TEODORO DE MOPSUESTIA


TEODORO DE MOPSUESTIA había nacido en Antioquía, donde estudió y estableció una amistad duradera con San Juan Crisóstomo; esta amistad le indujo primero a entrar en un monasterio y luego, después de haberlo abandonado muy pronto, a regresar a él. El año 392, cuando llevaba ya nueve años de sacerdote, fue consagrado obispo de Mopsuestia, en Cilicia. Murió el 428, rodeado de gran fama.

Teodoro es el autor más famoso y más representativo de la escuela de Antioquía. Con sus numerosas obras ha pasado sin embargo lo mismo que con las de su maestro Diodoro de Tarso; últimamente se han podido recuperar algunas a través de sus traducciones a lenguas orientales, y junto con los fragmentos existentes de otras permiten hacer una reconstrucción aceptable de su teología. Así, por ejemplo, cita a menudo las cláusulas del símbolo bautismal, de manera que es posible rehacer éste y, de paso, darse cuenta de que es bastante diferente del que le atribuyeron sus enemigos.

En exégesis, parece que comentó casi todos los libros de la Escritura, siguiendo con gran rigor científico el método histórico y filológico propio de la escuela; escribió una obra Contra los alegóricos, en contra de Orígenes, cuyo título señala su posición frente a la exégesis alejandrina. Tiene también 16 Homilías catequéticas, recuperadas el año 1932; unas siguen el símbolo niceno y van destinadas a los catecúmenos y otras versan sobre el padrenuestro, el bautismo y la Eucaristía y se destinan a los neófitos, de una manera que recuerda la obra semejante de Cirilo de Jerusalén. Entre sus escritos dogmáticos destaca su obra Sobre la encarnación; tiene además una Disputa con los macedonianos, una refutación Contra Eunomio, otra Contra Apolinar y otra Contra los defensores del pecado original, que parece que sostenían que éste había corrompido la naturaleza humana. Son también obras suyas un escrito Contra la magia y otro, el Libro de las perlas, que posiblemente fuera una colección de cartas.


TEXTOS

Homilías catequéticas

En la Eucaristía se contiene realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo:

He aquí, pues, por qué Él nos transmite también el pan y el cáliz; porque por el alimento y la bebida subsistimos en esta vida de aquí. Pero Él llamó al pan cuerpo y al cáliz sangre, porque la pasión alcanzó al cuerpo, y lo trituró e hizo que se derramara su sangre; de estos dos (cuerpo y sangre), por los cuales se consumó la pasión, hizo Él el tipo del alimento y de la bebida, para manifestar la vida perdurable en la inmortalidad, y esperando recibirla, participamos de este sacramento, por el cual creemos tener una esperanza firme de estos (bienes) futuros.

Pero es notable que al dar el pan no dijera Él: Esto es la figura de mi cuerpo, sino: Éste es mi cuerpo; y de la misma manera el cáliz, no: Ésta es la figura de mi sangre, sino: Ésta es mi sangre; porque quiso Él que habiendo recibido éstos (el pan y el cáliz), la gracia y la venida del Espíritu Santo, no miremos más a su naturaleza, sino que los tomemos como el cuerpo y la sangre que son de Nuestro Señor. Pues el cuerpo de Nuestro Señor no tuvo tampoco, por su propia naturaleza, la inmortalidad y el (poder de) dar la inmortalidad, sino que fue el Espíritu Santo el que se la dio, y por la resurrección de entre los muertos recibió la conjunción con la naturaleza divina, vino a ser inmortal y causa de la inmortalidad para los demás.

(15, 9-10; BAC 118, 147-148) 364

Enrique Moliné
Los Padres de la Iglesia