ENFERMEDADES MENTALES

I. Concepto y división

Por e.m. se entienden estados enfermizos que se caracterizan por la pérdida del sentido de la realidad (perturbación del juicio con relación a otros, a las circunstancias externas o a la propia persona). Frecuentemente ellas tienen como consecuencia una forma de comportamiento asocial o antisocial. Puesto que era muy difícil conocer sus causas y la interdependencia entre ellas, la psiquiatría clásica (cf. también -> psicopatología) se esforzaba por una clasificación que se lograba a base de los más importantes síntomas y síndromes. Según esto, las e.m. de origen orgánico o somático (endógenas o congénitas, como en el caso de la idiotez e imbecilidad; o exógenas, es decir, provocadas desde fuera por lesión, defectos funcionales, envenenamiento, infecciones, ete. [p. ej., epilepsia, delirium tremens, etc.]), se distinguen de las que no tienen ninguna base orgánica manifiesta: las psicosis en el sentido estricto de la palabra. Entre éstas son clasificadas en general: la paranoia (delirios de persecución, de grandezas); la esquizofrenia (defecto de contacto con los demás, hasta el extremo del autismo); la psicosis maniacodepresiva (oscilaciones entre estados de pronunciado entusiasmo y de fuerte depresión); las depresiones endógenas (en las que no se conoce ninguna causa externa).

Pero cada vez se tiene más conciencia de lo problemático que resulta esa división. Del mismo modo que la psicología integral, influida por la filosofía existencialista (e igualmente la medicina psicosomática) ha mostrado el carácter personal de las enfermedades «orgánicas» (como maneras de comportamiento con el mundo), así también la psicología experimental ha resaltado, por otro lado, la imposibilidad de delimitar los influjos fisiológicos en la vivencia y el comportamiento de los hombres. Ahora bien, si la división clásica de la medicina se hace problemática en virtud de una más amplia perspectiva antropológica, por otro lado la interpretación de los fenómenos puestos de relieve por la ciencia médica constituye una tarea decisiva de la -> antropología actual (cf. también -> cuerpo, relación entre -> cuerpo y alma, --> psicología).

La reciente psiquiatría se interesa sobre todo por el campo de las psicosis en sentido estricto. Se ha llegado a conocer cómo estas e.m., que se caracterizan necesariamente por una pérdida de la potencia psíquica, revisten el matiz de una forma de existencia humana, aunque ella 'debe localizarse en el subconsciente. Por esta razón la psiquiatría se esfuerza por elaborar las estructuras psíquicas que obran en tales enfermedades, y para fijarlas, sin negar los posibles componentes o causas corporales, toma como punto de referencia una visión general de la vida del alma humana, una síntesis de la misma que varía según la posición y la dirección escolar de la -> psicología profunda. Estas posiciones y direcciones escolares son numerosas, pues no pueden apoyarse como la medicina somática en fenómenos objetivamente constatables (lesiones orgánicas, etcétera), y por eso se ven obligadas a deducir las estructuras generales de la vida anímica a base de observaciones y comparaciones.

Gracias a una inteligencia más profunda de las e.m., también la terapia ha hecho grandes progresos. Se aplica aquí el tratamiento de «shock» (medio de curación por insulina y electroshock sobre todo en la esquizofrenia y en la depresión endógena) o la intervención neuroquirúrgica, muy difícil, pero cada vez más perfeccionada, la cual mejora esencialmente el estado del paciente alejando los síntomas más importantes de la enfermedad. Finalmente, a base de los trabajos de la psiquiatría, se aplican también tratamientos psicoterapéuticos, que ayudan al enfermo a encontrar la identidad consigo mismo mediante una integración de los ámbitos psíquicos afectados. Con la dosis debida muchas veces estos diversos tratamientos se complementan felizmente.

II. Aspectos pastorales

La aplicación de todos estos tratamientos presupone, naturalmente, una amplia formación médica y psicológica. El sacerdote debe tener conocimientos acerca de estas cosas, pero ha de guardarse de querer suplantar al especialista. Desde el punto de vista pastoral es muy importante para el sacerdote que él sepa distinguir, por lo menos aproximadamente, entre los que padecen de psicosis y los afectados por una neurosis o reacción neurótica (-> psicología profunda). Puesto que en ambos casos puede darse un conjunto de síntomas de igual naturaleza el sacerdote podrá servirse de un criterio empírico: en general el neurótico tiene conciencia de que sus sufrimientos son estados enfermizos o por lo menos de que aquéllos no guardan ninguna relación con sus causas.

Por eso el neurótico busca y acepta ayuda. En cambio, el psicópata generalmente (exceptuando el estadio inicial de ciertas enfermedades) no admite que él está enfermo y se empeña en que su visión del mundo, o de un mundo aparente, corresponde a la realidad. Esta falta de autocrítica y la consecuente incapacidad de comunicación humana, aunque se trate de un solo campo, manifiestan estados psicopatológicos. Evidentemente el sacerdote no está en condiciones de ayudar directamente al enfermo. Cuando se trate de una psicosis, él ha de procurar que el enfermo acuda al psiquíatra. Y en el caso de una neurosis hay que recurrir al psicoterapeuta o al especialista en psicología profunda.

Por otra parte el sacerdote debería evitar toda discusión con el enfermo.

Todo intercambio de pensamientos y, más todavía, todo diálogo humano resulta imposible por el-estado enfermizo. El intento de persuadir al enfermo de que sus manifestaciones son inútiles y absurdas, lo fija todavía más en sus persuasiones erróneas, pues le obliga a defender su posición. Este punto ha de tomarse en consideración cuando en el mundo aparente que se construye el enfermo juegan cierto papel algunos elementos religiosos. No pocas personas con ideas fijas en materia de religión, apelan a las normas y principios religiosos para explicar su comportamiento anormal, o concretan sus angustias y temores en una terminología religiosa. No se debe olvidar aquí que estos componentes religiosos son solamente un disfraz del estado de desconcierto, confusión y desamparo psíquico. Sería por tanto absolutamente inútil querer intervenir aquí mientras no se haya puesto remedio a la enfermedad que origina todo eso.

También se ha de tener en cuenta que las e.m. no excluyen toda reacción auténticamente humana. Determinadas enfermedades repercuten en un solo sector, y otras tienen períodos de relativa calma o de menor intensidad (proceso intermitente o remitente). Por eso el sacerdote no puede negar un servicio sacerdotal al que estos enfermos tienen derecho. Ante todo hay que prestarles el servicio sacramental, con tal que de su comportamiento se desprenda que ellos desean este servicio en forma más o menos consciente. Por otra parte el sacerdote ha de procurar que tales enfermos vayan aceptando progresivamente su estado, que por su carácter de prueba puede tener valor salvífico. Evidentemente este servicio no puede intentarse con hombres que se hallan en una crisis o en un estado de profunda confusión espiritual. Pero muchas veces ese apostolado puede practicarse con los gravemente enfermos, y consigue, si no la curación psíquica, por lo menos la aceptación de su estado, la cual parte de una visión creyente que puede fundamentar tuna auténtica esperanza religiosa y una verdadero amor de Dios.

Sobre la cuestión de la culpa moral en las e.m., hoy prevalece la opinión de que los comportamientos asociales o antisociales que se derivan del estado enfermizo no pueden considerarse culpables. Tales comportamientos pueden imponerse al enfermo sin su libre consentimiento, y a veces tienen para él un sentido que los justifica ante sus ojos. Aquí se debe recordar que las e.m. no se extienden con igual intensidad a todos los ámbitos de la vida anímica, y por eso sería exagerado el negar al enfermo toda posibilidad de una postura libre y de responsabilidad moral, lo cual podría arrojarlo más todavía a su confusión, pues quedaría declarado irresponsable en todos los campos.

Sin embargo, el estado enfermizo también puede ser culpable, aunque sólo sea en forma indirecta; a priori no cabe descartar con seguridad esta hipótesis. Mas eso nada cambia en el estado enfermizo en cuanto tal. Hay que ayudar al enfermo tanto como sea posible, prescindiendo del papel que él haya tenido en el desarrollo de su enfermedad. Además, los devaneos en torno a la cuestión de la culpa son una parte de la enfermedad misma. Si se trata de una auténtica falta cometida voluntariamente y de una verdadera penitencia aceptada conscientemente, en ese caso el reconocimiento de la culpa y el perdón que le sigue o la absolución sacramental conducen a una liberación.

En resumen digamos que el pastor de almas ha de ser capaz: a) de aconsejar con buen criterio la consulta de un especialista; b) de distinguir claramente los muchos elementos religiosos que sirven de disfraz. la ha de ejercer un verdadero servicio sacerdotal con relación a los hombres duramente probados en su perturbación mental, tanto en el campo sacramental como en el de la dirección personal. Cf. medicina -> pastoral.

Raymond Hostie