ENFERMEDAD

1. En un primer sentido general se puede distinguir la e. de las tribulaciones físicas que llegan al hombre desde fuera y de los sufrimientos psíquicos, definiéndola como un mal que afecta al organismo humano desde dentro e intenta destruirlo. De todos modos se puede establecer una relación entre -->salud y ->vida, por una parte, y entre e. y -> muerte, por otra. El hombre sano vive en actividad, armonía y seguridad; la e. en cambio se presenta como pérdida del favor y desconcierto, como manifestación de la fragilidad e inseguridad de la vida, y normalmente va unida a dolores que no sólo son corporales, sino también psíquicos: miedo a un desenlace funesto y el sentimiento de ser objeto de misericordia y depender de otros; el enfermo se convierte en «paciente».

Aunque el hombre es uno en cuerpo y alma, sin embargo se puede distinguir entre e. mentales, que afectan a las actividades del espíritu, e. psíquicas, que radican en el ámbito del sentimiento o de la representación y en todo el campo del subconsciente (->psicología profunda, -> psicopatología), y e. corporales, que atacan un órgano o una función del organismo. Pero la verdad fundamental de la unidad psicosomática del hombre, o del influjo mutuo entre el cuerpo y el alma, hace que esas diferencias sean relativas y muestra cómo el hombre entero, con todas sus dimensiones, es sujeto de la e., y desde ahí puede entenderse el carácter personal de la misma. No hay enfermedades, sino solamente enfermos.

Aunque no hay ninguna definición universal de enfermedad, sin embargo es posible una descripción general sobre su sentido e importancia en la vida humana. En las palabras de Juvenal: Mens sana in corpore sano, puede verse expresada la constitución perfecta del hombre, pero no debe ignorarse el hecho de que la e. muchas veces es la condición o incluso la causa para la liberación y el desarrollo de fuerzas anímicas y espirituales. Grandes figuras de la humanidad, santos y genios, sufrieron e. Por tanto, la e. puede considerarse «como una modalidad del ser humano» (v. Weizsácker).

2. La historia de la religión muestra que el hombre en todos los tiempos ha considerado la enfermedad como un problema religioso, y por eso la medicina y los medios salvíficos aparecen estrechamente unidos en el saber sagrado y en la -> magia.

a) En el Antiguo Testamento el problema religioso de la e. guarda una relación muy estrecha con el de la retribución. Puesto que inicialmente ésta era entendida en un sentido temporal (Dt 28, 21ss), al principio toda e., lo mismo que toda desgracia, fue considerada como un castigo divino por un pecado (Sal 38 y 107, 17-20) del individuo, de la estirpe o del pueblo. Por eso la e. de un justo constituía un escándalo, hasta que en tiempos posteriores se abrió paso el pensamiento de que la enfermedad puede ser una prueba querida por Dios. Job, Tobías, el Eclesiastés y los salmistas se esfuerzan por dar una respuesta a este problema, y sus soluciones sirven de punto de apoyo al libro de la Sabiduría (3, 1-8), que promete para el más allá el premio por la prueba superada. El Deuteroisaías (53, 48) habla, en un tono extraño para el judaísmo, del sufrimiento del siervo de Dios y del valor de la expiación como sacrificio propiciatorio por otros (cf. A. LoDs, Les idées des Israélites sur la maladie, ses causes et ses remédes, escrito de homenaje a K. Martin, Gie 1925, p. 181-193; J. CHAINE Révélation progressive de la notion de rétribution dans l'AT. «Recontres» 4, Ly 1941, p. 7389 ).

b) En el Nuevo Testamento' sobrevive todavía la concepción de la e. como castigo de Dios (Jn 9, 2) pero ya no en forma exclusiva; aunque esa concepción no es rechazada, sin embargo queda matizada en sus detalles Un 9, 3). De acuerdo con la escatología de los profetas (Is 35, 5s y 53, 4, relacionado con Mt 11, 5 y 8, 17), la irrupción del -> reino de Dios trae el final de todo mal y debilidad, como una dimensión de la victoria sobre Satán y el pecado (Lc 5, 17-25; 13, 11; Jn 5, 14), lo cual responde a la concepción judía del hombre. La misión de los discípulos acentúa la atención especial que se ha de dedicar a los enfermos, y contiene el encargo de curarlos (Mc 6, 13; Lc 10, 9; Mt 10, 1). Y sobre todo Jesús mismo cura a muchos, como signo de que ha hecho su irrupción el tiempo mesiánico y con ello la redención de todo mal corporal y anímico (cf. O. CULLMANN, La délivrance anticipée du corps humazn d'aprés le NT, homenaje y reconocimiento a K. Barth, Neuenburg 1946, p. 31-40). Curación de enfermos y perdón de los pecados van mano a mano (Mc 2, 1-12; Jn 5, 1-15). En ningún lugar de los Evangelios se narra que, con relación a un enfermo, Jesús se conformara con una mera promesa, enseñando, p. ej., a sacar un bien mayor del 'sufrimiento. Más bien, él se compadece de los enfermos, se pone a su lado y manda a sus discípulos que desarrollen una actividad viva de amor en relación con los que sufren (Mt 25, 34-45).

3. Actitudes cristianas. La objeción de Nietzsche contra el cristianismo, según la cual éste contradice a los valores humanos porque glorifica el dolor y la cruz, se hace problemática ante el hecho de que paganos como Epicuro sabían soportar el sufrimiento por su propia fuerza interna.

a) La espiritualidad cristiana, en un esfuerzo secular por entender el mensaje y el modelo de Cristo, ha puesto la e. en relación estrecha con determinadas verdades fundamentales de la fe: creación del hombre y su destinación sobrenatural, poder de Satán, pecado original y pecados propios, redención por la cruz, resurrección de la carne, etc. Sin duda en esta perspectiva la e. sigue siendo un mal, pero ella recibe un nuevo valor, puede enfocarse positivamente y quedar integrada en el orden salvífico.

La Iglesia, desde sus principios, ha visto la e. en relación esencial con el -> pecado y la culpa. La experiencia de que la e. todavía sigue existiendo en este período intermedio que nos separa de la parusía (1 Cor 11, 30; Flp 2, 26; 2 Tim 4,20; Sant 5, 14s), y la fe en que ella llegará a su fin cuando se produzca la instauración escatológica del reino de Dios (Ap 21, 4; cf. 22, 2), determinan la visión cristiana de la enfermedad. En el cristianismo el hombre lucha contra la e. lo mismo que contra toda manifestación del poder del -> mal, y sabe a la vez que no puede vencerla definitivamente. Así, ciertamente el enfermo es exhortado a la santa entrega (Agustín), a la confianza (Crisóstomo), a la paciencia (Gregorio Magno) y a la penitencia (Beda; concilio Lateranense zv, can. 22), ciertamente la e. es considerada más como un medio de expiación y perfeccionamiento o como una prueba en vistas a un bien mayor (2 Cor 12, 9) que como un castigo; pero la antigua Iglesia nunca ve en la e. un «sustitutivo del martirio» o un camino para la perfección. Con todo, también se desarrolla una devoción cristiana que, sin prohibir jamás la oración por la curación, descubre en la e. una posibilidad de compartir el sufrimiento del Cristo crucificado y de identificarse místicamente con él, tomando así parte en el sacrificio redentor (cf. Col 1, 24). La historia de esta espiritualidad de la enfermedad, aun cuando sólo alcance su auténtico esplendor en la edad media, abunda por todas partes en ejemplos de semejante sublimación. Hay toda una literatura relativa a este tema; a veces se trata de exhortaciones ocasionales (p. ej., Crisóstomo), otras se nos ofrece una obra entera (p. ej., GERARDO DE LIEJA [?], De duodecim utilitatibus tribulationum), y Pascal llega a componer su «oración para un uso saludable de las e.». Todo eso da testimonio de una doctrina que, mediante enunciados en parte paradójicos («si el hombre supiera cuánto le aprovecha la enfermedad, nunca querría vivir sin ella»), expresa las posibilidades -ricas en tensiónde la actitud cristiana con relación a la e.

b) En el plano de la acción la actitud cristiana para con el enfermo se caracteriza ante todo por el amor. Ya no se desprecia a los enfermos (Sal 38, 12; 88, 9) sino que se les honra; y se considera que quien sirve a ellos, presta un servicio a Cristo. De ahí el puesto que el cuidado de los enfermos ocupa entre «las obras de misericordia» (cf. las Consuetudines de Cluny con sus prescripciones acerca del cuidado de los enfermos, así como la importancia de las instituciones [casas, fundaciones, orden] al servicio de los enfermos). A diferencia de ciertas sectas, el cristianismo siempre ha valorado positivamente la ciencia médica y los medios naturales para la curación. El impulso del amor cristiano, junto con otros factores, ha dado origen a la asistencia social.

Además de esto, la oración de la Iglesia por los enfermos ocupa un puesto destacado en su liturgia. En las oraciones se pide constantemente la curación corporal, la fortaleza de ánimo durante la prueba y la salvación eterna; se ha formado una rica liturgia de bendiciones y ritos. También en este campo los sacramentos han de entenderse como una continuación de la acción salvadora de Cristo, y como un cauce institucional de los primitivos carismas cristianos; ya en virtud de la unidad anímico-corporal del hombre, ellos dicen una relación al cuerpo. La --> unción de los enfermos es junto con la eucaristía y la penitencia el auténtico sacramento de los que padecen una enfermedad. Por su origen histórico, tiene una relación estrecha con el carisma de la curación. La unción de los enfermos tiende siempre al hombre entero; Sant 5, 14s se refiere tanto a la e. del cuerpo como a la del alma. Sin duda es recomendable que esta medicina Ecclesiae (Cesario de Arles) se aplique inmediatamente al producirse una e. grave, pero una prudente cura de almas tomará en consideración la situación del enfermo. Y en general la Iglesia, en su preocupación por los enfermos, desea una colaboración estrecha entre el sacerdote y el médico. Sobre todo ha de evitarse que el enfermo se sienta excluido de la comunidad parroquial, precisamente en un tiempo en que necesita urgentemente de su ayuda y en que él mismo con su sufrimiento puede prestar a aquélla un gran auxilio, apuntando hacia un orden que está más allá de la producción y el éxito.

Sin embargo, en la presente situación de cambio en la estructura parroquial, las formas concretas en que puede expresarse y hacerse fructificar la unión mutua entre comunidad y enfermo aún han de buscarse.

Jean-Charles Didier