DIOS

A) Dios en el hombre y en sí mismo. B) Posibilidad de conocer a Dios. C) Pruebas de la existencia de Dios. D) Atributos de Dios. E) La comunicación de Dios mismo al hombre. F) Relación entre Dios y el mundo.

 

D) ATRIBUTOS DE DIOS

I. Problemática

Si la ->revelación en la historia de la salvación mediante la acción y la palabra es una comunicación de Dios mismo, consecuentemente ella es también un esclarecimiento del ser permanente de Dios y de sus dones, de su verdad. E1 conocimiento de Dios que ahí va implicado, cuyo contenido recibe el nombre de esencia y a. de D. en la concepción tradicional, se distingue del logrado por medio de las criaturas. Estos temas acostumbran a estudiarse en el tratado De Deo uno (independientemente de la doctrina sobre la -> Trinidad), pero también tienen su puesto en los tratados sobre la creación y la gracia (-> Providencia, --> predestinación). Puesto que en la revelación no se trata de una mera comunicación de verdades metafísicas a una pura razón teórica que las recibe pasivamente, sino, propiamente, de una actualización de toda la capacidad cognoscitiva y de la libertad humanas (--> fe), de modo que el hombre quede capacitado para Dios, consecuentemente en el esclarecimiento teológico de los a. de D. no se busca una explicación teórica de ciertos enunciados, sino el descubrimiento de la llamada existencial contenida en tales enunciados (que muy fácilmente pueden ser tergiversados en un sentido objetivista). Por esto el estudio de los a. de D. no habría de seguir un abstracto principio metafísico (como acostumbra a suceder), sino que debería guiarse por la progresiva revelación de Dios mismo en la historia de la salvación. Y en lo relativo al método, aquí no debería ignorarse que todas las experiencias de Dios, también las del AT, están referidas a la experiencia de Dios en Jesús, donde tienen su lugar hermenéutico; de modo que todas las experiencias de Dios en la historia de la salvación deberían leerse dentro de este horizonte.

La pregunta por los a, de D. no puede, por tanto, responderse desde un esbozo metafísico de la idea o de la «esencia» de Dios, el cual, como norma normans et non normata, decida previamente quién y cómo «ha de ser» Dios. Esa pregunta sólo puede responderse desde Dios mismo, desde su decisión libre y contingente de manifestarse én el suceso de la revelación. Lo que acontece en la historia de la salvación no es un caso necesario de una ley que permanezca siempre igual, sino, primariamente, una acción libre y gratuita que no puede deducirse de algo previo. No obstante, toda la actuación histórica de Dios en el mundo está unificada por una relación interna, y en este sentido constituye una revelación de su « esencia». Por eso el AT y el NT muestran un proceso unitario y unos a. de D. que son siempre iguales. Pero esta identidad en el curso de la historia de la revelación no puede reducirse a una necesaria y estática imagen metafísica de Dios. En la Escritura del AT y del NT Dios es siempre el mismo, no porque se le atribuya una esencia necesaria e inmutable, sino porque toda la historia de la -->salvación revela progresivamente cómo y con qué rasgos personales ha querido comportarse respecto de su creación el Dios que actúa libre e históricamente.

Con todo, esta revelación del Dios que actúa históricamente se dirige a un mundo para el cual él no era anteriormente un extraño (Act 17, 27), pues se le había manifestado desde siempre por la «revelación natural» (que a la luz de la fe cristiana tiene una meta sobrenatural). La teología como reflexión sobre la revelación en jesucristo asume también esa «palabra previa» de Dios sobre sí mismo y la esclarece, librándola del carácter problemático que presenta en una -> teología natural anterior al cristianismo. Y ella está llamada a ese esclarecimiento, no sólo bajo la perspectiva de la revelación en Cristo, sino también en virtud de su naturaleza misma como teología natural. Mas el hecho de que esté llamada a esto implica la tentación de que la «concepción previa» de la teología natural se convierta en norma para entender la revelación histórica de Dios. En esta inevitable ambivalencia de tarea y tentación se fundan el derecho y los límites de un pensamiento natural acerca de los a. de D.

II. La doctrina tradicional sobre los atributos de Dios

La tradición doctrinal de la escolástica entiende por a. de D. aquellas perfecciones divinas, realmente idénticas entre sí, cuyo conjunto constituye la esencia física de Dios y cuya raíz es la esencia metafísica como último fundamento del ser divino. De ese fundamento como esencia lógicamente anterior se deducen con necesidad los atributos. En virtud de la absoluta simplicidad divina la esencia y los a. de D. se identifican plenamente. Entre los diversos atributos existe una distinción virtual (cf. TOMÁS DE AQUINO, 1 Sent., dist 2q. 1 a. 3; ST i q. 13 a 4). Como a la postre Dios es un -> misterio absoluto todo lo que la teología puede enunciar acerca de sus atributos es más dispar que semejante (--> analogía del ente). Según el Lateranense iv, también el carácter incomprensible de Dios pertenece a los atributos divinos. «Fírme y sencillamente creemos y confesamos que existe un solo Dios verdadero, eterno, inmenso e inmutable, incomprensible, omnipotente e inefable...» (Dz 428). El Vaticano i repite estas afirmaciones en forma un poco más amplia: «uno sólo es el Dios verdadero y vivo, creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, inmenso, incomprensible, infinito en entendimiento, voluntad y toda perfección. Puesto que él es una substancia espiritual subsistente por sí misma, totalmente simple e inmutable, hay que proclamarlo como real y esencialmente distinto del mundo, como plenamente feliz en sí y por sí e inefablemente elevado sobre todo lo que hay fuera de él y sobre todo lo que puede pensarse acerca de él» (Dz 1782). La teología acostumbra a dividir estos atributos en negativos y afirmativos, en incomunicables y comunicables, en absolutos y relativos, en estáticos y dinámicos. La necesidad de una doctrina sobre los a. de D. es explicada por la estructura del pensamiento humano, el cual es incapaz de abarcar y comprender adecuadamente mediante un solo acto la totalidad de un ser «superior» en su unidad y simplicidad. Pero la doctrina sobre los a. de D. deberá permanecer siempre consciente del carácter inadecuado y de los límites de todo enunciado humano acerca del -> misterio divino (cf. J.H. NEWMAN, El asentimiento religioso r, cap. v, 2).

III. Atributos y concepción bíblica de Dios

La doctrina escolástica acerca de los a. de D. en parte puede apoyarse en los testimonios de la Escritura. Pero sólo puede hacerlo dentro de unos límites muy estrechos, pues, en último término, la doctrina de los a. de D. es fruto de la filosofía escolástica y no del pensamiento bíblico, que no se preocupa del conocimiento metafísico de Dios. La pregunta por una arjé o idéa, o primer y supremo principio único, es desconocida en el AT y en el NT; y con ello también se desconoce aquí la pregunta por la esencia y los atributos de D. La Escritura presupone la existencia de un (solo) Dios sin reflexionar sobre el tema (--> monoteísmo); para ella no hay necesidad de demostrar la existencia divina, pues Dios mismo se revela a su pueblo por la fidelidad de su acción. Por eso la Escritura no pregunta quién es Dios, sino cómo se muestra él en su actuación relativa al hombre. La esencia sólo puede deducirse de los comportamientos de Dios para con el hombre, que son el tema primario de la Escritura.

Dios se revela progresivamente a Israel en sus instituciones y promesas (--> alianza). Esta revelación absolutamente libre y soberana, y el conocimiento de Dios que a ella va unido, se realizan en una historia, es decir, esa revelación incluye sorpresas, nuevos horizontes, evolución. El hombre, a quien va dirigida, la espera con apertura hacia el futuro, que es un porvenir suyo y de Dios. La historia de la salvación se consuma por la manifestación del Padre en su siervo Jesús. Por su obediencia jesús se ha convertido en el camino de todo conocimiento de Dios. Puesto que Dios va descubriendo su faz poco a poco en la actuación concreta de la historia de la salvación, en consecuencia la imagen bíblica de Dios es dinámica. Naturalmente, muchos enunciados de la Escritura sobre la manera de la actuación divina pueden tomarse como declaraciones mediatas acerca de los a. de D. Pero la Escritura misma los entiende como una revelación actual y personal de la libertad divina; y, para la Biblia, su contenido sólo en forma condicionada puede experimentarse por un camino «natural» a base del mundo y de sus estructuras. E incluso aquí, la redentora acción salvífica de Dios en el hombre arroja nueva luz sobre conceptos como eternidad (Rom 16, 26), inmortalidad (Ef 6, 24; 2 Tim 1, 10), invisibilidad (Rom 1, 20, etc. ); ellos pierden su carácter abstracto y son experimentados en medio de relaciones concretas, pues «el conocimiento de la gloria de Dios» resplandece en la «faz de Cristo» (2 Cor 4, 6) y se abre en el Pneuma, en el que el hombre puede llamar «Padre» a Dios. Los atributos característicos de la Escritura sobre Dios son tanto los de aoratos (Rom 1, 20; Col 1, 15, etc.), afthartos (Rom 1, 23; 1 Tim 1, 17 ), makarios (1 Tim 1,11), o theos fos estin (1 Jn 1, 5), cuanto descripciones como « el Dios fiel» (1 Cor 1, 9;2 Tes 3, 3, etc.), el «Dios de la paz» (Rom 15, 33), de la esperanza» (Rom 15, 13), «del consuelo» (2 Cor 1, 3), ; «del amor» (2 Cor 13, 11), o, en términos de Juan, «Dios es la verdad» (Jn 3, 33 ). La Escritura dice además que Dios es misericordioso (Lc 1, 72, 78, etc.), que él perdona (Mt 6, 14; Mc 11, 25) y ama (Jn 3, 16, etc. ), que él es el «salvador» (Lc 1, 47; 1 Tim 1, 1; Tit 1, 3, etc.). Ese lenguaje, a pesar de su afinidad con posibles afirmaciones semejantes de una teología metafísica, en último término sólo es comprensible en la fe.

Edward Sillem