AGNOSTICISMO
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Mientras el -> escepticismo general pone en duda, por principio, la posibilidad del conocimiento verdadero, el a, es aquel escepticismo particular que declara incognoscible lo suprasensible y niega, por ende, la --> metafísica como ciencia y, señaladamente, la cognoscibilidad de -> Dios. El término fue introducido por Th. H. Huxley (1825-1895) para destacar su posición frente a la metafísica (frente a los «gnósticos»).

Agnósticos en sentido absoluto son los partidarios de toda forma de -> positivismo, --> pragmatismo y -> materialismo. Contra todo eso, no sólo la gran filosofía tradicional defiende un conocimiento cierto de lo supraempírico, sino que la universal creencia cristiana, la doctrina de la Escritura (Sab 13, Rom 1, 20) y el magisterio de la Iglesia católica declaran que Dios puede ser conocido por la razón natural del hombre (Dz 1670, 1785, 1806, 2072, 2145, 2320). A los motivos filosóficos (metafísica del -> conocimiento, -> ser, -> verdad, pruebas de la experiencia de --> Dios) que justifican y exigen una repulsa del a., añádese lo que la fe sabe acerca de la naturaleza y capacidad del hombre, así como el conocimiento responsable de la exigencia de la revelación, que, como obligatoria para todos, debe poder ser predicada aun al incrédulo y supone, por ende, en éste una inteligencia previa, sin la cual dicha exigencia no podría ser en absoluto percibida, ni podría poner al hombre ante la decisión de aceptarla o rechazarla (-a revelación).

Por la dignidad de esta decisión (y, a par, por la dignidad del objeto de ella), la teología católica rechaza también las formas más diferenciadas del a., que aunque no niegan todo conocimiento metempírico, tampoco admiten un conocimiento racional, objetivamente válido, de Dios, que se pueda reflejar y justificar teóricamente y sea, por ende, en principio, comunicable. Esta posición toma el idealismo crítico de Kant, y también la metafísica de N. Hartmann en su concepción de lo transinteligible. Kant ha influido decisivamente sobre algunas filosofías modernas de la religión, las cuales entienden parcial o unilateralmente el acto del conocimiento religioso como una decisión y un «salto» que, dado su carácter inmediato, no pueden fundarse ni hacerse en absoluto racionalmente inteligibles. El factor cognoscitivo del acto religioso se atribuye aquí a una potencia irreductible, a un sentimiento y una experiencia (diversamente definidos) que no implican la razón, la motivación ni la deducción, sino que expresamente se oponen a ellas (-> sentimiento religioso). Esto cabe decir en gran parte de la moderna teología y filosofía protestantes de la ->religión. Mientras aquí - como también en el modernismo - impera un a priori filosófico y crítico, el motivo principal del a. de la teología -> dialéctica radica en una inteligencia supranaturalista del hombre y de las exigencias de la revelación, que ella quiere proteger frente a toda falsificación y todo vaciamiento a base de las obras terrenas. Pero este intento de hallar lugar para la fe más allá de lo visible significa, no menos que el a. absoluto, una mutilación destructora de la persona; pues, al limitar de ese modo el saber, se suprime la posibilidad de una decisión responsable, y, al responder con un «no» a la razón natural que pregunta por el sentido de las cosas, queda obstruida aquella apertura en virtud de la cual se hace posible que la revelación - y sólo ella- dé una respuesta perceptible a las preguntas humanas.

Pero también hay de hecho una forma de responder « sí» a las preguntas postreras sobre el ser y sentido de las cosas, que cierra tanto como el « no» la apertura del espíritu finito a la palabra histórica de la revelación de Dios. Esa forma halla su expresión en las distintas maneras de -> racionalismo, sobre todo en un idealismo absoluto que en principio no admita nada incognoscible, por no reconocer, en definitiva, ninguna realidad que transcienda la conciencia. Frente a semejante pretensión, y también frente a la moderna concepción del conocimiento como actividad técnica y sujeción al poder humano, la objeción del a. aparece relativamente justificada. Efectivamente, si para la fe cristiana es ineludible la posibilidad de un conocimiento natural de Dios, no menos esencial es para ella el carácter religioso de este conocimiento. Dios sólo es conocido como Dios cuando se lo conoce como incomprensible, y en medio de su carácter incomprensible se le reconoce (Rom 11, 33; 1 Tim 6, 16; Dz 254, 428, 1782). Esta incomprensibilidad no es sólo de hecho y provisional, como si el hombre no conociera aún a Dios, pero pudiera asirlo en progresivo empeño; no, el carácter incomprensible de Dios subsiste por principio. Y como tal procede, no del hombre, de su limitación individual, social e histórica, que no le permitirían un recto conocimiento (-> relativismo, -> historicismo), sino del ser de Dios mismo como -> misterio absoluto. Misterio no es el residuo que aún queda, sino el fondo abismal de todo conocimiento y de toda cognoscibilidad (la tradición habla de la luz, que hace visibles las cosas; ella misma, empero, sólo puede ser «vista» como invisible y no debe confundirse con lo iluminado).

De ahí que, según la doctrina cristiana, tampoco la --> visión de Dios es una comprensión plena del mismo Dios, sino la contemplación y revelación del misterio adorado. Ahora bien, si esto se dice del más alto conocimiento, aquí se revela la estructura del conocimiento metafísico y personal en general frente al comprender técnico y racional. Se tergiversa la defensa católica del conocimiento racional de Dios cuando se la interpreta en el sentido de parejo comprender; p.ej., cuando se interpreta la analogía como procedimiento de «extrapolación» técnica. El conocimiento defendido por la Iglesia está más bien a servicio del misterio, el cual sólo conserva su rango misterioso y brilla en medio de un carácter incomprensible cuando, separando de él lo conceptual (cuya naturaleza aún no está esclarecida conceptualmente), se lo conoce como lo impenetrablemente estremecedor; pero estremecedor, no a la manera de un caos que destruye todo sentido (pues lo absurdo no es ningún misterio), sino como realidad aprehendida en su plenitud inagotable, como sentido que nos envuelve.

Jörg Splett