Introducción


Existen la guerra, la tortura y el hambre. Y decimos: «¡Los hombres son malos!». Pero existe también esa niña de doce años, roída ya por el cáncer. Y entonces, ¿qué decimos de Dios?

Está la sociedad y el mundo entero, donde reinan la codicia, la violencia y la dominación. ¡Y nunca aparece el justo Gobierno de Dios, nunca la sabia Providencia del Poderoso! En estos mismos instantes, una multitud de hombres y de mujeres a lo ancho del mundo —yo conozco a algunos— ven su deseo de vivir pulverizado, reducido a la nada. Es preciso que Dios intervenga. Se lo suplican. ¡Y nada!

¡Realmente, este Dios ausente crea problemas!

¿Será que permanece alejado porque no merecemos su ayuda? En ese caso, redoblemos inmediatamente el celo, multipliquemos las oraciones y los sacrificios, perfeccionemos nuestros ritos, hagamos la Ley más precisa y más dura: tal vez logremos agradarle y sacarlo de ese otro lugar en que se oculta.

¿O no estará ausente sencillamente porque no existe? Y para desvelar la plena libertad y la auténtica eficacia del hombre, ¿no habrá que hacer saltar antes ese cerrojo que es la religión?

Y mientras se cruzan y descruzan esas distintas miradas dirigidas al misterio, Dios, fiel a sí mismo, «busca adoradores en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Y los encuentra.

Este libro tiene un trasfondo de quince años de enseñanza, de encuentros, de conferencias, de sesiones con laicos, con estudiantes, con sacerdotes. Y he podido percibir cómo nada sólido intelectual y existencialmente, nada libre ni sereno se puede edificar mientras la ausencia de Dios no se haya afrontado, comprendido gracias al Evangelio y aceptado. ¡Hay que convertirse en cómplice de Dios!

He podido, asimismo, constatar que el planteamiento fundamental aquí propuesto no carecía ni de actualidad ni de importancia ni de valor. Ello me animó a disponer en el exacto desarrollo de un libro lo que en la realidad de esos encuentros aparece siempre desmenuzado. Desarrollo exacto, al menos lo espero; incompleto ciertamente, porque el tema lo exige. En cuanto al método, hemos dejado el texto a medio camino entre un desarrollo científico demasiado denso y una exposición vulgarizadora demasiado ligera por economizar en exceso la argumentación. Un libro de lectura, sí; pero, sobre todo, un libro de trabajo.

Me atrevo a decir que este desarrollo teológico tiene el mérito no de decirlo todo, de explicarlo todo o de ponerlo todo en su debido lugar, pero sí el de ser uno, estar unificado, proponer una visión, alentada por unas cuantas percepciones fundamentales (que me esfuerzo en fundamentar de manera clara y directa, impertinente a veces), sobre cuestiones importantes.

La primera parte del libro, encargada de establecer antes de nada una estructura de pensamiento, un sistema de referencias, un lenguaje común, se presenta inevitablemente con un aspecto un tanto duro. En cualquier empresa los comienzos son difíciles. Creo poder esperar, sin embargo, que la fidelidad del lector en las primeras páginas se verá largamente recompensada.

A todos aquellos que, solos o en grupo, por gusto personal o por responsabilidad educativa y pastoral, desean acercarse cada vez más al misterio de Dios, al sentido de la vida que él irradia, al extremado encanto de su presencia más allá del escándalo de su ausencia, les propongo estas páginas, esta teología fundamental, esperando que sepan traducir la experiencia que me anima y suscitar en ellos y entre ellos su propia búsqueda con el pensamiento, el corazón y la vida.