PADRES APOSTÓLICOS
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I. Concepto

Por p. a. se entiende un grupo de autores cristianos primitivos, postcanónicos o extracanónicos, cuya amplitud se determina mediante diversos criterios; últimamente, con la intención «de salvar y esclarecer» el concepto (J. A. Fischer), este grupo ha quedado reducido. El criterio decisivo es el encuentro todavía inmediato con los -> apóstoles o también la evidente proximidad a ellos, tanto cronológicamente como por el contenido de su proclamación. En el difícil manejo de este principio tiene su fundamento la vacilación al determinar los escritos que pertenecen a los padres apostólicos. En todo caso se considera como distintivo el hecho de que se trata de hombres de la era apostólica, cuyos escritos no se tuvieron en cuenta en la formación del -> canon neotestamentario, aunque en ciertas regiones alcanzaron, durante algún tiempo, un prestigio canónico. Su delimitación frente a los -> apócrifos coetáneos y frente a la literatura afín está dada por su proximidad a la predicación apostólica tal como la atestigua el NT.

II. Delimitación

Bajo estos presupuestos, entre los escritos habitualmente designados como p. a. hay que incluir los siguientes: la (primera) carta de Clemente de Roma, las seis cartas de Ignacio de Antioquía y la carta (o las dos cartas) de Policarpo de Esmirna a los cristianos de Filipos. Apenas es decisiva para el estado del corpus de los p. a. la cuestión de si ha de incluirse aquí el fragmento apologético de Cuadrato. Si se usa un criterio estrictamente histórico, hemos de reducirnos a estos escritos. Con relación a los otros testimonios que también acostumbran a considerarse como p. a., hemos de decir en particular: La Didakhe es demasiado insegura tanto en su época como en su autor para poderla adscribir a esta primera época. La carta de Bernabé y la segunda carta de Clemente han de considerarse como pseudónimas, e incluso por su contenido no delatan ninguna conexión especialmente estrecha con la época apostólica. Las tradiciones de presbíteros del Asia Menor, usadas por Ireneo, en su estado más primitivo son demasiado incontrolables para que pueda justificarse una datación originaria en la época apostólica.

Según Eusebio (Hist. Ecl. III 39, 2), Papías mismo no se cuenta entre la primera generación. La anónima epístola a Diogneto debe ser fechada probablemente hacia el año 200 (H.-I. Marrou), y por su contenido e intención debe contarse entre los apologistas (St. Giet); el escrito muestra en su contenido e intención un alejamiento considerable del kerygma apostólico originario. Los Martirios de Ignacio y Policarpo fueron adscritos a los p. a. únicamente por razón de los hombres que en ellos se glorificaba, pero objetiva y cronológicamente no pertenecen en absoluto a este grupo.

Incluso el grupo que así queda (1 Clem, Ign, Polic, frag. de Cuadrato), desde un punto de vista puramente histórico no deja de presentar problemas, porque abarca un corpus no unitario de escritos, que por su contenido muestran diversos grados de proximidad a la proclamación apostólica. Sin duda puede aplicarse a estos autores la denominación — en sentido histórico — de p. a., puesto que no hay duda fundada de que se remontan hasta los apóstoles; pero ninguno de esos escritos es únicamente la repetición de la predicción apostólico-neotestamentaria. Prescindiendo de la unidad literaria del círculo estricto de estos escritos (forma epistolar), coinciden además en la forma desarrollada a continuación. El concepto y la denominación global de p. a., principalmente si se toman en su usual sentido amplio, es útil no como clasificación cronológica o como modalidad en la historia de los géneros literarios, sino más bien como agrupación en la historia de la teología. El concepto abarca — por encima de los elementos diferenciadores — los testimonios escritos de la época postapostólica entre el NT y los -> apologistas, o sea, un estadio de la autocomprensión cristiana, estadio que se halla en el umbral de la transición entre la generación primera y los tiempos más tardíos. Hay que advertir cómo una parte de los p. a. no es posterior a algunos escritos canónicos del NT y, además, cómo ya en los escritos más tardíos del NT se encuentran rastros de esta misma transición hacia un tiempo en el cual se tiene conciencia de un primer grado de alejamiento respecto del origen.

Por otro lado, algunos escritos que ya no pertenecen a la época apostólica dan testimonio de una situación fundamentalmente idéntica de la historia de la fe. Por eso la agrupación de estos escritos puede hacerse independientemente de las cuestiones relativas a la forma, al autor y a la fecha, de manera que no habría nada que objetar contra un concepto de p. a. entendido en un sentido más amplio. Con ello se sacaría simplemente una consecuencia del hecho de que se trata de una categoría histórico-teológica. El contenido de los escritos del círculo estricto, así como su comparación con documentos redactados algunos decenios más tarde, que ahora se pretende descontar de dicho círculo, hace problemático el valor de esta agrupación más estricta para una división en épocas.

De ningún modo se puede hablar en todos los puntos de una mayor apostolicidad del contenido de esos escritos elegidos, como si la característica de la apostolicidad los vinculara más estrechamente entre sí que con otros escritos ligeramente posteriores. Frente a esto, el posible contacto de algunos autores con los apóstoles, como mero hecho, tiene poco peso. La conciencia específica de la relación con el tiempo apostólico, que es lo que se quiere resaltar con el concepto de p. a., no depende del decenio de la redacción de un escrito. Tampoco en este caso es posible delimitar con exactitud cronológica el pensamiento de una época. La primitiva pseudoepigrafía cristiana es muy adoctrinadora a este respecto.

Bajo ese concepto de p. a. podría resumirse el múltiple testimonio de esta época primera, que ya no es el tiempo apostólico y todavía no es la época de los apologistas, en una analogía lejana y formal con el canon neotestamentario con su rica multiplicidad. Aquí podrían encontrar su puesto escritos como Did, Bern, o Herrn, pues esa acepción comprendería la primitiva literatura eclesiástica en su conjunto, la que corre paralela al canon y la posterior a él.

III. Peculiaridad y temática

Los pocos escritos conservados de esta época primitiva de la Iglesia son el resto de una literatura mucho más amplia. En este estadio primerizo «entre el tiempo de la revelación y el de la tradición» (Quasten) no se tiende a una independencia de la forma de expresión, sino que más bien se busca una conexión manifiesta con los escritos apostólicos (cartas circulares). Frente a esto, la posible influencia de la literatura profana apenas tiene importancia para la valoración de esos testimonios, que sirven para el uso intereclesiástico en forma de predicación escrita y, en su sencillez, no pretenden ningún valor literario. El interés de esta época radica en la fijación, actualización y transmisión de la predicación bajo la forma en que la atestigua la época apostólica. Se continúa el camino de la arenga inmediata y de la renuncia a medios artísticos y a la erudición. Se habla exclusivamente a un círculo de lectores cristianos. Por esta circunstancia se explica la fluidez del límite entre originalidad y tradición, entre intención momentánea y exigencia duradera. El desarrollo de un lenguaje específicamente cristiano, a pesar de la variedad de medios extraños a que se recurre, toma contornos más claros. En todo caso se inicia una discusión explícita con el mundo circundante por la disputa con herejías y por la delimitación frente a todo sincretismo con la abandonada religiosidad pagana.

La tendencia fundamental es la conciencia de una redención que se ha producido ya y que puede alcanzarse, así como la preocupación por la posible pérdida definitiva de la salvación. Las cuestiones de lo permanente, de lo institucional se plantean con plena urgencia.

Las diferencias con la época originaria son evidentes y marcan la situación de la Iglesia primitiva, representada por los p. a., lo cual es una situación de tránsito hacia el tiempo largo que ha de configurarse a partir del origen.

Sólo con reservas es posible una caracterización global, pues ésta necesariamente habrá de infligir violencia a la multiplicidad de testimonios y no podrá ser justa con la peculiaridad de los escritos. Sin embargo, pueden mencionarse algunos elementos más generales como distintivo común de esta época.

Reviste una importancia fundamental la expectación viva de la parusia, la cual ya no es la inteligencia escatológica de la historia y del tiempo, propia del kerygma apostólico originario, sino que es más y más la -> escatología futura del más allá, propia de una Iglesia hecha a la idea de una larga existencia en este mundo. Se reflexiona sobre la manera de comportarse en consonancia con la fe, para precisar detalladamente la conducta (usando también modelos no cristianos). Ante las herejías y ante la falta todavía de una tradición delimitada, partiendo de la inteligencia bíblica de la fe cristiana gana importancia, junto con la esperanza del futuro, el elemento retrospectivo o conservador del conocimiento de la verdad. En la polifacética -> cristología corren parejos la terminología bíblica y los gérmenes de unos conceptos autónomos. La -> redención se alcanza en el futuro por los -› sacramentos (o por el -> martirio) y, sobre todo, en virtud del esfuerzo moral. A consecuencia de un concepto de espíritu poco delimitado las concepciones trinitarias apenas presentan contornos fijos. La estructura constitucional de la Iglesia, con sus oficios, se va diseñando en medida creciente. La difusión explosiva de la predicación cristiana en estos decenios guarda un evidente paralelismo con la rápida consolidación de las formas estructurales de la Iglesia y de su culto. El camino es absolutamente polifacético y, para la época siguiente, permanece abierto todavía a distintas direcciones.

La situación cristiana de esta época, en comparación con la primera generación, incluye el hecho de que se ha realizado ya la separación entre Iglesia y judaísmo, y el de que la cuestión de la ley en sentido neotestamentario ya no es actual. La Biblia de la Iglesia primitiva es, o sigue siendo, el AT. En él y por él habla Cristo; el evangelio es su plenitud. A pesar del uso de los diversos escritos del posterior -> canon neotestamentario por los p. a., en esta época sólo se puede hablar de colecciones más o menos amplias, pero no de la existencia de un canon bíblico neotestamentario. Según la predicación oral de Cristo, el AT (en su consecuente interpretación cristológica) es la única norma, es la «Escritura».

En numerosos elementos de sus manifestaciones sobre teología y sobre práctica pastoral los p. a. comparten aquella intensidad de la seriedad de la fe, del gozo y de la esperanza que el NT atestigua para la época apostólica; en otros elementos se pronuncian ya diversamente. La relación de los p. a. con la predicación apostólica no se caracteriza acertadamente ni calificándola de evolución ni tachándola de decadencia. Los p. a. representan el tiempo que sigue inmediatamente al principio, el cual participa aún del origen, propiamente no conoce todavía un pasado cristiano y, sin embargo, ha de enfrentarse ya con la situación de la generación siguiente y ha de soportar sus dificultades. Es la época de la orientación intraeclesiástica hacia una situación modificada por la disminución de la tensión y por la perspectiva de una duración ilimitada. La comprensión de la fe atestiguada en estos documentos, junto a los esbozos y sistemas de los teólogos, sigue siendo también en las generaciones siguientes la teología orientada prácticamente de las comunidades cristianas.

EDICIONES: BKV 35 (1918); J. . A. Fischer, Die Apostolische Vater (Darmstadt 1956, 21958). D. Ruiz Bueno, Padres apostólicos (Ma 21965).

BIBLIOGRAFIA: L. Choppin, La Trinité chez les Péres Apostoliques (P 1925); A. Casamassa, I Padri Apostolici (R 1938); G. Bardy, La Théologie de l'Église de St. Clément ä St. Irénée (P 1945); P. Paiazzini, 11 monoteismo nei padri apostolici (R 1946); J. Klevinghaus, Die theologische Stellung der Apostolichen Väter zur atl. Offenbarung (Gü 1948); H. J. Marrou, A Diognbte: SourcesCbr 33 (1951-65); H. v. Soden (K. Aland): RGG3 1 281 s; H. Lletzmann (K. Aland): RGG3 1 270 s; H. Rahner: LThK2 1 762-765; H. v. Campenhausen, Aus der Frühzeit des Christentums (T 1963) 152-170; St. Giet, Hernias et les Pasteurs (P 1963); J. Llébaert: HDG III/la (1965) 19-27; Quasten P 1 40s; Altaner 55ss; ü . Vives, Los Padres de la Iglesia (Herder Ba 1971) pp. 3-59; H. Yubera, Epístolas de San Ignacio de Antioquía (Ma 1940); 1. Errandonea, El primer siglo cristiano (Ma 1949).

Norbert Brox