CALVINISMO
SaMun


I. Calvinismo y Calvino

Calvinismo es el nombre (introducido por los luteranos contra la voluntad de Calvino) de aquella forma de -> protestantismo que directa o indirectamente tiene su origen en la obra reformadora de Juan Calvino (1509-1564). Tiene sus raíces en el humanismo francés y suizo de principios del s. xvi y, por tanto, no es simplemente una desviación del luteranismo, por muy verdad que sea que «las doctrinas fundamentales de Lutero son también las de Calvino» (E. TROELTSCH, Die Soxiallehren der christlichen Kirchen und Gruppen, T 1922, p. 610). La influencia de Bucero, Melanchton y Bullinger sobre Calvino modificó también el c. La «conversión» de Calvino (entre 1530 y 1533) se debió a la lectura de la Biblia, especialmente a la lectura del AT. Él la leyó como palabra de Dios pronunciada directamente para él y la tomó como única fuente y norma de la fe cristiana. Este principio de que la Escritura no sólo es la única fuente sino también la única norma, de manera que el creyente, para conseguir una seguridad sobre el contenido de la revelación, no necesita una interpretación infalible por parte de la Iglesia, es la base de toda la -> reforma. En este sentido el c. se consideraba a sí mismo en primer lugar como la iglesia reformada según la palabra de Dios, que todo cristiano podía corregir a la luz de la Escritura. La intención de fundar una Iglesia nueva estuvo tan lejos de la mente de Calvino como de la mente de Lutero. La preocupación más seria de Calvino fue la de garantizar la transcendencia de la revelación de Dios, de la cual el hombre no puede participar más que por la gracia.

Esta intención básica no contradice en modo alguno a la doctrina católica. Sin embargo, la crítica que Calvino hizo de la Iglesia católica de Roma no sólo pretendía eliminar muchos abusos realmente existentes, sino también modificar esencialmente toda la estructura y la función de la Iglesia. El fundamento de esta crítica radical está en el hecho de que Calvino rechaza una mediación de la salvación, en la cual la Iglesia misma -por la fuerza del Espíritu Santo que la vivifica- actuara como instrumento sobrenaturalmente eficaz.

Para evitar el peligro de exponer como doctrina calvinista algo que no responde a todas las formas y etapas de su desarrollo, nos limitamos a la exposición de la doctrina de Calvino (II), para interpretar después brevemente el desarrollo del c. posterior y sus ramificaciones (III).

II. Doctrina y ulterior actividad reformadora de CaIvino

La obra principal de Calvino, la Institutio Religionis Christianae, experimentó desde el año 1536 al 1560 una serie de ediciones, en las que el autor fue ampliando cada vez más este manual bíblico-teológico y perfeccionando su síntesis de la doctrina cristiana. La forma final y definitiva fue la edición latina de 1559 dividida en cuatro libros (a la que siguió solamente 1á traducción francesa en 1560). En adelante citaremos la edición de 1559 como Inst., indicando seguidamente el libro y el capítulo. Calvino presenta una interpretación ortodoxa de la doctrina trinitaria (Inst. r, 13), demostrando claramente que las inculpaciones dirigidas contra él, en las que se le atribuyen tendencias arrianas, carecen de todo fundamento. También es ortodoxa su cristología (Inst. it, 12-17), aunque no puede pasarnos inadvertida una cierta tendencia hacia el nestorianismo. El papel del Espíritu Santo aparece muy en primer plano en lo que atañe a la creación y conservación del cosmos, al gobierno general del linaje humano y a su actividad especial en cada uno de los creyentes y en la Iglesia (CR 36, 349). El significado de la humanidad de Cristo pasa a segundo plano. La doctrina de Calvino, y más tarde también la calvinista, es fuertemente teocéntrica. Lo que a Calvino le preocupa siempre es la soberanía de Dios, su libertad absoluta, su omnipotencia (con tendencia a hacer de Dios el único agente), su providencia y - sólo como una consecuencia de esto - la doble predestinación del hombre, su elección o condenación.

Si el hombre ha continuado hombre y si puede hacer todavía cosas excelentes en el campo del arte y de la ciencia, se debe sólo a la intervención salvadora de Dios por medio del Espíritu Santo, por quien el hombre conserva la voluntad y la razón, como funciones humanas, e incluso es capaz de hacer obras relativamente buenas y nobles; pero de hecho todo eso se queda entre rejas, entre las rejas del pecado (Inst. ii, 1; 7-12). Exactamente igual ocurre con lo que hay de relativamente bueno en el orden de la sociedad caída: leyes humanas, talentos de administración, incluso talentos profesionales en general. Todo esto es un don de la actividad general del Espíritu Santo, gracias a lo cual la humanidad, a pesar de su profunda corrupción, se mantiene aún dentro de ciertos límites (Inst. rv, 20, 2; CR 61, 599). Una concepción tan pesimista es consecuencia de la doctrina de Calvino sobre la corrupción total del hombre.

Lo mismo que Lutero, Calvino está convencido de que el hombre, desde la caída de Adán, nace con una naturaleza radicalmente corrompida. El hombre no es pecador porque comete pecados, sino que comete pecados porque es esencialmente pecador. Lutero y Calvino opinan con razón que todos los hombres, en el orden histórico de la salvación, deben realizar todas sus acciones (al menos implícitamente) por amor a Dios, el definitivo fin sobrenatural, pero que el pecado original le ha hecho al hombre incapaz de esto. De ahí se sintieron obligados a deducir que el hombre no regenerado obra en todas sus acciones como pecador (Lutero: cf. CA, Art. 2; Calvino: Inst. ii, 1, 8-9). Pero, con ello, limitan sin razón el efecto de la gracia de Cristo. No vieron que Cristo por su gracia, que actúa siempre y en todas partes, hizo posible, incluso en el hombre (todavía) no regenerado, una orientación inicial hacia Dios (cf. referente a esto: Tomás, ST II-II, q. 83, a. 16; 1-11, q. 112, a. 2).

1. La actividad del Espíritu Santo en cada uno de los fieles

Para Calvino la actividad especial del Espíritu Santo se realiza primariamente en cada uno de los fieles (y concretamente a base de un testimonium Spritus Sancti estrictamente individual) y - en comparación con esto - sólo de una forma secundaria en la Iglesia como conjunto.

Este testimonio del Espíritu Santo es, por un lado, un testimonio de la verdad divina de la sagrada Escritura (CR 29, 259-296) y, por otro, el don de la certeza interna y perfecta de la promesa que Dios hace a cada hombre en concreto. El testimonio externo del Espíritu en la Escritura sobre la fidelidad inconmovible de Dios a su promesa queda sellado por el testimonio interno en el corazón y da así certeza de la salvación eterna (Inst. r, 9, 3). Poco a poco va viendo Calvino con más claridad que este testimonium Spritus Sancti es sólo un aspecto de la acción especial del Espíritu Santo para conferir al creyente la salvación merecida por Cristo (Inst. 111, 1, 3-4).

Esta donación tiene lugar en la -> justificación y en la santificación. Calvino, lo mismo que Lutero, enseña que la justificación se logra sólo por la fe, es decir, que el hombre no sólo no se puede preparar por sus propias fuerzas a la justificación (esto es también doctrina católica), sino que, además de esto, en la misma justificación el hombre, al dar el sí a la revelación recibida por la fe, no colabora sobrenaturalmente con la acción salvífica de Dios. Lo mismo ocurre con la santificación ulterior, que Calvino acentúa más que Lutero. El Espíritu Santo es el único que obra sobrenaturalmente (CR 79, 155; 36, 483). Él lo hace todo por sí solo (aunque se sirva de ciertos instrumentos), pero a la vez exige una libre obediencia. Éste es también el sentido del poder absolutamente libre del Espíritu Santo; él no solamente no necesita de ningún medio para procurar a los fieles la salvación merecida por jesucristo, sino que puede denegar su acción incluso cuando los hombres emplean bien los medios dados y prescritos por Jesucristo (en primer lugar los sacramentos), de manera que un hombre puede confiar en los sacramentos y, sin embargo, no escapar a la -merecida- condenación (Inst. iir, 2, 11; 111, 24, 8).

La vida espiritual del calvinista se centra en su mayor parte en la acción del Espíritu Santo brevemente insinuada aquí. Junto con la conciencia de la corrupción radical del hombre se da en el c. una firmísima confianza en la promesa de Dios; de aquí, y concretamente del agradecimiento por la salvación recibida y de la obediencia al Señor de la alianza, surge muchas veces una vida de grandes virtudes. Esto es lo que da a la vida de piedad calvinista su rasgo viril. La palabra de Dios es no solamente mensaje de alegría, sino también ley. ¡Dios es el señor, yo soy el siervo! Sin embargo, este carácter duro de la teología y de la vida de piedad del calvinista queda mitigado por un rasgo casi místico (por más que el c. desprecie la mística como mezcolanza de lo divino y lo humano), el cual encontró su expresión en el catecismo de Heidelberg (cuestión 1 s): «mi único consuelo es que yo, en cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no soy posesión mía, sino de mi fiel salvador Jesucristo». Por tanto, la comunidad con Cristo es un elemento codeterminante en la vida de piedad calvinista (Inst. 111, 1, 1; iii, 11, 10).

2. Cristología y eclesiología de Calvino

Calvino tuvo que luchar casi desde el principio en dos frentes: por un lado, contra la Iglesia católica romana; por el otro, contra los libertinistas, que negaban las doctrinas fundamentales del cristianismo (alguna vez incluso la doctrina trinitaria) y decían estar guiados personalmente por el Espíritu Santo, sin hallarse . vinculados muchas veces a la sagrada Escritura más que por un lazo sumamente débil.

Frente a la Iglesia católica romana, Calvino fundamenta en su cristología la negación del papado y de la Iglesia como medio de salvación sobrenaturalmente eficaz. Según Calvino, Cristo es el Hijo de Dios, hecho hombre para, en cuanto mediador, reconciliar a los predestinados con Dios. Como mediador, Cristo, después de su ascensión a los cielos, envió al Espíritu Santo para otorgar en vida su plenitud, pero únicamente a los predestinados, los frutos de su mediación cumplida. Calvino cree que el cuerpo glorificado de Cristo continúa sometido a las leyes de la limitación espacial de este eón antiguo (CR 37, 169; cf. también Inst. iv, 17, 12). Por esto, acentúa que el cuerpo glorificado de Cristo está localmente en el cielo y que la Iglesia visible-invisible de los hombres pecadores se halla en la tierra. Sólo la «fuerza del Espíritu Santo» salva esta separación que durará hasta el día del juicio. Para Calvino, esa «fuerza del Espíritu Santo» no crea una relación ontológica con el Señor glorificado, en virtud de la cual él estaría presente y actuaría en su Iglesia (que es lo que enseña la Iglesia católica). En Calvino se trata de la unión, lograda por la virtud del Espíritu Santo, con la fuerza del cuerpo glorificado de Cristo; a través de esta unión Cristo ejerce su dominio sobre la Iglesia (Inst. ii, 15, 3; también CR 73, 568; 43, 723). Por tanto, también se comprende que para Calvino la presencia de Cristo en la eucaristía se produzca sólo a través de su fuerza, y no a través de su mismo cuerpo glorificado (Inst. iv, 17, 26; también CR 73, 695; 75, 364). Las fuertes expresiones de Calvino acerca de la comunidad con Cristo deben ser entendidas siempre dentro de estos límites.

Así se extiende la actividad del Espíritu Santo en la realización de la redención, pero esto a costa de la importancia de la encarnación y con ello a expensas de la posición de la Iglesia. En efecto, si Cristo no está presente con su mismo cuerpo glorificado en la eucaristía y análogamente en la Iglesia, en consecuencia ésta no es la santificada internamente por esa humanidad santa de jesús y, por tanto, no puede cooperar efectivamente en la salvación con una actividad propia, aunque recibida.

Esto no excluye el que Calvino llame a la Iglesia «madre de los creyentes» (Inst. iv, 1, 4) y que piense, al decir esto, no sólo en la Iglesia invisible (el universus electorum numerus: CR 29, 72) sino también en la visible. Pero la Iglesia es «madre» solamente en tanto el Espíritu Santo ejerce en ella su actividad propia y exclusiva.

Pero, por otro lado, Calvino se opone igualmente a los libertinistas, que intentan separar radicalmente la acción del Espíritu Santo y la función de la Iglesia. La divina providencia ha establecido una unión extrínseca entre la acción del Espíritu Santo y la función de la Iglesia, dice Calvino. Así, la obra del Espíritu Santo está ligada en primer lugar a la palabra de la sagrada Escritura, después a la palabra predicada por la Iglesia (Inst. iv, 1, 4) y, finalmente, a los sacramentos.

Por esto Calvino puede decir también: donde el evangelio es predicado en toda su pureza y los sacramentos son administrados rectamente, actúa el Espíritu Santo, y allí está, por tanto, la verdadera Iglesia de Cristo (como se ha dicho, esto no concuerda totalmente con «la absoluta soberanía» del Espíritu Santo). A estas dos características, aducidas ya por la Confesión de Augsburga, Calvino añade con frecuencia la recta disciplina de la Iglesia. Él estaba convencido de que la disciplina eclesiástica debe regularse, no sólo por unas condiciones históricas libremente ponderadas, sino en primer lugar por los datos bíblicos. Lo mismo afirmaba respecto a las formas litúrgicas. Por esto, intentó también, partiendo de las pocas bases que ofrece la Escritura, proyectar un orden eclesiástico. totalmente propio y reformado según la palabra de Dios (sus Ordinances ecctésiastiques), así como una liturgia reformada según la misma palabra de Dios (La forme de priéres et chants ecclésiastiques). Así, Calvino ha dado a su Iglesia no sólo un credo propio, sino también una forma eclesial muy característica. Como base de este orden eclesial puso el principio del sacerdocio universal de todos los fieles. En la sagrada Escritura encuentra indicadas cuatro funciones que se refieren a la constitución de la comunidad: la de los pastores, la de los doctores, la de los ancianos y la de los diáconos. Todos los fieles son sacerdotes por el «espíritu de filiación», en el cual han renacido. Los oficios se basan solamente en los kharismata del Espíritu Santo, necesarios para la buena dirección de la Iglesia; estos carismas no producen en modo alguno un sacerdocio especial en la Iglesia.

Supo así el aristocrático Calvino, aplicando a la práctica la doctrina del sacerdocio universal, edificar una Iglesia visible, estructurada «democráticamente»; y esto de una forma gradual: cada comunidad es para él una Iglesia en sentido pleno, dirigida por un «consistorio» compuesto por pastores y ancianos (estos presbyteri deben cuidar especialmente de la pureza de la doctrina y también de la disciplina eclesiástica de la comunidad. De ahí el nombre posterior de «Iglesia presbiteriana»). A los doctores toca explicar la sagrada Escritura y conservar así la pureza de doctrina entre los creyentes. Los diáconos deben cumplir, ante todo, la función de servicio en la Iglesia y manifestarla hacia fuera. La Iglesia nacional o regional está formada por las comunidades (las más de las veces se dan formas intermedias: classes) y se halla bajo la dirección de un sínodo compuesto por pastores (1/3) y ancianos (2/3). Al mismo tiempo reconocía Calvino no sólo una Iglesia nacional, sino también la universalidad de la Iglesia visible, por lo cual tendió siempre a la unión de todos los cristianos (como se comprenderá, en la práctica sólo a la unidad de los protestantes), unión que él intentó descubrir incluso en la cristiandad escindida.

Pero el énfasis que pone Calvino en la estructura externa no significa en modo alguno que no tuviera en cuenta la ligazón interna del organismo viviente. Recalca constantemente que todos los dones de los administradores de un oficio, así como los de los fieles que no poseen oficio, han sido concedidos para la edificación «del cuerpo de Cristo» (Inst. iv, 3, 2). Sin embargo, aquí hemos de añadir que esta edificación del cuerpo de Cristo, así como todo crecimiento en la comunidad con Cristo se realiza «en la fuerza de su Espíritu y no en la substancia de su cuerpo» (CR 79, 768). La Iglesia como Corpus Christi mysticum no tiene ninguna relación ontológica con el cuerpo personal y glorificado de Cristo y, por esto, no tiene tampoco una realidad propia, pneumática. Por tanto, se comprende también que los guías de la Iglesia no pueden interpretar infaliblemente la sagrada Escritura, aunque los karismata de los oficios dan una cierta autoridad a la predicación de la Iglesia. En principio se presupone la validez de la interpretación de la Iglesia, mientras uno no perciba claramente lo contrario en la sagrada Escritura. Para Calvino, un concilio como los que habían tenido lugar en otros tiempos, conserva todavía una autoridad especial, aunque no infalible. Respecto al papa apenas si encuentra una palabra de aprobación: no es más que una «joroba repugnante» que destruye la simetría del cuerpo de la Iglesia (CR 29, 624), o, dicho brevemente: el anticristo (CR 29, 624). Otra aplicación práctica e importante del sacerdocio universal es el concepto que tiene Calvino de la actividad profesional como servicio de alabanza a Dios.

III. Desarrollo del calvinismo

La vigorosa estructura eclesiástica con un fuerte elemento seglar del c. ha mostrado su solidez a lo largo de la historia, aunque también se han manifestado sus defectos. Esta estructura, junto con el escrito confesional elaborado por Calvino (Confessio gallicana), fue ratificada en el primer sínodo nacional de Francia y después, con algunas variantes, introducida en todas las comunidades reformadas y en las iglesias nacionales. A partir de 1550, aproximadamente, el calvinismo se difundió rápidamente, sobre todo en muchos países europeos. A esto contribuyó en gran parte la academia internacional fundada por Calvino en Ginebra en 1559. Después del acuerdo de Calvino con Bullinger, el sucesor de Zuinglio (1549: Consensus Tigurinus o «acuerdo de Zurich»), el calvinismo también se extendió rápidamente por Suiza. Al mismo tiempo se expandía en Francia, donde, a pesar de las muchas persecuciones y de las guerras de religión, se ha mantenido hasta nuestros días. Después se difundió en Holanda, que en el s. xvii era el centro espiritual del c. (1618-1619: «sínodo de Dordrecht»), y también en Inglaterra, bajo Eduardo vi (1547-1553 ); con Cromwell (1649-1659) los calvinistas puritanos llegaron incluso al poder, pero después se vieron en gran parte obligados a emigrar a Holanda o a América del Norte. En Escocia fue Juan Knox el que introdujo el c. en la segunda mitad del s. xvi, y por cierto con mucho éxito. En Alemania el c. no pudo asentar el pie más que en unos pocos lugares (Palatinado 1563; catecismo de Heidelberg). En Hungría surgió una poderosa «Iglesia húngara reformada». En Polonia el c., que al principio se había extendido rápidamente, fue elimiminado casi totalmente por la Contrarreforma. En los Estados Unidos y en el Canadá el c. se ha desarrollado muchísimo y se ha fundido - en cuanto reconoce a Calvino como su fundador directo- en las grandes «Iglesias presbiterianas» o en pequeñas Iglesias libres del mismo tipo (las más de las veces «fundamentalistas» en su ortodoxia). Además, los presbiterianos (que en la Europa continental se llaman «reformados» y son, aproximadamente, unos 45 millones) han sido muy activos en las regiones de misión, donde han fundado Iglesias presbiterianas (que actualmente se han hecho independientes). Desde 1875 la mayoría de los presbiterianos están unidos en la Presbiterial World Alliance.

Para comprender la influencia mundial del c. hay que tener en cuenta, además, las grandes ramas que en el curso de la historia se han separado de la Iglesia anglicana y que han adoptado, en diversa medida, la doctrina y la organización eclesiástica del c. Cronológicamente hay que citar, después de los puritanos, a los congregacionalistas, que en el s. xvii se desgajaron de la Iglesia anglicana y llevaron hasta sus últimas consecuencias el principio calvinista de la comunidad: cada una de las Iglesias locales es Iglesia en su sentido pleno, y, por esto, no puede existir más que una alianza de Iglesias locales totalmente independientes (en la actualidad hay unos cinco millones de congregacionalistas). En el s. xviii, los metodistas, bajo la dirección de Juan Wesley y por influencias pietistas y calvinistas, se separaron de la Iglesia anglicana y adoptaron (según los países) una doctrina y una organización eclesial más o menos calvinistas. Los metodistas ascienden actualmente a unos 40 millones. También los anabaptistas, separados de la Iglesia anglicana en el s. xvii, han caído cada vez más bajo la influencia de la doctrina calvinista; su organización eclesiástica es la congregacionalista (hoy son unos 55 millones). Todos estos grupos están muy representados en los EE. W. y en las antiguas regiones misionales. Se comprende que, dado el gran movimiento ecuménico que existe actualmente sobre todo entre los calvinistas, haya intentos de unión, las más de las veces entre los presbiterianos y estos grupos; pero en un paso ulterior también con los anglicanos.

En la docrtina calvinista se ha dado una evolución paralela a las distintas corrientes generales del pensamiento europeo y americano, las cuales continúan influyendo en las diferentes Iglesias en forma de tendencias determinadas. En el s. xvii surgió entre los continuadores de la reforma una teología ortodoxa al estilo de la escolástica, que muchas veces se perdía en sutiles discusiones con los luteranos acerca de la presencia real en la eucaristía y que condujo, en general, a una limitación de los horizontes de la teología y a una aridez de la vida de piedad.

En el s. xviii siguió, como reacción, el movimiento pietista, el cual, conforme al carácter que Calvino dio a estas Iglesias, ha conservado casi siempre una orientación activa en la piedad y una especie de temor a la mística. El pietismo anglicano-calvinista encontró su expresión en la actividad ética del metodismo. Como en todas partes, el -->pietismo infundió también en el c. una mentalidad antiintelectualista y antiortodoxa, que de vez en cuando dio origen a escisiones. El racionalismo de los s. xviii y xix influyó tanto en la teología como en la vida de piedad de forma devastadora: Cristo fue degradado a la categoría de un mero, ejemplo moral; el Espíritu Santo fue concebido, no como persona, sino como «fuerza divina» y quedó suplantado más y más por la «razón ilustrada del hombre». Igualmente el luterano Schleiermacher, con su teología inmanentista y antropocéntrica (en clara oposición a las doctrinas de Calvino), ha influido mucho en la teología calvinista del s. xix. La teología calvinista de esta época recogió también de Calvino su relativismo en la concepción de la Iglesia (cada Iglesia es una configuración peculiar del espíritu cristiano). Ya en el s. xix surgió, propiamente como reacción contra el racionalismo extremo, un despertar pietista, pero ortodoxo (que partió de Ginebra). Pero el triunfo sobre el racionalismo no se dio sino después de la primera guerra europea, con la «teología -> dialéctica» (especialmente Karl Barth), la cual defendió de manera extrema (sobre todo al principio) la transcendencia de la revelación, con su pensamiento del «Dios totalmente diferente»). Esta teología logró introducir nuevamente la doctrina ortodoxa sobre la Trinidad y sobre Cristo en casi todas las Iglesias calvinistas. Al mismo tiempo, despertó por lo común en el c. la conciencia de Iglesia, y esta vuelta a la ortodoxia concebida de una forma nueva y principalmente a la conciencia de Iglesia es las más de las veces el fundamento sobre el que se basa la posibilidad de diálogo con la Iglesia católica romana. Ahora se empieza a ver en la Iglesia católica cómo la imagen que los católicos tienen de Calvino, ha sido desfigurada con frecuencia en las polémicas entre ambas confesiones. Muchos calvinistas tienen una conciencia semejante por lo que toca a la figura del papa y a la imagen de toda la Iglesia, especialmente después de que el concilio Vaticano rl ha eliminado el motivo de muchos ataques de Calvino. Pero la oposición fundamental, por desgracia, persiste todavía.

Johannes Witte