INTRODUCCIÓN

 

 

1. INTRODUCCIÓN A LA “MORAL ESPECIAL”

 

Cada día se generaliza más la partición del tratado de la Ética Teológica en estas tres secciones: Moral Fundamental, Moral de la Persona y Moral Social

 

[Nota 1:  1.  Cfr.  M. VIDAL, Moral de actitudes.  Ed.  PS.  Madrid 1991. Vol.  II/I: Moral de la persona y bioética teológico; Vol.  II/2: Moral del amor y de la sexualidad.  Vol.  III: Moral Social.  La primera edición es de 1974.  Una terminología similar se repite en otros autores.  Cfr.  A. GUNTHOR, Chiamata e risposta.  Una nuova teologia morale.  Ed.  Paoline.  Alba 1974.  Vol.  III: Morale speciale.  La relacione verso il prossimo.  L. LORENZETTI (dirigido por), Trattato di etica teologica: Luomo in relacione (Vol. ll); La societá e l'uomo (Vol.  III).  Dehoniane.  Bologna 1981.  T. GOFFI—G.  PIANA, Corso di morale; Diakonia.  Etica della persona (Vol.  II); Koinonia.  Etica della vita sociale (Vol.  III).  Queriniana.  Brescia 1983—1984. 

 

 Un esquema semejante lo sigue E. CHIAVACCI, Teologia morale.  Cittadella.  Assisi 1986, Vol.  III: Teologia morale e vita economice.  T. MIFSUD, Moral de discernimiento.  Ed.  Panlinas.  Chile 1987.  Vol. ll: El respeto a la vida humana.  Bioética, etc.].  Esta división tripartita está en camino de hacerse clásica y a ella se acomodan no pocos estudios de esta etapa histórica que sigue al Concilio Vaticano II [Nota 2: 2.  La terminología es aceptada por la Programación de Enseñanza de la Religión en la Escuela, cfr.  COMIS.  EPISC.  ENSEN. y CATEQ., Area de Religión.  Diseño Curricular base de Religión y Moral Católica.  Edice.  Madrid 1991, 38.]. 

 

No obstante, tal división ha recibido ya alguna réplica por parte de ciertos autores [Nota 3: 3.  En España se ha opuesto el equipo que ha editado Praxis cristiana.  Ed.  Paulinas.  Madrid 1980—1986, 3 vols.  El propósito de superar ese esquema queda expresado por R. RINCÓN ORDUÑA, Cuestiones preliminares, 1, 22.  Tampoco les convence la nomenclatura de “teología moral sectorial”.  Ibid., 23.  No obstante, esta obra sigue una terminología muy similar:  Vol.  II: Opción por la vida y el amor; Vol.  III: Opción por la justicia y la libertad.].  Quienes se oponen a ella juzgan que el intento de superar la moral exclusivamente individualista, tal como denunció el Vaticano II (cfr.  GS, 30,34), no se alcanza con la distinción entre “moral personal” y “moral social”.  Más aún, desarrollar en este doble esquema la amplia temática que encierra la Moral Especial —según esos autores— corre el riesgo de “privatizar” la doctrina ética, de forma que cabría interpretar las exigencias sociales sólo como un añadido a la existencia cristiana y no como postulados de la misma vida moral del hombre singular.

 

Pero cabe subrayar que semejante debate en torno a la sistematización de los contenidos de una ciencia ha sido y es común a todas las disciplinas: sucedió así en Filosofía y se da ahora en Medicina y en Derecho.  La historia de los diversos saberes es testigo de reacciones muy similares al tiempo de tematizar los respectivos tratados.  Es, pues, normal que también acontezca en el campo de la Ética Teológica dado que caben diversos modos de sistematizar las verdades en torno a la vida moral.  De hecho, la historia de esta disciplina conoce, al menos, dos modelos ya tradicionales: los Manuales que articulaban los contenidos éticos en torno a los Diez Mandamientos y los que preferían hacerlo sobre el estudio de las Virtudes.  Si el Maestro Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, eligió este segundo esquema, el Patrono de la Teología Moral, San Alfonso María de Ligorio optó por la exposición en torno a los Mandamientos-Sacramentos.

 

Pero no es menos evidente que estas dos sistematizaciones clásicas no agotan las posibilidades de armonizar en un todo los principios que regulan la vida moral.  De aquí que quepa hacerlo también con rigor sobre esta nueva trilogía.

 

Es claro que cada “sistema” tiene sus ventajas y que, a su vez, ninguno de ellos está exento de dificultades.  En efecto, la exposición de los contenidos morales en torno a los Mandamientos favorece el retorno a la formulación bíblica que les dio origen, a lo que cabe añadir la facilidad de articular el conjunto de la doctrina sobre un esquema sintético para el profesor y de comprensión fácil para el alumno.  Este es el modelo que ha elegido la Conferencia Episcopal Española en el último “Catecismo”, Esta es nuestra fe, y es el mismo que, para toda la Iglesia, asume el Catecismo de la Iglesia Católica.

 

Los inconvenientes que ofrece este modelo van en parangón con las ventajas que encierra.  Por ejemplo, el esquema de los Diez Mandamientos evoca el programa moral del A. T., con el riesgo de quedarse en contenidos éticos que no alcanzan la altura del mensaje moral predicado por Jesucristo.  De ahí también el peligro de que se acentúe el aspecto negativo y normativo de un sistema moral asentado sobre “preceptos”, “leyes” y “normas” casi siempre prohibitivas.

 

Por su parte, el esquema tomista, articulado sobre las Virtudes, tiene a su favor que ofrece un planteamiento ético acerca de la existencia concreta del hombre, el cual lo lleva a cabo mediante hábitos de conducta típicamente cristiana.  Pero este esquema tampoco se ve libre de reparos, pues rememora el pensamiento griego, hasta el punto de que, como la ética aristotélica, evoca un tipo de moral fundamentada de modo prioritario sobre la naturaleza humana.  Y es evidente que el mensaje moral predicado por Jesucristo no se reduce al “respeto a la naturaleza”, tal como profesaba la ética griega.  La moral cristiana incluye, ciertamente, la ley natural, pero destaca esa otra ley nueva, que es fruto de la acción del Espíritu en el hombre: la “ley del Evangelio” o “ley de la gracia”.

 

Además, la cultura actual, tan pegada a los acontecimientos, capta mejor una enseñanza ética que ilumine y oriente aspectos muy concretos de la existencia de cada hombre.  Por lo que parece que se distancia de la demanda moral que postulan las “virtudes” clásicas.

 

Por el contrario, el modelo de Ética Teológica que estudia los fundamentos, la vida personal y la acción social, atiende dimensiones sectoriales muy precisas de la vida e ilumina el conjunto de la existencia del hombre.  No obstante, frente a esta ventaja —tan didáctica y de aplicación inmediata— tal sistematización ofrece también algunos inconvenientes.  En concreto, este esquema ha de evitar el riesgo —hoy más actual que nunca— de que el juicio moral encause preferentemente las actitudes o disposiciones generales del sujeto, sin prestar la suficiente atención a la eticidad de los actos singulares y concretos.  Asimismo, puede subrayarse tanto la diferencia entre lo “privado” y lo “público”, que lleve a la persuasión de que la eticidad se refiere de modo preferente a la vida social institucionalizada frente a la actividad singular de cada persona en la convivencia social concreta.

 

En consecuencia, el riesgo de cualquier modelo —máxime si se oferta con pretensiones de exclusividad—, consiste en encerrarse en el propio esquema por exigencias que demanda la simple sistematización.  De aquí que, con espíritu libre, tal vez convenga elegir un camino que asuma las ventajas de cada uno de estos “modelos”, y que, en la medida de lo posible, orille las limitaciones que todos ellos ofrecen: no conviene olvidar el hecho de que cualquier sistema es limitado en sí mismo y que quien lo emplea corre el riesgo de primar el rigor del esquema por encima del conjunto de los contenidos, a los que, velis nolis, trata de buscar un hueco en el planing que subyace al sistema elegido.

 

Por este motivo, aun siendo fieles a la moral de la persona y a la moral social, aquí extendemos sus enunciados.  Por eso la denominamos Moral de la Persona y de la Familia (Vol. III) y Moral Social, Económica y Política (Vol. III).  Además, bajo estos títulos incluimos el estudio de algunos temas que aparecían en el Índice de los otros dos modelos clásicos.  Así, por ejemplo, en este Segundo Volumen se estudia la virtud de la Religión y las exigencias morales que desarrollaba el modelo Mandamientos en el estudio de los tres primeros preceptos del Decálogo.  Es evidente que, entre las opciones morales del creyente, debe figurar, como primera y principal, la opción por Dios dado que la dimensión religiosa está presente en toda la vida moral del hombre.

 

Asimismo, en el Volumen Tercero ocupa un lugar destacado el estudio de la virtud de la justicia, puesto que constituye el fundamento de la vida social y política de los pueblos.  Al mismo tiempo se valora la significación de la ley y de las normas jurídicas que emanan de quien dirige legítimamente la comunidad con el fin de alcanzar entre todos los ciudadanos el “bien común” del Estado.  También se estudia el tema de la restitución, que está olvidado en los nuevos Manuales en un afán desmedido de evitar a cualquier precio caer en la vieja “moral casuista”, hoy tan denostado.

 

De este modo, en los dos volúmenes que constituyen la Moral Especial: “Moral de la Persona y de la Familia” y “Moral Social, Económica y Política”, se trata de armonizar, junto con este nuevo modelo, la “Moral de los Mandamientos” y la “Moral de las Virtudes”, con lo que, lo clásico se une a lo nuevo, conforme al “nova et vetera” bíblico (Mt 13,52), que también tiene plena aplicación en el estudio de la Ética Teológica.  Lo importante es que, al articular los principios morales que constituyen la existencia del creyente, se alcance una síntesis que logre integrar, de modo armónico y didáctico, todos y cada uno de los elementos que constituyen la identidad de la praxis cristiana.

 

2. INTRODUCCIÓN A LA “MORAL DE LA PERSONA Y DE LA FAMILIA”

Tal como se afirma en el Prólogo, la Teología Moral, más que un juicio crítico acerca de los comportamientos individuales y sociales, debe ser una ética preventiva que oriente al hombre sobre una conducta moral que se corresponda con su dignidad.  Pues bien, la antropología cristiana, al postular que el hombre sea fiel a sí mismo, le está ofertando un modelo de conducta que previene los graves errores a los que, según testifica la historia de la humanidad, está siempre proclive.

 

Para ello, es preciso destacar sus obligaciones en tres ámbitos muy unidos a su ser y a su actuar: el comportamiento con Dios, la convivencia familiar y el respeto de la vida humana, desde su gestación hasta la muerte.  Estos son los tres apartados que estudiamos en este Volumen:

 

a)  Dios.  En primer lugar, se debe denunciar el vacío que los nuevos Manuales presentan en este campo.  En efecto, las relaciones del hombre con Dios han sido siempre un capítulo decisivo tanto en los Manuales que seguían el sistema tomista, como en los que desarrollaban el esquema moral de San Alfonso.  Tomás de Aquino, con la cuestión primera: Define último [Nota 4:4 THOMAS, S. Th., I-II, qq. 1-5.] , asentaba todo su sistema moral sobre Dios, origen y fin último del hombre.  De modo semejante, San Alfonso, en el desarrollo de los tres primeros preceptos del Decálogo [Nota 5: 5.  ALPHONS, Theologia Moralis.  Typ Vatican.  Roma 1905,1, 369-399], vertebraba sobre la virtud de la religión las grandes exigencias éticas del comportamiento humano en relación con Dios.

 

Este postulado moral se corresponde con la misma demanda que hace la dogmática.  Como se afirma en el Capítulo I [Nota 6: Cfr. pp. 55-57.] , grandes sectores del pensamiento actual solicitan de nuevo el estudio privilegiado de Dios como objeto primario de la Teología.  En efecto, después de que se hayan dedicado tantos esfuerzos —ciertamente, con provechosos avances— a la Eclesiología, a la Historia Salutis, a la teología del laicado, del mundo, de la liberación, etc., se siente la necesidad de profundizar de nuevo en el tema de Dios.

 

Pues bien, este postulado se cumple rigurosamente en la Teología Moral: sin descuidar los grandes y urgentes intereses que se ventilan en el campo de la moral de la persona y en la actividad político—social, la Ética Teológica tiene que ocuparse de nuevo de la virtud de la religión, pues sería un contrasentido que se urgiese al hombre el cumplimiento de sus deberes familiares o sociales y se descuidase sus compromisos religiosos.

 

Cabe aún decir más: posiblemente el debilitamiento moral de nuestra sociedad tiene origen en la crisis religiosa, pues es de todo punto imposible demandar una conducta ética a un individuo —y con mayor razón a todo un pueblo— si descuida sus deberes morales con Dios.  Para suplir este deficit, la Primera Parte de este Volumen dedica tres capítulos a desarrollar las obligaciones morales del hombre con Dios (Caps.  I-III).

 

b)  Matrimonio-familia.  Después de Dios, en el ámbito de la persona, se incluyen los deberes familiares.  Si la familia es la primera institución social y aun la más natural de las instituciones —dado que brota del ser mismo del hombre—, es evidente que el comportamiento ético demande que el hombre tenga una conducta digna en sus relaciones familiares.

 

A este respecto, la Segunda Parte estudia el tema del matrimonio y de la familia que de él se origina.  Es claro que la institución matrimonial recibe hoy fuertes embates, hasta el punto de que posiblemente en ningún ámbito como en éste se hace tan frecuente uso del término “crisis” para calificar su situación actual.  Por este motivo, el tema matrimonio—familia ocupa la parte central y más extensa de este Volumen.

Con el fin de argumentar sobre la base humana y cristiana del matrimonio, se adopta una metodología histórica.  En sucesivos capítulos se estudia la doctrina bíblica sobre el origen del matrimonio (Cap.  IV), su desarrollo a lo largo de la historia de la Iglesia (Cap.  V) y la enseñanza del Magisterio (Cap.  VI).

 

La novedad sacramental introducida por Jesucristo necesitó un amplio periodo histórico para asentar en Occidente la imagen del matrimonio monogámico e indisoluble.  Dadas las dificultades y las diversas ideologías encontradas que confluyen en la cultura actual en torno a la institución matrimonial, conforme a la actitud asumida por el Concilio Vaticano II, en capítulo aparte, se contemplan, simultáneamente, “los elementos naturales y sobrenaturales” (Cap.  VII).  De este modo, se protege a la familia cristiana y se oferta a la sociedad el modelo de matrimonio tal y como lo ha querido Dios en el A.T. y fue elevado por Jesús a la categoría de Sacramento.

 

En el contexto de la familia y del matrimonio se expone la doctrina moral católica sobre la sexualidad humana: es el modelo que adopta el Catecismo del Episcopado Español, Esta es nuestra fe, que reagrupa el estudio moral de los Mandamientos cuarto, sexto y noveno en el mismo apartado [Nota 7: 7. Esta es nuestra fe.  Esta es la fe de la Iglesia.  Edice.  Madrid 1986, 324—328.].  Esta amplia temática se expone en el Cap.  VIII.

 

La Segunda Parte concluye con un capítulo dedicado a la familia, en el que se ofrecen algunas pistas que faciliten al sacerdote la orientación y ayuda que debe prestar a las familias cristianas en estos momentos recios y difíciles por los que atraviesa la institución familiar (Cap.  IX).

 

c)  La bioética.  La Tercera Parte se dedica íntegramente a los problemas éticos que presenta la vida del hombre.  Aquí se articulan una serie de temas que se estudiaban por separado en diversas partes de la Teología Moral.  Ahora se insertan todos en esta ciencia nueva, la Bioética, que —como su mismo nombre indica— trata de esclarecer los problemas morales que demanda la vida humana desde su generación hasta la muerte.  Con el fin de agruparlos de forma didáctica, se exponen en tres grandes bloques: el origen de la vida, su conservación y su acabamiento con la muerte.

 

El estudio del origen de la vida abarca desde la concepción hasta el nacimiento.  Aquí se ventilan los graves temas que suscitan los avances espectaculares de la biología y de la medicina actual, tales como la inseminación artificial, la protección de la vida ya concebida, pero no nacida y el fenómeno de la esterilidad natural o libremente procurado (Cap.  X).

 

Después del nacimiento, al hombre le compete la gozosa obligación de conservar tanto la propia vida como la ajena.  A su conservación se oponen los diversos atentados contra ella, como el suicidio, el homicidio, la tortura, el terrorismo, etc.; o sea, los numerosos intentos en los que la vida humana corre el riesgo de ser tratada sin el respeto que merece (Cap.  XI).

 

Finalmente, este segundo Volumen concluye con los temas que plantea el final natural de la existencia humana, cuales son la enfermedad y la muerte, a los que es preciso añadir los estudios medico-éticos y jurídicos en torno a la eutanasia (Cap.  XII).

 

Como se ha consignado más arriba, en estos tres extensos apartados se concretan las graves obligaciones éticas del hombre: a su estudio se dedica este volumen, Moral de la Persona y de la Familia.  Pero este programa moral necesita completarse con las obligaciones que el individuo debe cumplir en la convivencia con los demás hombres: es el tratado de la Moral Social, Económica y Política, que corresponde al Volumen III de este Manual.