Capítulo 3

La fe como apoyo en Cristo y abandono en El

 

La fe es la participación en la vida de Dios, es la adhesión a El como único Señor, y es también el apoyarse exclusivamente en E1. El apoyarse en Cristo, y el total abandono en El, son expresiones de la confianza que le tenemos. El hombre se orienta hacia la búsqueda de la seguridad, hacia la búsqueda de apoyos, lo que significa que está orientado hacia el abandono. E1 hombre se orienta hacia poseer algún sistema de seguridad que le permita contar con algo, que le permita abandonarse en algo, o en alguien. El sentimiento de seguridad en un requisito básico, el requisito más elemental de la psiquis humana. La falta de seguridad, tanto en la situación de amenaza, o en la que nos vemos privados de algún apoyo, suscita temor. Precisamente ese temor es el que hace que nuestra ansiedad de gozar de seguridad sea muy fuerte.

Podemos hablar de apoyarse en algo y del sentimiento de seguridad, refiriéndonos a objetos materiales, por ejemplo, cuando contamos con lo que poseemos: el dinero, las capacidades, las habilidades. Podemos fortalecer nuestro sentimiento de seguridad en el sentido personal, cuando contamos con los contactos que tenemos; cuando podemos considerar que nuestras relaciones humanas nos facilitarán la realización de los planes que tenemos. El sentimiento de seguridad apoyado en los objetos materiales se relaciona, por lo regular, con nuestra visión del futuro. El hombre, por su naturaleza psíquica, trata de prever el futuro y trata de prepararse para no sentirse sorprendido.

De esa manera trata de controlar la situación venidera, y busca en ello un apoyo y un sentimiento de seguridad.

En nuestra vida, esa búsqueda del sentimiento de seguridad tiene lugar incesantemente. El estudiante que se dispone a pasar un examen, basa su sentimiento de seguridad en la memoria que tiene, en lo que aprendió y en su capacidad. Puede también contar con la suerte, pero siempre intentará apoyarse en algo, ya sea un apoyo de tipo material o personal. Sin embargo, los sistemas de seguridad humanos son defectuosos, porque no pueden ser perfectos, porque se basan exclusivamente en nuestros cálculos y planes. Es inevitable que fallen, y entonces se producen las crisis. Si cuentas con tus fuerzas, con tu capacidad, con lo que posees, o con las relaciones que tienes con otras personas, tarde o temprano te verás defraudado.

Para que nuestra fe sea apoyo en Cristo y abandono en El, debemos ser concientes de que únicamente El es nuestra verdadera seguridad. El total abandono en Cristo, resultante de la fe que depositamos en su Palabra, es la única respuesta apropiada al inconmensurable amor que El nos tiene.

 

Dios como único apoyo

La fe es no apoyarse más que en Dios. No podemos apoyarnos en ninguno de sus dones, sino solamente en El mismo, en su poder infinito y en su amor ilimitado.

La escena que se produjo en el patio del templo, cuando Dios observaba a los fieles que metían sus donativos en la alcancía, es conmovedora. Una y otra vez, se oía el sonido de las monedas que caían en la alcancía, y Dios, Jesucristo, estaba sentado a un lado con los Apóstoles, observando a los que echaban sus donativos. Una viuda echó dos monedas pequeñas, y Dios dijo: «esta pobre viuda ha echado más que todos (...), echó todo lo que tenía» (Me 12, 43-44). Y podemos admirar su acto, porque ella dio todo lo que tenía, mientras que los ricos solamente daban algo de lo que les sobraba, y esto era demasiado poco. Hay que tener en cuenta que ella, al darlo todo, «se condenó» a morir, porque se quedó sin dinero, y no tenía de qué vivir. Ella misma destruyó el sistema de seguridad material que tenía. Y provocó el asombro del propio Dios, que se reflejó en sus palabras: < Os digo la verdad... (ella) ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir». ¡La fe de aquella mujer era inconcebible!

Al hombre que carece de todo, de todo sistema de seguridad, le quedan únicamente dos cosas: la desesperación o la entrega total a Dios que emana de la fe. En aquella viuda tenía que existir aquella fe, porque ella así actuó. Para aquella mujer Dios lo era todo, era su único apoyo. Dios puede despojarnos de nuestros sistemas de seguridad, pero también podemos privarnos de ellos nosotros mismos. Entonces, nos depuramos de manera activa de lo que nos tiene cautivos. Ese fue el caso de aquella viuda el Evangelio, porque ella misma se despojó de todo.

Podemos hablar de un abandono semejante en el caso de la viuda de Sarepta que se encontró con Elías. La viuda tenía un hijo pequeño, y en sus tierras reinaba el hambre. Todas las reservas de alimento eran dos puñados de harina reseca y unas pocas gotas de aceite de oliva. Y en aquella situación Elías le dijo: «Tráeme por favor un bocado de pan» (I Re 17, 11). De nada sirvieron las explicaciones de la viuda de que aquél era el último alimento que le quedaba. Elías repitió su petición: Házmelo- La mujer le respondió: Si, te haré lo que me pides y luego moriremos mi hijito y yo. Efectivamente se trataba de la aceptación de la muerte, porque después ya nada habría, ya no se podría contar con nada, tampoco con aquel puñado de comida. Fue Dios, a través de Elías, quien despojó a la viuda de aquel puñado de comida que le daba un mínimo de seguridad. Luego ya nada le quedó.

¿Qué hace Dios con esas personas? La Biblia dice que luego la cantidad de harina empezó a aumentar, y que a pesar de que la consumían, tenían cada vez más. Lo mismo ocurría con el aceite. La viuda y su hijo no murieron. Dios no puede abandonar al hombre que al abandonarse a El plenamente, se deshace, él mismo, de las riquezas, y rompe con el sistema de seguridad que destruye su fe. Dios ve maravillado el milagro de la fe humana, y, sobre todo, de esa confiada fe infantil que se manifiesta en la entrega de todo. El hombre que tiene esa fe, está en condiciones de decir: Dios mío, si lo deseas, estoy dispuesto incluso a morir, porque creo que Tú me amas. Esa fe tan profunda genera santos.

Cuando la Madre Teresa de Calcuta, al decidir dedicarse a las personas que se morían frente al templo de Kali, en la citada ciudad India, abandonó el convento de las hermanas loretanas, tenía algunas cosas y un poco de dinero; pero muy pronto lo repartió entre los moribundos. ¿Y luego qué? «Cesando cae la noche queda, en la práctica, solamente decir tina cosa: Dios mío, si lo deseas, estoy incluso dispuesta a morir». En la India, en Calcuta, nadie le ayuda, porque allí se ve a quien muere con una cierta indiferencia. En el contexto del hinduismo, y según la ley del karma, ese estado de cosas se considera, incluso, como algo casi normal. Un fiel del hinduismo te dirá que si te mueres de hambre, eso significa que te lo mereciste. Si te mueres de hambre, a cambio renacerás con una existencia mejor después de la muerte. La Madre Teresa de Calcuta es conciente de que no encontrará a nadie deseoso de ayudarla, pero, al mismo tiempo, tiene fe en que Dios estará siempre junto a ella, y desde entonces solamente se apoyará en El. Una escuela de fe y una escuela de santidad, fueron, para la Madre Teresa de Calcuta, los días y las noches en las que se acostaba con un cansancio terrible, mortal, y con la certidumbre de que al día siguiente tampoco tendría nada, ni para sí, ni para las nuevas candidatas, ni para los muchos moribundos que sin embargo necesitaban ayuda. Nada tenía. En aquella situación, cuando faltaba todo sistema de seguridad humano, nació la Madre Teresa de Calcuta, aquella que es admirada y venerada hoy por el mundo. Es un ser humano que tiene fe, una fe que linda con la locura, un ser que pasó por la dificilísima escuela de conquistar la fe, en situaciones cuando humanamente se carece de apoyos. Cuando se nos desmorona el sistema de seguridad, solamente queda la desesperación, o la fe; una terrible desesperación, o una fe heroica.

Si no hay en ti la locura de la fe, y si no confías hasta el extremo en el loco amor que Dios siente por ti, tu avance por la senda de la fe seguirá produciéndose a paso de tortuga; o incluso retrocederá. A1 edificar tus sistemas de seguridad humanos, impides que crezca tu fe. Tu fe se profundizará, sólo cuando aceptes que Dios sea tu único apoyo y tu única seguridad. El tiene el derecho de exigirte que le entregues todo... todo hasta el total abandono.

Desde el punto de vista de la fe, es bueno que, de vez en cuando, sientas que tus pies no están tan bien afianzados, porque con esa situación está vinculada la gracia. Y es que no puedes apoyarte en nada más que en Dios; no puedes apoyarte ni en sus dones, ni tampoco en los signos de su presencia.

En el periodo de los jueces, en el Antiguo Testamento, se nos describen los tiempos en los que lucharon los filisteos y los israelitas, y, cuando después de una gran derrota, el Arca de la Alianza cayó en manos enemigas. Por el Libro Primero de Samuel, sabernos que por aquel entonces se juntaron los filisteos para luchar contra Israel, y se entabló la lucha en la que los filisteos vencieron a los israelitas, y mataron a cuatro mil de sus hombres. Cuando el ejército israelita volvió al campamento, los ancianos de Israel dijeron: ¿Por qué permitió hoy el Señor que nos derrotaran los filisteos? Vamos a traer de Silo el Arca de la Alianza, para que marche con nosotros, y nos libre de nuestros enemigos. Los israelitas mandaron a buscar a Silo el Arca de la Alianza del Señor Todopoderoso, que tiene su trono sobre los querubines, y la trajeron. La acompañaron también Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí. Y ocurrió que, cuando llegó el Arca de la Alianza al campamento, los israelitas gritaron con tanta alegría que hasta la tierra retumbó. Cuando los filisteos escucharon aquel griterío, dijeron: « (...) ay de nosotros» (cf. 1 S 4, 2-8). Sin embargo, los filisteos atacaron, y derrotaron a los israelitas, los cuales huyeron a su campamento. La matanza que hicieron fue tremenda, ya que de la infantería israelita cayeron treinta mil hombres. También capturaron el Arca del Señor, y mataron a Jofní y a Pinjás, los dos hijos de Elí (cf. 1 S 4,10-11).

Podríamos preguntarnos: ¿por qué los israelitas sufrieron una derrota tan grande? Ellos, al mandar a traer el Arca de la Alianza, que era el símbolo de la presencia de Dios entre ellos, esperando en esto la victoria, demostraron que querían apoyarse en El. ¿Cómo interpretar, entonces, el hecho de que los israelitas, a pesar de aparentemente querer apoyarse en el Señor, sufrieran tan tremenda derrota, y perdieran incluso el Arca, símbolo de la presencia de Dios?

Este texto es muy importante, ya que nos permite entender de una manera más profunda, lo que significa apoyarse únicamente en Dios. El Arca de la Alianza no es Dios, sino únicamente el símbolo de su presencia. Los israelitas osaron hacer una singular manipulación de este símbolo Divino. La época de los Jueces, fue un período más bien oscuro en la historia del pueblo elegido. Sabemos que en la vida de los israelitas había muchas cosas malas, también en el caso de los dos hijos del sumo sacerdote Elí, quienes «eran unos malvados que no conocían a Yahveh» (1 S 2, 12). En este contexto, la Biblia nos expone cómo, aquellos israelitas que no hacían caso a Dios, trataron de hacer una manipulación con el símbolo de la presencia del Señor. Pensaron que después de haber traído el Arca de la Alianza, la victoria iba a ser prácticamente automática. Sin embargo, la fe consiste en apoyarse en Dios mismo, en su poder y en su amor; no en sus dones, ni en los símbolos de su presencia. Ese poder y ese amor, no son susceptibles a la manipulación.

Lo mismo ocurrió en el caso del templo, el cual, para el pueblo elegido, también fue un símbolo especial de la presencia de Dios, y el cual fue destruido. Porque el templo no era lo que debía de servir de apoyo al pueblo elegido. Dios eligió a ese pueblo para que, partiendo de la fe, se apoyara exclusivamente en El.

 

La actitud del abandono

Cristo, que espera que nos abandonemos plenamente a El, nos enseña con su propia vida cómo ha de ser la actitud de ese abandono. El vino a nosotros como un niño, como un bebé que por sí solo nada puede hacer, y depende totalmente de la atención de los adultos. Eso significa que Jesús, desde el momento de llegar al mundo, se encontró, por nosotros, totalmente despojado. ¿Por qué se despojó de semejante manera? Trata de vez en cuando de responderte a esta pregunta.

Si Jesucristo hubiera llegado al mundo con todo su poder, si hubiera liquidado la ocupación romana por la fuerza, y por la fuerza también hubiera impuesto la justicia social; si hubiera eliminado el mal con la fuerza; ¿acaso te sería más fácil entregarte a El? Lo más probable es que le tuvieras miedo, porque el hombre siente temor antela violencia, incluso, cuando se hace uso de ella para el bien, verdadero o aparente. Pero no puedes sentir temor ante un Jesús que llegó hasta nosotros totalmente indefenso, completamente impotente. Si hay en ti algo de temor a Dios, el misterio de Belén te recuerda que no debes tenerle miedo. El se humilló, se despojó tanto de sus atributos, y se mostró de una manera tan indefensa, que te permite adherirte con más facilidad a El, y abandonarte en El. De esa manera, E1 manifestó su amor llevado hasta la locura. Cristo, despojado y pobre, quiere ir delante de nosotros, por la senda que nos conduce a la pérdida de nuestros propios sistemas de seguridad. Para nosotros, esa pérdida, ese ser despojados de manera auténtica, es el camino que nos permite seguir las huellas de Jesús.

Dios, cuando quiso hacer a Abraham padre de nuestra fe, tuvo que desarraigarlo. Abraham tuvo que convertirse en un peregrino, que parecía moverse en las tinieblas, porque no sabía hacia donde iba. A1 dejar su país y su hogar, se convirtió en un ser despojado, en un ser que solamente tenía a Dios. Por eso tenía que contar siempre con Dios, y dirigirse siempre a El. La independencia de los propios sistemas de seguridad, se consigue en el desierto, es ahí donde el hombre es despojado de lo que tiene.

Aquello que tratas de utilizar como apoyo, tus sistemas de seguridad humanos, en el Evangelio tienen el nombre de «riquezas,». Puedes creer en ellas, y puedes hacer tus

planes basándote en ellas, pero ellas no son el verdadero Dios. El Señor quiere preservarte de una falsa fe, y por eso está tan interesado en que rechaces a tus falsos dioses. Todo aquello en lo que ciframos nuestras esperanzas se convierte en dios, y si tú cifras tus esperanzas en un dios falso, tus esperanzas resultan ser absurdas. La persona que tiene un dios falso carece de fe o la tiene muy débil, casi inexistente. Si en tu vida hay un dios falso, al que sirves y en el que te apoyas, por fuerza experimentarás la amargura y la desilusión, porque ese falso señor, al que te entregas y en el que cifras tus esperanzas, tarde o temprano, te defraudará, y entonces, en tu sistema de valores, algo se desmoronará.

Cristo, al decir que no se puede servir a dos señores, desarrolla la idea utilizando imágenes simbólicas con las que nos enseña cómo debemos confiar, y cómo debemos conquistar este pleno abandono en E1, como verdadero Señor. En el Sermón de la Montaña nos habla sobre los lirios del campo, los cuales se caracterizan por una maravillosa belleza, pero también por una vida muy corta, de apenas un día. Es sorprendente que Dios creara una flor de tan corta vida, y de tan espléndida belleza, de una belleza tan grande, que el propio Jesús dijo que era mayor que la más grande de las glorias de Salomón. Cuánta atención les presta Dios para que tengan tan deslumbrante belleza. Esas flores son propiedad del Señor, como tú mismo lo eres. Más adelante, al hablar de las aves que no se preocupan, Jesús nos exhorta a la conversión, nos exhorta a que nos libremos de las tensiones humanas, de las aflicciones y de las preocupaciones excesivas. Hemos de ser como los lirios del campo y como las aves del cielo, que El, el Señor verdadero, ama; y de las cuales El mismo se preocupa.

El ruego contenido en el Padre Nuestro que dice: <Danos hoy el pan de cada día», es un llamado a la profundización de nuestra fe, para que Dios se convierta en nuestro único apoyo. Aquí encontramos una alusión directa a aquella situación que se produjo en el desierto, durante el paso del pueblo elegido hacia la tierra prometida. Es sabido que el desierto genera situaciones difíciles. Por esa razón se producían sublevaciones y había desobediencia. Pero el Señor ardió de amor celoso, según dice la Biblia, y se compadeció de su pueblo pecador que murmuraba, y les envió a diario maná del cielo. En los períodos de desierto, afloran en el hombre el egoísmo, la desconfianza y el deseo de crearse sistemas de seguridad; que suelen estar ocultos en lo más profundo de su ser. En el pueblo elegido, durante su permanencia en el desierto, se puso al descubierto la falta de confianza en Dios, a pesar de los milagros que se producían ante sus ojos. Se puso de manifiesto también su codicia, que se expresó en el anhelo de acumular la mayor cantidad posible de maná, aún cuando Moisés les dijo en nombre del Señor: «solamente podréis recoger maná para el día de hoy». Muchos no hacían caso a Moisés, y seguían recogiendo todo el maná que podían. Entonces, se producía la continuación del milagro, aunque en otra dimensión: el maná recogido por encima de las necesidades del día, como sistema de seguridad para el día siguiente, el maná que no habrían de acumular, aparecía al otro día podrido o comido por los gusanos. El pueblo elegido no debía asegurarse del mañana de una manera típicamente humana, es decir, mediante la acumulación de reservas, puesto que Dios lo llevó al desierto precisamente para despojarlo de lo que tenía.

«Danos hoy nuestro pan de cada día». Danos hoy, para hoy, y no para mañana, ni para todo el mes. Somos una propiedad duradera, y Tú te preocupas de tu propiedad. El Señor tuvo que luchar en el desierto contra el egoísmo humano, que hacía que el pueblo elegido no quisiera abandonarse en el Señor, ni siquiera por ser testigo de un milagro. Tuvo que luchar por la fe de su pueblo.

La madurez de la fe es la disposición a entregar al Señor todo lo que El nos da, es un total abandono de nosotros mismos en El. No debemos apegarnos a nada, ni a los dones espirituales, ni tampoco a la Sagrada Comunión. Hay una sola cosa ala que podemos apegarnos, y al hacerlo no cometemos una apropiación: La voluntad de Dios. Fuera de la voluntad de Dios, todo lo demás son dones y medios que nos sirven para alcanzar nuestro objetivo, y no el objetivo en sí. Si nos apropiamos de algo, Dios se ve forzado a destruir ese don que hemos robado, o, al hacernos sufrir, nos demostrará que solos nada podemos, que somos impotentes, que de El es todo, y que es El quien nos dona todo lo que somos y tenemos.

No tenemos nada de nosotros mismos, todo es don, todo lo recibimos de Dios. Y lo recibimos como medio para cumplir la voluntad de Dios. Tenemos el riesgo de apropiarnos de los dones de Dios, lo cual sería un robo espiritual, porque lo que es propiedad de Dios lo consideraríamos nuestro. Por eso Dios, que ama la verdad, luchará para que todo el mundo tenga la correcta visión de las cosas, es decir, que todo es su propiedad. Y por tanto, que todo lo que tenemos proviene de El. Si nos apropiamos de algo, realizando el robo espiritual, esto ocasiona que aquello que robamos nos esclavice. Dios luchará por librarnos de esa esclavitud.

Un avaro, por ejemplo, se apropia del dinero que es propiedad de Dios. Entonces, Dios, por el amor que le tiene, querrá librarlo de ese cautiverio. ¿,De qué manera? Puesto que el avaro por sí mismo difícilmente renunciaría al dinero, sería más fácil que renuncie a él cuando lo haya perdido, entonces, el Señor, podría permitir que le fuera robado. Y así, aquel robo sería una gracia, sería una oportunidad de alcanzar la libertad. Sin embargo, el hecho de perder e1 dinero, no significa que aquel hombre recupere automáticamente su libertad. Sería más fácil desapegarse de un don cuando Dios nos lo quita, que tratar de desapegarnos de él, pero también, como en el caso del avaro, es necesario aceptar este despojamiento como una gracia, pues de no ser así, la persona se cerraría a la gracia, y caería en la desesperación y en la rebeldía tratando por todos los medios de recuperar el don perdido. Puede querer volver a recuperar el dinero, y volverse a apegar a él. En los hospitales psiquiátricos hay mucha gente internada por haber perdido los dones temporales.

Cuando un don no es tomado como un medio para hacer la voluntad de Dios, y se toma como un fin en sí mismo, su pérdida llega, incluso, a provocar intentos de suicido. Esto significa que Dios no tolera la absolutización de ninguno de sus dones, es decir, hacer ídolos de ellos. Por ejemplo, si una mujer soltera toma como valor absoluto al matrimonio, si no llega a casarse, puede querer suicidarse al perder el fin hacia el cual estaba orientada toda su vida. Si un don divino se toma como fin, se convierte en el sentido de la vida. Para esta mujer, entonces, la vida perdió el sentido. Por eso, Dios, tarde o temprano, debe derrocar todos nuestros ídolos.

Asimismo, Dios puede actuar de otra manera ante la apropiación de sus dones y la esclavitud generada por ella. Esta es a través de las pruebas del sufrimiento. El don ídolo se convierte en fuente de sufrimiento, de manera que no nos atraiga más, sino al contrario, lo rechacemos. Dios mismo es quien permite que ese don produzca amargura, y ante este sufrimiento nos hace impotentes. El espera que al fin nosotros reconozcamos que esto era un don, y que Él quiere preocuparse de todas nuestras cosas.

El gesto de fe de las manos vacías de San Leopoldo Mandic, era extraordinariamente elocuente. Ese gesto de las manos vacías dirigidas hacia Dios, en el que se expresa que no ha sido apropiado ni un solo don, es un gesto de una fe tan extraordinaria, que hacía milagros en su confesionario gracias a esa pobreza espiritual.

Nuestro gesto de las manos vacías puede ser dirigido a Dios, no solamente en los asuntos espirituales, como ocurrió en el caso de San Leopoldo Mandic; nuestro gesto de las manos vacías, que refleja una actitud de que todo lo esperamos de Dios, también debe acompañarnos en todos los asuntos de la vida: en el trabajo profesional, en la educación de los hijos, en la acción que ejercemos sobre otros y en la oración. E1 gesto de las manos vacías también debe acompañarnos en la espera del mayor de los dones de Dios, que es El mismo, es decir, el Amor que abarca nuestro ser, y en el que estamos sumergidos.

 

Abandono en Dios

El apoyo en Dios, como una manifestación de la confianza en El, no será plenamente puro si no adquiere las forma de abandono en Dios. Porque tú puedes confiar en El, pero esperando que cumpla tu voluntad: «Dios mío, confío en que harás mi voluntad». Esa es una continuación de la egoísta búsqueda de uno mismo. El apoyarse en Dios, tiene que convertirse en abandonarse en El.

Señor, que sea como Tú quieras, porque Tú me amas, y sabes mejor que nadie lo que me hace falta y lo que hace falta a aquellos que yo amo y por los que imploro. En la vida interior y en nuestro acercamiento a Dios, la confianza ha de irse convirtiendo en un total abandono.

Santa Teresa del Niño Jesús y su hermana Celina, hacían barquitos de papel en los que escribían: «abandonarse en Dios», y echaban los barquitos al agua. Esa era una forma de rezar que tenían Teresa y Celina; hay aguas, hay olas de la vida por las que Dios debe conducirlas, y ellas han de abandonarse en su amor.

La teología de la vida interior dice que el hombre consigue la paz interior solamente al abandonarse en Dios. Mientras no intentes abandonarte en el Señor, conocerás la inquietud, y tu corazón se sentirá atribulado, como una mariposa junto a la llama, llena de temor, problemas y preocupación. No hay otro camino para alcanzar la paz, que un pleno abandono a la voluntad de El, es decir, a su amor.

Cristo le dijo a Santa Gertrudis cuando rezaba por la salud de una amiga: «Me molestas, Gertrudis, al rogar por su salud, porque su enfermedad es una gran gracia, y ella se somete a Mi voluntad y rápidamente se santifica». La palabra abandonarse, escrita por Santa Teresa de Lisieux y Celina en los barquitos de papel, tiene una gran profundidad. Significa el abandono de los planes y visiones propios, significa el abandono de todo para poder entregarse plenamente al Señor. Nosotros estamos siempre llenos de planes y visiones propios, mientras que la voluntad y los planes de Dios, con frecuencia son distintos. Pero, cuando Dios frustra nuestros planes, se trata de una frustración bendita, porque está hecha por el Amor, que siempre busca nuestro bien.

En nuestra intención de abandonarnos en Dios, puede ser un obstáculo muy serio la deformada imagen que tengamos de El. Esa deformación puede consistir en que Dios seca para ti un Juez y sientas miedo de El. Es horrible sentir miedo de Dios, sentir miedo de Aquel que es el Amor. Es posible que temas abandonarte en El, porque sientas temor ante lo que pueda hacer contigo. Pero debes recordar que ese temor consiente ante Dios, hiere profundamente su corazón. Otra cosa es el temor instintivo, el que nace por si solo, es decir espontáneamente, y que realmente escapa a nuestro control. Sin embargo, cuando concientemente admites tener miedo ante Dios estás cometiendo una gran infidelidad. Si sientes miedo de Dios, de la gente y del mundo, entonces no puedes confiarte, y no puedes tener fe en ser sumergido en el amor de Dios.

Santa Teresa de Lisieux dijo brevemente: «Hay que ser como un niño y no preocuparse de nada». Esa sola frase comprende todo un programa. Abandonarse al Señor significa no preocuparse de nada, porque El te ama y se preocupará de todo. Solamente entonces empezará a llegar la paz verdadera hasta nuestra alma, hasta nuestro corazón.

No podemos deshacernos de los peligros que generan temor, pero es muy importante eliminar ese temor con un acto consiente de abandono en el Señor.

Cuando San Pablo pidió a Jesús que eliminara alguna gran dificultad de su vida, algo que frustraba sus planes, Jesucristo le respondió: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (II Cor 12, 9). Santa Teresa añadió en su comentario: La confianza y la fe se perfeccionan entre los temores. Eso significa que tu temor desempeña un gran papel en la economía de Dios. Es necesario para provocar en ti actos de fe. El temor es una prueba para la fe, y por esa razón Dios permite que exista, para que crezcas en la fe. La confianza y la fe se perfeccionan entre los temores.

El temor puede ser un agente generador de enfermedades, y hay mucha gente que efectivamente sufre esos efectos. El temor suele ser una de las causas de las neurosis y de las psicosis. Pero también puede ser el punto de partida de un gran abandono. Todo depende de ti. El temor es un reto para ti. ¿Qué tratamiento le darás? ¿Aceptarás estar abrumado bajo su peso? ¿Optarás por hacer actos de abandono en Aquél que es el Poder ilimitado y el Amor infinito? Todo sigue estando dentro de nuestra propia decisión. En la esfera de los sentimientos no podemos deshacernos de los temores, o, al menos, no siempre. No se trata de eliminar el temor, sino de profundizar en la fe, lo demás es añadidura. Pero en la esfera espiritual, por la fe, podemos separar el temor del abandono en Dios. Así, el temor puede ser un factor que profundice nuestra fe, como sucede con todas las tentaciones.

A Santa Margarita María Alacoque, gran apóstol del Corazón de Jesús, el Señor le dijo con gran ardor: "Permíteme actuar". El cristianismo es la religión de la gracia, la religión que nos orienta a permitir la actuación de Cristo. Para ir abriéndonos cada vez más a esa actuación, debemos tratar de tener una apertura tal, que permita a Cristo vivir en nosotros plenamente. Entonces, El podrá crear en ti su obra maestra, como lo hizo en María, que vivió con la fe, con la confianza y con el total abandono en el Señor.

La regla básica de la actuación de Dios es que Él no quiere imponer nada. Si las puertas de tu corazón permanecen cerradas, El no tratará de forzarlas. «Jesús lo hará todo por mí -escribió Santa Margarita María- si le permito que actúe en mi. En mí amará, deseará y complementará todas mis deficiencias». El abandonarse en Dios es la forma suprema de la confianza y del apoyo en el Señor. «Nada más desearé -decía Santa Teresa del Niño Jesús ni la muerte, ni los sufrimientos, pero los amo, porque el amor en sí es para mí el más fuerte imán. Mi guía es abandonarme ala voluntad de Dios, y no existe ninguna otra brújula. En mi corazón solamente hay sitio para lo que desea Jesús. Mi alma está en paz, y nada puede alterar esa calma. Deseo únicamente lo que El quiere». Santa Teresa reconoce que necesitó bastante tiempo para alcanzar aquel estado de abandono en la voluntad del Señor: «Pero al fin lo conseguí. Dios me ha dominado y me ha puesto donde estoy». Su total abandono en Dios y su aceptación de todo como voluntad del Señor, quedaron demostradas con su extraordinaria confesión: «Amo todo lo que me envías».

 

El amor celoso de Dios

Dios ardió con un amor celoso por ti. Ardió con un amor celoso, significa que quiere ser para ti el único Señor, el único amor. Nos llama a la conversión que siempre tiene dos elementos: convertirnos «de» y convertirnos «a». Hemos de dar la espalda a todo lo que nos aleja del único Señor, del que somos propiedad exclusiva. Hemos de dar la espalda a las fuerzas del egoísmo que nacen en el fondo de nuestra psiquis, y que buscan la seguridad. Si tú te creaste un sistema de seguridad, pero Dios luego hizo que tu «maná» se pudriera, no olvides que El lo hizo por amor. Dios te despoja de aquello que te hace cautivo y que te resta fe en su amor. Porque E1 es el único Señor, tuyo y de tu «maná», es decir, de tu pan de cada día, de tu existencia. De E1 depende todo. El, independientemente de tu reconocimiento, seguirá siendo el único Señor, pero el Señor que ama. El no quiere que te pierdas en el reino de un falso dios, porque ese reino te destruye. Eres propiedad de El con todo lo que posees, con tu cuerpo y tu alma; con tu trabajo, que también de El depende; con tu vivienda que es su propiedad; y con tus hijos, que le pertenecen como tu tiempo, a pesar de que a veces se lo regateas como un avaro, siendo que todo tu tiempo también le pertenece.

El Evangelio dice que no se puede servir a dos señores. «Servir», en griego, significa servir como lo hace un esclavo en relación con su amo. En tiempos de la esclavitud, un esclavo no tenía tiempo para sí, era el amo quien disponía de su tiempo totalmente. A Dios hay que dárselo todo, hay que saber devolverle lo que. es de El, y ese es el programa de nuestra conversión. También hay que aceptar su amor celoso, aceptarlo a El como único Valor y único Amor. En las palabras «amor celoso» está plasmada toda la profundidad del amor de Dios, porque se trata de un amor celoso no para sí, sino para ti; celoso para que no te pierdas al ponerte al servicio de un falso dios.

Un hombre que alcanza la unión con Dios y llega hasta la santidad, es un hombre que recibió a Cristo hasta el fin como único amor. Hay dos categorías de personas creyentes: aquéllas que acumulan méritos, y aquéllas que simplemente tratan de amar. Y amar no solamente significa dar, sino en un mayor grado recibir, recibir el amor de la otra persona. Amar a Dios significa recibir su amor, su celoso amor por ti, un amor celoso y lleno de locura, que desea protegerte de todo lo que puede ser un peligro para tu libertad y tu fe.

El Señor ardió con un amor celoso por ti. Ese amor es el tormento de Dios, es el hambre que Dios siente por ti, que eres su hijo, su propiedad. El luchará por ti. Su celoso amor a veces será difícil, porque tú a veces te escaparás de entre sus manos, e irás hacia el abismo, con frecuencia sin saberlo. Y a veces Dios tendrá que sacudirte, tendrá que darte gracias «difíciles», pero lo hará para salvarte, para que al fin te abandones a El; al amor celoso de Dios.