ARQUEOLOGÍA BÍBLICA
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Todavía en el s. xix la Biblia era casi la única fuente de nuestros conocimientos sobre el oriente antiguo. Las noticias de historiadores profanos, transmitidas en manuscritos medievales, apenas podían añadir algo a la imagen de la historia anterior al primer milenio a.C. que se halla diseñada en el AT. Esta situación quedó fundamentalmente modificada por las excavaciones arqueológicas.

De acuerdo con la finalidad que Pío x había señalado en el año 1908 al Pontificio Instituto Bíblico, los padres jesuitas empezaron en el año 1929, bajo la dirección de A. Mallon, a excavar en el ángulo nordeste del mar Muerto, en Teleilat el-Gassul, en busca de las cinco ciudades nombradas en Gén 14, 2. Pero encontraron, no Sodoma y Gomorra, sino una cultura que floreció hacia el año 2000, antes de la llegada de Abraham a Palestina, o sea, en el tiempo en que según la ->cronología bíblica (en Biblia, C) habría sido creado Adán... Hoy la a.b. ya no pretende limitarse a confirmar las afirmaciones bíblicas a base de excavaciones. La finalidad de la a.b. no es demostrar que la Biblia < tenía razón», sino, simplemente, mostrar la verdad histórica. Esta búsqueda, libre de prejuicios, de la verdad histórica será a la larga la única «fundamentación» legítima de los relatos bíblicos.

Lo mismo que en la arqueología profana, en la a.b. el objeto propio de su investigación está en las ruinas y edificaciones de culturas antiguas. Las épocas más primitivas de la humanidad, de las que sólo se han conservado huesos o instrumentos de piedra, las estudia la paleontología (con hallazgos como los recientes en Ubeidiya, en el ángulo sudoeste del lago de Genesareth, del tiempo entre el año 800 000 y el 600 000 a.C.). De las noticias escritas sobre los sucesos pretéritos se ocupa la ciencia histórica, a la que, sin embargo, no pocas veces la arqueología proporciona material nuevo, consiste en tablillas cuneiformes, objetos de barro con inscripciones (ostraka) y rollos de cuero o papiros.

A diferencia de la arqueología profana, la a.b. se interesa solamente por aquellas excavaciones realizadas en los países bíblicos que tienen alguna relación con la historia de la -> salvación narrada en la Biblia. Por ejemplo las excavaciones de H. Schliemann en la Troya homérica no pueden ser consideradas como a.b., pero sí las excavaciones en Tróade de Alejandría, el floreciente puerto visitado varias veces por Pablo, en la costa noroeste del Asia Menor. Sin embargo, los métodos de la arqueología profana y los de la bíblica son los mismos; por esta razón en la parte arqueológica de las ciencias bíblicas se da un valor apologético que no hemos de menospreciar.

Entre estos métodos hay dos de especial importancia. Desde el año 1894 se usa el método Petrie-Bliss, al que han dado su nombre el inglés F. Petrie y el americano F.J. Bliss. Se fija en los objetos de barro típicos de cada estrato. Puesto que la cerámica prácticamente siempre estaba en uso y, además, en los distintos siglos según la moda cambia en forma, pintura, adorno y técnica de fabricación de vasijas, bandejas o pucheros, el método Petrie-Bliss se ha acreditado extraordinariamente en todas las excavaciones. Por las posibilidades actuales en el campo de la fotografía y de la reproducción, la cerámica hallada en un lugar puede compararse fácilmente con la de otros lugares. Hallazgos de una cerámica igual en estratos de diversos lugares de excavación legitiman para atribuir la misma antigüedad a tales estratos.

Pero esa manera de determinar las fechas sólo conduce a una cronología relativa, que no permite sin más hablar de «años». Desde el año 1950 es posible superar en cierto modo esa limitación por el método radiocarbónico. Tratándose de materias orgánicas (madera, fibras, cuero), cabe averiguar cuándo fueron cortadas, cosechadas o arrancadas de un animal muerto, pues el carbono isótopo 14 se descompone muy regularmente. Pero el método no es fidedigno para el tiempo anterior al año 70 000 a.C., e incluso para el tiempo posterior al año 70 000 a.C. contiene siempre un factor de inseguridad de - + 10 %. Por tanto, si en un trozo de cuero, p. ej., de las cuevas de Quirbet Qumrán en el mar Muerto dicho método da una antigüedad de 2000 años, ese cuero puede proceder de una fecha que oscile entre el año 200 a.C. y el año 200 d.C. Sólo el hallazgo de monedas, de cerámica típica o de material escrito puede entonces llevarnos a una determinación más exacta de la fecha, de modo que, en el ejemplo propuesto, sea posible dar respuesta a la pregunta decisiva de si el trozo de cuero procede de un tiempo anterior o posterior a Cristo.

En Palestina las épocas arqueológicas más importantes (notando que' esta división no es válida para otras partes de la tierra) son la antigua edad de piedra, la media y la posterior (paleolítico, mesolítico, neolítico), las cuales se extienden desde el año 1 000 000 (a lo sumo) a.C. hasta el 4000 a.C. Hacia el 4000 a.C. empieza la cerámica en Palestina y junto con esto, entre el 4000 y 3000 a.C., la edad de piedra y cobre (calcolítico). La siguiente época del bronce, importante para la historia de los patriarcas (3000-1200 a.C.), se divide también en antigua, media y posterior (hasta el 1200 a.C.). La conquista de Palestina por Israel cae en le período de transición entre la edad del bronce y la del hierro (desde el 1200 a.C.).

Hemos de mostrar con algunos ejemplos de qué manera la arqueología bíblica ayuda a entender más profundamente los textos bíblicos, sin ánimo de proporcionar una verdadera demostración de los mismos. A base de los hallazgos en Mesopotamia, que prueban la existencia de una cultura floreciente hacia finales del tercer milenio a.C., queda más claro que en Abraham Dios no eligió a ningún poderoso y sabio de esta tierra (cf. 1 Cor 1, 26s), sino a un nómada que vivía en la soledad de la estepa y, como tal, era más apropiado para el plan salvífico de Dios que los miembros de las grandes culturas de aquel tiempo. Los preceptos morales del -> decálogo después del hallazgo de la estela de Hammurabi ya no aparecen como algo absolutamente nuevo en el antiguo oriente; pero, por otra parte, también advertimos que en el panteón antiguo no hay ningún paralelismo respecto al --> monoteísmo de Israel, al nombre de « Yahveh» y a su explicación. Aunque la exégesis critico-literaria del AT muestra que la fijación escrita de los relatos sobre la estancia de Israel en Egipto es relativamente tardía, sin embargo, los arqueólogos han podido poner de manifiesto con qué exactitud en esos relatos se describen en parte las circunstancias de Egipto sobre el tiempo de la 19 dinastía (s. xitz a.C.). Mas, por otra parte, desde las excavaciones de J. Garstang en los años 1930-36, los arqueólogos también creyeron haber descubierto los muros de Jericó que se derrumbaron cuando Josué mandó tocar las trompetas (Jos 6). Pero, en realidad, las excavaciones más precisas de Kathleen M. Kenyon han dado como resultado que la ciudad, entre el año 1650 y el 650 a.C. aproximadamente, no tuvo una población muy notable. La exégesis sólo podrá ser justa con estos resultados examinando nuevamente si el libro de Josué pretende ofrecer un exacto relato histórico en el sentido moderno (-> géneros literarios). Las excavaciones de R. de Vaux y K.M. Kenyon, desde 1961, en la colina sudeste de Jerusalén nos posibilitan hoy una comprensión mucho más exacta de lo que fue la «ciudad de David» en la época de los reyes. Las excavaciones en las fortalezas herodianas de Herodion y Massada han dado por resultado que los datos del historiador judío Flavio Josefo son exactos, con lo cual esta fuente histórica ha recibido mayor autoridad.

Cuanto más nos acercamos al tiempo neotestamentario, tanta mayor importancia reviste el confrontamiento de las excavaciones con los documentos que se nos han transmitido en antiguos manuscritos. En el caso ideal la voz de los documentos y la voz de los monumentos (E. Josi) concuerdan. Esto sucede en gran parte en los descubrimientos más importantes que la arqueología bíblica ha hecho en -> Qumrán. Desde 1947 se encontraron en el límite noroeste del mar Muerto, en once cuevas excavadas en la roca, los restos de más de cien rollos escritos. En virtud de la igualdad entre la cerámica hallada en las cuevas y la de las ruinas próximas de Quirbet Qumrán, pudo demostrarse la existencia de una relación entre lo depositado en las cuevas y las ruinas cercanas. Las ruinas resultaron ser restos de un monasterio judío anterior a Cristo, el cual desde el año 135 a.C. hasta el 68 d.C. estuvo habitado por monjes. Vivían ateniéndose a una regla de la orden, de la que se han hallado ejemplares descubiertos en las cuevas.

Los hallazgos de Qumrán han arrojado nueva luz sobre el Evangelio de Juan. La parte de los discursos de este Evangelio está ciertamente acuñada por la teología de Juan, pero, por otro lado, la a.b. muestra cada vez más que las anotaciones cronológicas y topográficas del cuarto Evangelio son muy exactas. Sobre todo las excavaciones en la piscina de Betesda, en Jerusalén (cf. Jn 5, 2 «hay en Jerusalén», no «hubo en Jerusalén»), han demostrado cómo Juan elaboró tradiciones que debían proceder de la Palestina anterior al año 70 d.C.

En la piscina de Betesda, donde el arqueólogo ha dejado las piedras al descubierto, las piedras que fueron «testigos» de la actividad pública de Jesús, el peregrino moderno encontrará el contacto personal con la historia de salvación más fácilmente que en los santuarios de peregrinación del Gólgota y de Belén, recubiertos de mármol y terciopelo. Ahí está el valor pastoral de la a.b. Cuando además de esto hace posible una mejor y más profunda inteligencia de la historia bíblica, la a.b. adquiere también la importancia de una disciplina teológica, sin la cual la moderna ciencia bíblica es ya inconcebible.

Y, sin embargo, hay exegetas del NT - sobre todo en la parte no católica - que se acercan a los textos de los evangelios y de las epístolas paulinas en forma meramente filológica y filosófica, sin utilizar los resultados de la a.b. Quizá una reflexión sobre los resultados de la a.b. provocaría un retorno espiritual de estos investigadores al suelo espacial y temporalmente limitado en el que Cristo vivió y padeció realmente, en el que el Resucitado fundó su Iglesia. La a.b. conduce al misterio del Hijo de Dios «venido en carne» (2 Jn 7). Por otro lado, la a.b. no puede ser la norma suprema. En las cuestiones decisivas de la interpretación de la Biblia, p. ej., con relación a la pregunta de qué sucedió en la mañana de Pascua, la a.b. - lo mismo que la crítica textual o la literaria- sólo puede aportar indicios. En último término la respuesta debe darla una exégesis dirigida teológicamente y soportada por la fe en la Iglesia de Cristo. Por tanto, hay que seguir manteniendo la primacía de la exégesis, de la interpretación del texto, sobre la a.b., incluso después de los recientes y espectaculares hallazgos en este campo de investigación.

Benedfkt Schwank