INSTITUTOS SECULARES
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Los i.s., según los ha definido Pío XII en la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia (2-2-1947: AAS [1947] 114-124), son comunidades de sacerdotes y de laicos aprobadas como tercer estado de perfección en la Iglesia. Sus miembros se consagran a Dios, obligándose a la perfección del amor por la observancia de los tres -> consejos evangélicos, para poder hacer un apostolado fructífero en el mundo. Hay tres clases de i.s.: los clericales, cuyos miembros son sacerdotes; los seglares, que tienen miembros masculinos y femeninos; y los mixtos, que agrupan a sacerdotes, hombres y mujeres con división autónoma bajo la dirección de un sacerdote y de un consejo general.

Desde su aprobación los i.s. han experimentado una constante evolución de su estado canónico. Desde 1949 fue reconocido el carácter público de los i.s., así como la obligación de sus miembros. Además, gracias a una mejor visión de su vocación mundana, se comprendió cómo la «verdadera secularidad» todavía no se da por el mero hecho de decidirse contra el hábito regular y la vida comunitaria. En 1962 la misión obrera de «San Pedro y San Pablo», fundada por J. Loew, no fue reconocida como i.s. a causa de su vida comunitaria, su acción pública y su apostolado de grupos. Esta decisión cambió profundamente el concepto canónico de «secularidad»; y fue confirmada por el Vaticano II en el decreto Perfectae Caritatis. Sólo en vísperas de la sesión solemne lograron los i.s. que no fueran declarados órdenes religiosas; y por cierto, no sólo en el sentido canónico, sino también en el teológico. Los i.s. son un estado secular de vida, sin separación del mundo.

El concilio cambió en varios puntos la doctrina de la Provida Mater (1947): 1. En los i.s. se trata de una real y completa consagración de la vida a Dios, y no sólo de un tercer estado de perfección, como los presentaba la Provida Mater. 2. Su forma de vida dejó de describirse como «substancialmente conforme con la de las órdenes religiosas», frente a una concepción canónica anterior. Esta concepción veía en la vida de las órdenes religiosas el auténtico estado de perfección, que había quedado atenuado en las asociaciones de vida comunitaria y más todavía en los i.s., los cuales no estaban obligados jurídicamente a adoptar un signo de separación del mundo (hábito regular, convento, vida comunitaria). 3. La Provida Mater había exigido de los i.s. que colaboraran en lo posible con los obispos y dieran expresión a esta colaboración en una forma organizada. Según el Vaticano II el apostolado de los i.s. es un apostolado de penetración. Ellos han de trabajar «en el mundo para el crecimiento del cuerpo de Cristo». Su carácter secular se distingue del de los laicos en general. Ésta es la descripción que hallamos en Lumen gentium, sin duda por influjo de la doctrina de A. Gemelli, la cual había sido aprobada por el MP Primo f eliciter.

La esencia de este estado de vida es la entrega a Dios y a los hombres en el mundo y con los medios del mundo. La entrega y el apostolado son seculares. Sus miembros permanecen en sus propios campos de acción y ejercen una profesión civil, sin distinguirse sociológicamente de otros hombres. Los presbíteros siguen siendo sacerdotes diocesanos y están incardinados en sus propias diócesis.

La secularidad canónica posibilita la secularidad apostólica de los i.s., que Pío xii exige en el MP Primo feliciter (19-3-1948: AAS 40 [1948] 283-286). Se trata de un apostolado que requiere la presencia en el respectivo ambiente familiar o social, profesional o político. Esta presencia es la única forma posible de apostolado en un determinado ambiente, y ha de entenderse como un apostolado de penetración.

Muchos i.s. canónicamente reconocidos no tenían esta secularidad apostólica. Para cambiar la constitución Provida Mater (donde la actividad de los i.s. se concibe como un apostolado completamentario), Pío xii se sintió obligado a adoptar la fórmula de A. Gemelli como expresión de la plena secularidad. Ésta presupone un apostolado de presencia, de radicación, de penetración, que se va concibiendo cada vez más como tarea de los i.s., los cuales no requieren necesariamente un trabajo en común, casas propias y obras comunitarias.

Esta secularidad apostólica fue confirmada claramente por el Vaticano ii en el decreto Perfectae Caritatis, que reduce la tarea de las personas responsables a la formación humana y espiritual de los miembros, sin atribuirles una función directora y organizadora en el apostolado. Hemos de resaltar que tanto el trabajo pastoral de los sacerdotes como el trabajo profesional de los seglares no dependen de los responsables de los i.s. Ahí se ve, pues, cómo los i.s. cumplen los consejos evangélicos de una manera muy peculiar.

Sus experiencias ya numerosas pueden esclarecerse a base de una reflexión teológica, y ésta a su vez puede dirigir la praxis de los i.s.

Ese esclarecimiento apostólico es necesario para todo apostolado de verdadera penetración en el mundo. Además, puede ser útil e incluso indispensable para una eficaz y armónica colaboración en las obras e iniciativas de la -> acción católica. Los i.s. realizan un aspecto originario del evangelio. Ellos deben ser «levadura, sal de la tierra». Sus miembros, por la negación de sí mismos y el recato, son como el grano de trigo que muere en la tierra para dar fruto; están dispuestos a imitar los misterios de la vida oculta de Jesús; y realizan el misterio de lo divino, que se oculta para atraer mejor a los hombres hacia el ámbito de su vida. Los i.s. reproducen de una manera sumamente singular el misterio de la encarnación en el mundo.

Este ideal presupone una vocación especial. Requiere una fuerte personalidad, para poder cumplir en medio del mundo las exigencias de los consejos evangélicos a base de una vida sencilla.

La misión de los i.s. hace posible a la Iglesia informarse mejor sobre las necesidades del respectivo ambiente y los peligros de cada profesión, para realizar allí el ideal de la vida evangélica y exponer el mensaje de Cristo en una forma concreta y cercana a la realidad.

La organización de los i.s. presupone un vínculo comunitario, que une a los miembros entre sí y con sus directores. A éstos asiste un cuerpo de asesores, junto con los cuales dirigen el instituto según las leyes de la Iglesia y los decretos del comité responsable.

La dirección atiende sobre todo a la formación y a la vida espiritual de los miembros. Esta formación, después de un primer contacto con el instituto (entre seis meses y un año), incluye un tiempo de prueba o una iniciación que generalmente dura un año; luego otro período de prueba de dos o tres años; y finalmente un tercer período más amplio con vida retirada para dedicarse a un estudio intenso, que prepara a los miembros para su entrega definitiva. Algunos institutos, que buscan una estricta secularidad, fomentan la formación a través de reuniones periódicas en una casa de ejercicios, o bien a través de revistas, que tienen la finalidad de renovar constantemente la formación. Estos últimos no poseen casas comunes; prefieren un secretariado o un punto de conexión en un piso alquilado.

Como estado fijo y definitivo de vida, los miembros asumen su obligación ante Dios, la Iglesia y su instituto en forma de un voto, de una promesa, o de un juramento. Esta obligación recibe en el instituto el nombre de consagración que es caracterizada en su peculiaridad con los términos «consagración secular» o «entrega». Lo mismo que el instituto, el compromiso es público, y se designa como un voto reconocido por la Iglesia; en su nombre lo acepta la dirección del instituto.

A través de una evolución normal, los i.s. han dado entrada a miembros en un sentido amplio, los cuales no practican incondicionalmente los tres consejos evangélicos, pero, ya . en el matrimonio, ya manteniéndose célibes, procuran configurar su vida personal según el espíritu de los consejos evangélicos. Algunos institutos han aceptado incluso a no católicos como simpatizantes y auxiliares en sus tareas humanas y profesionales.

Los i.s. como estado de vida en la Iglesia presuponen una aprobación por la jerarquía. Un grupo que lleva una vida consagrada, después de un primer período experimental puede recibir primero una aprobación verbal y, luego, una aprobación canónica a través de un decreto para erigir una asociación piadosa. Y si la evolución es favorable, con el beneplácito de Roma puede crearse un i.s. de derecho diocesano. Cuando el instituto ha logrado un mayor campo de acción, tiene la posibilidad de convenirse en un i.s. de derecho pontificio por la aprobación de la Santa Sede, primero a través de un decreto laudatorio (decretum laudis), y luego a través de un decreto de aprobación definitiva.

Además, los i.s. que practican otras formas más sencillas de vida consagrada fueron aprobados en principio por Pío xii. Su forma de vida es muy semejante a la de los i.s. que hemos descrito. Mas por diversas razones no quieren ninguna aprobación explícita; por ejemplo, porque ven en esa vinculación más fuerte una separación de su medio ambiente. Otros grupos no tienen la estructura de un i.s., y así no se rigen por una dirección propia, sino que se ponen a disposición del obispo.

Finalmente, otros i.s. son ramas seculares de congregaciones religiosas. Sus miembros, aunque viven en el mundo, se mantienen en estrecha unión espiritual con la respectiva institución religiosa.

Para terminar deberíamos referirnos a la formación de nuevos grupos apostólicos que se mantienen lo más cerca posible de su ambiente, y de otros grupos más contemplativos que llevan una vida manifiestamente monástica en medio del mundo y que, durante el tiempo no consagrado a la oración, se ganan sus medios de subsistencia a través de un trabajo sencillo.

Aunque los i.s. no fueron reconocidos por la Iglesia hasta el año 1947, sin embargo, ya durante la revolución francesa hallaron su primera realización válida. Estaban en vías de formación con Angela Merici, y varios rasgos de esta vida secular consagrada a Dios se encontraban ya en las Hijas de la caridad, fundadas por san Vicente de Paúl. Los i.s. no son fruto de nuestro tiempo, aunque responden a las necesidades y los signos de nuestro tiempo.

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Jean Beyer