de existencia personal frente al «ajetreo» de la vida; y se deberá tomar en serio a hijos e hijas, no tratándolos con acritud o dureza (Col 3, 21), pues de otro modo ellos buscarán refugio en el «calor» de otras relaciones. Frente al atraso espiritual y a la carencia actual de introversión anímica, sirven como antídotos: una instrucción vital de la fe, la orientación hacia una liturgia adecuada, realizable personalmente, la preparación para la -> oración y la -> meditación, el contacto vigorizante con la sagrada Escritura, la entrega apostólica a la sociedad, la formación de caudillos. «Quien no es activo en el mundo sucumbe.» Este importante principio pastoral debería tenerse en cuenta precisamente en la p. para esta edad.

Los que están en edad escolar, y todavía los que se hallan entre los 15 y los 17 años, son objeto de grandes esfuerzos pastorales, aunque la adolescencia y su estado religioso y espiritual concluyen hoy mucho más rápidamente a causa de la mayor labilidad, del medio ambiente desfavorable y de una más rápida «voluntad de ser adulto». Por el contrario, el período que va de los 18 a los 25 años (juventud), en el cual el hombre se hace independiente y configura su ideología y su vida, bajo muchos aspectos permanece pastoralmente vacío. Por la repugnancia ante organizaciones rígidas y debido a las múltiples ocupaciones, ahora son más indicadas las reuniones informales y los encuentros en la configuración del tiempo libre, pues a veces tales medidas son el único medio de que se pongan y permanezcan en contacto los hombres sanos en la fe. Se debe especialmente preparar a los jóvenes para el sacramento del matrimonio. Hoy la boda se celebra casi siempre en edad menos avanzada que antes. Los seminarios matrimoniales y los días de retiro para los novios son en este campo formas importantes de pastoral.

c) La vida de comunidad y de familia es sostenida por los esposos y por los ancianos. La p. ha de instruir al marido para que muestre su personalidad auténticamente viril siendo una encarnación de humanismo altruista y de semejanza con Dios, superando el sentimiento técnico de poder mediante el autodominio, integrando la -> sexualidad en el eros amoroso y en el ágape, haciéndose protector de la pareja que se le ha confiado y convirtiéndose en socio de Dios en sus tareas creadoras. De aquí proviene su auténtica autoridad. En los años en que el hombre experimenta los límites de su propia imposición y cae así en una crisis, la cual lo hace más abierto para la religión, él debería ser llevado al conocimiento de que Dios no es un Dios de los débiles, sino el Señor de la vida, que reclama para sí precisamente el mundo adulto. Sufriría detrimento lo auténticamente cristiano si el hombre, que ostenta la responsabilidad y la dirección en el campo profesional, se comportara pasivamente en lo religioso. El sacerdote lo tomará como colaborador y le permitirá aquella entrega autónoma que el varón debe realizar en la familia y en la parroquia, en la profesión y en la vida pública.

La mujer. La preocupación religiosa por la mujer, esposa y madre, acentuará que también la mujer piadosa debe tener el valor de vivir totalmente para aquello a que el creador la ha llamado; ella debe ser verdaderamente esposa de su marido y madre de sus hijos. Pero el ámbito de la mujer hoy ya no es solamente la familia, sino que es además el mundo del trabajo y la vida pública. En principio la p. ha de aceptar esta evolución. En el mundo de las máquinas la mujer tiene capacidades especiales para propagar una atmósfera humana y cristiana. Cuando la mujer que trabaja lo hace sólo para satisfacer las exigencias de un más alto nivel de vida, es injusta para con su familia; en cambio, nada puede objetarse a su actividad profesional cuando la ejerce por necesidad o por lograr un nivel adecuado a su condición social, sobre todo si se limita a trabajar media jornada y no abandona a los hijos a su propia suerte. Aun la mujer que vive sola, o la separada del marido (divorciada), tiene la posibilidad de ser totalmente mujer; no solamente el matrimonio, sino toda cultura es «matrimonial», es decir, procede de una colaboración complementadora entre hombre y mujer. Además la mujer que vive sola tiene el cometido de dar testimonio de que el tú definitivo del hombre no es la persona de otro sexo, sino Dios mismo. «Los solteros no están sin matrimonio en la Iglesia» (Agustín). A ellos se confía un lugar especial en la comunidad, en el lugar de trabajo y en el mundo, como servicio de amor a Cristo (Mt 25). Ciertamente, sin el calor hogareño es difícil cumplir el servicio salvífico en el mundo. En sus necesidades y perplejidades la mujer buscará de buen grado al sacerdote como ayuda en sus dificultades; y el pastor de almas no puede negarse a conceder esa ayuda. El encuentro pastoral con la mujer debe ser libre y desenvuelto; el miedo ante la mujer es miedo ante la propia vulnerabilidad. El sacerdote debe haberse enfrentado con el problema de la propia sexualidad y de la ajena, consiguiendo así su madurez, es decir, debe haber llegado a una distancia y a una aceptación (–> celibato).

La ancianidad ha pasado a ser un período de vida con plenitud de sentido, ocupando una cuarta parte de la misma. La estructura de la familia se ha orientado, especialmente en las ciudades, hacia una separación entre la generación anciana y la joven. Sin embargo, no se debe despertar la impresión de que los «viejos» han sido postergados al lado sombrío de la vida. Puesto que la curva biológica y la espiritual de la vida pueden estar ampliamente separadas entre sí, todavía en la ancianidad son posibles amplias realizaciones. Por su experiencia, sabiduría y clarividencia los entrados en años pueden influir en la opinión pública y dar testimonio del valor de una vida llena de contenidos. Hasta el fin les quedan como fuerzas educativas la exhortación, el ejemplo y la plegaria. Por ello la p. ha de poner su empeño en que la ancianidad esté libre del egoísmo, de la obstinación y de la congoja seniles, así como de la «exaltación del recuerdo» y de la oposición rígida a lo nuevo. La p. debe ayudar a las personas ancianas a dominar cristianamente «la crisis del desprendimiento», tiene que hacerles experimentar cómo no han perdido su valor en la comunidad, y cómo ellos conservan su puesto en el círculo de los hombres (veladas para ancianos, visitas, honores con motivo de aniversarios, etc.).

5. Estados profesionales

Más importantes que los estados naturales (con excepción de la familia) son los estados profesionales, porque están más orientados hacia la formación de un ambiente y se modelan según la intensidad de la vida. Están encuadrados en el mundo del trabajo.

a) La p. tiene un cometido de primer rango en los obreros, muy alejados de la Iglesia, en los empleados, cuyo número crece constantemente, y en los cuadros directivos intermedios. Frente al error, muy extendido, de que la fe no tiene nada que ver con la realidad experimentable, sino sólo con la relación inmediata del hombre particular con Dios, debe proclamarse decididamente la verdad de que la fe posee su puesto en la vida.

Puesto que el hombre pasa la mayor parte de su tiempo en el lugar de trabajo, que lo acuña también moral y religiosamente, pertenece a los cometidos más importantes, y a la vez más difíciles, el incluir las empresas en el servicio de la fe. Se ha difundido mucho la opinión de que la empresa es un sistema técnico, y no una sociedad humana. Para producir aquí un cambio se requiere una p. total, que afirme el valor del obrero y tenga en cuenta su peculiaridad, partiendo para ello de la liturgia, de la familia, del -> tiempo libre, de la empresa. Conviene seguir el ejemplo de Cardijn, quien formuló el principio para la eficacia en el medio ambiente: en él y por él debe llegar el mejoramiento, a través de una inmanente minoría selecta (células empresariales cristianas). Ante todo, como en cualquier p. misionera, no ha de imponerse una idea de poder que quiera dominar y conquistar; más bien, hay que vivir ejemplarmente con bondadosa naturalidad, humanismo y amor al mundo. De la empresa como tal es responsable ante todo la parroquia en cuyo territorio se halla aquélla; en cambio, respecto de los miembros de la empresa es competente en primera línea la respectiva parroquia del lugar de residencia, de manera que cada parroquia es responsable, en parte, de los lugares de trabajo donde actúan sus fieles. El servicio salvífico entre los obreros puede intensificarse mediante sacerdotes especiales para la empresa y mediante el apoyo de asociaciones y organizaciones profesionales (JOC, Kolping, etc.), y también mediante otras formas de p. (seminarios sociales, institutos sociales, academias, jornadas religiosas en los fines de semana, ejercicios).

b) El campesinado comprende hoy sólo una tercera parte de la población. El progreso técnico en la agricultura, la «emancipación» de la población rural y el cambio en el estilo de vida campesino llevan consigo peligros para la p., a los cuales hay que oponerse eficazmente y a tiempo. La Iglesia no puede aparecer como un obstáculo en el cambio de la estructura aldeana, como si ella estuviera vinculada esencialmente a circunstancias anticuadas y en parte superadas. Presta un ejemplar servicio salvífico a la población campesina el movimiento rural católico de la juventud y del pueblo. Con sus acciones (asambleas en las aldeas, círculos de vecindad, seminarios rurales, escuelas superiores rurales, asistentas sociales en los pueblos) quiere alcanzar los siguientes fines: la Iglesia como corazón de la aldea, familias rurales sanas, fomento de los usos cristianos, formación técnica suficiente, alegría en la profesión campesina, santificación del domingo, sensibilidad social, seguro social, cuidado de los trabajadores forasteros, mejoramiento de la p. en los pueblos. El motor de ese movimiento misionero es, según el modelo de la JOC, el equipo de militantes, que se reúne regularmente para este fin: lectura común de la sagrada Escritura y oración por las necesidades del pueblo, informaciones sobre el trabajo realizado, planificación de tareas concretas y comentario de los sucesos más importantes del día, de la Iglesia y del mundo. Este «movimiento» no pretende alcanzar solamente a la parte agrícola de la población, sino a todo el pueblo, para darle una orientación. La importancia de ese movimiento se pone de manifiesto sobre todo en las escuelas superiores rurales, cuyos titulados suben cada vez más a puestos directivos en el ámbito campesino.

c) Otro centro de gravedad de la p. profesional es el apostolado entre los maestros (Vaticano Gravissimum educationis, nº. 8), entre los universitarios, entre los médicos, entre los soldados, entre los empleados de la hostelería, etc. Los estados mencionados no son meramente objetos de p.; en ellos se da más bien una auténtica «encarnación» de la Iglesia misma: ella se vive a sí misma en el devenir del niño, en la maduración de los jóvenes, en la mayoría de edad del hombre y de la mujer, en el recuerdo conservador y en la esperanza de la vejez.

6. Pastoral de situación

Determinados motivos o circunstancias internos o externos al hombre pueden producir en éste situaciones en las que el acceso a la religión sea difícil. Los que viven en la -› diáspora, los trabajadores extranjeros, principalmente los estudiantes, sobre todo los procedentes de naciones jóvenes (cf. Vaticano II Gravissimum educationis, n° 10), los turistas (p. en los campings), los aislados religiosa y socialmente, los desamparados (-> Cáritas, centros de acogida, consultas por teléfono), los enfermos psíquicos y, en general, todos los débiles en el sentido más amplio de la palabra, necesitan un cuidado pastoral especial, el cual, preocupándose por el hombre entero, debe ofrecer necesariamente una ayuda material y anímico-espiritual en conformidad con lo que exigen las circunstancias.

A diferencia de las múltiples formas modernas condicionadas por el tiempo, de p. de situación, la p. entre los enfermos ha tenido desde siempre un lugar fijo en el apostolado eclesiástico. La situación especial de la enfermedad, cuyo sentido difícilmente ve el hombre de hoy y que lo hace muy sensible frente a una «violación espiritual», exige mucho tacto y capacidad de comprensión por parte del que ejerce el apostolado entre enfermos. Ante todo no puede explotarse pastoralmente la mayor o menor impotencia del paciente. Teniendo en cuenta la libertad espiritual que posee también el enfermo, el pastor de almas debe intentar, ateniéndose siempre a las circunstancias individuales, mostrar el sentido positivo de la enfermedad en la vida del enfermo. La finalidad de la p. de enfermos debería ser la aceptación espiritual de la enfermedad como llamada de Dios a la reflexión, a la conversión, a la penitencia, como posibilidad de una renovación de la vida, como participación en la cruz de Cristo, que da un sentido a todo dolor por su referencia al prójimo (sufrir por otros) y lo introduce en la promesa de una victoria definitiva sobre los padecimientos en la resurrección de Cristo. La p. en el hospital con un sacerdote como encargado principal y con un lugar propio para el culto debería ejercerse en medio de un contacto vivo con las comunidades.

La p. entre los encarcelados no puede aparecer como una función de la sanción estatal. Debe intentar — distinguiendo claramente entre la jurisdicción humana y el juicio de Dios — anunciar a los condenados el amor divino. Su finalidad es, como en toda p., la conversión del hombre a Dios. En la solución del problema extraordinariamente difícil de la reintegración del encarcelado a la familia y a la sociedad, todos los cristianos, que han de recordar su condición pecadora, tienen una obligación especial. Éste es un punto donde puede aparecer con singular claridad cómo cristianismo y sociedad burguesa no se identifican.

Entre los psíquicamente anormales (neuróticos) en ciertas circunstancias la -> psicoterapia puede crear presupuestos favorables para la p. por cuanto libera la mirada para que lo auténticamente importante, la cuestión del sentido y de la culpa, y la totalidad de la vida puedan verse desde Dios. La cuestión de si y hasta qué punto los medios de la p. sacerdotal (obediencia al director espiritual, distracción sana, conciencia de la enfermedad anímica, eliminación de una ley moral parcial, trato bondadoso) pueden ayudar a los histéricos y escrupulosos, o si, además, se necesita un cuidado médico, ha de decidirse en cada caso particular. De todos modos el pastor de almas debe tener conocimientos básicos sobre neurosis, psicosis (-> enfermedades mentales) y psicopatías (estructuras anormales de la personalidad) y cultivar los contactos con el médico correspondiente.

Con relación al gran número de los alejados de la Iglesia y de los descarriados, la p. debe ser esencialmente misionera, no en último término por una orientación apostólica de la parroquia en general. Ante todo no deben descartarse los casados inválidamente y los apóstatas. Un trato amistoso y auxiliador con ellos, visitas con motivo de determinados acontecimientos de su vida (fiestas familiares, enfermedades, casos de muerte), invitaciones a actos en el templo, el envío de la hoja parroquial o de otros escritos religiosos, entre otras cosas, deberían hacer saber a estos hombres, que quizás por circunstancias desfavorables han caído en una situación trágica, cómo no están excluidos del amor redentor de Dios.

En relación con los que profesan otras creencias, debe tenerse en cuenta cómo para el Vaticano II el ecumenismo está entre los grandes signos de la gracia en nuestra época, y cómo el concilio exhorta a todos los fieles a conocer estos signos y a colaborar con celo en el trabajo ecuménico. Puesto que la división se muestra más en la conducta existencial que en diferencias teológicas, hay que cultivar una nueva y viva relación con los acatólicos, teniendo conciencia de que no sólo el hombre particular, sino «también las Iglesias y comunidades eclesiales» pueden existir bona fide, de que ellas poseen muchas cosas comunes con la Iglesia católica, de que también ellas, en cuanto sociedades, son «medio de salvación» y, aunque no perfectamente, están insertas en el «cuerpo de Cristo», o sea, hasta cierto punto pertenecen a la única Iglesia universal (Vaticano II, Unitatis redintegratio, n.° 20-23, además el Directorio sobre el ecumenismo, primera parte, del 14-5-1967, y la instrucción Diálogo con los no creyentes). Esta doctrina y conducta del concilio han de promulgarse con el ejemplo del pueblo cristiano: deben evitarse palabras, juicios y acciones que no correspondan a la situación de los hermanos y hermanas separados y que dificulten las relaciones mutuas, así como toda actitud polémica, no menos que cualquier falso irenismo, por el cual sufriría daño la pureza de la doctrina católica. Son deseables el diálogo, llevado por hombres entendidos, la colaboración en los cometidos del bien común, y la oración y liturgia de la palabra en común. Hay que tener en gran estima la herencia común y valorar la renovación de la fe propia en su dimensión ecuménica. Cada uno debe ver humildemente en el otro al hermano y vivir en el realismo cristiano del amor.

Los convertidos. El movimiento ecuménico (-> ecumenismo, A) y su cultivo tienen la primacía sobre las conversiones de hombres particulares. Con ello no se toca la cuestión de la obligación moral de la -› conversión. La enseñanza dada a los convertidos no puede reducirse a los puntos de controversia, sino que ha de ofrecer una exposición íntegra de la doctrina católica, sin desprecio de la fe que se había tenido hasta entonces. Mano a mano con la enseñanza debe ir la introducción gradual en la vida católica. Cursos rápidos con motivo de un matrimonio no son recomendables; más bien se debería pedir dispensa matrimonial y, después de la boda, seguir el curso juntamente con la parte católica. En el tiempo de transición es especialmente conveniente un catecumenado de adultos. Los convertidos son un factor importante en la p. misionera, porque ellos pueden colaborar ante todo en la realización de los aspectos «no cumplidos» de la reforma, y así significan una fuerza para la renovación de la Iglesia. Pero no pueden dar un valor absoluto a la forma de fe que corresponde a su situación de convertidos.

En cuanto a los sectarios hay que tener en cuenta cómo su acuñada conciencia (a veces patológica) de misión y de elección hace muy difícil la tarea pastoral para con ellos, de manera que es más importante dar a los fieles católicos, por medio de una profundización de la propia fe, las armas espirituales para disputar con aquéllos y discutir sus escritos.

Los no creyentes. Casi en todas partes los creyentes viven actualmente en una situación de diáspora, hallándose entre muchos incrédulos que en su mayoría no se han separado del orden general cristiano por una decisión personal, sino que nacieron sin culpa propia en la –> incredulidad de su mundo circundante. Esto exige frente a ellos una conducta adecuada. Algo parecido podemos decir sobre el ateísmo. Este es menos agresivo y tiene una conciencia menos prometeica de sí mismo que antes, de modo que nuestro mensaje de salvación a él no carece de oportunidades. Lo que el ateísmo rechaza es muchas veces una imagen de Dios objetivamente falsa, de manera que precisamente a partir de la incredulidad se plantea una y otra vez la cuestión sobre una imagen fiel de Dios, sobre una forma adecuada de la fe y sobre su fuerza de testimonio. La legitimación de la fe ante la incredulidad mediante un humanismo y bondad cristianos que susciten confianza, por el abandono de una posición de ghetto, por la disposición al diálogo en el intento de anunciar al mundo de hoy una forma posible del mensaje cristiano, en pocas palabras, la confrontación con el -> ateísmo, será también para toda la acción pastoral de la Iglesia su situación permanente en el futuro. Esta situación podrá tener como consecuencia en los creyentes una «incredulidad» más o menos reprimida y oculta, por cuanto ya no se logra una configuración unitaria y continua de la vida a partir de lo cristiano. La predicación y todo el servicio salvífico deben tener en cuenta estas «escisiones y roturas» que se dan también en los creyentes (cf. Vaticano II,  Gaudium et spes, n.0 19ss).

7. Las organizaciones religiosas de seglares

Su necesidad se deriva de la esencia de la Iglesia como «cuerpo social»; y su importancia se debe, particularmente en la época democrática, a la acción de la Iglesia en el marco de la sociedad que sobre todo ellas hacen posible. En la nueva autocomprensión de la Iglesia se realiza también un giro desde una «asociación» defensiva y cerrada hacia un «movimiento» abierto al mundo, movimiento que, como toda vida, crea nuevas formas, modifica lo viejo o lo hace parecer. El imperativo de la hora presente es reunir las asociaciones existentes en una unidad federativa, según un plan de acción y una prudente estrategia pastoral. Frente a las organizaciones fijas, las iniciativas libres ganan cada vez en importancia. Se trata aquí de grupos informales: clubs, academias, seminarios, foros de todo tipo, en los cuales los participantes se mantienen reunidos por finalidades concretas. A través de tales grupos los caminos conducen hacia el mundo, hacia el «campo exterior» y hacia el «campo previo» de la Iglesia. Directa o indirectamente en esos grupos está en obra la pastoral.

8. Ámbitos objetivos

La prensa, el cine, la radio y la televisión acuñan ampliamente nuestra época. Una p. constructiva no puede contentarse con proteger contra la influencia nociva de estos medios de comunicación social, cuya técnica de extensión de la información está especialmente emparentado con el cristianismo por la esencia universal de éste (cf. Sal 18, 5; Rom 10, 18), de manera que a través de tales medios puede prestarse un auténtico servicio salvífico en el mundo de hoy. Este servicio salvífico no sólo consiste en el ofrecimiento de una temática propiamente religiosa (predicación por radio, conferencias, retransmisión de cultos, obras de teatro radiadas, películas cristianas, revistas religiosas, etc.), sino, principalmente, en la manera como se configuran y manejan esos medios de comunicación. La tarea de la Iglesia como pueblo de Dios sin duda no se agota aquí con la condenación de estos medios frecuentemente peligrosos; exige más bien una colaboración activa con ellos. En ese campo el pueblo cristiano debe asegurarse una influencia adecuada a su importancia en la vida pública, especialmente a través de expertos que actúen con conocimiento del asunto y con sentido de responsabilidad cristiana. Además, la p. considerará actualmente como una de sus tareas importantes ofrecer una ayuda para la recta valoración y el recto uso de los medios de comunicación* social. Los limites puestos por la legislación estatal, sobre todo por lo que respecta a la juventud, de ningún modo hacen superfluo este trabajo educativo, pues es el gusto del público el que en gran medida determina la calidad de las ofertas. Cuanto emprende la Iglesia oficial en ese terreno (censura de películas y revistas, centros diocesanos de cine y prensa, clubs de cine, etc.), ha de entenderse y ofrecerse como aportación a una actitud crítica, capaz de juicio por parte del individuo frente a estos medios de comunicación, y no como una especie de tutela.

Pero especialmente aquí la familia tiene una gran tarea apostólica en la educación de los niños con la palabra y el ejemplo para el uso correcto de tales medios de comunicación. Los problemas que la televisión ha suscitado en las familias muestran claramente cómo los medios de comunicación social exigen mayoría de edad personal, capacidad de crítica y poder de decisión (cf. Vaticano II, Inter mirifica).

9. El tiempo libre

La recta actitud pastoral con relación al -> tiempo libre del hombre consistirá en ver las horas de ocio en su sentido inmanente, o sea, no como un mero acopio de fuerzas para el trabajo, sino en su referencia esencial a la vida cristiana. Nadie como el cristiano está llamado a la celebración festiva, porque no sólo la liturgia eucarística, sino también las celebraciones profanas son signos del eón futuro. El disfrute del mundo y de los bienes terrenos en lo fundamental debe afirmarse pastoralmente, del mismo modo que debe combatirse el abuso en casos particulares. Contra la malversación del tiempo libre, contra el uso desenfrenado de bienes materiales, contra las técnicas de seducción de la publicidad moderna; en una sociedad de consumo que ve ampliamente los cánones de valoración en el gasto de bienes materiales la p. se esforzará por ser eficaz en dirección contraria, inculcando los valores más altos de la cultura, de la justicia y del amor. Se declarará a favor de una cierta ascética en el consumo, de un examen crítico de las ofertas que inundan al hombre de hoy; y en el marco de la parroquia procurará organizar fiestas, crear lugares apropiados de descanso durante el tiempo libre, influir con su colaboración en las numerosas empresas que configuran el tiempo libre del hombre (turismo, obras de formación, organizaciones teatrales, clubs de baile, sociedades recreativas, organizaciones deportivas, etc.), para ejercer así una acción formadora de los hombres e, indirectamente, pastoral. La época que empieza ahora en lo relativo al tiempo libre, dama por seglares cristianos adultos. Éstos deben adquirir conciencia sobre el problema del «tiempo libre» y, por su ejemplo en el contacto desenvuelto con las cosas materiales, establecer cánones para la sociedad. Están llamados a ello en primer lugar los representantes de la vida pública.

IV. Las formas de actuar de la pastoral

Por formas de actuar de la p. entendemos todas aquellas actividades en las que la Iglesia realiza su propia esencia, no sólo para su propia afirmación, sino también para la entrega a Dios y el servicio a la salvación de los hombres.

1. La proclamación. La necesidad salvífica de la fe (Dz 801), que viene de la proclamación (Rom 10, 17), asegura a ésta un lugar preeminente en la p. (VaticanoII, Lumen gentium, n.0 25). La proclamación de la palabra en sentido auténtico es el pregón autoritativo, la alabanza y el testimonio de las acciones salvíficas de Dios, ante todo de la pascua del Señor, por la fuerza del Espíritu, que promete y hace presente la salvación para el rescate del hombre y la edificación del «cuerpo de Cristo» en vistas a la consumación.

a) En la ->. predicación se cumple este concepto esencial de la proclamación de la palabra. En ella habla en persona el Señor glorificado (2 Cor 5, 20; Heb 12, 25; Vaticano ii, Sacrosanctum Concilium, n° 23). Como alabanza a Dios la predicación es acto de culto y está ordenada a la -> eucaristía, cuya celebración es la más alta proclamación (1 Cor 11, 26). La predicación es proclamación de la palabra de Dios en cada situación del hombre y del mundo. Esta finalidad de hacer aprehensible la palabra de Dios en cada situación concreta se extiende a toda forma de predicación: ni la homilía se puede agotar en un biblicismo atemporal, ni la predicación temática debe conformarse con la exposición de una sabiduría general de la vida. La predicación transcurre en las siguientes fases (no concebidas a manera de esquema sistemático, sino como una orientación) a partir de la palabra de Dios, entrada en la situación; desprendimiento del hombre de su prisión en el yo y en el mundo; conversión a Dios; acto de temor; realización de la fe, la esperanza y, sobre todo, del amor (cf. Dz 798).

La problemática actual de la predicación procede de cuestiones bíblicas y, en gran parte, también de una nueva comprensión global del mundo y del hombre. Es necesario un esfuerzo constante por encontrar la palabra adecuada para la proclamación actual de la fe. La eficacia de la palabra de Dios depende esencialmente del testimonio de la verdad.

b) La -> catequesis es la instrucción básica y planificada en la buena nueva, he-cha en nombre y por encargo de la Iglesia (cf. Vaticano II, Gravissimum educationis, nº. 4). A diferencia de la predicación, la catequesis se realiza en forma de enseñanza. Sin duda no puede ser siempre proclamación en el sentido pleno de la palabra, pero puede convertirse en acción salvífica, sobre todo si se hace realidad viva de fe en el testimonio personal del catequista y, en contacto con la familia, la liturgia y el ejemplo de la comunidad, se prolonga en un catecumenado vivido. Pero, incluso en esta forma ideal, la catequesis de niños debe proseguirse en la catequesis de jóvenes y en la de adultos, para que pueda alcanzarse la finalidad de toda catequesis, la decisión personal de la fe. El sentido de la catequesis escolar es la instrucción del entendimiento y de la memoria, la ejercitación en la vida cristiana, la interpretación de las experiencias creyentes y la preparación para la realización libre de la fe.

c) La conversación. Ante el hecho de que muchos hombres ya no pueden ser alcanzados por otras formas de proclamación, la conversación religiosa reviste especial importancia, de manera que el sacerdote (horas de consulta, visitas a domicilio, encuentros) y especialmente los seglares deben cultivarla celosamente, pues es la forma genuina de proclamación que corresponde a los laicos. «El confirmado recibe la potestad de confesar públicamente como por oficio (quasi ex officio) la fe en Cristo» (TOMÁS DE AQUINO, ST II q. 72 a. 5 ad 2). Puesto que el hombre de hoy está más dispuesto al diálogo que a la aceptación de instrucciones autoritativas, la palabra del laico recibe gran importancia en el diálogo entre la Iglesia y el mundo. Este diálogo, exigido por Pablo vi (Ecclesiam suam: AAS 56 [1964] 637-659) y por el Vaticano u, se realiza de muchas maneras y en diversos planos, empezando por la conversación personal hasta llegar a la colaboración en dis-tintos gremios.

Pertenece a los grandes cometidos de la Iglesia en el mundo de hoy (Gaudium et spes, n.0 40); y el concilio lo ha practicado expresamente como un diálogo con toda la familia humana, para darle testimonio de su «unión, estima y amor» (ibid., n.° 3). En un «diálogo abierto» para el esclarecimiento mutuo de las cuestiones y de los problemas ve la Iglesia su aportación a la obra creadora del hombre (ibid., n.° 43) en la colaboración internacional económica (ibid., n° 85), en las instituciones internacionales (ibid., n.° 90), etc. Tal diálogo se lleva a cabo como una conversación fraterna en medio de una estima mutua (ibid., n.° 23), tributada también a los «que en cuestiones sociales, políticas y religiosas piensan u obran de manera distinta» (ibid., n° 28), e incluso a los ateos, con los que se colabora en la práctica para la edificación común del mundo (ibid., n° 21). En la Iglesia tanto sacerdotes como seglares deben dialogar con todos los hombres, dándoles muestra de «al-to aprecio, veneración y concordia», manteniéndose en el «amor a la verdad» y ofreciéndoles la «garantía de una discreción adecuada» (ibid., n° 92). Dicho diálogo es sobre todo el gran cometido de los laicos, que en conversación «con todos los hombres de buena voluntad poseen en el ámbito nacional y en el internacional un campo infinito de apostolado» (Vaticano II, Apostolicam actuositatem, n° 14). La conversación así entendida es la forma adecuada de proclamación a una sociedad democrática y a un mundo pluralista, forma que en gran parte hace también apostólica y misionalmente fructíferas las restantes formas del magisterio oficial y que acuña igualmente las modalidades especiales de proclamación de la palabra (apostolado epistolar, enseñanza religiosa en horas bíblicas y obras de formación, etc.). Naturalmente, en último término la conversación tiene su base y su finalidad en la proclamación oficial.

2. La liturgia es, junto con la proclamación de la palabra, la fuente de toda p. y su punto culminante «hacia el cual tiende la acción de la Iglesia» (Vaticano ii, Sacrosanctum Concilium, n° 10; sobre esto y con relación a lo que sigue, cf. además la Instrucción litúrgica del 26-9-1964 y de la Instrucción eucarística del 25-5-1967). Para el sacerdote que ejerce el apostolado como servidor que «participa del sacerdocio de Cristo» (Vaticano II, Presbyterorum ordinis, n.° 5), la eucaristía debe ser «el centro y la raíz de toda su vida sacerdotal» (ibid, n.° 14), y, por consiguiente, también de su acción pastoral. En este sentido la p. es el esfuerzo por hacer real y eficaz en la vida de los miembros particulares de la comunidad, y así en la vida pública del mundo, la actualización litúrgica del misterio salvífico (1 Cor 11, 26); por llevar al reconocimiento y a la proclamación de Cristo como el Kyrios. Por eso la -> liturgia ha de entenderse como orientada hacia el mundo y abierta a él. Ha de producir impresión también en el no iniciado y ha de resultar comprensible para él (cf. 1 Cor 14, 23ss), tiene que adecuarse al ritmo actual del tiempo (misas vespertinas), y deben aprovecharse misionalmente las ocasiones que brindan distintos motivos (cultos de boda y de entierro). En su configuración debe hacerse visible que el culto a Dios no es una enajenación religiosa del hombre, sino que precisamente en aquél y a través de aquél encuentra éste su propia esencia, se encuentra a sí mismo.

La eucaristía como acción de gracias es expresión de la autotrascendencia de toda acción humana configuradora del mundo; como transformación de los elementos del mundo que son el pan y el vino, la eucaristía es signo de la apertura del mundo a la vida infinita de Dios, puesto que en ella tiene lugar aquella superación de todo el futuro intramundano finito que es el fundamento de la constante «ascensión en la escala del ser» (Teilhard de Chardin). Así, en un mundo sin Dios, la eucaristía es un signo de protesta contra la actitud atea de un -> humanismo satisfecho de sí mismo y contra una configuración puramente intramundana del futuro y del mundo.

Pero no sólo la eucaristía, sino también los demás sacramentos pertenecen a la p. litúrgica (cf. Vaticano u, Sacrosanctum Concilium, n.0 59-78; Lumen gentium, n.° 11, cf. además la Instrucción litúrgica del 26-9-1964, n° 61-77). Una p. cristiana considerará los sacramentos no solamente bajo un prisma moralista, como medios de la gracia, sino también como misterios histórico-salvíficos de una nueva forma de existencia en Cristo; contra una concepción individualista debe acentuarse su función formadora de la Iglesia. Ésta no sólo los administra, sino que se realiza también en ellos a través de las fases concretas de la vida de sus miembros. Los sacramentos estructuran la vida del pueblo de Dios; sitúan los miembros vivos en su función para la totalidad; son signos y comienzo «de un cielo nuevo y de una tierra nueva». Contra un exagerado cultualismo y sacramentalismo, debe acentuarse la importancia de la palabra y de la fe, para que los sacramentos sean vistos en el conjunto del -> kerygma cristiano. Un constante adoctrinamiento y formación de la conciencia de los fieles debe contrarrestar todo formalismo y toda mutilación psicológica; contra una acentuación excesiva del opus operatum ha de destacarse la acción personal. También los - sacramentales (Vaticano n, Sacrosanctum Concilium, n° 79-82) y los -> usos litúrgicos tienen gran importancia en la p., puesto que acuñan el ámbito de vida del pueblo de Dios.

3. El servicio cristiano al mundo. Esta función fundamental de la Iglesia apenas fue destacada en la visión sistemática de una p. unilateralmente clerical. Como realización de la existencia cristiana en la vida cotidiana, aspecto que Pablo llama «culto», ocupa el campo más amplio. Lo mismo que todo servicio salvífico, brota también de la liturgia. Hay un ámbito mundano que teórica y prácticamente debe ser reconocido en su (relativo) valor propio, y que es ya cristiano con tal se actúe allí en conformidad con la naturaleza de la cosa (cf. antes n 3). Sin duda todo está ordenado a Cristo, y en la medida, de lo posible, debe ordenarse a él; pero esto no significa que la Iglesia (oficial) «sea en el mundo el poder que se preocupa inmediatamente de casi todo y configura» (J.B. Metz); de hecho la Iglesia no puede abarcar todas las realidades de la creación. Por eso mismo queda un «mundo secular»; en relación con él la Iglesia puede comportarse con desenvoltura y sin escrúpulos (Br. Dreher). Sin embargo, también aquí la Iglesia tiene conciencia de su condición de misterio en la sociedad humana, y sabe que el mundo es el lugar de realización cristiana de la vida de cada cristiano, de los grupos cristianos y de las instituciones eclesiásticas (escuelas, asociaciones para la formación, beneficencia, hospitales, etc.).

La Iglesia debe aceptar también la responsabilidad ante la sociedad, la opinión pública y el mundo en lo relativo a cuestiones políticas y sociales (justicia, paz, amor, etc.). Y debe aceptarla desde el punto de vista de la revelación, exigiendo a este respecto más libertad, autodeterminación y emancipación para los hombres y para los pueblos. La Iglesia ha de situarse en la vanguardia de la humanización del mundo, pero debe hacerlo partiendo de su vida propia, es decir, de la encarnación de Jesucristo en su propia existencia.

Como p. clerical (también el sacerdote es enviado al mundo), el servicio cristiano al mundo se realiza en el ejemplo y el testimonio personales, en la p. de contacto por el trato y las visitas domiciliarias, en la configuración misionera del núcleo de la comunidad. Con todo, la vida en sus diferenciaciones debe ser confiada al cuidado inmediato del laico, que es el pastor del ámbito mundano. Desde la lejanía (desde los altares, púlpitos, confesonarios, escuelas y sínodos) no se puede llegar al mundo por una actio in distans. Un espacio de vida y de acción sólo experimentará una transformación gracias a los cristianos activos en él (sobre la ejecución concreta de esa meta, cf. antes III 3-9; sobre el conjunto, cf. Vaticano u, Gaudium et spes).

4. La dirección de la Iglesia, con las ordenaciones jurídicas de que dispone (ley, mandato, costumbre, juicios, etc.), es también una forma de actuación pastoral. La potestad jerárquica actúa pastoralmente cuando consagra, confiere una misión, dirige, orienta y castiga a personas, cuando ordena la acción salvífica según su lugar, tiempo y forma. Además, los portadores de los oficios eclesiásticos aseguran la eficacia de la conversión por medio de la asistencia a particulares, excluyen de la comunidad y admiten en ella, disponen sobre la propiedad y el uso de los bienes eclesiásticos, etc. Este ejercicio del poder es don y servicio (Mt 20, 24-28; Jn 10, 1-29) en el espíritu de Cristo, cuya ley es amor que se da, y sólo desde aquí es también exigencia. La tensión entre espíritu y oficio, entre amor y ley pertenece esencialmente a las estructuras de la Iglesia peregrinante, por más que sea también deber de todos reducir esta tensión. La complejidad de la vida, que dificulta a los ministros eclesiásticos dar instrucciones concretas, exige que en una reforma del -> derecho canónico también los seglares participen en la ordenación jurídica de la Iglesia y en la dirección de la misma, con inclusión de lo relativo a la p. También ésta debe ponerse a salvo del clericalismo. Precisamente en la administración debe encomendar a los laicos tareas y oficios, para los cuales con frecuencia los seglares están mejor capacitados; ha de respetar a los laicos en su independencia y responsabilidad propia en su «servicio al mundo», puesto que sólo ellos pueden alcanzar ciertas dimensiones de la vida (cf. Vaticano II, Lumen gentium, cap. In; Christus Dominus). Cf. luego (B) teología pastoral.

V. La pastoral en el protestantismo

En virtud de una concepción distinta de verdades teológicas fundamentales (sola fides, sacerdocio universal de los fieles), sobre todo de la Iglesia, la p. protestante está estructurada en forma diversa de la católica. La comunidad confía el oficio eclesiástico a los llamados según un determinado orden. A diferencia de la predicación y administración de sacramentos, se entiende por p. ante todo la asistencia religiosa al individuo. La confortación por medio de la confesión particular (no concebida sacramentalmente) es «el centro de la p.» (E. Thurneysen). La administración del perdón en aquélla es el acto propiamente pastoral (H. Girgensohn). Otras actividades de la p. protestante son la disciplina eclesiástica (Mt 18, 15ss; puesta en práctica especialmente por Calvino), las visitas domésticas, las horas de consulta, los ritos ocasionales (bautismo, entierro, bendiciones), la ayuda cristiana a los que sufren y a los descarriados. Estas actividades se cultivan especialmente desde el –> pietismo, el cual, frente al cuidado de la comunidad (cura generalis: predicación, sacramentos), concedió mayor importancia a la p. «propiamente dicha» (cura specialis), de modo que hasta tiempos muy recientes la expresión «cura de almas» se aplicaba exclusivamente a la acción apostólica con los individuos. En lugar de la p. profesional, en los conventículos pietistas surgió también la p. fraterna ejercida por los seglares. Del movimiento de renovación de la vida religiosa, llamado Erweckungsbewegung (y caracterizado por su orientación bíblica y su responsabilidad misionera), salió la misión interna (T.H. Wichern 1848). Actualmente la p. protestante está marcada por un cierto retorno a la liturgia, a la concepción del ministerio eclesiástico en la Iglesia primitiva (donde éste no se entendía como una función de la comunidad), y a la responsabilidad ante el mundo (afirmación de la ética social); y está marcada igualmente por el movimiento ecuménico, por la renovación de la conciencia de Iglesia, por la referencia comunitaria de la p. (que es «servicio al cuerpo de Cristo», W. Trillhaas), por la actividad de los laicos y por formas especiales de diálogo eclesiástico con nuestro tiempo (academias, jornadas de preparación, etcétera).

BIBLIOGRAFIA:

CURA DE ALMAS CATÓLICA:

F. X. Arnold, Al servicio de la fe (Herder Ba 1960); C. Noppel, Aedificatio Corporis Christi (Fr 21949); V. Schurr, Seelsorge in einer neuen Welt (Sa 31959) (bibl.); ídem: StL6 VII 7-14; G. Ceriani, Introduzione alla teologia pastorale (R 1961); V. Schurr, Konstruktive Seelsorge (Fr 21962); P. Marella y otros, Pastorale d'aujourd'hui (1. Congreso internacional de teología pastoral en Friburgo) (Bru 1963); E. Feifel: HThG II 525-532; V. Schurr: LThK2 IX 579-583; HPTh I-V; F. X. Arnold, Pastoraltheologische Durch-blicke (Fr 21965); B. van Bilsen, Aufbauende Pastoral (W 1965); F. Klostermann, Prinzip Gemeinde (W 1965); L. Févre, Iis seront son peuple (P 1965); R. Spiazzi (dir.), Manuali di Pastorale (Tn 1965 ss) (9 vols., hasta ahora aparecidos 4 vols.); C. Floristón - J. M. Estepa, Pastoral de hoy (Santiago [Chile] - Ma 1966); M. Pfliergler, Teología pastoral (Herder Ba 1966); K. Rahner, Misión y gracia: servidores del pueblo de Dios (Dinor S Seb 1968); J. Goldbrunner, Realisation (Fr 1966); F. Benz, Seelsorge in einer pluralistischen Gesellschaft (Fr 1967); Ch. Moeller, Mentalidad moderna y evangelización (Herder Ba 1969); C. Florlstdn-M. Ureros, Teología de la acción pastoral (Ma 1968); K. Rahner - B. Häring (dir.), Wort in Welt (Bergen-Enkheim 1968); L.-J. Suenens, La corresponsabilidad en la Iglesia de hoy (Descl6e Bil 1968); Pastoraltheologische Informationen 1968 (editado por la dirección de la conferencia de teología pastoral alemana) (Mz 1968); A. M. Henry, Teología de la misión (Herder Ba 1969); A. Kner, Seelsorge als Beratung (Fr 1969); J. O. Zöller, Abschied von Hochwürden (Fr 1969); J. Goldbrunner, (dir.), Pastoral personal. Psicología profunda y cura de almas (Fax Ma2); W. Bless (dir.), Pastoral Psiquiátrica (Fax Ma3); H. Dobbelstein, Psiquitria y cura de almas (Heder Ba 1964); M. Leplay, Sacerdotes y pastores (Mensaj Bil 1969); J. Goldbrunner, Sala de consulta y confesionario (V Divino Est 1969).

2. CURA DE ALMAS PROTESTANTE:

H. Asmussen, Die Seelsorge (Mn 41935); A. D. Müller, Grundriß der praktischen Theologie (Gü 1950); E. Schick, Heiliger Dienst (B 41952); Th. Bovet, Lebendige Seelsorge (T 21954); E. Thurneysen, Die Lehre von der Seelsorge (Zollikon - Z 21957); O. Haendler, Grundriß der praktischen Theologie (B 1957); H. D. Wendland, Die Kirche in der modernen Gesellschaft (H 21958); W. Trillhaas, Der Dienst der Kirche am Menschen. Pastoraltheologie (B 21958); P. J. Abbing, Laien-Seelsorge (Gladbeck 1959); H. Girgensohn: EKL III 901-914; P. Kraske: StL6 VII 12 ss.: W. Wilken, Macht die Gemeinde stark (St 1961); E. Müller-H. Stroh, Seelsorge in der modernen Gesellschaft (H 1961); G. Holtz: RGG3 V 1640-1647; M. Mezger, Die Amtshandlungen der Kirche I (Mn 21963); W. Birnbaum, Theo-logische Wandlungen von Schleiermacher bis K. Barth (T 1963); R. Bohren: LThK2 IX 583 s; H.-O. Wölber, Das Gewissen der Kirche, Abriß einer Theologie der Sorge um den Menschen (Gö 21965) (bibl. H. Harsch (dir.), Seelsorge als Lebenshilfe (Hei 1966); H. Döbert, Neuordnung der Seelsorge (Gö 1966); W. Uhsadel, Praktische Theologie, 3 vols. (Hei 1963-66); C. A. Wise, The Meaning of Pastoral Care (NY 1966); K. Frör, Hirtenamt und mündige Gemeinde (Mn 1966); H. Girgensohn, Heilende Kräfte in der Seelsorge (Gö 1966); Handreichung für den seelsorglichen Dienst (Agende für ev.-luth. Kirchen und Gemeinden) bajo la dirección de la conferencia litúrgica luterana de Alemania) (B - H 31967); H. Diem, Die Kirche und ihre Praxis (Theologie als kirchliche Wissenschaft, III) (Mn 1967); W. Wilken, Brücken zur Kirche. Public Relations der Kirche (B - H 1967); K. Westermann, Theologie (St 1967); E. Thurneysen, Seelsorge im Vollzug (Z 1968); E. Jüngel- K. Rahner - M. Seitz, Die praktische Theologie zwischen Wissenschaft und Praxis (Mn 1968).

Viktor Schurr

 

B) TEOLOGÍA PASTORAL

I. Reflexiones sobre la historia y la concepción de la teología pastoral

Por la necesidad de una doctrina sistemática sobre las normas prácticas y adecuadas al tiempo en el ejercicio del «oficio p.», desde 1770 aproximadamente se desarrolló (primero en los países hereditarios austríacos, poco después en Alemania y en los países limítrofes) la teología p. como disciplina independiente dentro del estudio teológico. Puesto que sólo el «pastor» individual fue considerado como sujeto de la p. eclesiástica, en consecuencia, únicamente él y sus actividades constituían el objeto de la teología p. En la medida en que este «pastor» individual y la p. concebida a partir de él se hicieron tema explícito de reflexión en la teología p., creció también la exagerada concepción clerical de ese «estado» y ministerio: El clérigo particular exclusivamente fue definido como la continuación histórica de la persona y función de Cristo (como «vicario de Cristo», «representante de Dios», «mediador de todas las gracias», «pastor del rebaño», etc.); a él se contraponían los cristianos particulares y la comunidad eclesiástica como objeto pasivo (como objeto «guiado», «conducido», y hasta «santificado» por él).

De algunos años acá se ha visto con creciente claridad que, partiendo de una recta inteligencia teológica de la Iglesia, no puede mantenerse más este «tenaz equívoco» (Arnold). Pero con ello se toma problemático el nombre mismo, pues éste da pie repetidamente a la idea falsa de que la teología p. es únicamente la doctrina del oficio p. clerical, o de que, en la realización de la Iglesia, se trate de una p. transitiva hacia un objeto pasivo. Es pues razonable — como se hace en gran parte desde los últimos decenios (y en 1841 propuso ya A. Graf por influjo de la escuela protestante y de la católica de Tubinga) — hablar de una teología práctica, para designar aquella disciplina teológica «práctica» en que se reflexiona científica y teológicamente sobre todo lo que constituye, condiciona y posibilita la realización adecuada de la Iglesia en cada momento presente.

Esta teología p. podría y debería comprender (¡de nuevo!) todas aquellas disciplinas teológicas prácticas que tienen por tema una función fundamental de la Iglesia (-> liturgia, -> catequesis, etc.), pero que se han independizado por razón sobre todo de la base no eclesiológica de la «antigua» teología p. La expresión teología p. podría emplearse como concepto inteligible y legítimo para aquel campo de la teología práctica en que se tratan las cuestiones del oficio p. como un factor en la realización total de la Iglesia.

Es fácil demostrar que la teología práctica representa una ciencia teológica necesaria. Las disciplinas dogmáticas sistemáticas tienen por tema la esencia permanente de la Iglesia y la comunicación de Dios al hombre que en aquélla se hace históricamente tangible y eficaz; la fijación de esta comunicación en la palabra de la Escritura, su desenvolvimiento y realización en la historia son objeto de 1as ciencias bíblicas e históricas; pero la situación en que la Iglesia ha de realizarse aquí y ahora a sí misma (es decir, ha de realizar su esencia, que es idéntica con su misión), cuya estructura y exigencia no están estudiadas en el dogma o en el derecho canónico, debe ser tema de una ciencia especial que ha de tener como cometido el análisis metódico, sociológico y teológico de dicha situación y de los principios pastorales de acción que de ella se derivan. Esta ciencia tiene que ser realmente teológica, por una parte, y realmente práctica, por otra; o sea, tiene que ser una teología práctica.

II. Los temas materiales de la teología pastoral como teología práctica

En contraste con la -> eclesiología dogmática o esencial, cuyo objeto es la esencia permanente, trascendental y sacramental de la Iglesia, en la teología práctica se trata de la Iglesia en cuanto es una magnitud socialmente estructurada, histórica y, por tanto referida a los datos surgidos a posteriori; de la Iglesia que debe actualizarse aquí y ahora, para ser realmente aquello que es y para lo que es. De ahí que esta teología p. también podría llamarse con razón «eclesiología existencial», sobre todo porque es tema específico suyo elaborar principios e imperativos para la realización actual de la Iglesia (la realización necesaria que hoy se nos impone). De este tema fundamental — «realización de la Iglesia» — resultan en particular los siguientes campos de objetos:

1. Debe tratarse sobre todos los sujetos de esa realización: sobre la misión y el puesto de la Iglesia en su totalidad frente al mundo y en el mundo de hoy; sobre la esencia y función de los distintos oficios eclesiásticos: acerca del obispo y su diócesis; acerca del papa como principio de la unidad de la Iglesia y de los órganos que le están subordinados en el gobierno de la Iglesia universal; acerca de las tareas eclesiásticas de cada cristiano y — no en último lugar — de las funciones de los diversos miembros del presbiterio de una diócesis.

2. Han de estudiarse todas las funciones fundamentales, en cuanto, por una parte, se derivan de la misión esencial de la Iglesia y, por otra, deben actualizarse en una situación concreta del momento presente, que no siempre es ya conocida y, sin embargo, siempre especifica internamente la actualización de dichas funciones fundamentales. En este sentido hay que hablar sobre la liturgia como celebración del misterio de la Iglesia; sobre la predicación de la palabra (como palabra misionera, como predicación en la comunidad cristiana y como catequesis); sobre la realización de la Iglesia en los sacramentos; sobre la disciplina eclesiástica; sobre la beneficencia (o caritas); y sobre la vida cristiana del individuo, en cuanto en ella se manifiesta la Iglesia misma y se hace históricamente aprehensible. Según eso, no es necesario ni tendría sentido tratar en este contexto toda la ciencia de la liturgia o la catequética entera, que (ya por motivos didácticos y metódicos) deben quedar como «ciencias filiales» (separadas en cuanto tales) de una teología práctica.

3. Deben ser objeto de reflexión todos y cada uno de los factores y aspectos sociales y sociológicos de la Iglesia, porque solamente sobre este trasfondo se reconoce efectivamente la importancia del análisis sociológico-teológico.

4. No menos han de tratarse las estructuras formales fundamentales de la acción y vida de la Iglesia: los distintos modos posibles, legítimos y actuales de la piedad; la diferencia de los sexos y su importancia para la vida de la Iglesia; la escisión entre la moral teórica y la práctica en la vida del hombre de hoy; la diferencia entre mediación eclesiástica y apropiación personal de aquella gracia que está presente en la Iglesia y que debe actuar eficazmente una y otra vez en las distintas acciones individuales.

III. El punto de vista formal de la teología pastoral

El punto de vista formal desde el cual debe verse y tratarse el objeto arriba esbozado de la teología p. como teología práctica, es el condicionamiento de la realización de la Iglesia por cada situación de la actualidad. Puede demostrarse que, desde su nacimiento, la teología p. se interesó por determinadas necesidades del tiempo, por el cambio de determinadas condiciones para la p. Pero, por razón de su punto de partida clerical, aquel interés se refirió únicamente a la situación del «pastor» particular y de su actividad. La actualidad y sus estructuras sociales y culturales sólo se miraron en gran parte como «material» externo y contrario, o simplemente como «el mundo», contra el cual debía triunfar la p. eclesiástica. La teología p. de que aquí hablamos sólo puede estimar cada situación actual como el ineludible llamamiento de Dios a la Iglesia, que le recuerda reiteradamente su misión de formular y predicar el evangelio de Jesús para — y no contra — la sociedad humana que se da aquí y ahora, para el mundo permanentemente amado de Dios.

Síguese que la actualidad debe ser entendida como la concreción de aquel horizonte permanentemente histórico y, por ende, variable, en que acontecen la oferta y aceptación de la libre comunicación de Dios al hombre. Además, esa situación de la actualidad determina siempre tanto al hombre, a quien la Iglesia quiere comunicar hoy su evangelio, como también a la Iglesia misma y a los distintos sujetos de las funciones eclesiásticas particulares.

El análisis de la situación actual que aquí se exige, presupone naturalmente una amplia descripción material de las estructuras y los cambios internos más importantes de la sociedad actual en el mundo de hoy. No es, pues, solamente un transitorio punto de vista formal según el cual hayan de elaborarse los factores y posibilidades particulares de la Iglesia; es también un material que debe ordenarse (–> Iglesia y mundo).

IV. Sobre el método y el sistema de la teología pastoral

Con la anterior definición del objeto material y formal de la teología p. queda caracterizada su tarea necesaria y específica en la teología total. Pero no puede pasarse por alto que a una teología p. actual le incumben forzosamente tareas que de suyo pertenecen al terreno de la eclesiología básica, pero que, por una parte, todavía no han sido abordadas allí y, por otra, constituyen el presupuesto necesario para un trabajo razonable de la teología práctica; mencionemos p. ej., la definición de la esencia de la Iglesia, la cuestión sobre la última, inalienable y, por tanto, realmente permanente esencia del culto eclesiástico o de la «sacramentalidad» de la comunión eclesiástica de la salvación. Sólo en el futuro aparecerá hasta qué punto cabe en absoluto separar la eclesiología básica de la existencial. Porque no puede ignorarse que la teología p., en cuanto habla de la situación actual del mundo a la luz de la teología total, significa una interrogación siempre nueva a aquélla, de forma que las tesis esenciales de la teología (y sobre todo de la eclesiología) sólo son respuestas reales y adecuadas si las preguntas formuladas antes por la teología práctica (en nombre del mundo) han sido oídas y respetadas. En este sentido, pues, la teología como teología práctica tendría una función hermenéutica para la teología general. Con relación al método de la teología p., lo dicho significa que ésta, en la cuestión de la realidad actual, tendrá también que poner en tela de juicio los datos y formas conocidos de la Iglesia y de su p.; pero, evidentemente, con la intención constructiva (cf. luego en v) de encontrar principios para la actualización razonable y efectiva en el tiempo presente del evangelio por la Iglesia.

En cuanto al análisis mismo de la actualidad, las cuestiones particulares sociológicas sin duda podrían formularse ante todo partiendo de una previa inteligencia teológica de la Iglesia, de su misión y de sus posibilidades fundamentales. Una sociografía meramente «profana», que quisiera prescindir por completo del dato «Iglesia», nunca posibilitaría o, menos aún, daría directamente una respuesta concluyente y práctica a las cuestiones que deben plantearse en la teología práctica. Así, pues, la cuestión «sociológica» — por razón de la naturaleza del que pregunta — es siempre una cuestión también teológica. ¿Hasta qué punto brotan necesariamente de la esencia permanente de la Iglesia la constitución actual de la misma, de su administración, de su división por regiones, la manera y modo de formar sus comunidades, su relación con la sociedad profana, las formas, palabras y signos concretos de su predicación, de su catequesis, de su administración de los sacramentos, etc.; o hasta qué punto todo eso brota únicamente de sus tentaciones, de su ineludible destino de peregrina, que no está en sus manos y a la postre nunca puede esclarecerse plenamente, de manera que sólo cabe aceptarlo con paciencia; o bien, hasta qué punto eso es además mera consecuencia de un ciego y culpable aferramiento a manifestaciones y formas de su vida? Precisamente estas cuestiones deben estar resueltas antes de que la teología p. (en una parte especial de su trabajo) pase a formular principios y sobre todo imperativos para la realización de la Iglesia que hoy se nos impone. En particular deberían distinguirse tres conjuntos de cuestiones que han de estudiarse explícitamente en el análisis teológico y sociológico de la teología p. tal como aquí la entendemos:

1. Aquellas preguntas que afectan a la situación y estructura del mundo actual en su totalidad; porque la Iglesia se ha hecho hoy, como nunca antes, -> Iglesia universal. De donde se sigue que sólo puede comprender su misión específica mirando a este mundo total. Sólo puede planear con estrategia real su misión en todo el mundo si ha conocido previamente las corrientes y estructuras fundamentales de la actualidad. Esa planificación puede y debe ser en amplia medida metódica y científica, sin que se desatienda por ello la iniciativa carismática del individuo y de las sociedades y órdenes misioneras.

2. Aquellas cuestiones que atañen a la situación y estructura de los distintos grupos y sociedades del mundo actual; porque, ante éste, la Iglesia es, por de pronto, una entre muchas otras sociedades e instituciones religiosas. Sin embargo, entre ellas ocupa todavía un puesto indiscutido y en gran parte preeminente, pero un puesto que conscientemente debe conquistarse siempre de nuevo para poseerlo en verdad. Con estas otras sociedades religiosas comparte la Iglesia, p. ej., el problema de la libertad religiosa, de la tolerancia, de la paz del mundo, de la ética universal humana, la situación de creciente secularización, de pluralismo y de indiferencia religiosa.

3. Aquellas cuestiones que atañen a la situación del individuo en el mundo actual, en cuanto este individuo está ya siempre integrado por la sociedad humana profana y es el primer afectado por un cambio de estructura. Realmente, éstas parecen ser las cuestiones más urgentes de la p. (usual hasta ahora). Pero sería fundamentalmente falso el que esa situación del individuo se desconectara de la situación general de la Iglesia. El resultado sería en todo caso una táctica p., pero no una estrategia de la realización general de la Iglesia en nuestro momento actual, como debiera ser la verdadera meta de la teología pastoral.

V. El fin de la teología pastoral

Según se ha puesto de manifiesto, el fin primario de la teología p., tal como aquí la entendemos, es la planificación de la realización de la Iglesia para la actualidad y el futuro. En esto se distingue de aquella teología p. cuyo empeño principal era la formación y el adiestramiento práctico del pastor particular.

Evidentemente, la introducción práctica, pragmática en el oficio eclesiástico tendrá siempre su puesto en la formación del futuro clérigo; pero, a la verdad, eso no es todavía lo que aquí llamamos teología. De suyo, la teología práctica sólo puede fundamentar, sometiéndola a una reflexión científica, la autoconciencia de la Iglesia que debe obrar aquí y ahora; puede además elaborar principios e imperativos para la actual realización de la Iglesia; mas por este mero hecho no es todavía la p. de la Iglesia. La teología p. en el sentido aquí explicado es, pues, una disciplina teológica y, por ende, necesariamente «teórica»; pero sin una buena teoría tampoco es posible una buena práctica.

La teología general, por su parte, sin duda ha de contar con que en el futuro sufra una crisis el carácter terminado de su sistema y sus tesis anteriores. Esto ha de aplicarse, no en último lugar, a la anterior inteligencia del oficio del gobierno eclesiástico y de la legislación canónica. Salta a la vista que la teología p. según la entendemos aquí a la postre constituye también un presupuesto para el derecho canónico del futuro. Porque la disciplina del «derecho canónico» tiene efectivamente por objeto interpretar el derecho dado de hecho; pero, si no quiere abandonar su propio punto metódico de partida, no puede analizar por sí mismo aquel «campo previo» en que se decide qué reacción, qué norma de conducta, qué ley es adecuada y razonable frente a la situación actual que se da aquí y ahora.

A todo esto, no puede naturalmente pasarse por alto que la planificación de la realización total de la Iglesia, que es tarea de la teología p., en principio permanece contingente. Eso, sin embargo, debe ser aceptado positivamente tanto por la Iglesia en su totalidad como por cada ministro o teorizante, e igualmente por todo cristiano particular.

Precisamente la Iglesia que reflexiona sobre su propia actualidad y su propio futuro, debe encomendar su planificación a la providencia divina, que permanece esencialmente oculta. Y a la vez debe distanciarse de toda utopía intramundana, lo mismo que de toda especie de «economía eclesiástica planificada», que quisiera preverlo y planearlo todo en un pastoralismo apriorístico.

BIBLIOGRAFIA: F. Dorfmann, Die Ausgestaltung der Pastoraltheologie zur Universitätsdisziplin (W -L 1910); F. X. Arnold, Grundsätzliches und Geschichtliches zur Theologie der Seelsorge (Fr 1949); H. Schuster, Die praktische Theologie als wissenschaftlich-theologische Lehre über den je jetzt aufgegebenen Vollzug der Kirche (Dis. mecanogr. 11962); Wem: Ser y quehacer de la teología pastoral, «Concilium», 40 3 (1965) 5-16; K. Rahner, Plan und Aufriß eines Handbuches der Pastoraltheologie (impreso como manuscrito Friburgo 1962); F. Klostermann, Pastoraltheologie heute: Dienst an der Lehre (homenaje al card. König) (W 1965) 49-108; HPTh; M. Pfliegler, Teología pastoral (Herder Ba 1966); A. M. Henry, Teologla de la misión (Herder Ba 1969); C. Ceriani, Introducción a la teología pastoral (Studium Ma 1964); L. Fevre, Acción pastoral y mundo actual (C M6d Ba 1967); C. Floristán y M. Useros, Teología de la acción pastoral (E Cat Ma 1968); Gunkel, El pan de la palabra (Herder Ba 21967); Hofinger y Stone, Catequesis pastoral (Herder Ba 1967); K. Rahner, Misión y gracia: servidores del pueblo de Dios (Diner S Seb 1968); K. Barth, La proclamación del evangelio (Síg Sal 1970); G. de Bretagne, Pastoral fundamental (Studium Ma 1969); P. Gauthier, El evangelio de la justicia y los pobres (Síg Sal 1969); J. Ordóñez Márquez, Mensaje de la palabra (Coculsa Ma 1970); A. Pronzato, Evangelios molestos (Síg Sal 1969); 1. Bagni, Acción pastoral y estadística parroquial (Paulinas Ma 1970); R. Spiazzi, Teología pastoral didáctica (Studium Ma 1969).

Heinz Schuster

C) MEDICINA PASTORAL

I. Historia de sus orígenes

La expresión «medicina p.», poco clara y generalizada desde hace un siglo, necesita ser definida en su contenido, sobre todo porque, en el mismo período, la medicina se ha elevado a la categoría de la ciencia que procede con un método seguro. Todo el material de tiempos pasados está superado y sólo tiene ya interés para el historiador y el etnólogo. El que al comienzo aparezca la figura del sacerdote médico, se debe a la impresión de que el -> hombre, en su nacimiento (herencia) y en su muerte, se enfrenta con potencias superiores del destino (en el lenguaje moderno: situaciones límite [ Jaspers] ), que también la medicina ha de aceptar como límite metafísico. -> Enfermedades especialmente llamativas son vividas como algo misterioso: la epilepsia como «enfermedad sagrada», la manía como entusiasmo enviado por Dios. De aquí procede la luz ambigua que envuelve la figura de hombres geniales. En la escuela hipocrática la medicina se hace independiente y, por su propia ética, hace que el médico se limite a tratar las enfermedades «curables». Queda, pues, la apertura a lo religioso y, en realidad, también a la -> superstición (curanderos), porque el médico falla en la verdadera necesidad. Sus auxilios sólo podían ser muy modestos, porque sus ideas de carácter anatómico y patológico (patología humoral: todas las enfermedades se producen por falsa mezcla de los cuatro humores) eran completamente erróneas. La misma concepción domina en la edad media y en los comienzos de la moderna. Sin género de duda, muchos hombres fueron víctimas del exceso de sangrías y clísteres. Ya en la edad media la Iglesia prohibió a sus clérigos la práctica de la medicina (todavía CIC can. 139 § 2). El tipo de la medicina moderna comienza mediante el estudio anatómico de cadáveres y mediante su conexión con las ciencias naturales.

El conocimiento de la vertiente psicológica en todas las enfermedades y de las perturbaciones funcionales neuróticas, así como la necesidad de un complemento mediante la -> psicoterapia, han creado lentamente un clima que acaba con la preferencia del materialismo en la perspectiva profesional. Ahora en principio no existen obstáculos para la colaboración del médico y del sacerdote junto al lecho del enfermo. En adelante, la medicina p. debiera dotar al sacerdote con todo aquel saber que necesita para una colaboración objetiva con el médico, el paciente, sus allegados y, finalmente, la ayuda institucionalizada en los hospitales. La ética médica prohíbe al médico el tratamiento de sí mismo y de sus allegados más próximos: en tal caso falta la distancia interna, y también la autoridad que se requiere para las decisiones más graves. En cambio, la ventaja del sacerdote y de los enfermeros es que pueden de muchas maneras fortalecer también la intimidad enferma de los pacientes con plena dedicación personal.

II. Integración de la medicina pastoral con la doctrina sobre la discreción de espíritus

1. La medicina de siglos pasados (que pervive en la llamada medicina popular) no era mucho más que una especie de medicina naturalista, la cual pertenecía al orden de la medicina interna y se mezclaba con elementos extraños, p. ej., de carácter astrológico. Junto a ella existía la cirugía como artesanía práctica del cirujano y del barbero, etc. Pero sería completamente falso pensar que faltaba toda ayuda en el campo de las perturbaciones psíquicas y morales. Esta ayuda se desarrolló por completo fuera de la medicina.

Desde la alusión de Pablo al carisma de la «-> discreción de espíritus» (1 Cor 12, 10), se desarrolló sistemáticamente una psicología p. que trataba sobre todo los problemas concretos de la -> dirección espiritual, cuestiones de piedad y de su autenticidad, de experiencia mística, etc. Esta psicología merece la más alta consideración y un desarrollo ulterior, pues en ella se ofrece aquel conocimiento psíquico que necesita el director espiritual: una psicología dinámica de la personalidad, que no se para en la superficie unidimensional de lo consciente, sino que quiere interpretar experiencias surgidas de los estratos profundos. L. Klages la descubrió nuevamente para el hombre moderno, y puso en relación con ella las conquistas psicológicas de F. Nietzsche. Floreció hasta entrada la época de la Ilustración y hubo de interrumpirse entonces, porque el racionalismo contemporáneo no sabía qué hacer con una dimensión profunda de lo consciente. Entonces comenzó una batalla en torno a la interpretación de las -> enfermedades mentales, que hasta ese momento habían sido declaradas, en muchos casos con harta ligereza, como demoníacas (->, posesión diabólica). En la Ilustración se impuso una interpretación de tipo moral: los enfermos mentales eran tenidos por pecadores empedernidos, que se habían acarreado sus padecimientos por pecados de la juventud (masturbación). En su visión retrospectiva de los últimos Cien años de psiquiatría (1918), el psiquiatra E. Kraepelin trazó un cuadro espantoso sobre cómo se intentó, por toda clase de torturas, quebrantar la voluntad obstinada de estos infelices. Luego se desarrolla la controversia de los llamados Micos (materialistas) y psíquicos (espiritualistas), los primeros de los cuales, para bien de los enfermos, defendieron la tesis de que también las enfermedades mentales están condicionadas corporalmente. Al final del romanticismo se impuso esta tesis, que ha conducido a la actual psiquiatría científica. Aquí es precisamente el elemento dinámico de la «posesión» y de la enajenación mental el que se toma como punto de partida de la diagnosis.

A este respecto, independientemente del contenido de tales experiencias hemos de advertir: Supuestas intervenciones malignas del demonio no son una prueba de posesión diabólica, como las manías piadosas no lo son de una auténtica revelación privada. Es mérito grande del cardenal Verdier haber promovido una investigación sistemática. Por mandato suyo, J. de Tonquédec estudió durante 20 años todos los casos que se presentaban en Francia. En una obra prologada por Verdier mismo, Tonquédec expone la conclusión final: Todos los casos pueden clasificarse con medios psiquiátricos.

2. La amplitud del cambio puede notarla fácilmente cualquiera que consulte un quodlibeto de Tomás (Quodl. au q. 9 a. 10 y 11) sobre los problemas jurídicos matrimoniales de la impotencia. En una perturbación invariable, aquélla se atribuye a un defecto natural; en cambio, como impotencia transitoria, que no se da respecto de otras mujeres, es explicada como un maleficium, como embrujo. Puesto que no se conocían aún los efectos físico-químicos de las hormonas, la especie apremiante y alienadora de tentaciones sexuales inducía particularmente a explicaciones demonológicas. Era necesario establecer una clara división terminológica: la neurología trata modificaciones orgánicas del cerebro anatómicamente perceptibles; las enfermedades mentales (psicosis) proceden de estímulos metabólicos todavía desconocidos sobre el cerebro; las psicopatías son caracteres hereditariamente disarmónicos; las neurosis se originan como trastornos funcionales orgánicos sobre una base puramente psíquica (traumas, complejos).

3. El terreno psiquiátrico será importante para el trabajo p. en medida hasta ahora insospechada. Los progresos casi revolucionarios, particularmente el desarrollo de los psicofármacos, convierten las clínicas nerviosas en hospitales, donde los pacientes ya no permanecen como hasta ahora durante años y decenios, sino que se normalizan y vuelven a la sociedad a base de tratamientos rápidos. Pero los enfermos y sus allegados están dominados por enormes prejuicios, que pueden ser destructores, aunque todo porque los nuevos medicamentos no excluyen recaídas y nuevos ataques. Los pastores de almas deben combatir con toda viveza cualquier especie de discriminación social, por la que se ponen en peligro el éxito curativo y la reincorporación a la vida diaria.

4. Por desgracia existen reparos ideológicos erróneos: un -> dualismo popular se revuelve contra el hecho de que fuerzas psíquicas y espirituales puedan tratarse con medios químicos farmacéuticos. Se alzan objeciones sobre todo contra la desaparición de una concepción sobrenatural-demonológica. Propiamente, aquí debiera desterrar todo escrúpulo la actitud del apóstol Pablo. En Gál 4, 13ss fue resuelta de antemano nuestra cuestión; Pablo agradece que no se escupiera en el suelo por razón de su enfermedad y (por este rito apotropaico) no se le señalara como un poseso de espíritus malignos.

III. Cuestiones particulares de la práctica pastoral

1. Viejas ideas de impureza se han convertido en tabúes que siguen operantes e impiden, p. ej., que los procesos de la menstruación y de la polución, iniciados con la pubertad, sean entendidos en su sentido teleológico y aclarados a los jóvenes: la naturaleza protege la capacidad funcional de los órganos, sin que sea necesario (según un prejuicio muy difundido) comenzar inmediatamente el comercio sexual. El mínimo fisiológico de entrenamiento orgánico está garantizado por los mencionados procesos que aparecen con la pubertad.

2. No todos los suicidas son enfermos; se da de todo punto un auténtico «suicidio sopesado». Criterios para el suicidio patológico son: sentimiento deficiente de lo extraordinario del hecho y, sobre todo, indiferencia frente al dolor y tormento. Debe examinarse la posibilidad del suicidio motivado por un razonamiento falaz.

3. La creciente oleada de manías hace al sacerdote compañero del médico. Sin duda hay tratamientos médicos para suprimir la perturbación fisiológica, pero sigue en pie la problemática existencial: ¿Puede el paciente enfrentarse con la libertad recién ganada, la quiere seriamente?

4. El capellán de un hospital debe saber que las distintas formas de enfermedad se expresan en lo psíquico de manera sumamente diferente y hasta paradójica (euforia); ha de adaptarse en la manera de su acción y así colaborar también terapéuticamente. ¡No está en el hospital sólo para los moribundos! Debiera sobre todo conocer las distintas posibilidades de infección y poner todo cuidado en no hacerse él mismo foco de contagio. Tiene que poner en claro a todos los interesados la precisión profesional en su trabajo como deber de conciencia. Donde tropiece con prácticas supersticiosas, enmascaradas de religión, debe saber corregir con tacto la corrupción mágica de la piedad. Los sacramentos no son una alternativa frente a los medicamentos y operaciones. La esperanza de curación sobrenatural puede convertirse per accidens en bien para el ánimo y para ciertas perturbaciones orgánicas. Gracia y milagro no son lo mismo. Por eso, los conocimientos médicos pueden ayudar al sacerdote mismo no sólo para mantener su capacidad de trabajo, sino también para una ascesis objetiva y razonable.

5. En muchos casos, el sacerdote puede también prestar su ayuda como mediador y consejero; p. ej., la autopsia tropieza congrandes resistencias, siendo así que sólo ella permite al médico la última inspección, y además le sirve para casos análogos. En general, ha de tener idea clara sobre cuándo se agota su propia competencia y debe, por tanto, enviar al médico los casos difíciles (muchos matrimonios desgraciados, niños difíciles); pero entonces ha de enviarlos a un especialista realmente recomendable.

BIBLIOGRAFIA: H. Fleckenstein, Aufgaben und Möglichkeiten einer sogenannten Pastoralmedizin (Wü 1957); idem, Persönlichkeit und Organminderwertigkeiten (Fr 1938); Niedermeyer SP; A. Niedermeyer, Compendium der Pastoralmedizin (W 1953); W. Schöllgen y otros, Gegenwartsfragen der Psychiatrie fair Ärzte, Erzieher und Seelsorger (Fr 1956); Wem, Problemas morales de nuestro tiempo (Her-der Ba 1962); idem, Ética concreta (Herder Ba 1964); idem, Arzt, Seelsorger und Kurpfuscher (Wü 21949); J. de Tonquédec, Les maladies nerveuses ou mentales et les manifestations diaboliques (P 1938); Études Carmélitaines (Brujas - P 1931 ss), cf. XXV° anniversaire des Études Carmélitaines (P 1936); Hand-buch der Neurosenlehre und Psychotherapie, 5 vols. (Mn - B 1959-61); J. D. Acheils - H. v. Ditfurth, Befinden und Verhalten. Verhaltensphysiologische und anthropologische Grundlagen der Psychopharmakologie (St 1961); idem, Anthropologische und naturwissenschaftliche Grundlagen der Pharmalco-Psychiatrie (St 1963); H. Delgado, El médico, la medicina y el alma (C Méd Ba2); J. Rötzer, Medicina, sexualidad y matrimonio (Paulinas Ma 1970).

Werner Schöllgen