Reflexiones sobre Ecclesia de Trinitate

Autor: Jorge Salinas

Capítulo 3: Cristo, tiempo y espacio

 

Me propongo en este artículo hacer una síntesis o resumen de lo que esencialmente podemos decir de Jesucristo y su relación con el tiempo y el espacio teniendo en cuenta el magisterio reciente de la Iglesia. Considero que la reflexión teológica puede ayudar a un integración vital, en el interior de cada cristiano, de la fe de la Iglesia que profesa, de la liturgia en la que participa, de la oración que practica y su vida cotidiana.
Un hombre que carezca de fe puede sentir un gran aprecio por la figura de Jesús, comparándola con otros personajes importantes del pasado. De hecho esto le ocurre a creyentes de todas las religiones. Hay judíos, musulmanes, hindúes, budistas, etc. que manifiestan admiración por la conducta de Jesús y por sus enseñanzas; incluso le conceden un rango que roza lo divino. Otras personas agnósticas o ateas le consideran un hombre de cualidades humanas excepcionales como puedan ser su altruismo, su generosidad o su comprensión de las debilidades humanas. En todos estos casos Jesús es mirado como alguien que vivió en este mundo, desarrolló una actividad dentro de un marco geográfico y cultural determinado, murió trágicamente en tiempos de Poncio Pilato y dejó tras sí una estela de discípulos que afirmaron su existencia después de la muerte y una presencia suya invisible en medio de ellos; y así hasta nuestros días. Alguien que carezca de la fe podrá representar a Jesús de Nazareth como una persona humana que protagonizó o fue afectado por acontecimientos ya pasados. Lo que hizo o le aconteció ya no existe; sólo queda en la historia presente su memoria, el influjo de sus enseñanzas, la realidad de los creyentes cristianos. Un incrédulo difícilmente captará algo más cuando se le mencione el nombre de Jesús.

La fe, en cambio, es el conocimiento completo (en claroscuro) de la Persona y del Acontecimiento llamado Jesucristo. Es el conocimiento, otorgado por el Padre en el Espíritu, de una realidad permanente: Cristo muerto y resucitado.


Una aportación notable del nuevo Catecismo de la Iglesia católica

La experiencia pascual de los discípulos del Señor está suficientemente reflejada en los relatos bíblicos. Quizá una de las partes más sorprendentes en el Catecismo de la Iglesia Católica es la resolución con que describe una situación nueva de la corporeidad de Jesús Resucitado. Parece prescindir de muchas cautelas anteriores debidas, en mi opinión, a una concepción clásica del espacio y del tiempo muy concreta, fuera de la cual no debe situarse nada corporal. En ese espacio concebido de un modo muy concreto el cuerpo glorioso de Cristo ocupa un lugar.

El Catecismo parece prescindir de esa cosmología clásica cuando trata del cuerpo glorioso de Cristo en dos números:

Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo (non amplius in spatio et tempore possitum est), pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf Mt 28, 9.16; Lc 24, 15.36; Jn 20, 14.19.26; 21,4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf Jn 20,17)( n.645)

En su cuerpo resucitado (Cristo)pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio (ultra tempus et spatium ).(n.646)

Al describir el estado de glorificación de Cristo se atribuyó a su Cuerpo un ubi y un situ en una esfera celeste distinta de la terrestre, de modo semejante a los "cuerpos celestes", digo sólo semejante. La afirmación del Catecismo de que el Cuerpo de Cristo está ultra spatium elimina, aunque sin resolverlos, muchos problemas que se plantea la imaginación. El poder "hacerse presente donde quiere y cuando quiere" no tiene nada que ver con un movimiento local, con un cambio de ubi, ni siquiera con una percepción sensible; también hay que eliminar problemas imaginarios acerca de la compatibilidad de hacerse presente aquí o allí, simultáneamente.

Sin duda alguna es un error (que se ha dado históricamente) hablar de una omnipresencia de la Humanidad gloriosa de Cristo, de un pancristismo que trasladase a la humanidad de Cristo la presencia de inmensidad de Dios; pero pienso que también es inadecuada toda explicación que equivalga a una localización del Cuerpo glorioso de Cristo en el espacio real que conocemos por experiencia.

Ciertamente Santo Tomás parece situar al cuerpo glorioso de Cristo en un locus. Por ejemplo, al referirse a la ascensión afirma: la Ascensión es un movimiento local que no corresponde a la naturaleza divina, que es inmóvil y no localizable. Pero de esta manera le compete a Cristo según la naturaleza humana, que está circunscrita por el lugar, y puede estar sujeta al movimiento (1). Pero en esto el Aquinate pudo ser deudor inevitable de una cosmología clásica.

¿Un bloqueo imaginativo-espacial en algunos teólogos?

En la teología neo-escolástica es comúnmente aceptada la doctrina de la inhabitación de la Trinidad en el alma del nusto, pero siempre entendiendo la presencia del Verbo Eterno sin ninguna referencia a la Humanidad Santísima de Cristo. Es corriente hablar de una presencia del Padre, del Verbo y del Espíritu Santo. Por una cosmología clásica implícita también era habitual entender y explicar que en la recepción sacramental de la Eucaristía durante unos minutos se daba una especial presencia de la Humanidad Santísima de Cristo en el comulgante y que, una vez corrompidas las especies eucarísticas, esa presencia de la Humanidad Santísima de Cristo cesaba, permaneciendo en el alma sólo el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo.

Lo que aquí se señala como el bloqueo espacio-temporal de la teología medieval es consecuencia de una lectura literalista de la Sagrada Escritura en todo lo referente a la ubicación de los misterios de la Revelación divina al hombre y de la Redención humana realizada por el Padre a través del Hijo en el Espíritu Santo, mediante La Encarnación y el Misterio Pascual de Cristo. Cuando Dios habla al hombre emplea la lengua del hombre en la que está incluida la visión que el hombre tiene del universo. Como afirmaba San Agustín "Dios no nos ha querido descifrar el enigma de las estrellas sino cómo se va al Cielo" .Cuesta mucho trabajo (y se requiere una prudencia grande) distinguir entre lo que es el mensaje divino y su soporte lingüistico-cultural. Eso es tarea de toda la Iglesia, a través del tiempo, en un proceso enriquecedor, guiado por el Espíritu Santo, De este modo describe la Const. Dei Verbum el progreso en la inteligencia de la fe:

" Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.

Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios (2)."

Una prudente desespacialización de los misterios

Basta leer con atención los términos en los que el Magisterio de la Iglesia se expresa en tiempos recientes para advertir un proceso lento y cauto en el cual se procuran separar los contenidos esenciales de la fe de una estructura espacial que pertenece a la Escritura, que forma parte de la cultura histórica humana y que debe respetarse siempre como vehículo o armazón querido por Dios mismo en su Revelación al hombre. Me refiero a la Tierra, el Cielo, el Infierno (entendido como el estrato inferior del cosmos), a Descender, a Subir, a la Derecha, a la Izquierda, etc.

Es interesante el modo en el Catecismo describe los Novísimos, añadiendo a las formas dogmáticas conocidas una propuesta del misterio con abstracción del espacio; es decir, sin situar el Cielo o el Infierno en el espacio euclídeo como sitios " a los que se va" . Veamos por ejemplo, el Cielo: "Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (3)." Hay más momentos del magisterio reciente en los que se advierte ese proceso (4).

Este proceso ha de ser sumamente prudente. El Papa ha aludido a la necesidad de llevar a cabo esta tarea con cautela. También a propósito de la escatología intermedia un documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe advertía hace unos años de la conveniencia de respetar la simbología bíblica, por ejemplo "el fuego". La palabra divinamente inspirada no puede ser sustituida por ninguna otra que tenga el mismo rango. Ciertamente hay una "condescendencia divina" cuando Dios se revela a través de una cultura, una época, una lengua, a través de unos autores concretos que no eran autómatas sino instrumentos vivos. Bajo la guía del Magisterio esa misma Escritura es leída en la Iglesia a la luz del mismo Espíritu que la hizo nacer. Parte de la inteligencia de la Palabra de Dios consiste en captar la mediación humana y saber valorar su transitoriedad; pero al mismo tiempo hay que aceptar que hay razones para nosotros desconocidas por las que Dios escogió precisamente esas mediaciones y no otras. En la Revelación divina al hombre está implícita una cierta representación espacio-temporal del Universo que es bien conocida. En nuestro mundo actual nos representamos al cosmos material de un modo algo distinto. En la Biblia no hay una autocrítica a aquel soporte representativo del espacio y del tiempo que estaba en la mente de hagiógrafos y de lectores y en el que sitúan los acontecimientos salvíficos.. Sí, en cambio, hay una crítica, con frecuencia mordaz, a los mitos de culturas circunstantes. Como dijo San Agustín Dios no quiso enseñarnos la verdad acerca de las estrellas del cielo sino cómo ir al cielo.

La lectura fundamentalista o literalista a ultranza de la Biblia llevaría a incluir como contenido de la Revelación lo que es mediación humana, lo que son presupuestos mentales o imaginarios de una cultura concreta. La Iglesia no hace esa lectura de la Biblia (5) pero conserva con clarividencia el lenguaje bíblico y sus imágenes con un respeto profundo al modo preciso en que Dios quiso comunicarse con el hombre. Si en cualquier aspecto posterior en la vida de la Iglesia hemos de ver los designios de la Providencia divina (6), esa misma Providencia divina ha de venerarse con especial temor cuando se trata de la Escritura Sagrada.

Es legítima esa coperación entre la fe y la razón, argumento básico de la Encíclica Fides et ratio. Sin cambiar la substancia de la fe, ésta puede ser traducida a contextos culturales nuevos. En concreto, en este aspecto de la Revelación estrechamente ligada a una preconcepción del tiempo y del espacio cabe el intento que el mismo Magisterio hace de traducir el núcleo de la fe a categorías en las que nociones espaciales tradicionales son puestas entre paréntesis, como no esenciales a la misma fe. Me refiero a nociones como "arriba", "abajo", "cielo " (en el sentido de cielo empíreo), "infierno" (en el sentido de zona subterránea), "subir", "descender", etc. Hay aspectos del misterio cristiano que están ligados en su experiencia primaria a esas dimensiones : El Verbo Eterno "descendió" a este mundo por la Encarnación, Cristo después de muerto "descendió a los infiernos", resucitó de "entre los muertos", "subió a lo cielos", "está sentado a la derecha" de Dios Padre, "vendrá desde lo alto" a este mundo en la Parusía.

Hay todo un lenguaje en el Catecismo (y más quizá en las catequesis del Papa) en el que esos núcleos esenciales de la fe son propuestos de un modo supraespacial. Pero, al mismo tiempo, se hacen convivir esas propuestas digamos más actuales con las fórmulas de los símbolos de fe más antiguos y con el lenguaje inmediato de la Biblia. No se pretende hacer un hiatus. En el terreno de la doctrina o exposición de la fe ha habido siempre (y debe haberlo siempre) una especie de horror vacui, un instinto de sano temor a romper una continuidad dentro de la inevitable progresión de la fides quaerens intellectum y del intellectus quaerens fidem. En todo caso, siempre hay que retornar a las fuentes, cerciorarse de la fe de los Padres, aquilatar mejor el sentido de la Escritura Santa. Por todo ello, es válido el intento prudente y humilde de dar cuenta de la ratio theologica de cada tiempo, sin dejar de venerar la fe plasmada en lenguajes culturales más antiguos.

Hay que señalar, además, los profundos estudios realizados por algunos que evidencian un algo esencial escrito en la propia corporeidad humana que da a algunas referencias espaciales (superior, inferior, arriba, abajo, delante, detrás, etc) un significado cercano y permanente que transciende toda idea o representación del cosmos.

El mismo Jesucristo se expresó muchas veces en un lenguaje corporal muy preciso: levantaba los ojos al cielo para dirigirse al Padre (7). El mismo dijo: "nadie asciende al cielo sino aquel que desciende .del cielo" (Jn 3,13). Su misma Ascención es descrita del modo más sucinto por Lucas como elevación "hasta que una nube le ocultó" (Lc 1,9). Sería tema de un estudio específico el lenguaje espacial de todo el Nuevo Testamento. Pero también lo sería la selección atenta de pasajes donde el espacio desparece para ser sustituido por el sintagma "en el Espíritu". Nos bastarán dos pasajes del Evangelio.

En el diálogo con la samaritana, ante la pregunta de la mujer acerca del "dónde" ha de ser adorado Dios, buscando una localización precisa (¿Jerusalén o el monte Garizim?), Jesús revela la nueva situación que El ha traído al mundo:"llega la hora en que ni a ese monte ni a Jerusalén está vinculada la adoración al Padre....llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre quiere que sean tales los que le adoren"(Jn 4,21-24). La lectura comúnmente aceptada de "en espíritu y en verdad" es la de "en el Espíritu Santo y en Cristo".

En Lc 17,20-21 también es interrogado Jesús por unos fariseos acerca de la visibilidad externa del Reino en este mundo. La repuesta de Jesús es: "no viene el Reino con ostentación, ni dirán: aquí está, o allí; antes bien, el Reino está dentro de vosotros".La realidad sobrenatural que Cristo inaugura con su presencia escapa a la localización precisa, es una realidad interior, allí donde actúa de modo inmediato el Espíritu Santo.

La larga confidencia de Jesús con los Apóstoles en el Evangelio de San Juan (Jn 13,31-17,25) transciende el espacio y, en muchos aspectos, el tiempo lineal: "me iré y volveré", "voy a prepararos lugar", "allí donde yo esté estaréis vosotros conmigo", "en aquel día conoceréis vosotros que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros", etc. No podemos detenernos, dentro del modesto intento de este trabajo, en todos los textos neotestamentarios en que el Misterio de Cristo es presentado como un misterio de comunicación y de comunión entre las Personas divinas y las personas humanas redimidas.

La salvación otorgada por Dios al hombre es salvación del alma, del cuerpo y del mundo realizada a través del Verbo hecho carne. La Redención es también redención del cuerpo, por la que suspiramos con San Pablo (8). Por tanto está muy lejos de nuestra intención acentuar una dimensión tan "espiritualista" de la realidad cristiana que pudiera equivaler a una transformación en ángeles. El Señor lo dejó bien claro en su refutación de los saduceos: "los llamados a formar parte del siglo futuro ni ellos tomarán esposa ni ellas tomarán marido"(9). Será un mundo de hombres y mujeres transformados por la acción del Espíritu Santo , pero no volatilizados o mutados en otra especie. Por tanto en todo nuestro trato con Dios y en nuestra referencia a El estamos obligados a respetar la lógica de la Encarnación, por la que el hombre es reafirmado definitivamente como tal hombre (10). Por eso mismo tiene mucha importancia en la celebración litúrgica el espacio, el tiempo, las posturas, los gestos, lo tangible y lo vivencial humano. Allí donde y cuando más de cerca comunicamos con la Liturgia celestial, donde y cuando más se actualiza la Obra de la Redención, nos expresamos de un modo corporal humano y santificado. Todas las consideraciones que forman la trama de este trabajo no deben alejarnos de la imaginación , por decir así, común. Y el sacerdote cuando recita en la Santa Misa la Plegaria I o Canon Romano, sabrá vivir con piedad sincera la indicación de "elevar los ojos a lo alto" cuando pronuncia las palabras del Señor inmediatamente antes de la consagración, "El cual, levantando los ojos al cielo, hacia Ti, Dios, Padre suyo todopoderoso...".

Los acta et passa Christi

Cristo acontecimiento

Cristo glorioso lleva consigo su propia historia vivida en el tiempo incorporada a la eternidad. Él es quien muestra sus llagas al Apóstol Tomás, Él es "Cordero degollado puesto en pie". Como recita el Prefacio Pascual III, "inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado vive para siempre". En Cristo resucitado la Persona Eterna del Verbo hace que participen de la eternidad los Acontecimientos redentores: Jesucristo el Justo intercede siempre por nosotros y nos reconcilia con el Padre, es nuestro Abogado permanente. En Él están todos los tiempos, los asume y los condensa. Repitiendo palabras del Catecismo: Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás, esta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios (ibid. 3,18,7; cf. 2, 22, 4) (CCE, 518).

La enseñanza del Catecismo

Todo cuanto hizo o aconteció a Jesucristo en su paso por la tierra, aun siendo acontecimientos y hechos históricos, participa, a la vez, de la eternidad. Esta afirmación del Catecismo es importante para lo que se pretende mostrar a lo largo de este trabajo.

La "participación en la eternidad" es un tema tratado por Santo Tomás en varios lugares (11). La eternidad como tal sólo se puede predicar de Dios: sólo en Dios se da la interminabilitas perfecta; en las criaturas sólo se puede dar el tiempo o la eviternidad. El caso de los ángeles y de los bienaventurados es el caso de criaturas en las que el esse es finito y distinto del recipiente en que es recibido, pero la potencialidad ha sido "colmada", ha sido actualizada de modo tan completo que no queda en ellos ninguna potencialidad respecto a otros actos, por lo cual viven de un modo interminable (in aevo), pero no indeterminado sino determinado, por tanto "participan de la eternidad" sin ser la eternidad misma que sólo conviene a Dios (12). Quiero subrayar la expresión tomista quaedam aeternitatis participatio, porque coincide con la frase del Catecismo : "Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida." (13).

Fijemos nuestra atención en esta frase: "todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente". Podemos encontrar esa misma idea encerrada en otro punto del Catecismo que, por su importancia, citamos por extenso: "Toda la riqueza de Cristo "es para todo hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11). Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra salvación" hasta su muerte "por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) y en su Resurrección para nuestra justificación (Rom 4,25). Todavía ahora, es "nuestro abogado cerca del Padre" (1 Jn 2, 1), "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24) (14). Acotamos esta frase: " Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre...". Aunque se suela referir ese carácter histórico y, a la vez, partícipe de la eternidad, al Misterio Pascual de Cristo, en realidad es extensible a todo el tramo de temporalidad que va desde la Encarnación hasta la Resurrección. El Misterio Pascual es como un "concentrado" vital y espiritual de todo el paso del Verbo Encarnado por este mundo y su historia. Y si consideramos la historia en su conjunto llegamos a la misma conclusión expresada sí por J. Ferrer: "Todo lo acontecido en la historia anterior es mero despliegue del acontecimiento Cristo en el Espíritu, bien por anticipación –antes de su venida- bien por derivación de su plenitud desbordante"(15).

Una razón teológica que puede ilustrar la doctrina aquí expuesta puede ser la siguiente. Cristo fue en su vida terrena simul viator et comprehensor. En al ápice de su alma gozaba de la visión beatífica, "desde el primer instante de su concepción" (como recordó Pío XII, en su Encíclica Mystici Corporis Christi). Por lo menos, hay que atribuir a Cristo en su vida terrena la condición eviterna de los bienaventurados. Si a esto añadimos, que en Él la gracia es capital, que Jesús es el único en quien reside la gracia ofrecida a todos, no es difícil suponer que en cada instante de tiempo, en cada acto suyo, durante su curso terreno, pudo (y, por ende, puede) alcanzar a todas las almas, en todo tiempo..

Desde la Humanidad Santísima de Cristo recibimos gracia sobre gracia. Me parece que puede afirmarse que nuestra visión beatífica será una participación de la ciencia beatífica de Cristo porque su mediación es permanente (16).

La posibilidad de nuestra comunión con los misterios de Cristo

Comunión es "mutua interioridad" entre personas, lo cual implica presencia de persona(s) en persona(s), inmanencia recíproca. La fe nos abre a la posibilidad de una comunión con Cristo, con Cristo en su totalidad y con Cristo en cada misterio de su vida. Desde al aquí y ahora de mi realidad personal es posible un acceso, en el Espíritu, al allí y entonces de Cristo, porque el allí y entonces de Cristo participa de la eternidad del Verbo (17) .

Esta es una de las maravillas de la realidad sobrenatural: la posibilidad de vivir en Cristo por la acción del Espíritu Santo todos y cada uno de sus momentos, manteniéndose siempre la alteridad personal entre la Persona del Verbo Encarnado y la persona del cristiano (18). Esa posibilidad se puede expresar desde otra óptica: que Cristo pueda vivir sus momentos ("trasladados" a la eternidad) en el cristiano (19). Sería una simplificación falsa atribuir esa posibilidad a la sola imaginación, pues ésta nada podría en el orden sobrenatural si no estuviera actuando el Espíritu Santo que recuerda a la inteligencia la regula fidei, marco seguro dentro del cual la voluntad puede mover a la imaginación. Después, los resultados no son únicamente "cosa humana" (20).

La posibilidad de una comunicación con las Personas del Padre y del Hijo la origina en el alma cristiana el mismo Espíritu Santo. El Paráclito es llamado por Santo Tomás nexus vel vinculum (21). con lo cual conecta con toda la Patrística. En primer lugar lo es respecto al Padre y al Hijo, pero también lo es entre personas humanas (fieles en estado de gracia) y la Trinidad, y por ende, también lo es entre los mismos fieles:" el bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y nos unge en el Espíritu Santo: no es un mero sello de la conversión, como un signo exterior que la demuestra y la certifica, sino que es un sacramento que significa y lleva a cabo este nuevo nacimiento por el Espíritu; instaura vínculos reales e inseparables con la Trinidad; hace miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia"(22).Lo propio de un nexo es anexionar, conectar, conexionar, crear redes.

Por tanto hay una categoría sobrenatural que podría llamarse "en el Espíritu" que excede totalmente el espacio clásico en que sólo se dan cuerpos simultáneos en un mismo tiempo e impenetrables entre sí. Ya en el orden natural es difícil situar en ese mundo de espacio-tiempo la realidad de las personas, de las mismas personas humanas. Sólo sería posible hacerlo si reducimos la noción de persona al solo cuerpo humano. Si , además, aceptamos el mundo de lo sobrenatural, conocido por la fe, la categoría "en el Espíritu" es como un universo en el que están interconexionadas con Cristo una multitud de personas distantes en el tiempo y en el espacio, de un modo "espiritual" (es decir "en el Espíritu") y, a través de Cristo, con Dios Padre. Esa realidad es "espiritual" en sentido estrictísimo, es decir , realidad originada por el Espíritu Santo , Nexo o Vínculo Substancial entre el Padre y el Hijo que incluye también, de un modo participado, a una multitud de personas redimidas por Cristo. La doctrina de San Agustín es muy rica es esta consideración de la realidad "espiritual" de la Iglesia a través de los siglos: "Mirando a la Iglesia, Cuerpo de Cristo y vivificada por el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, Agustín desarrolló en diversas maneras una noción acerca de la cual el reciente Concilio ha tratado con particular interés: la Iglesia comunión . Habla de ella de tres modos diversos, pero convergentes: la comunión de los sacramentos o realidad institucional fundada por Cristo sobre el fundamento de los Apóstoles, de la cual discute ampliamente en la controversia donatista, defendiendo su unidad, universalidad, apostolicidad y santidad , y demostrando que tiene por centro la "Sede de Pedro", "en la que siempre estuvo vigente el primado de la Cátedra Apostólica" ; la comunión de los santos o realidad espiritual , que une a todos los justos desde Abel hasta la consumación de los siglos ; la comunión de los bienaventurados o realidad escatológica, que congrega a cuantos han conseguido la salvación, es decir, a la Iglesia "sin mancha ni arruga" (Ef 5, 27) (23) .

Al decir "espiritual en sentido estrictísimo " queremos destacar ese adjetivo respecto a lo espiritual en sentido estricto que serían las substancias inmateriales como los ángeles, o las almas. En su acepción amplia lo "espiritual" para mucha gente es sinónimo de imaginario, emotivo, etc. siempre contrapuesto a "real". Cuando afirmamos que hay un sentido estrictísimo de "espiritual (lo originado por acción del Espíritu Santo) no sólo no se opone este adjetivo a "lo real", sino que queremos significar con ello una realidad superlativa, es decir una acción divina sobre la criatura que excede al mero dar y conservar su ser finito; lo supone, lo reafirma y lo intensifica de un modo nuevo, es decir, sobrenatural.

La categoría "en el Espíritu" está presidida de un modo universal por la Humanidad Santísima de Cristo, obra maestra del Espíritu Santo y, a la vez, Fuente de donde mana el Agua del Espíritu Santo.

En un orden ciertamente subordinado y participado, María es Madre universal en el orden de la gracia. El Concilio Vaticano II sintetiza felizmente la relación indivisible de María Santísima con Cristo y con la Iglesia: «Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, "perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste", y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu que ya en la Anunciación la había cubierto con su sombra»." Con esta expresión el texto del Concilio une entre sí los dos momentos, en los que la maternidad de María está más estrechamente unida a la obra del Espíritu Santo: primero, el momento de la Encarnación; y luego, el del nacimiento de la Iglesia en el Cenáculo de Jerusalén" (24).

Jorge Salinas


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1- Tum etiam quia ascensio est motus localis, qui divinae naturae non competit quae est immobilis et inlocalis. Sed per hunc modum ascensio competit Christo secundum humanam naturam, quae continetur loco, et motui subiici potest" (STH III, q.57, a.2, in c.).

2- Conc. Vaticano II: Const Dei Verbum, n. 8).

3- CCE n. 1024

4- Podemos comprobar el mismo modo "desespacializador" de los siguientes puntos del Catecismo:

n.1025: Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):

Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).

n. 1026: Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.

n. 1027: Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).

Para el Infierno se dice:

n. 1033: Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

En la exposición del Misterio de la Ascensión del Señor, se citan los textos bíblicos, por el contenido del misterio es ofrecido fuera de un contexto espacial euclídeo:

n. 659: La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1). Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo "como un abortivo" (1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a éste en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).

n. 668: Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.

La Sessio ad Dexteram Patris también está propuesta de un modo no espacial:

n. 664: Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).



5- Cf. el documento "La interpretación de la Sagrada Escritura en la Iglesia" de la Pontificia Comisión Bíblica

6- Ninguna circunstancia por mínima que sea escapa a la Providencia divina. En el mismo desarrollo de la Iglesia a lo largo del espacio y del tiempo hay realidades que son contingentes y que no pertenecen a la substancia del Misterio, pero si se han dado esas realidades o en ellas se ha inculturado la fe y la vida cristiana, detrás de ello ha habido un designio de la Providencia, que hemos de escrutar con humildad, sin despreciar nada, incluso aquellos errores de los que ahora podemos aprender. En la Encíclica Fides et Ratio se habla de esa presencia de la Providencia divina en el curso histórico de la Iglesia: Corresponde a los cristianos de hoy, sobre todo a los de la India, sacar de este rico patrimonio los elementos compatibles con su fe de modo que enriquezcan el pensamiento cristiano. Para esta obra de discernimiento, que encuentra su inspiración en la Declaración conciliar Nostra aetate, tendrán en cuenta varios criterios. El primero es el de la universalidad del espíritu humano, cuyas exigencias fundamentales son idénticas en las culturas más diversas. El segundo, derivado del primero, consiste en que cuando la Iglesia entra en contacto con grandes culturas a las que anteriormente no había llegado, no puede olvidar lo que ha adquirido en la inculturación en el pensamiento grecolatino. Rechazar esta herencia sería ir en contra del designio providencial de Dios, que conduce su Iglesia por los caminos del tiempo y de la historia. Este criterio, además, vale para la Iglesia de cada época, también para la del mañana, que se sentirá enriquecida por los logros alcanzados en el actual contacto con las culturas orientales y encontrará en este patrimonio nuevas indicaciones para entrar en diálogo fructuoso con las culturas que la humanidad hará florecer en su camino hacia el futuro. En tercer lugar, hay que evitar confundir la legítima reivindicación de lo específico y original del pensamiento indio con la idea de que una tradición cultural deba encerrarse en su diferencia y afirmarse en su oposición a otras tradiciones, lo cual es contrario a la naturaleza misma del espíritu humano. (Enc. Fides et Ratio, n. 72).



7- cf. Mt 14,19; Mc 6,41; 7,34; Lc 9,16; 18,3; Jn 3,13; 17,1 entre otros.

8- Rm 8,23

9- Lc 20,35.

10- A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva -de modo peculiar a él solo, según su eterno amor y su misericordia, con toda la libertad divina- y a la vez con una magnificencia que, frente al pecado original y a toda la historia de los pecados de la humanidad, frente a los errores del entendimiento, de la voluntad y del corazón humano, nos permite repetir con estupor las palabras de la Sagrada Liturgia: "¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!" (Juan Pablo II: Encíclica Redemptor hominis, n.1).

11- Como muestra nos basta una primera cita: "interminabilitas quae excludit omnem imperfectionem, non communicatur alicui creaturae, cum nulla creatura possit esse perfecta simpliciter; sed communicatur sibi perfectio quaedam, scilicet quam nota est creatura attingere, ut sit perfecta secundum suam naturam: et sic La cita de Santo Tomás sigue de esta manera: ex hoc potest colligi differentia inter aeternitatem, aevum et tempus. illud enim quod habet potentiam non recipientem actum totum simul, mensuratur tempore: hujusmodi enim habet esse terminatum et quantum ad modum participandi, quia esse recipitur in aliqua potentia, et non est absolutum quantum ad partes durationis. illud autem quod habet potentiam differentem ab actu, sed quae totum actum simul suscipiat, mensuratur aevo: hoc enim non habet nisi unum modum terminationis, scilicet quia esse ejus est receptum in alio a se, ut dictum est, hac dist., quaest. 1, art. 1. illud vero quod non habet potentiam differentem ab esse mensuratur aeternitate; hujusmodi enim esse est omni modo interminatum. unde patet etiam quod aevum non est nisi quaedam aeternitas participata." angeli et homines beati sunt perfecti, quia totum habent id ad quod eorum natura capax est".

12- La cita de Santo Tomás sigue de esta manera: ex hoc potest colligi differentia inter aeternitatem, aevum et tempus. illud enim quod habet potentiam non recipientem actum totum simul, mensuratur tempore: hujusmodi enim habet esse terminatum et quantum ad modum participandi, quia esse recipitur in aliqua potentia, et non est absolutum quantum ad partes durationis. illud autem quod habet potentiam differentem ab actu, sed quae totum actum simul suscipiat, mensuratur aevo: hoc enim non habet nisi unum modum terminationis, scilicet quia esse ejus est receptum in alio a se, ut dictum est, hac dist., quaest. 1, art. 1. illud vero quod non habet potentiam differentem ab esse mensuratur aeternitate; hujusmodi enim esse est omni modo interminatum. unde patet etiam quod aevum non est nisi quaedam aeternitas participata." angeli et homines beati sunt perfecti, quia totum habent id ad quod eorum natura capax est".

13- CCE n. 1085

14- CCE n. 519

15- fc. o. cit., p. 447.

16- Así me parece entender este texto que pertenece al entorno de Santo Tomás : dei vident, aliqui plures effectus vel rationes divinorum operum in ipso Deo conspiciunt, qua alii qui minus clare vident: et secundum hoc inferiores angeli superioribus illuminantur secundum dionysium. anima ergo Christi summam perfectionem visionis divinae obtinens, inter ceteras creaturas omnia opera divina et rationes ipsorum quaecumque sunt, erunt, vel fuerunt, in ipso Deo plene intuetur, ut non solum homines, sed etiam supremos angelos illuminet: et ideo dicit apostolus ad coloss. 2, quod in ipso sunt omnes thesauri sapientiae et scientiae absconditi: et hebr. 4: omnia autem nuda et aperta sunt oculis ejus; nulli enim intellectui glorificato deest, quin cognoscat in verbo omnia quae ad ipsum spectant.

17- La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar "los misterios de Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El. (CCE, n. 2708)

18- En una homilía comentaba el Beato Josemaría: " Considerad unos instantes el hecho que acabo de mencionar. Celebramos la Sagrada Eucaristía, el sacrificio sacramental del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ese misterio de fe que anuda en sí todos los misterios del Cristianismo. Celebramos, por tanto, la acción más sagrada y trascendente que los hombres, por la gracia de Dios, podemos realizar en esta vida: comulgar con el Cuerpo y la Sangre del Señor viene a ser, en cierto sentido, como desligarnos de nuestras ataduras de tierra y de tiempo, para estar ya con Dios en el Cielo, donde Cristo mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos y donde no habrá muerte, ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo viejo ya habrá terminado." (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n. 113)

19- Dice el Catecismo: Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro: Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia ... Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn,) (CCE, n. 521)

20- El Beato Josemaría fue un maestro en el arte de divulgar, con sentido práctico, modos sencillos y profundos de meditar los misterios de Cristo: No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones..., y las espinas, y el peso de la cruz..., y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo...

Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón. (Camino, 58)

21- ut augustinus dicit in VIII de trinitate: duo autem mutuo se amantes, sunt Pater et Filius; amor autem qui est eorum nexus est Spiritus Sanctus. sunt ergo tres personae in divinis. (De potentia q. 9, a. 9, c. 4)

22- Juan Pablo II: Enc. Redemptoris missio, n. 47

23- Carta Agustinum Hipponensis, n 3. Léase también en el mismo documento:" Otra verdad fundamental es la del Espíritu Santo, alma del Cuerpo místico -"lo que es el alma para el cuerpo, eso mismo es el Espíritu Santo para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia" , del Espíritu Santo principio de la comunión que une a los fieles entre sí y con la Trinidad. De hecho "el Padre y el Hijo han querido que nosotros entráramos en comunión entre nosotros mismos y con Ellos por medio de Aquél que es común a ambos, y nos han recogido en la unidad mediante el único don que tienen en común, esto es, por medio del Espíritu Santo, Dios y Don de Dios" . Por ello escribe en el mismo lugar: "La comunión de la unidad de la Iglesia o la societas unitatis, fuera de la cual no se da perdón de los pecados, es la obra propia del Espíritu Santo, con quien obran conjuntamente el Padre y el Hijo, dado que en cierto modo el mismo Espíritu Santo es el elemento unificante y la societas que une al Padre y al Hijo" .(ibidem, n.3)

24- Juan Pablo II: Carta A Concilio Constantinopolitano I, n. 8.