Reflexiones sobre Ecclesia de Trinitate
Autor: Jorge Salinas
Capítulo 9: La verdad completa (Jn 16, 13)
1. La fe de los discípulos de Jesús en los discursos
de despedida
2. La Revelación de Dios en Cristo está incompleta sin el Misterio Pascual
3. El escándalo de la Cruz inesperado para los discípulos
4. El magisterio del Resucitado
5. El magisterio del Espíritu Santo
6. En qué sentido se da un progreso en la fe de la Iglesia
7. Revelación pública, revelaciones privadas y la Parusía del Señor
La fe de los discípulos de Jesús en los discursos de despedida
La expresión “peregrinación de la fe” aparece en diversos documentos de Juan
Pablo II. Con ella se sugiere que el don de la fe es concedido por Dios de un
modo gradual, dentro de un despliegue de tiempo y circunstancias. Y esto no sólo
a las personas singulares, sino a colectividades enteras como lo fue el pueblo
de la primera Alianza y posteriormente la Iglesia. Quizá Abraham sea el
prototipo de “itinerante de la fe” porque su vida transcurrió en medio de
grandes desplazamientos de lugar y con cambios determinantes de ocupación
siempre al compás de nuevas requisitorias divinas. Dios no le reveló de una vez
por todas lo que quería de él, sino que le mostró gradualmente una secuencia de
etapas condicionando –por decirlo de algún modo- la revelación (mandato y
promesas) de cada etapa a la obediencia de Abraham en la etapa anterior. La
peregrinación en la fe va siempre precedida y acompañada por una peregrinación
de respuestas, por una especie de “peregrinación en la obediencia de la fe”.
El capítulo 11 de Hebreos pone ante la comunidad hebrea destinataria de la Carta
una “nube de testigos que nos envuelven”. Los ejemplos de fe citados por el
autor son verdaderos itinerantes de la fe, que “creyendo contra toda esperanza”
antepusieron todo (incluso la vida terrena) a la iniciativa divina. Sin embargo
“aunque todos recibieron alabanza por su fe, no obtuvieron sin embargo la
promesa”(v. 39). Sus itinerarios de la fe no quedaron por ello truncados. En su
caminar terreno recorrieron parcialmente un camino que conduce a Cristo. Los
frutos de esa heroica obediencia de la fe de los justos del Antiguo Testamento
los reciben los cristianos de la primera hora. También se da un enriquecimiento
de los justos del AT desde la Iglesia: “Dios había dispuesto providentemente
algo mejor en favor nuestro, de forma que ellos no llegarán a la perfección sin
nosotros” (v. 40). Una vez situados en la Nueva Alianza no considera el autor,
sin embargo, concluida la peregrinación de la fe. Estamos en una nueva etapa en
la que la fe tiene que sufrir nuevas pruebas, madurar, crecer, en cada cristiano
y en la comunidad entera; por ello, sigue siendo un itinerario, una
peregrinación: “Por consiguiente, también nosotros, que estamos rodeados de una
nube tan grande de testigos, sacudámonos todo lastre y el pecado que nos asedia,
y continuemos corriendo con perseverancia la carrera emprendida” (Hb 12, 1).
La misma Carta nos da una clave para entender más la naturaleza de esa
peregrinación que tiene un punto de arranque y una meta que nos transciende
totalmente. Dios no quiere para los hombres un deambular indefinido ni en sus
vidas individuales ni en el conjunto de la familia humana. Por atractiva que
pueda aparecer la idea de un laberinto inacabable (idea presente en
manifestaciones literarias de nuestra época) no deja de ser una seducción
perversa. Dios tiene un proyecto para el hombre que se llama Cristo y todo está
conspirado de un modo no controlado por nosotros para que todo hombre se
encuentre movido por Alguien a buscar a Alguien. Con la certeza cristiana, el
principio y la meta de esa peregrinación, ha dejado de ser enigmática. El lema
es sencillo: “fijos los ojos en Jesús, iniciador y consumador de la fe” (Hb 12,
2). El Espíritu Santo inicia en cada conciencia ese itinerario y apoyándose en
la respuesta libre ayuda a proseguirlo. El conductor inmediato de ese recorrido
es el Espíritu quien “no habla de sí” sino sólo de Cristo “de quien ha recibido
todo”. Sin embargo, no decimos que sea el Paráclito el “autor y el consumador de
la fe”. El autor de la de la fe es Cristo mismo, quien actúa “mediante” su
Espíritu. El “consumador de la fe” es Cristo mismo contemplado en la “gloria del
Padre”, aunque el “explicador” de esa Palabra completa sea el Espíritu.
Los discípulos del Señor aparecen en los Evangelios como moviéndose en las
primeras etapas de la “peregrinación de la fe”. En los Sinópticos destaca como
una primera cima la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,18), fórmula que encierra de un modo completo la
identificación personal de Jesús frente a otras fórmulas insuficientes. Sin
embargo, casi a renglón seguido, queda patente la total oscuridad del apóstol
frente al núcleo del misterio totalmente desplegado de Cristo: Desde entonces
comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y
padecer mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de
los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día. Pedro, tomándolo aparte,
se puso a reprenderle diciendo: Lejos de ti, Señor; de ningún modo te ocurrirá
eso. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Apártate de mí, Satanás! Eres
escándalo para mí, pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.(Mt
16, 21-23). Marcos presenta esa misma incapacidad en los apóstoles testigos de
la transfiguración del Señor: Mientras bajaban del monte les ordenó que a nadie
contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre
los muertos. Ellos retuvieron estas palabras, discutiendo entre sí qué era lo de
resucitar de entre los muertos (Mc 9, 10-11).
Se puede afirmar que una de las intenciones más claras en la teología narrativa
de los Sinópticos es la de mostrar cuán lejos estaban los discípulos del Señor
de sospechar el curso completo del drama glorioso de Cristo. Resulta patente en
la secuencia narrativa de los hechos que el sentido nuclear de la Escritura no
había sido entendido por los propios discípulos y por ello estaban incapacitados
para entender nociones clave como Reino, Rey, Ungido. El contraste entre las
expectativas prepascuales y la experiencia pascual está fuertemente subrayado en
todo el texto sagrado. El reproche de Jesús a los discípulos
de Emaús vale para todos: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que
anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y
así entrara en su gloria? (Lc 24, 25-26).
Es más, puede afirmarse que la conversión o el rechazo del Evangelio por parte
del pueblo judío radica en este punto: entender con la luz del Espíritu todo lo
que la Escritura dice del Mesías o no entenderlo, creerlo realizado por la
predicación apostólica o no creerlo. Hay una generación entera judeo-cristiana
que argumenta con sus hermanos de raza en la sinagoga con textos sagrados en la
mano. La incredulidad de la mayoría de los judíos ante esta palabra apostólica
la describe así Pablo: Sus inteligencias se embotaron. En efecto, hasta el día
de hoy perdura en la lectura del Antiguo Testamento ese mismo velo, sin
descorrerlo, porque sólo en Cristo desaparece; verdaderamente, hasta hoy,
siempre que se lee a Moisés, está puesto un velo sobre sus corazones; pero
cuando se conviertan al Señor, será quitado el velo. (2 Co 3, 13-16). Este
embotamiento conecta con un embotamiento previo: Los habitantes de Jerusalén y
sus jefes le ignoraron (a Cristo) y, al condenarle, cumplieron las palabras de
los profetas que se leen cada sábado. (Hechos, 13, 27).
Los discípulos del Señor antes de su Pasión se encontraban en una fase muy
imperfecta en su “peregrinación de la fe”. El mismo Jesús les dice durante la
última cena: Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis
sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará
hacia la verdad completa, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo
que oiga y os anunciará lo que ha de venir. (Jn 16, 12-13). Sólo después, con la
luz pentecostal, son capaces de recordar al menos 14 ocasiones en las que Jesús
preanunció su destino pactado con el Padre.
2. La Revelación de Dios en Cristo está incompleta sin el Misterio Pascual
El “itinerario de la fe” de los discípulos de Jesús no sólo está incompleto en
su recorrido sino que necesitará modificaciones muy profundas en su trazado.
Como siempre será el Señor, autor y consumador de la fe, quien se haga entender
mediante la mediación de su Espíritu. Además del testimonio de los Sinópticos,
Juan también sitúa antes de la muerte de Cristo una confesión de fe por boca de
Marta que expresa la verdad completa acerca de la divinidad de Cristo: Sí,
Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a
este mundo. (Jn 11, 27). Conocían en la oscuridad de una fe incipiente su origen
divino pero no alcanzaban a vislumbrar la verdadera naturaleza de su misión. Si
Jesús les dice en la última cena que el Espíritu les conducirá “hacia la verdad
completa” debemos preguntarnos ¿qué falta en la verdad ya conocida por los
discípulos? H. von Baltasar dice en este punto: “La Palabra encarnada de Dios
sólo se puede explicar en su totalidad (“la verdad completa”) cuando se dice
hasta el final: en su muerte y en su resurrección”[1].
Antes de la Pascua no había Dios pronunciado su Palabra hecha carne en toda su
totalidad. Sabemos, ciertamente, que la Palabra es dicha por el Padre en la
eternidad al margen de la creación del mundo. No existe el tiempo en la
generación eterna del Verbo; pero cuando nos referimos a la Palabra hecha carne,
entonces sí que existe el tiempo y la historia.
Con la Encarnación la eternidad entró en el tiempo (cfr. Novo millennio
adveniente) y la Palabra es dicha por el Padre en un modo extendido en el tiempo
humano. Me parece genial la intuición de San Juan de la Cruz cuando habla de un
balbuceo preliminar, de una dicción completa y de un silencio posterior en el
proceso histórico de la Revelación divina: “Porque en darnos, como nos dio, a su
Hijo -que es una Palabra suya, que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de
una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”.[2]
La obra de Cristo, en cumplimiento de la misión del Padre, no estaba completa en
el momento del discurso de despedida narrado por Juan; faltaba lo más
importante, el mysterium crucis y el mysterium gloriae. Las palabras de Jesús
“muchas otras cosas tengo aún que deciros” (Jn 16, 12) indican un futuro
inimaginable para los discípulos. Podríamos distinguir, al menos, tres niveles
de sentido:
a) el Señor podría referirse a sus enseñanzas orales, que van a ser
interrumpidas bruscamente con el prendimiento en Gethsemaní. En ese nivel de
locución verbal, el Señor dijo lo más importante en el “espacio de cuarenta
días” que median entre su Resurrección su Ascensión a los cielos durante los
cuales se presentó vivo a sus discípulos “hablándoles de las cosas referentes al
Reino de Dios” (Hechos, 1, 3). Podría Jesús referirse a esos cuarenta días,
entonces futuros, en los cuales cumpliría el anuncio de “muchas otras cosas
tengo aún que deciros”.
b) Jesús podría referirse a un lenguaje que excede a la locución verbal y que
abarca la totalidad de la persona en su comportamiento. La Pasión y la Muerte de
Cristo es una especie de “superlenguaje silencioso” [3] en el que está dicha la
oblación redentora de Cristo y su consiguiente entrada en la gloria. El Misterio
Pascual de Cristo no es un corolario a su paso por la tierra sino más bien la
culminación y lo que da sentido pleno a la Encarnación del Verbo. Desde esta
perspectiva al Señor no le faltaban simplemente “otras cosas que decir”, sino
que le faltaba “decir lo esencial”, usando palabras de Juan Pablo II, “el
contenido central del Evangelio que es la palabra de la cruz , el escándalo de
la cruz” [4]. Lo que faltaba para “la verdad completa” era la muerte y
resurrección de Cristo que todavía no había acontecido cuando Jesús dijo esas
palabras. “Sólo Jesús es el Evento de Dios par el hombre. No de palabra,
predicándonos un Evangelio maravilloso, sino bebiendo el cáliz de nuestra
muerte. No haciéndonos el bien a distancia, para volvernos aún más
irresponsables, sino ofreciéndonos libremente a compartir su vida incorruptible,
desde ahora...si aceptamos. Nosotros mismos, entrar en su muerte por amor, la
única que destruye nuestra muerte. Jesús vencedor de la muerte con su muerte y
que nos da su Vida: he aquí el único Acontecimiento de la historia, su Cruz y su
Resurrección. No dos acontecimientos, sino dos momentos del mismo misterio”
(Jean Corbon)[5]
c) También podría el Señor referirse a su magisterio permanente en el seno de la
Iglesia mediante el Espíritu de Verdad : Él me glorificará porque recibirá de lo
mío y os lo dará a conocer (Jn 16, 15). Cristo es el Maestro como Cabeza de la
Iglesia, de un modo correlativo a como es Sacerdote y Rey.
Ninguno de estos posibles sentidos de las palabras de Jesús “muchas otras cosas
tengo aún que deciros” es excluyente respecto a los otros dos e, indudablemente,
no agotan juntos la intención que el Señor puso en sus palabras.
3. El escándalo de la Cruz inesperado para los discípulos
El “escándalo de la cruz” (Ga 5, 11) fue el mayor obstáculo para el pueblo judío
frente a Jesús. La misma palabra scándalon significa una piedra puesta en medio
del camino, con la cual se tropieza. Para los mismos discípulos de Jesús la
Pasón y Muerte de Cristo fue un velo oscuro que anulaba su expectativas humanas.
Precísamente en vísperas de su muerte, Jesús previene a sus discípulos ante una
prueba que avecina y para la que no están preparados. Será tarea del Espíritu
llevarle a entender a posteriori lo que ahora no podían entender a priori. El
Papa señala un sentido cierto en Jn 16, 13: Este "guiar hasta la verdad
completa", con referencia a lo que dice a los apóstoles "pero ahora no podéis
con ello", está necesariamente relacionado con el anonadamiento de Cristo por
medio de la pasión y muerte de Cruz, que entonces, cuando pronunciaba estas
palabras, era inminente.[6] De un modo expreso Jesús pronuncia estas palabras en
la Última Cena: “todos os escandalizaréis esta noche por mi causa” (Mt 26, 31;
cf Mc 14, 27).
Los responsables religiosos de Israel ya habían rechazado a Jesús como el
Enviado de Dios. Una colección de epítetos que descalifican a Jesús aparecen en
el transcurso de los Evangelios: trastornado, endemoniado, blasfemo, comedor y
bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores, embaucador, seductor, etc.
Jesús demuestra una conciencia serena y sabedora del futuro cuando advierte a
los fariseos que están cumpliendo lo dicho en Sal 118, 22: ¿No habéis leído esta
Escritura?: La piedra que rechazaron los constructores, ésta ha llegado a ser
piedra angular. (Mc 12, 10; cfr. Mt 21, 42; Lc 20, 17). Los discípulos conocen
el horizonte oscuro y amenazador que se cierne sobre el Maestro en su último
viaje a Jerusalén, pero el domingo de Ramos supuso un apoyo popular evidente y
tal vez imaginaron un cambio de tornas que resolvería los acontecimientos de un
modo triunfante para Jesús. ¿Acaso no hay un eco de esas expectativas
maravillosas en las palabras del discípulo de Emaús: nosotros esperábamos que él
sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han
pasado estas cosas. (Lc 24, 21).
Sólo Jesús vivió en toda su profundidad el mysterium crucis en el que se
sumergió de un modo consciente, voluntario, amoroso. [7] En la Carta Novo
millennio ineunte el Papa aporta una cierta novedad y frescor en la
contemplación del rostro de Cristo doliente que nos lleva “a acercarnos al
aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de
la Cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en
adoración”. Merece la pena releer ese punto de la Carta citada.[8]
Estrechamente unida a Cristo en la Cruz, María vivió su “noche oscura del” alma,
madurando en su “peregrinación de la fe”: El será grande... el Señor Dios le
dará el trono de David, su padre... reinará sobre la casa de Jacob por los
siglos y su reino no tendrá fin" (Lc. 1, 32-33).Y he aquí que, estando junto a
la cruz, María es testigo, humanamente hablando, de un completo desmentido de
estas palabras. Su Hijo agoniza sobre aquel madero como un condenado.
"Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores... despreciable y no le
tuvimos en cuenta": casi anonadado (cf. Is. 53, 35). ¡Cuán grande, cuán heroica
en esos momentos la obediencia de la fe demostrada por María ante los
"insondables designios" de Dios! ¡Cómo se "abandona en Dios" sin reservas,
"prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad"39 a aquel,
cuyos"caminos son inescrutables"! (cf. Rom. 11, 33). Y a la vez ¡cuán poderosa
es la acción de la gracia en su alma, cuán penetrante es la influencia del
Espíritu Santo, de su luz y de su fuerza![9]
Los Apóstoles abandonan al Señor en su prendimiento, dominados por el miedo:
entonces todos los discípulos, abandonándole, huyeron. (Mt 26, 56).[10] Las
santas mujeres, movidas por el amor a Jesús, perseveraron en su compañía durante
las horas de la agonía y allí estará también Juan junto a María. Fueron mujeres
las primeras que acudieron al sepulcro para terminar de embalsamar el cuerpo del
Señor. Nicodemo y José de Arimatea dieron muestra de valentía y de lealtad
pública ante Jesús depreciado. En aquellas horas de eclipse total para la fe
incompleta de lo discípulos destaca la fe del buen ladrón (Lc 23,42) y la
confesión del centurión romano cuando Jesús expira (Mt 27, 54).
El estado de aturdimiento y de postración en que quedaron los discípulos de
Jesús perduró durante varios días, incluso después de la resurrección de Cristo.
4. El magisterio del Resucitado
Los discípulos tuvieron que ser conducidos por Cristo resucitado Spiritu Sancto
cooperante a una comprensión de lo ocurrido mediante una especie de
retroiluminación de toda la experiencia anterior. Los discípulos tuvieron que
revisionarlo todo desde el bautismo del Señor en el Jordán hasta su muerte en la
cruz. Todo debió ser, en sus memorias y en sus inteligencias, como un “replay”
extraordinario en el cual las escenas no se repetían del mismo modo sino
profundamente modificadas en su colorido, en sus dimensiones y en su secuencia.
Los cuatro Cantos del Siervo de Yahvé (junto con otros pasajes de la Escritura)
alcanzaron una transparencia desconocida hasta entonces. Los discípulos de Emaús
vivieron esa experiencia durante el viaje, cuando Jesús comenzando por Moisés y
por todos los Profetas les interpretaba en todas las Escrituras lo que se
refería a él. (Lc 24, 27). Aquel mismo día se volvió a dar a misma situación,
pero esta vez con todos los apóstoles: Esto es lo que os decía cuando aún estaba
con vosotros: es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de
Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Entonces les abrió el
entendimiento para que comprendiesen las Escrituras. (Lc 24, 44-45).
El análisis de los relatos pospascuales indican, además, entre otros datos, los
siguientes:
a) No hay una simultaneidad en el “itinerario de la fe” para todos los
discípulos. Por ejemplo, las santas mujeres preceden a los apóstoles, van más
deprisa. Entre los apóstoles, Tomás es más rezagado que sus compañeros, al menos
en la primera semana desde la Resurrección de Cristo. En algunos momentos Juan
se adelanta a Pedro (en el sepulcro, a orillas del mar de Galilea). Muy
destacada respecten al resto de la comunidad cristiana va siempre María. El Papa
señala ese carácter de adelantada que siempre tuvo María: La madre de Cristo,
que estuvo presente en el comienzo del "tiempo de la Iglesia", cuando a la
espera del Espíritu Santo rezaba asiduamente con los apóstoles y los discípulos
de su Hijo, "precede" constantemente a la Iglesia en este camino suyo a través
de la historia de la humanidad.[11]
b) La “peregrinación de la fe” sólo termina con la visión beatífica. Durante las
experiencias pascuales, los discípulos necesitaron también de la fe. Las
apariciones del Resucitado no son todavía visión beatífica. Me parece de enorme
importancia un punto del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el estado de la
humanidad resucitada de Cristo.
Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el
tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43;
Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc
24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se
presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado ya que
sigue llevando las huellas de su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este
cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas
de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede
hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9.
16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede
ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre
(cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre
de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o
"bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los
discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).[12]
La razón que aporta el Catecismo merece ser considerada con más detalle: y eso
para suscitar su fe. Los pasajes aducidos reflejan, en efecto, momentos en los
cuales la apariencia bajo la cual se muestra el Resucitado a los discípulos no
coincide al 100% con la memoria que ellos tenían de ese rostro y de ese cuerpo.
Es como si el Señor no quisiera ofrecerles una evidencia que se impusiera de tal
modo a la naturaleza que le fuera imposible resistir. Dejó, por decirlo sí, un
margen de inevidencia en el cual tuvieron que apoyarse en la Palabra y no en los
sentidos. Aunque fueron etapas gozosas las apariciones del Resucitado seguían
siendo etapas de “la peregrinación de la fe”. Jean Corbon señala a este
respecto: “Por esto, no se aparecerá (Jesús) a sus discípulos como si fuera un
desaparecido que realiza apariciones, sino que, según la claridad del lenguaje
evangélico, se dejará ver por ellos. Él no cambiará de forma, él es: son ellos
quienes, según la medida de su fe, lo reconocerán”.[13]
Este hecho está sobrentendido en unas palabras del Papa: el misterio de Cristo
en su globalidad exige la fe, ya que ésta introduce oportunamente al hombre en
la realidad del misterio revelado. El "guiar hasta la verdad completa" se
realiza, pues, en la fe y mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu de la
verdad y fruto de su acción en el hombre. El Espíritu Santo debe ser en esto la
guía suprema del hombre y la luz del Espíritu humano. Esto sirve para los
apóstoles, testigos oculares, que deben llevar ya a todos los hombres el anuncio
de lo que Cristo "hizo y enseñó" y, especialmente, el anuncio de su cruz y de su
resurrección.[14] LA
El “guiar hasta la verdad completa” se realiza en la fe y mediante la fe. Para
la gran mayoría del pueblo judío la verdad permaneció incompleta; más bien,
truncada. El Resucitado no se dejó ver por todos, no se manifestó a todo el
pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros, que comimos y
bebimos con él después que resucitó de entre los muertos (Hechos, 10, 41). Para
una mayoría del pueblo judío la muerte de Jesús en un madero fue la prueba de
ser un “maldito de Dios” y la Resurrección predicada por los discípulos un robo
fraudulento de su cadáver. Y así hasta nuestros días, como escribe Mateo. Sin la
fe sólo se alcanza a ver en la muerte de Jesús la “muerte injusta de un hombre
justo”. El Islam, que acepta sin vacilar la concepción virginal de Jesús
encuentra su principal piedra de escándalo en su muerte[15]. Las demás
religiones suelen estimar las enseñanzas morales de Jesús pero están lejos del
núcleo. Sigue dándose por parte del Resucitado y Rey del universo un humilde
ocultamiento en este mundo que durará hasta la Parusía.[16]
En una reciente homilía decía el Santo Padre: El mundo moderno, incluso cuando
se muestra sensible a la dimensión religiosa y parece redescubrirla, acepta a lo
sumo la imagen de Dios creador, mientras que le resulta difícil aceptar -como
sucedió con los oyentes de san Pablo en el areópago de Atenas (cf. Hch 17,
32-34)- el scandalum crucis (cf. 1 Co 1, 23), el "escándalo" de un Dios que por
amor entra en nuestra historia y se hace hombre, muriendo y resucitando por
nosotros.[17]
5. El magisterio del Espíritu Santo
La Pentecostés señala el comienzo de una etapa nueva en la vida de la comunidad
cristiana. Se inicia la era de la Iglesia anunciada por Jesús: Cuando venga
Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia la verdad completa, pues no
hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que ha de
venir.[18] El Maestro ya no se deja ver sensiblemente; se ha producido el relevo
prometido con la presencia actuante del “otro Paráclito”. Jesús en la última
Cena les había dicho: Os conviene que yo me vaya os conviene que me vaya, pues
si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo
enviaré.[19] ¿Qué misteriosa “incompatibilidad” podría darse entre Cristo y el
Espíritu Santo que hiciera necesaria la ausencia del primero para que viniera el
segundo? Os conviene que yo me vaya...No es ausencia de Cristo lo que hace
posible la presencia del Espíritu Santo. El yo me vaya se refiere a su muerte
gloriosa, a su entrada en la gloria expirando en la Cruz. El Espíritu Santo, que
es coeterno con el Hijo, necesitaba del sacrificio de Cristo para ser derramado
de un modo nuevo sobre toda carne (Hechos 2, 17: R 5, 5). El Espíritu de
Pentecostés es “fruto de la Cruz”[20] y en este sentido es consiguiente a
Cristo; pero sabemos que también el sacrificio del Calvario fue consiguiente al
Espíritu; que Cristo por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a
Dios (Hb 9, 14). La entrada del Redentor en su gloria hizo posible la donación
generalizada del Don increado a todo el pueblo, a toda la Iglesia. Es Juan quien
explica: todavía no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús aún no había sido
glorificado. (Jn 7, 39). El nexo causal entre el “irse” de Cristo y el “venir”
del Espíritu de ningún modo puede entenderse como un reparto de tareas entre las
dos divinas Personas como si fuera incompatible el protagonismo de uno y otro;
por el contrario, la misión del Hijo y del Espíritu es una doble misión
conjunta, mutuamente implicada[21]. El Señor Jesús, después de su Ascensión y de
su Entronización a la derecha del Padre, deja de ser captado por los sentidos de
sus discípulos, es substraído a la percepción común que tenemos de los seres
corpóreos de este tiempo y este espacio, pero sigue entre nosotros de un modo
nuevo, en el Espíritu. De ahí la paradoja de su despedida el día de la
Ascensión: sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo
(Mt 28, 10). Y sigue como Maestro cuya palabra es recordada, mantenida,
explicada, desarrollada...por el Espíritu de Verdad en el corazón de los fieles
y en la Iglesia a través de los ministerios y los carismas. El Espíritu Santo
que el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todo y os recordará todas las
cosas que os he dicho[22]. Tomás de Aquino dice que “la verdad entera”, que se
refiere a la fe, “será enseñada por el Espíritu mediante cierta elevada
inteligencia en esta vida y llevada a su plenitud en la vida eterna”. [23]
El magisterio del Resucitado durante los cuarenta días en que “se dejó ver” por
los discípulos[24] continuó después de Pentecostés en un magisterio, también de
Cristo, pero más descaradamente protagonizado por el Pneuma.[25] La Iglesia
naciente es plenamente consciente de ello y se percata de que habla, “no
corporalmente, sino iluminando la mente desde dentro”.[26]
Al Espíritu Santo se le llama memoria de la Iglesia[27] porque recuerda a los
discípulos lo que dijo el Señor y lo explica con nueva hondura, teniendo en
cuenta las circunstancias que históricamente vive la comunidad. No está aquí,
sino que ha resucitado; recordad cómo os habló cuando aún estaba en Galilea
diciendo que convenía que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de hombres
pecadores, y fuera crucificado y resucitase al tercer día. Entonces ellas se
acordaron de sus palabras. (Lc 24, 6-7). En otra ocasión: Cuando resucitó de
entre los muertos, recordaron sus discípulos que él había dicho esto, y creyeron
en la Escritura y en las palabras que había pronunciado Jesús. (Jn 2, 22).
También leemos: Pero él hablaba del Templo de su cuerpo. Cuando resucitó de
entre los muertos, recordaron sus discípulos que él había dicho esto, y creyeron
en la Escritura y en las palabras que había pronunciado Jesús. (Jn 2, 21-22).
Una experiencia nueva para la comunidad cristiana de Jerusalén fue comprobar que
colectivamente se reproducía en ellos el destino de Jesús. Ya le había avisado
el Maestro: No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su
señor. Le basta al discípulo llegar a ser como su maestro, y al siervo como su
señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su
casa. (Mt 10, 24-25). Los sufrimientos de la comunidad cristiana refleja los
mismos rasgos de Jesús muerto y resucitado, experimentan en sus personas el
misterio de la Cruz y el gozo de la Pascua. Sufrieron una persecución violenta
por parte de las autoridades judías; conocieron el martirio como forma máxima de
identificación con Cristo. Por tres veces relata Pablo el reproche que le dirige
Jesús cuando se le aparece camino de Damasco: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?[28] Jesús se identifica con sus discípulos que sufren persecución: la
Iglesia perseguida es Cristo en la Cruz.
En una hermosa síntesis el Catecismo de la Iglesia Católica describe la
bienaventuranzas como fruto de una identificación entre los fieles y Cristo: Las
bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad;
expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su
Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida
cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las
tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya
incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los
santos.[29]
La comunidad cristiana de Jerusalén fue para sus hermanos judíos el mismo
scandalum crucis originado en el Gólgota y aprendieron a apurar el cáliz del
Señor. Al igual que Jesús, llevado fuera de las murallas de Jerusalén para ser
crucificado, también el autor de la Carta a los Hebreos exhorta a sus hermanos a
seguir su ejemplo: salgamos por tanto hacia él, fuera del campamento, cargados
con su oprobio (Hb 13, 13).[30] La “verdad completa” de la que habló Jesús fue
captada ya en la primera generación de cristianos; el Espíritu de Verdad los fue
conduciendo en una comprensión progresiva de todo el Misterio de Cristo que se
da en la Cabeza y en los miembros de su Cuerpo.
Pablo habla expresamente del misterio pascual de la Cruz: En cuanto a mí,
hermanos, si predico aún la circuncisión, ¿por qué soy perseguido todavía?
Entonces habría desaparecido el escándalo de la cruz. (Ga 5, 11). No rehuye el
Apóstol el escándalo de la Cruz; antes bien, proclama: nosotros en cambio
predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles; mas para los llamados, judíos y griegos, predicamos a Cristo, fuerza
de Dios y sabiduría de Dios. (1 Co 1, 23-24). Y añade: nosotros en cambio
predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles (1 Co 1, 23). Especial énfasis pone Pablo en la eficacia del verbum
crucis divinamente superior a la sabiduría humana: Porque el mensaje de la cruz
es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros,
es fuerza de Dios. (1 Co 1, 18).
El Espíritu Santo en su “conducir hasta la verdad completa” va incluyendo
gradualmente nuevos aspectos de esa “verdad completa”. La Iglesia entera, como
misterio de comunión en Cristo, está inmersa en su Misterio Pascual.
6. En qué sentido se da un progreso en la fe de la Iglesia
No se debe pensar que la “verdad completa” ya ha sido alcanzada en algún momento
por el conjunto de la Iglesia y de todos sus fieles; me refiero, naturalmente, a
la Iglesia que peregrina en este mundo. Es cierto que la Revelación pública
terminó con el final de la era apostólica, pero la comprensión del depositum
fidei forma parte de esa “peregrinación de la fe” que sólo termina en el Cielo.
El Espíritu es, pues, prometido a la Iglesia y a cada fiel como un Maestro
interior que, en la intimidad de la conciencia y del corazón, hace comprender lo
que se había entendido pero que no se había sido capaz de captar plenamente. «El
Espíritu Santo El Espíritu es, pues, prometido a la Iglesia y a cada fiel como
un Maestro interior desde ahora instruye a los fieles -decía a este respecto san
Agustín- según la capacidad espiritual de cada uno. Y él enciende en sus
corazones un deseo más vivo en la medida en la que cada uno progresa en esta
caridad que le hace amar lo que ya conocía y desear lo que todavía no conocía».
[31]
En la Iglesia hay un verdadero progreso en la “peregrinación de la fe” que se da
en la variedad de los santos, en el magisterio de los pastores legítimos, en la
reflexión teológica de los estudiosos, en la oración de los
contemplativos...Siempre es el Espíritu Santo quien conduce ese progreso hacia
la “verdad completa”. No se trata de un progreso a través de una elaboración
intelectual abstracta como pueda darse en las ciencias matemáticas; se trata de
un don ofrecido permanente por Cristo Maestro y por el Espíritu de Verdad, que
suele acaecer en lo más profundo de las almas, porque “si la teología no es
oración, no procede de la oración y a ella conduce, no sirve para nada”[32].
La Sagrada Escritura está fijada por escrito pero es leída continuamente en la
Iglesia a la luz del mismo Espíritu con que fue escrita. Hay que reafirmar una
vez más que el cristianismo no es una “religión del libro”. Como recuerda el
Catecismo de la Iglesia Católica, la fe cristiana no es una "religión del
Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo
escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (S. Bernardo, hom. miss. 4,11).
Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo,
Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la
inteligencia de las mismas (cf. Lc 24,45).[33] La gran Tradición de la Iglesia
es guiada por el Espíritu Santo y por ello es algo vivo. La Constitución
conciliar Dei Verbum lo formuló expresamente: Esta Tradición, que deriva de los
Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto
que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas,
ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su
corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas
espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado
recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso
de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta
que en ella se cumplan las palabras de Dios.[34]
Este progreso (de progredire, caminar paso a paso) no siempre se traduce en un
aumento exterior y visible de aspectos cuantificables de la vida de la Iglesia.
En muchos momentos históricos se han dado, simultáneamente, aparentes retrocesos
de la Iglesia (descristianización de costumbres, neopaganismo, apostasía de
masas) y momentos de crecimiento interno en muchas conciencias cristianas.
Acudiendo a un símil geográfico: en determinadas situaciones de la Iglesia
pueden haber nieve en las cumbres y, al mismo tiempo, sequía en los valles y en
las planicies. Sabemos que las zonas castigadas por la falta de riego recibirán
el agua con el deshielo de la primavera.
La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo que la guía hasta la verdad completa
(cf. Jn 16, 13), no ha dejado, ni puede dejar nunca de escrutar el «misterio del
Verbo encarnado», pues sólo en él «se esclarece el misterio del hombre». [35] La
palabra “escrutar” pertenece al castellano más clásico y, sin embargo, su uso ha
quedado prácticamente reducido a un sentido sagrado: escrutar las Escrituras,
escrutar el Misterio. Esa búsqueda, no siempre sistemática, que sugiere el
Espíritu Santo en el corazón y en la inteligencia de lo hombres descubre aquí y
allá nuevas conexiones entre aspectos distintos de una totalidad inabarcable en
un solo golpe de vista. Nunca llegamos, en esta “peregrinación de la fe” a
agotar el Misterio de Cristo a cuya luz se entienden todas las realidades
creadas. Ya decía en Místico Doctor: Por más misterios y maravillas que han
descubierto los santos doctores y entendido las santas almas en este estado de
vida, les quedó todo lo más por decir y aun por entender, y así hay mucho que
ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de
tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van
hallando en cada seno nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá.[36]
7. Revelación pública, revelaciones privadas y la Parusía del Señor
Hay sólo un límite en ese progreso de la inteligencia de la fe en el Misterio de
Cristo; hay un marco, que es la Revelación pública guardada en la Iglesia: "La
economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que
esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de
nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté
acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana
comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.[37]
¿Qué decir de las “revelaciones privadas” a fieles particulares de la Iglesia?
La respuesta nos la da la misma Iglesia: A lo largo de los siglos ha habido
revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por
la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la
fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de
Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la
historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus
fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una
llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.[38] La “verdad
completa” a la que conduce el Espíritu Santo está comprendida en la Palabra que
es Cristo; no cabe buscar en otros sitios algo que “complete” la Verdad que es
Cristo.[39] Así lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: La fe cristiana no
puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de
la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas Religiones no cristianas y
también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes
"revelaciones".[40]
La “peregrinación de la fe” es propia de la Iglesia que camina en este mundo. Se
pueden señalar hitos testigos de ese caminar: el Magisterio vivo de los
legítimos pastores, el testimonio de los santos y mártires, la respuesta
institucional de la Iglesia ante nuevos requerimientos pastorales; todo ello es
siempre un caminar según las Escrituras y en continuidad con la Tradición.
Mirando hacia delante, esperamos la plena manifestación de Cristo en su gloria.
Para cada uno de nosotros la “peregrinación de la fe” tiene como meta el Cielo
donde sobran todas las pobres conceptualizaciones humanas. Para el conjunto de
la Iglesia, que es la columna y fundamento de la Verdad[41] en este mundo, la
expectativa es la Parusía de Cristo. El Concilio Vaticano II señalaba ese
horizonte con estas palabras: Unidos, pues, a Cristo en la Iglesia y sellados
con el sello del Espíritu Santo, "que es prenda de nuestra herencia" (Ef. 1,14),
somos llamados hijos de Dios y lo somos de verdad (cf. 1 Jn. 3,1); pero todavía
no hemos sido manifestados con Cristo en aquella gloria (cf. Col. 3,4), en la
que seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es (cf. 1 Jn. 3,2).
Por tanto, "mientras habitamos en este cuerpo, vivimos en el destierro lejos del
Señor" (2 Cor. 5,6), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en
nuestro interior (cf. Rom. 8,23) y ansiamos estar con Cristo (cf. Flp. 1,23).
Ese mismo amor nos apremia a vivir más y más para Aquel que murió y resucitó por
nosotros (cf. 2 Cor. 5,15). Por eso ponemos toda nuestra voluntad en agradar al
Señor en todo (cf. 2 Cor. 5,9), y nos revestimos de la armadura de Dios para
permanecer firmes contra las asechanzas del demonio y poder resistir en el día
malo (cf. Ef. 6,11-13)[42].
María precedió a todo el Pueblo de Dios en la “peregrinación de la fe”. Desde la
Gloria nos protege y nos guía como Sedes Sapientiae, Asiento de la Sabiduría.
Madrid, 16.01.02
Jorge Salinas Alonso
jsalinas@cece.es
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[1] Urs von Baltasar: Teológica,Ediciones Encuentro, 1998, vol. 3, p. 74
[2] El texto del Místico Doctor sigue así: “Y éste es el sentido de aquella
autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se aparten de
aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos
en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a
nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos
lo ha hablado en el Hijo todo de una vez.
En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios ha quedado ya como mudo, y no
tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo
ha hablado en él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o
revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo
los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría
responder Dios de esta manera: "Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi
Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder
que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto
todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.”
(TIEMPO DE ADVIENTO, Segunda Semana, Lunes:)
[3] véase esta expresión en H.U. VON BALTASAR, Teológica,Ediciones Encuentro,
1998, vol. 3, pp. 358-359.
[4] Juan Pablo II: Carta PATRES ECCLESIAE en el XVI centenario de la muerte de
san Basilio - 2/1/1980 . Parte III
[5] Jean Corbon: Liturgia Fundamental, Ed. Palabra, Madrid, 2001 pp. 52-53
[6] Juan Pablo II: Carta Encíclica Dominum et Vivificantem, 6
[7] “Que el Dios vivo cree de la nada es admirable, pero no asombroso; cabe. Que
el Verbo se encarne por la sinergia del Espíritu Santo y de la Virgen María es
infinitamente más admirable y asombroso, si bien la Energía del Espíritu no
puede ser más que virginal. Pero que el Verbo de vida se ofrezca a la muerte
voluntariamente, sin resistencia, esto es lo escandaloso; y sobre todo, que con
su muerte destruya la muerte, ¡esta es la locura por excelencia! (Jean Corbon,
o.c., pp. 54-55)
[8] Pasa ante nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía en el
huerto de los Olivos. Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le
espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de
confianza: « ¡Abbá, Padre! ». Le pide que aleje de él, si es posible, la copa
del sufrimiento (cf. Mc 14,36). Pero el Padre parece que no quiere escuchar la
voz del Hijo. Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo
asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del « rostro » del pecado. «
Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser
justicia de Dios en él » (2 Co 5,21).
Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la aspereza
de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado,
que Jesús da en la cruz: « "Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?" —que quiere decir—
"¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" » (Mc 15,34). ¿Es posible
imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? En realidad, el
angustioso « por qué » dirigido al Padre con las palabras iniciales del Salmo
22, aun conservando todo el realismo de un dolor indecible, se ilumina con el
sentido de toda la oración en la que el Salmista presenta unidos, en un conjunto
conmovedor de sentimientos, el sufrimiento y la confianza. En efecto, continúa
el Salmo: « En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste... ¡No
andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro! » (2221,
5.12).
26. El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no delata la
angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre
en el amor para la salvación de todos. Mientras se identifica con nuestro
pecado, « abandonado » por el Padre, él se « abandona » en las manos del Padre.
Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que
sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la
gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza
plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor.
Antes aun, y mucho más que en el cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del
alma. La tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudiera vivir
a la vez la unión profunda con el Padre, fuente naturalmente de alegría y
felicidad, y la agonía hasta el grito de abandono. La copresencia de estas dos
dimensiones aparentemente inconciliables está arraigada realmente en la
profundidad insondable de la unión hipostática.
27. Ante este misterio, además de la investigación teológica, podemos encontrar
una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la « teología vivida » de los
Santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más
fácilmente la intuición de la fe, y esto gracias a las luces particulares que
algunos de ellos han recibido del Espíritu Santo, o incluso a través de la
experiencia que ellos mismos han hecho de los terribles estados de prueba que la
tradición mística describe como « noche oscura ». Muchas veces los Santos han
vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la paradójica
confluencia de felicidad y dolor. En el Diálogo de la Divina Providencia Dios
Padre muestra a Catalina de Siena cómo en las almas santas puede estar presente
la alegría junto con el sufrimiento: « Y el alma está feliz y doliente: doliente
por los pecados del prójimo, feliz por la unión y por el afecto de la caridadque
ha recibido en sí misma. Ellos imitan al Cordero inmaculado, a mi Hijo
Unigénito, el cual estando en la cruz estaba feliz y doliente ».13 Del mismo
modo Teresa de Lisieux vive su agonía en comunión con la de Jesús, verificando
en sí misma precisamente la misma paradoja de Jesús feliz y angustiado: «
Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la
Trinidad, sin embargo su agonía no era menos cruel. Es un misterio, pero le
aseguro que, de lo que pruebo yo misma, comprendo algo ».14 Es un testimonio muy
claro. Por otra parte, la misma narración de los evangelistas da lugar a esta
percepción eclesial de la conciencia de Cristo cuando recuerda que, aun en su
profundo dolor, él muere implorando el perdón para sus verdugos (cf. Lc 23,34) y
expresando al Padre su extremo abandono filial: « Padre, en tus manos pongo mi
espíritu » (Lc 23,46). (Juan Pablo II: Carta Apostólica Novo millennio ineunte,
nn. 25-27)
[9] Juan Pablo II: Carta Encíclica Redemptoris Mater, n. 18
[10] cf Mc 14, 50
[11] Juan Pablo II: Carta Enc. Redemptoris Mater, n. 48. También “María, que nos
precede en la peregrinación de la fe” (Exh. Apostólica Sollicituo rei socialis,
n. 49;” Que María, la Madre del Redentor, la cual permanece junto a Cristo en su
camino hacia los hombres y con los hombres, y que precede a la Iglesia en la
peregrinación de la fe” (Carta Enc. Centesimus annus, n. 62) y en varios
documentos más.
[12] CCE n. 645
[13] Jean Corbon: Liturgia Fundamental, Ed. Palabra, Madrid 2001, p. 59
[14] Carta Enc. Dominum et Vivificantem, n. 6
[15] Jean Corbon, o.c., p. 54, nota 1 a pie de página
[16] Esa kénosis prolongada de Jesús Resucitado se concentra de un modo especial
en la Eucaristía:
“Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... -Pero más
humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y
que en Nazaret y que en la Cruz.(Beato Josemaría: Camino 533).
[17] ( CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA CLAUSURADEL VI CONSISTORIO EXTRAORDINARIO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE Jueves 24 de mayo de 2001 Solemnidad de la Ascensión del
Señor)
[18] Jn 16, 13
[19] Jn 16, 7
[20] “como fruto de la Cruz, se derrama sobre la Humanidad el Espíritu Santo”
(Beato Josemaría: Es Cristo que pasa, La muerte de Cristo, vida del cristiano,
96.). Esta secuencia es muy frecuente en la predicción y en lo escritos del
Beato Josemaría Escrivá: “Me he propuesto frecuentar más al Paráclito, y pedirle
sus luces, me has dicho.-Bien: pero recuerda, hijo, que el Espíritu Santo es
fruto de la Cruz”.(Forja, 759).
[21] Éste uno de los temas más enriquecedores del Catecismo de la Iglesia
Católica.
[22] Jn 14, 26
[23] Hic promittit eis instructionem quam consequentur in adventu Spiritus
Sancti qui docebit eos omnem veritatem. Cum enim sit a veritate, eius est docere
veritatem, et facere similes suo principio. Et dicit omnem veritatem, scilicet
fidei, quam docebit per quamdam elevatam intelligentiam in vita ista, et eamdem
plenarie in vita aeterna, ubi cognoscemus sicut et cogniti sumus: I Cor. XIII,
12, et I Io. II, 27: unctio docebit vos et cetera. Vel omnem veritatem,
figurarum legis, quam adepti sunt discipuli per spiritum sanctum. Unde Dan. I,
17, dicitur quod dedit Dominus pueris illis sapientiam et intelligentiam. Hic
excludit dubitationem, quae poterat esse, si Spiritus Sanctus docebit eos,
videtur scilicet quod esset maior Christo: quod non est, quia docebit eos
virtute Patris et Filii, quia non loquetur a semetipso, sed a me, quia a me erit.
Sicut enim Filius non operatur a semetipso sed a Patre, ita Spiritus Sanctus,
quia est ab alio, scilicet a patre et filio, non loquetur a semetipso, sed
quaecumque audiet, accipiendo scientiam sicut et essentiam ab aeterno, haec
loquetur, non corporaliter, sed intrinsecus in mente illuminando; (CORPUS
THOMISTICUM Sancti Thomae de Aquino: Super Evangelium S. Ioannis lectura a
capite XIII ad caput XVII
Cap 3. Textum Taurini 1952 editum ac automato translatum a Roberto Busa SJ in
taenias magneticas denuo recognovit Enrique Alarcón atque instruxit.
[24] Cf Hechos 1, 3
[25] Sobre el auto-ocultamiento del Espíritu, véase CCE n. 687
[26] Santo Tomás: cf. supra
[27] “El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia” (cf Jn 14,26) [CCE n.
1099]
[28] Hechos 9, 4; 22, 7; 26, 14.
[29] CCE 1717
[30] Los cuerpos de las víctimas del sacrificio de Expiación eran quemadas fuera
de las murallas de la ciudad, Lv 16, 27; Jesús también fue crucificado a las
afueras de Jerusalén, Mt 27, 32p. Es preciso, ues, abandonar el campo del
Judaísmo y del mundo [nota de la Biblia de Jerusalén a Hb 13, 12]
[31] Juan Pablo II: Carta Enc. Veritatis splendor, n. 72
[32] Markus Barth, Theol. Zeitschrift 41, Basilea, 1985, p. 348. Citado por U.
Von Baltasar: o.c.
[33] CCE n. 108
[34] Const. Dei Verbum, n. 8
[35] Carta Enc. Veritatis splendor, n. 28
[36] San Juan de la Cruz: Del Cántico espiritual ,Canciones 37, 4 y 36, 13. En
un orden estrictamente personal y vivencial, para avanzar en ese conocimiento es
necesaria la experiencia de la Cruz, como dice el mismo Autor:
Que, por eso, dijo san Pablo del mismo Cristo, diciendo: En Cristo moran todos
los tesoros y sabiduría escondidos. En los cuales el alma no puede entrar ni
llegar a ellos, si, como habemos dicho, no pasa primero por la estrechura del
padecer interior y exterior a la divina Sabiduría.
Porque, aun a lo que en esta vida se puede alcanzar de estos misterios de
Cristo, no se puede llegar sin haber padecido mucho y recibido muchas mercedes
intelectuales y sensitivas de Dios, y habiendo precedido mucho ejercicio
espiritual, porque todas estas mercedes son más bajas que la sabiduría de los
misterios de Cristo, porque todas son como disposiciones para venir a ella.
¡Oh, si se acabase ya de entender cómo no se puede llegar a la "espesura" y
sabiduría de "las riquezas de Dios", que son de muchas maneras, si no es
entrando en la "espesura del padecer" de muchas maneras, poniendo en eso el alma
su consolación y deseo! ¡Y cómo el alma que de veras desea sabiduría divina
desea primero el padecer para entrar en ella, en la "espesura de la cruz"! (l.c.)
[37] CCE n. 66
[38] CCE n. 67
[39] J.A. Möhler supo hacer ver la unidad entre Escritura y Tradición, sin
considerarlas como caminos paralelos y complementarios entre sí. “Siempre se
compenetraron y vivieron una dentro de la otra. Jamás se leyó en la Iglesia la
Escritura sin influjo de la educación eclesiástica; pero ni en el siglo II ni en
el III cabe imaginar tampoco la educación y la fe de la Iglesia sin influjo de
la Escritura” (Johann Adam Moler: La unidad en la Iglesia, Ed. Eunate, 1996,
p.140)
[40] CCE n. 67
[41] I Tm 3, 15
[42] Const. Lumen gentium, n. 48