D) ÉTICA DE SITUACIÓN

 

I. Historia del problema

El concepto de é. de s. fue introducido en el caudal lingüístico de la teología moral por Th. Steinbüchel; en virtud de la condenación pronunciada por Pío xii (Alocuciones de Pío xii del 23-3 y 18-4-1952; AAS 44 [1952] 270ss, 413ss; Instrucción del s. oficio del 2-2-1956: DS 3918-3921), la expresión ha quedado fijada en cierto modo. En el sentido de las condenaciones citadas se da una é. de s. cuando, en virtud de las circunstancias concretas de un acto moral se consideran como moralmente buenas o justificables aquellas decisiones que se oponen conscientemente a las normas universalmente válidas de la ley natural o de la ley divina revelada, negando así la vinculación de la moral al orden del ser. En la é. de s. así entendida, Pío xii ha rechazado un intento, sin duda alguna fracasado, de resolver un problema que en la teología moral se presentaba siempre, pero que no se hizo central hasta la filosofía existencialista.

Mientras que la moral originariamente consistía sobre todo en sentencias sapienciales y en ciertas normas de conducta más o menos concretas para actuar en determinadas situaciones típicas, con la aparición de la teología moral sistemática el -> acto moral fue definido, partiendo del fin del -> hombre. Así se desarrollaron enunciados generales sobre la esencia del hombre, a los cuales se llegó en gran parte a base de la experiencia. Luego, de esos enunciados se derivaban directrices éticas válidas en igual manera para todos los hombres. El problema de la aplicación de estas reglas a todos los casos inicialmente apenas fue notado y, si en alguna medida se reflexionó sobre él, no se lo consideró como tema de importancia capital. Así, p. ej., cuando los teólogos medievales trataban las dificultades morales que se les presentaban a causa del AT. Cuando en la edad moderna se fue adquiriendo conciencia del problema, éste siguió considerándose como secundario, aunque poco a poco pasaba a primer plano, sobre todo en la época de la casuística. Las controversias en torno a los distintos sistemas morales (en -> moral) que sostuvieron sobre todo los moralistas de los siglos xvii y xviii, sin duda constituyen el punto culminante del anterior esfuerzo filosófico y teológico por resolver los problemas que plantea la vinculación de la moral a la situación. Pero en esas controversias no llegó a decirse lo decisivo sobre tales problemas. Con todo, para la formación de un juicio de la propia conciencia adecuado a la situación, reviste verdadera importancia la solución dada a la pregunta: ¿A qué estamos obligados bajo pecado cuando se nos presenta una duda de conciencia?

Cuando se presentan dificultades para aplicar principios generales a un caso concreto, los teólogos medievales recurren generalmente a la idea de que sólo los principios morales formales (principia primaria moralitatis) tienen validez universal. Cuanto los principios morales están más llenos de contenido (principia secundaria moralitatis) tanto más particular es su campo de aplicación. Pero con la aparición de una teología -->moral unilateralmente casuista, el caso concreto fue entendido cada vez más como una deducción lógica a partir de un principio general con un contenido determinado.

Cuando la formulación del problema ético ha tomado como base y punto de partida las relaciones concretas «yo - mundo», «yo - tú», o sea, el concreto acto intencional, en la referencia de la moral a la situación se ha realizado en cierto modo un giro cartesiano. En efecto, la posibilidad de determinar la concreta exigencia moral en la situación singular, ha pasado a ser ahora el problema central de la moral sistemática. Usando dos expresiones de Scheler y Bolzano, el interés ahora sólo está en lo bueno «en sí» a través de lo bueno «para mí». De ahí se deduce para la teología un nuevo planteamiento del problema: ¿Cómo puedo conocer lo que Dios quiere de mí en mi situación singular aquí y ahora?

Indudablemente constituye un progreso en el planteamiento del problema moral el que se esclarezca la posibilidad de conocer la voluntad de Dios o lo moralmente obligatorio, en su constitución concreta y en su relación al mundo circundante, sometida al cambio histórico, o sea, partiendo de su situación. De esa manera no sólo se elaboran científicamente las normas universales «a priori» de lo debido en sí, como lo hizo sobre todo la escolástica con su é. de la esencia, y no se descubren solamente los presupuestos universales «a posteriori» de la actuación moral de cada uno, como lo ha hecho la edad moderna con su é. de la voluntad y de los valores, sino que además se pone en su justa luz la importancia de la subjetividad singular y del cambio histórico de las circunstancias objetivas para la decisión moral; y en consecuencia la moral queda complementada con una é. existencial o de situación o de responsabilidad.

Este cambio está condicionado por la tendencia a la individualización y personalización en el pensamiento y en la experiencia de los hombres de nuestra época pluralista, y asimismo por la conciencia profundizada de la naturaleza social del hombre, en virtud de la cual éste es totalmente dependiente de su mundo circundante y de su evolución. Se debió además a la necesidad de dar una respuesta válida a la «situación» históricamente nueva del hombre moderno, en consonancia con su nueva concepción de la realidad. Lo que antes era sólo un caso extremo y marginal de una situación ética, hoy casi se ha convertido en caso normal. Lo que antes se tenía en gran parte por seguro, se ha hecho sumamente problemático. Este cambio ha sido causado en buena medida por las influencias que en la moral han ejercido la -> filosofía trascendental, el -> existencialismo, el -> personalismo, la teoría de la -> ciencia y la teología kerygmática. En todos estos movimientos ha pasado a ocupar el centro de la investigación el hombre en su constitución concreta y condicionamiento histórico, en su facticidad y condición de un ser arrojado, en su evolución libre y referencia dialogística a otro. Especialmente en la filosofía marxista y en la existencialista, el hombre, entendido como totalmente autónomo, se ha convertido en norma exclusiva de la acción moral.

II. Aspecto sistemático

Para entender las exigencias de una justificada é. existencial o de situación, hemos de tomar como punto de partida el conocimiento seguro de que la respuesta a la cuestión de cuál es la recta -+ decisión moral en un determinado momento, depende de factores subjetivos y objetivos que en principio son totalmente singulares y que podemos resumir bajo el concepto de situación.

Este carácter singular de cada situación está condicionada por la -+ historia e historicidad de cada hombre, de los demás hombres y del propio mundo circundante (-* mundo). Efectivamente el hombre sólo puede actuar moralmente en dependencia estrecha del mundo circundante y de la conciencia de sí mismo. Ahora bien, esta conciencia cambia continuamente en virtud de la evolución subjetiva del que obra moralmente y del simultáneo desarrollo objetivo del mundo circundante. Pues, sin duda alguna, la evolución de la conciencia depende de las respectivas experiencias y decisiones subjetivas, que a su vez dependen del cambio constante en el mundo circundante, a causa de la evolución que se produce en uno mismo, en los demás hombres y en la realidad sometida a las categorías.

Puesto que, además, la relación subjetiva a Dios sólo es posible a través de la relación con el mundo circundante (posibilidad de conocer a ->Dios, ->amor al prójimo) y, en consecuencia, se produce en medio de una situación sometida a un cambio constante, hemos de incluir en nuestro punto de partida el hecho que la exigencia concreta de Dios al hombre cambia constantemente. A esta exigencia de Dios, la cual se manifiesta a través de las situaciones cambiantes, se la llama kairos (cf. Lc 19, 44) cuando ella reclama particularmente a un hombre en su historia personal, p. ej., en la elección del cónyuge, de la profesión, etc., y en armonía con ello se le pide adoptar una posición esencial para su salvación.

Lo que Dios quiere de un hombre particular en una situación o en un kairos, él lo conoce inmediatamente en la experiencia y, a la postre, en la evidencia de una exigencia incondicional y concreta del deber. Por consiguiente un kairos se da solamente en cuanto el hombre conoce con claridad que hic et nunc debe hacer esto y no otra cosa.

Este conocimiento es infalible en la medida de la evidencia del deber. Y . es falible en cuanto se debe a prejuicios y valoraciones previas, o sea, en cuanto está condicionado por la contingencia humana y por la madurez moral. Pues por un lado Dios quiere necesariamente que el hombre - de acuerdo con el juicio de su conciencia - se decida moralmente, ya que sólo así es posible la acción moral de la persona. En tal sentido, el dictamen de la conciencia sobre el deber es infalible. Y por otro lado el juicio de la conciencia depende de la visión limitada de las exigencias de una situación y de la disposición subjetiva a realizar el deber. Por eso, dicho juicio expresa siempre, a lo sumo, el optimum de recto comportamiento moral que alguien puede realizar en una situación concreta, pero no expresa el optimum absoluto que podría realizarse si alguien viera totalmente las exigencias de una situación y estuviera dispuesto a desarrollar plenamente la acción moral que ellas requieren. En este sentido, el juicio de la conciencia es falible.

Esta ordenación falible e infalible a la vez de la persona en el dictamen de la conciencia a lo moralmente debido, por un lado se produce mediante la orientación virtuosa del sujeto a lo formalmente bueno, y por otro lado depende de la medida en que quien emite el juicio moral pone en una recta relación con lo formalmente bueno los factores de la situación, los físicos, los sociales y los psíquicos; y con ello, depende de la medida en que conoce lo materialmente bueno. Consiste, por tanto, en la referencia de lo físicamente bueno a lo formalmente bueno y, por su mediación, al -->bien absoluto.

En correspondencia con ello, el hombre es siempre infalible en su conducta formalmente virtuosa, puesto que el acto humano por la buena intención del sujeto se convierte siempre en una acción moralmente buena. Como tal intención subjetiva dicho acto siempre es por lo menos indirectamente consciente. Puesto que la realidad incluida en las categorías con todos sus fines y leyes sólo es accesible en medida limitada a la experiencia individual y social, su relación al bien material y por su mediación al bien absoluto sólo puede realizarse con mezcla de error, pues nuestro conocimiento «a posteriori» es un principio limitado y depende de nuestra situación histórica, y por otro lado nuestra disposición moral subjetiva sólo llega a ser relativamente perfecta. En consecuencia, cabe el error o la limitación en el conocimiento de la voluntad de Dios.

El fundamento de que el conocimiento humano de la voluntad de Dios sea en principio limitado ha de buscarse, por tanto, en la referencia del conocer del hombre a la experiencia, que se realiza gradualmente en una evolución histórica. Esto significa para las decisiones concretas que ellas jamás pueden deducirse solamente de principios generales o de conocimientos objetivos que sean evidentes y con ello infalibles.

Según esto, el cometido de la é. científica de s. es desarrollar métodos que faciliten el enjuiciamiento existencial de la situación más allá de la dimensión relacionada con el mundo de las esencias. O sea, ella debe elaborar métodos que posibiliten y garanticen una seguridad óptima en el conocimiento existencial del bien, y con ello permitan un cálculo razonable del riesgo que cada situación implica por los factores de inseguridad basados en la ignorancia o el error sobre la esencia y la existencia del hombre.

Para determinar exactamente esta relación de la existencia del hombre con su esencia y sus posibilidades existenciales, los ->ejercicios y las reglas de -->discreción de espíritus y la teología científica recomiendan, cada una a su manera:

1. Una intención lo más pura posible en el sujeto. Ella depende primordialmente de su intención moral fundamental o sea de su afirmación a la vez condicional e incondicional (y así religiosa) de sí mismo y del prójimo con fe, esperanza y amor, e igualmente de su afirmación incondicional de lo absolutamente verdadero, lleno de sentido y bueno, y con ello de la medida en el carácter incondicional de la fe y la esperanza teológica y del amor (-+ acto moral). De pende además de la perfección concreta en las -+ virtudes morales generales, las cuales deben realizarse en todo acto moral, y finalmente de la perfección de la virtud moral particular que ha de actualizarse en la concreta decisión moral.

2. Para una actuación adecuada a la situación se requiere que la buena intención se realice con la mayor objetividad posible. En orden a este fin se exige un buen conocimiento objetivo del asunto, que puede darse en forma intuitiva o refleja. El sujeto ha de apropiarse también la experiencia de otros y, particularmente, de personas cualificadas. En todo caso dicho conocimiento ha de obtenerse empíricamente y debe descubrir la ley relativamente propia de los diversos campos de la realidad.

3. Así, para una decisión que corresponda lo más ampliamente posible a la voluntad de Dios, es necesario que se establezca una relación óptima entre los factores de seguridad y de inseguridad en la decisión. O sea, el hombre no ha de proponerse una substitución del conocimiento objetivo por la virtud y, viceversa, no debe renunciar a las decisiones necesarias por insuficiente conocimiento. Pues en el campo moral él sólo actúa rectamente en la medida en que está orientado por igual a las personas y a las cosas, al más allá y a la realidad de aquí. El enlace entre esos dos ámbitos no puede establecerse en forma puramente analíticodeductiva a partir de aquellos principios morales generales que hacen posible una decisión moral; más bien ha de lograrse también en forma sintético-constructiva a través de los imperativos que se desprenden inmediatamente de la experiencia. La reflexión acerca de cómo por un cálculo razonable del riesgo, p. ej., por la aplicación del principio de la acción con doble efecto, puede alcanzarse del mejor modo posible el equilibrio entre orientación hacia dentro y hacia fuera, entre autonomía y heteronomía, todavía no ha progresado mucho y puede profundizarse mediante los datos de las ciencias empíricas, p. ej., mediante los de la psicología sobre la motivación adecuada a las personas para sus realizaciones. Además deberá hacer fructífera en nuestro tiempo la doctrina escolástica de las virtudes generales.

Para la pedagogía moral se desprende que ha de superarse una concepción unilateralmente platónica y racionalista de la moral, la cual se basa en la aspiración, no justificable ni moral ni religiosamente, a fundamentar todas las normas inmediatamente en lo incondicionado y racionalmente válido, a pesar de que el hombre es fundamentalmente limitado y pecador, y de que él ha de obrar en virtud de su limitada visión moral.

Los legisladores, lo mismo que todo individuo, han de incrementar su capacidad de tomar decisiones con criterio propio. Y lo decidido por la autoridad, a no ser que se vea un camino mejor según los principios de la ->epiqueya, debe considerarse obligatorio, aun cuando sólo tenga una validez condicionada e histórica. Por otro lado hay que tener en cuenta cómo las decisiones en la situación concreta se toman bajo el influjo de una predisposición al mal o al bien (->pecado original).

BIBLIOGRAFÍA: G. Simmel, Das individuelle Gesetz: Logos 4 (T 1913) 117-160; J. Cohn, Recht and Grenzen des Formalen in der Ethik: ibid. 7 (T 1917-18) 89-112; J. Kónig, Der Begriff der Intuition (Hl 1926); E. Grisebach, Gogenwart, eine kritische Ethik (HI 1928); ídem, Interpretation oder Destruktion? Zum kritischen Verstündnis von Martin Heideggers «Kant and das Problem der Metaphysik»: DVfLG 8 (1930) 199-232; A. Guzzo, Der Begriff der Individuation and das moralische Problem: Logos 20 (T 1931) 363-384; M. Buber, Die Fraga an dan einzelnen (B 1936); J. P. Sartre, El ser y la nada (Losada BA 1965); E. Michel, Der Partner Gottes (Hei 1946); J.-P. Sartre, L'existentialisme est-il un humanismo? (P 1946); S. de Beauvoir, Pour une morale de l'ambiguité (P 41947), tr. cast.: Para una moral de la ambigüedad (Schapire BA); E. Michel, Renovatio (St 1947); idem, Ehe. Eine Anthropologic der Geschlechtsgemeinschaft (St 1948); A. Schüler, Verantwortung (Krailling 1948) 157-172; Th. Steinbüchel, Existenzialismus und christliches Ethos (Hei 1948); K. Rahner, Situationsethik und Sündenmystik: StdZ 145 (1949-50) 330-342; Th. Steinbüchel, Christliche Lebenshaltungen in der Krisis der Zeit und des Menschen (F 1949); R. Egenter, Kasuistik als christliche Situationsethik: MThZ 1 /4 (1950) 54-65; R. Hofmann: MThZ 1/1 (1950) 53-63; H. Muckermann, Das Ethos der Existentialphilosophie (B 1950); Katholische Erneuerung? Zum Schriftturn von Ernst Michel: Orientierung 14 (Z 1950) 13-16 27-30 37 ss 52 ss; W. Dirks, Wie erkenne ich, was Gott von mir will?: Frankfurter Hefte 6 (F 1951) 229-244; E. Michel, Rettung und Erneuerung des personalen Lebens (F 1951); Steinbüchel226 -257 324-357; Th. Steinbüchel, Religion und Moral im Licht christlicher personaler Existenz (F 1951); E. Brisbois, Le Sartrisme et le probléme moral: NRTh 73 (1952) 30-48 124-145; J. Fuchs, S. in theologischer Sicht: Scholastik 27 (1952) 161-182; F. X. Hürth, De Etica Situationis: PerRMCL (1952) 183-249; E. Michel, Glaubige Existenz (Hei 1952); H.-D. Robert, Phénoménologie Existentielle: Morale Chrétienne et Requétes Comtemporaines (P 1954); Rahner 11 233252 (sobre el problema de una ética existencial formal); J. Fuchs, Éthique objective et 6thique de situation. A propos de l'Instruction du Saint Office du 2.11.1956: NRTh 77 (1956) 789-818; F. X. Hürth, De Etica Situationis: Per RMCL (1956) 137-204; J. Kraus, Situationsethik als pastoral- und moraltheologisches Problem (Mz 1956); W. Molinski, Philosophische Grundlagen der Situationsethik (tesis mecanograf. Lv 1958); K. Rahner, Lo dinámico on la Iglesia (Herder Ba 21968); W. Dantine: ZEvE 3 (1959) 233-240; F. Bóckle, Existentialethik: LThK2 1111301 - 1304; M. Alcalá, La Ética de Situación y Th. Steinbüchel (Ma 1961); W. Schóllgen, Ética concreta (Herder Ba 1964) 17-34 92-100; W. Schüssler: ZEvE 5 (1961) 149-170; W. A. Wallace, The Role of Demonstration in Moral Theology (Wa 1962); J. Fuchs, Situation und Entscheidung (F 21963); J. Gründel, Die Lehre von don Umstanden der menschlichen Handlung im Mittelalter (Mr 1963); R. Hofmann, Moraltheologische Erkenntnis- und Methodenlehre (Mn 1963); U. Lück, Das Problem der allgemeingültigen Ethik (Hei 1963); F. Bóckle, Das Verhültnis von Norm und Situation in kontroverstheologischer Sicht: Moral zwischen Anspruch und Verantwortung (Festchrift W. Schüllgen) (D 1964) 84-102; J. Bókmann, Die schwierige «Anwendung» ethischer Prinzipien: ibid. 103-120; B. Hdring, Moraltheologie and Moralsoziologie im Lichte des biblischen Begriffes Kairós: ibid. 216-232; J. Bdkmann, Aufgaben and Methoden der Moralpychologie (Ko 1964); B. Hdring, ¿Ética de la situación o legalismo sin vida?: El mensaje cristiano y la hora presente (Herder Ba 1968) 162-173; idem, Obstinados simpatizantes de la ética de la situación, ibid. 174-184; R. Egenter: LThK2 IX 804 ss; F. Furger, Gewissen and Klugheit in der katholischen Moraltheologie der letzten Jahrzehnte (Lz - St 1965); H. Lübbe, Zur Theorie der Entscheidung: Colloquium Philosophicum (Festschrift J. Ritter) (Bas - St 1965) 118-140; F. Bóckle, Gesetz und Gewissen, Grundfragen theologischer Ethik in Skumenischer Sicht (Lz - St 21966) espec. 59- . 79; S. Keil, Absolutheit und RelativitAt der Normen in soziologischer and theologischer Sicht: NZSTh 8 (1966) 67-78; J. Gründel, Das Gewissen als «norma normans» und als «norma normata»: Grenzfragen des Glaubens, bajo la dir. de F. Rauh - Ch. Horgl (Ei 1967) 389-422; idem, Wandelbares und Unwandelbares in der Moraltheologie (D 1967); Hüring I 343-358; P. Knauer, Das rechtverstandene Prinzip von der Doppelwirkung als Grundnorm jeder Gewissensentscheidung: ThG1 2 (1967) 107-133; D. Solle, Die Wahrheit ist konkret (Olten - Fr 1967).

Waldemar Molinski