JUAN CASIANO


JUAN CASIANO, probablemente originario de la Escitia Menor, junto a la desembocadura del Danubio, que se educó en Belén y en Egipto entre los monjes; fundó dos monasterios en Marsella, uno de hombres y otro de mujeres, y murió entre el 430 y el 435. Sus escritos más importantes son las Instituciones, en que trata de las obligaciones del monje y de los vicios contra los que ha de estar prevenido, y las Colaciones, en que bajo la forma de diálogos con monjes famosos de la antigüedad, y como un complemento a su obra anterior, trata también de diversos aspectos de la vida monacal. Ambos escritos ejercieron una gran influencia tanto en la difusión del monaquismo en Occidente como en su espiritualidad.


Instituciones

Traducción castellana publicada en ed. Rialp. col. Neblí n. 15, Madrid 1957, por L. y P. SANSEGUNDO.

El propósito del autor:

Narra el Antiguo Testamento, que Salomón había recibido de Dios una sabiduría y prudencia prodigiosas, y una anchura de corazón como la arena incontable del mar. Tanto que, según el testimonio del Señor, no hubo en el pasado, ni había de haber en el futuro otro semejante a él.

Pues bien, cuando quiso levantar al Señor su magnífico templo solicitó ayuda del rey extranjero de Tiro. Éste le envió a Hirán, hijo de una viuda, y con su ayuda y cooperación llevó a cabo cuanto de hermoso había concebido para el templo y los vasos sagrados, según inspiración divina.

Aquel príncipe, con ser más grande que todos los demás reyes de la tierra, noble vástago de la raza de Israel, y dotado de aquella sabiduría que Dios le había inspirado, que sobrepujaba a todas las disciplinas e instituciones de los orientales y de los egipcios, no rehusó el pedir consejo a un hombre pobre y extranjero.

Y tú, santísimo obispo Cástor, aleccionado por estos ejemplos, haces otro tanto conmigo. En efecto: tú que ambicionas levantar al Señor un templo verdadero y racional, no con piedras sin vida, sino con una sociedad de varones santos; un templo no temporal y corruptible, sino eterno e inexpugnable, acudes a mí; tú que deseas consagrar al Señor vasos preciosos, fundidos no con un metal mudo de oro o de plata —que luego el rey de Babilonia los robe y destine a sus cortesanos—, sino con almas santas que resplandezcan por la integridad de su inocencia, de la justicia y de la castidad, llevando en sí mismas a Cristo Rey que habita en ellas; tú, digo, te dignas ahora asociarme a mí, hombre pobrísimo en todos los órdenes, para la realización de una obra semejante.

Porque ése es tu designio: establecer en tu provincia, falta hasta ahora de cenobios, las reglas de los monjes orientales y sobre todo de los egipcios. Y aun cuando tú eres perfecto en todas las virtudes y en la ciencia, y tan lleno de todas las riquezas espirituales, que para los que buscan la perfección les es más que suficiente para darles ejemplo, no sólo tu elocuencia sino tu vida, con todo, me pides a mí, inhábil y desprovisto de palabra y de saber, que saque de mi pobre inteligencia algo para satisfacer tus deseos.

Y me ordenas trazar las costumbres que hemos visto observar en los monasterios de Egipto y Palestina, como nos las enseñaron nuestros Padres. Y quieres que haga eso, sea cual fuere la impericia de mi pluma; puesto que tú no buscas la elegancia del estilo -en el cual, por lo demás, eres maestro consumado-. Tú quieres que la vida de los santos, a fuer de vida sencilla, sea expuesta también sencillamente, para los monjes de tu novel monasterio (...)

Varones ilustres por su vida y esclarecidos por su palabra, no menos que por su ciencia, han escrito ya con desvelo muchos opúsculos sobre esta materia. Me refiero a San Basilio, San Jerónimo y muchos otros (...)

Sólo pretendo, pues, con el favor divino, exponer fielmente, en cuanto cabe, las instituciones de los monasterios (...)

Procuraré también satisfacer tus recomendaciones. De suerte que, si alguna vez viera yo que en estas regiones de la Provenza se ha suprimido o agregado alguna cosa a capricho de cada fundador, contrariamente a la norma establecida por nuestros mayores según la más antigua tradición, seré fiel en restablecer los usos desaparecidos, de acuerdo con la regla que hemos visto observar en los monasterios de Egipto y Palestina, de fundación tan antigua (...)

Procuraré, en fin, introducir en este opúsculo cierta moderación. Atenuaré hasta cierto punto, partiendo de los usos vigentes en los monasterios de Palestina y Mesopotamia, aquellos preceptos de la Regla de los Egipcios cuya observancia me parece imposible, dura o difícil en estas regiones, ya sea por la aspereza del clima, ya por las costumbres menos asequibles, ya, en fin, por la diversidad de las mismas. Pues en mi humilde opinión, si se guarda una medida razonable en las cosas posibles, la perfección de la observancia es idéntica, aun siendo los medios distintos.

(Prefacio; Nebli 15, 25-27.29.31-32)

Colaciones

Traducción castellana publicada por ed. Rialp, col. Nebli nn. 19 y 20, Madrid 1958 y 1962, por L. y P. SANSEGUNDO.

El propósito del autor:

El prefacio a mis volúmenes precedentes contenía una promesa que hice al venerable obispo Cástor, de quien, por lo mismo, me hice deudor. Los doce libros que con la ayuda de Dios he consagrado a las instituciones de los cenobitas y a los remedios de los ocho vicios capitales, han satisfecho más o menos esa deuda, según la medida que yo podía pretender, dados mis cortos alcances (...)

El mismo pontífice Cástor, inflamado en ansias de santidad, me había rogado también que pusiera por escrito estas diez conferencias de los más esclarecidos Padres del yermo. Quiero decir de los anacoretas que vivían en el desierto de Escete. El amor que me profesaba no le dejó ver con claridad el peso ingente que ponía sobre mis hombros, demasiado débiles de suyo. Ahora, cuando nos ha dejado ya para reunirse con Cristo, he proyectado dedicarlas a vosotros, bienaventurado obispo Leoncio y venerable hermano Heladio (...)

Por mi parte, establecido al presente en el puerto del silencio, veo abrirse ante mis ojos un océano sin fin. Voy a escribir para la posteridad algo sobre la vida y doctrina de varones eminentes. Siendo más ardua la navegación, corro tanto mayor peligro cuanto mayores son las ventajas de la vida solitaria sobre la cenobítica, o las de la contemplación de Dios -en que casi siempre se emplean aquellos varones- sobre la vida activa que se vive en los monasterios.

Vuestro deber es secundar mis esfuerzos con vuestras fervientes plegarias. Así no quedará menoscabado por la impericia de mi lenguaje un tema tan santo y subido. Mi expresión, aunque deficiente, debe ser por lo menos fiel. Vuestra oración, además hará también que la rusticidad mía no sea en perjuicio de la hondura e importancia del asunto.

Rogad por mí al Señor. A aquel que me ha juzgado digno de conocer a estos grandes varones y me ha hecho la gracia de haberles tenido por maestros y compartir su vida. Pedidle por mí una memoria feliz para recordar lo que vi entre ellos, y un estilo fácil para poder expresarlo dignamente. Quisiera confiaros su doctrina con la misma exactitud y calor espiritual con que salía de sus labios. Quisiera representaros al vivo sus ideas, situadas en el marco de sus mismos coloquios. En fin, y esto es lo que más importa, quisiera exponerlo con claridad en la inteligible lengua latina.

(Prefacio; Neblí 19, 23-28)