EL PSEUDO-DIONISIO


A finales del siglo v y comienzos del vi sobresale DIONISIO EL AREOPAGITA; éste es el nombre que se dio a sí mismo, pretendiendo ser aquel Dionisio que encontró San Pablo en el Areópago de Atenas, un autor que, por el análisis de sus obras, parece proceder de Siria y haber escrito hacia los 20 o 30 años que se sitúan alrededor del 500. Sus obras, algunas de las cuales aparecen como dirigidas a Timoteo, Tito, Policarpo y aún al mismo apóstol San Juan, fueron ya reputadas apócrifas por un obispo oriental de la primera mitad del siglo vi; pero hasta el siglo xvi no se volvió sobre el el tema, rebautizándose entonces al autor con el nombre de PSEUDO DIONISIO, con el que desde entonces se le suele conocer.

Tenemos de él 4 tratados y 10 cartas que están en relación estrecha con aquéllos. Los tratados son: Sobre los nombres de Dios, donde se investiga la esencia y los atributos divinos; Sobre la teología mística, en que se trata de la unión del alma con Dios; Sobre la jerarquía celestial, que versa sobre los ángeles y su agrupación en tres tríadas con tres coros cada una; y Sobre la jerarquía eclesiástica, en que haciendo un paralelismo con aquellas tríadas se habla de tres sacramentos, de tres grados en el orden sacerdotal y de tres grados en los laicos, uno de los cuales, el de los imperfectos, se divide de nuevo en otros tres.

El autor está muy influido por el neoplatonismo, desde el que intenta interpretar el cristianismo, aunque con el deseo de serle fiel. Los monofisitas trataron de encontrar un apoyo en sus obras. Traducido al latín por Escoto Eriúgena en el siglo ix, ejerció una gran influencia en los escolásticos.

 

TEXTOS

Sobre la teología mística

Sobre la jerarquía eclesiástica

La celebración de la Eucaristía:

El pontífice, una vez dichas las preces sagradas delante del divino altar, comienza por la incensación de éste, y da una vuelta por todo el ámbito del sagrado recinto, y, vuelto de nuevo al divino altar, entona la melodía sagrada de los salmos, y toda la asamblea con sus varios grados, canta con el pontífice las sagradas palabras de los salmos. A esto sigue, por orden, la lectura de la Sagrada Escritura hecha por los ministros; acabada ésta, se hace salir del sagrado recinto a los catecúmenos, y con ellos a los energúmenos y a los penitentes, quedándose los que son dignos de la contemplación y de la comunión de las cosas divinas.

Algunos de los ministros están de pie junto a las puertas del templo, que están cerradas, mientras otros hacen alguna otra cosa propia de su orden. Los primeros de entre los ministros, a una con los sacerdotes, colocan sobre el divino altar el sagrado pan y el cáliz de bendición, habiéndose dicho antes por toda la multitud de la iglesia el himno de alabanza. Después de esto, el pontífice, lleno de Dios, recita una súplica sagrada y comunica a todos la santa paz, y mientras todos se abrazan mutuamente, se da fin a la mística lectura de los sagrados volúmenes (dípticos). Y, habiéndose lavado con agua las manos el pontífice y los sacerdotes, el pontífice se coloca en medio del divino altar, poniéndose de pie a su alrededor con los sacerdotes solamente los primeros entre los ministros.

A continuación, después de haber alabado el pontífice las sagradas obras de Dios, consagra los divinísimos misterios y muestra esas cosas objeto de alabanza bajo los símbolos santamente expuestos; y, habiendo mostrado los dones de las divinas obras, él mismo se acerca a la sagrada comunión de los mismos e invita a los otros a la misma comunión. Por fin, habiendo recibido y repartido la divina comunión, acaba con la sagrada acción de gracias; mientras el pueblo únicamente mira inclinado los divinos símbolos, él, guiado siempre por el divino Espíritu, en bienaventuradas y espirituales contemplaciones,' como conviene a su dignidad jerárquica en la pureza de su estado divinizado, se eleva a los santos orígenes de los sacramentos.

(3, 18; BAC 118, 921-923)

MOLINÉ