PRESENTACIÓN


La ciencia ética se inicia en Grecia cuando el hombre había adquirido una notable cultura sobre el cosmos y él mismo había alcanzado una alta cota de libertad. Tal origen de la doctrina moral en Occidente testimonia la íntima relación entre la ética y el sentido de la dignidad humana.

En efecto, cuando el hombre logra la conciencia de su dignidad y de la responsabilidad de su propio destino, ese momento coincide con un fuerte impulso y creciente interés por la ciencia ética.

La libertad sitúa al hombre ante el compromiso de construir su existencia personal en conformidad con un cuadro de valores reales, los cuales postulan que la vida personal y la convivencia social no se rijan por la espontaneidad. El biologismo no satisface las aspiraciones del hombre. Lo "humano" le plantea una serie de exigencias que condicionan su conducta. Por eso, quien se opone a un planteamiento ético de su existencia no agota el sentido de la vida humana. Más aún, rehuye la vida como proyecto y se queda cerrado ante la construcción de su propio futuro. En tal situación, la vida no tiene sentido. Por el contrario, la ética es, precisamente, la respuesta acerca del sentido de la vida. En consecuencia, quien no dirige su conducta conforme a unos principios parece llamado a un vacío interior que le llevará a experimentar desórdenes muy profundos, dado que el hombre, dirigido por la fuerza instintiva de cada momento, fragmenta su unidad, dando lugar a un inevitable desequilibrio y a un cierto desencanto.

De ahí la importancia de la vida moral. Esta alta significación se acrecienta en el cristianismo, no sólo porque el mensaje de Jesucristo connota también un programa moral, sino por la interrelación profunda que existe entre doctrina y vida: de ordinario, a los errores de la mente les preceden los extravíos del corazón. Tomás de Aquino, que, teóricamente, no distinguió entre Moral y Dogma, aúna estos dos saberes en la existencia cristiana concreta. En comentario a las palabras de Jesús: "venid y veréis" (Jn 1,39), escribe: "Venid, creyendo y actuando, y veréis, practicando y entendiendo". Esta doctrina del Aquinate no es más que el eco de aquellas otras palabras de Jesús: "Permaneced en mi amor. Si guardarais mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15,9—10). Por su parte, el Apóstol S. Juan lo explica así a los primeros creyentes. "Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del amor" (1 Jn 4,6).

Este horizonte, donde se junta doctrina ética y moral vivida, es el espacio en el que se mueve este Manual que se divide en dos grandes secciones.

En la Primera Parte se trata del comportamiento moral en general. Se contempla in recto no el actuar ético del hombre concreto, sino la consideración común que supone la vida moral. De aquí que, además de definir esta ciencia, se quiere despejar el terreno de modo que aparezcan las exigencias éticas como un postulado indiscutible de la existencia humana.

En consecuencia, se estudian algunos temas que en otra época eran presupuestos incuestionables, pero que se plantean hoy con inusitada radicalidad. Si estas cuestiones no se toman en consideración, puede dar la impresión de que la ciencia ética se construye sobre un terreno movedizo y que no es capaz de sustentar las múltiples objeciones que pesan sobre ella.

Estas aporías tienen origen muy diverso. En ocasiones se quiere negar todo fundamento religioso al modo de comportarse el hombre y se proclama que a la sociedad pluralista, en la que conviven distintos códigos de comportamiento, tampoco se le debe exigir un tipo de conducta único. Aquí surgen diversas cuestiones. Pero, al menos, deben destacarse dos: el valor de la llamada "ética civil" y el sentido de la ética religiosa, que incluye, a su vez, la pregunta por la moral cristiana. La respuesta a estas cuestiones constituye el nervio central del Capítulo I, que se completa con algunos temas teóricos acerca de la naturaleza de la teología moral en relación con los demás saberes teológicos y que, tradicionalmente, ocupan el capítulo primero en los Manuales.

Pero estas dos cuestiones no deben ocultar otro problema de fondo que decide sobre el saber mismo de la ciencia ética: ¿puede justificarse la conducta moral humana, o, por el contrario, ésta no es más que una de esas ficciones que es preciso eliminar? ¿Existe verdaderamente deber moral o lo único que cabe son juicios morales que hacen los hombres a partir de unos códigos de comportamiento social, de convivencia y siempre provisorios? Este tema fundamental —que toca el absurdo, dado que se pide a una ciencia que justifique su propio objeto— se estudia en el Capítulo II.

Esta primera serie de cuestiones no pueden sustraerse a la situación de crisis generalizada en la que se encuentra la vida moral. La crisis actual de la ética no es sólo en el campo de la vida, sino que atañe asimismo a los principios doctrinales: cuando la existencia ética se quiebra, se resiente también la teoría que la avala. De aquí el Capítulo III que analiza la situación de la crisis actual de los valores morales y se formulan algunos principios de solución.

Una vez justificada la ciencia moral y situada la crisis en circunstancias concretas de la historia, en los últimos años se ha puesto a debate si el cristianismo aporta un nuevo programa ético, o, por el contrario, si el mensaje moral cristiano hay que situarlo en el campo de las motivaciones, pero sin contenidos éticos nuevos. Es el tema de la especificidad de la moral cristiana, del que se ocupa el Capítulo IV.

Ya en el horizonte cristiano, el Capítulo V trata de exponer las novedades de la moral bíblica, sobre todo el mensaje moral predicado por Jesús de Nazaret. Asimismo, en este capítulo se exponen los elementos irrenunciables que constituyen la existencia cristiana cuando trata de asimilar ese mensaje moral.

Se dedica un amplio apartado —Capítulo VI— al estudio del desarrollo histórico de la ciencia moral cristiana. La historia es siempre un elemento importante en el estudio de las ciencias, no sólo porque contempla su despliegue en el tiempo, sino porque se adentra en los elementos esenciales que la constituyen y que, a lo largo del tiempo, se han manifestado hasta esculpir su identidad.

Pero un nuevo tema se levante problematizando la ética teológica: ¿en qué se fundamenta la obligación moral del creyente? ¿cómo justificar el deber ético del cristiano? A esto se intenta responder en la primera parte del tema VII, mientras que el segundo apartado se dedica a descubrir los distintos modelos de ética teológica que se han tratado de formular o que cabe desarrollar. Con este Capítulo VII concluye la Primera Parte.

El conjunto de estos temas, como decimos, no contemplan el actuar concreto de la persona, sino los parámetros en los que se desarrolla su vida moral. Esta consideración particularizada constituye objeto de estudio de la Segunda Parte de este Manual. Por eso, ya es común que la Moral Fundamental conste de dos amplias secciones: la primera trata de fundamentar los principios, mientras que la segunda estudia los fundamentos de esa existencia concreta que lleva a la práctica la vida moral ordenada conforme a esos códigos de conducta. En nuestro caso se trata de configurar la vida de acuerdo con los criterios y los mandatos que contiene la Revelación cristiana y que fueron proclamados y vividos por la Persona de Jesucristo.

La Segunda Parte consta de cinco capítulos que se corresponden con temas fundamentales de este tratado. El Capítulo VIII estudia el sujeto moral y concierne al tema clásico "de actibus humanis". El Capítulo IX se corresponde con el tratado de las "fuentes de la moralidad", pero las cuestiones que hoy suscita exige que se atiendan particularidades que en la actualidad preocupan al estudio de la ética teológica, tales como la "opción fundamental" y la llamada "ética de situación".

El tema de la conciencia, siempre actual, se estudia en el Capítulo X, al que sigue la doctrina sobre la ley, de la que se ocupa el Capítulo XI. Finalmente, el tema del pecado y de la conversión, bajo el subtítulo de "reverso de la existencia cristiana", constituye objeto de estudio del Capítulo XII, con el que concluye el tratado de Moral Fundamental.

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Una palabra final acerca del método seguido en la elaboración de este Manual y que puede servir de pauta para su estudio.

Cada capítulo consta de tres partes diferenciadas, si bien conexas entre sí: un breve Esquema, el desarrollo doctrinal y un Apéndice.

Se inicia con el Esquema que trata de sintetizar el contenido doctrinal de cada apartado. Su finalidad es proporcionar al alumno una visión sintética de los respectivos contenidos. Los números corresponden exactamente con los mismos apartados del desarrollo del tema. Un consejo práctico es la lectura simultánea de ambos. Al final, el alumno podrá alcanzar la síntesis doctrinal de cada capítulo y estará en condiciones de elaborar su propio esquema.

El desarrollo doctrinal sigue un camino medio entre el método expositivo y la reflexión nocional. Con el uso medido de la filosofía se pretende ayudar al alumno a que reflexione sobre los distintos temas. Tampoco está ausente el método apologético: la actitud crítica tan generalizada demanda que se justifique la fundamentación de la moral cristiana. En todo caso, se ha querido evitar la excesiva conceptualización con el fin de facilitar el aprendizaje escolar.

Son tenidos en cuenta los planteamientos complejos y en ocasiones contradictorios de las numerosas publicaciones de la doctrina moral actual. Hemos procurado descubrir e incorporar los elementos valiosos que aportan estos estudios, pero hemos preferido el rigor teológico por encima de las opiniones brillantes y siempre prestamos atención a las enseñanzas que marca el Magisterio. Otras soluciones están reservadas al estudio de los especialistas. Por ello son ajenas a la exposición de un Manual de Teología Moral y quedan a merced de la explicación oral del profesor.

Dejamos para el Apéndice las "definiciones", "divisiones" y "principios" que exige la comprensión nocional del tema. Es ya opinión generalizada que las "definiciones" deben ir al final de un tratado. La opción por esta teoría no carece de fundamento y responde a la situación cultural de nuestro tiempo, tan caracterizado por el método de ensayo, que gusta más de un desarrollo descriptivo, que de elaborar conceptos.

Es evidente que grandes sectores culturales —de los que no se excluye la teología— rehuyen la racionalización y se muestran reacios a las definiciones, porque juzgan que se corre el riesgo de huir hacia la abstracción que aleja de la realidad concreta. Pero son razones epistemológicas las que demandan la elaboración final de los conceptos. Bien están las descripciones del problema, las interrogaciones que suscitan tal parcela del saber, el enunciar proposiciones que son irrenunciables, etc., pero, al final, por exigencias de la propia estructura intelectual del hombre, la razón demanda el "cómo" y el "porqué" último de las cosas. Queramos o no, nuestro entendimiento no renuncia a saber qué son realmente las cosas, el por qué esto es así y no de otro modo. La razón del hombre demanda lo que la filosofía alemana califica como "sosein", o sea, que algo es así, por qué se constituye como tal y se diferencia de otra realidad.

Por este motivo se concluye con ese apartado, al cual ha de volver el alumno en busca de nociones claras que subyacen en la exposición doctrinal de cada capítulo.