SAN GREGORIO DE TOURS


SAN GREGORIO DE TOURS había nacido el año 538 en Clermont, la capital de la Auvernia, en una familia senatorial; en el 573 fue consagrado obispo de Tours, que entonces era el centro espiritual de Francia debido en gran parte al prestigio que acompañó en vida a San Martín y al culto que después se había desarrollado sobre su tumba. Su actuación fue de importancia tanto en lo religioso como en lo secular. Su gran obra, la Historia de los francos, es una extraordinaria fuente de información sobre los reinos merovingios y las incesantes luchas internas que los agitaron y que él conoció de cerca; no faltan en ella relatos detallados de discusiones teológicas con judíos y con godos arrianos; su latín ofrece ya señales de evolución hacia el romance. El sentido crítico de Gregorio no es bueno, lo que se deja ver aún más en sus Ocho libros de los milagros.


Historia de los francos

Profesión de fe del autor, al comienzo de la obra:

Proponiéndome describir las luchas de los reyes contra los pueblos enemigos, las de los mártires contra los paganos, y las de las Iglesias contra los herejes, quiero ante todo dar razón de mi fe, de manera que nadie pueda dudar de qúe soy católico. Para aquellos que están perdiendo la esperanza al ver acercarse más y más el fin del mundo, pienso que es deseable también explicar claramente, con información recogida de las crónicas e historias de escritores anteriores, cuántos años han transcurrido desde que comenzó el mundo. Pero antes de nada, pido perdón a mis lectores por los errores gramaticales que puedo cometer en sílabas o en letras, materia en la que estoy lejos de ser un experto. Mi deseo es permanecer fiel a lo que la Iglesia ordena que creamos, sin la menor desviación y sin ninguna duda en mi corazón, pues sé que el pecador puede obtener el perdón de Dios mediante la pureza de su fe.

Creo por tanto en Dios Padre Todopoderoso, y en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor, nacido del Padre y no hecho, que estuvo siempre con el Padre, no a partir de un cierto momento, sino antes de todo tiempo. Dios no podría haber sido llamado Padre a menos que tuviera un Hijo, ni sería Él el Hijo si no hubiera tenido Padre. Rechazo con execración a aquellos que dicen: Hubo un tiempo en que Él no existía, y sostengo que están fuera de la Iglesia. Creo que Cristo es la Palabra del Padre, por Quien todo fue hecho. Creo que esta Palabra se hizo carne, y que por su pasión fue el mundo redimido; y creo que sufrió la pasión en su Humanidad y no en su Divinidad. Creo que al tercer día resucitó, que redimió al hombre que estaba perdido, que ascendió al Cielo, y que está sentado a la diestra de Dios Padre, y que vendrá de nuevo para liberar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, que no existió antes o después que ellos en el tiempo, sino que era igual, Dios siempre coeterno con el Padre y con el Hijo, en naturaleza consubstancial, en omnipotencia igual, en esencia cosempiterno con ellos. Nunca existió sin el Padre y sin el Hijo, ni fue inferior al Padre o al Hijo. Creo que esta Santa Trinidad existe con distinción de Personas, y que la Persona del Padre es una, la Persona del Hijo una, y la Persona del Espíritu Santo una. En esta Trinidad confieso una Divinidad, un Poder y una Esencia. Creo en la Bienaventurada María, que fue virgen antes del parto y fue virgen después del parto. Creo en la inmortalidad del alma, que aún no participa de la Divinidad. Todo lo que fue establecido por los trescientos dieciocho obispos de Nicea lo creo fielmente. Del fin del mundo creo realmente aquello que he aprendido de mis mayores, pero que antes ha de venir el Anticristo. Primero el Anticristo introduce la circuncisión y proclama que es el Cristo; luego pone su imagen en el Templo de Jerusalén para que sea adorada, pues leemos que el Señor dijo: Veréis la abominación de la desolación puesta en el lugar santo; pero, respecto a ese día, el Señor lo deja claro a todos los hombres cuando dice: Pero ningún hombre conoce el día ni la hora, ni tampoco los ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo, sino sólo el Padre. Aquí respondemos a los herejes que nos atacan y dicen que el Hijo es inferior al Padre, porque no conoce este día. Han de entender que por este Hijo se significa el pueblo cristiano, del que Dios dice: Seré para ellos un Padre, y ellos serán hijos para mí. Si Dios se hubiera referido a su Hijo unigénito, no habría puesto a los ángeles antes que a Él. Dijo: Ni los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, mostrando que había dicho estas cosas no de su Hijo unigénito sino de su pueblo adoptado. Cristo mismo es nuestro fin, pues, si nos hemos convertido a Él, en la plenitud de su gracia nos dará la vida eterna.

Las Crónicas de Eusebio, obispo de Cesarea, y del presbítero Jerónimo, explican claramente cómo se puede computar la edad de este mundo, y exponen de manera sistemática la secuencia entera de los años. Orosio, que investigó con mucha diligencia estos temas, hizo también una lista desde el comienzo del mundo hasta sus propios días. Victorio hizo lo mismo, cuando estaba investigando sobre la fecha de la Pascua. Si Dios me ayuda, seguiré el ejemplo de estos escritores que he mencionado, y daré también yo la serie entera de años desde la creación del hombre hasta nuestro tiempo. Haré esto con más facilidad si comienzo con Adán.

(Libro 1, Introducción; traducción hecha sobre PL 71, 161-163)

MOLINÉ