Reflexiones sobre Ecclesia de Trinitate
Autor: Jorge Salinas
Capítulo 3: Cristo, tiempo y espacio
Me propongo en este artículo hacer una síntesis o
resumen de lo que esencialmente podemos decir de Jesucristo y su relación con el
tiempo y el espacio teniendo en cuenta el magisterio reciente de la Iglesia.
Considero que la reflexión teológica puede ayudar a un integración vital, en el
interior de cada cristiano, de la fe de la Iglesia que profesa, de la liturgia
en la que participa, de la oración que practica y su vida cotidiana.
Un hombre que carezca de fe puede sentir un gran aprecio por la figura de Jesús,
comparándola con otros personajes importantes del pasado. De hecho esto le
ocurre a creyentes de todas las religiones. Hay judíos, musulmanes, hindúes,
budistas, etc. que manifiestan admiración por la conducta de Jesús y por sus
enseñanzas; incluso le conceden un rango que roza lo divino. Otras personas
agnósticas o ateas le consideran un hombre de cualidades humanas excepcionales
como puedan ser su altruismo, su generosidad o su comprensión de las debilidades
humanas. En todos estos casos Jesús es mirado como alguien que vivió en este
mundo, desarrolló una actividad dentro de un marco geográfico y cultural
determinado, murió trágicamente en tiempos de Poncio Pilato y dejó tras sí una
estela de discípulos que afirmaron su existencia después de la muerte y una
presencia suya invisible en medio de ellos; y así hasta nuestros días. Alguien
que carezca de la fe podrá representar a Jesús de Nazareth como una persona
humana que protagonizó o fue afectado por acontecimientos ya pasados. Lo que
hizo o le aconteció ya no existe; sólo queda en la historia presente su memoria,
el influjo de sus enseñanzas, la realidad de los creyentes cristianos. Un
incrédulo difícilmente captará algo más cuando se le mencione el nombre de
Jesús.
La fe, en cambio, es el conocimiento completo (en claroscuro) de la Persona y
del Acontecimiento llamado Jesucristo. Es el conocimiento, otorgado por el Padre
en el Espíritu, de una realidad permanente: Cristo muerto y resucitado.
Una aportación notable del nuevo Catecismo de la Iglesia católica
La experiencia pascual de los discípulos del Señor está suficientemente
reflejada en los relatos bíblicos. Quizá una de las partes más sorprendentes en
el Catecismo de la Iglesia Católica es la resolución con que describe una
situación nueva de la corporeidad de Jesús Resucitado. Parece prescindir de
muchas cautelas anteriores debidas, en mi opinión, a una concepción clásica del
espacio y del tiempo muy concreta, fuera de la cual no debe situarse nada
corporal. En ese espacio concebido de un modo muy concreto el cuerpo glorioso de
Cristo ocupa un lugar.
El Catecismo parece prescindir de esa cosmología clásica cuando trata del cuerpo
glorioso de Cristo en dos números:
Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades
nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo (non
amplius in spatio et tempore possitum est), pero puede hacerse presente a su
voluntad donde quiere y cuando quiere (cf Mt 28, 9.16; Lc 24, 15.36; Jn 20,
14.19.26; 21,4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no
pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf Jn 20,17)( n.645)
En su cuerpo resucitado (Cristo)pasa del estado de muerte a otra vida más allá
del tiempo y del espacio (ultra tempus et spatium ).(n.646)
Al describir el estado de glorificación de Cristo se atribuyó a su Cuerpo un ubi
y un situ en una esfera celeste distinta de la terrestre, de modo semejante a
los "cuerpos celestes", digo sólo semejante. La afirmación del Catecismo de que
el Cuerpo de Cristo está ultra spatium elimina, aunque sin resolverlos, muchos
problemas que se plantea la imaginación. El poder "hacerse presente donde quiere
y cuando quiere" no tiene nada que ver con un movimiento local, con un cambio de
ubi, ni siquiera con una percepción sensible; también hay que eliminar problemas
imaginarios acerca de la compatibilidad de hacerse presente aquí o allí,
simultáneamente.
Sin duda alguna es un error (que se ha dado históricamente) hablar de una
omnipresencia de la Humanidad gloriosa de Cristo, de un pancristismo que
trasladase a la humanidad de Cristo la presencia de inmensidad de Dios; pero
pienso que también es inadecuada toda explicación que equivalga a una
localización del Cuerpo glorioso de Cristo en el espacio real que conocemos por
experiencia.
Ciertamente Santo Tomás parece situar al cuerpo glorioso de Cristo en un locus.
Por ejemplo, al referirse a la ascensión afirma: la Ascensión es un movimiento
local que no corresponde a la naturaleza divina, que es inmóvil y no
localizable. Pero de esta manera le compete a Cristo según la naturaleza humana,
que está circunscrita por el lugar, y puede estar sujeta al movimiento (1). Pero
en esto el Aquinate pudo ser deudor inevitable de una cosmología clásica.
¿Un bloqueo imaginativo-espacial en algunos teólogos?
En la teología neo-escolástica es comúnmente aceptada la doctrina de la
inhabitación de la Trinidad en el alma del nusto, pero siempre entendiendo la
presencia del Verbo Eterno sin ninguna referencia a la Humanidad Santísima de
Cristo. Es corriente hablar de una presencia del Padre, del Verbo y del Espíritu
Santo. Por una cosmología clásica implícita también era habitual entender y
explicar que en la recepción sacramental de la Eucaristía durante unos minutos
se daba una especial presencia de la Humanidad Santísima de Cristo en el
comulgante y que, una vez corrompidas las especies eucarísticas, esa presencia
de la Humanidad Santísima de Cristo cesaba, permaneciendo en el alma sólo el
Padre, el Verbo y el Espíritu Santo.
Lo que aquí se señala como el bloqueo espacio-temporal de la teología medieval
es consecuencia de una lectura literalista de la Sagrada Escritura en todo lo
referente a la ubicación de los misterios de la Revelación divina al hombre y de
la Redención humana realizada por el Padre a través del Hijo en el Espíritu
Santo, mediante La Encarnación y el Misterio Pascual de Cristo. Cuando Dios
habla al hombre emplea la lengua del hombre en la que está incluida la visión
que el hombre tiene del universo. Como afirmaba San Agustín "Dios no nos ha
querido descifrar el enigma de las estrellas sino cómo se va al Cielo" .Cuesta
mucho trabajo (y se requiere una prudencia grande) distinguir entre lo que es el
mensaje divino y su soporte lingüistico-cultural. Eso es tarea de toda la
Iglesia, a través del tiempo, en un proceso enriquecedor, guiado por el Espíritu
Santo, De este modo describe la Const. Dei Verbum el progreso en la inteligencia
de la fe:
" Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en
los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una
sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos
han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han
aprendido de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les
ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles
encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente
su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto
perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que
cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la
asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las
cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de
los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que
experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la
sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la
Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la
verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios (2)."
Una prudente desespacialización de los misterios
Basta leer con atención los términos en los que el Magisterio de la Iglesia se
expresa en tiempos recientes para advertir un proceso lento y cauto en el cual
se procuran separar los contenidos esenciales de la fe de una estructura
espacial que pertenece a la Escritura, que forma parte de la cultura histórica
humana y que debe respetarse siempre como vehículo o armazón querido por Dios
mismo en su Revelación al hombre. Me refiero a la Tierra, el Cielo, el Infierno
(entendido como el estrato inferior del cosmos), a Descender, a Subir, a la
Derecha, a la Izquierda, etc.
Es interesante el modo en el Catecismo describe los Novísimos, añadiendo a las
formas dogmáticas conocidas una propuesta del misterio con abstracción del
espacio; es decir, sin situar el Cielo o el Infierno en el espacio euclídeo como
sitios " a los que se va" . Veamos por ejemplo, el Cielo: "Esta vida perfecta
con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la
Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El
cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del
hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (3)." Hay más momentos del
magisterio reciente en los que se advierte ese proceso (4).
Este proceso ha de ser sumamente prudente. El Papa ha aludido a la necesidad de
llevar a cabo esta tarea con cautela. También a propósito de la escatología
intermedia un documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe
advertía hace unos años de la conveniencia de respetar la simbología bíblica,
por ejemplo "el fuego". La palabra divinamente inspirada no puede ser sustituida
por ninguna otra que tenga el mismo rango. Ciertamente hay una "condescendencia
divina" cuando Dios se revela a través de una cultura, una época, una lengua, a
través de unos autores concretos que no eran autómatas sino instrumentos vivos.
Bajo la guía del Magisterio esa misma Escritura es leída en la Iglesia a la luz
del mismo Espíritu que la hizo nacer. Parte de la inteligencia de la Palabra de
Dios consiste en captar la mediación humana y saber valorar su transitoriedad;
pero al mismo tiempo hay que aceptar que hay razones para nosotros desconocidas
por las que Dios escogió precisamente esas mediaciones y no otras. En la
Revelación divina al hombre está implícita una cierta representación
espacio-temporal del Universo que es bien conocida. En nuestro mundo actual nos
representamos al cosmos material de un modo algo distinto. En la Biblia no hay
una autocrítica a aquel soporte representativo del espacio y del tiempo que
estaba en la mente de hagiógrafos y de lectores y en el que sitúan los
acontecimientos salvíficos.. Sí, en cambio, hay una crítica, con frecuencia
mordaz, a los mitos de culturas circunstantes. Como dijo San Agustín Dios no
quiso enseñarnos la verdad acerca de las estrellas del cielo sino cómo ir al
cielo.
La lectura fundamentalista o literalista a ultranza de la Biblia llevaría a
incluir como contenido de la Revelación lo que es mediación humana, lo que son
presupuestos mentales o imaginarios de una cultura concreta. La Iglesia no hace
esa lectura de la Biblia (5) pero conserva con clarividencia el lenguaje bíblico
y sus imágenes con un respeto profundo al modo preciso en que Dios quiso
comunicarse con el hombre. Si en cualquier aspecto posterior en la vida de la
Iglesia hemos de ver los designios de la Providencia divina (6), esa misma
Providencia divina ha de venerarse con especial temor cuando se trata de la
Escritura Sagrada.
Es legítima esa coperación entre la fe y la razón, argumento básico de la
Encíclica Fides et ratio. Sin cambiar la substancia de la fe, ésta puede ser
traducida a contextos culturales nuevos. En concreto, en este aspecto de la
Revelación estrechamente ligada a una preconcepción del tiempo y del espacio
cabe el intento que el mismo Magisterio hace de traducir el núcleo de la fe a
categorías en las que nociones espaciales tradicionales son puestas entre
paréntesis, como no esenciales a la misma fe. Me refiero a nociones como
"arriba", "abajo", "cielo " (en el sentido de cielo empíreo), "infierno" (en el
sentido de zona subterránea), "subir", "descender", etc. Hay aspectos del
misterio cristiano que están ligados en su experiencia primaria a esas
dimensiones : El Verbo Eterno "descendió" a este mundo por la Encarnación,
Cristo después de muerto "descendió a los infiernos", resucitó de "entre los
muertos", "subió a lo cielos", "está sentado a la derecha" de Dios Padre,
"vendrá desde lo alto" a este mundo en la Parusía.
Hay todo un lenguaje en el Catecismo (y más quizá en las catequesis del Papa) en
el que esos núcleos esenciales de la fe son propuestos de un modo supraespacial.
Pero, al mismo tiempo, se hacen convivir esas propuestas digamos más actuales
con las fórmulas de los símbolos de fe más antiguos y con el lenguaje inmediato
de la Biblia. No se pretende hacer un hiatus. En el terreno de la doctrina o
exposición de la fe ha habido siempre (y debe haberlo siempre) una especie de
horror vacui, un instinto de sano temor a romper una continuidad dentro de la
inevitable progresión de la fides quaerens intellectum y del intellectus
quaerens fidem. En todo caso, siempre hay que retornar a las fuentes,
cerciorarse de la fe de los Padres, aquilatar mejor el sentido de la Escritura
Santa. Por todo ello, es válido el intento prudente y humilde de dar cuenta de
la ratio theologica de cada tiempo, sin dejar de venerar la fe plasmada en
lenguajes culturales más antiguos.
Hay que señalar, además, los profundos estudios realizados por algunos que
evidencian un algo esencial escrito en la propia corporeidad humana que da a
algunas referencias espaciales (superior, inferior, arriba, abajo, delante,
detrás, etc) un significado cercano y permanente que transciende toda idea o
representación del cosmos.
El mismo Jesucristo se expresó muchas veces en un lenguaje corporal muy preciso:
levantaba los ojos al cielo para dirigirse al Padre (7). El mismo dijo: "nadie
asciende al cielo sino aquel que desciende .del cielo" (Jn 3,13). Su misma
Ascención es descrita del modo más sucinto por Lucas como elevación "hasta que
una nube le ocultó" (Lc 1,9). Sería tema de un estudio específico el lenguaje
espacial de todo el Nuevo Testamento. Pero también lo sería la selección atenta
de pasajes donde el espacio desparece para ser sustituido por el sintagma "en el
Espíritu". Nos bastarán dos pasajes del Evangelio.
En el diálogo con la samaritana, ante la pregunta de la mujer acerca del "dónde"
ha de ser adorado Dios, buscando una localización precisa (¿Jerusalén o el monte
Garizim?), Jesús revela la nueva situación que El ha traído al mundo:"llega la
hora en que ni a ese monte ni a Jerusalén está vinculada la adoración al
Padre....llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores adorarán al
Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre quiere que sean tales los que le
adoren"(Jn 4,21-24). La lectura comúnmente aceptada de "en espíritu y en verdad"
es la de "en el Espíritu Santo y en Cristo".
En Lc 17,20-21 también es interrogado Jesús por unos fariseos acerca de la
visibilidad externa del Reino en este mundo. La repuesta de Jesús es: "no viene
el Reino con ostentación, ni dirán: aquí está, o allí; antes bien, el Reino está
dentro de vosotros".La realidad sobrenatural que Cristo inaugura con su
presencia escapa a la localización precisa, es una realidad interior, allí donde
actúa de modo inmediato el Espíritu Santo.
La larga confidencia de Jesús con los Apóstoles en el Evangelio de San Juan (Jn
13,31-17,25) transciende el espacio y, en muchos aspectos, el tiempo lineal: "me
iré y volveré", "voy a prepararos lugar", "allí donde yo esté estaréis vosotros
conmigo", "en aquel día conoceréis vosotros que yo estoy en mi Padre y vosotros
en mí y yo en vosotros", etc. No podemos detenernos, dentro del modesto intento
de este trabajo, en todos los textos neotestamentarios en que el Misterio de
Cristo es presentado como un misterio de comunicación y de comunión entre las
Personas divinas y las personas humanas redimidas.
La salvación otorgada por Dios al hombre es salvación del alma, del cuerpo y del
mundo realizada a través del Verbo hecho carne. La Redención es también
redención del cuerpo, por la que suspiramos con San Pablo (8). Por tanto está
muy lejos de nuestra intención acentuar una dimensión tan "espiritualista" de la
realidad cristiana que pudiera equivaler a una transformación en ángeles. El
Señor lo dejó bien claro en su refutación de los saduceos: "los llamados a
formar parte del siglo futuro ni ellos tomarán esposa ni ellas tomarán
marido"(9). Será un mundo de hombres y mujeres transformados por la acción del
Espíritu Santo , pero no volatilizados o mutados en otra especie. Por tanto en
todo nuestro trato con Dios y en nuestra referencia a El estamos obligados a
respetar la lógica de la Encarnación, por la que el hombre es reafirmado
definitivamente como tal hombre (10). Por eso mismo tiene mucha importancia en
la celebración litúrgica el espacio, el tiempo, las posturas, los gestos, lo
tangible y lo vivencial humano. Allí donde y cuando más de cerca comunicamos con
la Liturgia celestial, donde y cuando más se actualiza la Obra de la Redención,
nos expresamos de un modo corporal humano y santificado. Todas las
consideraciones que forman la trama de este trabajo no deben alejarnos de la
imaginación , por decir así, común. Y el sacerdote cuando recita en la Santa
Misa la Plegaria I o Canon Romano, sabrá vivir con piedad sincera la indicación
de "elevar los ojos a lo alto" cuando pronuncia las palabras del Señor
inmediatamente antes de la consagración, "El cual, levantando los ojos al cielo,
hacia Ti, Dios, Padre suyo todopoderoso...".
Los acta et passa Christi
Cristo acontecimiento
Cristo glorioso lleva consigo su propia historia vivida en el tiempo incorporada
a la eternidad. Él es quien muestra sus llagas al Apóstol Tomás, Él es "Cordero
degollado puesto en pie". Como recita el Prefacio Pascual III, "inmolado, ya no
vuelve a morir; sacrificado vive para siempre". En Cristo resucitado la Persona
Eterna del Verbo hace que participen de la eternidad los Acontecimientos
redentores: Jesucristo el Justo intercede siempre por nosotros y nos reconcilia
con el Padre, es nuestro Abogado permanente. En Él están todos los tiempos, los
asume y los condensa. Repitiendo palabras del Catecismo: Cuando se encarnó y se
hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad
procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que
perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en
Cristo Jesús (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás, esta es la razón por la
cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a
todos los hombres la comunión con Dios (ibid. 3,18,7; cf. 2, 22, 4) (CCE, 518).
La enseñanza del Catecismo
Todo cuanto hizo o aconteció a Jesucristo en su paso por la tierra, aun siendo
acontecimientos y hechos históricos, participa, a la vez, de la eternidad. Esta
afirmación del Catecismo es importante para lo que se pretende mostrar a lo
largo de este trabajo.
La "participación en la eternidad" es un tema tratado por Santo Tomás en varios
lugares (11). La eternidad como tal sólo se puede predicar de Dios: sólo en Dios
se da la interminabilitas perfecta; en las criaturas sólo se puede dar el tiempo
o la eviternidad. El caso de los ángeles y de los bienaventurados es el caso de
criaturas en las que el esse es finito y distinto del recipiente en que es
recibido, pero la potencialidad ha sido "colmada", ha sido actualizada de modo
tan completo que no queda en ellos ninguna potencialidad respecto a otros actos,
por lo cual viven de un modo interminable (in aevo), pero no indeterminado sino
determinado, por tanto "participan de la eternidad" sin ser la eternidad misma
que sólo conviene a Dios (12). Quiero subrayar la expresión tomista quaedam
aeternitatis participatio, porque coincide con la frase del Catecismo : "Durante
su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el
misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único
acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita
de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm
6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia,
pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y
luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por
el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte
destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por
los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en
ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la
Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida." (13).
Fijemos nuestra atención en esta frase: "todo lo que Cristo es y todo lo que
hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así
todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente". Podemos
encontrar esa misma idea encerrada en otro punto del Catecismo que, por su
importancia, citamos por extenso: "Toda la riqueza de Cristo "es para todo
hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11). Cristo no vivió su vida para
sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación "por nosotros los hombres y
por nuestra salvación" hasta su muerte "por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) y en
su Resurrección para nuestra justificación (Rom 4,25). Todavía ahora, es
"nuestro abogado cerca del Padre" (1 Jn 2, 1), "estando siempre vivo para
interceder en nuestro favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por
nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el
acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24) (14). Acotamos esta frase: "
Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece
presente para siempre...". Aunque se suela referir ese carácter histórico y, a
la vez, partícipe de la eternidad, al Misterio Pascual de Cristo, en realidad es
extensible a todo el tramo de temporalidad que va desde la Encarnación hasta la
Resurrección. El Misterio Pascual es como un "concentrado" vital y espiritual de
todo el paso del Verbo Encarnado por este mundo y su historia. Y si consideramos
la historia en su conjunto llegamos a la misma conclusión expresada sí por J.
Ferrer: "Todo lo acontecido en la historia anterior es mero despliegue del
acontecimiento Cristo en el Espíritu, bien por anticipación –antes de su venida-
bien por derivación de su plenitud desbordante"(15).
Una razón teológica que puede ilustrar la doctrina aquí expuesta puede ser la
siguiente. Cristo fue en su vida terrena simul viator et comprehensor. En al
ápice de su alma gozaba de la visión beatífica, "desde el primer instante de su
concepción" (como recordó Pío XII, en su Encíclica Mystici Corporis Christi).
Por lo menos, hay que atribuir a Cristo en su vida terrena la condición eviterna
de los bienaventurados. Si a esto añadimos, que en Él la gracia es capital, que
Jesús es el único en quien reside la gracia ofrecida a todos, no es difícil
suponer que en cada instante de tiempo, en cada acto suyo, durante su curso
terreno, pudo (y, por ende, puede) alcanzar a todas las almas, en todo tiempo..
Desde la Humanidad Santísima de Cristo recibimos gracia sobre gracia. Me parece
que puede afirmarse que nuestra visión beatífica será una participación de la
ciencia beatífica de Cristo porque su mediación es permanente (16).
La posibilidad de nuestra comunión con los misterios de Cristo
Comunión es "mutua interioridad" entre personas, lo cual implica presencia de
persona(s) en persona(s), inmanencia recíproca. La fe nos abre a la posibilidad
de una comunión con Cristo, con Cristo en su totalidad y con Cristo en cada
misterio de su vida. Desde al aquí y ahora de mi realidad personal es posible un
acceso, en el Espíritu, al allí y entonces de Cristo, porque el allí y entonces
de Cristo participa de la eternidad del Verbo (17) .
Esta es una de las maravillas de la realidad sobrenatural: la posibilidad de
vivir en Cristo por la acción del Espíritu Santo todos y cada uno de sus
momentos, manteniéndose siempre la alteridad personal entre la Persona del Verbo
Encarnado y la persona del cristiano (18). Esa posibilidad se puede expresar
desde otra óptica: que Cristo pueda vivir sus momentos ("trasladados" a la
eternidad) en el cristiano (19). Sería una simplificación falsa atribuir esa
posibilidad a la sola imaginación, pues ésta nada podría en el orden
sobrenatural si no estuviera actuando el Espíritu Santo que recuerda a la
inteligencia la regula fidei, marco seguro dentro del cual la voluntad puede
mover a la imaginación. Después, los resultados no son únicamente "cosa humana"
(20).
La posibilidad de una comunicación con las Personas del Padre y del Hijo la
origina en el alma cristiana el mismo Espíritu Santo. El Paráclito es llamado
por Santo Tomás nexus vel vinculum (21). con lo cual conecta con toda la
Patrística. En primer lugar lo es respecto al Padre y al Hijo, pero también lo
es entre personas humanas (fieles en estado de gracia) y la Trinidad, y por
ende, también lo es entre los mismos fieles:" el bautismo nos regenera a la vida
de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y nos unge en el Espíritu Santo: no
es un mero sello de la conversión, como un signo exterior que la demuestra y la
certifica, sino que es un sacramento que significa y lleva a cabo este nuevo
nacimiento por el Espíritu; instaura vínculos reales e inseparables con la
Trinidad; hace miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia"(22).Lo propio
de un nexo es anexionar, conectar, conexionar, crear redes.
Por tanto hay una categoría sobrenatural que podría llamarse "en el Espíritu"
que excede totalmente el espacio clásico en que sólo se dan cuerpos simultáneos
en un mismo tiempo e impenetrables entre sí. Ya en el orden natural es difícil
situar en ese mundo de espacio-tiempo la realidad de las personas, de las mismas
personas humanas. Sólo sería posible hacerlo si reducimos la noción de persona
al solo cuerpo humano. Si , además, aceptamos el mundo de lo sobrenatural,
conocido por la fe, la categoría "en el Espíritu" es como un universo en el que
están interconexionadas con Cristo una multitud de personas distantes en el
tiempo y en el espacio, de un modo "espiritual" (es decir "en el Espíritu") y, a
través de Cristo, con Dios Padre. Esa realidad es "espiritual" en sentido
estrictísimo, es decir , realidad originada por el Espíritu Santo , Nexo o
Vínculo Substancial entre el Padre y el Hijo que incluye también, de un modo
participado, a una multitud de personas redimidas por Cristo. La doctrina de San
Agustín es muy rica es esta consideración de la realidad "espiritual" de la
Iglesia a través de los siglos: "Mirando a la Iglesia, Cuerpo de Cristo y
vivificada por el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, Agustín
desarrolló en diversas maneras una noción acerca de la cual el reciente Concilio
ha tratado con particular interés: la Iglesia comunión . Habla de ella de tres
modos diversos, pero convergentes: la comunión de los sacramentos o realidad
institucional fundada por Cristo sobre el fundamento de los Apóstoles, de la
cual discute ampliamente en la controversia donatista, defendiendo su unidad,
universalidad, apostolicidad y santidad , y demostrando que tiene por centro la
"Sede de Pedro", "en la que siempre estuvo vigente el primado de la Cátedra
Apostólica" ; la comunión de los santos o realidad espiritual , que une a todos
los justos desde Abel hasta la consumación de los siglos ; la comunión de los
bienaventurados o realidad escatológica, que congrega a cuantos han conseguido
la salvación, es decir, a la Iglesia "sin mancha ni arruga" (Ef 5, 27) (23) .
Al decir "espiritual en sentido estrictísimo " queremos destacar ese adjetivo
respecto a lo espiritual en sentido estricto que serían las substancias
inmateriales como los ángeles, o las almas. En su acepción amplia lo
"espiritual" para mucha gente es sinónimo de imaginario, emotivo, etc. siempre
contrapuesto a "real". Cuando afirmamos que hay un sentido estrictísimo de
"espiritual (lo originado por acción del Espíritu Santo) no sólo no se opone
este adjetivo a "lo real", sino que queremos significar con ello una realidad
superlativa, es decir una acción divina sobre la criatura que excede al mero dar
y conservar su ser finito; lo supone, lo reafirma y lo intensifica de un modo
nuevo, es decir, sobrenatural.
La categoría "en el Espíritu" está presidida de un modo universal por la
Humanidad Santísima de Cristo, obra maestra del Espíritu Santo y, a la vez,
Fuente de donde mana el Agua del Espíritu Santo.
En un orden ciertamente subordinado y participado, María es Madre universal en
el orden de la gracia. El Concilio Vaticano II sintetiza felizmente la relación
indivisible de María Santísima con Cristo y con la Iglesia: «Por no haber
querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de
derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del
día de Pentecostés, "perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres,
con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste", y que también María
imploraba con sus oraciones el don del Espíritu que ya en la Anunciación la
había cubierto con su sombra»." Con esta expresión el texto del Concilio une
entre sí los dos momentos, en los que la maternidad de María está más
estrechamente unida a la obra del Espíritu Santo: primero, el momento de la
Encarnación; y luego, el del nacimiento de la Iglesia en el Cenáculo de
Jerusalén" (24).
Jorge Salinas
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1- Tum etiam quia ascensio est motus localis, qui divinae naturae non competit
quae est immobilis et inlocalis. Sed per hunc modum ascensio competit Christo
secundum humanam naturam, quae continetur loco, et motui subiici potest" (STH
III, q.57, a.2, in c.).
2- Conc. Vaticano II: Const Dei Verbum, n. 8).
3- CCE n. 1024
4- Podemos comprobar el mismo modo "desespacializador" de los siguientes puntos
del Catecismo:
n.1025: Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts
4,17). Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran
allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí
está el reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).
n. 1026: Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo.
La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la
redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a
aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El
cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente
incorporados a Él.
n. 1027: Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que
están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura
nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del
reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el
oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le
aman" (1 Co 2, 9).
Para el Infierno se dice:
n. 1033: Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios.
Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro
prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el
que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida
eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos
separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y
de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal
sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa
permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección.
Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los
bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".
En la exposición del Misterio de la Ascensión del Señor, se citan los textos
bíblicos, por el contenido del misterio es ofrecido fuera de un contexto
espacial euclídeo:
n. 659: La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su
humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también
Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para
siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal
110, 1). Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo
"como un abortivo" (1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a éste en
apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).
n. 668: Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación,
en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es
Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de
todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies
sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4,
10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e
incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su
cumplimiento transcendente.
La Sessio ad Dexteram Patris también está propuesta de un modo no espacial:
n. 664: Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del
Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre:
"A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas
le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no
será destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se
convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
5- Cf. el documento "La interpretación de la Sagrada Escritura en la Iglesia" de
la Pontificia Comisión Bíblica
6- Ninguna circunstancia por mínima que sea escapa a la Providencia divina. En
el mismo desarrollo de la Iglesia a lo largo del espacio y del tiempo hay
realidades que son contingentes y que no pertenecen a la substancia del
Misterio, pero si se han dado esas realidades o en ellas se ha inculturado la fe
y la vida cristiana, detrás de ello ha habido un designio de la Providencia, que
hemos de escrutar con humildad, sin despreciar nada, incluso aquellos errores de
los que ahora podemos aprender. En la Encíclica Fides et Ratio se habla de esa
presencia de la Providencia divina en el curso histórico de la Iglesia:
Corresponde a los cristianos de hoy, sobre todo a los de la India, sacar de este
rico patrimonio los elementos compatibles con su fe de modo que enriquezcan el
pensamiento cristiano. Para esta obra de discernimiento, que encuentra su
inspiración en la Declaración conciliar Nostra aetate, tendrán en cuenta varios
criterios. El primero es el de la universalidad del espíritu humano, cuyas
exigencias fundamentales son idénticas en las culturas más diversas. El segundo,
derivado del primero, consiste en que cuando la Iglesia entra en contacto con
grandes culturas a las que anteriormente no había llegado, no puede olvidar lo
que ha adquirido en la inculturación en el pensamiento grecolatino. Rechazar
esta herencia sería ir en contra del designio providencial de Dios, que conduce
su Iglesia por los caminos del tiempo y de la historia. Este criterio, además,
vale para la Iglesia de cada época, también para la del mañana, que se sentirá
enriquecida por los logros alcanzados en el actual contacto con las culturas
orientales y encontrará en este patrimonio nuevas indicaciones para entrar en
diálogo fructuoso con las culturas que la humanidad hará florecer en su camino
hacia el futuro. En tercer lugar, hay que evitar confundir la legítima
reivindicación de lo específico y original del pensamiento indio con la idea de
que una tradición cultural deba encerrarse en su diferencia y afirmarse en su
oposición a otras tradiciones, lo cual es contrario a la naturaleza misma del
espíritu humano. (Enc. Fides et Ratio, n. 72).
7- cf. Mt 14,19; Mc 6,41; 7,34; Lc 9,16; 18,3; Jn 3,13; 17,1 entre otros.
8- Rm 8,23
9- Lc 20,35.
10- A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que
quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva -de
modo peculiar a él solo, según su eterno amor y su misericordia, con toda la
libertad divina- y a la vez con una magnificencia que, frente al pecado original
y a toda la historia de los pecados de la humanidad, frente a los errores del
entendimiento, de la voluntad y del corazón humano, nos permite repetir con
estupor las palabras de la Sagrada Liturgia: "¡Feliz la culpa que mereció tal
Redentor!" (Juan Pablo II: Encíclica Redemptor hominis, n.1).
11- Como muestra nos basta una primera cita: "interminabilitas quae excludit
omnem imperfectionem, non communicatur alicui creaturae, cum nulla creatura
possit esse perfecta simpliciter; sed communicatur sibi perfectio quaedam,
scilicet quam nota est creatura attingere, ut sit perfecta secundum suam naturam:
et sic La cita de Santo Tomás sigue de esta manera: ex hoc potest colligi
differentia inter aeternitatem, aevum et tempus. illud enim quod habet potentiam
non recipientem actum totum simul, mensuratur tempore: hujusmodi enim habet esse
terminatum et quantum ad modum participandi, quia esse recipitur in aliqua
potentia, et non est absolutum quantum ad partes durationis. illud autem quod
habet potentiam differentem ab actu, sed quae totum actum simul suscipiat,
mensuratur aevo: hoc enim non habet nisi unum modum terminationis, scilicet quia
esse ejus est receptum in alio a se, ut dictum est, hac dist., quaest. 1, art.
1. illud vero quod non habet potentiam differentem ab esse mensuratur
aeternitate; hujusmodi enim esse est omni modo interminatum. unde patet etiam
quod aevum non est nisi quaedam aeternitas participata." angeli et homines beati
sunt perfecti, quia totum habent id ad quod eorum natura capax est".
12- La cita de Santo Tomás sigue de esta manera: ex hoc potest colligi
differentia inter aeternitatem, aevum et tempus. illud enim quod habet potentiam
non recipientem actum totum simul, mensuratur tempore: hujusmodi enim habet esse
terminatum et quantum ad modum participandi, quia esse recipitur in aliqua
potentia, et non est absolutum quantum ad partes durationis. illud autem quod
habet potentiam differentem ab actu, sed quae totum actum simul suscipiat,
mensuratur aevo: hoc enim non habet nisi unum modum terminationis, scilicet quia
esse ejus est receptum in alio a se, ut dictum est, hac dist., quaest. 1, art.
1. illud vero quod non habet potentiam differentem ab esse mensuratur
aeternitate; hujusmodi enim esse est omni modo interminatum. unde patet etiam
quod aevum non est nisi quaedam aeternitas participata." angeli et homines beati
sunt perfecti, quia totum habent id ad quod eorum natura capax est".
13- CCE n. 1085
14- CCE n. 519
15- fc. o. cit., p. 447.
16- Así me parece entender este texto que pertenece al entorno de Santo Tomás :
dei vident, aliqui plures effectus vel rationes divinorum operum in ipso Deo
conspiciunt, qua alii qui minus clare vident: et secundum hoc inferiores angeli
superioribus illuminantur secundum dionysium. anima ergo Christi summam
perfectionem visionis divinae obtinens, inter ceteras creaturas omnia opera
divina et rationes ipsorum quaecumque sunt, erunt, vel fuerunt, in ipso Deo
plene intuetur, ut non solum homines, sed etiam supremos angelos illuminet: et
ideo dicit apostolus ad coloss. 2, quod in ipso sunt omnes thesauri sapientiae
et scientiae absconditi: et hebr. 4: omnia autem nuda et aperta sunt oculis ejus;
nulli enim intellectui glorificato deest, quin cognoscat in verbo omnia quae ad
ipsum spectant.
17- La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y
el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de
fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a
Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar "los misterios
de Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma de reflexión
orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el
conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El. (CCE, n. 2708)
18- En una homilía comentaba el Beato Josemaría: " Considerad unos instantes el
hecho que acabo de mencionar. Celebramos la Sagrada Eucaristía, el sacrificio
sacramental del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ese misterio de fe que anuda en
sí todos los misterios del Cristianismo. Celebramos, por tanto, la acción más
sagrada y trascendente que los hombres, por la gracia de Dios, podemos realizar
en esta vida: comulgar con el Cuerpo y la Sangre del Señor viene a ser, en
cierto sentido, como desligarnos de nuestras ataduras de tierra y de tiempo,
para estar ya con Dios en el Cielo, donde Cristo mismo enjugará las lágrimas de
nuestros ojos y donde no habrá muerte, ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el
mundo viejo ya habrá terminado." (Conversaciones con Monseñor Escrivá de
Balaguer, n. 113)
19- Dice el Catecismo: Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y
que El lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en
cierto modo con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una
sola cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él
vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro: Debemos continuar y
cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia
que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia ... Porque
el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar
sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere
comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos
Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn,)
(CCE, n. 521)
20- El Beato Josemaría fue un maestro en el arte de divulgar, con sentido
práctico, modos sencillos y profundos de meditar los misterios de Cristo: No
estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con
Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones..., y las espinas, y el peso
de la cruz..., y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en
desamparo...
Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro
en su llagado Corazón. (Camino, 58)
21- ut augustinus dicit in VIII de trinitate: duo autem mutuo se amantes, sunt
Pater et Filius; amor autem qui est eorum nexus est Spiritus Sanctus. sunt ergo
tres personae in divinis. (De potentia q. 9, a. 9, c. 4)
22- Juan Pablo II: Enc. Redemptoris missio, n. 47
23- Carta Agustinum Hipponensis, n 3. Léase también en el mismo documento:" Otra
verdad fundamental es la del Espíritu Santo, alma del Cuerpo místico -"lo que es
el alma para el cuerpo, eso mismo es el Espíritu Santo para el Cuerpo de Cristo
que es la Iglesia" , del Espíritu Santo principio de la comunión que une a los
fieles entre sí y con la Trinidad. De hecho "el Padre y el Hijo han querido que
nosotros entráramos en comunión entre nosotros mismos y con Ellos por medio de
Aquél que es común a ambos, y nos han recogido en la unidad mediante el único
don que tienen en común, esto es, por medio del Espíritu Santo, Dios y Don de
Dios" . Por ello escribe en el mismo lugar: "La comunión de la unidad de la
Iglesia o la societas unitatis, fuera de la cual no se da perdón de los pecados,
es la obra propia del Espíritu Santo, con quien obran conjuntamente el Padre y
el Hijo, dado que en cierto modo el mismo Espíritu Santo es el elemento
unificante y la societas que une al Padre y al Hijo" .(ibidem, n.3)
24- Juan Pablo II: Carta A Concilio Constantinopolitano I, n. 8.