CAPITULO II

Algunos pecados especiales

 

Sumario: Vamos a examinar brevemente cuatro clases especiales de pecados: los internos, los capitales, los que claman al cielo y los llamados contra el Espíritu Santo.


ARTICULO I
Los pecados internos

Pecados internos son los que se realizan con solas las potencias internas del hombre, o sea el entendimiento, la voluntad, la imaginación y la memoria. Los principales son tres: la complacencia morosa en una cosa mala propuesta como presente por la imaginación, pero sin ánimo de realizarla; el deseo de una cosa mala futura, y el gozo o aprobación de una cosa mala pasada.

A) La complacencia morosa

257. 1. Noción. Se entiende por tal el deleite en la representación imaginaria de un acto pecaminoso como si se estuviera realizando, pero sin ánimo de realizarlo. En lenguaje vulgar suele designarse con el nombre de malos pensamientos. Si se refieren a la lujuria, se les llama, más propiamente, pensamientos impuros.

Para que la complacencia morosa sea pecado es preciso que se la advierta como pecaminosa y se la consienta deliberadamente a pesar de ello. El que piensa distraídamente una cosa mal sin advertir que es pecaminosa y la rechaza en el acto al advertirlo, no cometió pecado, aunque hubiera permanecido algún tiempo en aquel pensamiento inadvertido. En la práctica es difícil no advertir prontamente la malicia del mal pensamiento o imaginación.

258. 2. Principios fundamentales. La complacencia morosa se regula por los siguientes principios :

1º. La complacencia interna y voluntaria en una representación pecaminosa es siempre pecado.

La razón es porque nadie se deleitaría en estas representaciones internas si no sintiera inclinación a la obra mala que representan, aunque no tenga intención de realizarla actualmente; por lo que el consentimiento deliberado a tal delectación supone la aprobación de la cosa pecaminosa o el afecto libremente inclinado hacia ella. Por eso se nos dice en la Sagrada Escritura que «son abominables ante Dios los pensamientos del malo» (Prov. 15,26).

2.° La complacencia morosa recibe su especie y gravedad del objeto malo libre y voluntariamente representado.

De donde el pecado de complacencia interna será grave o leve según lo sea el objeto, y pertenecerá a la misma especie moral a que pertenece el objeto.

Se discute por los moralistas si la complacencia morosa recoge también las circunstancias que cambian la especie del pecado (v.gr., si es distinto pecado imaginarse torpemente a una persona soltera, casada o pariente). Especulativamente parece que no, puesto que el pensamiento suele recaer sobre el objeto en cuanto apto para producir deleite, prescindiendo de las circunstancias, que nada le añaden en este sentido; y así, v.gr., considera a la casada o pariente, no en cuanto tal, sino en cuanto hermosa, y en ello se complace. San Alfonso M.a de Ligorio, sin embargo, es partidario de que—en cuanto sea posible—se expliquen en la confesión estas circunstancias que cambian la especie del pecado, porque es muy fácil que el pecador las haya tenido en cuenta o deseado, al menos con deseo ineficaz; y el deseo recoge ciertamente el objeto tal como es en sí, o sea, con todas sus circunstancias individuales.

3º. No es pecado el estudio o conocimiento especulativo de cosas peligrosas cuando hay causa justificada para ello y se tiene recta intención.

Y así, v.gr., el sacerdote puede y debe estudiar las materias escabrosas de teología moral que se refieren a la lujuria, matrimonio, etc., para administrar rectamente el sacramento de la Penitencia; el médico puede y debe estudiar anatomía, ginecología, etc., para el competente ejercicio de su profesión, etc. Pero han de estudiar o pensar estas cosas con recta intención y rechazando la complacencia morosa que pudieran despertar.

B) El mal deseo

259. I. Noción y división. Se entiende por mal deseo la apetencia deliberada de una cosa mala. Por consiguiente, se refiere siempre al tiempo futuro.

El deseo se divide en:

  1. EFICAZ, si hay intención o propósito absoluto de ejecutar una cosa mala cuando se presente el momento oportuno.

  2. INEFICAZ (o condicionado), si no se tiene intención de ejecutarlo. Es más bien una veleidad (v.gr., quisiera hacer tal cosa si fuera lícita o posible).

260. 2. Principios fundamentales. Los principales son los siguientes:

1º. El mal deseo eficaz es siempre pecado de la misma especie y gravedad que el acto externo revestido de todas las circunstancias individuales.

La razón es porque toda la bondad o malicia de los actos humanos se toma de la voluntad interior, ya que el acto externo no añade ninguna moralidad especial al interno, sino únicamente un complemento accidental (cf. n.88). Por eso dice el Señor en el Evangelio: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt. 5,28).

Nótese que el mal deseo recoge toda la malicia del acto externo con todas sus circunstancias. Y así, si el mal deseo recayó sobre una determinada persona casada o pariente, no bastaría acusarse en la confesión de una manera genérica (diciendo, v.gr., «tuve deseos de pecar con persona de distinto sexo»), sino que habría de explicar la condición o estado de esa persona, pues el pecado es específicamente distinto según los casos. Otra cosa sería si el deseo no hubiera recaído sobre una persona determinada, sino de una manera general sobre cualquier persona de sexo distinto.

2.° El mal deseo ineficaz, admitido bajo condición, es siempre peligroso; pero será pecado o no según que la condición impuesta deje intacta su malicia o la suprima del todo.

Vamos a examinar por partes este principio.

a) Es siempre peligroso e inútil. ¿A qué viene, por ejemplo, decir: «Me gustaría comer carne si no fuera día de vigilia»? Es un deseo inútil y absurdo que supone cierto descontento de la ley que prohibe realizarlo, lo cual envuelve cierto desorden moral.

b) Será pecado (grave o leve según lo sea el objeto) cuando la condición impuesta no le quita su malicia; v.gr.: «Cometería tal pecado si Dios no me castigara, o si no hubiera infierno, o si me fuera posible», etc.

c) De suyo no sería pecado si la condición le quitara su malicia; v.gr.: «Comería carne si no fuera día de vigilia». Pero estos deseos son inútiles y ociosos, como ya hemos dicho, y hay que procurar evitarlos.

3º. Guardando el orden de la caridad, es lícito desearse a sí mismo o al prójimo un mal temporal que trae consigo un bien espiritual o un bien temporal mayor.

Y así sería lícito, con la debida sumisión a la voluntad de Dios, desearse la muerte, o deseársela al prójimo, para librarse de los peligros de pecar, ir al cielo, etc. O también desear una enfermedad que nos impidiera pecar, o la pérdida de los bienes de fortuna que se emplean en vicios y pecados, etc. Pero habría que rectificar muy bien la intención para desear únicamente el efecto bueno que traería consigo aquel mal temporal. El mal moral (pecado) no es lícito jamás desearlo a nadie.

Desear un mal mayor (v.gr., la muerte del prójimo) para obtener un bien menor (v.gr., la herencia, verse libre de malos tratos, etc.) no es lícito jamás, porque invierte el recto orden de la caridad.

C) El gozo pecaminoso

261. 1. Noción. Se entiende por gozo pecaminoso la deliberada complacencia en una mala acción realizada por sí mismo o por otros. Por contraste se equipara a él la pena o tristeza por una buena acción realizada o por no haber aprovechado la ocasión de pecar que se presentó.

262. 2. Principios fundamentales. Hay que atender a la clase de gozo de que se trate. Y así:

1º. El gozo por un pecado cometido renueva el mismo pecado con todas sus circunstancias individuales.

La razón es porque supone la aprobación de una mala acción tal como fue ejecutada, o sea, con todas sus circunstancias. Si el pecador se jactara ante otras personas del pecado cometido, habría que añadir la circunstancia de escándalo, por lo que el pecado de jactancia sería más grave que el cometido anteriormente.

2.° Alegrarse del modo ingenioso con que se cometió un pecado, pero rechazando el pecado mismo, no sería pecado, pero sí peligroso e inútil.

Y así, v.gr., no sería pecado alegrarse del modo ingenioso con que se realizó un robo, un atraco, etc., sin complacerse en'el hecho delictuoso, sino sólo en el modo con que se cometió. Sin embargo, es evidente que este gozo es peligroso e inútil, sobre todo si se trata de chistes inconvenientes o narraciones escabrosas, aun rechazando su aspecto pecaminoso.

3º. No es licito alegrarse de un acto malo por el buen efecto que nos haya acarreado; pero sí lo sería alegrarse del buen efecto rechazando la causa mala.

Y así, v.gr., no es lícito alegrarse del asesinato de una persona por la herencia que nos ha sobrevenido; pero es lícito alegrarse de la herencia rechazando el asesinato.

4º. Es pecado sentir tristeza deliberada por no haber aprovechado una ocasión de pecado que se presentó.

Es evidente. Esa tristeza supone afecto y complacencia hacia el pecado que dejó de cometerse, y esto es de suyo pecaminoso e inmoral.

5º. Sentir tristeza deliberada por haber realizado una buena acción obligatoria es pecado mortal; si no era obligatoria, es pecado venial, a no ser que haya justa causa para ella.

Y así, v.gr., el que se entristece por haber restituido una importante cantidad robada, vuelve a cometer el pecado interno de injusticia. Si se entristece de algo bueno no obligatorio (v.gr., de haber hecho un voto), es pecado venial, a no ser que haya justa causa para ello (v.gr., por haberlo hecho con demasiada ligereza y resultar muy difícil su cumplimiento).

6.° Puede no ser pecado, aunque siempre es peligroso, gozarse de una acción que actualmente no es lícita, pero que lo fué o lo será al tiempo de realizarla.

Y así, v.gr., la viuda no pecaría recordando con gozo los actos conyugales realizados lícitamente durante el matrimonio, con tal de no consentir en los malos movimientos que ese recuerdo pueda actualmente excitarle. Pero ya se comprende que este gozo es muy peligroso e imprudente y hay que procurar evitarlo.

Dígase lo mismo de los novios con relación a los actos futuros del matrimonio. Es peligrosfsimo recrearse anticipadamente en ellos, pues, aunque teóricamente se trata de una acción que será lícita cuando se realice en el matrimonio, es casi imposible que no repercuta en algún mal movimiento o deseo actual, que sería ilícito y pecaminoso.


ARTICULO II
Los vicios o pecados capitales

Vamos a dar aquí unas breves nociones sobre los vicios o pecados capitales en general, reservando para la segunda parte de nuestra obra el estudio detallado de cada uno de ellos.

263. 1. Noción. Se designa con el nombre de vicios o pecados capitales aquellos afectos desordenados que son como las fuentes de donde dimanan todos los demás.

Santo Tomás prefiere llamarlos vicios, más bien que pecados; porque se trata, efectivamente, no de actos aislados, sino de hábitos viciosos o malas inclinaciones, que empujan a toda clase de pecados y desórdenes.

No siempre los vicios capitales son más graves que sus pecados derivados. Algunos no pasan de simples pecados veniales, como ocurre la mayor parte de las veces con la vanidad, la envidia, la ira y la gula; pero siempre conservan la capitalidad, en cuanto que son como la cabeza o fuente de donde proceden los demás.

264. 2. Número. Desde San Gregorio Magno suelen enumerarse siete vicios capitales: vanagloria, avaricia, lujuria, envidia, gula, ira y acidia o tedio de las cosas espirituales.

La mayor parte de los moralistas, en vez de la vanagloria, señalan la soberbia como vicio capital. Pero, con mejor visión—nos parece—, Santo Tomás de Aquino considera a la soberbia, no como simple pecado capital (uno de tantos), sino como la raíz de donde proceden todos los demás vicios y pecados. En este sentido, la soberbia es más que pecado capital: es la fuente de donde brotan todos los demás vicios y pecados, incluso los capitales, ya que, en definitiva, todo pecado supone el culto idolátrico de sí mismo, anteponiendo los propios gustos y caprichos a la misma ley de Dios, lo cual es propio de la soberbia.

Santo Tomás justifica filosóficamente el número septenario de vicios capitales. He aquí, en esquema, su magnífica argumentación:

En el esquema anterior puede verse, en el grupo primero, que la vanagloria se refiere a un bien del alma, espiritual; la gula y la lujuria, a los bienes del cuerpo; y la avaricia, a las cosas exteriores. En el segundo grupo, la acidia se refiere al propio bien; la envidia, al bien ajeno sin deseo de venganza; y la ira, al bien ajeno con deseo de venganza. No cabe una clasificación más perfecta y ordenada.

265. 3. Breve descripción de cada uno. Dejando para su lugar correspondiente en la moral especial el estudio detallado de los vicios capitales en particular, vamos a dar aquí una breve noción de cada uno de ellos :

I.° La vanagloria es el apetito desordenado de la propia alabanza. Busca la propia fama y nombradía sin méritos en que apoyarla o sin ordenarla a su verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo. De ordinario no suele pasar de pecado venial, a no ser que se prefiera la propia alabanza al honor mismo de Dios o se quebrante gravemente la caridad para con el prójimo.

PECADOS DERIVADOS. De la vanagloria, como vicio capital, proceden principalmente la jactancia, el afán de novedades, la hipocresía, la pertinacia, la discordia, las disputas y la desobediencia.

REMEDIOS. LOS principales son: el conocimiento íntimo y sincero de sí mismo; la consideración de la inanidad del aplauso humano, y, sobre todo, el recuerdo de la humildad de Cristo.

2.° La avaricia. Es el apetito desordenado de los bienes exteriores. Cuando quebranta gravemente la justicia (robos, fraudes, etc.), es pecado mortal; pero, si sólo se opone a la liberalidad, no pasa de venial.

PECADOS DERIVADOS son: la dureza de corazón hacia los pobres, la solicitud desordenada por los bienes terrenos, la violencia, el engaño, el fraude, el perjurio y la traición.

REMEDIOS. Considerar la vanidad de los bienes terrenos, la vileza de este vicio y, sobre todo, los ejemplos de Cristo, pobre y desprendido.

3º. La lujuria. Es el apetito desordenado de los placeres sexuales. La lujuria perfecta es siempre pecado mortal, y sólo puede darse en ella pecado venial por la imperfección del acto (falta de advertencia o consentimiento perfecto), pero no por parvedad de materia.

PECADOS DERIVADOS. Los principales son: ceguera espiritual, precipitación, inconsideración, inconstancia, amor desordenado de sí mismo, odio a Dios, apego a esta vida y horror a la futura.

REMEDIOS. Oración frecuente y humilde, frecuencia de sacramentos, huida de las ocasiones y de la ociosidad, mortificaciones voluntarias, devoción a María.

4º. La envidia. Es tristeza del bien ajeno en cuanto que rebaja nuestra gloria y excelencia. De suyo es pecado mortal, porque se opone directamente a la caridad para con el prójimo; pero admite parvedad de materia, en cuyo caso no pasa de venial. Es uno de los vicios más viles en que se puede incurrir.

PECADOS DERIVADOS. De la envidia proceden el odio, la murmuración, la difamación, el gozo en las adversidades del prójimo y la tristeza en su prosperidad. ¡Qué vileza tan grande!

REMEDIOS. Los principales son: la consideración de la vileza y de los males que acarrea este feo vicio, la práctica de la caridad fraterna y de la humildad, el recuerdo de los ejemplos admirables de Cristo.

La gula. Es el apetito desordenado de comer y beber. Puede ser pecado mortal y venial. Es mortal: a) cuando se quebranta un precepto grave por el placer de comer o beber (v.gr., el ayuno o la abstinencia); b) cuando se infiere a sabiendas grave daño a la salud; c) cuando se pierde el uso de la razón (embriaguez perfecta); d) cuando supone un despilfarro grave; e) cuando se da grave escándalo, etc. Es venial cuando, sin llegar a ninguno de estos extremos, se traspasan los límites de lo discreto y razonable.

PECADOS DERIVADOS son: la torpeza o estupidez del entendimiento, desordenada alegría, locuacidad excesiva, chabacanería y ordinariez en las palabras y gestos, lujuria e inmundicia, etc.

REMEDIOS. Considerar los pésimos efectos que produce este vicio, mortificarse en el comer y beber, huir de las ocasiones (tabernas, etc.) y otros semejantes.

6.° La ira. Considerada como vicio, es el apetito desordenado de venganza. Puede ser pecado mortal cuando se desea el castigo de quien no lo merece, o más de lo que merece, pues entonces se quebrantan la caridad y la justicia. Pero suelen ser tan sólo veniales los movimientos espontáneos de ira procedentes del temperamento colérico o de un mal humor circunstancial.

PECADOS DERIVADOS son: la indignación, el rencor, el clamor o griterío, la blasfemia, el insulto, la riña, etc.

REMEDIOS. Recordar la mansedumbre y dulzura de Cristo, prevenir las causas de la ira, luchar con descanso en el dominio propio, etc.

7.° La acidia, en general, es lo mismo que pereza. Pero en sentido más estricto y propio se designa con ese nombre el tedio o fastidio de las cosas espirituales por el trabajo y molestias que ocasionan. Es somnolencia del ánimo y debilidad de la voluntad, que conduce a la inacción y ociosidad. Si en virtud de ella se omiten graves obligaciones, se comete pecado mortal; de lo contrario, es pecado venial, aunque muy peligroso y de fatales consecuencias.

PECADOS DERIVADOS son: la malicia, el rencor, la pusilanimidad, la desesperación, la torpeza e indolencia en la guarda de los mandamientos y la divagación de la mente hacia las cosas ilícitas.

REMEDIOS. La consideración de los trabajos de Cristo, de los peligros de la acidia, de la grandeza del premio eterno; la lectura espiritual, los consejos de un director, el trabajo y ocupación continuos, etc.


ARTICULO III
Los pecados que claman al cielo

La Sagrada Escritura habla de ciertos pecados que «claman al cielo». Ello ha motivado el examen especial de esa clase de pecados para determinar el verdadero alcance de esa expresión.

266. 1. Noción. Se entiende por pecados que claman al cielo aquellos que envuelven una especial malicia y repugnancia abominable contra el orden social humano. No suponen necesariamente mayor gravedad que todos los demás pecados que se puedan cometer; pero, en virtud de su especial injusticia contra el bien social, parecen provocar la ira de Dios y la exigencia de un castigo ejemplar para escarmiento de los demás.

267. 2. Número y descripción. Tradicionalmente vienen señalándose cuatro :

El homicidio voluntario. Es un pecado horrendo que clama al cielo, sobre todo cuando se le añade la malicia específica contra la piedad en el fatricidio y, a fortiori, en el parricidio, que se opone en grado máximo a la conservación del individuo y de la sociedad. Por eso dijo Dios a Caín cuando asesinó a su hermano Abel: «La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra» (Gen. 4,10).

2.° La sodomía, o pecado de inversión sexual, se opone directamente a la propagación de la especie y al bien social, y en este sentido dama venganza al cielo. Así dice Dios en la Sagrada Escritura: «El clamor de Sodoma y Gomorra ha crecido mucho, y su pecado se ha agravado en extremo; voy a bajar, a ver si sus obras han llegado a ser como el clamor que ha llegado hasta mí» (Gen. 18,20-21). Sabido es que las ciudades nefandas que se entregaban a este pecado fueron destruidas por el fuego llovido del cielo (Gen. 19,24-25).

3.° La opresión de los pobres, viudas y huérfanos. Clama al cielo, no cuando significa la simple denegación de los beneficios de la misericordia que preceptúa la caridad (limosna, etc.), sino cuando se abusa de su condición humilde e impotente, obligándoles a servicios inicuos, impidiéndoles sus deberes religiosos, dándoles jornales de hambre y otras cosas semejantes, contra las cuales no se pueden defender ni exigir su reparación ante los hombres. Entonces es cuando estos crímenes claman al cielo y atraen sobre los culpables la indignación de Dios, según aquello de la Sagrada Escritura: «No maltratarás al extranjero ni le oprimirás... No dañarás a la viuda ni al huérfano. Si haces eso, ellos clamarán a mí, y yo oiré sus clamores, se encenderá mi cólera y os destruiré por la espada, y vuestras mujeres serán viudas, y vuestros hijos, huérfanos» (Ex. 22,20-23) *.
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He aquí, a propósito de esto, unas palabras enérgicas de S. S. el papa Efe XII: «Que nadie de vosotros pertenezca al número de aquellos que, en la inmensa calamidad en que ha caído la familia humana, no ven sino una ocasión propicia para enriquecerse inicuamente, tomando pie de la miseria de sus hermanos y aumentando más y más los precios para obtener un lucro escandaloso. !Contemplad sus manos! Están manchadas de sangre, de la sangre de las viudas y de los huérfanos, de los niños y adolescentes, de los impedidos o retrasados en su desarrollo por falta de nutrición y por el hambre, de la sangre de miles y miles de infortunados de todas las clases del pueblo que derramaron sus camiceros con su innoble traficación. !Esta sangre, como la de Abel, clama al cielo contra los nuevos Caínes!" (AAS 37 [1945] 1 I2).

4.° La defraudación del salario al trabajador. Bajo cualquier pretexto que se haga, ya sea retrasando inicuamente el pago, o disminuyéndolo, o despidiendo sin causa a los obreros, etc., apoyándose precisamente en la impotencia de los mismos para defenderse eficazmente. En la Sagrada Escritura se condena con energía este crimen. He aquí algunos textos: «No oprimas al mercenario pobre e indigente... Dale cada día su salario, sin dejar pasar sobre esta deuda la puesta del sol, porque es pobre y lo necesita. De otro modo clamaría al Señor contra ti y tú cargarías con un pecado» (Deut. 24,14-15). «El jornal de los obreros que han segado vuestros campos, defraudado por vosotros, clama, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos» (Iac. 5,4)


ARTICULO IV

Los pecados contra el Espíritu
Santo

En el Evangelio se nos habla de ciertos pecados contra el Espíritu Santo, que no serán perdonados en este mundo ni en el otro (cf. Mt. 12,31-32; Mc. 3,28-30; Lc. 12,10). ¿Qué clase de pecados son ésos?

268. 1. Noción. Los pecados contra el Espíritu Santo son aquellos que se cometen con refinada malicia y desprecio formal de los dones sobrenaturales que nos retraerían directamente del pecado. Se llaman contra el Espíritu Santo porque son como blasfemias contra esa divina persona, a la que se le atribuye nuestra santificación.

Cristo calificó de blasfemia contra el Espíritu Santo la calumnia de los fariseos de que obraba sus milagros por virtud de Belcebú (Mt. 12,24-32). Era un pecado de refinadísima malicia, contra la misma luz, que trataba de destruir en su raíz los motivos de credibilidad en el Mesías.

269. 2. Número y descripción. En realidad, los pecados contra el Espíritu Santo no pueden reducirse a un número fijo y determinado. Todos aquellos que reúnan las características que acabamos de señalar, pueden ser calificados como pecados contra el Espíritu Santo. Pero los grandes teólogos medievales suelen enumerar los seis más importantes, que recogemos a continuación:

1º. La desesperación, entendida en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fué el pecado del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera arrepentido de él.

2.° La presunción, que es el pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica. Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia divina, cuyo temor retraería del pecado.

3º. La impugnación de la verdad conocida, no por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos, con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la misma luz divina.

4.° La envidia del provecho espiritual del prójimo. Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no sólo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.

5º. La obstinación en el pecado, rechazando las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de las personas sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de »duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo» (Act. 7,51).

6º. La impenitencia deliberada, por la que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. »Si a la hora de la muerte—decía un infeliz apóstata—pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis: es que estaré delirando».

270. ¿Son absolutamente irremisibles? En el Evangelio se nos dice que el pecado contra el Espíritu Santo «no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero» (Mt. 12,32). Pero hay que interpretar rectamente estas palabras. No hay ni puede haber un pecado tan grave que no pueda ser perdonado por la misericordia infinita de Dios si el pecador se arrepiente debidamente de él en este mundo. Pero, como precisamente el que peca contra el Espíritu Santo rechaza la gracia de Dios y se obstina voluntariamente en su maldad, es imposible que, mientras permanezca en esas disposiciones, se le perdone su pecado. Lo cual no quiere decir que Dios le haya abandonado definitivamente y esté decidido a no perdonarle aunque se arrepienta, sino que de hecho el pecador no querrá arrepentirse y morirá obstinado en su pecado. La conversión y vuelta a Dios de uno de estos hombres satánicos no es absolutamente imposible, pero sería en el orden sobrenatural un milagro tan grande como en el orden natural la resurrección de un muerto.