LOS PADRES POSTERIORES AL CONCILIO DE CALCEDONIA


El gran período de las controversias doctrinales y del afianzamiento del dogma en los cuatro grandes concilios, ha quedado atrás. Hay ahora muchas figuras que escriben, pero con un horizonte más limitado. Aparecen los recopiladores: de textos exegéticos, en las
cadenas; sobre cuestiones dogmáticas y morales, en los libros de sentencias; de todo el saber, como en las Etimologías de San Isidoro de Sevilla.

Sin embargo, los Padres de esta época nos dan a conocer un hecho muy importante: la creciente penetración del cristianismo en toda la sociedad. Muchos de los problemas que tratan son de índole práctica: la predicación al pueblo, su educación en la fe, la corrección de abusos en las costumbres, etc. El volumen total de su producción literaria, aun cuando también muchas de sus obras se han perdido, sigue siendo grande.

A continuación vamos a tratar de los escritores orientales primero y de los occidentales después, reuniéndolos en grupos en parte cronológicos y en parte temáticos.

ESCRITORES ORIENTALES

El pseudo Dionisio

A finales del siglo v y comienzos del vi sobresale DIONISIO EL AREOPAGITA; éste es el nombre que se dio a sí mismo, pretendiendo ser aquel Dionisio que encontró San Pablo en el Areópago de Atenas, un autor que, por el análisis de sus obras, parece proceder de Siria y haber escrito hacia los 20 o 30 años que se sitúan alrededor del 500. Sus obras, algunas de las cuales aparecen como dirigidas a Timoteo, Tito, Policarpo y aún al mismo apóstol San Juan, fueron ya reputadas apócrifas por un obispo oriental de la primera mitad del siglo vi; pero hasta el siglo xvi no se volvió sobre el el tema, rebautizándose entonces al autor con el nombre de PSEUDO DIONISIO, con el que desde entonces se le suele conocer.

Tenemos de él 4 tratados y 10 cartas que están en relación estrecha con aquéllos. Los tratados son: Sobre los nombres de Dios, donde se investiga la esencia y los atributos divinos; Sobre la teología mística, en que se trata de la unión del alma con Dios; Sobre la jerarquía celestial, que versa sobre los ángeles y su agrupación en tres tríadas con tres coros cada una; y Sobre la jerarquía eclesiástica, en que haciendo un paralelismo con aquellas tríadas se habla de tres sacramentos, de tres grados en el orden sacerdotal y de tres grados en los laicos, uno de los cuales, el de los imperfectos, se divide de nuevo en otros tres.

El autor está muy influido por el neoplatonismo, desde el que intenta interpretar el cristianismo, aunque con el deseo de serle fiel. Los monofisitas trataron de encontrar un apoyo en sus obras. Traducido al latín por Escoto Eriúgena en el siglo ix, ejerció una gran influencia en los escolásticos.

 

Teólogos monofisitas del siglo vi

Entre los teólogos del siglo vi catalogados en general como monofisitas, vamos a señalar dos. Uno es SEVERO DE ANTIOQUÍA que fue patriarca de esta sede del 512 al 518; fue el que más se apoyó en el Pseudo Dionisio; depuesto por su inclinación al monofisismo, murió en Alejandría en el 538. Nos han llegado bastantes obras suyas a través de traducciones siríacas. Del examen de la que escribió Contra un gramático impío se deduce que defendía las tesis de Cirilo de Alejandría sobre la naturaleza de Cristo, aunque con una terminología que juzgaba más precisa y que le hizo enfrentarse con insistencia contra lo que había definido el concilio de Calcedonia. Tiene, además de alguna otra obra, unas 125 homilías y casi 4.000 cartas.

El otro autor es JUAN FILÓPONO, que había vivido en Alejandría y murió poco después del 565. Había estudiado a Aristóteles, y después de convertirse intentó exponer el cristianismo desde una perspectiva aristotélica, tal como harían también León de Bizancio y, en Occidente, Boecio.

 

Teólogos antimonofisitas del siglo vi

Teólogos del siglo vi de una tendencia contraria, antimonofisita, son los que siguen. JUAN DE CESAREA, que en la segunda década del siglo escribió una obra de defensa del concilio de Calcedonia. JUAN DE ESCITÓPOLIS, en Galilea, que es contemporáneo del anterior; entre sus obras, que sólo nos han llegado muy fragmentariamente, hay también una defensa similar del concilio de Calcedonia, y el primer comentario que conocemos al Pseudo Dionisio, escrito el año 532. LEONCIO DE BIZANCIO murió hacia el 544, y de su vida no se sabe casi nada de cierto; tiene, junto a escritos más breves, tres libros Contra los nestorianos y los eutiquianos, en donde entre otras cosas trata de señalar el común punto de partida de estos errores opuestos. HIPAcm, obispo de Éfeso, murió hacia la mitad del siglo, y había sido hombre de confianza del emperador Justiniano. Por fin, EULoGIO, que fue patriarca de Alejandría desde el 580 al 607, escribió contra los novacianos y los monofisitas, y fue amigo de Gregorio Magno.

El emperador Justiniano

A mediados del siglo vi y en un capítulo aparte hay que considerar al emperador JUSTINIANO I (527-565), que junto a su notable actividad como estadista y al lado de otros intereses culturales, quiso escribir teología; en esta tarea le ayudó especialmente el obispo Teodoro Asquidas. De Justiniano son varios tratados y edictos razonados dirigidos contra el monofisismo, contra el origenismo y contra el nestorianismo, así como algunas cartas a los papas y diversas leyes sobre materias eclesiásticas.

 

Comentaristas bíblicos del siglo vi

En el siglo vi los comentarios bíblicos, que tanto habían florecido en la época anterior, son casi inexistentes. Los florilegia o catenae que los suceden son simples yuxtaposiciones de textos de los Padres que comentan un determinado pasaje de la Escritura, sin tratar de ordenarlos con ningún criterio especial; en ellos se han conservado, como ya hemos ido viendo, importantes fragmentos de obras perdidas.

También las escuelas de retórica fueron desapareciendo en Oriente, tal vez antes que en Occidente. Pero en un caso al menos ocurrió lo contrario: la escuela de retórica de Gaza, en Palestina, conoció una época de esplendor, todos los maestros que enseñaban allí se hicieron cristianos, y algunos produjeron tratados teológicos o de exégesis. Así, ENEAS DE GAZA, muerto después del 518 y conocido y apreciado por los medievales por un diálogo que se le atribuye sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo; y también PROCOPIO DE GAZA, que murió hacia el 538 y fue el primero en escribir comentarios bíblicos en forma de cadena; de una de ellas, la cadena sobre el Octateuco, nos ha llegado una recensión breve.

Escritores de temas ascéticos de los siglos VI y VII

De los que en los siglos VI y VII escribieron sobre temas ascéticos, monjes por lo general, cabe señalar, por la influencia de su Escala del Paraíso, a SAN JUAN CLÍMACO, monje en el Sinaí que murió en el 649.

 

Autores del siglo VII

Ya en el siglo VII nos encontramos con dos autores. Uno es SAN SOFRONIO, que era originario de Damasco, y fue patriarca de Jerusalén desde 634 hasta su muerte en 638, ocurrida por tanto un año después de la conquista de la ciudad por los musulmanes; fue defensor de la ortodoxia de Calcedonia contra el monotelismo.

Pero la figura importante del siglo es SAN MÁXIMO EL CONFESOR. Había nacido el 580 en Constantinopla, y después de ser secretario del emperador Heraclio pasó a un monasterio situado en la costa frente a Constantinopla; de allí tuvo que huir en la época de las luchas con los persas, fue a Alejandría, estuvo quizá en Cartago, pasó dos años en la cárcel en Constantinopla, fue desterrado a Tracia y, de nuevo juzgado en el 662 en Constantinopla, se le volvió a desterrar después de cortarle la lengua y la mano derecha; murió al año siguiente.

Toda esta persecución está relacionada con su lucha incesante en contra del monotelismo, lucha en la que empeñó tanto su agudeza intelectual como sus relaciones personales. Así, había conseguido hacer condenar el monotelismo en Roma en el 649; había escrito con anterioridad contra el monofisismo, y había dado interpretaciones ortodoxas a los escritos del Pseudo Dionisio. Sus argumentos filosóficos reflejan el influjo del neoplatonismo, pero también el de la filosofía de Aristóteles.

Autores del siglo viii

Del siglo viii vamos a mencionar a tres autores. SAN GERMÁN DE CONSTANTINOPLA, que murió en el 733, había sido por un tiempo monofisita debido a la coacción imperial, pero en el 715, siendo ya patriarca de Constantinopla, había hecho condenar esta herejía. De él tenemos unas cartas, importantes para conocer los orígenes de la lucha iconoclasta, y unas homilías en las que entre otras cosas trata de la dormición de la Virgen.

SAN ANDRÉS DE CRETA había nacido en Damasco, fue luego monje en Jerusalén y después obispo en Creta; murió el 740. Había escrito también sobre la dormición de la Virgen y compuso poesía religiosa.

La figura más importante con mucho es sin embargo la de SAN JUAN DAMASCENO, el último teólogo de fama universal de la Iglesia griega. Había nacido en Damasco hacia el 675 y, como su padre, fue el juez civil de la comunidad cristiana que vivía ahora bajo el dominio musulmán; luego fue monje cerca de Jerusalén y después sacerdote. En la lucha sobre el culto de las imágenes fue perseguido por los iconoclastas; murió hacia el 750.

Según propia confesión, no quería decir nada nuevo, sino sólo reunir y presentar armónicamente cosas escritas ya anteriormente por otros, y así lo hizo, dejando sin embargo la impronta de su personalidad en la selección y la articulación de las ideas que presenta.

Su obra más conocida es la Fuente del conocimiento, dividida en tres partes: la Dialéctica, que es una introducción filosófica, basada en la filosofía tomada de los Padres y en la de Aristóteles; la Historia de las herejías, basada en otras anteriores; y Sobre la fe ortodoxa, que es un resumen de la enseñanza de los Padres griegos sobre los capítulos principales de la fe, y es al mismo tiempo la obra que le ha dado más fama. Esta tercera parte fue también muy conocida y estudiada en Occidente por los escolásticos.

Junto a esta obra tiene algunos tratados breves en favor del culto a las imágenes, al que dio su fundamentación teológica; un Comentario a las cartas de San Pablo, basado también en obras anteriores; cantos eclesiásticos, por los que goza de especial fama en la Iglesia griega; y, finalmente, la Vida de Barlaam y Joasaf, una novela con fines didácticos y basada en leyendas de Buda, de mucha popularidad en el medievo, y que parece ahora que hay que atribuírsela a él.


ESCRITORES OCCIDENTALES

Vamos a clasificar a estos autores en cuatro grupos y a seguir dentro de cada uno de ellos un orden cronológico. Estos grupos serán: los papas, otros escritores, escritores de Hispania, los poetas. En líneas generales, se puede decir que si entre la mitad del siglo v y la del vi predominan los autores de Provenza, Italia y África, entre la mitad del vi y la del vii predominan los de Hispania, alrededor de la gran figura de Isidoro de Sevilla.

Los papas

Entre el 461 y el 604 hay diecinueve papas, y de todos menos de cuatro se conservan cartas; de algunos, incluidos dos de esos cuatro, se tiene también algún tratado. De entre estos papas sobresalen:

GELASIO (492-496), importante por lo que se refiere a la afirmación del primado de jurisdicción y a las relaciones de la autoridad eclesiástica con el poder civil. De él se conservan unas 60 cartas o decretos. Dos escritos posteriores y que llevan indebidamente su nombre se pueden reseñar aquí: el Decreto sobre los libros que hay que recibir y los que no hay que recibir, de principios del siglo vi y originario probablemente de la Galia, en el que hay una relación de los libros de la Escritura, otra de los libros apócrifos y una declaración sobre el primado; y el Sacramentario gelasiano, un misal de fines del siglo vi y que se difundió pronto por la Galia.

VIGILIO (537-555) nos ha dejado 26 cartas, relativas a la cuestión de los Tres Capítulos. PELAGIO (555-561), que antes de ser papa combatió la condena de los Tres Capítulos y después la defendió, tiene también unas 100 cartas.

Pero el más importante de los papas de esta serie es sin duda el último de ellos, SAN GREGORIO EL GRANDE (590-604). Había nacido hacia el 540, de una familia de la alta nobleza romana; antes de ser papa había sido sucesivamente prefecto de Roma, monje cerca de Roma, legado del papa en Constantinopla y consejero del papa. Hombre de gobierno, su figura tiene una importancia menor en el desarrollo del dogma, sin que por esto deje de tener alguna. En cambio, reorganizó la administración de los bienes de la Iglesia romana; protegió Roma de los lombardos, que atrajo después hacia el catolicismo; estableció o mejoró las relaciones con los francos y con los visigodos; dio solución al cisma de Aquileia; y envió misioneros a Inglaterra. Continuó sin embargo la tensión con la sede de Constantinopla, y en contraste con su patriarca, que se llamaba a sí mismo universal comenzó a utilizar el título de servus servorum Dei.

Se conservan de él unas 850 cartas, de gran interés religioso, histórico y aun literario. También nos ha llegado su Libro de la regla pastoral, escrito al poco tiempo de su accesión a la cátedra de Pedro, en que habla de lo que debe pretender el pastor de almas, de las virtudes que le son necesarias, de cómo realizar esta función y de la necesidad del examen de conciencia diario; se difundió muy pronto, fue traducido al griego y al sajón, y en la edad media se consideró como la norma ideal para el clero secular. Las Morales sobre Job, un comentario sobre este libro del Viejo Testamento, viene a ser un tratado de moral y ascética. Tenemos también unas 40 homilías y unos Diálogos sobre la vida y milagros de los Padres italianos que son en parte responsables de la afición medieval por lo milagroso. Fue Gregorio quien dio al canon de la misa la forma que aún conserva la anáfora primera, llamada canon romano, del misal de Pablo VI, y promovió la preparación del nuevo misal; el Sacramentario gregoriano, que como tal no nos ha llegado, aunque sí es posible conocer muchas de sus características. Dio gran importancia al canto en la liturgia, y promovió eficazmente su uso, pero no es seguro que en sentido estricto se le pueda atribuir el canto gregoriano.

 

Otros escritores

Los autores más significados de este período, aparte de los papas, y dejando para un próximo apartado los que de alguna manera corresponden a Hispania, son, siguiendo un orden cronológico:

SAN FAUSTO DE RIEZ, que murió entre 490 y 500. Era de origen bretón, había sido abad de Leríns y luego obispo de Riez, en Provenza. Combatió el arrianismo y el macedonianismo, por lo que el rey visigodo Eurico le condenó al destierro, donde pasó ocho años; junto con Casiano defendió el semipelagianismo. A estos temas corresponden sus obras: tres libros Sobre el Espíritu Santo y otros dos Sobre la gracia de Dios; de él tenemos también algunas cartas y sermones.

GENADIO DE MARSELLA, donde fue sacerdote, murió alrededor del año 500; era semipelagiano. La obra por la que es más conocido es su historia de los escritores eclesiásticos, Sobre los varones ilustres, de hacia el 480, y que ya hemos citado en la introducción.

AVITO DE VIENA, obispo de esta ciudad del Ródano, en la Galia, desde el 494 hasta el 518, preparó el camino para la conversión de los burgundios al catolicismo. De las casi 100 cartas que se conservan, algunas son verdaderos tratados; tiene también dos obras en verso.

ENODIO, que murió en el 521, había nacido en Arlés, pero creció en Pavía, de donde fue luego obispo; presidió por dos veces una legación pontificia a Constantinopla. Antes de ser obispo había sido maestro de retórica en Milán, lo cual se acusa en sus obras, y nos deja ver la influencia que el paganismo tenía aún en las escuelas. Sus escritos, algunos en verso, tratan de temas variados, y sus casi 300 cartas nos suministran abundante información sobre la época.

BOECIO había sido colaborador del rey ostrogodo Teodorico quien, sospechando que conspiraba, le condenó a muerte; fue ejecutado en Pavía en el 524. Su educación había sido esmerada. Tiene importancia su traducción de la Lógica de Aristóteles, que durante siglos fue la única obra de este filósofo conocida directamente en Occidente; pero su obra principal y más apreciada, escrita en la cárcel, es Sobre el consuelo de la filosofía, un diálogo con una dama que se le aparece y que personifica la Filosofía. Escribió algunas otras obras menores de filosofía y también de teología; la autenticidad de estas últimas, antes puesta en duda, ya no se discute.

SAN FULGENCIO DE RUSPE, que murió en el 533, había nacido en Telepte, Numidia, donde fue recaudador de impuestos, y había recibido una buena educación; luego fue monje, hacia el 507 obispo de Ruspe, también en Numidia, y después tuvo que marchar desterrado a Cerdeña con otros muchos obispos católicos del reino vándalo. Fue un buen teólogo, quizá el mejor de su tiempo. La mayoría de sus obras son polémicas contra el arrianismo, y varias de ellas se dirigen al rey vándalo Trasamundo; algunas otras están escritas contra el semipelagianismo, y desde el mismo punto de vista que San Agustín; de sus 18 cartas, algunas tienen la amplitud de tratados; tenemos también algunos sermones suyos.

SAN CESÁREO DE ARLÉS fue monje en el monasterio de Leríns, y desde el 502 hasta el 542, obispo metropolitano de Arlés, entonces el centro administrativo más importante de la Galia. Cumplió muy bien con sus deberes pastorales y es uno de los grandes predicadores latinos; contribuyó mucho a la solución de las controversias semipelagianas. Los casi 250 sermones suyos que nos han llegado son muy interesantes también por lo que nos dicen de la supervivencia de las costumbres paganas; además tenemos de él tres tratados, dos contra el semipelagianismo y uno sobre la Trinidad; tres cartas pastorales, dirigida una de ellas a sus obispos sufragáneos y en la que insiste en el deber de la predicación; dos reglas monásticas; e incluso su testamento.

DIONISIO EL EXIGUO nació junto a la desembocadura del Danubio, en la Escitia Menor, una provincia muy romanizada; desde el 500 hasta el 545 vivió en Roma como monje. Con sus obras de cronología influyó en la manera de determinar la fecha de la Pascua, y fijó también la fecha del nacimiento de Jesús en el año 754 de la fundación de Roma, con un error de al menos cuatro años de más, y que aún continúa hoy día. Trabajó también en compilaciones de derecho eclesiástico y en traducciones del griego al latín.

SAN BENITO DE NURSIA es el gran padre del monaquismo occidental. Murió hacia el 547; había nacido en Nursia, y después de recibir una buena educación en Roma, comenzó a hacer vida de anacoreta, asentándose pronto en las cercanías de Subiaco y fundando doce monasterios; allí redactó, entre el 523 y el 526, su Regla de los monasterios; luego, a causa de unas intrigas, abandonó Subiaco y fundó el monasterio de Montecasino.

La obra que nos ha legado es la que se conoce como Regla de San Benito, en la que se funden armónicamente las tradiciones del monacato occidental anterior (las de San Agustín, Juan Casiano, el monasterio de Leríns, San Martín de Tours) con las del oriental (las de San Antonio, Pacomio, San Basilio el Grande). En ella se subraya que la comunidad monástica ha de crear un ambiente de oración y de trabajo, manual e intelectual, que ha de practicar el monje; para ello, éste ha de prometer la estabilidad en el monasterio, la conversión de las costumbres y la obediencia al abad. Esta Regla está en la base del esplendoroso desarrollo medieval del monaquismo.

CASIODORO, que murió hacia el 583, había nacido hacia el 490 de una familia noble de Calabria; fue cuestor, senador, cónsul, prefecto del pretorio y secretario particular de Teodorico; se retiró poco después del 540 a sus posesiones de Calabria, cerca de Esquilache, donde había fundado un monasterio en el que no se sabe si fue o no monje.

Sus obras tienen una orientación más bien práctica, y obedecen a circunstancias ambientales: de carácter histórico y político las de su época dedicada al servicio del estado, y para la instrucción de sus monjes en las ciencias profanas y teológicas las escritas en su retiro. Entre las primeras hay que contar la Crónica universal y la Historia de los godos, conocidas sólo en extractos, y las Cartas varias, una colección de más de 540 actas oficiales de gran valor histórico. Entre las segundas, una Historia eclesiástica en que refunde básicamente las obras de Sócrates y Sozomeno, que pasaron así al mundo medieval occidental; y las Instituciones de lecciones divinas y humanas, que son una introducción a la teología y un esquema para el estudio de las siete artes liberales.

SAN GREGORIO DE TOURS había nacido el año 538 en Clermont, la capital de la Auvernia, en una familia senatorial; en el 573 fue consagrado obispo de Tours, que entonces era el centro espiritual de Francia debido en gran parte al prestigio que acompañó en vida a San Martín y al culto que después se había desarrollado sobre su tumba. Su actuación fue de importancia tanto en lo religioso como en lo secular. Su gran obra, la Historia de los francos, es una extraordinaria fuente de información sobre los reinos merovingios y las incesantes luchas internas que los agitaron y que él conoció de cerca; no faltan en ella relatos detallados de discusiones teológicas con judíos y con godos arrianos; su latín ofrece ya señales de evolución hacia el romance. El sentido crítico de Gregorio no es bueno, lo que se deja ver aún más en sus Ocho libros de los milagros.

 

Escritores de Hispania

Los escritores de que hemos tratado hasta ahora, si exceptuamos el último de ellos, tienen el denominador común de pertenecer, por su procedencia o por el ámbito de su actuación, a un área geográfica relativamente reducida y uniforme: la costa mediterránea de la Galia, la zona mediterránea de Italia y de África.

Los escritores de Hispania están a su vez en un área dotada de una cierta homogeneidad interna y relativamente separada de la anterior; como en Hispania hay además una importante floración de escritores, cuyo mejor momento va asociado al nombre de San Isidoro de Sevilla y coincide con una época de silencio en otros lugares, nos ha parecido justificado reunir a los escritores del ámbito hispánico, aun los muy anteriores a Isidoro, en un grupo aparte. Por orden cronológico, son los que siguen.

SAN JUSTO DE URGEL, que fue obispo de esta sede al menos desde el 531 hasta el 549, asistió a concilios en Toledo, Mérida y Valencia, y era hermano de los obispos de Huesca, Egara (Terrassa) y Valencia. Escribió un Comentario al Cantar de los cantares, hecho ya sobre la versión de la Vulgata, y en el que, siguiendo la interpretación alegórica, ve descrito el amor entre Cristo y su Iglesia; también tenemos de él dos cartas, un prólogo y un sermón sobre el mártir San Vicente.

APRINGIO DE BEJA, de donde fue obispo, debió de escribir hacia la mitad del siglo vi, y nos ha dejado un Comentario al Apocalipsis, literal y esquemático, que hacia finales del siglo vüi sería muy utilizado en el Comentario al Apocalipsis del monje de Liébana, Beatus. Se sabe que compuso también otros tratados.

SAN MARTÍN DE BRAGA, que murió en el 580, había nacido en Panonia, conoció la cultura helénica en Palestina, y hacia la mitad del siglo vi lo encontramos en Galicia. A él se debe la conversión de los suevos del arrianismo al catolicismo. De los varios monasterios que fundó, el de Dumio, en las cercanías de Braga, sería el más conocido, y de allí pasó a la sede metropolitana de Braga.

En algunas de sus obras morales y ascéticas depende de Séneca: literalmente, en Sobre la ira, y, en cuanto al estilo, en la Fórmula de la vida honesta, un tratado sobre las cuatro virtudes cardinales compuesto para el rey de los suevos y que en el medievo circuló precisamente bajo el nombre de Séneca. En otras obras, el sabor es más netamente cristiano: Sobre la soberbia, Para rechazar la jactancia, Exhortación a la humildad, Sentencias de los Padres egipcios. Tiene especial interés para conocer las costumbres populares de la época su obra Sobre la corrección de los rústicos, contra las costumbres paganas que aún perduraban. También tiene una colección de cánones de concilios orientales, los Capítulos de Martín, y una carta Sobre la inmersión triple, escrita contra el bautismo con una sola inmersión, que le parecía de inspiración modalista. De él conservamos también algunas composiciones poéticas.

SAN LEANDRO DE SEVILLA murió en el año 600. Había nacido en Cartagena, de donde sus padres fueron desterrados a Sevilla; allí se hizo monje, y fue luego hecho obispo de esta sede metropolitana, desde donde trabajó para la conversión de los godos al catolicismo; esta conversión se selló en el concilio de Toledo del año 589, y entonces pudo volver Leandro a su sede, de donde había sido desterrado. En Sevilla se preocupó también de las instituciones para la formación del clero. Fue amigo personal del papa San Gregorio, a quien había conocido en Constantinopla en una embajada. Tiene dos obras destinadas a combatir el arrianismo y una sobre las vírgenes; sus numerosas cartas se han perdido.

EUTROPIO DE VALENCIA, que murió antes del 610, había sido abad del monasterio Servitano, en el ,valle alto del Tajo, y luego obispo de Valencia; nos ha llegado de él una carta y un breve tratado Sobre los ocho vicios.

LICINIANO DE CARTAGENA, más o menos contemporáneo del anterior, del que fue amigo y con el que se cruzó muchas cartas, fue obispo de Cartagena, y parece que murió envenenado en Constantinopla. Nos quedan tres cartas suyas, que tienen de todos modos bastante interés doctrinal.

SAN JUAN DE BÍCLARO, que murió el 621, había nacido en Scalabi (Santarem), de familia visigoda; estuvo muchos años en Constantinopla, donde estudió, y a su vuelta fue desterrado a Barcelona. Fue después abad de Bíclaro, monasterio de localización desconocida, y luego obispo de Gerona durante los últimos treinta años de su vida. Escribió una Regla para sus monjes de Bíclaro; del resto de sus obras nos ha llegado sólo una, la Crónica, que, aunque muy breve, es de gran importancia para la historia del período.

SAN ISIDORO DE SEVILLA, que murió el 636, tenía unos 20 años menos que su hermano San Leandro, y es casi contemporáneo de Mahoma, al que sobrevivió cuatro años; nació ya en Sevilla y se educó en la escuela que su hermano había fundado, donde aprendió griego y hebreo; a la muerte de Leandro le sucedió como obispo de Sevilla, y su acción se orientó hacia la definitiva erradicación del arrianismo, el reforzamiento de la disciplina eclesiástica y la formación del clero, así como la fundación de monasterios y la regulación del modo de vida de sus monjes. Tuvo importancia su intervención en los concilios de Sevilla y de Toledo, que presidió, y también en la vida religiosa y aun política de su tiempo.

Su obra más conocida es las Etimologías, nombre que viene del contenido de uno de los libros en que se divide. Es un resumen enciclopédico del saber de su tiempo, en que trata desde la minería hasta la teología, y que está elaborado basándose en las obras de los escritores clásicos más conocidos en el momento; esta obra tuvo un éxito inmediato, su difusión fue rápida y su autoridad se mantuvo durante siglos. Los dos Libros de las diferencias vienen a ser una ampliación de la obra anterior, y tiene también alguna relación con ella el Libro de las lamentaciones, un diálogo de tipo moral. Sobre la naturaleza de las cosas es un compendio de los conocimientos físicos de su tiempo, tomados también de autores de fama.

Los Tres libros de las sentencias son un manual de teología hecho fundamentalmente con textos de San Agustín y de San Gregorio; fue el primer libro de sentencias, ordenado de una manera semejante a como lo serían los que vinieron después, tales como, ya en la baja edad media, el de Pedro Lombardo. Escribió también un Libro de las herejías; otro Contra los judíos; distintos comentarios a las Escrituras; otro libro Sobre los oficios eclesiásticos, en que trata de liturgia y de los clérigos y de sus deberes; la Regla de los monjes, dirigida a los monasterios que él había fundado; y algunas cartas.

Tienen también importancia sus obras históricas: la Crónica, y, sobre todo, la Historia de los reyes de los godos, de los vándalos y de los suevos, que es una de las fuentes importantes para el conocimiento de la historia de estos pueblos, y Sobre los varones ilustres, unos esquemas biográficos de escritores eclesiásticos anteriores.

SAN BRAULIO DE ZARAGOZA, que murió hacia el 651, era hermano del anterior obispo de esta sede, a quien sucedió; había sido discípulo de San Isidoro y fue hombre culto y con influencia en la sociedad eclesiástica y civil de su tiempo. Se conservan de él 44 cartas, algunas de las cuales tienen importancia doctrinal; tiene además un catálogo de las obras de San Isidoro, con una indicación de su contenido, y una Vida de San Emiliano.

SAN EUGENIO DE TOLEDO, que murió el año 657, había nacido en esta misma ciudad de la que fue luego obispo metropolitano, y en Zaragoza había sido discípulo de San Braulio. Escribió una obra Sobre la Trinidad, , al parecer importante, pero que se ha perdido. Se conserva de él una obra breve en verso.

SAN FRUCTUOSO DE BRAGA murió hacia el 665. Su padre era hombre importante en la corte, con grandes posesiones en la comarca del Bierzo; fue allí donde Fructuoso se dedicó a la vida monástica y fundó diversos monasterios, hasta que fue elegido por el rey para regir primero el monasterio de Dumio y luego la sede de Braga. Sus obras fundamentales son la Regla de los monjes y la Regla común, que completa la anterior; se le atribuye también el Pacto, fórmula de profesión religiosa que suele acompañar los manuscritos de la Regla común y según la cual el monje se compromete a obedecer al abad y a sus reglas, pero retiene el derecho de protestar contra los posibles abusos. Sólo se conserva una de sus cartas.

SAN ILDEFONSO DE TOLEDO murió hacia el 667. De familia noble, había sido discípulo de San Isidoro; se hizo luego monje en el monasterio toledano de Agalí, de donde fue elegido abad; fue obispo de Toledo desde fines del 657. De los muchos libros que sabemos que escribió, se conservan: el principal de ellos, Sobre la virginidad de María contra tres infieles; otro Sobre el bautismo, continuado en El progreso espiritual por el desierto; y dos cartas dirigidas al obispo de Barcelona. Continuó, con el mismo nombre e intención, la obra de Isidoro Sobre los varones ilustres, en la que 13 de los 14 autores descritos son de Hispania. Se le atribuyen algunos himnos y los formularios de algunas misas.

TAJÓN, obispo de Zaragoza durante más de 30 años, y amigo de San Braulio, a quien sucedió, murió en el 683. Antes había sido monje y poseía un buen conocimiento de la Escritura y de los Padres, en especial de San Agustín y de San Gregorio; fue enviado a Roma por el rey con objeto de buscar libros que él mismo parece que copió y se trajo. Tiene cinco Libros de las sentencias, la segunda de las obras de esta clase después de la de Isidoro, en la que depende fundamentalmente de textos de San Gregorio. Escribió también unos Comentarios al Viejo y al Nuevo Testamento, de los que tenemos sólo algún fragmento, tres cartas y alguna breve composición poética.

SAN JULIÁN DE TOLEDO murió en el 683, y es el escritor más prolífico de la escuela toledana. Fue educado en la escuela de la catedral de Toledo, de donde fue elegido obispo a fines del 679. Intervino en cuatro concilios de Toledo, y su nombre va unido a aquel malentendido con el papa al que ya hemos aludido, a propósito de la condenación de los monotelitas; fue en relación con esto que escribió dos defensas o Apologías. Otras obras suyas son un Pronóstico del siglo venidero, que es un tratado dogmático sobre el estado de las almas después de la muerte; un tratado para convencer a los judíos de que Cristo es el salvador que esperaban; un tratado para resolver las aparentes contradicciones de los libros de la Escritura; una gramática; y, de interés para la historia, un libro sobre la rebelión del duque Paulo contra Wamba en la Septimania; tiene también un Elogio de San Ildefonso, en el que incluye un catálogo de las obras que escribió. Muchas otras obras de San Julián, de las que tenemos noticia, se han perdido.

 

Los poetas

Por fin, de entre los autores conocidos especialmente por su obra poética, citaremos sólo dos: SIDONIO APOLINAR, que había nacido en Lyon en el 432 de una familia bien situada y estuvo luego casado con la hija del emperador romano Avito, fue después obispo de Clermont. Tenemos de él 24 cantos poéticos, de trasfondo más bien pagano, y 147 cartas que son de importancia para la historia. Murió en la última década del siglo v.

VENANCIO FORTUNATO es de un siglo después: nació hacia el 530 cerca de Treviso, y murió poco después del 600. Educado en Rávena, peregrinó a Tours a la tumba de San Martín, y se estableció en Poitiers, donde dirigió un convento de monjas y de donde fue después obispo. Fue amigo de Gregorio de Tours y muy apreciado por sus contemporáneos. Tiene 11 libros de Cantos poéticos, entre los que figuran composiciones como el Vexilla regis y el Pange lingua; tiene además otras composiciones, como la Vida de Martín y un canto en honor a María que figura en el Breviario.

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Es usual dar por terminada la época de los Padres de la Iglesia con la figura de San Juan de Damasco (675-750). En Occidente se suele anticipar este final en algo más de un siglo, y el último de los autores incluido es con frecuencia San Isidoro de Sevilla (560-636). Aquí hemos añadido algunos otros escritores de la Hispania visigótica, que cubren el resto del siglo vii; pero no es con ellos que vamos a cerrar estas páginas sino con otro más tardío, contemporáneo de San Juan Damasceno.

Nos referimos a SAN BEDA EL VENERABLE (673-735), que escribe en Britania, un país aún más periférico que el de Isidoro, en un latín de gran calidad.

De Beda es una Historia eclesiástica del pueblo inglés tan celebrada que por sí sola bastaría para haberle hecho famoso. Tanto el título como el estilo recuerdan la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, pues, como él, tiene Beda un fino sentido crítico y un buen conocimiento de las fuentes, que también cita a menudo extensamente. Si Eusebio es el padre de la historia de la Iglesia, Beda lo es de la de Inglaterra.

En el epílogo de esta gran obra, que terminó en el año 731, hacia el final de su vida, Beda da noticias sobre su persona y sus obras, la mayoría de las cuales han llegado hasta nosotros. Había nacido en las tierras del monasterio de Warmouth, en el norte de Inglaterra, y a la edad de siete años había sido confiado al abad de aquel monasterio, Benedicto Biscop; dos años después pasó al cercano monasterio de Jarrow, donde permanecería el resto de su vida. Biscop, sucesivamente abad de ambos cenobios, había sido educado en el de Leríns, en Provenza, y su gran erudición influyó ciertamente en la de Beda. Tanto él como Ceolfrid, abad de Jarrow cuando Beda llegó allí, son venerados como santos.

Beda fue ordenado diácono a los 19 años y presbítero a los 30. A lo largo de su vida, dedicada al estudio y la enseñanza, tuvo ocasión de tratar y de establecer estrechas relaciones personales con muchas de las principales personalidades inglesas de su época. Murió hacia los 62 años y, venerado muy pronto como santo, figura desde 1899 entre los doctores de la Iglesia por decisión del papa León XIII, que añadió su fiesta al calendario universal.

Otras obras históricas de Beda son las biografías de los cinco primeros abades de Wearmouth y Jarrow, que él había conocido personalmente y que en cierta manera vienen a completar su obra magna; una ambiciosa crónica, en la que divide la historia del mundo en seis edades; una obra de cronología, importante para determinar las fechas y las fiestas; y, aunque de un estilo muy diverso, una vida de San Cutberto y otra de San Félix de Nola.

Pero la mayor parte de la producción literaria de Beda la constituyen las exposiciones de la Sagrada Escritura, ya sea en forma de comentarios sistemáticos a muchos de los libros del Viejo y del Nuevo Testamento, en la de disertaciones sobre algunas cuestiones particulares y estudios sobre puntos especialmente obscuros, o en la de homilías, destinadas primeramente a los monjes de Jarrow y pronto difundidas por otros monasterios. Se trata, muchas veces, de resúmenes claros y ordenados de comentarios de otros padres anteriores, tanto griegos como latinos; otras veces, las reflexiones son más personales, y se puede observar entonces su gusto por la interpretación alegórica y moral con preferencia a la meramente literal.

Beda compuso un tratado de ortografía, uno de métrica y uno de retórica para la educación de los monjes. Una muestra de sus amplios intereses es el tratado Sobre la naturaleza donde recoge los conocimentos de astronomía y cosmografía de la antigüedad, y donde hace un primer ensayo de geografia general. También algunas de sus cartas, relativamente numerosas, son auténticos tratados, más o menos breves, como las que tratan del equinocio, de la celebración de la pascua o del afán enfermizo por averiguar la fecha del fin del mundo. Unos libros de poesía, no muy inspirada pero que son un testimonio más de su pericia en el uso del latín, cierran el catálogo de las obras de un autor que, a semejanza de Isidoro de Sevilla, contribuyó en gran manera a la transmisión del saber antiguo al mundo medieval, al que ya pertenecía plenamente, y cuya influencia sobre él, a juzgar por el número de ejemplares de sus obras conservados en las bibliotecas de monasterios y catedrales, no fue mucho menor que la de Ambrosio, Jerónimo y Agustín.


TEXTOS

 

EL PSEUDO-DIONISIO

Sobre la jerarquía eclesiástica

La celebración de la Eucaristía:

El pontífice, una vez dichas las preces sagradas delante del divino altar, comienza por la incensación de éste, y da una vuelta por todo el ámbito del sagrado recinto, y, vuelto de nuevo al divino altar, entona la melodía sagrada de los salmos, y toda la asamblea con sus varios grados, canta con el pontífice las sagradas palabras de los salmos. A esto sigue, por orden, la lectura de la Sagrada Escritura hecha por los ministros; acabada ésta, se hace salir del sagrado recinto a los catecúmenos, y con ellos a los energúmenos y a los penitentes, quedándose los que son dignos de la contemplación y de la comunión de las cosas divinas.

Algunos de los ministros están de pie junto a las puertas del templo, que están cerradas, mientras otros hacen alguna otra cosa propia de su orden. Los primeros de entre los ministros, a una con los sacerdotes, colocan sobre el divino altar el sagrado pan y el cáliz de bendición, habiéndose dicho antes por toda la multitud de la iglesia el himno de alabanza. Después de esto, el pontífice, lleno de Dios, recita una súplica sagrada y comunica a todos la santa paz, y mientras todos se abrazan mutuamente, se da fin a la mística lectura de los sagrados volúmenes (dípticos). Y, habiéndose lavado con agua las manos el pontífice y los sacerdotes, el pontífice se coloca en medio del divino altar, poniéndose de pie a su alrededor con los sacerdotes solamente los primeros entre los ministros.

A continuación, después de haber alabado el pontífice las sagradas obras de Dios, consagra los divinísimos misterios y muestra esas cosas objeto de alabanza bajo los símbolos santamente expuestos; y, habiendo mostrado los dones de las divinas obras, él mismo se acerca a la sagrada comunión de los mismos e invita a los otros a la misma comunión. Por fin, habiendo recibido y repartido la divina comunión, acaba con la sagrada acción de gracias; mientras el pueblo únicamente mira inclinado los divinos símbolos, él, guiado siempre por el divino Espíritu, en bienaventuradas y espirituales contemplaciones,' como conviene a su dignidad jerárquica en la pureza de su estado divinizado, se eleva a los santos orígenes de los sacramentos.

(3, 18; BAC 118, 921-923)

 

SAN MÁXIMO EL CONFESOR

Capítulos

La encarnación del Verbo:

El Verbo de Dios nació según la carne una vez por todas, por su bondad y condescendencia para con los hombres, pero continúa naciendo espiritualmente en aquellos que lo desean; en ellos se hace niño y en ellos se va formando a medida que crecen sus virtudes; se da a conocer a sí mismo en proporción a la capacidad de cada uno, capacidad que él conoce; y si no se comunica en toda su dignidad y grandeza no es porque no lo desee, sino porque conoce las limitaciones de la facultad receptiva de cada uno, y por esto nadie puede conocerlo de un modo perfecto.

En este sentido el Apóstol, consciente de toda la virtualidad de este misterio, dice: Jesucristo es el mismo hoy que ayer, y para siempre, es decir, que se trata de un misterio siempre nuevo, que ninguna comprensión humana puede hacer que envejezca.

Cristo que es Dios, nace y se hace hombre, asumiendo un cuerpo y un alma racional, él, por quien todo lo que existe ha salido de la nada; en el Oriente una estrella brilla en pleno día y guia a los magos hasta el lugar en que yace el Verbo encarnado; con ello se demuestra que el Verbo, contenido en la ley y los profetas, supera místicamente el conocimiento sensible y conduce a los gentiles a la luz de un conocimiento superior.

Es que las enseñanzas de la ley y los profetas, cristianamente entendidas, son como la estrella que conduce al conocimiento del Verbo encarnado a todos aquellos que han sido llamados por designio gratuito de Dios.

Así, pues, Dios se hace perfecto hombre, sin que le falte nada de lo que pertenece a la naturaleza humana, excepción hecha del pecado (el cual, por lo demás, no es inherente a la naturaleza humana); de este modo ofrece a la voracidad insaciable del dragón infernal el señuelo de su carne, excitando su avidez; cebo que, al morderlo, se había de convertir para él en veneno mortal y causa de su total ruina, por la fuerza de la divinidad que en su interior llevaba oculta; esta misma fuerza divina serviría, en cambio, de remedio para la naturaleza humana, restituyéndola a su dignidad primitiva.

En efecto, así como el dragón infernal, habiendo inoculado su veneno en el árbol de la ciencia, había corrompido al hombre cuando éste quiso gustar de aquel árbol, así también aquél, cuando pretendió devorar la carne del Señor, sufrió la ruina y la aniquilación, por el poder de la divinidad latente en esta carne.

La encarnación de Dios es un gran misterio, y nunca dejará de serlo. ¿Cómo el Verbo, que existe personal y substancialmente en el Padre, puede al mismo tiempo existir personal y substancialmente en la carne? ¿Cómo, siendo todo él Dios por naturaleza, se hizo hombre todo él por naturaleza, y esto sin mengua alguna ni de la naturaleza divina, según la cual es Dios, ni de la nuestra, según la cual es hombre? Únicamente la fe puede captar estos misterios, esta fe que es el fundamento y la base de todo aquello que excede la experiencia y el conocimiento natural.

(1, 8-13; Liturgia de las Horas)


SAN ANDRÉS DE CRETA

Disertaciones

La entrada de Cristo en Jerusalén:

Venid, subamos juntos al monte de los Olivos y salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy desde Betania, y que se encamina por su propia voluntad hacia aquella venerable y bienaventurada pasión, para llevar a término el misterio de nuestra salvación.

Viene, en efecto, voluntariamente hacia Jerusalén, el mismo que, por amor a nosotros, bajó del cielo para exaltarnos con él, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser que exista, a nosotros que yacíamos postrados.

Él viene, pero no como quien toma posesión de su gloria, con fasto y ostentación. No gritará —dice la Escritura—, no clamará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, con apariencia insignificante, aunque le ha sido preparada una entrada suntuosa.

Corramos, pues, con el que se dirige con presteza a la pasión, e imitemos a los que salían a su encuentro. No para alfombrarle el camino con ramos de olivo, tapices, mantos y ramas de palmera, sino para poner bajo sus pies nuestras propias personas, con un espíritu humillado al máximo, con una mente y un propósito sinceros, para que podamos así recibir a la Palabra que viene a nosotros y dar cabida a Dios, a quien nadie puede contener.

Alegrémonos, por tanto, de que se nos haya mostrado con tanta mansedumbre aquel que es manso y que sube sobre el ocaso de nuestra pequeñez, a tal extremo, que vino y convivió con nosotros para elevarnos hasta sí mismo, haciéndose de nuestra familia.

Dice el salmo: Subió a lo más alto de los cielos, hacia oriente (hacia su propia gloria y divinidad, interpreto yo), con las primicias de nuestra naturaleza, hasta la cual se había abajado impregnándose de ella; sin embargo, no por ello abandona su inclinación hacia el género humano, sino que seguirá cuidando de él para irlo elevando de gloria en gloria, desde lo ínfimo de la tierra, hasta hacerlo partícipe de su propia sublimidad.

Así pues, en vez de unas túnicas o unos ramos inanimados, en vez de unas ramas de arbustos, que pronto pierden su verdor y que por poco tiempo recrean la mirada, pongámonos nosotros mismos bajo los pies de Cristo, revestidos de su gracia, mejor aún, de toda su persona, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; extendámonos tendidos a sus pies, a manera de túnicas.

Nosotros, que antes éramos como escarlata por la inmundicia de nuestros pecados, pero que después nos hemos vuelto blancos como la nieve con el baño saludable del bautismo, ofrezcamos al vencedor de la muerte no ya ramas de palmera, sino el botín de su victoria, que somos nosotros mismos.

Aclamémoslo también nosotros, como hacían los niños, agitando los ramos espirituales del alma y diciéndole un día y otro: Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel.

(9, Liturgia de las Horas)

 

SAN JUAN DAMASCENO

Declaración de la fe

El presbiterado, llamada al servicio de los discípulos:

Tú, Señor, me sacaste de la sangre de mi padre; tú me formaste en el seno de mi madre; tú me hiciste salir a la luz, desnudo como todos los niños, ya que las leyes naturales que rigen nuestra vida obedecen constantemente a tu voluntad.

Tú, por la bendición del Espíritu Santo, preparaste mi creación y mi existencia, no por la voluntad del hombre ni por el deseo carnal, sino por tu gracia inefable. Preparaste mi nacimiento con una preparación que supera las leyes naturales, me sacaste a la luz adoptándome como hijo y me alistaste entre los discípulos de tu Iglesia santa e inmaculada.

Tú me alimentaste con una leche espiritual, la leche de tus palabras divinas. Tú me sustentaste con el sólido manjar del cuerpo de Jesucristo, nuestro Dios, tu Unigénito santísimo, y me embriagaste con el cáliz divino, el de su sangre vivificante, que derramó por la salvación de todo el mundo.

Porque tú, Señor, nos amaste y pusiste en sustitución nuestra a tu único Hijo amado, para nuestra redención, cosa que él aceptó voluntaria y libremente, más aún, como cordero inocente destinado al sacrificio, ya que para esto se entregó a sí mismo; pues, siendo Dios, se hizo hombre, y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a ti, Dios, Padre suyo, hasta la muerte y una muerte de cruz.

A tal extremo, oh Cristo, mi Dios, te humillaste, para cargarme a mi, oveja descarriada, sobre tus hombros y apacentarme en verdes praderas y nutrirme con las aguas de la sana doctrina por medio de tus pastores, los cuales, apacentados por ti, apacientan a su vez a tu eximia y elegida grey.

Ahora, Señor, me has llamado, por medio de tu obispo, al servicio de tus discípulos. Con qué designio hayas hecho tal cosa, yo lo ignoro; tú eres el único que lo sabes.

Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que que te he ofendido gravemente; purifica mi mente y mi corazón. Sé para mí como una lámpara encendida que me guíe por el camino recto.

Abre mi boca para que hable rectamente, haz que la lengua de fuego de tu Espíritu me conceda un lenguaje claro y expedito, de modo que tu presencia nunca me abandone.

Apaciéntame, Señor, y haz tú de pastor junto conmigo, para que mi corazón no me desvíe a derecha o izquierda, sino que tu Espíritu bueno me guíe por el camino recto, y así mis obras sean hechas conforme a tu voluntad, hasta el último momento.

Y tú, ilustre asamblea de la Iglesia, noble cumbre de la más exigente pureza, que pones tu confianza en el auxilio divino, tú, en quien Dios halla su descanso, recibe la doctrina de la fe sin mezcla de error, tal como nos ha sido transmitida por nuestros Padres, ya que en ella hallarás tu fuerza.

(1; Liturgia de las Horas)

Sermones

Sobre la Natividad de la Virgen María:

Ya que estaba determinado que la Virgen Madre de Dios nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia, sino que esperó a dar su fruto hasta que la gracia hubo dado el suyo. Convenía, en efecto, que naciese como primogénita aquella de la que había de nacer el primogénito de toda la creación, en el cual todo se mantiene.

¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana! Toda la creación os está obligada, ya que por vosotros ofreció al Creador el más excelente de todos los dones, a saber, aquella madre casta, la única digna del Creador.

Alégrate, Ana, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores. Salta de gozo, Joaquín, porque de tu hija un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y será llamado: «Ángel del gran designio» de la salvación universal, «Dios poderoso». Este niño es Dios.

¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana, totalmente inmaculados! Sois conocidos por el fruto de vuestro vientre, tal como dice el Señor: Por sus frutos los conoceréis. Vosotros os esforzasteis en vivir siempre de una manera agradable a Dios y digna de aquella que tuvo en vosotros su origen. Con vuestra conducta casta y santa, ofrecisteis al mundo la joya de la virginidad, aquella que había de permanecer virgen antes del parto, en el parto y después del parto; aquella que, de un modo único y excepcional, cultivaría siempre la virginidad en su mente, en su alma y en su cuerpo.

¡Oh castísimos esposos Joaquín y Ana! Vosotros, guardando la castidad prescrita por la ley natural, conseguisteis, por la gracia de Dios, un fruto superior a la ley natural, ya que engendrasteis para el mundo a la que fue madre de Dios sin conocer varón. Vosotros, comportándoos en vuestras relaciones humanas de un modo piadoso y santo, engendrasteis una hija superior a los ángeles, que es ahora la reina de los ángeles. ¡Oh bellísima niña, sumamente amable! ¡Oh hija de Adán y madre de Dios! ¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de los que saliste! ¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, los labios que tuvieron el privilegio de besarte castamente, es decir, únicamente los de tus padres, para que siempre y en todo guardaras intacta tu virginidad!

Aclamad al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. Alzad fuerte la voz, alzadla, no temáis.

(6, 2.4.5.6; Liturgia de las Horas)

 

SAN GREGORIO MAGNO

Dos selecciones, en versión castellana, han sido publicadas por la ed. Rialp, bajo los títulos de Las parábolas del Evangelio y Homilías sobre los Evangelios, col. Neblí, nn. 9 y 13, Madrid 1957.

Homilías sobre el Evangelio

La parábola del sembrador:

Retened en vuestro corazón las palabras del Señor que habéis escuchado con vuestros oídos; porque la palabra de Dios es el alimento del alma; y la palabra que se oye y no se conserva en la memoria es arrojada como el alimento, cuando el estómago está malo. Pero se desespera de la vida de quien no retiene los alimentos en el estómago; por consiguiente, temed el peligro de la muerte eterna, si recibís el alimento de los santos consejos, pero no retenéis en vuestra memoria las palabras de vida, esto es, los alimentos de justicia. Ved que pasa todo cuanto hacéis y cada día, queráis o no queráis, os aproximáis más al juicio extremo, sin perdón alguno de tiempo. ¿Por qué, pues, se ama lo que se ha de abandonar? ¿Por qué no se hace caso del fin a donde se ha de llegar? Acordaos de que se dice: Si alguno tiene oídos para oír que oiga. Todos los que escuchaban al Señor tenían los oídos del cuerpo; pero el que dice a todos los que tienen oídos: Si alguno tiene oídos para oír, que oiga, no hay duda alguna que se refería a los oídos del alma. Procurad, pues, retener en el oído de vuestro corazón la palabra que escucháis. Procurad que no caiga la semilla cerca del camino, no sea que venga el espíritu maligno y arrebate de vuestra memoria la palabra. Procurad que no caiga la semilla en tierra pedregosa, y produzca el fruto de las buenas obras sin las raíces de la perseverancia. A muchos les agrada lo que escuchan, y se proponen obrar bien; pero inmediatamente que empiezan a ser molestados por las adversidades abandonan las buenas obras que habían comenzado. La tierra pedregosa no tuvo suficiente jugo, porque lo que había germinado no lo llevó hasta el fruto de la perseverancia. Hay muchos que cuando oyen hablar contra la avaricia, la detestan, y ensalzan el menosprecio de las cosas de este mundo; pero tan pronto como ve el alma una cosa que desear, se olvida de lo que se ensalzaba. Hay también muchos que cuando oyen hablar contra la impureza, no sólo no desean mancharse con las suciedades de la carne, sino que hasta se avergüenzan de las manchas con que se han mancillado; pero inmediatamente que se presenta a su vista la belleza corporal, de tal manera es arrastrado el corazón por los deseos, como si nada hubiera hecho ni determinado contra estos deseos, y obra lo que es digno de condenarse, y que él mismo había condenado al recordar que lo había cometido.

Muchas veces nos compungimos por nuestras culpas y, sin embargo, volvemos a cometerlas después de haberlas llorado. Así vemos que Balaán, contemplando los tabernáculos del pueblo de Israel, lloró y pedía ser semejante a ellos en su muerte, diciendo: Muera mi alma con la muerte de los justos y mis últimos días sean parecidos a los suyos; pero inmediatamente que pasó la hora de la compunción, se enardeció en la maldad de la avaricia, porque a causa de la paga prometida, dio consejos para la destrucción de este pueblo a cuya muerte deseara que fuera la suya semejante, y se olvidó de lo que había llorado, no queriendo apagar los ardores de la avaricia.

(15; Neblí 9, 94-96)

La adoración de los Magos:

Habéis oído, hermanos carísimos, en la lectura del Evangelio de este día, que, habiendo nacido el Rey del cielo, se turbó el rey de la tierra; porque la grandeza de este mundo se anonada en el momento que aparece la majestad del cielo. Mas ocúrresenos el preguntar: ¿qué razones hubo para que inmediatamente que nació a este mundo nuestro Redentor fuera anunciado por los ángeles a los pastores de la Judea, y a los magos del Oriente no fuera anunciado por los ángeles, sino por una estrella, para que viniesen a adorarle? Porque a los judíos, como criaturas que usaban de su razón, debía anunciarles esta nueva un ser racional, esto es, un ángel; y los gentiles, que no sabían hacer uso de su razón, debían ser guiados al conocimiento de Dios, no por medio de palabras, sino por medio de señales. De aquí que dijera San Pablo: Las profecías fueron dadas a los fieles, no a los infieles; las señales a los infieles, no a los fieles, porque a aquéllos se les han dado las profecías como fieles, no a los infieles, y a éstos se les han dado señales como infieles, no a los fieles. Es de advertir también que los Apóstoles predicaron a los gentiles a nuestro Redentor cuando era ya de edad perfecta; y que mientras fue niño, que no podía hablar naturalmente, es una estrella la que le anuncia; la razón es porque el orden racional exigía que los predicadores nos dieran a conocer con su palabra al Señor que ya hablaba, y cuando todavía no hablaba le predicasen muchos elementos.

Debemos considerar en todas estas señales, que fueron dadas tanto al nacer como al morir el Señor, cuánta debió ser la dureza de corazón de algunos judíos, que no llegaron a conocerle ni por el don de profecía, ni por los milagros. Todos los elementos han dado testimonio de que ha venido su Autor. Porque, en cierto modo, los cielos le reconocieron como Dios, pues inmediatamente que nació lo manifestaron por medio de una estrella. El mar le reconoció sosteniéndole en sus olas; la tierra le conoció porque se estremeció al ocurrir su muerte; el sol le conoció ocultando a la hora de su muerte el resplandor de sus rayos; los peñascos y los muros le conocieron porque al tiempo de su muerte se rompieron; el infierno le reconoció restituyendo los muertos que conservaba en su poder. Y al que habían reconocido como Dios todos los elementos insensibles, no le quisieron reconocer los corazones de los judíos infieles y más duros que los mismos peñascos, los cuales aún hoy no quieren romperse para penitencia y rehúsan confesar al que los elementos, con sus señales, declaraban como Dios. Y aun ellos, para colmo de su condenación, sabían mucho antes que había de nacer el que despreciaron cuando nació; y no sólo sabían que había de nacer, sino también el lugar de su nacimiento. Porque preguntados por Herodes, manifestaron este lugar que habían aprendido por la autoridad de las Escrituras. Refirieron el testimonio en que se manifiesta que Belén sería honrada con el nacimiento de este nuevo caudillo; para que su misma ciencia les sirviera a ellos de condenación y a nosotros de auxilio para que creyéramos. Perfectamente los designó Isaac cuando bendijo a Jacob su hijo, pues estando ciego y profetizando, no vio en aquel momento a su hijo, a quien tantas cosas predijo para lo sucesivo; esto es, porque el pueblo judío, lleno del espíritu de profecía y ciego de corazón, no quiso reconocer presente a aquel de quien tanto se había predicho.

(10; Neblí 13, 115-118)

 

La Regla Pastoral

Junto con otras, y con el título Obras de San Gregorio Magno, ha sido publicada, en versión castellana, por P. GALLARDO y M. ANDRÉS, BAC n. 170, Madrid 1958.

Las cualidades necesarias al prelado:

Por todos los medios, pues, debe ser llevado, contra su voluntad, para ejemplo de bien vivir, quien, muerto a todas las pasiones de la carne, vive ya espiritualmente, porque desprecia las prosperidades del mundo; quien no teme adversidad alguna, porque sólo desea los bienes interiores; aquel cuyo espíritu, bien dotado para tal empeño, ni se opone del todo por la flaqueza del cuerpo ni demasiado por la contumacia; quien no se deja llevar por la codicia de lo ajeno, sino que da generosamente lo suyo; quien, por tener entrañas de piedad, más pronto se inclina a perdonar, pero que, sin tolerar nunca más de lo conveniente, se encastilla en la rectitud; quien no ejecuta acción alguna ilícita y deplora, como propias, las que hacen los demás; quien de lo íntimo del corazón se conduele del mal ajeno y se alegra de los bienes del prójimo igual que de su provecho; quien se muestra a los demás como ejemplo, de tal modo que no tenga que avergonzarse entre ellos, ni siquiera de lo pasado; quien procura vivir de tal manera que, a la vez, pueda con abundancia de doctrina regar los áridos corazones de los prójimos; quien con la práctica y experiencia de la oración ha aprendido que puede obtener del Señor lo que le pida; aquel a quien ya, como de un modo especial, se dice por el profeta: Apenas hables, te diré: Aquí estoy.

Si tal vez se nos presentara alguno para llevarnos a que intercedamos por él ante un hombre poderoso que está irritado contra él, y que es para nosotros desconocido, al punto responderíamos: No podemos ir a interceder, porque no tenemos trato alguno íntimo con él.

Ahora bien, si un hombre se avergüenza de hacerse intercesor ante otro hombre en el cual no confía por modo alguno, ¿con qué cara se arroga el papel de intercesor ante Dios en favor del pueblo quien, por su modo de vivir, no sabe estar familiarizado con su gracia? ¿O cómo solicita de Él la gracia para los otros quien no sabe si está con él aplacado?

En lo cual hay que temer todavía con mayor inquietud otra cosa, es a saber: que quien cree poder aplacar la ira, acaso él mismo la merezca por su culpa; pues todos sabemos que, cuando se envía para aplacar uno que desagrada, el ánimo del irritado se excita para cosas mayores.

Luego quien todavía se halle enredado en deseos terrenales tome precauciones, no sea que, encendiendo más vivamente la ira del justo Juez, por complacerse en el puesto de honor, venga a ser causa de ruina para los súbditos.

(1.10; BAC 170, 117-118)

El prelado ha de distinguir bien las virtudes de los vicios:

Debe saber además el prelado que los vicios muchas veces aparentan ser virtudes; así, con frecuencia bajo el nombre de sobriedad se disimula la avaricia, y, al contrario, la prodigalidad se oculta bajo el dictado de largueza; muchas veces el perdón desordenado se cree ser piedad, y la ira desenfrenada se toma por vehemente celo espiritual; otras muchas veces el obrar precipitado se considera como rápida actividad, y la tardanza en obrar como gravedad de juicio.

Por lo cual es necesario que el director de almas distinga cautelosamente las virtudes y los vicios, no sea que la avaricia se apodere del corazón y se engría de ser sobria en sus donaciones; o bien, cuando es pródigo en dar algo, se gloríe como si fuera generoso por compasión; o, perdonando lo que debió castigar, encamine a los súbditos a los eternos suplicios; o, castigando cruelmente los delitos, él mismo peque más gravemente; o que lo que pudo hacerse recta y sosegadamente lo precipite, decidiendo antes de tiempo; o que, por diferir el recompensar las obras buenas, las trueque en peores.

(2, 9; BAC 170, 141)


Regla pastoral

Idea del contenido de la tercera parte de la Regla pastoral:

Ya que hemos expuesto cuál debe ser el prelado, demostraremos ahora de qué modo debe enseñar, pues, como mucho antes que nosotros enseñó Gregorio Nacianceno, de venerable memoria, no conviene a todos una e igual exhortación, porque no todos tienen iguales géneros de vida y porque con frecuencia dañan a unos las cosas que a otros aprovechan; así como muchas veces las hierbas que a unos animales nutren causan a otros la muerte, y como un ligero silbo amansa a los caballos e instiga a los perros, y la medicina que corta una enfermedad agrava otra, y el pan que robustece la vida de los adultos causa a los niños la muerte.

Por tanto, la palabra de los maestros debe acomodarse a la condición de los oyentes, de manera que a cada cual aproveche lo suyo, sin dejar nunca el arte de la común edificación. Porque las almas atentas de los oyentes, ¿qué son sino a manera, por así decirlo, de cuerdas de distinta tensión en la cítara, las cuales pulsa el artista de un modo distinto para que no produzcan sonido desacorde? Y las cuerdas producen modulación acorde precisamente porque son pulsadas con un mismo plectro, sí, pero no con igual pulsación.

Por consiguiente, todo maestro, para formar a todos en una sola virtud, la de la caridad, debe llegar al corazón de los oyentes con una sola doctrina, es verdad, pero no con una misma exhortación.

Porque de un modo se debe exhortar a los hombres y de otro a las mujeres. De un modo a los jóvenes y de otro a los ancianos. De un modo a los pobres y de otro a los ricos. De un modo a los alegres y de otro a los tristes (...) De un modo a los que, por miedo al castigo, viven sin culpa, y de otro a los que de tal modo se han endurecido en la maldad, que ni con los castigos se corrigen (...) De un modo a los que ni apetecen lo ajeno ni dan de lo suyo, y de otro modo a los que dan lo suyo y, sin embargo, no dejan de apoderarse de lo ajeno (...) De un modo a los conocedores de los pecados de la carne y de otro a los que los ignoran. De un modo a los que lamentan los pecados de obra y de otro a los que lamentan los de pensamiento. De un modo a los que lloran los pecados cometidos, pero con todo, no los dejan, y de otro a los que los dejan, pero no los lloran. De un modo a los que obran y aplauden lo ilícito y de otro a los que motejan los delitos, pero no los impiden. De un modo a los que son vencidos por una concupiscencia repentina y de otro a los que deliberadamente se entregan a la culpa (...).

Mas ¿qué utilidad reportaría el que hayamos enumerado todo esto reunido si no aclaramos en forma de exhortación cada cosa con toda la brevedad que nos sea posible?

Discurramos, pues, ordenadamente y con mayor amplitud por todos estos modos, comenzando por el primero.

Debe amonestarse de un modo a los hombres y de otro a las mujeres, porque a los hombres se les deben proponer cosas difíciles, y a las mujeres, cosas más suaves, de suerte que decidan a aquéllos a realizar cosas grandes y a éstas a prendarse de las más delicadas.

Debe amonestarse de un modo a los jóvenes y de otro a los ancianos, porque, generalmente, una reprensión severa hace provecho a aquéllos, mientras que a éstos la recomendación suave los dispone a obrar mejor; pues escrito está: No reprendas con aspereza al anciano, sino exhórtale como a padre.

(3, prólogo y cap. 1; BAC 148-150)

Ejemplo de uno de sus capítulos:

De un modo se ha de monestar a los sabios de este mundo y de otro a los rudos

Pues a los sabios se les debe aconsejar que aprendan a prescindir de lo que saben; y a los rudos, que quieran aprender lo que ignoran.

Lo primero que hay que disipar en aquéllos es el que se tengan por sabios; a éstos, en cambio, hay que informarlos en lo que de la sabiduría divina se conoce, porque, como no se ensoberbecen, tienen ya como dispuestos los corazones para recibir la edificación.

Con aquéllos hay que trabajar para que se hagan más sabiamente ignorantes y dejen la necia sabiduría y aprendan la sabia estulticia divina; pero a éstos hay que predicarles de manera que desde la que se tiene por ignorancia se aproximen más a la verdadera sabiduría. Por eso se dice a aquéllos: Si alguno de vosotros se tiene por sabio según el mundo, hágase necio a los ojos de los mundanos, a fin de ser sabio a los de Dios. En cambio, a éstos se dice: No sois muchos los sabios según la carne; y otra vez: Dios ha escogido a los necios según el mundo para confundir a los sabios.

A aquéllos, por lo común, los convierten los argumentos de razón; a éstos, por lo regular, los convierten mejor los ejemplos; es decir, que a aquéllos aprovecha el verse vencidos en sus argumentos, pero a éstos les basta a veces conocer las acciones laudables de otro. Por eso el egregio maestro dice: Deudor soy igualmente a sabios e ignorantes; y cuando exhortaba a la vez a algunos sabios de los hebreos y también a algunos rudos, hablando a aquéllos sobre la inteligencia del Antiguo Testamento, superó con sus argumentos la sabiduría de ellos, diciendo: Lo que se da por anticuado y viejo, cerca está de ser abolido; pero, viendo que a algunos sólo podía atraérselos con ejemplos, en la misma carta añadió: Los santos sufrieron escarnios y azotes, además de cadenas y cárceles; fueron apedreados, puestos a prueba de todos modos, muertos a filo de espada; y en otro lugar: Acordaos de vuestros prelados, los cuales os han predicado la palabra de Dios, cuya fe habéis de imitar, considerando el fin dichoso de su vida. De esta suerte, doblegaba a aquéllos la razón vencedora, y a éstos la halagadora imitación los persuadía a subir a los más excelso.

(3, 6: BAC 170, 155-156)


Homilías sobre los Evangelios

En la Natividad del Señor:

Como, con el favor del Señor, hemos de celebrar hoy tres veces misa solemne, no podemos hablar por mucho tiempo sobre la lección evangélica; pero la misma Natividad de nuestro Redentor nos fuerza a decir algo, siquiera sea brevemente.

Pues bien, ¿qué significa el que, cuando ha de nacer el Señor, se hace la inscripción del mundo, sino esto que claramente resalta, a saber: que aparecía en la carne el que inscribiría en la eternidad a sus elegidos? En cambio, de los réprobos se dice por el profeta: Raídos sean del libro de los vivientes y no queden escritos en el libro de los justos.

También nace convenientemente en Belén, porque Belén significa casa del pan; y precisamente Él mismo es quien dice: Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo. Por tanto, el lugar en que nace el Señor, ya antes fue llamado casa del pan, porque, en efecto, había de verificarse que quien saciaría interiormente a las almas aparecería allí en la sustancia de la carne.

Y no nace en la casa de sus padres, sino en el camino, para mostrar en realidad que nacía como de prestado en la humanidad suya que había tomado. De prestado, digo, o de ajeno, refiriéndome, no a su potestad, sino a la naturaleza; porque de su potestad está escrito: Vino a su propia casa; y por lo que hace a su naturaleza, en la suya nació antes de los tiempos, en la nuestra vino en el tiempo; por tanto, el que, permaneciendo eterno, apareció en el tiempo, es ajeno a donde descendió.

Y como por el profeta se dice: Toda carne es heno, hecho hombre, convirtió nuestro heno en grano el que dice de sí mismo: Si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo. De ahí el que, nacido, es reclinado en el pesebre, para alimentar con el trigo de su carne a todos los fieles, esto es, a los santos animales, para que no permanezcan ayunos del sustento de la sabiduría eterna.

¿Y qué significa el que aparece el ángel a los pastores que estaban en vela y el que los circunde de luz la claridad de Dios, sino que, con preferencia a los demás, merecen ver las cosas más altas los que saben presidir con solicitud a los rebaños fieles, y que, cuando ellos vigilan piadosos sobre la grey, brilla copiosa sobre ellos la luz de la divina gracia?

Pero el ángel anuncia al Rey nacido, y a su voz cantan acordes los coros de los ángeles y, mutuamente regocijados, claman: Gloria a Dios en lo más alto de los cielos y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad; porque antes de que nuestro Redentor naciera en la carne, estábamos en desacuerdo con los ángeles, de cuya claridad y pureza distábamos mucho, por merecerlo así la primera culpa y nuestros diarios delitos; pues como pecando nos habíamos extrañado de Dios, los ángeles, ciudadanos de Dios, nos consideraban también como extraños a su compañía; pero, cuando ya reconocimos a nuestro Rey, los ángeles nos reconocieron como ciudadanos suyos, porque, habiendo tomado el Rey del cielo la tierra de nuestra carne, la celsitud angélica ya no desprecia nuestra pequeñez: los ángeles hacen las paces con nosotros; dejan a un lado los motivos de la antigua discordia y respetan ya como compañeros a los que antes, por enfermos y abyectos, habían despreciado.

He ahí por qué Lot y Josué adoran a los ángeles y, sin embargo, no se les prohíbe tal adoración; en cambio, Juan en el Apocalipsis quiso adorar al ángel, pero el ángel le manifestó que no debía adorarle, diciendo: Guárdate de hacerlo, que soy yo un consiervo tuyo y de tus hermanos.

¿Qué significa el que, antes del advenimiento del Redentor, los hombres adoran a los ángeles y éstos callan, pero después lo rehúsan, sino que, después que ven levantada por encima de ellos nuestra naturaleza, que antes habían menospreciado, temen verla postrada ante ellos? Y ya no se han atrevido a despreciar por más débil que la suya a la que en el Rey del cielo veneran por superior en realidad a la suya; ni se desdeñan de tener por socio al hombre ellos, que adoran al Hombre Dios por superior a ellos.

Por consiguiente, hermanos carísimos, cuidemos que no nos mancille inmundicia alguna, puesto que en la eterna presciencia somos ciudadanos de Dios e iguales a los ángeles. Recabemos nuestra dignidad con las costumbres; no nos manche la lujuria, ningún pensamiento torpe nos acuse, no nos remuerda de maldad la conciencia, no nos consuma el rescoldo de la envidia, no nos hinche la soberbia, no nos devore la ambición por los deleites terrenos, no nos abrase la ira. Dioses hase llamado a los hombres. Pues defiende en ti, ¡oh hombre!, contra los vicios el honor de Dios, ya que por ti se ha hecho hombre Dios, el cual vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

(1, 8; BAC 170, 564-566)


FAUSTO DE RIEZ

Sermones

Cristo y la Iglesia:

Al tercer día se celebraron unas bodas. Estas bodas significan la celebración festiva y gozosa de nuestra salvación, que nos viene de la confesión de la Trinidad y de nuestra fe en la resurrección, como insinúa el significado místico ternario de la expresión al tercer día.

En este mismo sentido nos habla otro pasaje evangélico de cómo la vuelta del hijo pródigo, que representa la conversión de los gentiles, se celebrada con músicas y danzas y con vestiduras nupciales.

Así pues, el Señor, como el esposo que sale de su alcoba, bajó a la tierra para, mediante su encarnación, unirse en matrimonio con la Iglesia, reunida de entre los gentiles, a la que dio arras y dote: arras, cuando Dios se unió al hombre; dote, cuando fue inmolado por la salvación del hombre. Las arras significan la redención actual; la dote la vida eterna. Aquello que externamente era un milagro es también, si se penetra en su significado, un misterio. Si lo consideramos atentamente, descubriremos en aquella agua convertida en vino una cierta similitud con el bautismo y la regeneración cristiana. Aquella transformación intrínseca de un elemento en otro, aquella misteriosa conversión de una creatura inferior en otra de distinta especie y superior es una anticipación simbólica de nuestro segundo nacimiento. El agua que ahora es transformada habría de realizar luego la transformación del hombre. Por obra de Cristo se produce en Galilea un vino nuevo, esto es, cesa la ley y le sucede la gracia; es retirada la sombra y se hace presente la realidad; lo carnal es equiparado a lo espiritual; la antigua observancia se transforma en el nuevo Testamento: como dice el Apóstol: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado; y, del mismo modo que el agua contenida en las tinajas, sin mermar en su propio ser, adquiere una nueva entidad, así también la ley no queda destruida con la venida de Cristo, al contrario, queda clarificada y ennoblecida.

Como faltase vino, Cristo suministra un vino nuevo; bueno es el vino del antiguo Testamento, pero el del nuevo es mejor; el antiguo Testamento, que observan los judíos, se diluye en la materialidad de la letra, mientras que el nuevo, al que pertenecemos nosotros, nos comunica el buen sabor de vida y de gracia.

Buen vino, esto es, buen precepto es aquel de la ley antigua: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero mejor y más fuerte es el vino del Evangelio, que nos manda: Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os odian.

(5, 2; Liturgia de las Horas)


 

SAN FULGENCIO DE RUSPE

Sermones

La caridad:

Ayer celebrábamos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el martirio triunfal de su soldado.

Ayer nuestro Rey, con la vestidura de gala de nuestra carne, salió del palacio del seno virginal y se dignó visitar el mundo; hoy su soldado, abandonando la tienda de su cuerpo, ha entrado triunfante en el cielo.

Nuestro Rey, a pesar de su condición altísima, por nosotros viene humilde, mas no con las manos vacías: él trae para sus soldados una dádiva espléndida, ya que no sólo les otorga copiosas riquezas, sino que les da también una fortaleza invencible en el combate. En efecto, trae consigo el don de la caridad, que eleva a los hombres hasta la participación de la naturaleza divina.

Y, al repartir estos dones, en nada queda él empobrecido, sino que de un modo admirable enriquece la pobreza de sus fieles sin mengua de sus tesoros inagotables.

La misma caridad que hizo bajar a Cristo del cielo a la tierra ha hecho subir a Esteban de la tierra al cielo. La misma caridad que había precedido en la persona del Rey resplandeció después en su soldado.

Esteban, para merecer la corona que significaba su nombre, tuvo por arma la caridad, y ella le dio siempre la victoria. Por amor a Dios no cedió ante la furia de los judíos, por amor al prójimo intercedió por los que lo apedreaban. Por esta caridad refutaba a los que estaban equivocados, para que se enmendasen de su error; por ello oraba por los que lo apedreaban, para que no fuesen castigados.

Apoyado en la fuerza de esta caridad, venció la furia y crueldad de Saulo y, habiéndolo tenido por perseguidor en la tierra, logró tenerlo por compañero en el cielo. Movido por esta santa e inquebrantable caridad, deseaba conquistar con su oración a los que no había podido convertir con sus palabras.

Y ahora ?ablo se alegra con Esteban, goza con él de la gloria de Cristo, con él desborda de alegría, con él reina. Allí donde entró primero Esteban, aplastado por las piedras de Pablo, entró luego Pablo, ayudado por las oraciones de Esteban.

Ésta es, hermanos míos, la verdadera vida, donde Pablo no es avergonzado por la muerte de Esteban, donde Esteban se congratula de la compañía de Pablo, porque en ambos es la caridad la fuente de su alegría. La caridad de Esteban, en efecto, superó la furia de los judíos, la caridad de Pablo cubrió la multitud de los pecados, la caridad de ambos les hizo merecer juntamente la posesión del reino de los cielos.

La caridad, por tanto, es la fuente y el origen de todo bien, la mejor defensa, el camino que lleva al cielo. El que camina en la caridad no puede errar ni temer, porque ella es guía, protección, camino seguro.

Por esto, hermanos, ya que Cristo ha colocado la escalera de la caridad, por la que todo cristiano puede subir al cielo, aferraos a esta pura caridad, practicadla unos con otros y subid por ella cada vez más arriba.

(3, 1-3. 5-6; Liturgia de las Horas)

 

SAN CESÁREO DE ARLÉS

Sermones

La misericordia divina y la humana:

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos lo que quieren practicarla.

Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.

Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.

¿Cómo somos nosotros, que cuando Dios nos da queremos recibir, y cuando nos pide no le queremos dar? Porque cuando un pobre pasa hambre es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.

Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Dad y se os dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades.

(25, 1; Liturgia de las Horas)


SAN BENITO DE NURSIA

La Santa Regla

Del trabajo manual cotidiano:

La ociosidad es enemiga del alma; por eso en determinados tiempos deben los monjes ocuparse en el trabajo manual y a ciertas horas en la lección divina.

Razón por la cual, juzgamos deber ordenar ambos tiempos con arreglo a este plan: desde Pascua hasta el 14 de septiembre, por la mañana, saliendo de prima, trabajarán en lo que fuere necesario hasta cerca de la hora cuarta. Mas desde la hora cuarta hasta la sexta aproximadamente, dedíquense a la lectura. Después de sexta, en levantándose de la mesa, descansarán en sus lechos con sumo silencio, y si quizá alguno quiere leer, lea para sí, de suerte que no moleste a otro. Dígase la nona más temprano, mediada la hora octava, y vuelvan a trabajar hasta vísperas en lo que fuere menester. Pero si las condiciones del lugar o la pobreza exigiesen que se ocupen en recolectar por sí mismos las mieses, no se contristen, pues entonces son verdaderamente monjes cuando viven del trabajo de sus manos, como nuestros Padres y los Apóstoles.

Mas hágase todo con moderación en atención a los débiles.

Pero desde el 14 de septiembre hasta principio de Cuaresma se aplicarán los monjes a la lectura hasta el final de la segunda hora; entonces récese tercia y luego trabajen todos hasta nona en la tarea que se les hubiere encomendado. Al oír la primera señal de esta hora, abandone cada uno su respectivo trabajo y estén prontos para cuando se haga la segunda señal. Después de la refección se ocuparán en sus lecturas o en los salmos.

Mas en los días de Cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajen en lo que se les mandare hasta la hora décima completa. En estos días de Cuaresma reciban todos su correspondiente libro de la biblioteca, que deberán leer por orden y enteramente: estos libros dense al principio de Cuaresma. Ante todo desígnense uno o dos ancianos que circulen por el monasterio a las horas en que los monjes se consagran a la lectura, y observen si acaso se halla algún monje perezoso que en lugar de atender a la lección, se entrega al ocio y bagatelas, y no sólo no aprovecha para sí, sino que disipa a los demás. Si alguien fuese sorprendido en semejante falta —lo que ojalá no suceda—, repréndasele primera y segunda vez y, de no enmendarse, aplíquesele el castigo regular de suerte que los demás teman. Y que ningún monje se junte con otro a horas intempestivas.

Asimismo, el domingo conságrense todos a la lectura, salvo los que tuvieren asignadas incumbencias particulares. Mas si hubiese alguno tan negligente y apático que no quiera o no pueda meditar o leer, séale impuesta alguna labor para que no esté ocioso. A los monjes enfermos o delicados encomiéndeseles una ocupación u oficio tal, que ni estén ociosos, ni el peso del trabajo les oprima y se vean precisados a abandon.lo. Tenga el abad consideración a la flaqueza de los tales.

(48; BAC 115, 563-569)


CASIODORO

Comentarios a los Salmos

La Eucaristía:

Aparejaste delante de mí una mesa contra mis perseguidores. Se cuenta el séptimo motivo de alegría cuando dice: Aparejaste delante de mí, esto es, predestinaste un altar santo, al cual contempla toda la Iglesia, al cual rodea el pueblo cristiano. Pues mesa ha sido llamada de mes, porque en un mismo día (del mes), según el rito de los gentiles, tenían lugar los banquetes. Mas la mesa de la Iglesia es dichoso convite, feliz banquete, hartura de fe y manjar celeste. Mas es claro que esa mesa está aparejada contra aquellos que, sumergidos en alguna perversidad, contristan gravemente con su error a la Iglesia de Dios; de los cuales dice el Apóstol: Quien come indignamente, come y bebe su propia condenación, por no hacer discernimiento del cuerpo del Señor, a saber, del cuerpo que se dio para remisión de los pecados y para que poseyéramos la vida eterna. Y acuérdate que mesa se toma en buen sentido y en malo; como dice el Apóstol: No podéis tener parte a la vez en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios.

(22, 6; BAC 118, 1108).


SAN GREGORIO DE TOURS

Historia de los francos

Profesión de fe del autor, al comienzo de la obra:

Proponiéndome describir las luchas de los reyes contra los pueblos enemigos, las de los mártires contra los paganos, y las de las Iglesias contra los herejes, quiero ante todo dar razón de mi fe, de manera que nadie pueda dudar de qúe soy católico. Para aquellos que están perdiendo la esperanza al ver acercarse más y más el fin del mundo, pienso que es deseable también explicar claramente, con información recogida de las crónicas e historias de escritores anteriores, cuántos años han transcurrido desde que comenzó el mundo. Pero antes de nada, pido perdón a mis lectores por los errores gramaticales que puedo cometer en sílabas o en letras, materia en la que estoy lejos de ser un experto. Mi deseo es permanecer fiel a lo que la Iglesia ordena que creamos, sin la menor desviación y sin ninguna duda en mi corazón, pues sé que el pecador puede obtener el perdón de Dios mediante la pureza de su fe.

Creo por tanto en Dios Padre Todopoderoso, y en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor, nacido del Padre y no hecho, que estuvo siempre con el Padre, no a partir de un cierto momento, sino antes de todo tiempo. Dios no podría haber sido llamado Padre a menos que tuviera un Hijo, ni sería Él el Hijo si no hubiera tenido Padre. Rechazo con execración a aquellos que dicen: Hubo un tiempo en que Él no existía, y sostengo que están fuera de la Iglesia. Creo que Cristo es la Palabra del Padre, por Quien todo fue hecho. Creo que esta Palabra se hizo carne, y que por su pasión fue el mundo redimido; y creo que sufrió la pasión en su Humanidad y no en su Divinidad. Creo que al tercer día resucitó, que redimió al hombre que estaba perdido, que ascendió al Cielo, y que está sentado a la diestra de Dios Padre, y que vendrá de nuevo para liberar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, que no existió antes o después que ellos en el tiempo, sino que era igual, Dios siempre coeterno con el Padre y con el Hijo, en naturaleza consubstancial, en omnipotencia igual, en esencia cosempiterno con ellos. Nunca existió sin el Padre y sin el Hijo, ni fue inferior al Padre o al Hijo. Creo que esta Santa Trinidad existe con distinción de Personas, y que la Persona del Padre es una, la Persona del Hijo una, y la Persona del Espíritu Santo una. En esta Trinidad confieso una Divinidad, un Poder y una Esencia. Creo en la Bienaventurada María, que fue virgen antes del parto y fue virgen después del parto. Creo en la inmortalidad del alma, que aún no participa de la Divinidad. Todo lo que fue establecido por los trescientos dieciocho obispos de Nicea lo creo fielmente. Del fin del mundo creo realmente aquello que he aprendido de mis mayores, pero que antes ha de venir el Anticristo. Primero el Anticristo introduce la circuncisión y proclama que es el Cristo; luego pone su imagen en el Templo de Jerusalén para que sea adorada, pues leemos que el Señor dijo: Veréis la abominación de la desolación puesta en el lugar santo; pero, respecto a ese día, el Señor lo deja claro a todos los hombres cuando dice: Pero ningún hombre conoce el día ni la hora, ni tampoco los ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo, sino sólo el Padre. Aquí respondemos a los herejes que nos atacan y dicen que el Hijo es inferior al Padre, porque no conoce este día. Han de entender que por este Hijo se significa el pueblo cristiano, del que Dios dice: Seré para ellos un Padre, y ellos serán hijos para mí. Si Dios se hubiera referido a su Hijo unigénito, no habría puesto a los ángeles antes que a Él. Dijo: Ni los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, mostrando que había dicho estas cosas no de su Hijo unigénito sino de su pueblo adoptado. Cristo mismo es nuestro fin, pues, si nos hemos convertido a Él, en la plenitud de su gracia nos dará la vida eterna.

Las Crónicas de Eusebio, obispo de Cesarea, y del presbítero Jerónimo, explican claramente cómo se puede computar la edad de este mundo, y exponen de manera sistemática la secuencia entera de los años. Orosio, que investigó con mucha diligencia estos temas, hizo también una lista desde el comienzo del mundo hasta sus propios días. Victorio hizo lo mismo, cuando estaba investigando sobre la fecha de la Pascua. Si Dios me ayuda, seguiré el ejemplo de estos escritores que he mencionado, y daré también yo la serie entera de años desde la creación del hombre hasta nuestro tiempo. Haré esto con más facilidad si comienzo con Adán.

(Libro 1, Introducción; traducción hecha sobre PL 71, 161-163)


SAN JUSTO DE URGEL

Comentario al Cantar de los Cantares

Mi amado me habla: a menudo se habla del amado en este libro, pues ¿quién tan amado de la Iglesia como Aquel por quien los mártires dieron su vida? Levántate, apresúrate y ven: Levántate, cree; apresúrate, terminado el camino, recibe el premio del piadoso esfuerzo. Amiga mía: reconciliada conmigo por la muerte; hermosa: limpiada por el bautismo. Pasó ya el invierno, porque la tribulación temporal llegó a su fin. Se disiparon y cesaron las lluvias: la prueba repetida y múltiple, o la persecución de los paganos, se ha aquietado. Las flores han aparecido en la tierra: los santos proliferan en el mundo, nacidos en el mes de los renuevos, cuando se celebra la Pascua; de los cuales dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, no las de la tierra. Ha llegado el tiempo de la poda: aquellos que han sido plantados en la Casa del Señor, usando la hoz de la lucha ascética, podados de toda superstición, se preparan para los frutos que han de venir. Se ha oído en la tierra el arrullo de la tórtola: en el evangelio, Ana, viuda castísima de ochenta y cuatro años, que no salía del templo, donde se dedicaba al ayuno y la oración, reconoce a Cristo y habla de Él a todos los que esperaban la redención de Israel; mandó ofrecer en sacrificio una pareja de estas mismas aves, porque nada es aceptable sino cuando los fieles, santificados en el cuerpo y en el espíritu, se ofrecen al Señor. La higuera ha mostrado sus frutos: al final, hasta la Sinagoga produjo israelitas que creyeron en Cristo, como también dice al Apóstol: No quiero que ignoréis este misterio, que una parte de Israel ha caído en la obcecación, hasta que la plenitud de las gentes haya entrado, y así se salve la totalidad de Israel. Las viñas en flor esparcen su aroma: las congregaciones de clérigos y también de monjes y de vírgenes, crecen en la Iglesia, y han sido conocidas por su buena fama y vida. Levántate, amiga mía, hermosa mía: con llamadas cariñosas se exhorta siempre a la Iglesia a que, abandonadas las cosas temporales, suspire por las eternas. Paloma mía, en los agujeros de las peñas: no se llama por otra cosa paloma a la Iglesia sino porque no hay en ella engaño y porque está llena del Espíritu Santo; habita en los agujeros de las peñas, porque siempre encuentra refugio en aquellas heridas de Cristo, por las que ha sido sanada; encuentra también refugio en las concavidades de las paredes cuando es acariciada por el consuelo santo de las Escrituras, o cuando es plenamente protegida por los méritos y las oraciones de los santos que han pasado; en estos agujeros de la roca, como una paloma encontró protección el apóstol Tomás cuando después de la resurrección, tocando las heridas de Cristo, apartada toda duda, exclamó fielmente: Señor mío y Dios mío.

(2; traducción hecha sobre PL 67, 971-972)


SAN MARTÍN DE BRAGA

Fórmula de la vida honesta

La magnanimidad:

Si la magnanimidad, que también se llama fortaleza, está en tu ánimo, vivirás libre, intrépido, alegre. Es propio del hombre de ánimo grande no vacilar, ser constante, y esperar intrépido el fin de la vida. Nada hay grande en lo humano, sino el ánimo que desprecia lo grande. Si eres magnánimo, nunca te sentirás agraviado. De tu enemigo dirás: No me ha perjudicado, sólo ha intentado hacerlo; y cuando le veas en tu poder, tendrás por venganza el sólo poder vengarte. Pues has de saber que perdonar es un género de venganza honesto y grande. No murmures de nadie, no pongas trampas a nadie, enfréntate a él abiertamente. No busques conflictos, a no ser que no haya más remedio; pues los fraudes y el engaño son propios del débil. Serás magnánimo si no deseas los peligros, como el temerario, ni los temes, como el temeroso; pues nada hace al ánimo miedoso, si no es la conciencia de una vida reprensible. La medida de la magnanimidad es no ser tímido ni osado.

(2; traducción hecha sobre PL 72, 25)


SAN LEANDRO

Homilía pronunciada al final del Concilio III de Toledo

La unidad de la Iglesia, después de la conversión de los arrianos:

Regocíjate y alégrate, Iglesia de Dios, gózate porque formas un solo cuerpo para Cristo. Ármate de fortaleza y llénate de júbilo. Tus aflicciones se han convertido en gozo. Tu traje de tristeza se cambiará por el de alegría. Ya queda atrás tu esterilidad y pobreza. En un solo parto diste a Cristo innumerables pueblos. Grande es tu Esposo, por cuyo imperio eres gobernada. Él convierte en gozo tus sufrimientos y te devuelve a tus enemigos convertidos en amigos. No llores ni te apenes, porque algunos de tus hijos se hayan separado de ti temporalmente. Ahora vuelven a tu seno gozosos y enriquecidos. Fíate de tu cabeza, que es Cristo. Afiánzate en la fe. Se han cumplido las antiguas promesas. Sabes cuál es la dulzura de la caridad y el deleite de la unidad. No predicas sino la unión de las naciones. No aspiras más que a la unidad de los pueblos. No siembras más que semillas de paz y caridad. Alégrate en el Señor, porque no has sido defraudada en tus sentimientos. Pasados los hielos invernales y el rigor de las nieves, has dado a luz, como fruto delicioso, como suaves flores de primavera, a aquellos que concebiste entre gemidos y oraciones ininterrumpidas.

(Liturgia de las Horas)

Regla de San Leandro

J. CAMPOS y T. ROCA han publicado en el volumen 321 de la BAC titulado Santos Padres españoles: San Leandro, San Isidoro, San Fructuoso, algunos textos de estos autores.

Exhortación a su hermana:

Al preguntarme con insistencia a mí mismo, queridísima hermana Florentina, qué caudal de riquezas podría dejarte en herencia como lote del patrimonio, acudían a mi imaginación multitud de bienes falaces. Pero después de espantarlos como molestas moscas con el meneo de la reflexión, me decía para mis adentros: «El oro y la plata proceden de la tierra, y a la tierra vuelven; la hacienda y las rentas patrimoniales son de poco valor, son caducas, pues pasa la apariencia de este mundo». Nada, por consiguiente, de lo que he contemplado bajo el sol lo he creído digno de ti, hermana mía; convencido estoy de que nada de ello puede caer en gracia a tu profesión. He visto que todo ha de ser mudable, caduco y vacío; por eso he comprendido qué verdad son las palabras de Salomón (...)

Por mi parte, pues, ilustrado con estas palabras del oráculo, no me creería un verdadero padre para ti si te entregara tales riquezas carentes de toda consistencia, que, pudiendo ser arrebatadas por los vaivenes del mundo, podrían dejarte pobre y desamparada. Además, cargaría sobre ti un cúmulo de ruinas y te expondría a un continuo temor si pensara en reservarte en razón de tu legítima fraternidad para conmigo, tesoros que los ladrones podían robar, roer la polilla, devorar el orín, consumir el fuego, tragárselos la tierra, destruir el agua, abrasar el sol, pudrir la lluvia, congelar el hielo. Y, en efecto, no cabe duda que enredado el espíritu en estos negocios humanos, se va apartando de Dios y acaba por alejarse de la norma inconmovible y permanente de la verdad. Ni es capaz tampoco de dar cabida en sí mismo a la dulcedumbre del Verbo de Dios y a la suavidad del Espíritu Santo el corazón que se ve agitado con tantos obstáculos mundanos y acribillado con tantas espinas de inquietudes temporales.

Si, pues, te ligare con tales lazos, si te echare encima tales cargas, y te oprimiere con el paso de preocupaciones terrenas, deberías considerarme no como padre, sino como enemigo; habrías de pensar que era un asesino, no un hermano. Por eso, queridísima hermana, en vista de que todo cuanto se encierra bajo la bóveda del cielo se apoya sobre cimientos de tierra y va rodando sobre su haz, nada he encontrado digno de constituir tu tesoro. Allá en lo alto de los cielos hay que buscarlo, de modo que topes con el patrimonio de la virginidad allí donde aprendiste su profesión. El valor, pues, de la integridad se echa de ver en su recompensa, apreciándose su mérito por la retribución que recibe; pues cuanto más despreciable sería considerada si se enriqueciera con bienes transitorios y terrenos, tanto más bella y excelente es la virginidad, que después de pisar y repudiar los placeres del mundo, conservando en la tierra la entereza de los ángeles, se granjeó la herencia del Señor de los ángeles. ¿Cuál es entonces la herencia de la virginidad? ¿No ves cómo la canta en los Salmos David, el salmista: El Señor es mi herencia; y en otro lugar: Mi lote es el Señor?

Mira, mi querida hermana, mira cuánto has ganado. Atiende y considera qué altura tan sublime has logrado hasta haber encontrado la merced de tantos beneficios en el único y solo Cristo. Él es verdadero esposo, es un hermano, es un amigo; es tu herencia, es tu premio; es tu Dios y Señor. En Él tienes al esposo a quien debes amar: El más hermoso por su figura entre los humanos. Es verdadero hermano, a quien siempre has de poseer, pues tú eres hija por adopción de quien Él es hijo por naturaleza. Es amigo de quien no puedes desconfiar, pues Él dice: Una sola es mi amada. En Él tienes la herencia que anhelas, pues Él es tu lote patrimonial. Tienes en Él el precio que debes aceptar, porque su sangre es tu redención. Tienes, en fin, en Él a Dios, a quien debes rogar; al Señor, a quien has de temer y venerar. La virginidad reclama para sí en Cristo toda esta prerrogativa; ante quien tiemblan los ángeles, a quien sirven las potestades, a quien obedecen las virtudes, ante quien doblan la rodilla el cielo y la tierra, a éste reclama la virgen como a su esposo, a la cámara nupcial de éste se dirige ataviada de virtudes, a este tálamo prodiga el calor de su casto corazón. Y ¿qué más pudo procurarle Cristo a quien se entregó Él como esposo, y a quien retribuyó, a título de dote y regalo, con su propia sangre?

(Introducción; BAC 321, 21-24)


JUAN DE BÍCLARO

Crónica

Publicada en el estudio de Jumo CAMPOS, Juan de Bíclaro, obispo de Gerona, su vida y su obra, Madrid, CSIC, 1960.

El tercer concilio de Toledo:

En el año octavo del emperador Mauricio, que es el año cuarto del rey Recaredo.

Por precepto del príncipe Recaredo fue congregado en la ciudad de Toledo el santo sínodo de los obispos de toda Hispania, Galia y Galicia; el número de los obispos fue de setenta y dos. En este sínodo, en orden a su conversión y a la de todos los sacerdotes y del pueblo godo, estuvo presente el rey cristianísimo Recaredo, quien entregó a los obispos el tomo con la profesión, escrita de su mano y todas las cosas que corresponden a la profesión de la fe ortodoxa; el santo sínodo de los obispos, reconociendo el contenido de este tomo, ordenó ponerlo junto con los documentos canónicos. El peso de los asuntos del sínodo recayó sobre San Leandro, obispo de la Iglesia hispalense, y sobre el bienaventurado Eutropio, abad del monasterio servitano.

El mencionado rey Recaredo, como hemos dicho, estuvo presente en el santo concilio, imitando en nuestros tiempos al antiguo príncipe Constantino el Grande que había honrado el santo sínodo de Nicea con su presencia, y también a Marciano, emperador cristianísimo, a cuyas instancias se habían firmado los decretos del sínodo de Calcedonia. Ya que si en la ciudad de Nicea comenzó y mereció ser condenada la herejía arriana, aunque sin ser desarraigada; y si en Calcedonia fueron condenados Nestorio y Eutiques, junto con su protector Dióscoro, y también sus herejías; en el presente santo sínodo de Toledo, después de un largo tiempo de matanzas de católicos y de estragos entre los inocentes, con la insistencia del mencionado príncipe Recaredo, rey, la perfidia de Arrio ha sido completamente desarraigada para que no vuelva a brotar, y se ha dado la paz católica a las Iglesias.

Esta nefasta herejía, según lo que está escrito: De la casa del Señor saldrá la prueba, creció en Alejandría a causa del presbítero Arrio, y fue detectada por San Alejandro, obispo de aquella misma ciudad. Arrio y su doctrina fueron condenados en el sínodo de Nicea, por el juicio de trescientos dieciocho obispos, en el año vigésimo del emperador Constantino; pero después esta herejía no sólo contaminó las partes de oriente y de occidente, sino que con su perfidia sedujo también las del mediodía, las del septentrión, y aun a las mismas islas. Por tanto, desde el año vigésimo del emperador Constantino, príncipe, en cuyo tiempo comenzó la herejía arriana, hasta el año octavo de Mauricio, príncipe de los romanos, que es el cuarto año del reinado de Recaredo, van doscientos ochenta años, durante los cuales la Iglesia Católica sufrió la infección de esta herejía; pero, con la ayuda del Señor, venció, porque está fundada sobre roca.

(Traducción hecha sobre o.c., 97-99)

 

SAN ISIDORO DE SEVILLA

Sobre los oficios eclesiásticos

La Eucaristía, nuevo sacrificio; limpieza necesaria para recibirla:

El sacrificio, pues, que ofrecen a Dios los cristianos, por primera vez lo instituyó Cristo, nuestro Señor y maestro, cuando encomendó a sus apóstoles su cuerpo y su sangre antes de ser entregado, como se lee en el Evangelio: Tomó, dice, Jesús el pan y el cáliz, y bendiciéndolo se lo dio. Y Melquisedec, rey de Salem, fue el primero que ofreció este sacramento de manera figurada como tipo del cuerpo y sangre de Cristo, y el primero que en imagen expresó el misterio de tan gran sacrificio, ostentando la semejanza del Señor y Salvador nuestro, Jesucristo, sacerdote eterno, a quien se dice: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.

Este sacrificio, pues, se ordenó celebrar a los cristianos, abandonadas y acabadas las víctimas judaicas, que fueron mandadas celebrar durante la esclavitud del pueblo viejo. Y así nosotros hacemos aquello que el mismo Señor hizo en favor nuestro, lo cual ofreció no a la mañana, sino después de la cena, al atardecer. Pues de este modo convenía que Cristo cumpliese (las figuras) hacia el atardecer del día, para que la hora misma del sacrificio señalase el atardecer del mundo. Y por eso no comulgaron ayunos los apóstoles, porque era necesario que aquella pascua típica tuviera lugar antes, y sólo así pasasen al verdadero sacramento de la pascua (...)

Dicen algunos que, si no lo impide algún pecado, ha de recibirse la Eucaristía diariamente, pues por mandato del Señor pedimos que se nos dé este pan cada día, cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Lo cual, en verdad, justamente lo afirman si lo reciben con reverencia, devoción y humildad, y no lo hacen confiando en su justicia (santidad) con presunción de soberbia. Por lo demás, si hay tales pecados que a uno, como muerto, le aparten del altar, hay que hacer antes penitencia, y sólo así se ha de recibir entonces este saludable medicamento. Pues quien comiere indignamente, se come y bebe su condenación. Y esto es recibir indignamente, si alguien recibe en aquel tiempo en que debe hacer penitencia.

Por lo demás, si no hay tan grandes pecados que uno sea juzgado merecedor de ser apartado de la comunión, no se debe alejar de la medicina del cuerpo del Señor, no sea que, si se le prohíbe y ha de abstenerse largo tiempo, se separe del cuerpo de Cristo. Pues es cosa manifiesta que aquellos viven que se llegan a su cuerpo. De ahí que también se ha de temer no sea que, mientras uno es separado por largo tiempo del cuerpo de Cristo, permanezca ajeno a la salvación, pues dice Él mismo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Pues quien cesó ya de pecar, no deje de comulgar.

(1, 18; BAC 118, 1228-1233)

Sentencias

La Resurrección:

En esta vida tiene lugar el comienzo de la paz que disfrutan los santos, no su plenitud. Mas entonces se producirá la plenitud cuando, suprimida la debilidad de la carne, se hallen fortalecidos para la contemplación de Dios.

La resurrección de los muertos, como dice el Apóstol, se realizará en la madurez del varón perfecto, en la medida de la edad que corresponde a la plenitud de Cristo; a saber, en la edad de la juventud, que no precisa de progreso, y que, sin propensión al defecto en la perfección, es completa y vigorosa por ambas partes.

Aunque ahora a los hombres fieles se les designe con el nombre de hijos de Dios, sin embargo, ya que sufren esta servidumbre de la corrupción sujetos todavía al yugo de la esclavitud, han de recibir (luego) la plena libertad de los hijos de Dios, cuando esto corruptible se revista de incorruptibilidad.

Ahora conocemos a Dios por medio de espejo, mas en la vida futura cada uno de los elegidos se hará presente a Dios cara a cara, a fin de contemplar la misma hermosura que ahora se afanan en conocer a través de un espejo.

En esta vida decimos que la Iglesia de Dios se integra por el número de los elegidos, que corresponden a la derecha, y el de los réprobos, que irán a ocupar la izquierda; pero al fin del mundo ambos serán separados como la cizaña del trigo.

(1, 26; BAC 321, 295-296)

Sobre los varones ilustres

San Leandro, defensor de la fe:

Leandro, hijo de Severino, natural de Cartagena, fue, primeramente, monje, y después, metropolitano de la Bética. Era hombre de condición apacible, de extraordinaria inteligencia y de preclarísima moralidad y doctrina. La conversión de los visigodos, de la herejía arriana a la fe católica, fue fruto de su constancia y prudencia. Antes había sufrido destierro, y aprovechó este tiempo para redactar dos volúmenes contra los arrianos y una exhortación, a su hermana Florentina, sobre la vida consagrada y el desprecio del mundo.

Trabajó asiduamente en la restauración litúrgica, arregló el Salterio y compuso sentidas melodías para la santa misa, laudes y salmos. Escribió variedad de cartas al papa Gregorio, a su propio hermano y a varios prelados. Gobernó su diócesis en tiempos del rey Recaredo.

(41; Liturgia de las Horas)

Historia de los godos

«Laudes Hispaniae»:

Eres, ¡oh España!, la más hermosa de todas las tierras que se extienden del Occidente a la India; tierra bendita y siempre feliz en sus príncipes, madre de muchos pueblos. Eres con pleno derecho la reina de todas las provincias, pues de ti reciben luz el Oriente y el Occidente. Tú, honra y prez de todo el orbe; tú, la porción más ilustre del globo. En tu suelo campea alegre y florece con exuberancia la fecundidad gloriosa del pueblo godo.

La pródiga naturaleza te ha dotado de toda clase de frutos. Eres rica en vacas, llena de fuerza, alegre en mieses. Te vistes con espigas, recibes sombra de olivos, te ciñes con vides. Eres florida en tus campos, frondosa en tus montes, llena de pesca en tus playas. No hay en el mundo región mejor situada que tú; ni te tuesta el ardor del sol estivo, ni llega a aterirte el rigor del invierno, sino que, circundada por ambiente templado, eres con blandos céfiros regalada. Cuanto hay, pues, de fecundo en los campos, de precioso en los metales, de hermoso y útil en los animales, lo produces tú. Tus ríos no van en zaga a los más famosos del orbe habitado.

Ni Alfeo iguala tus caballos, ni Clitumno tus boyadas, aunque el sagrado Alfeo, coronado de olímpicas palmas, dirija por los espacios sus veloces cuádrigas, y aunque Clitumno inmolara antiguamente en víctimas capitolinas ingentes becerros. No ambicionas los espesos bosques de Etruria, ni admiras los plantíos de palmas de Molorco, ni envidias los carros alados, confiada en tus corceles. Eres fecunda por tus ríos, y graciosamente amarilla por tus torrentes auríferos; fuente de hermosa raza caballar. Tus vellones purpúreos dejan ruborizados a los de Tiro. En el interior de tus montes fulgura la piedra brillante de jaspe y mármol, émula de los vivos colores del sol vecino.

Eres, pues, ¡oh España!, rica de hombres y de piedras preciosas y púrpura, abundante en gobernadores y hombres de Estado; tan opulenta en la educación de los príncipes, como bienhadada en producirlos. Con razón puso en ti los ojos Roma, la cabeza del orbe; y aunque el valor romano vencedor se desposó contigo, al fin el floreciente pueblo de los godos, después de haber alcanzado el triunfo sobre los romanos, te arrebató y te amó, y goza de ti lleno de felicidad entre las regias ínfulas y en medio de abundantes riquezas.

(Prefacio; Huber 2, 419-421)

Etimologías

El Sol, la Luna y los eclipses:

El sol, saliendo, hace el día, y ocultándose, la noche; porque el día es sol sobre la tierra y la noche es sol bajo la tierra. De él proceden las horas; de él, los días cuando se levanta; de él, las noches cuando se oculta; por él se enumeran los meses y los años, y de él proceden las variaciones de los tiempos.

Cuando llega el mediodía está más cerca de la tierra; cuando está cerca del septentrión se levanta más alto. Dios le ordenó cursos, tiempos y lugares diversos para que no pereciera todo, como ocurriría si estuviera siempre en el mismo sitio, como dice San Clemente: Recibió (el sol) cursos diversos, por razón de los cuales recibe diversa temperatura, según los tiempos, observando el orden de variaciones y vicisitudes. Pues subiendo más alto forma la primavera; cuando llega a lo más alto del cielo enciende los fuegos del estío: volviendo de nuevo a bajar templa sus calores, y cuando llega finalmente al círculo más inferior, nos deja el rigor del invierno.

El sol sale por oriente, pasa por el mediodía y después que ha llegado al ocaso y se sumerge en el océano, va por vías desconocidas bajo la tierra y vuelve de nuevo a salir por el oriente.

Dicen los filósofos que la luna tiene luz propia y que una parte de ella es lúcida y la otra obscura y que, dando vueltas poco a poco, va adoptando diversas formas.

Otros, por el contrario, dicen que la luna no tiene luz propia, sino que es iluminada por los rayos del sol, y de aquí que sufra eclipses si entre ella y el sol se interpone la sombra de la tierra. El sol está más alto que la luna, y de aquí que cuando ésta permanece bajo él queda iluminada la parte superior, pero la inferior que mira a la tierra está obscura (...)

La luna está más cerca de la tierra que el sol; de aquí que siendo su órbita más breve, la recorra antes, pues el camino que el sol recorre en trescientos sesenta y cinco días lo hace la luna en treinta días; por eso ya los antiguos determinaron por la luna el curso de los meses y por el sol el de los años.

Eclipse de sol tiene lugar cuando la luna trigésima llega a la misma línea en que está el sol y, poniéndose delante, le quita la luz y parece que falta el sol, porque se le pone delante la luna.

El eclipse de luna tiene lugar siempre que cae en la sombra de la tierra, pues no teniendo luz propia, sino que la recibe del sol, deja de recibirla si entre ella y el sol se interpone la tierra.

Dura este eclipse de la decimoquinta luna hasta que salga de la sombra proyectada por la tierra que se interpone y vea de nuevo al sol o sea vista por él.

(3, 50-52.56-58; BAC 67, 92-93)

El cobre y el hierro:

Aes (cobre): se llama así porque brilla como el oro y la plata. Entre los antiguos se conoció el uso del cobre antes que el del hierro; con cobre araban la tierra, con él se armaban para la guerra y se tenía en gran precio el cobre, en tanto que se rechazaba el oro por su inutilidad; hoy ocurre lo contrario (...)

El cobre se destinó después para hacer estatuas, vasos, adornos de edificios, y principalmente en tablas de cobre se escribieron las constituciones de los pueblos para perpetua memoria.

Cobre de Chipre: se dice así porque en esta isla fue encontrado primeramente. Se hace de una piedra muy rugosa que se llama cadmia; este cobre es muy dúctil, y si se le agrega plomo, toma color purpúreo.

Auricalco, dicho así porque tiene el brillo del oro y la dureza del cobre; es nombre compuesto' de la lengua latina y griega, pues el cobre en lenguaje griego se llama jalkos. Se hace del cobre; aplicándolo a un fuego muy fuerte y agregándole otras materias, se produce el cobre de oro.

Corintio: es una mezcla de todos los metales; se formó fortuitamente en Corinto cuando fue incendiada por los invasores; pues habiendo tomado esta ciudad Aníbal mandó reunir todas las estatuas de oro, plata y cobre que había en ella e hizo una inmensa hoguera. El derretido de todo esto lo cogieron los artífices e hicieron vasijas, y se formó esta mezcla de todos los metales, que no era ni oro, ni plata, ni cobre; por lo cual hasta hoy día se llama de Corinto a este metal y vasos corintios a los fabricados con él. Hay de tres clases: uno blanco que se acerca más a la plata; otro en que aparece dominante la naturaleza del oro, y un tercero, en que es más igual la proporción de los tres metales.

Coronarium: es el cobre reducido a láminas finas, y que, pintado con sangre de toro, pone una semejanza de oro en las coronas de los histriones, y de aquí recibe el nombre.

Pyropum, llamado así por su color de fuego; pues si a cada onza de cobre se le agregan seis escrúpulos de oro, se forma una lámina muy fina, que resplandece como el fuego y por eso recibe el nombre de pyropo.

Cobre regular es el que otros llaman dúctil, como el cobre de Chipre.

Dúctil: se llama así porque se trabaja con el martillo como, por el contrario, se llama fusible el que solamente se funde; tal es el caldarium que no admite más que la fundición, porque es frágil al martillo. El cobre diligentemente purgado de vicios y escorias se convierte siempre en cobre regular.

Existe también el llamado cobre de Campania, que se produce en la Campania, provincia de Italia; es muy estimado para vasos y utensilios.

El cobre se disgrega con los grandes fríos; produce con rapidez el cardenillo, a menos que se unte con aceite; se puede conservar también, según dicen, con pez líquida.

Entre todos los metales, el cobre es muy sonoro y de mucha fortaleza, y por eso se emplea para hacer aenea limina, puertas de cobre; de ahí que diga Virgilio: In foribus cardo stridebat aenis (el quicio chirriaba con sus puertas de cobre). Escorias del cobre son la piedra cadmia y la calcites. La cadminia es el moho del cobre, y la piedra calcítica, la flor.

Cadmia: se forma en los hornos de cobre y de plata, con un olor característico. La misma piedra de la cual se saca el cobre se llama cadmia, y se encuentra en los hornos, y por eso recibe este nombre.

Flor de cobre: se obtiene de la fundición del cobre, y cuando se enfría queda por encima. Por su rápida condensación la flor queda separada del cobre.

El cobre forma también el orín, aerugo; puestas unas láminas de cobre sobre un vaso que tenga vinagre fuerte y sobrepuestos sarmientos comienza a destilar en el mismo vinagre; estas destilaciones se machacan después y se criban.

Ferrum (hierro): se llama así porque entierra la farra, es decir, las semillas de los frutos de la tierra (...).

El hierro fue encontrado después de otros metales, y su estimación pasó a ser oprobio, pues lo que primeramente servía para hendir la tierra y hacerla producir se empleó después para derramar la sangre. Ningún cuerpo hay que tenga sus elementos tan densos y unidos como el hierro, por lo cual une en sí la dureza con el frío. El hierro se encuentra en casi todas partes; pero, entre todas las clases, el mejor es el hierro de Tartaria; los tártaros lo exportan al mismo tiempo que sus sedas y pieles. El segundo lugar lo ocupa el hierro de los partos; ninguna otra clase de hierro se templa con tanta dureza como éstos; los demás son más blandos.

La diferencia del hierro es mucha según la clase de tierra donde se encuentra; pues unos son blandos, asemejándose al plomo, aptos para uso de clavos y ruedas; otros son frágiles, cobrizos, adecuados para labrar la tierra; otros sólo son idóneos para cosas pequeñas, como puntillas para sandalias; otros enmohecen fácilmente. Estas diferencias de deben a la strictura (temple).

(16, 20; 16, 21, 1-3; BAC 67, 404-405)


SAN BRAULIO DE ZARAGOZA

Prólogo a las obras de San Isidoro

Semblanza de San Isidoro:

Isidoro, hermano y sucesor de Leandro en la sede hispalense, fue el egregio varón, refugio del saber de las generaciones antiguas y pedagogo de las nuevas. El número y profundidad de sus escritos dan fe del caudal de sus conocimientos que edifican a toda la Iglesia.

No parece sino que Dios lo suscitó, en estos calamitosos tiempos nuestros, como canal de la antigua sabiduría, para que España no se hundiera en la barbarie. Exactamente definen su obra los divulgados elogios.

Peregrinos en nuestro propio suelo, sus libros nos condujeron a la patria. Ellos nos señalan el origen y el destino. Redactó los fastos nacionales. Su pluma describe las diócesis, las regiones, las comarcas.

Investigó los nombres, géneros, causas y fines de todo lo divino y lo humano. Cual fuera el torrente de su elocuencia y su dominio de la sagrada Escritura lo demuestran las actas de los concilios por él presididos. Superaba a todo el mundo en sabiduría y, más aún, en obras de caridad.

(Liturgia de las Horas)

 

SAN FRUCTUOSO DE BRAGA

Regla de San Fructuoso

El trabajo de los monjes:

Para el trabajo debe mantenerse en primavera y verano el siguiente plan: una vez rezada prima, el prepósito avisará a los decanos qué clase de trabajo debe practicarse, y éstos lo advertirán a los demás monjes. Después, dada al fin la señal y tomando las herramientas, se reúnen todos, y, hecha oración, se dirigen rezando a su trabajo hasta la hora de tercia. Y, celebrada tercia, de vuelta a la iglesia, quedándose en sus celdas, se entregan a la oración o a la lectura. Sin embargo, si el trabajo es de tal naturaleza que no deba interrumpirse, se reza tercia en la misma obra, y después, rezando, se vuelven a la celda. Terminada la oración, y después de lavarse las manos, se reúnen a continuación en la iglesia. Y, si se ha de comer a la hora de sexta, cumplido el oficio de sexta, se dirigen de la oración a la mesa. Terminada convenientemente la comida, reiterando la oración, pueden descansar, guardando silencio hasta nona. Celebrada después nona, si es preciso debe volverse al trabajo hasta que se reúnan para recitar el oficio de la hora duodécima. En otro caso, quedándose en silencio en sus celdas, los que tienen edad madura y conciencia pura han de meditar las palabras del Señor o han de practicar algún trabajo mandado dentro de la celda. Desde luego, no pretendan ir a ninguna parte, fuera del caso de necesidad, de no haber orden del superior. Los jóvenes, por su parte, estando en presencia de sus decanos, deberán dedicarse a la lectura o al rezo; y ningún joven se retire de la reunión o vaya a la estancia de otro decano sin autorización de su decano. Pero tanto en la reunión como en el trabajo, cada decanía debe estar separada de otra decanía. El decano debe amonestar continuamente a sus jóvenes que no caigan en descuido alguno; y para eso les propondrá siempre como ejemplo a los espirituales y santos, a fin de que con la contemplación de éstos avancen asiduamente hacia la perfección.

Por su parte, en tiempo de otoño o de invierno, hasta tercia han de entregarse a la lectura. Desde tercia hasta nona se debe trabajar, si es que hay algún trabajo que hacer. Después de nona hasta la hora duodécima deben leer. De la duodécima hasta la caída de la tarde han de meditar. Cuando han de salir para el trabajo, deben reunirse todos para hacer oración, concluida la cual el prepósito ha de comenzar el salmo, y rezándolo diríjanse a su trabajo.

Cuando están trabajando no han de trabar entre sí o entretenerse con charlas o risotadas, sino que mientras trabajan procuren rezar en silencio en su interior.

Mas los que descansan, o canten algo o recen a la vez, o por lo menos guarden silencio.

Está establecido que ningún monje pueda ejercer un trabajo de su propiedad con intención de adjudicárselo para sí o para cualquiera otro, queriendo que se distribuya a su talante. Ni ha de admitir empezar o ejecutar cualquier trabajo sin mandato o permiso del superior. Pero en toda cuestión se ha de cumplir lo que ordenare el abad o el prepósito.

(4; BAC 321, 143-145)


SAN ILDEFONSO DE TOLEDO

V. BLANCO y J. CAMPOS han publicado en el volumen 320 de la BAC titulado Santos Padres españoles: San Ildefonso algunos textos de este autor.

Sobre la virginidad perpetua de Santa María

Invocación, al comienzo del libro:

Señora mía, dueña y poderosa sobre mí, madre de mi Señor, sierva de tu Hijo, engendradora del que creó el mundo, a ti te ruego, te oro y te pido que tenga el espíritu de tu Señor, que tenga el espíritu de tu Hijo, que tenga el espíritu de mi Redentor, para que yo conozca lo verdadero y digno de ti, para que yo hable lo que es verdadero y digno de ti y para que ame todo lo que sea verdadero y digno de ti. Tú eres la elegida por Dios, recibida por Dios en el cielo, llamada por Dios, próxima a Dios e íntimamente unida a Dios. Tú, visitada por el ángel, saludada por el ángel, bendita y glorificada por el ángel, atónita en tu pensamiento, estupefacta por la salutación y admirada por la enunciación de las promesas.

Escuchas que has encontrado gracia ante Dios, se te manda que no temas, se te confirma en tu confianza, se te instruye con el conocimiento de los milagros y se te conduce a la gloria de un nuevo milagro nunca oído. Sobre tu prole es advertida tu pureza, y del nombre de la prole tu virginidad certifica: se te predice que de ti ha de nacer el Santo, el que ha de ser llamado Hijo de Dios, y de modo milagroso se te da a conocer el poder que tendrá el que nacerá de ti. ¿Preguntas sobre la manera de realizarse? ¿Preguntas sobre el origen? ¿Indagas sobre la razón de este hecho? ¿Sobre cómo ha de llevarse a cabo? ¿Sobre el orden en que ha de realizarse? Escucha el oráculo nunca oído, considera la obra desacostumbrada, fíjate en el arcano desconocido y atiende al hecho nunca visto: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra. Invisiblemente, toda la Trinidad obrará en ti la concepción, pero sola la persona del Hijo de Dios, que nacerá en cuerpo, tomará de ti su carne. Por consiguiente, lo que será concebido y nazca de ti, lo que salga de ti, lo que se engendre de ti, lo que tú des a luz, será llamado Santo, Hijo de Dios. Éste será grande, Dios de las virtudes, rey de los siglos y creador de todas las cosas.

(1; BAC 320, 49-50)

Invocación, al final del libro:

Pero ahora me llego a ti, la única virgen y madre de Dios; caigo de rodillas ante ti, la sola obra de la encarnación de mi Dios; me humillo ante ti, la sola hallada madre de mi Señor; te suplico, la sola hallada esclava de tu Hijo, que logres que sean borrados mis pecados, que hagas que yo ame la gloria de tu virginidad, que me encuentres la magnitud de la dulzura de tu Hijo, que me concedas hallar y defender la sinceridad de la fe en tu Hijo, que me otorgues también consagrarme a Dios, y ser esclavo de tu Hijo y tuyo y servir a tu Señor y a ti.

A Él como a mi Hacedor, a ti como Madre de nuestro Hacedor; a Él como señor de las virtudes, a ti como esclava del Señor de todas las cosas; a Él como a Dios, a ti como a Madre de Dios; a Él como a mi Redentor, a ti como a obra de mi redención. Porque lo que ha obrado en mi redención, lo ha formado en la verdad de tu persona. Él que fue hecho mi Redentor fue Hijo tuyo. Él que fue precio de mi rescate tomó carne de tu carne. Aquel que sanó mis heridas, sacó de tu carne un cuerpo mortal, con el cual suprimirá mi muerte; sacó un cuerpo mortal de tu cuerpo mortal, con el cual borrará mis pecados que cargó sobre sí; tomó de ti un cuerpo sin pecado; tomó de la verdad de tu humilde cuerpo mi naturaleza, que Él mismo colocó en la gloria de la mansión celestial sobre los ángeles como mi predecesora en tu reino.

Por esto yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso tú eres mi señora, porque eres esclava de mi Señor. Por esto yo soy esclavo de la esclava de mi Señor, porque tú, mi señora, has sido hecha Madre de mi Señor. Por esto yo he sido hecho esclavo, porque tú has sido hecha Madre de mi Hacedor.

Te suplico, Virgen santa, que yo reciba a Jesús de aquel Espíritu de quien tú engendraste a Jesús; que mi alma reciba a Jesús con aquel Espíritu por el cual tu carne recibió al mismo Jesús. Por aquel Espíritu que me sea posible conocer a Jesús, por quien te fue posible a ti conocer, concebir y dar a luz a Jesús. Que exprese conceptos humildes y elevados a Jesús en aquel Espíritu en quien confiesas que tú eres la esclava del Señor, deseando que se haga en ti según la palabra del ángel.

Que ame a Jesús en aquel Espíritu en quien tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo. Que tema a este mismo Jesús tan verdaderamente como verdaderamente él mismo, siendo Dios, es obediente a sus padres.

¡Oh premio extremadamente grande de mi salvación y de mi vida y al mismo tiempo de mi gloria! ¡Oh título nobilísimo de mi libertad! ¡Oh excelsa condición de mi carácter de hombre libre! ¡Oh seguridad de mi nobleza, indisolublemente gloriosa y rematada con la eternidad de la gloria! ¡Cómo yo, que fui torpemente engañado, deseo para mi reparación hacerme esclavo de la madre de mi Jesús! ¡Cómo yo, en el primer hombre separado al principio de la comunión angélica, voy a merecer ser considerado como esclavo de la esclava y de la Madre de mi Señor! ¡Cómo yo, obra apta en las manos del sumo Dios, voy a conseguir estar ligado en la servidumbre continua de la Virgen Madre con devoción de su esclavitud!

(12; BAC 320, 147-149)

 

SAN JULIÁN DE TOLEDO

Pronóstico del siglo venidero

El temor de la muerte corpórea:

Todos los hombres temen la muerte de la carne, y pocos la del alma. Todos procuran que no llegue la muerte de la carne, que ciertamente ha de llegar algún día: por eso sufren. Se esfuerza para no morir, el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar, el hombre que ha de vivir eternamente. Y cuando se esfuerza para no morir, sin razón se esfuerza; pues puede diferir la muerte, pero no evitarla. En cambio, si no peca, no se esfuerza en vano, y vivirá para siempre. ¡Oh, si pudiéramos despertar a los hombres, y despertarnos nosotros mismos junto con ellos, para que fuéramos tan amantes de la vida que permanece como lo somos de la vida que perece! ¿Qué no hace el hombre que está en peligro de muerte? Con la espada sobre su cabeza, los hombres han entregado todo lo que guardaban para vivir; ¿quién no lo entregó enseguida para evitar ser muerto, y quizá después de la entrega lo fue? ¿Quién, para vivir, no dio enseguida lo necesario para la vida, prefiriendo una vida indigente a una muerte inminente? ¿A quién se dijo: «Hazte a la mar si no quieres morir», y no lo hizo enseguida? ¿A quién se dijo: «Trabaja o muere», y se hizo el perezoso? Cosas leves son las que nos manda Dios para que vivamos para siempre, y descuidamos obedecerle. No te dice Dios: «Destruye todo lo que tienes, y vivirás poco tiempo, angustiado, y con trabajos»; sino: «Da al pobre de lo que tienes, y vivirás para siempre, seguro, y sin trabajos». Nos acusan los amadores de la vida temporal, que no la tienen cuando quieren ni todo el tiempo que la quieren; y nosotros, ¿no nos acusamos unos a otros, tan holgazanes, tan tibios para alcanzar una vida eterna que, si queremos, la tendremos, y cuando la tengamos no la perderemos? Pues esta muerte que tememos, aunque no la queramos, la tendremos.

(1, 11; traducción hecha sobre PL 96, 465-466)

El fin sin fin en el cual alabaremos a Dios interminablemente:

Nuestro fin es Cristo que nos perfecciona; Él mismo será nuestro descanso y nuestra alabanza, a Él alabaremos por los siglos de los siglos, y alabándolo lo amaremos sin fin. Allí se celebrará verdaderamente, como dice el santísimo doctor Agustín, el mayor de todos los sábados, aquel que no tiene anochecer. Lo cual anunció el Señor en las primeras obras del mundo, pues se lee: Y descansó Dios el día séptimo de todos sus trabajos; y lo santificó, porque en él descansó de todos sus trabajos. También nosotros llegaremos al día séptimo cuando hayamos sido llenados de su bendición y seamos perfectos. Allí se cumplirá descansad y ved que Yo soy el Señor. Entonces será verdaderamente nuestro sábado, al fin del cual no vendrá la noche, sino el domingo, el día del Señor o día octavo que ha sido preparado por la resurrección de Cristo. Allí descansaremos y veremos, veremos y amaremos, amaremos y alabaremos. Será un fin sin fin. ¿Acaso hay otro fin para nosotros sino llegar al reino que no conoce fin?

(3, 62; traducción hecha sobre PL 96, 524)


SAN BEDA EL VENERABLE

Historia eclesiástica del pueblo inglés

Interés del Papa Gregorio el Grande por la evangelización de los ingleses, con una carta suya del 17 de junio del 601, unos cuatro años depués de la llegada de Agustín a Canterbury:

Con los legados suyos acabados de nombrar, el Papa Gregrorio envió al obispo Agustín, quien le había expuesto que allí la mies era mucha y los obreros pocos, algunos colaboradores y predicadores, los primeros y principales de los cuales eran Melito, Justo, Paulino y Rufiniano. Por medio de ellos enviaba también todo lo que era necesario para el culto, como vasos sagrados y manteles para los altares, adornos para las iglesias, ornamentos para los sacerdotes y los clérigos, reliquias de los santos apóstoles y mártires, y muchos libros. También mandó una carta en la que dice que le ha enviado el palio y le da unas directrices sobre la forma de establecer obispos en Britania. El texto de la carta es el que sigue (...)

Cuando estos mensajeros ya habían partido, el santo padre Gregorio les mandó una carta, digna de ser conocida, que muestra bien a las claras su gran interés por la salvación de nuestro pueblo. Escribió así:

«A nuestro muy querido hijo el abad Melitus, Gregorio, siervo de los siervos de Dios.

»Estamos preocupados porque desde que marcharon de nuestro lado los que ahora te acompañan no hemos recibido noticias de como os va el viaje. Por tanto, cuando con la ayuda de Dios todopoderoso lleguéis al reverendísimo hermano nuestro, el obispo Agustín, decidle lo que he pensado después de dar muchas vueltas a los asuntos de los ingleses: que no se han de destruir los templos de los ídolos que hay entre aquella gente, lo que hay que destruir es los ídolos que hay en ellos; prepárese agua bendita, aspérjase sobre los templos, háganse altares y deposítense reliquias; porque, si estos templos están bien construidos, lo que conviene hacer es sacarlos del culto de los demonios y dedicarlos al del Dios verdadero, para que la gente, viendo que sus templos no son destruidos, abandone el error y, conociendo y adorando al verdadero Dios, acuda más fácilmente a los lugares acostumbrados. Y como suelen sacrificar muchos bueyes a los demonios, habrá que substituir esto por algunas otras ceremonias, de manera que, en el día de la dedicación o del martirio de los santos mártires a quienes pertenezcan las reliquias que se hayan puesto allí, se hagan tiendas de ramaje alrededor de las iglesias que habían sido templos y se celebren banquetes religiosos; y que no sacrifiquen ya animales al demonio, sino que, alabando a Dios, los maten y los coman y den gracias por su hartura al que da todos los bienes. Así, al respetarles algunas satisfacciones exteriores, se sentirán más inclinados a buscar las interiores. Porque es ciertamente imposible arrancar de golpe todos los errores de las mentes endurecidas, y quien trata de subir un alto monte lo hace paso a paso y ascendiendo gradualmente, no a saltos. Así fue como el Señor se reveló al pueblo israelita en Egipto, destinando a su culto los sacrificios que antes ofrecían al diablo y ordenando que le sacrificasen animales, de modo que, cambiando la intención, en parte abandonasen los sacrificios y en parte los retuviesen; pues si bien eran los mismos los animales que acostumbraban a ofrecer, ya no eran los mismos sacrificios, puesto que ahora los ofrecían al Dios verdadero y no a los ídolos. Conviene que digas todo esto a nuestro hermano Agustín para que él, que es quien está allí, considere qué debe hacer. Que Dios te guarde, queridísimo hijo.

»Dada el día quince de las calendas de julio, en el año diecinueve de nuestro piadosísimo señor y emperador Mauricio Tiberio Augusto, y el dieciocho después de su consulado, indicción cuarta».

(1, 29-30; traducción hecha sobre PL 95, 69-71)