CONCIENCIA MORAL
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I. Naturaleza de la c.

La palabra c. procede de «conscientia», término que traduce el vocablo sineidesis. Esta palabra, usada con muchos significados en el lenguaje popular y científico, designa en sentido específicamente moral una serie de fenómenos anímicos vinculados entre sí. El núcleo de estos fenómenos, como vivencia fundamental que repercute hondamente en la c. psíquica de la persona, especialmente bajo la forma de la así llamada mala c., ha sido conocido desde la antigüedad con diversas representaciones y denominaciones e indudablemente constituye un buen punto de partida para una -> ética empírica e inductiva. A causa de la obscuridad que hay en los conceptos relativos a la c., para una interpretación de su esencia será mejor partir de la experiencia cotidiana y no de la terminología.

1. Un análisis cuidadoso nos lleva al resultado: En la conciencia el hombre experimenta de manera inmediata en la profundidad de su ánimo la cualidad moral de una concreta --> decisión o acción personal, y la experimenta como un deber que le impone la vivencia de un sentido capaz de dar plenitud a su ser personal. < Profundidad del ánimo» significa el núcleo, el centro de la vida unitaria de la persona, en el estadio anterior a la división de los distintos actos específicos. En virtud de la relación inmediata a la concreta acción personal, la c. se distingue del saber moral (c. de los --> valores), del que se nutre constantemente y al que comunica el contenido más original y vivo. La simple experiencia - < simplex intuitus» en el sentido de la psicología escolástica del conocimiento - nada tiene que ver con una mentalidad primitiva, pues constituye una aprehensión de una realidad auténtica, de la realidad espiritual más fina, a saber, del valor moral contenido en la propia decisión. Más que normas formulables, experimentamos inmediatamente la exigencia del valor, del mundo de la plenitud como incitación al bien, o, por el contrario, la presencia de lo negativo como mal que nos amenaza y puede lesionarnos. Esa experiencia tiene como base una receptividad en el hombre para lo moral, junto con la decisión última sobre el ser personal. Como disposición original, la c. respecto a su raíz, a su intuitiva función integral en la captación intelectual y sensitiva de un sentido, a sus leyes generales de desarrollo y formación y a su fundamental orientación hacia lo que tiene sentido, se puede comparar en cierto modo con la facultad humana de hablar.

2. No se explica correctamente lo que es la c. con la suposición de ideas morales innatas. Tampoco basta la idea kantiana de que se trata de una facultad transcendental (-> kantismo). También son insuficientes las teorías que explican el origen, el desarrollo y la actividad de la c. partiendo de elementos extramorales; p. ej., las doctrinas naturalistas y evolucionistas, según las cuales la c. se habría formado a partir de las experiencias relativas a lo útil en la historia de la vida o de la especie, ya en el ámbito individual ya en el social (-->naturalismo, sociologismo). F. Nietzsche, influenciado por el -> evolucionismo biológico, considera la mala c. como un producto de la civilización humana. En ella se manifestaría un desarrollo decadente, psicopatológico del hombre, cuyos instintos impedidos se habrían vuelto hacia dentro. Está muy extendida la interpretación de la -> psicología profunda, iniciada por Freud, la cual explica el origen de una forma de c. no plenamente desarrollada (super-yo) por el mecanismo inconsciente de la elaboración de las tendencias y de su confrontación con la realidad. En el -> existencialismo se defiende un concepto formal de c. que no es propiamente moral, según el cual ésta consiste esencialmente en la llamada a la realización de la existencia.

3. La original receptividad intelectual y emocional para los valores morales juntamente con la ordenación hacia el bien que se da en la disposición de la c., no se puede falsear en sí misma por una educación errónea, pero sí puede quedar desvirtuada hasta llegar a una ineficacia. práctica. Esta imposibilidad de falseamiento, que radica en las últimas condiciones de la existencia personal y de la c. de sí mismo, garantiza la seguridad ética y la autoridad de la c. y señala a la vez sus límites. Un fallo en la disposición de la c. (moral insanity), aparte de los casos de grave imbecilidad, puede además estar causado por deficiencia psicopática de las funciones anímicas esenciales para la c., incluso quedando intacta la inteligencia. El desarrollo de la disposición de la c., que tiene lugar debido a todas las impresiones con significación moral procedentes del mundo circundante, así como a la propia experiencia de la vida, va desde una aceptación de normas y modelos externos de conducta, pasando por la aceptación de actitudes ajenas ante el valor moral (c. autoritaria, legal) hasta llegar a una postura autónoma, basada en la propia aprehensión de la exigencia del valor (c. personal). Las perturbaciones en el normal desarrollo anímico se traducen frecuentemente en un entorpecimiento o una lesión del desarrollo de la c. o de la función de la c. (fijación, regresión a estadios anteriores del desarrollo, sentimiento patológico de culpabilidad, ausencia del sentido de culpabilidad, coacción de la c., escrúpulos).

4. La formación de la c., cuyo objetivo es el desarrollo pleno de su función mediante la autonomía, la intensidad (profundidad, inmediatez, fuerza de la vivencia) y la extensión del conocimiento moral, tiene lugar, sólo en parte, gracias a la instrucción moral y, muchísimo más, por el fomento de la actividad de una c. que se dilate hacia toda la gama de las vivencias. Tiene como objetivo la decisión de la c. vivida de la manera más plena posible, y por esta razón no puede dejar a un lado la propia actitud. A causa del contenido parcial, condicionado por el tiempo, el mundo circundante y la propia persona, existe la posibilidad del prejuicio, de la visión unilateral del valor y del error en cada una de las afirmaciones de la c. Es indispensable el examen crítico y la constante formación de la c. Como en todo conocimiento de un valor, el respeto y el amor son actitudes imprescindibles tanto para la actividad como para el desarrollo de la c. Hay que tender hacia una c. despierta, delicada que, fiel a toda significación moral, reacciona rápidamente y con la más esmerada ponderación de todos los datos (lo opuesto es la c. perezosa, embotada, laxa).

5. En las decisiones particulares de la c. desde el punto de vista de la conformidad de su juicio con la norma moral objetiva, se distingue el dictamen verdadero y el erróneo (conscientia recta-falsa, vera-erronea o error conscientiae). El juicio que precede a la acción (conscientia antecedens) contiene una advertencia, una disuasión del mal o una invitación al bien; esto último, como recepción de la llamada de un bien que nunca se alcanza plenamente, es una auténtica función de la c. Consecuente (conscientia consequens) es la mala (que juzga y castiga) y la buena c. Ambas no son simplemente un juicio sobre la bondad o malicia de la propia acción, sino una experiencia del propio «ser» en cuanto que no está en orden, o bien una experiencia de la autoafirmación como victoria sobre el ataque del mal o de la conformidad consigo mismo, debida a la conformidad con el orden fundamental del -> bien.

II. Teología de la conciencia

1. Aspecto bíblico

El AT describe vivencias que se refieren a la c. sin emplear una palabra peculiar, que sólo comienza a usarse en la literatura sapiencial. Implícitamente el AT se refiere a la c. bajo los términos «corazón», «riñones» y semejantes. La c. está constantemente referida a Dios como una audición de su palabra, como una aceptación de su voluntad, como un conocimiento del propio estado, de la propia responsabilidad ante Dios, del juicio de Dios. En el NT la c. tiene una importancia central. Con la palabra sineídesis, tomada de la filosofía popular contemporánea y usada en múltiples sentidos, Pablo designa las funciones esenciales de la c. en la vida cristiana, sin desarrollar empero una doctrina sistemática. La c. en la que el cristiano se sabe llamado, requerido y juzgado por Dios, que le comunica el conocimiento de los mandamientos y de la gracia (2 Cor 1, 12), es la norma de la conducta ante Dios (Act 24, 16; Rom 13, 5; 1 Cor 10, 25ss; 1 Tim 1, 5 19), ora se trate de la buena c. (2 Tim 1, 3; Heb 13, 18; 1 Pe 2, 19), ora de la mala (1 Tim 4, 2; Tit 1, 15; Heb 10, 2 22). La buena c. nos hace libres e independientes del juicio de los demás hombres (Act 23, 1; 1 Cor 10, 29; 2 Cor 1, 12; 1 Pe 3, 16). En cuanto facultad humana, la c. no puede dar seguridad acerca del juicio de Dios (1 Cor 4, 4). Ella transmite los mandamientos incluso fuera de la revelación como una ley dada por la naturaleza (Rom 2, 15). Vinculada al conocimiento humano, está sometida al engaño, pero sigue siendo norma moral para el interesado (1 Cor 8, 7ss; 10, 25ss; Rom 14). En el cristiano actúa en el -> Espíritu Santo (Rom 9, 1), en virtud de la fuerza de la resurrección de Cristo (1 Pe 3, 21); no puede purificarse ni perfeccionarse por sacrificios, sino sólo por la sangre de Cristo, en virtud del Espíritu eterno (Heb 9, 9 14). La conciencia es a la vez órgano de la vida religiosa, a través del cual se produce la revelación apostólica de la verdad (2 Cor 4, 2) y se conservan puros los misterios de la fe (1 Tim 3, 9). Así puede darse perfectamente una permutación terminológica con pistis, que tiene en Pablo un carácter más intensamente teológico (Rom 14, 23).

2. Visión histórica

Los padres de la Iglesia no siguieron desarrollando las ricas bases teológicas del NT sobre la c. Encontramos numerosas manifestaciones aisladas especialmente en Tertuliano, Orígenes, Crisóstomo, de manera más profunda en Agustín, que sobre todo describe las funciones religiosas de la c. En la edad media, junto a una notable doctrina religiosa de orden práctico sobre la c. (Bernardo de Claraval, Petrus Cellensis, Gerson, etc.) y en conexión con un texto de Jerónimo (Comentario a Ex., cap. 6), desde el s. xii se desarrolla paulatinamente una sistemática doctrina teológica sobre la c. que tiene como base los conceptos synderesis y conscientia. En general la sindéresis es entendida como el núcleo natural de la c., el cual ha quedado esencialmente intacto incluso después del pecado original, como la base apriorística de la c. en su actividad cognoscitiva y en sus tendencias. Buenaventura atribuye los fenómenos afectivos de la c. a la «sindéresis» y las habituales funciones racionales a la c. Tomás de Aquino designa la sindéresis como el hábito natural inamisible de los supremos principios morales y entiende por «conscientia» el juicio actual de la c., logrado mediante la deducción de una conclusión. El pensamiento marcadamente objetivo de la teología medieval constituía una gran dificultad para el reconocimiento pleno del carácter normativo de la c. individual, dificultad que, en principio, pudo superar por primera vez Tomás de Aquino, que tuvo repercusión en la época posterior. Los reformadores buscaron una concepción de la c. a base de su antropología teológica y de su doctrina de la justificación. En la edad moderna hubo que luchar por asegurar la visión teológica de la c. frente a una concepción secularizada de la misma, y frente a una autonomía moral.

3. Problemática actual

La teología debe seguir desarrollando la doctrina tradicional hasta lograr una concepción plenamente cristiana, teológica y personal de la c., teniendo además en cuenta los datos de la -> psicología y más concretamente de la --> psicología profunda, así como de la sociología y la etnología. Para llegar a esa meta es necesario sobre todo recoger y elaborar el correspondiente contenido doctrinal de la Biblia, e igualmente alcanzar una inteligencia profunda del papel de la c. en toda la vida cristiana, de su importancia para la vida espiritual y concretamente para captar las condiciones individuales de la actuación moral del creyente. La c. misma no puede equipararse simplemente con la percepción del valor moral y con el saber moral. Primera e inmediatamente capta la dimensión moral más decisiva para la persona, a saber, la llamada al yo humano en una situación concreta en que él ha de tomar una -> decisión. A ello va connaturalmente unida las más de las veces una nueva o más profunda visión del valor material en su relación a las circunstancias especiales de la persona individual y a la situación singular en que ella ha de decidir (-> ética de situación). La c. del cristiano, como órgano receptivo para la exigencia más decisiva que se plantea al yo humano, en virtud de la fe y a través de una vivencia inmediata de la importancia de la salvación para su persona, aprehende la llamada siempre personal que parte de la acción y de la palabra de Dios en la revelación, o sea, se constituye en c. creyente. La teología debe rechazar desde el principio todo intento de reducir la c. a su dimensión moral, si bien ésta puede ser de hecho el ámbito de la experiencia de la c. para la vida fuera del campo de la fe religiosa. La c. creyente del cristiano cumple su función sólo cuando todo valor que se hace actual es experimentado hondamente como donación benévola de la perfección divina, y toda ocasión de decidir es percibida como kairos, como don y exigencia de Dios, como posibilidad de que el cristiano quede probado en presencia del Tú divino.

III. La conciencia como norma moral

La c. actualiza internamente la norma objetiva de moralidad en una situación determinada y de cara a una decisión concreta. Por más que esta función receptiva no puede concebirse como mera pasividad, por más que la c., sobre la base de la reverencia y del amor personales, ejerza una actividad creadora en el hallazgo del bien debido, de sus delicadas condiciones y de sus posibilidades de irradiación, por más que ella elabore todo el caudal del saber personal y de la experiencia moral de la vida, sin embargo, con la misma insistencia hemos de entender la c. como instancia mediadora, en el sentido de que ella no pone autónomamente las normas morales. La c. introduce en nosotros (hace propias) las normas objetivas. La relación entre la norma objetiva y la c. no podemos concebirla a manera de dos magnitudes concurrentes. La -> «ley» objetiva es voluntad y orden de Dios en su obra y acción, que se manifiestan en la c. del hombre que vive en la creación y en la historia de la salvación.

Para la orientación moral dentro de una situación concreta donde hay que tomar una decisión, la c. es insustituible e insuperable. Su lugar no puede ser ocupado ni por el saber o la opinión moral ni por la instrucción heterónoma. El juicio de la c. es la última norma determinante para esta decisión concreta (regula proxima moralitatis), pero no puede convertirse en norma universal para la decisión personal en casos parecidos. El valor moral de una acción se mide exclusivamente por el dictamen que la c. ha emitido una vez ponderado todo el material disponible. Esa fuerza éticamente normativa vale plenamente incluso en el auténtico error de c. (error invincibilis), a consecuencia del cual una acción que sigue a la c. puede revestir en un caso particular un carácter diferente de la norma objetiva. Como última norma subjetiva de la acción moral, el dictamen de la conciencia debe ser claro y concreto, de modo que quede excluida la inseguridad razonable (certitudo moralis). Cuando no se puede alcanzar esta seguridad, se da la c. dudosa (dubium practicum conscientiae; también: error vincibilis). La duda propiamente dicha de la c. (la práctica) no representa ningún defecto moral, sino que es un necesario eslabón de tránsito en las situaciones en que resulta difícil decidir. El error es posible en toda la extensión de la vida moral como obscuridad sobre las normas morales (dubium iuris) o sobre su aplicación a cada una de las situaciones especiales de la acción (dubium facti), así como en el caso de concurrencia de muchas obligaciones morales. Elevadas experiencias de la vida espiritual se mueven con frecuencia en el límite de la c. segura. La situación más difícil es el conflicto de c. o concurrencia de obligaciones contradictorias entre sí, hasta el caso extremo en que la c., a causa del entrelazamiento de la vida y de sus circunstancias y órdenes con la injusticia, no ve la posibilidad de emprender ninguna acción sin cometer, pecado (conscientia perplexa). junto a la natural limitación del conocimiento, en cada hombre son causas de la duda de c. la ignorancia en cosas morales y la insuficiente seguridad del juicio moral.

Actuar con positiva duda práctica de c. significa indiferencia frente al peligro de pecado (Rom 14, 23). Hay que escoger el camino objetivamente más seguro cuando es incondicionalmente obligatorio conseguir un fin (p. ej., cuando se trata de la administración válida de los sacramentos). Como norma hay que aspirar a un dictamen de la c. prácticamente seguro: 1), por un esclarecimiento de la situación moral mediante la propia reflexión o con ayuda del consejo ajeno (certitudo directa); 2), cuando esto es imposible, se debe buscar una decisión moralmente justificada a base de amplias consideraciones morales de carácter general (conscientia indirecta sive reflexa); 3 ), finalmente, el cristiano debe buscar el bien y decidirse por él partiendo de toda su actitud moral (riesgo en sentido positivo), y poniendo en juego la última fuerza moral de la persona, para emprender el camino a través de una obscuridad irremediable por puro amor y fidelidad a Dios. La tentativa de superar en lo posible la duda insoluble de c. por la vía refleja con ayuda de un universal principio racional y formulable, ha conducido históricamente a la formación de los llamados sistemas morales. La superación de la duda de c. requiere sobre todo prudencia.

Rudolf Hofmann