ANGELOLOGÍA
SaMun


1. La doctrina de los ángeles, aun reduciéndose a la medida en que real e ineludiblemente pertenece al mensaje cristiano (donde, evidentemente, ha de buscar su recto contexto), tropieza hoy con dificultades especiales. Primero, porque el hombre de hoy rehúsa injustamente el que se le conduzca más allá de un primitivo saber empírico; y, además, porque él cree que dentro del mismo conocimiento salvífico puede desinteresarse por completo de una eventual existencia de «ángeles», de los cuales se desentiende la piedad racional de nuestro tiempo. Finalmente, desde el punto de vista de la historia de la religión, añádese a esto la observación de que en el AT la doctrina de los ángeles aparece relativamente tarde, como una especie de «inmigración desde fuera», y en el NT, prescindiendo de algunos fenómenos religiosos marginales, en cuya «catalogación» se requiere suma cautela, el tema de los ángeles (-> demonios) se toca más bien bajo una actitud de repulsa a un cierto culto angélico y con conciencia de la superioridad del cristiano sobre todos los « poderes y potestades» del mundo, de modo que el interés existencial y religioso de los cristianos seguiría en pie aun cuando no hubiera ningún «ángel» (bueno o malo) dotado de individualidad y substancialidad propia.

2. Ya de estas sencillas observaciones cabe deducir algunos principios hermenéuticos (importantes también en la predicación) para una a.

a) Sin perjuicio de la personalidad substancial de (muchos) ángeles, buenos o malos (Dz 2318), no podemos ni debemos concebirlos antropomórficamente, sobre la base imaginativa de los puntos espaciales y temporales, y así representárnoslos como una suma de pequeños seres espirituales carentes de materia, los cuales (los ángeles buenos y los malos), a semejanza de los «espíritus» en las sesiones espiritistas, actuarían caprichosamente (o en virtud de especiales «encargos» divinos) en el mundo material y humano, sin una relación verdaderamente interna, permanente y esencial al mundo. En cambio, los ángeles pueden ser concebidos como «poderes y fuerzas» que por esencia pertenecen al «mundo» (o totalidad de la creación espiritual y material con su proceso evolutivo), sin perjuicio de que sean «incorpóreos», lo cual, por otra parte, no significa carencia de relación al único cosmos material; pueden ser concebidos como principios creados, finitos, conscientes de sí mismos y, con ello, libres y personales, que entran en la estructura de órdenes parciales del universo.

Como tales, los ángeles no se hallan por principio substraídos al conocimiento natural y empírico (el cual no coincide sin más con la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales) y, por tanto, no constituyen un objeto cuyo descubrimiento esté de suyo inmediata y necesariamente vinculado a la revelación. Dondequiera que en la naturaleza y en la historia surgen órdenes o estructuras o unidades de sentido que, por lo menos para una valoración sin perjuicios de lo que allí se intuye, no se presentan ni como composiciones hechas desde abajo a base de un mecanismo meramente material, ni como planeadas y creadas por la libertad humana, y dado que esas unidades de sentido en la naturaleza y en la historia nos muestran como mínimo huellas de una inteligencia y una dinámica extrahumanas, está plenamente justificado el verlas soportadas y dirigidas por tales «principios». Pues es metódicamente falso el que corramos a interpretar esos complejos, esas unidades de sentido en la - naturaleza (cf. Ap 16, 5, etc.) y en la - historia («ángeles de los pueblos»: Dan 10, 13, 20s) como manifestaciones inmediatas del espíritu divino, sobre todo teniendo en cuenta cómo el antagonismo allí existente, por lo menos entre las grandes unidades históricas, in nua que él se debe más bien a «poderes y fuerzas» antagónicos dentro del mismo mundo. ESta concepción presupone que los ángeles como tales «principios» de la naturaleza y de la historia no obran por primera vez cuando se trata de una momentánea historia individual de salvación o de perdición en el hombre, sino que su operación en principio precede por naturaleza a su y a nuestra libre decisión, si bien ésta también pone su sello en dicha operación. Esto no excluye la función de los ángeles como «ángeles de la guarda», pues todo ser espiritual (y, por tanto, también los ángeles) posee una configuración sobrenatural y, con ello, (cada uno a su manera) tiene (o tuvo) una historia de salvación (o de perdición) y, también a través de su función precisamente natural, cada ser espiritual reviste importancia para los demás, sin que por eso se deba ir más lejos en la sistematización y elaboración de la doctrina sobre los ángeles de la guarda.

A base de esta concepción fundamental del ángel resulta también comprensible por qué él no puede ser objeto de la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales, a saber, por la razón de que esta experimentación, tanto desde el punto de vista de su objeto como del sujeto, tiene que moverse siempre dentro de los «órdenes mencionados». Si la relación (natural) de los ángeles con el mundo y su actuación en él se basa fundamentalmente en su esencia (y no en sus casuales decisiones personales) eso mismo pone de manifiesto que ellos, como principios de órdenes parciales del mundo, de ninguna manera hacen problemática la seguridad y la exactitud de las ciencias naturales. Por otra parte, esto no excluye toda otra experiencia de los ángeles, según lo dicho antes (cabría mencionar aquí el espiritismo y la -> posesión diabólica). Explicaciones antropomórficas, sistematizaciones problemáticas, usos en lugar inadecuado, fijaciones de tipo dudoso en la historia de las religiones, acepción meramente simbólica..., todo eso no constituye ninguna objeción perentoria contra la validez de la experiencia fundamental de tales fuerzas y poderes en la naturaleza y en la historia, en la historia de salvación y en la de perdición. Hoy, cuando con precipitada complacencia se tiene por sumamente razonable el pensamiento de que en medio del enorme universo debe haber seres vivientes dotados de inteligencia también fuera de la tierra, el hombre no puede rechazar de antemano como inconcebible la existencia de «ángeles», siempre que se los conciba, no como un adorno con cariz mitológico de un mundo sagrado, sino, primordialmente, como «fuerzas y poderes» del cosmos.

b) Esto supuesto, resulta comprensible desde qué punto de partida y en qué medida una a. tiene cabida en la doctrina religiosa de la revelación. La revelación no introduce propiamente (por lo que se refiere a los ángeles) en el ámbito existencial del hombre una realidad que de otro modo no existiría, sino que, desde Dios y su acción salvífica en el hombre, interpreta lo que ya existía, cosa que debe decirse también de todas las demás realidades de la experiencia humana, las cuales requieren un esclarecimiento desde la fe y tienen necesidad de redención en su relación al hombre y en la relación del hombre a ellas. Por tanto, en la a., la revelación ejerce la misma función que en el restante mundo creado del hombre: confirma su experiencia, la preserva de la idolatría y de la confusión de su carácter misterioso con el mismo Dios, la divide (progresivamente) -allí donde y porque ella es espiritual y personal- en dos reinos radicalmente opuestos, y la ordena en el único acontecimiento en torno al cual gira todo en la existencia del hombre, a saber, la venida de Dios en Cristo hacia su creación. Así, la a., como doctrina del mundo que desde fuera rodea a la naturaleza humana en la historia de la salvación, se presenta para la teología del hombre como un momento de una --> antropología teológica (cf., p. ej., Rahner, i, 36), prescindiendo de cuál es el lugar «técnica» o didácticamente adecuado para tratarla. Ella da a conocer al hombre un aspecto del mundo que le rodea en su decisión creyente, e impide que él infravalore las dimensiones de ésta, mostrándole cómo se halla en una comunidad de salvación o de perdición más amplia que la de la sola humanidad.

En virtud de esta posición de la a. en la antropología teológica recibe ella su importancia, su medida y un interno principio apriorístico para indicar qué es lo que propiamente se pregunta aquí y desde qué punto de vista cabe «sistematizar» los escasos datos de la Escritura. Ahí tenemos, p. ej., el lugar original desde donde hemos de determinar la esencia de los ángeles, sin perjuicio de que, en cuanto espíritus «incorpóreos», se diferencien notablemente del hombre. Y de ahí se desprende concretamente que ellos pertenecen al mundo por su misma esencia, se hallan junto con el hombre en la unidad natural de la realidad y de la historia, compartiendo con él la única historia sobrenatural de salvación, la cual - también para ellos - tiene su primer esbozo y su último fin en Cristo.

Pero, en cuanto la antropología teológica y la -> cristología se hallan en una mutua interdependencia esencial, la esencia de la a. está codeterminada por ese contexto más amplio. Si la posibilidad concreta de la creación (que también habría podido realizarse sin la encarnación) y la creación fáctica están fundadas en la posibilidad o en el hecho de que Dios «libremente» decretara su propia manifestación absoluta mediante la exteriorización de su Palabra, la cual, en cuanto se pronuncia a sí misma, se hace hombre (B. WELTE, Chalkedon iii, 5180; RAHNER, IIl, 35-46), consecuentemente, a la postre también la a. sólo puede ser entendida como un momento interno de la cristología; los ángeles son en su esencia contorno personal del Verbo exteriorizado y enajenado del Padre, el cual es la palabra de Dios manifestada y oída en una persona.

La diferencia entre los ángeles y los hombres debería verse en una modificación (ciertamente «específica») de esa esencia («genérica») común a unos y a otros, esencia que llega a su suprema y gratuita plenitud en la Palabra de Dios. Desde ahí habría que enfocar temas como los siguientes: «la gracia de los ángeles como gracia de Cristo», «Cristo como cabeza de los ángeles», «la unidad original del mundo y de la historia de la salvacíón compartida por los ángeles y los hombres en su supraordinación y subordinación mutuas», «la variación que experimenta el papel de los ángeles en la historia de la salvación». La a. encuentra en la cristología su última norma y su más amplia fundamentación.

3. La historia de la angelología cristiana.

a) La a. cristiana tiene una prehistoria; este hecho reviste una importancia fundamental para comprender su esencia. Quizá sea exacto que ya en los más antiguos estratos del AT está presente la fe en los ángeles. Pero allí es todavía tenue, y no queda elaborada hasta los escritos posteriores (Job, Zac, Dan, Tob). La fe en los ángeles nunca aparece como el resultado de una revelación histórica de la palabra divina a través de un suceso (como, p. ej., el pacto de la alianza). Los ángeles son presupuestos como algo que evidentemente existe, están simplemente ahí como en todas las religiones de los alrededores de Israel y se los experimenta sencillamente como existentes. De ahí que, en lo referente a su relación a Dios, su índole creada y su división clara en buenos y malos, la Escritura pueda esperar tranquilamente hasta un momento posterior a convertirlos en objeto de reflexión teológica, lo cual resultaría inexplicable si la existencia y naturaleza de los ángeles fuera una verdad directamente pretendida por la revelación de la palabra divina. Se ha intentado buscar auxilio en la afirmación de que la doctrina de los ángeles pertenece a los datos de la -> «revelación primitiva». Pero, aun cuando estuviéramos dispuestos a aceptar esto, habría que preguntar cuál es el presupuesto para el hecho de que esa revelación primitiva se mantuviera tan largo tiempo en forma adecuada, y continuara desarrollándose y, por cierto, esencialmente en igual manera dentro y fuera de la historia de la revelación propiamente dicha. La respuesta real a semejante pregunta demostraría seguramente que ese contenido de la tradición se transmite desde siempre y en todo momento, porque en cada instante puede surgir de nuevo. ¿Por qué no puede haber ninguna experiencia (que en sí todavía no signifique una revelación divina) de poderes personales extrahumanos, que no sean el mismo Dios?

Esta prehistoria del tratado muestra que la fuente originaria del auténtico contenido de la a. no es la revelación de Dios mismo. En consecuencia, como ya hemos acentuado, el tratado siempre debe tener esto ante sus ojos. La revelación propiamente dicha, en el Nuevo Testamento particularmente (y en general allí donde ella surge con relación a los ángeles a través de la palabra de los profetas y de otros portadores primarios de la revelación o a través de la Escritura inspirada), tiene, sin embargo, una función esencial, a saber, la de seleccionar y garantizar. En virtud de esa función, la a. procedente de fuera, de la historia anterior a la revelación, es purificada y liberada de elementos inconciliables con lo auténticamente revelado (la unicidad y el verdadero carácter absoluto del Dios de la alianza y el carácter absoluto de Cristo como persona y como mediador de la salvación), y los elementos restantes quedan confirmados `como experiencia del hombre legítimamente transmitida, y así se conserva para él ese saber cono un momento importante de su existencia religiosa, el cual de otro modo podría perderse. Esto se pone también de manifiesto mediante observaciones particulares acerca de la Escritura: ausencia de una visión sistemática, descenso de ángeles vestidos de blanco, mención genérica como expresión de otras verdades más amplias y que tienen importancia religiosa (dominio universal de Dios, vulneración de la situación humana, etc.), desinterés por el número exacto de los ángeles y por su jerarquía, por su género y sus nombres, uso de ciertas representaciones recibidas y ajenas a la revelación, sin reflexionar sobre su sentido (ángeles como «psychopompoi», sus vestidos blancos, el lugar donde habitan), despreocupación con que se los menciona en cualquier contexto (p. ej., aparición junto con los cuatro animales apocalípticos, etc.).

b) La historia posterior de la a. no vamos a exponerla aquí detalladamente. Resaltaremos solamente lo importante para nuestro planteamiento sistemático de la cuestión. La doctrina del magisterio de la Iglesia ha codificado el contenido real de la Escritura en lo relativo a los ángeles, limitándose con cautela a lo religiosamente importante « para nosotros y para nuestra salvación», y dejando todo lo sistemático al trabajo de la teología. Lo enseriado de una manera realmente dogmática es sólo la existencia de una creación espiritual constituida por ángeles (Lateranense iv, Dz 428; Vaticano i, Dz 1783); y eso como expresión de la fe en que, junto al único y absoluto Dios creador, no hay otra cosa que sus criaturas; y, bajo este presupuesto, se enseña también su inclusión en una historia libre y sobrenatural de salvación y de condenación (Dz 1001 hasta 1005).

Frente a representaciones judeo-apocalípticas y helenísticas de los ángeles, los padres de la Iglesia acentúan ya desde el principio el carácter creado de los ángeles, los cuales, por consiguiente, no han participado en la creación del mundo, como afirmaban distintas formas de la -> gnosis. El PseudoDionisio escribe hacia el año 500 el primer tratado sistemático, y en occidente es Gregorio Magno el que, siguiendo las huellas de Agustín, se ocupa detalladamente de los ángeles; los dos son fundamentales para la angelología medieval.

Esta fue elaborada: 1 °, bajo una valoración demasiado indiferenciada de los textos de la Escritura, sin atender con exactitud a su género literario, a su puesto en la vida y a su verdadera intención (p. ej., cuando los muchos nombres diferentes se convirtieron en otros tantos coros distintos de ángeles); y, en parte, descuidando datos importantes en el plano teológico y salvífico (la unidad natural entre el mundo terreno y el angélico no se planteó claramente como tema de estudio, siendo así que ella constituye el presupuesto de la unidad en la historia salvífica).

2 ° Usando pensamientos de sistemas filosóficos, cuyo origen y cuya legitimidad en una teología de la salvación no fueron examinados con suficiente precisión, de modo que aquí y allá resultan problemáticos. Desde el siglo vi se enseñó la pura «espiritualidad» de los ángeles, la cual pasó luego a ser en tal manera la columna clave de la a., que, teológicamente, tanto la unidad histórico-salvífica entre ángeles y hombres en la única historia de salvación del Verbo encarnado: como los presupuestos naturales de esa unidad, quedan relativamente oscuros (cuestión de si todos los ángeles pueden ser «enviados»; problema del momento de la creación de los ángeles, etc.).

La subordinación de la a. a la cristología (que es tema explícito en Pablo) no recibió el debido peso teológico (todavía en la actualidad hay dogmáticas escolares - Schmaus es una excepción - donde la a. es concebida de una manera totalmente acristológica), si bien ese aspecto no estuvo totalmente ausente, p. ej., cuando (en Suárez, a diferencia de Tomás y Escoto) la gracia de los ángeles fue concebida como gracia de Cristo. En la edad media el ángel era muchas veces el lugar concreto para la elaboración metafísica de la idea de un ente finito, inmaterial y espiritual, entendido como forma subsistens, como substantia separata (siguiendo la filosofía árabe); y hemos de notar a este respecto que tales especulaciones, por útiles y apasionantes que teológicamente sean, conducen con frecuencia a estrechos callejones intelectuales (tales formae separatae se convierten casi en mónadas leibnicianas, que sólo con dificultad se someten a los datos teológicos). Así sucede también que la superioridad de la naturaleza angélica sobre la humana es afirmada con demasiada naturalidad, sin estudiar los matices, como consecuencia de un pensamiento neoplatónico con sus estratos y rangos. Lo cual resulta problemático si pensamos que la naturaleza espiritual del hombre, - implicando una transcendencia absoluta, la cual, por la visión de Dios, eleva a dicha naturaleza hasta su plenitud (indebida) y, por lo menos en Cristo, hasta una plenitud superior a la de los ángeles-, no puede ser calificada con tanta facilidad como inferior a la angélica (¿por qué el poder descender a mayores profundidades materiales, existiendo la posibilidad de un ascenso a una altura tan grande como la profundidad, debe ser ya el indicio de una naturaleza inferior bajo todo aspecto?). Si se alude a Sal 8, 6 y Heb 2, 7, no se puede pasar por alto 1 Cor 6, 8 y la doctrina paulina de la superioridad del Cristo encarnado sobre los ángeles y de la superioridad del cristiano sobre la ley proclamada por los ángeles (cf. también Ef 3, 10; 1 Tim 3, 16; 1 Pe 1, 12).

Naturalmente, lo auténticamente cristiano irá imponiéndose una y otra vez o, dicho de otro modo, la mediación jerárquica a través de estadios desde el Dios transcendente (el cual en el neoplatonismo es considerado como el supremo ente, en contraposición al ser realmente transcendente, que como tal está inmediatamente próximo a todas las cosas) será abandonada más y más.

3 ° Muchos puntos de la a. sistemática son simplemente una aplicación (en conjunto justificada, pero a veces realizada en forma demasiado simplista) a los ángeles de los datos de una antropología teológica, por la razón de que también ellos son criaturas espirituales y están llamados al mismo fin de la visión de Dios.

4 ° Sin tener en cuenta la posición especial de una antropología teológica - la cual, como autoposesión del sujeto que pregunta en la teología y a causa de la encarnación y de la gracia, para nosotros es en cierto sentido toda la teología-, en la usual dogmática escolar el tratado de la a. ocupa simplemente un capítulo y, por cierto, el primero que en la doctrina de la creación se expone después de haber hablado de la creación en general; y a la a. acostumbra a seguir otro capítulo sobre antropología (cf., p. ej., PEDRO LOMBARDO, ir Sent. d. 1-11; TOMÁS, ST r q. 50-64; además q. 106-114, etc.). En este procedimiento meramente aditivo no queda muy clara la función de la a. en una doctrina de la salvación humana.

5 ° Mientras en el tiempo postridentino empieza el estudio histórico-dogmático de la a. (Petavio), hasta hoy falta casi totalmente una reflexión explícita de la dogmática especulativa sobre la angelología.

Karl Rahner