Tercera Parte

La actualización de la fe

 

La fe debe saturar la totalidad de nuestra vida. Gracias a ella, el creyente, con toda su humanidad y en toda su vida cotidiana, entra en relación con Dios. La fe se actualiza al máximo en los Sacramentos. En el Bautismo, porque es el inicio de este proceso de actualización de la fe. Asimismo en la Confirmación, en la cual se intensifican las gracias del Bautismo. Pero sobre todo se actualiza en la Eucaristía, que es el sacramento de la culminación de la fe, en la cual, de una manera singular, podemos fundirnos con Cristo crucificado y resucitado. La Eucaristía ríos permite alcanzar la misma fuente de nuestra fe. El Sacrificio Redentor de Cristo es la fuente, y, al mismo tiempo, la culminación de la vida en la fe. La fe nos permite entregar al Padre ese Sacrificio salvífico de Cristo, y con El, entregarnos a nosotros mismos. El Sacramento de la Eucaristía crea la comunidad de la fe, que nos permite hacer juntos el Sacrificio y unirnos con Cristo.

La fe se actualiza de manera especial en la oración, la oral es un diálogo del hombre con el Padre, iniciado y desarrollado, por la fe, a través de Jesucristo en el Espíritu Santo. Asimismo se actualiza, o se porte en práctica al escuchar atentamente la Palabra Divina, la cual es otra forma de diálogo con Dios, en el que el hombre voluntariamente se abandona a Dios, quien se revela,- y obedeciéndolo en la fe, se mahiesta la sumisión de su razón y de su voluntad. Asimismo es indispensable que la fe se manifieste en los actos de amor, sin los cuales la fe está muerta.

La fe, que es un proceso constante de conversión, es un constante abrirse al amor de Dios, y una constante recepción de ese amor para donárselo a otros.

 

Capitulo 1

EL BAUTISMO


El Bautismo, al igual que los demás Sacramentos, participa en la culminación de la actualización o realización de la fe. El Bautismo es el fundamento y en inicio de este proceso, es el comienzo para conseguir la plenitud de la vida en Cristo ( cf. Unitatis Redintegratio 22). En el pensamiento del Concilio, tanto el Sacramento del Bautismo, como los demás sacramentos, han sido llamados sacramentos de la fe, puesto que todos los sacramentos requieren de la fe, la presuponen y expresan; y al mismo tiempo la hacen crecer. La fe precede al Bautismo y conduce a él, es la disposición que posibilita su recepción.

A través del Bautismo morimos al pecado. Esta es una muerte auténtica. Es la destrucción del mal en el hombre, para que pueda renacer como hijo de Dios; para que pueda ser una criatura nueva, participante de la naturaleza Divina y llamada a la santidad. A través del Bautismo, el hombre se convierte en ofrenda y queda consagrado a Dios; llega a ser su verdadero adorador e hijo adoptivo.

El Concilio, respecto al Bautismo, nos muestran verdades que rebasan el pensamiento y la imaginación humana. Nos dice que somos injertados en Cristo crucificado, y que siendo semejantes a El en su muerte, también lo seremos en su gloria. Nos dice que a través del Bautismo el hombre recibe el don de la fe, y a partir de entonces participa del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo; y queda incorporado en su Cuerpo Místico, aunque no del todo.

 

Sumergirse en la Muerte y Resurrección de Cristo

Como consecuencia de la poca fe, el Bautismo permanece como un sacramento no descubierto por los cristianos. Se necesita una fe profunda para entender las palabras de San Pablo: «Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios» ( Col. 3, 3). La expresión de San Pablo «habéis muerto» tiene el mismo significado que pronuncia el Apóstol en la Carta a los Romanos, cuando escribe sobre la importancia del Sacramento del Bautismo, en cuanto que nos introduce en la vida de Cristo: «¿o es que ignoráis que cuantos fatimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?» ( Rom. 6, 3). Es con el poder de su muerte que, a través del Bautismo, entramos en una vida nueva.

Este primer sacramento de la Iglesia es el inicio de estar «escondidos con Cristo en Dios» (Apostolicam Actuositatem 4). El Bautismo es la fuente de la fe; con él se inicia en nosotros la vida sobrenatural, que es vida de fe, esperanza y amor.

A partir de entonces, estamos con Cristo sepultados al pecado, al mal moral, y a todo aquello que no es de Cristo. Esta es la muerte auténtica, puesto que tiene que morir en nosotros cualquier apego al mundo y a cualquier valor fuera de Dios para que podamos pasar a la nueva vida iniciada por la Resurrección de Cristo.

El fenómeno del doble nacimiento tiene lugar en todo sistema religioso. El hombre nace no sólo físicamente, sino que también tiene un nacimiento espiritual. El nacimiento espiritual es una cierta forma de iniciación espiritual . En las religiones no cristianas, la iniciación ha sido llevada a ritos extraordinariamente dramáticos, que se basan en el simbolismo de la muerte y de un nuevo nacimiento. El dramatismo de esos ritos proviene de que utilizan, por una parte, la simbología más atemorizante de la muerte, y por la otra, la simbología más espléndida de la nueva vida que se recibiría. Muchas de las representaciones de estos ritos apelan a símbolos e imágenes tan fuertes como: sepultar al iniciado en una fosa, arrojarlo a través de un agujero en llamas, o ser devorado por un monstruo mítico; e incluso sepultarlo junto a cadáveres humanos.

Todo esto está calculado para provocar una conmoción psíquica que ha de impactar fuertemente a la imaginación humana. En estos sistemas no cristianos, la iniciación apela exclusivamente a la imaginación, puesto que solamente a ella puede recurrir.

En el cristianismo, «la iniciación» -entendida como el nacimiento a la vida sobrenatural-, se realiza por medio de tres sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. El simbolismo y los signos de esos sacramentos recurren a la fe, y no a la imaginación. En el caso de los sacramentos, recurrir a la imaginación sería inútil, puesto que el efecto de los signos sacramentales rebasa a cualquier pensamiento e imaginación humana.

A través del Bautismo, se injerta en la naturaleza humana una especie de nuevo organismo sobrenatural. Desde entonces queda injertada en la vida humana una vida nueva. Si algún científico tuviera éxito en injertar vida animal en un vegetal, el mundo vería este acontecimiento con el máximo asombro. Los que observaran tal experimento se impactarían viendo como el vegetal empieza a ver, oír y sentir; o a reaccionar a la voz. Lo llamarían seguramente el mayor «milagro» del genio humano. En cambio, la inserción que se realiza por medio del Sacramento del Bautismo, supera de una manera inimaginable al ficticio trasplante de la vida animal al vegetal.

Cuando miramos los signos sacramentales: el agua de la fuente bautismal que se derrama sobre la cabeza del niño o del catecúmeno adulto, el santo crisma con el que se le unge, el cirio que se pone en sus manos, el vestido blanco con el que se le cubre; no vemos lo que se está realizando. Sin la fe, el hombre no es capaz de entender ni abarcar esta realidad. Solamente una fe viva permite comprender y recibir en el Bautismo la actuación salvífica de Cristo.

El Bautismo, hace que tomemos parte en esta novedad absoluta, que Cristo inició en la historia del hombre a través de su Resurrección . Esta «vida nueva» ( cf. Rom. 6, 4) es nuestra liberación de la herencia del pecado y de su «esclavitud», y es nuestra verdadera santificación. Este es el descubrimiento de nuestro llamado a la unión con Dios y a la vida en El con Cristo. Esta novedad contiene el inicio de todas las vocaciones humanas. Al fin de cuentas, toda vocación : sacerdotal, religiosa, matrimonial, tiende a la plena realización del Sacramento del Santo Bautismo.

El proceso de morir con Cristo, iniciado por el Bautismo nos hace partícipe de los frutos de su resurrección, a semejanza del grano de trigo que cae en tierra y muere, para fructificar con una nueva vida. Por medio del Bautismo se realiza la consagración fundamental: la ofrenda de la persona humana a Dios, como su propiedad. Esta consagración fundamental, puede irse actualizando por las gracias de la Redención de Cristo, y al mismo tiempo ella posibilita nuestra respuesta a esas gracias.

Deberíamos vivir continuamente las gracias extraordinarias y singulares del Bautismo, para alcanzar, en cierta medida, el estado de pureza de alma que nos fue dado en el momento de nuestra iniciación bautismal. Al sumergirnos en la Muerte y Resurrección de Jesús, lo cual se efectúa en el Bautismo, nos es dado un verdadero estado de pureza, el cual malgastamos. Las gracias del Bautismo nos han sido dadas para siempre, sin embargo, continuamente las malgastamos dejándonos vencer por el mal. Cuando deseamos avanzar hacia la santidad, podemos recuperar ese estado de pureza bautismal malgastado por nuestra infidelidad. Estas gracias del Bautismo, las podemos recuperar por medio de las purificaciones. Nuestro camino a la santidad, es tan sólo el proceso de recuperar en nuestra alma, el estado de pureza que obtuvimos en el momento de nuestro Bautismo.

El progreso en la vida interior consiste en tener un deseo, cada vez más fuerte, de vivir las gracias del Santo Bautismo; gracias que van asemejándonos a Cristo, por medio de una vida en el espíritu de las ocho bienaventuranzas. Jesús dijo: «Quien pierda su vida por mí, la encontrará» ( Mt. 16, 25) . Este « perder la vida» empieza con el Sacramento del Bautismo, y ha de ir realizándose en toda nuestra vida.

Hemos de ir perdiendo nuestra vida por Cristo, procurando imitarlo cada vez más plenamente en nuestro particular camino, el cual, debe estar de acuerdo con su voluntad y con su plan para con nosotros.

Tenemos que estar «sepultados» con Cristo, es decir, tenemos que pasar por nuestra propia muerte. Por eso, en la medida en que no hemos muerto a todo lo que nos separa de Dios, no podemos estar ocultos «con Cristo en Dios» ( Col 3, 3), no puede realizarse nuestra santidad. A1 perder nuestra vida por Cristo, realizaremos nuestra vocación de encontrarnos a nosotros mismos en El, «porque en El reside toda la plenitud» ( Col. 2, 9).

«El don recibido de la fe» ( Gravissimum Educationes 2), que se nos concedió en el Sacramento del Bautismo, ha de llevarnos al continuo crecimiento de nuestra adhesión a Cristo. E1 Bautismo se presenta ante nosotros, no como algo acabado, sino como cierta tarea y objetivo a realizar.

Así como la fe es para nosotros una tarea, así también lo es el Bautismo; tarea que quedará realizada plenamente en el momento de llegar a la unión con Cristo. Entonces es cuando podremos decir con San Pablo: «y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en uní» ( Gál. 2,20).

 

La Incorporación al Cuerpo de Cristo

Una consecuencia salvífica importante del Santo Bautismo, es la incorporación del bautizado a la sociedad de la Iglesia. La fe, que nace del Bautismo, hace que salgamos del aislamiento de nuestro propio «yo», y que entremos en la comunión con Jesús, y también con aquellos que forman parte de su Cuerpo Místico. Desde ese momento el lugar de tu fe está en la Iglesia. Tu fe es una partícula de la fe de la Iglesia, y fuera de ella no tendría posibilidad de desarrollarse.

De acuerdo con los decretos del Concilio, el Cuerpo Místico de Cristo se construye incensantemente por los sacramentos de la iniciación cristiana. Somos incorporados a El por el Bautismo, y luego somos fortalecidos por medio de la Confirmación y de la Eucaristía. Sin embargo, sin una fe viva es imposible que nos percatemos y vivamos nuestra pertenencia al Cuerpo Místico de Jesucristo. Muy a menudo, las personas que acuden a un Bautismo están ciegas, miran, pero no ven ni entienden. Se interesan más por el comportamiento del niño, si llora o está tranquilo, y no son concientes del acontecimiento extraordinario e inimaginable que está realizando ante Sus ojos.

Si tuvieran fe experimentarían un fuerte impacto, puesto que entenderían qué gran acontecimiento se está realizando cuando se derrama el agua sobre la cabeza de quien recibe el Bautismo, y se pronuncian las palabras: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Solamente una fe viva hace posible ahondar en la sencillez de los signos sacramentales, y palpar la realidad inconcebible que se efectúa. La falta de fe puede conducir a entender la eficacia del Sacramento del Bautismo de una manera mágica, o a entenderlo solamente como un acto eclesiástico externo.

Tu fe, cuya fuente es el Bautismo, no la puedes construir ni profundizar solamente por medio del diálogo personal con Jesús, puesto que la fe tiene dimensión de comunidad; por tanto, además del diálogo personal, la fe ha de nacer y desarrollarse también en esta dimensión, es decir, en la dimensión comunitaria.

Un Bautismo, es un acontecimiento muy importante para toda la Parroquia. La Comunidad, a la que pertenece quien recibe este primer sacramento de la Iglesia, debería acompañarle por medio de su oración y de su actitud de fe. Dios obsequia por medio de este sacramento gracias extraordinarias, no solamente al recién bautizado sino también a su comunidad, la cual recibe a un nuevo miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Entonces, es importante que todos recibamos este gran don de Dios, con espíritu de fe profunda y con gratitud.

A través del Sacramento del Bautismo, entras en la comunión de los santos. La gracia de Cristo, como fuente inagotable de vida, inunda a todos, y también en todos actúa el mismo Espíritu Santo. Cada uno de nosotros recibe Gracias, no solamente para sí mismo, sino también para los demás; por eso debemos difundirlas por medio de las palabras, de los pensamientos y de las obras. A través de nuestra mayor fidelidad a Dios, crecemos en la gracia, y así se intensifica nuestra singular irradiación sobre los dernás; independientemente de los actos externos emprendidos y de la distancia física de las palabras hablada o escrita o de dar buen ejemplo. Esta es nuestra influencia sobre los demás en el orden ontológico.

La oración de los demás también te pertenece, - dijo Romano Guardini- también su crecimiento espiritual, su actuación y su pureza de corazón. ¿Pensaste alguna vez sobre la comunión del sufrimiento?, ¿que las gracias originadas por el sufrimiento de alguien, se comunican a los demás? Esto se realiza por el propio poder del sufrimiento, y no solamente por dar ejemplo de actitud de fe, de oración o de intercesión ante Dios. Si uniéndote a los sufrimientos de Cristo, tu oración es ofrecer a Dios tus experiencias dolorosas por los demás, éstas se convierten, para ellos, en poder redentor, vivo y saludable. Por encima de cualquier obstáculo o distancia, prestas ayuda ahí donde ninguna otra. cosa puede ayudar.

Nadie es una isla perdida en la soledad. Como Cuerpo Místico de Cristo, constituímos una especie de singular «sistema de vasos comunicantes». Todos tus actos, los malos y los buenos, tienen una dimensión social, y hacen que el malo el bien, afecten «la presión sobrenatural desde adentro». Esta oración, vista a la luz de la fe, forma parte del «sistema de vasos comunicantes», y por consiguiente, nunca es una oración solitaria. Como miembro del Cuerpo Místico de Cristo, a través de la «oración de fa fe». enriqueces o empobreces a la Iglesia. Esta es la dimensión eclesiástica de la oración, y en ese sentido establece tu responsabilidad por la Iglesia y por los demás. Y no se trata de un rezo mecánico de los « Padrenuestros», sino de una oración auténtica que, al ser una forma de realización de la fe, llega hasta el propio Dios; no requiere un destinatario concreto al que se ruegue que actué como intercesor ante El. Basta con que en ti aumenten la fe, la esperanza y el amor; que vigorizan tu vida de oración, y que hacen que la Iglesia y los demás, puedan recibir también sus efectos benéficos y salvíficos.

Dentro del Cuerpo Místico de Cristo -entendido como totalidad- existen varios tipos de vínculos más íntimos y más profundos, varios tipos de sistemas de vasos comunicantes. Ejemplo de tal unidad y sistemas de vasos comunicantes, es la familia como Iglesia doméstica. Dios, queriendo influir sobre un determinado grupo de personas, normalmente se sirve, de manera especial, de una de ellas para obsequiar a las demás con sus gracias. La imagen de los vasos comunicantes, tomada de la física, puede darnos una mejor idea del Cuerpo Místico de Cristo. Supongamos que en una familia de cuatro personas, tres de ellas están cerradas a la gracia de Dios. Ellas son como «recipientes» cerrados herméticamenie; entonces la persona abierta se convierte en canal de gracias para los otros miembros de su familia. Esta persona tiene dos alternativas para influir: la primera es intentar abrir desde fuera estos «recipientes», en forma similar a como se saca un corcho con la ayuda de un tirabuzón. Pero si esos «corchos» constituyen un tejido vivo de la personalidad humana, entonces sacarlos desde fuera siempre producirá un gran sufrimiento, una herida dolorosa, y en cierta medida destructiva. Dios no quiere que el canal de la gracia hiera; El prefiere la segunda alternativa. Siguiendo la figura de los vasos comunicantes, el familiar abierto podrá sacar esos «corchos» desde adentro, cuando haya un especial crecimiento de la gracia en él; y entonces, se podrá ejercer presión «desde adentro» hacia los otros « recipientes» .

Lo importante es el grado de tu fe; de tu adhesión a Cristo. «No es importante lo que haces - dijo Juan Pablo II lo importante es lo que eres. Cuanto más bien hay en ti, cuanto más seas fiel a la Gracia, tanto más eficaz será tú influencia sobre los demás».

Por ejemplo, si en un matrimonio, el esposo se emborracha, y su esposa quiere que cambie y se convierta, tendrá que empezar por convertirse ella misma. Sólo cuando en ella empiece a aumentar la gracia, cuando profundice en su conversión, entonces crecerá en ella la fuerza del bien, y esta fuerza provocará la conversión de su cónyuge.

La reforma del mundo, la transformación de los demás, debemos iniciarla en nosotros mismos; para, de esta manera, posibilitar a los demás la afluencia de la vida sobrenatural. Es en ti donde ha de crecer la vida de Cristo, a tal grado, que las gracias y el bien que recibas, provoque y causen la conversión de los demás.

Estas son las consecuencias de que pertenezcas al Cuerpo Místico de Cristo, las consecuencias de esta verdad extraordinaria: que a través del Bautismo te convertiste en miembro del Cristo Total; de su Cuerpo Místico.

G.K. Chesterton escribe que en la historia, la fe de la Iglesia ha pasado por una agonía y muerte aparentes al menos cinco veces. Uno de esos períodos dramáticos de «agonía de la Iglesia>, fueron los tiempos de San Francisco de Asís. La sombría imagen de la Iglesia del Siglo XII se atestigua, entre otras cosas, por las numerosas burlas del Papa Inocencio III, en las que condenaba los más escandalosos abusos: usura, venalidad, gula, embriaguez, libertinaje. Eran frecuentes en la Iglesia el lujo y- las costumbres licenciosas. En el contexto de esta caída tan grande de las costumbres, aparecieron en Europa muchas Herejías fanáticas y violentas, entre ellas, la de los albigenses y la de los valdenses; las cuales casi destruyeron la cristiandad. Otro golpe dado a la Iglesia de entonces, fue el de los predicadores vagabundos, quienes criticaban continuamente a aquellos obispos dominados por la codicia de las riquezas, y a quienes estos predicadores oponían ejemplos de pobreza evangélica.

San Francisco de Asís nunca criticó a nadie. Consideraba que ante el mal imperante a su alrededor, el tenía que convertirse primero. Si proliferaban el lujo y las costumbres licenciosas, entonces él tenía que hacerse radicalmente pobre y puro, puesto que él se consideraba culpable de tal situación.

Los santos se diferencian de los heresiarcas, en que estos últimos quieren convertir a los demás, y no a ellos mismos, mientras que los santos toman para sí cualquier crítica. Para que el mundo sea mejor, ellos mismos procuran convertirse.

Cuanto más corrupción y escándalo veía Francisco a su alrededor, tanto más deseaba asemejarse a Cristo puro, humilde y pobre. Es él, Francisco el culpable de que el mundo sea tan malo. Y frente a este hecho, es él, Francisco, quien tiene que convertirse radicalmente; y la historia reconoció que tenía razón. Cuando Francisco se convirtió, cuando se volvió tan «trasparente;> para el Señor, que en él pudo verse la Faz de Cristo, Europa empezó a levantarse de su caída moral. Se cumplió el sueño de Inocencio III, en el que vió una figura parecida a Francisco, que sostenía los muros vacilantes de la Basílica de San Juan de Letrán, llamada < Madre y Cabeza de todas las Iglesias» ( símbolo de toda la Iglesia), y la salvó. A través de la santidad de Francisco, Cristo levantó a su Iglesia de «la agonía» de la fe. El mundo se enriqueció con su santidad, no por el conocer al hombre que realizó el espíritu del Evangelio

de una manera extraordinaria y heróica, si no por el sistema de vasos comunicantes; puesto que su santidad influyó, también, sobre las personas con las que él nunca tuvo contacto.

La luz de la fe, permite que te des cuenta de que por medio del Bautismo perteneces al Cuerpo Místico de Cristo; de que has sido incorporado a ese sistema de vasos comunicantes, que tanto necesita a los convertidos y a los santos; y que tanto necesita de tu conversión y de tu santidad. Gracia a la luz de la fe, vas dándote cuenta de que el proceso de convertir a los demás, se inicia siempre por la conversión de uno mismo. Todo bien tuyo, influye sobre los demás, tu fidelidad es fuerza para los que amas, comulgar no sólo a ti te fortalece, sino que también es alimento para tu familia, tus amigos, tu Parroquia, la Iglesia y el mundo. Empieza pues por tí mismo, por tu apertura a Cristo. Si la persona que amas está todavía muy cerrada a la gracia, y su situación no cambia, es señal de que das todavía demasiado poco de ti mismo, de que Dios espera de ti mucho más. Puede ocurrir que la persona querida esté tan cerrada, que Dios te pedirá mucho, te pedirá todo; pedirá tu santidad. Dios quiere que te santifiques, y que a través de tu santificación se vaya santificando tu ambiente, tus seres queridos, la Iglesia y el mundo.

 

El Sacerdocio de los fieles

El sacerdocio universal de los fieles, que es consecuencia del Bautismo, se expresa plenamente en el Sacrificio Eucarístico. E1 sacerdote, celebrando la Santa Misa, representa no solamente a Cristo-Sacerdote, sino también a los fieles; quienes junto con él, y por su mediación, ofrecen el Sacrificio de Cristo, ofreciéndose también ellos mismos a Dios. Con el poder del Santo Bautismo, señala expresamente el Concilio Vaticano II, los fieles participan de la función sacerdotal de Cristo (cf. Lumen Gentium 26). Ellos están «consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales (...) perseverando en la oración y alabando juntos a Dios, ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios» ( Lumen Gentium 10).

En la Santa Misa se realiza una especial similitud del Bautizado con Jesucristo, puesto que el bautizado no solamente coopera en el ofrecimiento, sino que, al mismo tiempo, se convierte en ofrenda.

El sacerdocio universal de los fieles está vinculado con el llamado a entregar todo a Dios; con el llamado a la santidad. Tu santa Misa, dentro del sacerdocio universal de los fieles, será eficaz cuando te entregues a Cristo hasta el extremo, y a través de El te entregues plenamente al Padre, cuando no quieras nada para ti mismo, y aceptes ser despojado, como Cristo lo fue. Dios, celoso por tu amor, desea ese don total. El sacerdocio de los fieles, ha de conducirte a tu mayor incorporación en Cristo. Has de ser como Cristo, un don total para el Padre, sin guardar nada para ti, puesto que solamente entonces, El podrá entregarse a ti y llenarte de El plenamente.

La presencia de Cristo, que crece en ti, ha de ser transmitida a los demás. A través del Bautismo fuiste llamado a <contemplata aliis tradere> (participar a otros del fruto de la contemplación). Con el poder del Bautismo llegas a ser participante del oficio profético de Cristo. Estás , pues, llamado a ejercer las funciones apostólicas y evangelizadoras. San Pedro vincula el sacerdocio de los fieles, con la obligación del apostolado y de la evangelización: « Sois sacerdocio real,( ...),para anunciar las alabanzas de Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz.» (I P 2, 9).

El Santo Padre Juan Pablo II dijo, en la homilía pronunciada el 29 de Enero de 1979 en Oxaca, México :«Todos los fieles, en virtud del propio Bautismo y del Sacramento de la Confirmación, tiene que profesar públicamente la fe recibida de Dios por medio de la Iglesia, difundirla y defenderla como verdaderos testigos de Cristo sea, están llamados a la evangelización, que es uu deber fundamental de todos los miembros del pueblo de Dios».

Sin embargo, tienes que recordar que la eficacia de tu actividad apostólica, fluirá de tu profunda vida interior, de tu vida de oración y de tu total entrega a Cristo-Sacerdote; a ejemplo de María, cuya entrega a Dios, plena y virginal, es la fuente de la maternidad espiritual de las almas. El Bautismo, que te hace nacer a la fe, te llama también a tal maternidad.