CLERO Y LAICOS
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1. Para determinar la relación entre el clero y los --> laicos dentro de la vida y acción eclesiástica hemos de partir de la unidad de la misión de la -> Iglesia, cuyo contenido es la salvación de los hombres, que se aprehende por la fe en Cristo y por su gracia. El c. y los l. constituyen una unidad por el hecho y en el sentido de que en el -> bautismo se hicieron miembros del único pueblo de Dios, miembros del mismo cuerpo, cuya edificación está confiada a todos. Sin embargo, la misión de la Iglesia es realizada de manera diferente por cada uno de los miembros.

2. Si la realización de la misión de la Iglesia por parte del c. consiste en la proclamación formal de la buena nueva y en la comunicación sacramental de la gracia de Cristo al mundo, la colaboración de los l. a esta misma misión se lleva a cabo en la penetración y ordenación de las cosas temporales con el espíritu del evangelio. Partiendo de su posición en medio del mundo y de las tareas profanas, el l. trabaja en la misión de la Iglesia «a la manera del fermento» (Decreto Sobre el apostolado de los laicos, cap. i, 2). Su testimonio ante el mundo es un testimonio de vida: exposición de las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, pero también un testimonio de la palabra: como «cooperadores de la verdad» (3 Jn 8), que el l. anuncia a los hombres de su ambiente. Precisamente en el testimonio de la palabra tiene lugar un contacto con el apostolado del c., pues dado el amplio campo de la misión del c. y del l., no cabe una delimitación perfecta de las funciones características de ambos.

El l. participa del oficio sacerdotal, profético y docente de Cristo; y el clérigo, por otra parte, permanece siempre ciudadano de la comunidad social y, en su apostolado peculiar, no puede desconocer las condiciones terrenas para que se oiga la palabra de Dios y se ponga en práctica. Por eso, dentro de los límites de las funciones específicas perfectamente definidas, existe un amplio campo de competencias concurrentes en el que, cuando se resalta la función propia de cada uno, más que de una separación se trata de una acentuación diferente.

La colaboración del laicado en la misión de la Iglesia no se basa en las necesidades tácticas condicionadas por el tiempo (p. ej., escasez de sacerdotes), o en un encargo especial con fuerza jurídica por parte de la jerarquía eclesiástica; más bien los l. reciben ese encargo «del Señor mismo» (Decreto Sobre el apostolado de los laicos, cap. i, 3) en el --> bautismo y en la --> confirmación. Provistos de los dones especiales del -> Espíritu Santo (-> carismas; decreto Sobre el apostolado de los laicos, cap. i, 3), los l. realizan su apostolado como individuos o unidos en diversas comunidades y asociaciones. El decreto y la obligación del apostolado, ora como individuos, ora fundando y dirigiendo asociaciones apostólicas, los tienen los l. por sí mismos y no sólo en virtud de una disposición jurídica de la Iglesia.

Corresponde a la ->jerarquía eclesiástica: formar al l. en la fe de cara a su apostolado, reconociendo sus derechos propios; despertar su sentido de obligación respecto a una función activa en la Iglesia; prestarle ayuda espiritual, pero no mediante la preparación de modelos concretos de vida cristiana en este mundo, sino por la transmisión de la fuerza de la palabra y de la gracia sacramental de Cristo, para qne él pueda mantenerse en el mundo con fe, esperanza y caridad; y, además, ordenar la actividad y los fines de los individuos y de los grupos al bien y al servicio de toda la Iglesia. En la esfera de las asociaciones apostólicas de l., sus fines peculiares dan lugar a un diverso grado de cercanía al apostolado de la -> jerarquía, la cual queda expresada en diversas fórmulas jurídicas dé coordinación y subordinación.

Ocupan aquí una posición característica las asociaciones que en algunos lugares se llaman -> acción católica y cuyas características ha descrito exactamente el concilio Vaticano ii (cf. Decreto Sobre el apostolado de los laicos, cap. iv, 20). Pero la concepción que estos grupos tienen de sí mismos ha de matizarse y renovarse a base de las restantes declaraciones conciliares.

3. Condición previa para la colaboración entre el c. y los l. es la apertura a los demás. Esta actitud debe lograrse en la actualidad con gran esfuerzo, para superar las actitudes falsas del pasado (clericalismo, antidericalismo). A esté respecto, tan importante como una recta actitud psicológica es el enfoque teológico. La unidad de misión en medio de la diversidad de ministerios debe conducir a una valoración de la función propia del otro y de su importancia para la propia. Esa unidad en la diversidad debería prevenir al clérigo contra el peligro de reducir la misión de la Iglesia a la función que a él le ha sido encomendada y de aceptar al l. como colaborador sólo cuando éste presenta rasgos de una espiritualidad clerical; y, viceversa, el clérigo ha de enseñar al l. a estimar la función sacerdotal para su acción en el mundo, pues esta acción, para ser comprendida y realizada en toda su eficacia salvífica, necesita de una vitalización constantemente nueva mediante la palabra y la gracia sacramental de Cristo, cuya administración corresponde al clero.

Únicamente por la cercanía a este ministerio, la acción temporal del l. reviste su forma cristiana, eclesial.

Pero al hombre moderno, con su peculiar - secularización y peligro de cerrarse dentro del mundo, hay que mostrarle la dirección y orientación de toda acción humana hacia el acontecimiento escatológico, para descubrirle las verdaderas dimensiones de su actuación y la dependencia de la palabra divina y de la gracia. Y, al revés, el conocimiento de que la consumación del orden temporal es un acontecimiento escatológico y no intramundano, debe constituir un motivo para que el c. se abstenga de limitar indebidamente la autonomía de los asuntos terrestres y la competencia de los laicos con relación a ellos.

Miguel Benzo-Ernst Niermann