INMANENTISMO
SaMun

Se llama i. a toda doctrina o actitud que de alguna manera se cierra a la -> transcendencia, es decir, a la relación con lo «otro», porque cree que el sujeto encuentra lo «otro» en sí mismo de una forma equivalente. De este modo, en aras de una «interioridad» mal entendida o de un compromiso intramundano, el i. destruye la auténtica actitud religiosa, que es la aceptación de un Dios adorado como el totalmente otro y un dejarse sorprender con gratitud por la siempre insospechable novedad de la acción de su gracia en la historia.

1. Formas de inmanentismo

Generalmente se distingue el i. gnoseológico, según el cual el conocimiento humano sólo puede alcanzar lo pensado, pero no el -» ser de sus contenidos; y el i. metafísico, que no admite a Dios como el totalmente otro, más allá del mundo. Ambas formas se han desarrollado sobre todo en la filosofía moderna por la hipertrofia del concepto de inmanencia, radicado originariamente en el pensamiento cristiano.

1. El concepto de inmanencia procede de una doble corriente de pensamiento. Por una parte, basándose en pasajes como 1 Jn 4, 12s, se puso de relieve la «permanencia interna» de Dios en el hombre por la gracia y posteriormente, la del creador en la criatura (Agustín: Deus interior intimo meo). Por otra parte, se desarrolló el concepto de actio immanens, principalmente al considerar la vida como un todo que actúa con una finalidad interna. Actio immanens en el sentido más pleno es el conocimiento (y la volición), porque no produce modificación alguna en lo conocido, sino que asimila al cognoscente a esta realidad «intencional», lo cual sucede a su vez por la propia actividad del cognoscente. Por este interno producirse a sí mismo de todo conocimiento, también el conocimiento creyente presupone los preámbulos de la fe (en -> fe, B) adecuados a la razón y la luz interna de la fe, siendo posibles ambas cosas en virtud de la inmanencia en sentido metafísico. Por tanto la doctrina cristiana de la inmanencia depende por completo del hecho de la transcendencia, es decir, de la existencia de «otro» que, por su eminente subsistencia, está en sí mismo aun hallándose dentro de un ser diferente. El i. surge cuando lo «uno» y lo «otro», que habita en lo primero, se conciben tan sólo como dos aspectos de la única realidad o como dos relaciones del único acto mental.

2. En el i. gnoseológico, que por lo demás sólo tiene una importancia mediata para la teología, hay que incluir también la doctrina del conocimiento religioso del -> modernismo, en cuyo círculo parece que surgió por vez primera la palabra i. Descansa esta doctrina en el grado de reflexión filosófica alcanzado con Descartes y Kant, según el cual el conocimiento tiene que habérselas originalmente sólo con los contenidos del pensamiento, que en cuanto tales, estarían ampliamente condicionados por el pensar mismo, de manera que en adelante el objeto de la investigación filosófica deberían ser las estructuras necesarias («transcendentales») del pensamiento mismo. El modernismo trató de escapar al -> agnosticismo radical por medio de una teoría psicológico-vitalista del conocimiento religioso: en lugar de verdades transcendentales y normativas, aparece ahora como norma «la religión», una fuerza impulsiva y vital que se encuentra dentro del hombre; mediante la -> reflexión sobre sus necesidades el hombre experimenta «10 divino» como el lugar de su posible satisfacción. «Impulsados por nuestra necesidad de fe en lo divino» (programa del modernismo), podemos percibir ciertos hechos históricos como ineludiblemente necesarios para la experiencia religiosa y «elaborarlos» de acuerdo con esto; de donde resulta el progreso del conocimiento de la fe y de las formulaciones dogmáticas. Por consiguiente, la esencia de este i. consiste en trocar la auténtica relación religiosa de dependencia por una dependencia del «Dios conveniente para nosotros» desde el punto de vista de la necesidad religiosa del hombre; una inversión que germinalmente se da siempre que la aceptación de verdades religiosas o el cumplimiento de unas prácticas impuestas se hacen depender de un «a mí me dice algo».

3. El i. metafísico apenas existe hoy en su forma propiamente panteísta, porque no se admite el supremo bastarse a sí misma de la realidad mundana. Por el contrario, ha experimentado mayor difusión el i. histórico, que no conoce un más allá de la historia y del tiempo del mundo, sino que pretende que el sentido y objetivo (si se dan) de la -~ historia e historicidad sólo se realizan dentro de ésta; así el -> marxismo, que anhela el tiempo final de salvación mediante el salto dialéctico entre las diferentes manifestaciones de la única realidad; así también cualquier tipo de -> evolucionismo, en cuanto que considera la evolución (tal es el caso de Teilhard de Chardin) no como el impulso hacia una meta establecida ya para siempre de antemano, sino como un despliegue de aptitudes germinales; y, finalmente, toda negación teórica o práctica de la -> inmortalidad.

Indicios de semejante i. se encuentran en el ámbito cristiano siempre que la aportación salvífica de los signos cuasisacramentales p. ejemplo, de la fraternidad, de la comunidad congregada para la eucaristía, de la predicación de la palabra de Dios) se exagera hasta el punto de echar en olvido su carácter manifestativo y su eficacia basada exclusivamente en una intervención gratuita, transcendente y libre de Dios. Con la creciente autosuficiencia del mundo técnico y la falta de sentido para las realidades metafísicas, consecuencia de una formación y actitud vital preeminentemente «positiva», en el futuro podría extenderse todavía más este i. histórico.

II. Superación

Para superar el i., por una parte parte, hay que mantener teológicamente viva la doctrina cristiana de la inmanencia, y no precisamente como una especie de inhabitación impersonal de Dios (que fácilmente deriva hacia el i.), sino a partir de la cristología, en que la doctrina de las dos naturalezas asegura la realidad de la transcendencia, mientras que la encarnación y la transubstanciación son el fundamento del auténtico valor de lo intramundano, en virtud precisamente de la inhabitación de Dios. Y, por otra parte, como educación preparatoria para la fe, habría que despertar en el plano filosófico-apologético el sentido de la transcendencia en general, haciendo que en la concepción de la -> apologética (iv) de la inmanencia la interna referencia constante del hombre al Tú absoluto se convierta en una realidad consciente (cf. a este respecto -> existencia, -> libertad, acceso a la -> fe [A]).

BIBLIOGRAFÍA: Programm der italienischen Modernisten (Je 1908); DAFC II 569-579; J. B. Lotz: Scholastik 13 (1938) 1-21 161-172; G. Blanca, La filosofía morale nei sistemi immanentistici (Pa 1950); H. E. Hengstenberg, Autonomismus und Transzendentalphilosophie (Hei 1950); ECatt VI 1667-1673; W. Schulz, Der Gott in der neuzeitlichen Philosophie (Pfullingen 1957); S. Breton (filosofía modernista): Divinitas 2 (R 1957) 104-123; F. Lelst: PhJ 65 (1957) 294-308; LTh%2 V 629 ss; DThC XVI (indices generales) 2214-2218; M. F. Sctacca, Objektive Inwendigkeit (Ei 1956).

Peter Henriet