ABSOLUTO (LO ABSOLUTO)
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1. Lo absoluto designa, por su concepto, lo incondicionado en cuanto tal. El concepto opuesto es lo relativo. Lo a, excluye simplemente toda dependencia de otra cosa respecto a su existencia. Este uso substantivado de la palabra expresa un carácter incondicional del ser, no sólo de la valoración o del concepto (que se llama absoluto porque no dice referencia a otra cosa). Lo absoluto por excelencia transciende también, como un singulare tantum, la dimensión incondicional de las substancias, y de los «accidentes absolutos», que sólo se da en cierto aspecto; esas substancias son absolutas en cuanto poseen ser independiente o, en todo caso, no se reducen a mera referencia o relatividad.

2. La existencia real de lo absoluto así entendido parece ser (supuesto que exista algo) una evidenció primera que resulta de su mismo concepto. Los contenidos de las nociones de «absoluto» y «relativo» son contradictorios: no puede darse un tercer término que no sea ni independiente ni dependiente en su ser. Lo relativo, empero, apunta de por sí a aquello de que depende, y, en último término, a lo que no es relativo, sino absoluto La suposición de una serie sin principio de meros relativos, en un regressus in in finitum, no haría tampoco desaparecer esta referencia a lo absoluto que sale de lo relativo, siquiera falle, ante ese ensayo mental, nuestra representación ligada al tiempo y al espacio. Pero sería sobre todo sencilla imposibilidad un anillo o círculo cerrado y, por ende, sin principio ni fin de términos exclusivamente relativos: A tendría que haber dado la existencia a B, a pesar de que A misma, pasando por C, D, etc., dependería de B precisamente en su existencia. Si en verdad existe algo, lo existente no puede ser meramente relativo, es decir, referido a otro, pues, en definitiva, tiene que referirse a lo absolutamente otro y, por tanto, existe necesariamente lo absoluto.

3. Con la evidencia per se con que lo absoluto se afirma como aquello que, a par de pensarse necesariamente, existe también necesariamente, concuerda la tradición filosófica de dos milenios. La universal experiencia religiosa de lo «otro», que posee poder último e incondicionado, se convierte para la reflexión de la India en el Todo-Uno, cuya apariencia es el mundo; y, para el temprano pensamiento griego, en el fundamento primero (árjé) del mundo. Platón ve en la idea suprema del bien la carencia de supuesto y el subsistir en sí; que constituyen lo absoluto. Esta visión determina al neoplatonismo y, a par de la revelación judía y cristiana, los siglos de la patrística (cf. p. ej., Gregorio Nacianceno; posteriormente, al Maestro Eckhart, a Jakob Báhme, a Franz v. Baader, que hablan del «principio sin principio», y también del «no-principio». En Aristóteles se dibuja el ser absoluto de la causa eterna e inmóvil en su «separación» de todas las cosas sensibles del mundo.

La escolástica integra lo absoluto en el concepto más pleno de lo (absoluto)-necesario, concebido como el «ente per se» (Anselmo), como «la causa primera del ser, que no tiene su ser de otra cosa» (Tomás), como el ens a se, «el ente que es desde sí mismo» (Suárez). Buenaventura (Itiner. 111, 3) contrapone al ser dependiente el ens absolutum, que es el ser más puro, real y perfecto; su conocimiento es la condición de la posibilidad para el conocimiento del ente deficiente e imperfecto, y subyace en todo conocimiento de la verdad. Más adelante dice también expresamente Nicolás de Cusa: «Sólo Dios es absoluto», en oposición a toda referencia y limitación (Docta ign. II 9; i 2). Los sistemas filosóficos del racionalismo, y, sobre todo, del idealismo alemán son filosofías de lo absoluto Para este sistema, lo que necesita explicación no es lo infinito o absoluto, sino lo finito o relativo. Según Fichte, Schelling y, sobre todo, Hegel, el único y universal fundamento espiritual se desarrolla como mundo mediante un movimiento autocreador (en medio de una absolutez que es interpretada como una automediación dialéctica a través de lo relativo, de modo que en las diferencias se mantiene la identidad (véase filosofía de la identidad). En los s. xix y xx, lo «aabsoluto», que entró en las lenguas modernas a través de Hegel, se interpreta por lo general en forma «irracional». Las filosofías de los valores y de la existencia lo reducen casi siempre a la incondicionalidad de situaciones generales espirituales o de actitudes humanas personales. La conciencia de nuestro tiempo, que es norma para la masa, se orienta más y más hacia la tendencia empírica del pensamiento moderno, la cual, como la sofística antigua, en lo relativo a lo absoluto se inclina a la negación (/ateísmo) o, más bien, a la duda (/agnosticismo, / escepticismo).

4. Para la conciencia actual, por influjo sobre todo de Kant, se ha oscurecido la evidencia primera de la existencia necesaria de lo absoluto. Esa evidencia se funda en un paso o salto del pensamiento, por el que lo relativo o condicionado es conocido como tal, es abordado en su conjunto y se lo sobrepasa en su totalidad en dirección a loabsoluto o incondicionado. Ahora bien, según Kant, eso no es posible al conocimiento humano. A juicio de Kant, sólo podemos conocer propiamente un objeto en cuanto nos es dado bajo las condiciones del espacio o, por lo menos, del tiempo. Algo relativo y condicionado sólo puede ser conocido como dependiente de otra cosa, que es a su vez relativa y está condicionada por un tercero de la misma especie, y así sucesivamente. El proceso sin término de un fenómeno a otro, en el horizonte de la experiencia posible dentro del espacio y del tiempo, es el esquema de conocimiento trazado por Kant en la Crítica de la razón pura. Con ello dio Kant la clásica fórmula epistemológica del programa metódico de la ciencia natural moderna, y le señaló su campo de investigación, en principio sin limites dentro del ámbito fenoménico llamado «mundo». Esta concepción, partiendo de la ciencia -donde, sépase o no su origen filosófico, ella tiene su puesto de todo punto legítimo-, repercute ilegítimamente como actitud fundamental más o menos marcada de un positivismo relativista sobre la visión filosófica del mundo. Datos psicológicos y sociológicos parecen ofrecer hoy en gran medida una confirmación empírica y científica del relativismo en las posiciones intelectuales. Goethe expresó esta estructura mental en términos de un optimismo vital: «Si quieres llegar a lo infinito, recorre por todos sus lados lo finito».

5. Aun el intento de hacer de nuevo comprensible la fundamental evidencia primera de la realidad absoluta puedes aceptar que Kant le señale la dirección, ya que éste recibió sugerencias de la tradición, sobre todo de Agustín y Buenaventura.

La idea de lo incondicionado tiene en el esquema epistemológico de Kant la función de un «principio regulador»; ella pone en marcha, como meta teóricamente inalcanzable, el preguntar, e investigar. Sólo en otro campo se abre para el Kant de la Crítica de la razón práctica el acceso a la realidad «constitutiva» de lo incondicionado: en la experiencia de la obligación moral, en el imperativo categórico (= incondicionado) de la conciencia. No la investigación teórica de la naturaleza en su necesidad, pero sí el deber moral de orden práctico, cuyo prerrequisito inmediato es la libertad del hombre, presupone la existencia necesaria del absoluto, al cual podemos llamar Dios, como postulado fundamental para que su exigencia tenga verdadero sentido; sentido que para Kant está fuera de toda duda. Dios es el garante del orden moral del mundo (/ ética).

Sin embargo, la experiencia de lo incondicionado no se nos da sólo dentro de la libertad moral, sino también en todo conocimiento verdadero. Dondequiera algo es conocido como «verdadero», o sea, tal como es, ese conocimiento reclama validez incondicional, exige el reconocimiento de todo sujeto racional, ante toda constelación posible de objetos del mundo. El contenido del conocimiento puede estar todo lo condicionado y limitado que se quiera en tiempo y espacio; puede tal vez afectar sólo al hic et nunc de una de mis sensaciones, desaparecidas de nuevo inmediatamente; pero la exigencia de validez de la verdad, que conviene al enunciado sobre ella, está de todo en todo por encima del tiempo y del espacio. Aun el fenómeno más casual y pasajero es aprehendido en el conocimiento verdadero en cuanto es como ente; y con ello se abre el espacio universal e incondicionado del ente como tal, del ser en general. Pero precisamente este modo de conocer era el supuesto previo para que lo relativo o condicionado pudiera ser conocido como tal y, con ello, fuera conocida su esencial e inamisible referencia a lo absoluto e incondicionado. Con ello queda abierto el camino para subir desde el modo lógico de incondicionalidad del conocimiento verdadero en el horizonte indefinido e infinito del ente, al actus purus de orden ontológico, al principio absoluto, determinado e infinito de la verdad y de la realidad.

Hay que atender no sólo al «qué» fenoménico, p. ej., del nexo funcional científico entre datos observados, sino también al «hecho» ontológico (de que efectivamente es así); pero esto exige una irrupción a través de la perspectiva y «tras» la perspectiva metódicamente limitada de la problemática de cada ciencia particular, a la que sólo se manifiesta la apariencia de los fenómenos, hacia una actitud intelectual de tipo filosófico, que está abierta al ser en sí de la realidad cósmica. Esta irrupción «a través» es obra, en su realización efectiva, de la libertad que brota de un llamamiento dirigido al hombre en su totalidad. En este sentido, la preparación para entender la realidad del absoluto en el campo del conocimiento teórico, en el cual Kant y con él gran parte de la mentalidad actual piensan que no se la puede encontrar, está en efecto entrelazada con el ejercicio de la libertad del hombre, a la que apelaba Kant. Pero esta apelación a la libertad moral puede recibir también una fundamentación teórica.

Otro camino, tampoco puramente irracional, para poner de manifiesto la realidad de lo absoluto, podría consistir en resaltar cómo el carácter incondicional que va anejo a la esencia del amor personal ha de tener el fundamento de su posibilidad y de su consumación en la existencia real del absoluto en persona.

Con la sola noción de lo absoluto, como lo incondicionado en general, nada se dice acerca de la estructura fundamental, teística o panteística, del universo. Pero las pruebas apuntadas de la existencia de lo absoluto, no meramente deducidas de su concepto, sino apoyadas en la experiencia, pruebas que existencialmente son las más convincentes, empujan hacia una interpretación teísta personal, hacia un principio primero y fin último de la verdad y libertad en la personal realización del ser propio del hombre. En el modo de doble negación que es irremediablemente propio del conocimiento humano de lo absoluto (= lo no-condicionado; donde «condicionado» significa a su vez limitación, finitud y negación), se anuncia desde el principio el permanente carácter misterioso de lo absoluto.

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Walter Kern