DESESPERACIÓN

La d. como pecado consiste en el abandono de la esperanza existente o posible. Es, por consiguiente, la negativa libre a una dependencia conscientemente aceptada del hombre con relación al prójimo y a Dios; tal negativa rechaza también la obligación implicada en esa dependencia de buscar la perfección y en último término la -> salvación en armonía con Dios y el prójimo. Los motivos para la desesperación pueden ser muy diversos, así, p. ej., especialmente la desidia moral (acedia), que teme los esfuerzos del perfeccionamiento por la imitación de Cristo y prefiere los bienes terrenos a la unión con el prójimo y con Dios, también el defecto de confianza, por el que se rehuye la vinculación a otra persona o la entrega a la voluntad de Dios explícitamente conocida.

Para poder desesperarse en sentido moral (-> acto moral), el hombre debe haber conocido que ha de poner su esperanza en Dios y en el prójimo, y al mismo tiempo ha de estar en situación de rechazar aquel amor que le es ofrecido por otros y que desde algún punto de vista considera despreciable para él. Se requiere para ello que el hombre, unido por naturaleza a Dios y al prójimo, esté al mismo tiempo en condiciones de distanciarse de esa unión por el hecho de atribuirle un carácter meramente relativo.

De ahí se desprende que sólo es capaz de una desesperación pecaminosa aquel que por lo menos está en condiciones de realizar uniones personales que le permiten la percepción y aceptación del amor ofrecido como tal. Esto presupone una experiencia suficiente de un amor otorgado. En este tipo de d. se trata de una infracción potencial contra el -a amor y, con ello, de un pecado venial. Pero de la desesperación en sentido pleno sólo es capaz aquel que, no sólo no quiere tener nada dado, sino que al mismo tiempo tampoco quiere dar nada, pues, a pesar de conocer su nulidad, quiere vivir orgullosamente para sí solo y por eso no desea que se le haga donación de ningún amor. Por tanto, esta d. constituye una infracción cualificada contra el amor y es un pecado grave.

Semejante actitud es glorificada en la literatura contemporánea y en las distintas formas del -> nihilismo, el cual, después de abandonar la fe, desespera de la fuerza de la razón. Se podría hablar de un renacimiento de la d, Ésta puede hallar su expresión en la eutanasia, el suicidio y el pseudoheroísmo ante la -> muerte, e igualmente en la huida hacia los placeres de la vida. Bajo la perspectiva religiosa, todo intento de alcanzar la justificación mediante las obras es expresión de una desesperación disimulada. Desde aquí puede comprenderse el que la -> ley en el plan salvífico de Dios tenga como misión, o bien arrastrarnos a la desesperación, o bien llevarnos a poner nuestra esperanza totalmente en Cristo. Lo mismo que el -> pecado, nacido de la limitación de nuestra libertad, la d. psicológicamente sólo puede comprenderse imperfectamente. En el fondo todo pecado es d., pues consiste en rebelarse contra una dependencia en la obra de nuestro perfeccionamiento, contra una dependencia conocida como obligatoria, pero rechazada libremente. Toda resistencia contra la -> gracia ofrecida es en lo más profundo un acto de d. Así, la teología escolástica ha unido una y otra vez la d. a los pecados contra el Espíritu Santo.

Según esto no cabe hablar de d. en sentido moral cuando el amor ofrecido no puede ser conocido como tal o cuando a un hombre le falta la fuerza de voluntad para abrirse con esperanza a los otros y a Dios. Esta incapacidad con frecuencia tiene causas psicopáticas; entonces la curación deberá buscarse con ayuda de la psiquiatría y de la psicoterapia. Así no hay duda de que bastantes casos de d. que se producen por distintas formas de melancolía, de escrúpulos, de ideas fijas, de monomanías o de anomalías afectivas, d. que reprime toda o casi toda la capacidad de contacto y que puede llevar al suicidio, tienen una causa psicopática. Se distingue de estos casos aquella d. que se basa en una incapacidad metafísica, debida al hecho de que la facultad de conocimiento y la libertad personales se hallan poco desarrolladas, y en consecuencia el individuo en cuestión no puede atenuar la natural actitud negativa para con los demás, la cual proviene del destino personal y de los malos tratos recibidos. Por eso la actitud desilusionada de los «desesperados» no puede ser llamada desesperación en sentido moral; surge por el hecho de que el hombre no ve en Dios y en el prójimo sino enemigos que están a su acecho. Y esto tiene su raíz en que él, a causa del trato indigno de que ha sido objeto, nunca ha experimentado el don beatificante del amor ofrecido u otorgado, o bien en que no es capaz de reconocer la providencia bondadosa de Dios en las inescrutables y duras disposiciones del destino.

Waldemar Molfrrski