El
liberalismo es pecado
Felix Sardà i Salvany
Nota editorial
Pocos libros se han escrito en España de un siglo a esta parte que tanta
popularidad hayan alcanzado como El LIBERALISMO ES PECADO, cuya nueva edición
tiene el lector entre manos. La primera apareció a fines del año 1884.
Hubo traducciones en catalán, en vascuence, y
en los principales idiomas europeos.
Edición limitada. Por suscripción nacional se imprimió una edición
políglota, en ocho lenguas, incluida la latina y la castellana. Todas las
versiones, salvo la catalana, fueron hechas por Padres de la Compañía de
Jesús.
Que no se trató de un fuego de virutas lo
demuestra el hecho de que siguen en venta las ediciones francesa e italiana, que
se ha agotado una edición madrileña posterior a la guerra civil española y
que acaba de aparecer otra, aunque de la obra extractada, en la República
Argentina.
La obra manuscrita fue previamente sometida a
la censura de esclarecidas personalidades y a la del célebre P. Valentín
Casajuana, de la Compañía de Jesús, Profesor en Roma. Una vez publicada
valió a su Autor las aprobaciones más altas y expresas de la Iglesia y los
encomios más preciados de sus Jerarcas. La Sagrada Romana Congregación del
Índice sometió El LIBERALISMO ES PECADO a los más diligentes exámenes y dio
un fallo sumamente laudatorio, a la vez que desautorizaba el folleto del
Canónigo vicense D. de Pazos que quería ser una refutación de la obra de
Sardá. El Papa León XIII en persona quiso formar un juicio del libro y lo
leyó en la versión italiana que para Su Santidad se imprimió. Lo dio también
a leer a su hermano, el Cardenal Pecci y ambos formaron de él el más favorable
concepto. Los Prelados del Ecuador hicieron suya la doctrina de la obra en
Pastoral colectiva que figura en varias de sus ediciones.
APROBACIONES
Son
varias las que ha merecido este libro desde su aparición hasta el fallo de la
Sagrada Congregación del Índice, y es nuestro deber consignarlas aquí:
Del Excmo. e Iltmo Sr. Obispo de Barcelona,
las obtuvo respectivamente para las ediciones castellana y catalana.
Del Excmo. e Iltmo. Sr. Obispo de Urgel, antes
y después de un concienzudo informe de tres teólogos de aquel ilustre Cabildo.
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Osma.
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Tuy
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Mallorca.
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Tarazona.
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Montevideo.
Últimamente, después de repetida denuncia a
la Sagrada Romana Congregación del Índice, ha fallado este elevadísimo
tribunal en la forma siguiente: "De la Secretaría de la Sagrada
Congregación del Índice, día 10 de Enero de 1887.
Excelentísimo Señor:
La Sagrada Congregación del Indice recibió
denuncia del opúsculo titulado El Liberalismo es pecado, su autor D. Felix
Sardá y Salvany, sacerdote de está tu diócesis: la cual denuncia se repitió
juntamente con otro opúsculo titulado El Proceso del integrismo, esto es,
Refutación de los errores contenidos en el Opúsculo "El Liberalismo es
pecado"; autor de este segundo opúsculo es D. de Pazos, canónigo de la
diócesis de Vich. Por lo cual dicha Congregación aquilató con maduro examen
uno y otro opúsculo con las observaciones hechas; mas en el primero nada halló
contra la sana doctrina, antes su autor don Felix Sardá y Salvany merece
alabanza, porque con argumentos sólidos, clara y ordenadamente expuestos,
propone y defiende la sana doctrina en la materia que trata, sin ofensa de
ninguna persona
Pero no se formó el mismo juicio acerca del
otro opúsculo publicado por D. de Pazos, porque necesita corrección en alguna
cosa, Y además no puede aprobarse el modo injurioso de hablar de que el autor
usa, más contra la persona del Sr. Sardá que contra los errores que se suponen
en el opúsculo de este escritor.
De aquí que la Sagrada Congregación ha
mandado que D. de Pazos sea amonestado por su propio Ordinario, para que retire
cuanto sea posible los ejemplares de su dicho opúsculo; y en adelante, si se
promueve alguna discusión sobre las controversias que pueden originarse,
absténgase de cualesquiera palabras injuriosas contra las personas, según la
verdadera caridad de Cristo: con más motivo cuando nuestro Santísimo Padre
León XIII, a la vez que recomienda mucho que se deshagan los errores, pero no
quiere ni aprueba las injurias hechas, principalmente a personas sobresalientes
en doctrina y piedad.
Al comunicarte esto de orden de la Sagrada
Congregación del Índice, a fin de que puedas manifestárselo a tu preclaro
diocesano el Sr. Sardá para quietud de su ánimo, pido a Dios te dé toda
prosperidad y ventura, y con la expresión de todo mi respeto, me declaro De tu
grandeza Adictísimo servidor, FR. JERONIMO PÍO SACCHERI, de la Orden de
Predicadores, Secretario de la Sagrada Congregación del Índice.
Iltmo. y Rvdmo. Sr. D. Jaime Catalá y Albosa, obispo de
Barcelona.
El
liberalismo es pecado
Felix Sardà i Salvany
I.-¿EXISTE HOY DÍA ALGO QUE SE LLAMA LIBERALISMO?
Ciertamente: y parecerá ocioso que nos entretengamos en demostrar este
aserto. A no ser que todos los hombres de todas las naciones de Europa y de
América, regiones principalmente infestadas de esta epidemia, hayamos convenido
en engañarnos y en hacer del engañado, existe hoy día en el mundo una
escuela, sistema, partido, secta, o llámase como se quiera, que por amigos y
enemigos se conoce con el nombre de Liberalismo.
Los periódicos y Asociaciones y Gobiernos suyos se apellidan con toda franqueza
liberales; sus adversarios se lo echan en rostro, y ellos no protestan, ni
siquiera lo excusan ni atenúan. Más aún: se lee cada día que hay corrientes
liberales, tendencias liberales, reformas liberales, proyectos liberales,
personajes liberales, fechas y recuerdos liberales, ideales y programas
liberales; y al revés, se llaman antiliberales, o clericales, o reaccionarios,
o ultramontanos, todos los conceptos opuestos a los significados por aquellas
expresiones Hay, pues, en el mundo actual una cierta cosa que se llama
Liberalismo, y hay a su vez otra cierta cosa que se llama Antiliberalismo. Es,
pues, como muy acertadamente se ha dicho, palabra de división, pues tiene
perfectamente dividido el mundo en dos campos opuestos.
Mas no es sólo palabra, pues a toda palabra
debe corresponder una idea; ni es sólo idea, pues a tal idea vemos que
corresponde de hecho todo un orden de acontecimientos exteriores. Hay, pues,
Liberalismo, es decir, hay doctrinas liberales y hay obras liberales, y en
consecuencia hay hombres, que son los que profesan aquellas doctrinas y
practican estas obras. Tales hombres no son individuos aislados, sino que viven
y obran como agrupación organizada, con jefes reconocidos, con dependencia de
ellos, con fin unánimemente aceptado. El Liberalismo, pues, no sólo es idea y
doctrina y obra, sino que es secta.
Queda, pues, sentado que cuando tratamos de
Liberalismo y de liberales no estudiamos seres fantásticos o puros conceptos de
razón, sino verdaderas y palpables realidades del mundo exterior. ¡Harto
verdaderas y palpables por nuestra desdicha!
Sin duda habrán observado nuestros lectores,
que la preocupación primera que se nota en tiempos de epidemia es siempre la de
pretender que no existe tal epidemia. No hay memoria en las diferentes que nos
han afligido en el siglo actual, o en los pasados, de que ni una sola vez haya
dejado de presentarse este fenómeno. La enfermedad lleva ya devoradas en
silencio gran número de víctimas cuando se empieza a reconocer que existe,
diezmando la población. Los partes oficiales han sido alguna vez los más
entusiastas propagadores de la mentira; y casos se han dado en que por la
Autoridad han llegado a imponerse penas a los que asegurasen que el contagio era
verdad. Análogo es lo que acontece en el orden moral de que estamos tratando.
Después de cincuenta años o más de vivir en pleno Liberalismo, todavía hemos
oído a personas respetabilísimas preguntarnos con asombrosa candidez:
"¡Vaya! ¿Tomáis en serio eso del Liberalismo? ¿Son éstas, por ventura,
más que exageraciones del rencor político? ¿No valdría más hacer caso omiso
de esa palabra que a todos nos trae divididos y enconados?, ¡Tristísima señal
cuando la infección está de tal suerte en la atmósfera, que por la costumbre
no la perciben ya la mayor parte de los que la respiran!
Hay, pues, Liberalismo, caro lector; y de esto no te permitas
nunca dudar.
II.- ¿QUÉ ES EL LIBERALISMO?
Al estudiar un objeto cualquiera, después de la pregunta: an sit? hacían
los antiguos escolásticos la siguiente: quid sit? y ésta es la que nos va a
ocupar en el presente capítulo.
¿Qué es el Liberalismo? En el orden de las ideas es un conjunto de ideas
falsas; en el orden de los hechos es un conjunto de hechos criminales,
consecuencia práctica de aquellas ideas.
En el orden de las ideas el Liberalismo es el conjunto de lo que se llaman
principios liberales, con las consecuencias lógicas que de ellos se derivan.
Principios liberales son: la absoluta soberanía del individuo con entera
independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta
independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir,
el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de
todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio
primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin
limitación alguna en política, en moral o en Religión; libertad de imprenta,
asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de asociación con
iguales anchuras. Estos son los llamados principios liberales en su más crudo
radicalismo.
El fondo común de ellos es el racionalismo individual, el racionalismo
político y el racionalismo social. Derívanse de ellos la libertad de cultos
más o menos restringida; la supremacía del Estado en sus relaciones con la
Iglesia; la enseñanza laica o independiente sin ningún lazo con la Religión;
el matrimonio legalizado y sancionado por la intervención única del Estado: su
última palabra, la que todo lo abarca y sintetiza, es la palabra
secularización, es decir, la no intervención de la Religión en acto alguno de
la vida pública, verdadero ateísmo social, que es la última consecuencia del
Liberalismo.
En el orden de los hechos el Liberalismo es un conjunto de obras inspiradas por
aquellos principios y reguladas por ellos. Como, por ejemplo, las leyes de
desamortización; la expulsión de las ordenes religiosas; los atentados de todo
género, oficiales y extraoficiales, contra la libertad de la Iglesia; la
corrupción y el error públicamente autorizado en la tribuna, en la prensa, en
las diversiones, en las costumbres; la guerra sistemática al Catolicismo, al
que se apoda con los nombres de clericalismo, teocracia, ultramontanismo, etc.,
etc.
Es imposible enumerar y clasificar los hechos que constituyen
el procedimiento práctico liberal, pues comprenden desde el ministro y el
diplomático que legislan o intrigan, hasta el demagogo que perora en el club o
asesina en la calle; desde el tratado internacional o la guerra inicua que
usurpa al Papa su temporal principado, hasta la mano codiciosa que roba la dote
de la monja o se incauta de la lámpara del altar desde el libro profundo y
sabihondo que se da de texto en la universidad o instituto, hasta la vil
caricatura que regocija a los pilletes en la taberna. El Liberalismo práctico
es un mundo completo de máximas, modas, artes, literatura, diplomacia, leyes,
maquinaciones y atropellos enteramente suyos. Es el mundo de Luzbel, disfrazado
hoy día con aquel nombre, y en radical oposición y lucha con la sociedad de
los hijos de Dios, que es la Iglesia de Jesucristo.
He aquí, pues, retratado, como doctrina y como práctica, el Liberalismo.
III.- SI ES PECADO EL LIBERALISMO, Y QUÉ PECADO ES..
El Liberalismo es pecado, ya se le considere en el orden de las doctrinas,
ya en el orden de los hechos.
En el orden de las doctrinas es pecado grave
contra la fe, porque el conjunto de las doctrinas suyas es herejía, aunque no
lo sea tal vez en alguna que otra de sus afirmaciones o negaciones aisladas. En
el orden de los hechos es pecado contra los diversos Mandamientos de la ley de
Dios y de su Iglesia, porque de todos es infracción. Más claro. En el orden de
las doctrinas el Liberalismo es la herejía universal y radical, porque las
comprende todas: en el orden de los hechos es la infracción radical y
universal, porque todas las autoriza y sanciona.
Procedamos por parte en la demostración.
En el orden de las doctrinas el liberalismo es
herejía. Herejía es toda doctrina que niega con negación formal y pertinaz un
dogma de la fe cristiana. El liberalismo doctrina los niega primero todos en
general y después cada uno en particular. Los niega todos en general, cuando
afirma o supone la independencia absoluta de la razón individual en el
individuo, y de la razón social, o criterio público, en la sociedad. Decimos
afirma o supone, porque a veces en las consecuencias secundarias no se afirma el
principio liberal, pero se le da por supuesto y admitido. Niega la jurisdicción
absoluta de Cristo Dios sobre los individuos y las sociedades, y en consecuencia
la jurisdicción delegada que sobre todos y cada uno de los fieles, de cualquier
condición y dignidad que sea, recibió de Dios la Cabeza visible de la Iglesia.
Niega la necesidad de la divina revelación, y la obligación que tiene el
hombre de admitirla, si quiere alcanzar su último fin. Niega el motivo formal
de la fe, esto es, la autoridad de Dios que revela, admitiendo de la doctrina
revelada sólo aquellas verdades que alcanza su corto entendimiento. Niega el
magisterio infalible de la Iglesia y del Papa, y en consecuencia todas las
doctrinas por ellos definidas y enseñadas. Y después de esta negación general
y en global, niega cada uno de los dogmas, parcialmente o en concreto, a medida
que, según las circunstancias, los encuentra opuestos a su criterio
racionalista. Así niega la fe del Bautismo cuando admite o supone la igualdad
de todos los cultos; niega la santidad del matrimonio cuando sienta la doctrina
del llamado matrimonio civil; niega la infalibilidad del Pontífice Romano
cuando rehúsa admitir como ley sus oficiales mandatos y enseñanzas,
sujetándolos a su pase o exequatur, no como en su principio para asegurarse de
la autenticidad, sino para juzgar del contenido.
En el orden de los hechos es radical
inmoralidad. Lo es porque destruye el principio o regla eterna de Dios
imponiéndose a la humana; canoniza el absurdo principio de la moral
independiente, que es en el fondo la moral sin ley, o lo que es lo mismo, la
moral libre, o sea una moral que no es moral, pues la idea de moral además de
su condición directiva, encierra esencialmente la idea de enfrentamiento o
limitación Además, el Liberalismo es toda inmoralidad, porque en su proceso
histórico ha cometido y sancionado como lícita la infracción de todos los
mandamientos, desde el que manda el culto de un solo Dios, que es el primero del
Decálogo, hasta el que prescribe el pago de los derechos temporales a la
Iglesia, que es el último de los cinco de ella.
Por donde cabe decir que el Liberalismo, en el orden de las
ideas, es el error absoluto, y en el orden de los hechos, es el absoluto
desorden. Y por ambos conceptos es pecado, ex genere suo, gravísimo; es pecado
mortal.
IV.- DE LA ESPECIAL GRAVEDAD DEL PECADO DEL
LIBERALISMO.
Enseña la teología católica que no todos los pecados graves son
igualmente graves, aun dentro de su esencial condición que los distingue de los
pecados veniales. Hay grados en el pecado, aun dentro de la categoría de pecado
mortal, como hay grados en la obra buena dentro de la categoría de obra buena y
ajustada a la ley de Dios. Así el pecado directo contra Dios, como la
blasfemia, es pecado mortal más grave de sí que el pecado directo contra el
hombre, como es el robo. Ahora bien, a excepción del odio formal contra Dios y
de la desesperación absoluta, que rarísimas veces se cometen por la criatura,
como no sea en el infierno, los pecados más graves de todos son los pecados
contra la fe. La razón es evidente. La fe es el fundamento de todo orden
sobrenatural; el pecado es pecado en cuanto ataca cualquiera de los puntos de
este orden sobrenatural; es, pues, pecado máximo el que ataca el fundamento
máximo de dicho orden.
Un ejemplo lo aclarará. Se ocasiona una
herida al árbol cortándole cualquiera de sus ramas; se le ocasiona herida
mayor cuando es más importante la rama que se le destruye; se le ocasiona
herida máxima o radical si se le corta por su tronco o raíz. San Agustín,
citado por Santo Tomás, hablando del pecado contra la fe, dice con fórmula
incontestable: Hoc est peccatum quo tenentur cuncta peccata: "Pecado es
éste en que se contienen todos los pecados". Y el mismo Ángel de las
Escuelas discurre sobre este punto, como siempre, con su acostumbrada claridad.
"Tanto, dice, es más grave un pecado, cuanto por él se separa más el
hombre de Dios. Por el pecado contra la fe se separa lo más que puede de El,
pues se priva de su verdadero conocimiento; por donde, concluye el santo Doctor,
el pecado contra la fe es el mayor que se conoce"
Pero es mayor todavía cuando el pecado contra la fe no es simplemente carencia
culpable de esta virtud y conocimiento, sino que es negación y combate formal
contra dogmas expresamente definidos por la revelación divina. Entonces el
pecado contra la fe, de suyo gravísimo, adquiere una gravedad mayor, que
constituye lo que se llama herejía. Incluye toda la malicia de la infidelidad,
más la protesta expresa contra una enseñanza de la fe, o la protesta expresa a
una enseñanza que por falsa y errónea es condenada por la misma fe.
Añade al pecado gravísimo contra le fe la terquedad y contumacia en él, y una
cierta orgullosa preferencia: la da razón propia sobre la razón de Dios.
De consiguiente, las doctrinas heréticas y las obras hereticales constituyen el
pecado mayor de todos, a excepción de los arriba dichos, de los que, como ya
dijimos, sólo son capaces por lo común el demonio y los condenados.
De consiguiente, el Liberalismo, que es
herejía, y las otras liberales, que son obras hereticales, son el pecado
máximo que se conoce en el código de la ley cristiana.
De consiguiente (salvo los casos de buena fe, de ignorancia y de
indeliberación), ser liberal es más pecado que ser blasfemo, ladrón,
adúltero u homicida, o cualquier otra cosa de las que prohíbe la ley de Dios y
castiga su justicia infinita.
No lo comprende así el moderno Naturalismo;
pero siempre lo creyeron así las leyes de los Estados cristianos hasta el
advenimiento de la presente era liberal, y sigue enseñándolo así la ley de la
Iglesia, y sigue juzgando y condenando así al tribunal de Dios. Sí, la
herejía y las obras hereticales son los peores pecados de todos, y por tanto el
Liberalismo y los actos liberales son ex genere sue, el mal sobre todo mal.
V.- DE LOS DIFERENTES GRADOS QUE PUEDE HABER Y HAY
DENTRO DE LA UNIDAD ESPECÍFICA DEL LIBERALISMO .
El Liberalismo como sistema de doctrina puede apellidarse escuela; como
organización de adeptos para difundirlas y propagarlas, secta; como agrupación
de hombres dedicados a hacerlas prevalecer en la esfera del derecho público,
partido. Pero, ya se considere al Liberalismo como escuela, como secta, ya como
partido, ofrece dentro de su unidad lógica y específica varios grados o
matices que con viene al teólogo cristiano estudiar y exponer.
Ante todo conviene hacer notar que el Liberalismo es uno, es decir, constituye
un organismo de errores perfecta y lógicamente encadenados, motivo por el cual
se le llama sistema. En efecto, partiendo en él del principio fundamental de
que el hombre y la sociedad son perfectamente autónomos o libres con absoluta
independencia de todo otro criterio natural o sobrenatural que no sea el suyo
propio, síguese por una perfecta ilación de consecuencias todo lo que en
nombre de él proclama la demagogia más avanzada.
La Revolución no tiene de grande sino su inflexible lógica Hasta los actos
más despóticos, que ejecuta en nombre de la libertad, y que a primera vista
tachamos todos de monstruosas inconsecuencias, obedecen a una lógica altísima
y superior. Porque reconociendo la sociedad por única ley social el criterio de
los más, sin otra norma o regulador, ¿cómo puede negarse perfecto derecho al
Estado para cometer cualquier atropello contra la Iglesia siempre y cuando,
según aquel su único criterio social, sea conveniente cometerlo? Admitido que
los más son los que tienen siempre razón, queda admitida por ende como única
ley la del más fuerte, y por tanto muy lógicamente se puede llegar hasta la
última brutalidad.
Mas a pesar de esta unidad lógica del
sistema, los hombres no son lógicos siempre, y esto produce dentro de aquella
unidad la más asombrosa variedad o gradación de tintas. Las doctrinas se
derivan necesariamente y por su propia virtud unas de otras; pero los hombres al
aplicarlas son por lo común ilógicos e inconsecuentes.
Los hombres, llevando hasta sus últimas
consecuencias sus principios, serían todos santos cuando sus principios fuesen
buenos, y serían todos demonios del infierno cuando sus principios fuesen
malos. La inconsecuencia es la que hace, de los hombres buenos y de los malos,
buenos a medias y malos no rematados.
Aplicando estas observaciones al asunto
presente del Liberalismo diremos: que liberales completos se encuentran
relativamente pocos gracias a Dios; lo cual no obsta para que los más, aún sin
haber llegado al último límite de depravación liberal, sean verdaderos
liberales, es decir, verdaderos discípulos o partidarios o sectarios del
Liberalismo, según que el Liberalismo se considere como escuela, secta o
partido.
Examinemos estas variedades de la familia
liberal.
Hay liberales que aceptan los principios, pero
rehuyen las consecuencias, a lo menos las más crudas y extremadas. otros
aceptan alguna que otra consecuencia o aplicación que les halaga, pero
haciéndose los escrupulosos en aceptar radicalmente los principios. Quisieran
unos el Liberalismo aplicado tan sólo a la enseñanza; otros a la economía
civil; otros tan sólo a las formas políticas. Sólo los más avanzados
predican su natural aplicación a todo y para todo. Las atenuaciones y
mutilaciones del credo liberal son tantas cuantos son los interesados por su
aplicación perjudicados o favorecidos; pues generalmente existe el error de
creer que el hombre piensa con la inteligencia, cuando lo usual es que piense
con el corazón, y aun muchas veces con el estómago.
De aquí los diferentes partidos liberales que
pregonan Liberalismo de tantos o cuantos grados, como expende el tabernero el
aguardiente de tantos o cuantos grados, a gusto del consumidor. De aquí que no
haya liberal para quien su vecino más avanzado no sea un brutal demagogo, o su
vecino menos avanzado un furibundo reaccionario. Es asunto de escala alcohólica
y nada más. Pero así los que mojigatamente bautizaron en Cádiz su Liberalismo
con la invocación de la Santísima Trinidad, como los que en estos últimos
tiempos le han puesto por emblema ¡Guerra a Dios! están dentro de tal escala
liberal, y la prueba es que todos aceptan, y en caso apurado invocan, este
común denominador. El criterio liberal o independiente es uno en ellos, aunque
sean en cada cual más o menos acentuadas las aplicaciones. ¿De qué depende
esta mayor o menor acentuación? De los intereses muchas veces; del temperamento
no pocas; de ciertos lastres de educación que impiden a unos tomar el paso
precipitado que toman otros; de respetos humanos tal vez o de consideraciones de
familia; de relaciones y amistades contraídas, etc., etc.
Sin contar la táctica satánica que a veces
aconseja al hombre no extremar una idea para no alarmar, y para lograr hacerla
más viable y pasadera; lo cual, sin juicio temerario, se puede afirmar de
ciertos liberales conservadores, en los cuales el conservador no suele ser más
que la máscara o envoltura del franco demagogo. Mas en la generalidad de los
liberales a medias, la caridad puede suponer cierta dosis de candor y de natural
bonhomia o boteria, que si no los hace del todo irresponsables, como diremos
después, obliga no obstante a que se les tenga alguna compasión.
Quedamos, pues, curioso lector, en que el Liberalismo es uno
solo; pero liberales los hay, como sucede con el mal vino, de diferente color y
saber.
VI.- DEL LLAMADO LIBERALISMO CATÓLICO O CATOLICISMO
LIBERAL.
De todas las inconsecuencias y antinomias que se encuentran en
las gradaciones medias del Liberalismo, la más repugnante de todas y la más
odiosa es la que pretende nada menos que la unión del Liberalismo con el
Catolicismo, para formar lo que se conoce en la historia de los modernos
desvaríos con el nombre de Liberalismo católico o Catolicismo liberal. Y no
obstante han pagado tributo a este absurdo preclaras inteligencias y
honradísimos corazones, que no podemos menos de creer bien intencionados. Ha
tenido su época de moda y prestigio, que, gracias al cielo, va pasando o ha
pasado ya.
Nació este funesto error de un deseo exagerado de poner conciliación y paz
entre doctrinas que forzosamente y por su propia esencia son inconciliables
enemigas. El Liberalismo es el dogma de la independencia absoluta de la razón
individual y social; el Catolicismo es el dogma de la sujeción absoluta de la
razón individual y social a la ley de Dios. ¿Cómo conciliar el sí y el no de
tan opuestas doctrinas? A los fundadores del Liberalismo católico pareció cosa
fácil. Discurrieron una razón individual ligada a la ley del Evangelio, pero
coexistiendo con ella una razón pública o social libre de toda traba en este
particular. Dijeron: "EI Estado como tal Estado no debe tener Religión, o
debe tenerla solamente hasta cierto punto que no moleste a los demás que no
quieran tenerla. Así, pues, el ciudadano particular debe sujetarse a la
revelación de Jesucristo; pero el hombre público puede portarse como tal, de
la misma manera que si para él no existiese dicha revelación. De esta suerte
compaginaron la fórmula célebre de: La Iglesia libre en el Estado libre,
fórmula para cuya propagación y defensa se juramentaron en Francia varios
católicos insignes, y entre ellos un ilustre Prelado; fórmula que debía ser
sospechosa desde que la tomó Cavour para hacerla bandera de la revolución
italiana contra el poder temporal de la Santa Sede; fórmula de la cual, a pesar
de su evidente fracaso, no nos consta que ninguno de sus autores se haya
retractado aún.
No echaron de ver estos esclarecidos sofistas, que si la razón individual
venía obligada a someterse a la ley de Dios, no podía declararse exenta de
ella la razón pública o social sin caer en un dualismo extravagante, que
somete al hombre a la ley de dos criterios opuestos y de dos opuestas
conciencias. Así que la distinción del hombre en particular y en ciudadano,
obligándole a ser cristiano en el primer concepto, y permitiéndole ser ateo en
el segundo, cayó inmediatamente por el suelo bajo la contundente maza de la
lógica íntegramente católica. El Syllabus, del cual hablaremos luego, acabó
de hundirla sin remisión. Queda todavía de esta brillante pero funestísima
escuela, alguno que otro discípulo rezagado, que ya no se atreve a sustentar
paladinamente la teoría católico-liberal, de la que fue en otros tiempos
fervoroso panegirista, pero a la que sigue obedeciendo aún en la práctica; tal
vez sin darse cuenta a sí propio de que se propone pescar con redes que, por
viejas y conocidas, el diablo ha mandado ya recoger.
VII.- EN QUÉ CONSISTE PROBABLEMENTE LA
ESENCIA O
Si bien se considera, la íntima esencia del Liberalismo llamado
católico, por otro nombre llamado comúnmente Catolicismo liberal consiste
probablemente, tan sólo en un falso concepto del acto de fe. Parece, según dan
razón de la suya los católico liberales, que hacen estribar todo el motivo de
su fe, no en la autoridad de Dios infinitamente veraz e infalible, que se ha
dignado revelarnos el camino único que nos ha de conducir a la bienaventuranza
sobrenatural sino en la libre apreciación de su juicio individual que le dicta
al hombre ser mejor esta creencia que otra cualquiera. No quieren reconocer el
magisterio de la Iglesia, como único autorizado por Dios para proponer a los
fieles la doctrina revelada y determinar su sentido genuino sino que,
haciéndose ellos jueces de la doctrina, admiten de ella lo que bien les parece,
reservándose el derecho de creer la contraria, siempre que aparentes razones
parezcan probables ser hay falsa lo que ayer creyeron como verdadero.
Para refutación de lo cual baste conocer la
doctrina fundamental De Fide, expuesta sobre esta materia por el santo Concilio
Vaticano.
Por lo demás se llaman católicos, porque
creen firmemente que el Catolicismo es la única verdadera revelación del Hijo
de Dios; pero se llaman católicos liberales o católicos libres, porque juzgan
que esta creencia suya no les debe ser impuesta a ellos ni a nadie por otro
motivo superior que el de su libre apreciación. De suerte que, sin sentirlo
ellos mismos, encuéntranse los tales con que el diablo les ha sustituido
arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio naturalista del
libre examen. Con lo cual, aunque juzgan tener fe de las verdades cristianas, no
tiene tal fe de ellas, sino simple humana convicción, lo cual es esencialmente
distinto.
Siendo esencialmente naturalista el concepto
primario de la fe, síguese de eso que ha de ser naturalista todo el desarrollo
de ella en el individuo y en la sociedad. De ahí el apreciar primaria, y a
veces casi exclusivamente, a la Iglesia por las ventajas de cultura y de
civilización que proporciona a los pueblos; olvidando y casi nunca citando para
nada su fin primario sobrenatural, que es la glorificación de Dios y salvación
de las almas. Del cual falsa concepto aparecen enfermas varias de las apologías
católicas que se escriben en la época presente. De suerte que, para los tales,
si el Catolicismo por desdicha hubiese sido causa en algún punto de retraso
material para los pueblos, ya no sería verdadera ni laudable en buena lógica
tal Religión. Y cuenta que así podría ser, como indudablemente para algunos
individuos y familias ha sido ocasión de verdadera material ruina el ser fieles
a su Religión, sin que por eso dejase de ser ella cosa muy excelente y divina.
Este criterio es el que dirige la pluma de la
mayor parte de los periódicos liberales, que si lamentan la demolición de un
templo, sólo saben hacer notar en eso la profanación del arte, si abogan por
las ordenes religiosas, no hacen más que ponderar los beneficios que prestaron
a las letras; si ensalzan a la Hermana de la Caridad, no es sino en
consideración a los humanitarios servicios con que suaviza los horrores de la
guerra; si admiran el culto, no es sino en atención a su brillo exterior y
poesía; si en la literatura católica respetan las Sagradas Escrituras, es
fijándose tan sólo en su majestuosa sublimidad. De este modo de encarecer las
cosas católicas únicamente por su grandeza, belleza, utilidad o material
excelencia, síguese en recta lógica que merece iguales encarecimientos el
error cuando tales condiciones reuniere, como sin duda las reúne aparentemente
en más de una ocasión alguno de los falsos cultos.
Hasta a la piedad llega la maléfica acción de este
principio naturalista, y la convierte en verdadero pietismo, es decir, en
falsificación de la piedad verdadera. Así lo vemos en tantas personas que no
buscan en las prácticas devotas más que la emoción, lo cual es puro
sensualismo del alma y nada más. Así aparece hoy día en muchas almas
enteramente desvirtuado el ascetismo cristiano, que es la purificación del
corazón por medio del enfrentamiento de los apetitos. y desconocido el
misticismo cristiano, que no es la emoción, ni el interior consuelo, ni otra
alguna de esas humanas golosinas, sino la unión con Dios por medio de la
sujeción a su voluntad santísima Y por medio del amor sobrenatural.
Por eso es Catolicismo liberal, o mejor, Catolicismo falso, gran parte del
Catolicismo que se usa hoy entre ciertas personas. No es Catolicismo, es mero
Naturalismo, es Racionalismo puro, es Paganismo con lenguaje y formas
católicas, si se nos permite la expresión .
VIII.- SOMBRA Y PENUMBRA, O RAZÓN EXTRÍNSECA DE ESTA MISMA SECTA CATÓLICO-LIBERAL
Vista
en el anterior capítulo la razón intrínseca, o llámase formal, del
Liberalismo católico, pasemos en el presente a examinar lo que podríamos
llamar su razón extrínseca o histórica, o material, si les place más a
nuestros lectores esta última calificación escolástica.
Las herejías que estudiamos hoy, en el dilatado curso de los siglos que median
entre la venida de Jesucristo y los tiempos en que vivimos, se nos presentan a
primera vista como puntos clara y definitivamente circunscritos, en su
respectivo periodo histórico, pudiéndose al parecer señalar, como con un
compás, dónde empiezan y dónde acaba, o sea la línea geométrica que separa
estos puntos negros de lo restante del campo iluminado en que se extienden. Mas
esta apreciación, si bien se considera, no es más que ilusión de la
distancia. Un más detenido estudio, que nos acerque con el catalejo de una
buena crítica a aquellas épocas, y nos ponga en verdadero contacto intelectual
con ellas, nos permite observar que nunca, en ninguno de esos periodos
históricos, aparecen tan geométricamente definidos los límites que separan al
error de la verdad, no en la realidad de ella, que ésta muy claramente
formulada la de la definición de la Iglesia, sino en su aprehensión y
profesión externa, o sea en el modo que ha tenido de negarla o profesarla con
más o menos franqueza la respectiva generación. El error en la sociedad es
como una fea mancha en una tela de primoroso tejido. Se le ve claramente, pero
cuesta precisar sus límites; son vagas sus fronteras como los crepúsculos que
separan el día que muere de la noche que se avecina, y a su vez la noche que se
va del renaciente día. Preceden al error, que es negra sombra, y le siguen y le
rodean unas como vagas penumbras, que pueden tomarse a veces por la misma
sombra, iluminada todavía por alguno que otro reflejo de moribunda luz, o como
la misma luz a la que empañan y oscurecen ya las primeras sombras.
Así todo error claramente formulado en la sociedad cristiana
tuvo en torno de sí otra como atmósfera del mismo error, pero menos densa y
más tenue y mitigada. El Arrianismo tuvo su Semi-arrianismo; el Pelagianismo su
Semi-pelagianismo; el Luteranismo feroz su Jansenismo, que no fue más que un
Luteranismo moderado. Así, en la época presente el Liberalismo radical tiene
en torno de si su correspondiente Semi-liberalismo, que otra cosa no es la secta
católico-liberal que estamos aquí examinando. Es lo que llamó el Syllabus un
racionalismo moderado; es el Liberalismo sin la franca crudeza de sus principios
al descubierto, y sin el horror de sus últimas consecuencias, el Liberalismo
para el uso de los que no consienten todavía en dejar de parecer o creerse
católicos. Es el Liberalismo el crepúsculo de la verdad que empieza a
obscurecerse en el entendimiento, o de la herejía que no ha llegado aún a
tomar completa posesión de el. observamos, en efecto, que suelen ser católicos
liberales los católicos que van dejando de ser firmes católicos, y los
liberales crudos que, desengañados en parte de su error, no han acabado en dar
todavía de lleno en los dominios de la íntegra verdad. Es el medio sutil e
ingeniosísimo que encontró siempre el diablo para retener por suyos a muchos
que de otra manera hubieran aborrecido de veras, a haberla bien conocido, su
maquinación infernal. Este medio satánico es permitir que los tales tengan
todavía un pie en terreno de la verdad, a condición de que el otro pie lo
tenga ya completamente en el campo opuesto. Así evitan el saludable error del
remordimiento los todavía no encallecidos de conciencia.
Así además se libran de los compromisos que trae siempre toda revisión
decisiva los espíritus apocados y vacilantes, que son los más; así logran los
aprovechados figurar, según les conviene, un rato en cada campo, haciendo por
aparecer en ambos como amigos y afiliados; así puede, finalmente, el hombre dar
como un paliativo oficial y conocido a la mayor parte de sus miserias,
debilidades e inconsecuencias.
Tal vez no ha sido aún debidamente estudiada por este lado la presente
cuestión en la historia antigua y contemporánea; lado que es el menos noble,
es por lo mismo el más práctico, ya que por hay, en lo menos noble y levantado
hay que buscar por lo común el secreto resorte de la mayor parte de los
fenómenos humanos. A nosotros nos ha parecido bien hacer aquí esta
indicación, dejando a mas expertas y sutiles inteligencias el cuidado de
ampliarla y de desenvolverla por completo.
IX.- DE OTRA DISTINCIÓN IMPORTANTE, O SEA DEL LIBERALISMO PRÁCTICO Y DEL LIBERALISMO ESPECULATIVO O DOCTRINAL
Enséñase
en filosofía y en teología, que hay dos clases de ateísmo: uno doctrinal y
especulativo, y otro práctico. Consiste el primero en negar franca y
redondamente la existencia de Dios, pretendiendo anular o desconocer las pruebas
irrefutables en que se funda. Consiste el segundo en vivir y obrar sin negar la
existencia de Dios, pero como si Dios realmente no existiese. los primeros se
llaman ateos teóricos o doctrinales; los segundos, ateos prácticos, y son los
que abundan más.
Lo propio acontece con el Liberalismo y con
los liberales. Hay liberales teóricos y liberales prácticos. los primeros son
los dogmatizadores de la secta: filósofos, catedráticos, diputados o
periodistas, que enseñan en sus libros, discursos o artículos el Liberalismo;
que defienden tal doctrina con argumentos y autoridades y con arreglo a un
criterio racionalista, en oposición embozada o manifiesta con el criterio de la
divina y sobrenatural revelación de Jesucristo.
Los liberales prácticos son la mayoría del
grupo, los borregos de él, que creen a pie juntillas lo que les dicen sus
maestros, o que sin creerlo siguen dóciles a quien los lleva, y siempre
ajustados a su compás. Nada saben de principios ni de sistemas, y hasta quizá
los detestarían si conocieran toda su deformidad; sin embargo, son las manos
que obran, así como los teóricos son las cabezas que dirigen. Sin ellos no
saldría el Liberalismo del recinto de las academias; ellos son los que le dan
vida y movimiento exterior. Pagan el periódico liberal; votan el candidato
liberal; apoyan las situaciones liberales, y vitorean a sus personajes y
celebran sus fechas y aniversarios. Son la materia prima del Liberalismo,
dispuesta a recibir cualquier forma y a servir siempre para cualquier
barbaridad. Muchos de ellos iban a Misa y mataron a los frailes; más tarde
asistían a novenas y daban carrera eclesiástica a sus hijos, y compraban
fincas de la desamortización; hoy día rezan tal vez el Rosario y votan al
diputado librecultista. Hanse formado una como cierta ley de vivir con el siglo,
y creen (o quieren creer) que se va bien así. ¿Les exime esto de
responsabilidad o culpa delante de Dios? No, por cierto, como veremos después.
Liberales prácticos son también los que rehuyendo explanar
la teoría liberal, que saben está ya desacreditada para ciertos
entendimientos, procuran, no obstante, sostenerla en el procedimiento práctico
de todos los días, escribiendo y perorando a lo liberal. Proponiendo y
eligiendo candidatos liberales; elogiando y recomendando sus libros y personas;
juzgando siempre de los sucesos con el criterio liberal; manifestando siempre
odio tenaz a todo lo que tienda a desacreditar o menospreciar su querido
Liberalismo. Tal es la conducta de muchos periodistas prudentes, a quienes
difícilmente se encontrará en delito de formular proposiciones concretamente
liberales, pero que, sin embargo, en todo lo que dicen y en todo lo que callan
no dejan de hacer la maldita propaganda sectaria. Es éste de todos los reptiles
liberales el más venenoso.
X.- EL LIBERALISMO DE TODO MATIZ Y
CARÁCTER,
¿HA SIDO FORMALMENTE CONDENADO POR LA IGLESIA?
Sí;
el Liberalismo en todos sus grados y aspectos ha sido formalmente condenado.
Así que, además de las razones de malicia intrínseca que le hacen malo y
criminal, tiene para todo fiel católico la suprema y definitiva declaración de
la Iglesia, que como a tal le ha juzgado y anatematizado. No podía permitirse
que error de tal trascendencia dejase de ser incluido en el catálogo de los
oficialmente te reprobados, y lo ha sido en distintas ocasiones.
Ya al aparecer en Francia, en su primera Revolución, la famosa Declaración de
los derechos del hombre, en que estaban contenidos en germen todos los desatinos
del moderno liberalismo fue condenada esta Declaración por Pío VI.
Más tarde, ampliada esta doctrina funesta, y
aceptada por casi todos los Gobiernos de Europa, aun por los propios soberanos,
que es una de las más horribles ceguedades que ofrece la historia de las
monarquías, tomó en España el nombre con que en todas partes se le conoce hoy
de Liberalismo.
Diéronsele las terribles contiendas entre
realistas y constitucionales, que mutuamente se designaron desde luego con los
apodos de serviles y liberales. De España se extendió a toda Europa esta
denominación. Pues bien; en lo más recio de la lucha con ocasión de los
primeros errores de Lamennais, publicó Gregorio XVI su Encíclica Mirari vos,
condenación explícita del Liberalismo, cual en aquella ocasión se entendía y
predicaba y practicaba por los Gobiernos constitucionales.
Mas, avanzando los tiempos y creciendo con
ellos la avasalladora corriente de estas ideas funestas, y hasta tomando bajo el
influjo de extraviados talentos la máscara de Catolicismo. Deparó Dios a su
Iglesia el Pontífice Pío IX, el cual con toda razón pasará a la historia con
el dictado de azote del Liberalismo. El error Liberal en todas sus fases y
matices ha sido desenmascarado por este Papa. Para que más autoridad tuviesen
sus palabras en este asunto, dispuso la Providencia que saliese la repetida
condenación del Liberalismo de labios de un Pontífice, al cual desde el
principio se empeñaron en presentar como suyo los liberales. Después de él no
le queda ya a este error subterfugio alguno a que acogerse. Los repetidos Breves
y Alocuciones de Pío IX le han mostrado al pueblo cristiano tal cual es, y el
Syllabus acabó de poner a su condenación el último sello. Veamos el contenido
principal de algunos de estos documentos pontificios. Sólo unos pocos citaremos
entre muchísimos que se podrían citar.
En 18 de Junio de 1871 al contestar Pío IX a
una Comisión de católicos franceses, les habló así: el ateísmo en las
leyes, la indiferencia en materia de Religión y esas máximas perniciosas
llamadas católico-liberales, éstas, sí, éstas son verdaderamente la causa de
la ruina de los Estados, éstas lo han sido de la perdición de la Francia.
Creedme el daño que os anuncio es más terrible que la Revolución, y más aún
que la Commune. Siempre he condenado el Liberalismo católico, y volveré
cuarenta veces a condenarlo, si es menester".
En el Breve de 6 de Marzo de 1873 al
Presidente y socios del Circulo de San Ambrosio de Milán, se expresa de esta
suerte: "No faltan algunos que intentan poner alianza entre la luz y las
tinieblas, y mancomunidad entre la justicia y la iniquidad a favor de las
doctrinas llamadas católico-liberales, que basadas en perniciosísimos
principios, muéstranse halagüeñas para con las invasiones de la potestad
secular en los negocios espirituales, e inclinan los mismos a estimar, o tolerar
al menos, leyes inicuas, como si no estuviese escrito que nadie puede servir a
dos señores. Los que tal hacen, de todo punto son más peligrosos y funestos
que los enemigos declarados, no sólo en razón a que, sin que se les note y
quizá también sin advertirlo ellos mismos, secundan las tentativas de los
malos, sino también porque, encerrándose dentro de ciertos limites, se
muestran con apariencias de probidad y sana doctrina para alucinar a los
imprudentes amadores de conciliación, y seducir a las gentes honradas que
habrían combatido el error manifiesto".
En el Breve de 8 de Mayo de igual año a la
Confederación de los Círculos católicos de Bélgica, dice: "Lo que sobre
todo alabamos en esa vuestra religiosísima empresa, es la absoluta aversión
que, según noticias, profesáis a los principios católico-liberales y vuestro
denodado intento de desarraigarlos de los mismos. Verdaderamente, al emplearos
en combatir ese insidioso error, tanto más peligroso que una enemistad
declarada, cuanto más se encubre bajo el especioso velo del celo y caridad, y
en procurar con ahínco apartar de él a las gentes sencillas extirparéis una
funesta raíz de discordias, y contribuiréis eficazmente a unir y fortalecer
los ánimos. Seguramente vosotros, que con tan plena sumisión acatáis todos
los documentos de esta Sede Apostólica, cuyas reiteradas reprobaciones de los
principios liberales os son conocidas, no habéis menester estas advertencias
" .
En el Breve a La Croix, periódico de
Bruselas, en 21 de Mayo de 1874, dice lo siguiente: "No podemos menos de
elogiar el intento expresado en vuestra carta, y la cual hemos sabido que
satisface plenamente vuestro periódico, de publicar, divulgar, comentar e
inculcar en los ánimos todo cuanto esta Santa Sede tiene enseñado contra las
perversas o cuando menos falsas doctrinas profesadas en tantas partes, y
señaladamente contra el Liberalismo católico, empeñado en conciliar la luz
con las tinieblas y la verdad con el error.
En 9 de Junio de 1873 escribía al Presidente y Consejo de la Asociación
Católica de Orleáns, y sin nombrarlo retrataba el Liberalismo pietista y
moderado en los siguientes términos: "Aunque vuestra lucha haya de
trabarse en rigor contra la impiedad, quizá por este lado no nos amenaza riesgo
tan grande como por el de ese grupo de amigos imbuidos en aquella doctrina
ambigua, que mientras rehuye las ultimas consecuencias de los errores, retiene
obstinadamente sus gérmenes, y no queriendo ni abrazarse con la verdad
íntegra, ni atreviéndose a desecharla por entero, afánase en interpretar las
tradiciones y doctrinas de la Iglesia, ajustándolas al molde de sus privadas
opiniones"
Mas para no hacernos interminables y cansados nos contentaremos en aducir las
frases de otro Breve, el más expresivo de todos, y que por tal no lo podemos en
conciencia omitir Es el dirigido al obispo de Quimper, en 28 de Julio de 1873.
En él se dice lo siguiente, refiriéndose el Papa a la Asamblea general de las
Asociaciones católicas, que se acababa de celebrar en aquella diócesis:
"Seguramente no se apartarán tales Asociaciones de la obediencia debida a
la Iglesia ni por los esortos ni por los actos de los que con injurias e
invectivas la persiguen; pero pudieran ponerla en la resbaladiza senda del error
esas opiniones llamadas liberales, acepta a muchos católicos, por otra parte
hombres de bien y piadosos, los cuales por la influencia misma que les da su
religión y piedad, pueden muy fácilmente captarse los ánimos e inducirlos a
profesar máximas muy perniciosas. Inculcad, por lo tanto, venerable Hermano, a
los miembros de esa católica Asamblea, que Nos al increpar tantas veces, como
lo hemos hecho, a los secuaces de esas opiniones liberales, no nos hemos
referido a los declarados enemigos de la Iglesia, pues a éstos habría sido
ocioso denunciarlos, sino a esos otros antes aludidos, que reteniendo el virus
oculto de los principios liberales que han mamado con la leche, cual si no
estuviese impregnado de palpable malignidad, y fuese tan inofensivo como ellos
piensan para la Religión, lo inoculan iFácilmente en los ánimos, propaganda
así la semilla de esas turbulencias que tanto tiempo ha traen revuelto al
mundo. Procuren, pues, evitar estas emboscadas, y esfuércense en asestar sus
tiros contra este insidioso enemigo, y ciertamente merecerán bien de la
Religión y de la patria".
Ya lo ven nuestros amigos y también nuestros adversarios:
todo lo dice el Papa en esos Breves, particularmente en el último, que de un
modo especial deben desmenuzar y estudiar..
XI.- DE LA ÚLTIMA Y MÁS SOLEMNE
CONDENACIÓN DEL LIBERALISMO
Resumiendo
cuanto ha dicho del Liberalismo el Papa en distintos documentos, podemos sólo
indicar los siguientes durísimos epítetos con que en diferentes ocasiones le
ha calificado. En efecto, en su Breve a Segur con motivo de su conocido libro
Hommage, le llamó pérfido enemigo, en su alocución al obispo de Nevers,
verdadera calamidad actual; en su carta al Círculo Católico de San Ambrosio de
Milán, pacto entre la justicia y la iniquidad; en este mismo documento le
califico de más funesto y peligroso que un enemigo declarado; en la citada
carta al obispo de Quimper, virus oculto, en el Breve a los de Bélgica, error
insidioso y solapado; en otro Breve a Mons. Gaume, peste perniciosisima. Todos
estos documentos se pueden leer íntegros en el citado libro de Segur, Hommage
aux catholiques libéraux.
Sin embargo, podía con cierta apariencia de
razón el Liberalismo recusar la autoridad de estas declaraciones pontificias,
por haber sido todas ellas dadas en documentos de carácter meramente privado.
La herejía es siempre tenaz y cavilosa, y se agarra a cualquier pretexto o
excusa para eludir la condenación. Necesitábase, pues, un documento oficial,
público, solemne, de carácter general, universalmente promulgado, y por tanto
definitivo. La Iglesia no podía negar a la ansiedad de sus hijos esta formal y
decisiva palabra de su soberano magisterio. Y la dio, y fue el Syllabus de 8 de
Diciembre de 1864.
Acogiéronle todos los buenos católicos con
entusiasmo igual a los paroxismos de furor con que le saludaron los liberales.
Los católico-liberales creyeron más prudente herirle de soslayo con capciosas
interpretaciones. Razón tenían unos y otros en reconocerle debida importancia.
El Syllabus es un catálogo oficial di los principales errores contemporáneos,
en forma de proposiciones concretas, tales como se encuentran en los autores
más conocidos que los propalaron. En ellos se encuentran, pues, en detalle
todos los que constituyen el dogmatismo liberal. Aunque en una solo de sus
proposiciones se nombra al Liberalismo, lo cierto es que la mayor parte de los
errores allí abocados a la picota son errores liberales, y por tanto de la
condenación separada de cada uno resulta la condenación total del sistema. No
haremos más que enumerarlos aquí rápidamente.
En la proposición XV y en las LXXVII y LXXVIII se condena la libertad de
cultos; el pase regio en la XX y XXVIII; la desamortización en las XXVI y
XXVII; la supremacía absoluta del Estado en a XXXIX; el laicismo en la
enseñanza pública en la XLV, XLVII y XLVIII; la separación de la Iglesia y
del Estado en la LV, el absoluto derecho de legislar sin Dios en la LVI; el
principio de no intervención en la LXII; el llamado derecho de insurrección en
la LXIII, el matrimonio civil en la LXXIII y alguna otra; la libertad de
imprenta en la LXXIX; el sufragio universal como principio de autoridad en la
LX; por fin, el mismo nombre de Liberalismo en la LXXX.
Varios libros se han escrito desde entonces para la
exposición clara y sucinta de cada una de estas proposiciones, y a ellos
puédese acudir. Pero la interpretación y comentario más autorizado se lo han
dada al Syllabus sus propios impugnadores, los liberales de todos matices,
cuando nos lo han presentado siempre como su más odioso enemigo y como el
símbolo más completo de lo que llaman clericalismo. ultramontanismo y
reacción. Satanás, que es malvado pero no tonto, veía muy claro a dónde iba
a parar derechamente golpe tan certero, y le ha puesto a tan grandioso monumento
el sello más autorizado de todos después del de Dios: el de su profundo
rencor. Creamos en esto al padre de la mentira; que lo que él aborrece y
difama, lleva con esto solo, cierto y seguro testimonio de ser la verdad.
XII.- DE ALGO QUE PARECIENDO
LIBERALISMO NO LO ES,
Y DE ALGO QUE LO ES AUNQUE NO LO PAREZCA.
Es gran maestro el diablo en artes y embelecos, y lo mejor de su
diplomacia se ejerce en introducir en las ideas la confusión. La mitad de su
poderío sobre los hombres perdería el maldito con que las ideas, buenas o
malas, apareciesen francas y deslindadas. Adviértase de paso que llamarle al
diablo de esta manera no es moda hoy, tal vez porque el Liberalismo nos ha
acostumbrado a tratar aun al señor diablo con cierto respeto. El diablo, pues,
en tiempos de cismas y herejías, lo primero que procuró fue que barajasen y
trastocasen los vocablos; medio seguro para traer desde luego mareadas y al
retortero la mayor parte de las inteligencias. Esto pasó con el Arrianismo, en
términos que varios obispos de gran santidad llegaron a suscribir en el
Concilio de Milán una fórmula en que se condenaba al insigne Atanasio,
martillo de aquella herejía. Y aparecerían en la historia como verdaderos
autores de ella si Eusebio Mártir, legado pontificio, no hubiese acudido a
tiempo a desenredar de tales lazos lo que el Breviario llama captivatam
simplicitatem de alguno de aquellos candorosos ancianos. Lo mismo sucedió con
el Pelagianismo; lo mismo con el Jansenismo tiempo atrás; lo mismo acontece hay
con el Liberalismo.
Liberalismo son para unos las formas políticas de cierta clase; Liberalismo es
para otros cierto espíritu de tolerancia y generosidad opuestas al despotismo y
tiranía; Liberalismo es para otros la igualdad civil, salva la inmunidad y
fuero de la Iglesia; Liberalismo es, en fin, para muchos una cosa vaga e
incierta, que pudiera traducirse sencillamente por lo opuesto a toda
arbitrariedad gubernamental Urge, pues, volver a preguntar aquí: ¿Qué es el
liberalismo? O mejor ¿qué no es?
En primer lugar; no son ex se Liberalismo las
formas políticas de cualquier clase que sean, por democráticas o populares que
se las suponga. Cada cosa es lo que es. Las formas son formas, y nada más. Una
república unitaria o federal, democrática, aristocrática o mixta; un Gobierno
representativo o mixto, con más o menos atribuciones del poder Real, o con el
máximun o minimum de rey que se quiera hacer entrar en la mixtura; la
monarquía absoluta o templada, hereditaria o electiva, nada de eso tiene que
ver ex se (repárase bien este ex se) con el Liberalismo. Tales Gobiernos pueden
ser perfecta e íntegramente católicos. Como acepten sobre su propia soberanía
la de Dios y reconozcan haberla recibido de El, y se sujeten en su ejercicio al
criterio inviolable de la ley cristiana, y den por indiscutible en sus
Parlamentos todo lo definido, y reconozcan como base del derecho público la
supremacía moral de la Iglesia y el absoluto derecho suyo en todo lo que es de
su competencia; tales Gobiernos son verdaderamente católicos, y nada les puede
echar en cara el más exigente ultramontismo, porque son verdaderamente
ultramontanos. La historia nos ofrece repetidos ejemplos de poderosísimas
repúblicas, fervorosísimas católicas. Ahí está la aristocrática de
Venecia; ahí la mercantil de Génova y ciertos cantones suizos.
Como ejemplo de monarquías mixtas muy
católicas, podemos citar nuestra gloriosísima de Cataluña y Aragón, las más
democráticas y a la vez la más católicas del mundo en los siglos medios, la
antigua de Castilla hasta la Casa de Austria; la electiva de Polonia hasta la
inicua desmembración de este religiosísimo reino. Es una preocupación creer
que las monarquías han de ser ex se más religiosas que las repúblicas.
Precisamente los más escandalosos ejemplos de persecución al Catolicismo los
han dado en los tiempos modernos monarquías como la de Rusia y la de Prusia. Un
Gobierno de cualquier forma que sea, es católico si basa su Constitución y
legislación y política en principios católicos; es liberal si basa su
Constitución, su legislación y su política en principios racionalistas. No en
que legisle el rey en la monarquía, o en que legisle el pueblo en la
república, o en que legislen ambos en las formas mixtas, está la esencial
naturaleza de una legislación o Constitución; sino en que se haga o no se haga
todo bajo el sello inmutable de la fe y conforme a lo que manda a los Estados
como a los individuos la ley cristiana. Así como lo mismo puede ser católico
un rey con su púrpura, un noble con sus blasones o un trabajador con su blusa
de algodón; de igual suerte los Estados pueden ser católicos, sea cual fuere
la clasificación que se les dé en el cuadro sinóptico de las formas
gubernativas. De consiguiente, tampoco tiene que ver el ser liberal o no serlo,
con el horror natural que todo hombre debe profesar a la arbitrariedad y
tiranía, con el deseo de la igualdad civil entre todos los ciudadanos, salva la
eclesiástica inmunidad, y mucho menos con el espíritu de tolerancia y
generosidad, que (en su debida acepción) no son sino virtudes cristianas. Y sin
embargo, todo esto en el lenguaje de ciertas gentes, y aun de ciertos
periódicos, se llama Liberalismo. He aquí, pues, una cosa, que pareciendo
Liberalismo, no lo es en manera alguna.
Hay en cambio alguna cosa que, no
pareciéndose a Liberalismo, efectivamente lo es. Suponed una monarquía
absoluta, como la de Rusia, o como la de Turquía, si os parece mejor; o suponed
un Gobierno de los llamados conservadores de hoy, el más conservador que os sea
dable imaginar, y suponed que tal monarquía absoluta o tal Gobierno conservador
tengan establecida su Constitución y basada su legislación, no sobre
principios de derecho católico, ni sobre la indiscutibilidad de la fe, no sobre
la rigurosa observancia del respeto a los derechos de la Iglesia, sino sobre el
principio, o de la voluntad libre del rey, o de la voluntad libre de la mayoría
conservadora. Tal monarquía y Gobierno conservador son perfectamente liberales
y anticatólicos.
Que el librepensador sea un monarca, con sus
ministros responsables, o que lo sea un ministro responsable, con sus Cuerpos
colegisladores, para el efecto es igual. En uno y otro caso anda aquélla
informada por el criterio librepensador, y de consiguiente liberal Que tenga o
no tenga, por sus miras, aherrojada la prensa; que azote por cualquier nonada al
país; que rija con vara de hierro a sus vasallos, podrá no ser libre aquel
mísero país, pero será perfectamente liberal Tales fueron los antiguos
imperios asiáticos; tales varios modernas monarquías; tal el Imperio alemán
de hoy, como lo sueña Bismarck; tal la actual monarquía española, cuya
Constitución declara inviolable a Dios. Y he aquí el caso de algo que
pareciendo no ser Liberalismo, lo es sin embargo, y del más refinado y del más
desastroso, por lo mismo que no tiene apariencia de tal.
Por donde se verá con qué delicadeza se ha de proceder
cuando se tratan tales cuestiones. Es preciso ante todo definir los términos
del debate y evitar el equívoco, que es lo que más favorece al error.
XIII.- NOTAS Y COMENTARIOS A LA
DOCTRINA
EXPUESTA EN EL CAPÍTULO ANTERIOR
Hemos
dicho que no son ex se liberales las formas democráticas o populares, puras o
mixtas, y creemos haberlo suficientemente probado. Sin embargo, esto que
especulativamente hablando, o sea en abstracto, es verdad; no lo es tanto en
praxis, o sea en el orden de los hechos, al que principalmente debe andar
siempre atento el propagandista católico.
En efecto; a pasar de que, consideradas en sí
mismas, no son liberales tales formas de gobierno; lo son en nuestro siglo, dada
que la Revolución moderna, que no es otra cosa que el Liberalismo en acción,
no nos las presenta más que basadas en sus erróneas doctrinas. Así que muy
cuerdamente el vulgo, que entiende poco de distingos, califica de Liberalismo
todo lo que en nuestros días se le presenta como reforma democrática en el
gobierno de las naciones; porque, aun cuando por la natural esencia de las ideas
no lo sea, de hecho lo es. Y por tanto discurrían con singular tino y acierto
nuestros padres cuando rechazaban como contraria a su fe la forma constitucional
o representativa, prefiriendo la monarquía pura que en los últimos siglos era
el gobierno de España. Porque cierto natural instinto decía, aun a los menos
avisados, que las nuevas formas políticas, en sí inofensivas como tales
formas, venían impregnadas del principio herético liberal, por lo que hacían
muy bien en llamarlas liberales; de igual suerte que la monarquía pura, que de
sí podía ser muy impía y aun herética, se les presentaba como forma
esencialmente católica, pues desde muchos siglos atrás venían recibiéndola
los pueblos informada con el espíritu del Catolicismo.
Erraban, pues, ideológicamente hablando,
nuestros realistas, que identificaban la Religión con el antiguo régimen
político, y reputaban impíos a los constitucionales; pero acertaban.
prácticamente hablando, porque en lo que se les quería presentar como mera
forma política indiferente, veían ellos, con el claro instinto de la fe,
envuelta la idea liberal. Esto sin contar con que los corifeos y sectarios del
bando liberal hicieron todo lo posible, con blasfemias y atentados, para que no
desconociese El verdadero pueblo cuál era en: el fondo la significación de su
odiosa bandera.
Tampoco es rigurosamente exacto que las formas
políticas sean indiferentes a la Religión, aunque ésta las acepte todas. El
sano filósofo las estudia y analiza, y sin condenar alguna, no deja de
manifestar preferencia por las que más a salvo dejan el principio de autoridad,
que está basado principalmente en la unidad Con lo cual dicho se está que la
forma más perfecta de todas es la monarquía, que es la que más se asemeja al
gobierno de Dios y de la Iglesia. Así como la más imperfecta es la república
por la inversa razón. La monarquía exige la virtud de un hombre solo, y la
república exige la virtud de la mayoría de los ciudadanos. Es, pues,
lógicamente hablando, más irrealizable el ideal republicano que el ideal
monárquico. Este es más humano que aquél, porque exige menos perfección
humana y se acomoda mas a la rudeza y vicios de la generalidad.
XIV.- SI EN VISTA DE ESTO ES LÍCITO O NO AL BUEN
CATÓLICO ACEPTAR EN BUEN SENTIDO LA PALABRA "LIBERALISMO", Y ASIMISMO
EN BUEN SENTIDO GLORIARSE DE SER LIBERAL.
Permítasenos
sobre esto trasladar aquí íntegro un capítulo de otra obrita nuestra (Cosas
del día), en que se da contestación a esta singular consulta. Dice así:
"Válgame Dios, amigo mío, con las
palabritas Liberalismo y liberal! Andas realmente enamorado de ellas, y tráete
ciego el amor como a todos los enamorados. ¿Qué inconvenientes tiene su uso?
Tantos tiene para mí, que en él llego a ver hasta materia de pecado. No te
asustes, sino escúchame con paciencia. Vas a entenderme pronto y sin
dificultad. Es indudable que la palabra Liberalismo tiene en Europa en el
presente siglo significación de cosa sospechosa y que no concuerda del todo con
el verdadero Catolicismo. No me dirás que planteo el problema en términos
exagerados. Efectivamente. Me has de conceder que en la acepción ordinaria de
la palabra, Liberalismo y Liberalismo católico son cosas reprobadas por Pío
IX. Prescindamos por ahora de los pocos o muchos que pretenden poder continuar
profesando un cierto Liberalismo, que en el fondo quizá no lo sea. Pero lo
cierto es que la corriente liberal en Europa y América, en el siglo XIX en que
escribimos, es anticatólica y racionalista. Pasa revista al mundo. Mira qué
significa partido liberal en Bélgica, en Francia, en Alemania, en Inglaterra,
en Holanda, en Austria, en Italia, en las repúblicas hispanoamericanas y en las
nueve décimas partes de la prensa española. Pregunta a todos qué significa en
el idioma común, criterio liberal, corriente liberal, atmósfera liberal, etc.,
y mira si de los hombres que se dedican a estudios políticos y sociales en
Europa y América los noventa y nueve por ciento no entienden por Liberalismo el
puro y crudo racionalismo aplicado a la ciencia social.
Ahora bien. Por más que tú y unas cuantas docenas más de caballeros
particulares os empeñéis en dar un sentido de cosa indiferente a lo que la
corriente general ha sellado ya con el sello de cosa anticatólica, es lo cierto
que el uso, árbitro y norma suprema en materia de lenguaje, sigue teniendo al
Liberalismo como bandera contra el Catolicismo. Por consiguiente, aunque con mil
distingo y salvedades y sutilezas logres formarte para ti solo un Liberalismo
que nada tenga de contrario a la fe, en la opinión de los más, desde que te
llames liberal, pertenecerás como todos a la gran familia del Liberalismo
europeo, tal como todos lo entienden; tu periódico, si lo redactas. y lo llamas
liberal, será en la común creencia un soldado más entre los que bajo esta
divisa combaten de frente o por el flanco a la iglesia católica. En vano será
que te excuses alguna que otra vez. Estas excusas y explicaciones no las puedes
dar todos los días, que fuera cosa asaz pesada; en cambio la palabra liberal
has de usarla en cada párrafo; serás, pues, en la común creencia nada más
que un soldado como tantos otros que militan bajo esta divisa, y por más que en
tus adentros seas tan católico como el Papa (como de eso se jactan algunos
liberales), lo cierto es que en el movimiento de las ideas, en la marcha de los
sucesos, influirás como liberal, y aun a pesar tuyo, un satélite que no
podrás menos de moverte dentro de la órbita general en que gira el
Liberalismo. ¡Y todo por una palabra! ¡Vea V., no mas que por una palabra!
Sí, amigo mío. Esto sacarás de llamarte liberal y de llamar liberal a tu
periódico. Desengáñate. El uso de la palabra te hace casi siempre y en gran
parte solidario de lo que se ampara a su sombra. Y lo que a su sombra se ampara,
ya lo ves y no me lo has podido negar, es la corriente racionalista. Escrúpulo
tendría yo, pues, en mi conciencia de aceptar esta solidaridad con los enemigos
de Jesucristo.
Vamos a otra reflexión. Es también indudable
que de los que leen tus periódicos y oyen tus conversaciones, pocos están en
el caso de poder hilar tan delgado como tú en materia de distinciones entre
Liberalismo y Liberalismo. Es, pues, evidente que una gran parte tomará en el
sentido general, y creerá que la empleas en igual sentido. Tú no tendrás esta
intención, pero contra tus intenciones producirás este resultado, adquirir
adeptos al error racionalista. Dime ahora, pues, ¿sabes lo que es escándalo?
¿sabes lo que es inducir al prójimo a error con palabras ambiguas? ¿sabes lo
que es, por cariño más o menos justificado a una palabra, sembrar dudes,
desconfianzas, hacer vacilar en la fe a las inteligencias sencillas? Yo, a fuer
de moralista católico, veo en esto materia de pecado, y si no te abona una suma
de buena fe o algún otro atenuante, materia de pecado mortal. Óyeme una
comparación. Sabes que ha nacido casi en nuestros días una secta que se llama
de los viejos católicos. Ha tenido la humorada de llamarse así, y paz con
todos. Haz cuenta, pues, que yo, que por la gracia de Dios, aunque pecador soy
católico, y por añadidura soy de los mas viejos porque mi Catolicismo data del
Calvario y del Cenáculo de Jerusalén, que son fechas en que fundo un
periódico y viejas, haz cuenta, digo, ó más o menos ambiguo y le llamo con
todas las letras Diario viejo católico. ¿Diré mentira? Nítido de la palabra
Pero ¿a qué, me dirás por que adoptar un titulo mal sonante, que es divisa de
un cisma, y que dará lugar a que crean los incautos que soy cismático, y a que
tengan un alegrón los viejos católicos de Alemania, creyendo que acá les ha
nacido un nuevo cofrade? ¿a qué, me dirás, escandalizar a los sencillos -Pero
yo lo digo en buen sentido- Es verdad, pero ¿no sería mejor no dar lugar a que
se crea que lo dices en sentido malo? "He aquí, pues, lo que diría yo a
quien se empeñase en sostener todavía como inofensivo el dictado de liberal,
que es objeto de tantas reprobaciones por parte del Papa, y de tanto escándalo
por parte de los verdaderos creyentes. ¿A qué hacer gala de títulos que
necesitan explicación? ¿A qué suscitar sospechas que luego procurarse a
desvanecer? ¿A que contarse en el número de Ios enemigos y hacer gala de su
divisa, si en el fondo se es de los amigos')
"¡Que las palabras, dices, no tienen importancia! Más
de lo que te figuras, amigo mío. Las palabras vienen a ser la fisonomía
exterior de las ideas, y tú sabes cuán importante es a veces en un asunto una
buena o mala fisonomía. Si las palabras no tuviesen importancia alguna, no
cuidarían tanto los revolucionarios de disfrazar el Catolicismo con feas
palabras; no andarían llamándole a todas horas oscurantismo, fanatismo,
teocracia, reacción, sino pura y sencillamente Catolicismo; ni harían ellos
por engalanarse a todas horas con los hermosos vocablos de libertad, progreso,
espíritu del siglo, derecho nuevo, conquistas de la inteligencia,
civilización, luces etc., sino que se dirían siempre con su propio y verdadero
nombre: revolución "Lo mismo ha pasado siempre. Todas las herejías han
empezado por ser Juego de palabras, y han acabado por ser lucha sangrienta de
ideas. Algo de esto debió ya pasar en tiempo de San Pablo o previó el bendito
Apóstol que pasaría en los tiempos futuros, cuando dlrigiéndose a Timoteo (I
ad Timot. VI, 20), le exhorta a vivir prevenido, no sólo contra la falsa
ciencia oppositinones falsi nominis scientiae, sino contra las simples novedades
en la expresión o palabra profanas vocum novitates. ¿Qué diría hoy el Doctor
de las gentes si viese a ciertos católicos adornarse con el adjetivo de
liberales, en oposición a los que se llaman simplemente con el apellido antiguo
de la familia , y desentenderse de las repetidas reprobaciones que sobre esta
profana novedad de palabras ha lanzado con tanta insistencia la Cátedra
apostólica? ¿Qué diría al verles añadir a la palabra inmutable Catolicismo
ese feo apéndice que no conoció Jesucristo, ni los Apóstoles, ni los Padres,
ni los Doctores, ni ninguno de los maestros autorizados que constituyen la
hermosa cadena de la tradición cristiana?
"Medítalo, amigo mío, en tus intervalos lúcidos, si alguno te concede la
ceguedad de tu pasión, y conocerás la gravedad de lo que a primera vista te
parece mera cuestión de palabras. No, no puedes ser católico-liberal, ni
puedes llamarte con este nombre reprobado, aunque por medio de sutiles
cavilaciones llegues a encontrar un medio secreto de conciliarlo con la
integridad de la fe. No; te lo prohíbe la caridad cristiana, esta santa caridad
que está a todas horas invocando, y que, según comprendo, es en ti sinónima
de la tolerancia revolucionaria. Y te lo prohíbe la caridad, porque la primera
condición de la caridad es que no haga traición a la verdad, que no sea lazo
para sorprender la buena fe de tus hermanos menos avisados. No, amigo mío, no;
no puedes llamarte liberal."
Y nada más nos ocurre decir aquí sobre este punto, completamente resuelto para
un hombre de buena fe. Además de que hoy los mismos liberales hacen ya menos
uso que antes de este apellido; tan gastado y desacreditado anda él, por la
misericordia de Dios. Más frecuente es todavía encontrar hombres que,
renegando cada día y cada hora del Liberalismo, le tengan aún metido hasta los
tuétanos, y no sepan escribir y hablar y obrar sino inspirados por él. Estos
son en el día los más de temer.
XV.- UNA OBSERVACIÓN SENCILLÍSIMA QUE ACABARÁ DE
PONER EN SU VERDADERO PUNTO DE VISTA LA CUESTIÓN.
Mil
veces me he hecho una reflexión que no sé cómo no les ha ocurrido cada día a
los liberales de buena fe, si alguno hay que merezca aún esta caritativa
atenuación de su feo apellido. Es la siguiente:
Tiene hoy todavía el mundo católico en justo
y merecido concepto de impiedad el calificativo de librepensador, apIicado a
cualquier persona, periódico o institución. Academia librepensadora, sociedad
de librepensadores, periódico escrito con criterio librepensador, son todavía
frases horripilantes y que les ponen los pelos en punta a la mayor parte de
nuestros hermanos, aun a los que afectan más desvío por la feroz
intransigencia ultramontana. Y sin embargo, véase lo que son las cosas y cuán
necia importancia se da por lo común a meras palabras. Persona, asociación,
libro o Gobierno a los que no preside en materias de fe y moral el criterio
único y exclusivo de la Iglesia católica, son liberales. Y se reconoce que lo
son, y se honran ellos con serlo, y nadie se escandaliza con eso más que
nosotros, los fieros intransigentes. Cambiad, empero, la palabra; llamadlos
librepensadores. Al punto le rechazan el epíteto como una calumnia, y gracias
si no os piden satisfacción por el insulto. ¿Pero qué, amigos míos, curtam
varie? ¿No habéis rechazado de vuestra conciencia, de vuestro gobierno o de
vuestro periódico o academia el veto absoluto de la Iglesia? ¿No habéis
erigido un criterio fundamental de vuestras ideas , resoluciones la razón
libre?
Pues, decís bien: sois liberales, y nadie os puede regatear este dictado. Pero,
sabedlo: sois con eso librepensadores, aunque os sonroje tal denominación. Todo
liberal, de cualquier grado o matiz que sea, es, ipso facto, librepensador. Y
todo librepensador, por odiosa que sea y aun ofensiva a las conveniencias
sociales esta denominación, no pasa de ser un lógico liberal. Es doctrina
precisa y exacta, como de matemáticas, y no tiene vuelta de hoja, corno se
suele decir.
Aplicaciones prácticas. Sois católicos más
o menos condescendiente o resabiado, y pertenecéis, por malos de vuestros
pecados, a un Ateneo liberal. Recogeos un momento, y preguntaos: ¿Seguiría
perteneciendo yo a ese Ateneo si mañana se declarase pública y paladinamente
Ateneo librepensador? ¿Qué os dicen la conciencia y la vergüenza? Que no.
Pues mandad que os borren de las listas de ese Ateneo, porque no podéis como
católico, pertenecer a él.
Tenéis un periódico y lo leéis y dais a
leer a los vuestros sin escrúpulo, a pesar de que se llama y discurre como
liberal. ¿Seguiríais suscrito a el si de repente apareciese en su primera
página el titulo de periódico librepensador? Paréceme que de ninguna manera.
Pues cerradle desde luego las puertas de vuestra caso; el tal liberal, manso o
fiero, años ha que era ni más ni menos que librepensador.
¡Ah! ¡De cuántas preocupaciones nos
corregiríamos con sólo fijar un poco la atención en el significado de las
palabras! Toda asociación científica, literaria o filantrópica, liberalmente
constituida, es asociación librepensadora Todo Gobierno, liberalmente
organizado, es Gobierno librepensador. Todo libro o periódico, liberalmente
escrito, es periódico o libro de librepensadores. Hacer asco a la palabra y no
hacerlo a la realidad por ella representada es manifiesta obcecación. Piénselo
bien aquellos de nuestros hermanos que, sin escrúpulo alguno de su o endurecida
o demasiado blanda o acomodaticia conciencia, forman parte de Círculos,
Certámenes, Redacciones, Gobiernos u otra clase cualquiera de instituciones
erigidas con entera independencia del magisterio de la fe. Tales instituciones
son liberales y son por lo mismo librepensadoras. Y a una agrupación
librepensadora no puede pertenecer católico alguno, sin dejar de serlo por el
mero hecho de aceptar como suyo el criterio librepensador de la agrupación
consabida. Luego tampoco puede pertenecer a una agrupación liberal.
¡Cuántos católicos, no obstante, sirven muy buenamente al
diablo con obras de este jaez! iSe van convenciendo ahora de cuán perversa cosa
es el Liberalismo, ¿de cuán merecido es el horror con que debe mirar un buen
católico las cosas liberales, y de cuán justificada es y natural nuestra feroz
intolerancia ultramontana?.
XVI.- ¿CABE HOY EN LO DEL LIBERALISMO ERROR DE BUENA
FE?
He
hablado arriba de liberales de buena fe, y me he permitido cierta frase de duda
sobre si hay o no hay in reram natura algún tipo de esta rarísima familia.
Inclínome a creer que pocos hay, y que apenas cabe hoy día en la cuestión del
Liberalismo ese error de buena fe, que podría alguna vez hacer excusable su
profesión. No negaré en absoluto que tal o cual caso excepcional puede darse,
pero ha de ser verdaderamente caso fenomenal.
En todos los períodos históricos dominados por una herejía se han dada casos
frecuentísimos de algún o algunos individuos que, a pesar suyo, arrollados en
cierta manera por el torrente invasor, se han encontrado participantes de la
herejía, sin que se pueda explicar tal participación más que por una suma
ignorancia o buena fe.
Forzoso es, no obstante, convenir en que si algún error se presentó jamás con
ningunas apariencias que le hiciesen excusable, fue este del Liberalismo. La
mayor parte de las herejías que han asolado el campo de la Iglesia procuraron
encubrirse con disfraces de afectada piedad, que disimulasen su maligna
procedencia. Los Jansenistas, más hábiles que ningún otro de sus antecesores,
llegaron a tener adeptos en gran número, a quienes faltó poco para que el
vulgo ciego tributase los honores sólo debidos a la santidad. Su moral era
rígida, sus dogmas tremendos, el aparato exterior de sus personas ascético y
hasta iluminado. Añádase que la mayor parte de las antiguas herejías versaron
sobre puntos muy sutiles del dogma, sólo discernibles por el hábil teólogo, y
que no podía por sí propia formar criterio la indocta multitud, como no fuera
sometiéndose confiada al criterio de sus maestros reconocidos. Por donde, era
natural que caído en el error el superior jerárquico de una diócesis o
provincia, cayesen con el igualmente la mayor parte de sus subordinados que
tenían depositada en su Pastor la mayor confianza; máxime cuando las
comunicaciones, en otro tiempo menos fáciles con Roma, hacían menos accesible
a toda la grey cristiana la voz nunca errada del Pastor universal. Esto explica
la difusión de muchas antiguas herejías, que nos permitiremos calificar de
meramente teológicas; esto da la razón de aquel angustioso grito con que
exclamaba San Jerónimo en el siglo IV, cuando decía: Ingemuit universus orbis
se esse arianum. "Gimió el mundo entero asombrado de encontrarse
arriano". Y esto hace comprender como en medio de los mayores cismas y
herejías, como son los actuales de Rusia e Inglaterra, es posible tenga Dios
muchas almas suyas en quienes no está extinguida la raíz de la verdadera fe
por más que ésta, en su profesión externa, aparezca deforme y viciada. Las
cuales, unidas al cuerpo místico de la Iglesia por el Bautismo, y a su alma por
la gracia interior santificante, pueden llegar a ser con nosotros partícipes
del reino celestial.
¿Acontece esto con el Liberalismo?
Presentóse envuelto con el disfraz de meras formas políticas; pero éste fue
ya desde el principio tan transparente, que muy ciego hubo de ser quien no le
adivinó al ruin disfrazado toca su perversidad. No supo contenerse en los
embozos de la mojigatería y del pietismo con que le envolvía alguno que otro
de sus panegiristas; rompió al momento por todo, y anuncio con siniestros
resplandores su abolengo infernal. Saqueó iglesias y conventos; asesinó
Religiosos y clérigos, dio rienda suelta a toda impiedad; hasta en las
imágenes más veneradas cebo su odio de condenado. Acogió al momento bajo su
bandera a toda la hez social; fue su precursora y aposentadora en todas partes
la corrupción calculada.
No eran dogmas abstractos y metafísicos los
nuevos que predicaba en sustitución de los antiguos; eran hechos que bastaba
tener ojos para verlos y simple buen sentido para abominarlos. Gran fenómeno se
vio en esta ocasión, y que se presta mucho a serias meditaciones. El pueblo
sencillo e iletrado, pero honrado, fue el más refractario a la novedad. Los
grandes talentos corrompidos por el filosofismo fueron los primeros seducidos.
El buen sentido natural de los pueblos hizo justicia en seguida a los atrevidos
reformadores. En esto, como en todo, se confirmó que veían más claro, no los
listos de entendimiento, sino los limpios de corazón. Y si esto podía decirse
del Liberalismo en sus albores, ¿qué no se podrá decir hoy de él, cuando
tanta luz se ha hecho sobre su odioso proceso? Nunca error alguno tuvo en contra
sí más severas condenaciones de la experiencia, de la historia y de la
Iglesia. Al que no quiera creer a ésta como buen católico, han de forzarle
aquéllas a que se convenza como hombre de mera honradez natural.
El Liberalismo en menos de cien años de reinar en Europa ha dado ya de si todos
sus frutos; la generación presente está recogiendo los últimos que traen
harto amargado su paladar y perturbada su tranquila digestión. El argumento del
divino Salvador que nos encarga juzgar del árbol por sus frutos, rara vez tuvo
aplicación más oportuna.
Por otra parte, ¿no se vio muy claro desde el principio cuál era el parecer de
la Iglesia ante la nueva reforma social? Algunos desdichados ministros de ella
fueron arrastrados por el Liberalismo a la apostasía; este era el primer dato
con que habían de juzgar los simples fieles de una doctrina que tales
prosélitos arrastraba. Pero el conjunto de la jerarquía, ¿cuándo no fue
refutado con gran razón como enemigo del Liberalismo? ¿Qué significa el
dictado de clericalismo con que se ha honrado por los liberales a la escuela
más tenaz enemiga de sus doctrinas, sino una confesión de que la Iglesia
docente fue siempre enemiga de ellas? ¿Por qué se ha tenido al Papa? ¿Por
qué a los obispos y Curas? ¿Por qué a los frailes de todo color? ¿Por qué
al común de las gentes de piedad y de sana conducta? Por clericales siempre, es
decir, por antiliberales. ¿Cómo puede, pues, nadie alegar buena fe en un
asunto en que aparece tan claramente deslindada la corriente ortodoxa de la que
no lo es? Así los que comprenden claramente la cuestión pueden ver las razones
intrínsecas de ella; los que no la comprenden tienen de sobra autoridad
extrínseca para formarlo en todas las cosas que se Tocan con su fe un buen
cristiano. Luz no ha faltado por la misericordia de Dios; lo que ha sobrado son
indocilidad, intereses bastardos , deseo de ancha vida. No engañó aquí la
seducción que deslumbra al entendimiento con falso resplandor, sino la que le
obscurece ensuciando con negros vapores el corazón.
Creemos, pues, que salvas muy raras excepciones, sólo
grandes esfuerzos de ingeniosísima caridad pueden hacer que, discurriendo sean
rectos principios de moral, se admita hoy en el católico la excusa de buena fe
en el asunto del Liberalismo' particularmente en los liberales teóricos.
XVII.- DE VARIOS MODOS CON QUE SIN SER LIBERAL UN
CATÓLICO PUEDE HACERSE NO OBSTANTE CÓMPLICE DEL LIBERALISMO.
Dánse
varios modos con que sin ser precisamente liberal, puede un católico hacerse
cómplice del Liberalismo. Y he aquí un punto todavía más práctico que el
anterior y acerca del cual debe estar muy frustrada y prevenida la conciencia
del fiel cristiano en estos tiempos.
Sabido es que hay pecados de los cuales nos
hacemos reos, digámoslo así, no por verdadera y directa comisión de ellos
sino por mera complicidad o connivencia con sus autores. Siendo de tal
naturaleza esta complicidad, que llega muchas veces a igualar en gravedad a la
acción pecaminosa directamente cometida. Puede, pues, y debe aplicarse al
pecado de Liberalismo cuanto sobre este punto de complicidad enseñan los
tratadistas de Teología moral. Nuestro objeto no es más que dejar apuntados
aquí brevemente los principales modos con que acerca del Liberalismo se puede
contraer hoy día esta complicidad.
1.° Afiliándose formalmente a un partido liberal. Es la complicidad mayor que
puede darse en esta materia, y apenas se distingue de la acción directa a que
se refiere. Muchos hay que, en su claro juicio, ven toda la falsedad doctrinal
del Liberalismo y conocen sus siniestros propósitos y abominan su detestable
historia. Mas, o por tradición de familia, o heredados rencores, o por
esperanzas de medro personal, o por consideración a favores recibidos, o por
temor a perjuicios que les puedan sobrevenir, o por otra causa cualquiera,
aceptan un puesto en el partido que tales doctrinas sustenta y tales propósitos
abriga, y permiten se les cuente públicamente entre sus individuos y se honran
con su apellido y trabajan bajo su bandera. Estos desdichados son los primeros
cómplices, los grandes cómplices de todas las iniquidades de su partido; aun
sin conocerlas detalladamente, son verdaderos coautores de ellas y participan de
su inmensa responsabilidad. Así hemos visto en nuestra patria a hombres muy de
bien, excelentes padres de familia, honrados comerciantes o artesanos, figurar
en partidos que traen en su programa usurpaciones y rapiñas que ninguna
honradez humana puede justificar. Son, pues, ante Dios responsables de este
atentado como el tal partido que los cometió, siempre que el tal partido los
considere, no como hecho accidental, sino como lógico procedimiento suyo. La
honradez de tales sujetos sólo sirve de hacer más grave esta complicidad.
Porque es claro que si un partido malo no se compusiera más que de malvados, no
habría gran cosa que temer de él. Lo horrible es el prestigio que a un partido
malo dan las personas relativamente buenas que le honran y recomiendan con
figurar en sus filas.
2º Aun sin estar formalmente afiliados a un
partido liberal, antes haciendo publica protesta de no pertenecer a él,
contraen también complicidad liberal los que manifiesten por él públicas
simpatías, elogiando sus personajes, defendiendo o excusando sus periódicos,
tomando parte en sus festejos. La razón es evidente. El hombre, sobre todo si
vale algo por su talento o posición, hace mucho en favor de cualquier idea con
sólo mostrarse en relaciones más o menos benévola con sus fautores. Da más
con el obsequio de su prestigio personal, que si diese dinero, armas, o
cualquier otro material auxilio. Así, por ejemplo, honrar un católico, sobre
todo si es sacerdote, a un periódico liberal con su colaboración, es
manifiestamente favorecerle con el prestigio de su firma, aunque con ella no se
defienda la parte mala del periódico, aunque con ella se disienta de esta misma
parte mala. Se dirá tal vez que con escribir allí se logra hacer oír la voz
del bien por muchos que en otro periódico no la escucharían. Es verdad, pero
también la firma del hombre bueno sirve allí de abonar tal periódico a la
vista de los lectores poco hábiles en distinguir las doctrinas de un redactor
de las de su vecino; y así, lo que se pretendía fuese contrapeso y
compensación del mal, se convierte para la generalidad en efectiva
recomendación de él. Mil veces lo hemos oído: "¿Malo es tal periódico?
Pues ¿no escribe en él D. Fulano de tal?" Así discurre el vulgo, y vulgo
somos casi la totalidad del género humano. Por desgracia es frecuentísima en
nuestros días esta complicidad.
3.º Se comete verdadera complicidad votando
candidatos liberales, y esto aunque no se voten por la razón de tales, sino por
opiniones económicas o administrativas, etc., de aquel diputado. Por más que
en una cuestión de éstas puede estar conforme tal diputado con el Catolicismo,
es evidente que en las demás cuestiones ha de hablar y votar según su criterio
herético; y se hace cómplice de sus herejías el que le puso en el caso de que
fuese a escandalizar con ellas el país.
4.° Es complicidad estar suscrito al
periódico liberal o recomendarlo en el periódico sano por falsa razón de
compañerismo, o lamentar por análoga razón de falsa cortesía, su cese o
suspensión. Ser suscriptor de un periódico liberal es dar dinero para fomentar
el Liberalismo; más aún, es ocasionar que otro incauto se decide a leerlo
viendo que vos lo tomáis; es, además, propinar a la familia y a los amigos de
la casa una lectura más o menos envenenada. ¿Cuántos periódicos malos
debieran desistir de su ruin y maléfica propaganda, si no los apoyasen ciertos
bonachones suscriptores? Lo mismo decimos de la frase de cajón entre
periodistas: nuestro estimado colega, o la otra de desearle abundante
suscripción, o la más común de sentimos el percance de nuestro compañero,
tratándose respectivamente de la primera salida o de la suspensión de un
periódico liberal No debe haber estos compadrazgos entre soldados de tan
opuesta bandera como lo son la de Dios y la de Satanás. Al cesar o ser
suspendido un periódico de éstos deben darse gracias a Dios porque venga Su
Divina Majestad ,un enemigo menos: al anunciarse su aparición debe, no
saludarse ésta, sino lamentarse como una calamidad.
5º Complicidad es administrar, imprimir,
vender, repartir, anunciar o subvencionar tales periódicos o libros, aunque sea
haciéndolo a la vez con los buenos, aunque sea por mera profesión industrial,
aunque sea como medida material de ganar el diario sustento.
6º Es complicidad en los padres de familia,
directores espirituales, dueños de talleres, catedráticos y maestros, callar
cuando son preguntados sobre estas cosas; o simplemente no explicarlas cuando
tienen obligación, para ilustrar las conciencias de sus subordinados.
7.º Es complicidad a voces ocultar la convicción, propia buena, dando lugar a
que se sospeche que se tiene malo. No se olvide que hay mil ocasiones en que es
obligación del cristiano dar público testimonio de la verdad, aun sin ser
formalmente requerido.
8º .-Es complicidad comprar fincas sagradas o
de beneficencia sin el beneplácito de la Iglesia, aunque las saque a pública
subasta la desamortización, como no se compren para devolverlas a su legitimo
dueño. Es complicidad redimir censos eclesiásticos sin permiso del verdadero
señor de ellos, aunque se presente muy lucrativa la operación. Es complicidad
intervenir como agente en tales compras y ventas, publicar los anuncios de
subastas, practicar corredurías, etc. Todos estos actos traen además consigo
obligación de restituir en la proporción de lo que con ello se ha contribuido
al inicuo despojo.
9º.-Es en algún modo complicidad prestar la
casa propia para actos liberales o cederla en alquiler para ello, como por
ejemplo, para casinos patrióticos, escuelas laicas, clubs, redacciones de
periódicos liberales, etc.
10º .-Es complicidad celebrar fiestas
cívicas o religiosas por actos notoriamente liberales o revolucionarios;
asistir voluntariamente a dichas fiestas; celebrar exequias patrióticas que
tienen más de significación revolucionaria que de sufragio cristiano;
pronunciar discursos fúnebres en elogio de difuntos notoriamente liberales;
adornar con coronas y cintas sus sepulcros, etc. ¡Cuántos incautos han
flaqueado en su fe por estas causas!
Estas indicaciones hacemos, abarcando sólo lo más común en esta materia. Las complicidades pueden ser de variedad infinita, como los actos de la vida del hombre, que son, por lo infinitos, inclasificables. Grave es la doctrina que en algunos puntos hemos sentado, pero si es cierta la Teología moral aplicada a otros errores y crímenes, ¿ha de serlo menos aplicada al que nos ocupa esta ocasión?.