2-13 - CURACIÓN DEL CIEGO BARTIMEO EN JERICÓ
Mc/10/46-52    Mt/20/29-34    Lc/18/35-43
MIGRO/CIEGO-BARTIMEO

No ven al ciego
Es cierto que todos estamos un poco ciegos en el camino de Jericó. Sólo que muchos de
nosotros no estamos allí como Bartimeo para pedir, sino para sentar cátedra y dispensar
sabiduría.
Tienen bien ajustado el manto de su erudición.
De correr, nada, ¿dónde quedaría la dignidad?
Así, el hecho de que un pobre desgraciado recobre la vista, es algo irrelevante. Es sólo
un pretexto para hablar de otra cosa. Sin duda, cosas importantes, seguimiento, fe, oración,
secreto mesiánico. Pero no son capaces de ver al ciego que ha sido curado.
Algún estudioso llega a preguntarse con la máxima seriedad por qué Mc coloca en esta
parte de su evangelio este milagro. Está bien. Sería interesante que nos informasen en
donde lo habrían colocado ellos -en qué camino, en qué tiempo, incluso habrían encontrado
una enfermedad más conveniente-....
Evidentemente el hecho de que Jesús pase por aquel lugar teniendo que subir a
Jerusalén y se encuentre con un mendigo del lugar a las puertas de aquella ciudad -y no
otra- y cure a un ciego porque no ve y quiere ver, son razones todas ellas demasiado
banales... Debe existir otro motivo.
Y por eso nos enseñan qué es lo que pretende «aclarar», «enseñar» Jesús con aquella
curación. No se les pasa por la imaginación el sospechar que el Maestro se haya limitado a
devolver la vista a un ciego.
Como si Mc en vez de relatar el milagro, nos hubiera referido una lección misteriosa.
De esta forma, una vez más un relato -entre los más vivos y pintorescos- es embalsamado
en la rigidez del significado, envuelto en la interpretación alegórica y confiado a las
disquisiciones de los especialistas, antes de ofrecer a los lectores comunes la posibilidad de
acogerlo en su movimiento, gustarlo en la viveza de su desarrollo real.
Y un «pequeño», un «personaje menor» (¿pero no son estos los grandes para Jesús?) es
reducido a puro pretexto, utilizado para ilustrar determinadas verdades.
Según estos sabihondos, Bartimeo, más que estar reconocido a Jesús que ha tenido
compasión de su enfermedad, debería dar las gracias a Mc porque tenía necesidad de uno
como él en ese concreto punto de su evangelio.
Suerte que tanto al evangelista en virtud de su construcción teológica y al Maestro, por su
pedagogía, les convenía un ciego. De otro modo estaría todavía allí, envuelto o echado en
su manto, pidiendo limosna.
Se diría que una cierta deformación profesional lleva a algunos comentadores a acercarse
a esta página del evangelio con una mentalidad de... novela policíaca. Incluso ante las
cosas más sencillas, los detalles más naturales, ante la evidencia de la vida, están
preocupados por indagar qué hay detrás o qué se esconde debajo.
Parece que se avergüencen al pararse y admirar, como todos, para saborear y
conmoverse. Desconfían de la naturaleza. Se han vacunado contra la poesía. Desde hace
tiempo han exorcizado los sentimientos. Se muestran alérgicos a lo inmediato, sospechosos
ante la espontaneidad.
La densidad humana de ciertos episodios o de ciertos personajes no les interesa. Deben
buscar la punta de significados más sutiles.
Para afilar las herramientas de su oficio tienen necesidad de congelar el episodio y
sistematizarlo en los esquemas ya predispuestos de sus construcciones teóricas. Tienen
necesidad de que el hombre -debidamente inmovilizado y desangrado- se deje «tratar»
como una cobaya para sus sabias demostraciones.
Si fuera por ellos no se dignarían ni siquiera preguntar el nombre del ciego.
Más que alegrarse por el hecho de que ha vuelto a ver, están empeñados en hacernos
comprender qué debemos entender nosotros en todo este relato.
Por esta vez dejemos estos guías que querrían explicarnos qué ha sucedido realmente
en el camino de Jericó. Limitémonos a mirar sirviéndonos de nuestros ojos, de nuestra
inexperiencia. Mc es un narrador sorprendente. No perdamos el hilo de su narración.
El viaje de Jericó a Jerusalén es más bien desagradable -y peligroso-, dura algunas
horas.
No es sin duda blasfemo pensar que también Jesús haya recordado aquel episodio y
haya encontrado en él un cierto placer. El camino le parecería menos duro.

Una escena movida
Y pensar que Mc tiene una clara simpatía por este ciego. Nos refiere hasta el nombre, un
honor que (si se excluye el relato de la pasión) reserva sólo a los apóstoles y a Jairo.
Y además, dada la riqueza de detalles, debe haber reconstruido el episodio a través de
un testigo ocular o, al menos, de informaciones de primera mano.
No hay que excluir el que Bartimeo -del cual se dice al final que «lo siguió por el camino»
(v. 52)- fuera un cristiano bastante conocido en las primeras comunidades, e incluso que el
mismo Mc haya podido estar con él.
Al leer la escena, instintivamente la calificamos de «movida». Es interesante notar la
preponderancia de los verbos de movimiento.
Pero se advierte también un ritmo más rápido del normal. Se diría que Mc se deja llevar
por el ansia, por la prisa de contar. Así presenta a Jesús que llega y sale inmediatamente
de Jericó, sin entretenerse en la ciudad, a diferencia de Lc que coloca aquí la parada en
casa de Zaqueo.
Y además «su» Bartimeo pierde por el camino a su compañero de desgracia, que en
cambio Mt se preocupa de señalar (no era raro que en Oriente los ciegos fuesen por
parejas).
Además informa de que el ciego ha oído que era Jesús, habiéndose dejado en el tintero
el detalle de que, evidentemente, advertido el tumulto de la gente, había preguntado quién
era aquel personaje que desencadenaba una animación desacostumbrada.
Como si fuera poco, en el versículo 51 se deja escapar un verbo que nosotros libremente
hemos traducido «le dijo», pero que sería «respondió» (es decir, Mc con la prisa hace
responder a Jesús con una pregunta).
Y, aún más sorprendente es que Bartimeo dé un salto y corra olvidándose de que está
ciego. Y nos viene la sospecha de que el milagro ocurra por el camino, antes del encuentro.
Sea como fuere la curación resulta inequívocamente instantánea: «al momento recobró la
vista» (v. 52). Baste pensar, como contraste, en la curación progresiva, como cansada, del
ciego de Betsaida (8, 22-26).
Aquí, además, la gente tiene un papel importante. El evangelista subraya su volubilidad,
su oportunismo. De hecho, mientras al principio grita al andrajoso porque molesta el desfile
del cortejo, en cuanto se da cuenta de que el Maestro, en cambio, se interesa por él, se da
prisa en animarle («ánimo, levántate, que te llama» v. 49).
A la actitud prudente de la gente corresponde el comportamiento decidido de Bartimeo
que no duda en gritar, en hacer sentir su presencia, y cuando quieren que esté callado, por
toda respuesta se desgañita aún más.
Y además no hay que olvidar el detalle del manto arrojado, quizá porque le impedía
correr.
Se puede dejar traslucir una pizca de astucia, la capacidad de acelerar los tiempos, de
aprovechar la situación, de coger al vuelo la ocasión favorable, de hacer las conexiones
justas. Sin duda. Si hijo de David= Mesías, el Mesías debería ser aquel que -según Isaías-
devuelve la vista a los ciegos. Por tanto...
Jesús saca una conclusión de todo esto: «Anda, tu fe te ha curado» (v. 52). Es la misma
expresión dirigida a la hemorroisa (5, 34). Jesús pone el conjunto de gestos, de actitudes,
de iniciativas, de palabras del ciego, bajo un único común denominador: fe.

La tierra prometida es conquistada
abandonando Jericó
Pero no debemos olvidar la ambientación de la escena: Jericó y el camino.
La llamada «ciudad de las palmeras» es una de las más antiguas de Palestina (1). Fue
reconstruida -a pocos minutos de distancia de las ruinas antiguas (2)- por Herodes el
Grande, que murió allí, y embellecida con cierta suntuosidad por su hijo Arquelao.
Es la ciudad más baja del mundo, encontrándose a trescientos metros bajo el nivel del
mar, en la depresión del valle del Jordán, al norte del Mar Muerto.
Está separada de Jerusalén por el desierto de Judá, atravesado por un camino
impracticable de unos 37 kilómetros (en donde Lc ambienta la parábola del Samaritano).
Hay estacionada una guarnición romana.
Es un oasis fertilísimo. Respecto de Jerusalén suele tener una temperatura de unos 10
grados más de calor. Lo cual, especialmente en el período invernal y de lluvias, representa
una gran ventaja.
Jericó se convierte de este modo en una estación de descanso muy frecuentada.
Lagrange, como buen francés, no duda en calificarla la Niza de Judea.
Especialmente en el período de primavera -el tiempo del viaje de Jesús- su llanura, con
sus famosos jardines, presenta un panorama inolvidable.
Sin embargo, este cuadro sugestivo está atravesado por el camino áspero que sube
hacia Jerusalén.
Jesús parece tener prisa (en definitiva es él, más que Mc quien apresura el tiempo). No
puede detenerse para gozar de este espectáculo encantador. La meta es otra y él debe
conseguirla, aunque no sea ciertamente muy halagüeña. Jericó se puede convertir en la
tentación del descanso. Por ello entra, pero para salir inmediatamente, como si temiera la
seducción.
Por otra parte, precisamente en el camino, de una manera que se diría precipitada,
realiza el último milagro de curación señalado por Mc.
No creo que el simbolismo esté en el abrir los ojos (como si el seguimiento, en esta fase
decisiva, comporte la necesidad de ver claro).
El simbolismo está en el milagro, independientemente del tipo de curación. De hecho
Jesús parece querer dejar este último signo de poder, antes de revestirse voluntariamente
con la debilidad de la pasión. No es un débil el que se entrega en manos de los enemigos.
Es el «fuerte» que cree que hay que vencer con la debilidad y la derrota.
Creo que ha dado en la clave Lohmeyer cuando define este relato como un «episodio
regio». Sí, Jesús asume una actitud regia. Baste pensar en el gesto de mandar llamar al
mendigo. Pues bien, este rey va a sentarse en un trono de infamia.
«Y lo siguió por el camino» (v. 52). Un discípulo más. En un momento importante
Bartimeo ha comprendido que aquella no era la estación del descanso.
En Jericó entonces debía haber muchos curiosos, muchos ociosos. Estos acompañan a
Jesús durante un trozo del camino, lo acompañan hasta el límite de «la ciudad de las
palmeras» Cuando el camino se adentra en el desierto, se vuelven hacia el oasis
reconfortante.
Solamente el ciego se encuentra con fuerza para afrontar aquel itinerario tan poco
turístico.
Indudablemente es una amonestación para todos aquellos que pretenden seguir a Jesús.

La tierra prometida, por esta vez, se puede conseguir no conquistando, sino
abandonando de prisa Jericó.


PROVOCACIONES

1. Era de esperar. Discuten si el manto le tenía puesto o le servía para acostarse o
recoger la limosna.
En todo caso, el hecho de arrojarlo, cualquiera que fuera su uso precedente, adquiere un
relieve excepcional.
Es un gesto de grandeza, de señor.
Lo deja. Que lo recoja quien quiera.
Aquel manto representa el espacio en que le han colocado, el puesto que le han
asignado. Por exigencias de orden. Tú estás ciego, procura no estorbar demasiado. Estate
allí, tranquilo, te concedemos explotar tu enfermedad para ganarte la vida con las limosnas.
Pero a un lado, al borde del camino, debes dejar libre el camino.
Este, sin embargo, en un momento se pone de pie e irrumpe en el centro del camino.
Es la insurrección. La libertad recobrada. LBT/RUTINA RUTINA/LIBERTAD:
Se cura en el instante mismo en que decide correr hacia Jesús.
Este es el milagro. Romper la barrera de la gente, los cordones de las costumbres, las
líneas de las convenciones sociales, rechazar los papeles impuestos, entrar en escena en
el momento no señalado por el apuntador, abrirse paso hasta Jesús: esto y no otra cosa
significa «salvación».
El paso de estar al margen para lanzarse hacia el centro, hacia la verdad del propio ser,
es el momento de la gracia. Saludado, festivamente, por el lanzamiento del manto.
Todo comienza en este momento.

2 Pero no ha sido sólo el manto (en el fondo, el discípulo, llamado para seguir al Maestro,
debe dejar siempre algo. Uno la barca y otro, como Bartimeo, el manto).
Bartimeo es uno que ha aprendido a gritar. Antes aun de recuperar la vista ha
recuperado el grito. Con ello ha vuelto a la infancia, más aún al nacimiento.
Sí, en el camino de Jericó asistimos a un nacimiento.
Cuando el niño viene al mundo anuncia su presencia poniéndose a gritar. Aquel grito
rompe la calma. Molesta. Y rápidamente los adultos acuden, preocupados, abrumados por
esos chillidos que disturban y arruinan el descanso. Todos a callar al rebelde, con cualquier
medio, incluso con los gestos (como la gente con Bartimeo). Debe aprender, el pequeño,
las reglas del vivir, el adecuarse. Es decir, renunciar al grito para acompasar su voz al
concierto general. La partitura ha sido ya escrita para él. No se puede desafinar. Ninguna
nota fuera de partitura. Debe adecuarse.
Pero el ciego ha decidido nacer de nuevo.
Por esto grita, a pesar de disturbar la armonía de la procesión, de dar la nota
desentonada del concierto.
En el fondo es él quien infunde ánimos a los que se acercan para confortarlo (nótese que
los demás llegan a darle ánimos después que él ha descubierto al verdadero consolador).
Les hace ver que la salvación para todos consiste en hacer que la voz llegue al que está
pasando.
Una voz quizá áspera, desesperada. Pero que es la nuestra. No del coro.

3. Jesús ama a los hombres como este. No ama a la multitud. Y no ama a los que se
esconden entre la gente.
Ama a Bartimeo, porque éste no duda en gritar a pleno pulmón lo que los otros se limitan
a susurrar: Mesías.
No teme comprometerse, exagerar.
La gente, tanto aquí en Jericó como en Jerusalén, se contenta con hacer fiesta, acudir
llena de curiosidad. Se agita pero no se mueve. Está en efervescencia, pero no se decide.
Son actitudes estériles que no producen frutos, como la higuera, que será por eso
maldecida.
Bartimeo, en cambio, sale fuera, al descubierto.


CONFRONTACIONES

Por qué los ojos abiertos
Inmediatamente antes del relato de la pasión, Mc muestra una vez más a sus lectores lo
que quiere decir fe y seguir a Jesús. Por orden tenemos: el ciego que ora con
perseverancia, que pide a pesar de los obstáculos, que es confortado, que corre al
encuentro de Jesús, que se deja interrogar por él, que se abren sus ojos, que lo sigue por
el camino. Sólo en donde el hombre tiene los ojos abiertos por una acción milagrosa de
Dios que le permite ver lo que acontece en Jesús y puede «seguirlo por el camino»,
comprende aquello de lo que hay que hablar ahora: el camino del hijo del hombre hacia el
sufrimiento (E. Schweizer o. c.).

Demasiadas cosas
bailan ante nuestros ojos CEGUERA/INTERIORIDAD INTA/CEGUERA
Una de las razones que nos impiden ser auténticamente nosotros mismos y encontrar
nuestro camino es el no comprender hasta qué punto estamos ciegos.
...Pero la tragedia está en el hecho de que no somos conscientes de nuestra ceguera:
demasiadas cosas bailan ante nuestros ojos para que nosotros nos demos cuenta del
invisible que no sabemos ver. Vivimos en un mundo de cosas que captan nuestra atención
y se imponen: no tenemos necesidad de afirmarlas: están ahí. Lo que es invisible, en
cambio, no se impone, debemos buscarlo y descubrirlo. El mundo exterior pretende nuestra
atención: Dios se dirige a nosotros con discreción...
...Ciegos por el universo de los objetos, olvidamos que éste no agota la profundidad del
hombre...
...Ser incapaces de percibir lo invisible, o ver sólo el mundo de la experiencia, quiere
decir quedarse fuera del mundo de la experiencia, quiere decir quedar fuera del pleno
conocimiento, fuera de la experiencia de la realidad total que es el mundo en Dios y Dios en
el corazón del mundo. El ciego Bartimeo era dolorosamente consciente porque, privado de
la luz de los ojos, no podía captar el mundo visible. Podía alzar su grito desesperado al
Señor, sentía con una esperanza llena de angustia que la salvación pasaba junto a él
porque se sentía extraño y separado de ella. Pero todos nosotros, con demasiada
frecuencia, no somos capaces de llamar a Dios así, porque ni siquiera advertimos cuánto
nos empobrece la incapacidad de ver el mundo en su horizonte total -el único horizonte que
puede dar verdadera realidad al mismo mundo visible. ¡Si sólo pudiéramos aprender a estar
ciegos ante el mundo visible de tal forma que viéramos el más allá, lo profundo, lo invisible,
en nosotros y en torno a nosotros, difusa y penetrante presencia en todas las cosas! A.
·Bloom-A, Itinerario, Brescia 1975).
..........................
(1) Recordemos la ciudad cananea, anatematizada por Josué. En ella estaba la casa de Rahab, la prostituta,
que ha hospedado a los emisarios de Josué. Puede leerse, a este respecto, el encantador volumen de T. Riebel,
Les trompettes de Jéricho, Taizé 1968.
(2) Por tanto, en la práctica, había dos Jericó. La vieja -una gran barriada-, y a poca distancia, la nueva. Esto
podría explicar el hecho de que Lc sitúa el episodio a la entrada de la ciudad y no a la salida, en contraste con
Mc. Quizá Jesús ha encontrado a Bartimeo a la salida de la Jericó antigua (y por tanto tiene razón Mc) y mientras
se acercaba a la Jericó nueva (y también tendría razón Lc).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 174-181)


2-14 - ENTRADA EN JERUSALÉN
Mc/11/01-11    Mt/21/01-11   Lc/19/28-40   Jn/12/12-16
JERUSALEN/ENTRADA

Cumplimiento
La quinta y sexta etapa del itinerario de Jesús se coloca en Jerusalén, capital religiosa y
política.
Es el tiempo del cumplimiento.
Si, hasta ahora, Jesús se ha preocupado esencialmente de preparar a los discípulos, de
invitarles a la comprensión del misterio de su persona y de su misión, aquí se muestra
dispuesto a la realización.
Esta se desarrolla en dos tiempos:
-conflicto con Jerusalén (quinta etapa: capítulos 11-13),
-pasion-resurrección (sexta etapa: capítulos 14-16).
Mc se encuentra con bastante material a su disposición. Y como -a diferencia de Jn que
presenta diversas visitas de Jesús a la ciudad santa- refiere una única estancia en
Jerusalén, se ve obligado a condensarlo y ordenarlo en el brevísimo período
inmediatamente precedente a la pasión.
Y por eso nos ofrece una de sus típicas organizaciones del tiempo y del espacio.
Por tanto, la acción de Jesús se desarrolla:
-dentro de la ciudad (más en concreto, casi siempre en el centro: el templo)
-fuera de la ciudad (monte de los Olivos - Betania).
Hay que notar entre otras cosas dos polos: Jerusalén-Betania.
En la capital Jesús permanece solamente durante el día. Pasa la noche en Betania. Se
diría que teme la obscuridad de Jerusalén. La única noche que pasará en Jerusalén será la
de la pasión.
En cuanto al tiempo, Mc lo organiza (para la quinta etapa) en tres jornadas. Así:
Primer día. Entrada en Jerusalén. Rápida inspección en el templo (11, 1-11).
Segundo día. Purificación del templo, enmarcada en el episodio de la maldición de la
higuera estéril (11, 12-19).
Tercer día. Explicación de la maldición de la higuera (11, 20-25).
-Controversias que tienen por protagonistas, escribas, fariseos, sumos sacerdotes,
saduceos. Son cinco, como habían sido también cinco las entabladas en Galilea, al
comienzo de la misión (11, 27-12, 44).
-Predicción de la destrucción de Jerusalén y gran discurso escatológico (capítulo 13).
Como se ve el tercer día resulta el más sobrecargado. Pero no olvidemos que se trata de
una elaboración de Mc con evidentes fines teológicos.
Aquí, realmente, más que la preocupación de reconstruir cronológicamente los hechos en
su sucesión, debe prevalecer la comprensión del significado de los acontecimientos. «En
efecto, se trata -como subraya R. Schnackenburg- de un relato tan fuertemente teologizado,
que es una empresa casi desesperada buscar en él un exacto desarrollo de los hechos y su
importancia histórica, así como el pensamiento de la gente que tomó parte y la impresión
registrada de la opinión pública».

Una representación con muchos interrogantes
La representación está bastante cuidada en los preparativos, y es un poco aproximativa
en la ambientación geográfica. El óptimo director Mc una vez más, cuando se trata de
nombres de localidades, termina por desorientarnos en vez de ayudarnos.
Betfagé, de hecho, está más cerca de Jerusalén (casi un suburbio). Betania dista unos
tres kilómetros.
Podemos reconstruir de esta forma sin dejarnos distraer por las indicaciones
aproximativas del evangelista. Viniendo de Jericó, Jesús debe haberse encontrado antes, a
mano izquierda, con Betania. Betfagé la tenía de frente, en la cima del monte. El asno, por
tanto, debería haber sido «requisado» en Betfagé (1).
Toda la escena tiene como trasfondo -aunque Mc no lo cita expresamente- un pasaje del
profeta Zacarías:

Alégrate, ciudad de Sión; aclama, Jerusalén;
mira a tu rey que está llegando:
justo, victorioso, humilde,
cabalgando un asno, una cría de borrica (Zac 9, 9).

Eligiendo este tipo de cabalgadura, Jesús pretende resaltar el significado pacífico,
asegurador, de su acción. No es el príncipe guerrero que viene a conquistar con la fuerza
(el caballo era el animal más adaptado para ese fin), sino un príncipe de paz, que trae la
salvación.
También el monte de los Olivos, que se eleva al este de Jerusalén, a unos 800 metros de
altura, está unido a la profecía: «Aquel día asentará los pies sobre el monte de los Olivos»
(Zac 14, 4). El anuncio se refería al día final, pero se había extendido la creencia de que
también el Mesías aparecería en aquella localidad.
Incluso el detalle del borrico «que nadie ha montado todavía» (v. 2) -es decir que no
había sido utilizado ni para las personas ni para el transporte de carga- tiene su
importancia. Se trata de un animal «puesto aparte», reservado, en un cierto sentido
sagrado, como las bestias que debían servir para los sacrificios en el templo.
Como el borrico no había sido montado todavía, no tenía albarda. Por eso los discípulos
ponen los mantos en la grupa para aliviar a Jesús las incomodidades de una posición
ciertamente no muy confortable. Un honor, por otra parte, que era reservado a los
personajes considerados, incluso cuando la cabalgadura tenía silla (normalmente dura).
En cambio, el gesto de extender los mantos por el camino, puede recordar el episodio de
la entronización del rey Jehú: «Inmediatamente cogió cada uno su manto y lo echó a los
pies de Jehú sobre los escalones» (2 Re 9, 13). Aquí, sin embargo, nos deja un poco
perplejos desde el momento en que Jesús pasa montado en el asno.
A pesar de todo, el significado simbólico tradicional es bastante transparente: se trata de
una especie de acto de vasallaje. Poniendo a los pies del rey los propios vestidos, se
esperaba que él los recubriera con su misma gloria, y además que tomara la defensa de su
pueblo y asegurara la justicia.
Más plausible es en cambio la alfombra a lo largo del recorrido formada por hojas y
ramas verdes cortadas de los campos.
El cortejo en el que Jesús va en medio quizá estuviera formado por peregrinos que
subían a Jerusalén para la fiesta. No parece probable, siguiendo a Mc que la gente hubiera
salido de la ciudad para venir a su encuentro.
Hay que tener en cuenta algunos términos. «Señor» (v. 3) es más bien insólito en Mc.
Quizá tiene razón E. Schweizer cuando lanza la hipótesis que en boca de Jesús debió
aparecer una expresión de este género: «nuestro Maestro lo necesita». Solamente la
iglesia primitiva habría puesto en evidencia que Jesús es el Señor absoluto y de hecho en
todo el episodio se comporta como Señor (1).
L. Cerfaux explica, por su parte: «San Marcos no habría podido decirnos más claramente
que para él marana-Kyrios es el título que conviene a Jesús gracias a su dignidad de
Rey-Mesías. La entrada en Jerusalén fue la única entronización terrestre que Jesús
conoció. Cuando más tarde se recuerda este hecho, se considera como símbolo de su
triunfo celeste o mejor de su parusía futura».
Finalmente las aclamaciones. Hosanna deriva del hebreo hosci'ana: «salva, pues»,
«oye, ayúdanos». Se trata de una invocación de la ayuda divina, contenida en el salmo
118, 25 (3) En tiempo de Jesús, sin embargo, como más tarde en la liturgia, hosanna se
había convertido en una simple aclamación, una expresión de júbilo y entusiasmo (como
aleluya).
Parece extraña la expresión «nuestro padre David». El calificativo de «padre», en efecto,
estaba reservado a los patriarcas, en particular a Abraham. Solamente en Mc aparece la
frase «el reino que llega, el de nuestro padre David» (v. 10). Para los judíos el reino futuro,
que viene, es siempre el de Dios.
El versículo 10 puede interpretarse: «sálvanos tú que estás en lo más alto del cielo» (4).
La jornada se concluye con la visita al templo.
J/MIRADA: «Dio un vistazo a todo alrededor...» (v. 11). No. No es la mirada curiosa del
turista, atónito frente a aquella maravilla. Lo decía muy secamente Loisy: «Marcos no
presenta al Salvador como un provinciano que ve por primera vez la ciudad santa y el
templo de Dios: quiere sencillamente preparar la escena para el día siguiente».
Nos encontramos también con la famosa mirada circular de Jesús que ya hemos
subrayado en otras circunstancias.
Ciertamente su llegada a Jerusalén está bajo el signo del cumplimiento de las profecías
mesiánicas. Pero toda visita de Dios es una especie de juicio, determina necesariamente
una sacudida profunda, una purificación dolorosa.
Se trata de poner orden allí donde los hombres han revuelto todo.
Jesús se da cuenta de la situación con una mirada rápida. La explicación exacta de todo
nos viene dada en el detalle «era ya tarde» (V. 11).
Por tanto la acción se deja para el día siguiente.
De todas formas la «operación limpieza» ya había comenzado con aquella mirada.

Un triunfo, pero sólo para los que
son capaces de ver
Podemos plantear ahora algunos interrogantes. ¿Qué valor asume esta entrada de Jesús
en Jerusalén? ¿Se le puede atribuir un significado mesiánico? ¿La gente que ha
participado lo ha entendido de verdad en este sentido? ¿Cuál ha sido realmente el alcance
de este episodio, qué dimensiones efectivas ha tenido en la realidad histórica?
No es fácil de responder.
Hay algo que parece fuera de discusión.
Sin duda Jesús ha querido dar a este suceso una entonación mesiánica.
Parece como si, al acercarse el fin, el Maestro rompiera la indecisión y se manifestase
abiertamente tal como es. No impone ya el silencio sobre su propia identidad. Así como ha
permitido al ciego Bartimeo llamarle con el apelativo «hijo de David», así también aquí no
manda callar las aclamaciones y los «hosanna» de la gente.
No sólo esto, sino que toma la iniciativa para los preparativos. En el detalle del borrico no
duda en demostrar su propia previsión y se comporta como «señor».
La misma primera inspección del templo, aunque rápida por fuerza, denuncia claramente
la actitud de quien se siente investido de una misión particular.
Todo esto, sin embargo, siempre con la preocupación de corregir cualquier interpretación
errónea en sentido triunfalista y terrestre de su mesianidad.
Por lo que aparece la grandeza, pero también la modestia, el triunfo junto a la humildad,
la afirmación de un derecho acompañado por un estilo de discreción, la fuerza y la
debilidad, un salir al descubierto y un ocultarse al mismo tiempo...
En calidad de soberano, requisa autoritariamente una cabalgadura, pero se preocupa de
asegurar que es para un servicio limitado, no para poseerla definitivamente. La restituirá
pocas horas después.
El que cabalga es el Mesías, pero sin poder, pobre.
En cuanto a la gente, es difícil demostrar que haya querido tributarle honores mesiánicos
y mucho menos que haya hecho una profesión explícita de fe en tal sentido.
La expresión «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (v. 9) se utilizaba
como fórmula de bendición o de augurio a cualquier peregrino que hiciera su entrada en el
templo.
Que después estas aclamaciones, repetidas, hayan atizado un ansia mesiánica, no debe
extrañarnos. Bastaba muy poco para encender en la gente este tipo de esperanza.
Pero en el caso de Jesús debe haber sido un episodio de proporciones modestas. Si no
irrelevante, ciertamente no clamoroso. Según parece el cortejo se ha desarrollado fuera de
Jerusalén, y por el relato de Mc se saca la impresión de que se ha disuelto antes de entrar
en la ciudad. No olvidemos que las autoridades romanas, especialmente con ocasión de las
fiestas, estaban alerta, dispuestas a sofocar el inicio de cualquier manifestación que
pudiera turbar el orden público. Aquí sin embargo no han tenido que intervenir.
Tampoco durante el proceso hay alguna alusión a este episodio. Lo cual es, por lo
menos, extraño.
Evidentemente ha sido la iglesia primitiva la que reflexionando sobre este hecho, ha
descubierto -sucesivamente- todas las características de una manifestación mesiánica. Es
decir, el significado profundo y el alcance del acontecimiento han sido captados en un
segundo tiempo, a la luz de la fe pascual (sólo Jesús podía ser considerado, con pleno
derecho, el enviado de Dios por excelencia «el que viene en nombre del Señor»). Así ha
sido revivido el acontecimiento y comprendido cuando ya había pasado (no una profecía
por tanto, sino una lectura post eventum). Los protagonistas, es decir los discípulos, no se
han dado cuenta de las dimensiones simbólicas de aquel cortejo en el que habían
participado.
Una vez más, por tanto, se puede afirmar que Jesús se revela escondiéndose, se
manifiesta, pero sólo para los que tienen oídos para escuchar y ojos para ver.
Todo esto es sintetizado perfectamente por un estudioso que afirma: «El modo que ha
elegido para su entrada era muy adaptado para declarar su dignidad mesiánica a los que
estaban abiertos a comprenderla y al mismo tiempo para esconderla a los demás»
(Dobschutz).


PROVOCACIONES

1. Aquel sí que es el cortejo de la incomprensión. De la incomunicación.
La gente grita, aclama, entusiasmada. Pero se tiene la impresión de que las invocaciones
se dirigen a otro Mesías, no a aquel que cabalga en el borrico.
Y Jesús debe darse cuenta de que las expresiones que se le dirigen son las justas,
exactas. Pero salen equivocadas.
El, ciertamente, las entiende en el sentido justo. El hecho es que nacen mal, estropeadas
de raíz. Inconcebibles desde el punto de vista de la ortodoxia y, por tanto, inaceptables.
El contraste, insanable, está en las intenciones (un pensamiento verdaderamente
incómodo: pueden existir oraciones bellísimas, ceremonias y fiestas «muy logradas». Pero
el Señor entiende otra cosa. Hemos dicho lo que estaba establecido y nos hemos
equivocado totalmente...).
Quizá Jesús no se haya jamás sentido tan solo como en medio de aquella gente.
Apretado por todas partes. Sin embargo, distante. Muy lejano.

2. El Señor tiene necesidad de ti. CR/BORRICO BORRICO/CR:
Tiene necesidad de un «borrico por horas».
Nada más que esto.
Si estuviéramos convencidos, estaríamos siempre disponibles, sin tomarnos demasiado
en serio y sin darnos aires de importancia.
Aquel borrico debería entrar con todo derecho en un tratado sobre la humildad.
Ser el borrico que está allí, dispuesto a ser utilizado como, cuando y cuanto quiera él, y
después devuelto, porque ya no sirve más, y está contento pues el triunfo es de otro, él
vuelve a su puesto, «junto a la puerta», no pretende el primer plano de la televisión, un
borrico sin importancia, pero siempre dispuesto en el caso de que volviera a ser requisado,
siempre para un servicio y no para un premio.
Un borrico que entre otras cosas tiene el gran mérito de estar callado.
Debemos meternos en la cabeza que el Señor tiene necesidad sólo de un borrico por
horas.
Mientras que nosotros no podemos prescindir de él ni siquiera un instante.

3. Durante toda la escena Jesús no habla.
Sus últimas palabras se refieren a los preparativos.
Durante el cortejo y sobre todo en la visita al templo, no dice una palabra.
Está absorto en mirar. En ver, no las piedras del edificio sagrado, sino el ánimo de
aquellos que están dentro. No los colores del conjunto, sino los rostros.
Toda la acción en el templo durante aquella tarde consiste en observar.
Estos silencios y estas miradas de Jesús dan miedo.
El silencio de Dios es más inquietante que cualquier palabra suya.
El signo de su ausencia. Mejor, de su extrañeza. El no tiene nada que hacer con lo que
traman los hombres allí dentro.
Y cuanto más los hombres se afanan en hablar en su nombre, más él calla para
desmentirlos.
Pueden existir los profetas que alzan la voz para decir que Dios no está de acuerdo con
este desorden.
Cuando faltan los profetas o bien se esconden, Dios mismo interviene directamente
para... callar.
Si nos queda un poco de conciencia intacta, debería bastarnos la comprobación de que
«dio un vistazo a todo alrededor» para lanzarnos a aprovechar «porque ya era tarde».
Hemos empleado años para tramar toda esa serie de complicaciones.
Dios, en el fondo, nos concede aún una dilación.
Una noche de insomnio, quizá sea suficiente para poner un poco de orden en nuestra
casa.

4. Señor, estábamos todos. ¿Te has dado cuenta de qué fiestas, qué cantos, qué
participación?
...Y tú buscas a alguno.
Pretendes algo.
Cesa la fiesta, cae la noche y tú vienes a buscarme precisamente a mí.
¿Qué quieres aún de mí? También yo estaba en medio de la gente, ¿no te has dado
cuenta?
Sin duda.
Debería haberlo sabido.
Las procesiones representan la ocasión para ver, para «desalojar» a alguno. El que le
sirve. Para después.


CONFRONTACIONES

Casi una crucifixión
Para Jesús esta entrada había sido ciertamente casi como una crucifixión. No podía
existir la mínima comunión entre el que cabalgaba y el pueblo que gritaba. El pueblo
pensaba en algo muy distinto al sufrimiento y a la muerte del hijo del hombre, al que no
pertenecía ni siquiera el animal que montaba, que no poseía la más pequeña potencia
terrena y cuya conducta probaba que los pensamientos y los caminos de Dios, son distintos
de los pensamientos y de los caminos de los hombres. Se comprende que, algunos días
después, el pueblo debía descontar a su héroe esta breve hora de entusiasmo (G. Dehn, o.
c.).

La gente no se entusiasma jamás por la verdad
GENTE/MASA/VERDAD MASA/GENTE/VERDAD VERDAD/MASA-GENTE
La gente en cuanto gente no es capaz de captar un mensaje espiritual.
Cuando una multitud (un gran número reunido en el mismo lugar) o bien un público (un
gran número diseminado en lugares distintos) se encienden, no están jamás por la verdad.
Lo menos que puede pasar es que la verdad sea acogida como un prejuicio. Una multitud
se guía por las leyes de la física. Amar a la multitud, es decir a los individuos que la
componen, significa antes de nada, tomar distancias.
Se diría que Jesús tema las adhesiones superficiales porque sabe de qué están hechas.
¿Ha aprendido esta ciencia en su aldea?...
...EI mensaje se dirige no a la gente en cuanto gente, sino a cada individuo en medio de
la gente. Este opera sobre todo con distanciamientos y rompe los condicionamientos.
IDEOLOGIA/POLITICA POLITICA/IDEOLOGIA
La ideología y la política son los que captan a la gente en cuanto multitud. Es su función.
Halagar a la multitud, amarla persiguiendo a través de ella, los propios fines: estamos ante
un desprecio con apariencias de amor. Si Jesús la sacude lo hace para sacar hombres
libres. El se encuentra siempre cara a cara con un rostro. Pasar del sueño y de la
alienación al despertar, de modo que sea posible la acogida y la adhesión real: esta parece
ser su ley.
Mc lo ve ante la multitud, enfrentado, rompiendo las cristalizaciones sentimentales.
Cuidado, podréis pagarlo caro...
...Eclipsarse, ir a contrapelo: esto entra en las costumbres del Nazareno...
La lógica del evangelio es el pequeño número. La salvación universal pero de una
conciencia a otra. Cualquier sistema de sugestión o de presión para captar a los hombres
como masa, por medio de reflejos, fuera de la adhesión interior, va contra el procedimiento
típico del evangelio.
Está bien el recordarlo. El evangelio de Mc hace necesario el de Jn. Desde la mirada a la
interioridad.
La paradoja inserta en el centro del mensaje es esta: los milagros son hechos de poder a
partir de los cuales Jesús intenta revelar la humildad y la debilidad de Dios. Es claro intuir
que el milagro de la iglesia, es decir su fuerza, tendrá sentido sólo si es recusada (J.
Sulivan, Mattutino, Torino 1979).
.....................
(1) Algunos padres de la Iglesia -apoyándose en Gén 49, 11- sostienen que el asno estaba atado a una vid.
(2) Hay estudiosos que aventuran una traducción distinta y dicen: «El amo (del asno) lo necesita». Desde el
punto de vista de la coherencia del relato, la hipótesis es sostenible. En un pueblo se conocen todos y se
sabe todo de todos. Alguno está allí por casualidad y se siente autorizado para pedir explicaciones a los dos
forasteros de su acción. Estos, entonces, se presentan como enviados por el amo (que quizá estaba junto a
Jesús). Y tiene cuidado en asegurar que, después del breve servicio, el asno volverá a su puesto.
(3) El salmo formaba parte del Hallel que era cantado, en un contexto litúrgico, en las fiestas solemnes. Algún
estudioso, analizando algunos detalles (introduciendo las palmas) sostiene que la entrada de Jesús en
Jerusalén se encuadraría mejor en el contexto de la fiesta de las cabañas -por tanto estaríamos en otoño o
quizá en la fiesta de la reconsagración del altar del templo, la HaNouCaH, que se celebraba en diciembre y
que duraba ocho días. Admitiendo esta hipotesis Jesús se habría detenido algunos meses en Jerusalén,
hasta la pascua siguiente, permaneciendo preferentemente en Betania.
(4) Alguno, en cambio, interpreta el grito popular como «¡sálvanos de los romanos!» porque en arameo las
expresiones «de los romanos» y «en las alturas» son muy semejantes. Desde un punto de vista filológico
puede ser. Mucho menos en la realidad de los hechos. Resulta difícil imaginar que los romanos hayan
dejado transcurrir una manifestación popular jalonada con un eslogan como este. Intervenían por mucho menos...


2-15 - MALDICIÓN DE LA HIGUERA ESTÉRIL
Y PURIFICACIÓN DEL TEMPLO.
FE Y ORACIÓN
Mc/11/12-26    Mt/21/12-22    Lc/19/45-48    Jn/02/14-16
HIGUERA/MALDICION TEMPLO/PURIFICACION

La botánica no sirve
Mc nos ofrece un típico «procedimiento de encaje», un relato encajado en otro episodio
que le sirve de marco y, como veremos, en cierto sentido lo explica.
A diferencia de Mt y Lc que colocan la expulsión de los mercaderes del templo el mismo
día de la entrada, él la deja para el día siguiente, quizá para acentuar la peculiaridad.
Además engloba esta acción de Jesús en un gesto más bien extraño: el de la maldición de
la higuera estéril.
Propiamente hablando el episodio de la higuera estéril se cierra con el versículo 21 y
encuadra la purificación del templo (v. 15-19).
Los dichos sobre la fe y la oración son un añadido cuya unión con cuanto precede es más
bien formal.
El episodio de la higuera resulta bastante embarazoso. Y Mc no hace nada por volverlo
más digerible. Este detalle -«no era tiempo de higos» (v. 13)- no concede ningún atenuante
al absurdo de la cuestión.
Se diría que todos los estudiosos intentan justificar a Jesús.
Un intento laudable, el suyo. Pero que esconde la convicción de que el Maestro se ha
dejado traicionar por los nervios, ha cedido a un impulso de ira, realizando un gesto
inconsiderado. Por tanto, ellos serían las personas con la cabeza sobre los hombros y
buscan remediar ese dislate, dispuestas incluso a resarcir los daños provocados por esa
cabezonada.
Para comenzar muchos exegetas se han lanzado a la búsqueda de aquellos higos que
Jesús no había podido encontrar.
A este propósito, Lagrange profundiza en todos los conocimientos de botánica palestina.
Sostiene que sobre el lado oriental del monte de los Olivos, la vegetación se adelanta al
menos quince días en relación a las otras partes, pues se ve favorecida por el siroco y
protegida contra los vientos fríos. Pero aquí estamos entre marzo y abril y los higos maduran
al final del verano.
Otros estudiosos hablan de higos primerizos o higos-flores, que algunas veces aparecen
en la planta aun antes de las primeras hojas. Pero también estos tienen la costumbre de
madurar en junio (cuando salen... porque habitualmente caen a tierra y el árbol queda sólo
con las hojas).
Otros sostienen que se trata de higos dejados en el árbol en la recolección anterior. Sin
tener en cuenta que es improbable el que hayan pasado indemnes los meses de invierno (la
zona no está desprovista de chicos voraces...).
Y no faltan quienes, con observaciones minuciosas, dicen que los orientales comen a
veces frutos verdes. Inmediatamente desmentidos por quienes precisan que eso es cierto
en algunos casos -por ejemplo en las uvas y en las almendras, comidas con piel por su
característico gusto ácido no ciertamente para los higos que cuando están verdes resultan
amargos. Sólo un pilluelo con mucha hambre atrasada podría arriesgarse a hincarles los
dientes. Pero es bastante improbable que el hambre de Jesús llegase a estos límites
(mucho más si era por la mañana y venía de una casa de amigos).
Un monseñor, bastante conocido en el campo bíblico, concluye secamente que
obstinarse en presentar a Jesús a la búsqueda de higos en pascua significa atribuirle un
gusto muy extravagante.
Fallido, por tanto, el intento de justificación sirviéndose de la botánica, los comentaristas
han tomado en sus manos las herramientas de su oficio y han sistematizado el episodio
según los esquemas de las distintas escuelas. Alguno lo confina entre las leyendas, otros lo
clasifican como una parábola con las variantes «parábola en acción», «parábola
historizada», «parábola dramatizada» (1).
No es el momento de embrollarnos en tales discusiones. Además Mc parece darnos a
entender que nos proporciona una enigma inquietante, paradójico, con el objeto de solicitar
de nosotros una reflexión siempre abierta. Más que tranquilizarnos, parece que quiere
insinuarnos una inquietud profunda. Animo, buscad profundamente...
Se puede excluir, por tanto, que el gesto de Jesús haya que atribuirle al hambre. Por lo
que habría reaccionado con un pequeño enfado debido a la desilusión de no encontrar con
qué saciarse. Sería banal y hasta vulgar.
Nos encontramos, indudablemente, ante la sentencia de muerte pronunciada contra el
árbol. Es sorprendente que el único milagro realizado por Jesús en Jerusalén sea una
maldición. Y es también significativo que la punición no llegue a los hombres (se trata de
una dura advertencia para ellos y por tanto de una invitación a la revisión). Juan
Crisóstomo ha subrayado este aspecto: la única vez en que Jesús ejerce su poder de
castigar no lo hace sobre los hombres.
SIGNO/SIMBOLO/PRTIA: Otro punto firme: «Los discípulos lo oyeron» (v. 14). Por tanto
Jesús quiere dar una lección, hacer entender algo. Estamos en el campo de la enseñanza.
Y el Maestro se explica con un gesto simbólico, con una acción que tiene un significado
preciso. Con frecuencia los profetas recurrían a este tipo de signos. A Isaías, durante un
período de tres años -aunque de forma intermitente- le han visto pasearse desnudo y
descalzo por las calles (Is 20, 2-5). Ajías de Siló se quita el manto nuevo y lo rasga en doce
pedazos, ofreciéndole después diez trozos a Jeroboán (I Re 11, 29-33). Oseas recibe la
orden de tomar por mujer a una prostituta (Os 1-3). La gente ve a Jeremías pasar por las
calles de Jerusalén con un yugo atado a las espaldas y le escarnecen e insultan (Jer
27-28). Ya antes el mismo profeta había sido protagonista de otra acción un tanto extraña:
ponerse un cinturón nuevo. Después de colocárselo el Señor le había mandado esconderlo
en una hendidura de un río. Cuando le dice que lo vaya a buscar se lo encuentra gastado e
inservible (Jer 13). Toda la misión de Ezequiel está salteada de acciones simbólicas. Baste
pensar en el rollo del libro que debe ingerir y masticar (Ez 3), en el adobe (Ez 4), en
afeitarse la barba con una espada y después colocarla en una balanza y la consiguiente
sacudida y quema (Ez 5), en el episodio que presenta al profeta mientras prepara su ajuar y
al atardecer con él a la espalda va al destierro y pasa a través de un boquete en el muro de
la ciudad (Ez 12).
Como observa R. Schnackenburg «son parábolas de hechos, alegorías en acción, que
no sólo quieren aclarar una idea, sino también aludir a un acontecimiento, presentarlo y
anunciarlo de forma eficaz. Se trata de profecías de desventuras y de condena, no de
simples oráculos que preven el futuro, sino de prefiguraciones que crean lo que ha de venir
(von Rad) manifestando un acontecimiento querido por Dios y que en aquel momento
comienza ya».
No hay que extrañarse de que Jesús adopte, por tanto, en aquella circunstancia ese
estilo profético.
Por eso la cuestión más importante no está en el hecho en sí (histórico o no, tomado al
pie de la letra o bien como fábula que presenta una moraleja). Se trata, más bien, de sacar
el significado. Más que concretar qué ha pasado debemos preguntarnos qué mensaje
quería comunicársenos.
La clave de todo me parece que está en el término «fruto». No interesa saber si Jesús
tenía o no hambre. Debemos captar sobre todo su acercarse al árbol con la esperanza de
encontrar fruto.
Por otra parte los higos son frutos característicos de la tierra prometida (2). Y la higuera,
junto con la vid, en la tradición bíblica ha simbolizado siempre el pueblo de la alianza que
da fruto.
La escena, por tanto, asume un relieve particular.
Jesús se acerca a la higuera, como se ha acercado a Jerusalén, para «ver si encontraba
algo» (v. 13).
Su desilusión ha sido ya anticipada por Jeremías:
«Si intento cosecharlos -oráculo del Señor-
no hay racimos en la vid ni higos en la higuera,
la hoja está seca; los entregaré a la esclavitud» (Jer 8, 13).
Y Miqueas:
«¡Ay de mi! Me sucede como al que rebusca
terminada la vendimia:
no quedan racimos que comer
ni brevas, que tanto me gustan» (Miq 7, 1).
Con su maldición Jesús, ignorando a propósito las estaciones, quiere impresionar a sus
discípulos y a nosotros.
-El judaísmo no ha sido capaz de ofrecer los frutos que él esperaba (3).
-A esto debemos añadir el episodio siguiente. Planta estéril es también el templo. El
abundante follaje -ceremonias, sacrificios, oraciones- no llega a ocultar la desoladora falta
de frutos de justicia, atención al prójimo, conducta según Dios. El Maestro, incluso en la
semiobscuridad de la tarde precedente, ha podido captar que allí dentro no había lo que
debería haber. Tantas cosas, no las que él buscaba (y aquí no había problema de
estaciones...). Los frutos eran sólo de mercaderes y de quienes les apoyaban (4).
-Planta estéril puede ser también la gente que corre llena de curiosidad, aclama, se deja
transportar por el entusiasmo, pero que sus sentimientos permanecen ambiguos porque no
llevan a comprometerse con él, a seguirlo.

La purificación del templo
Es considerada habitualmente como una de las acciones más importantes realizadas por
Jesús. Uno de los episodios más significativos, de esos que quedan en la memoria y son
citados frecuentemente incluso por quien no frecuenta la iglesia -¡sobre todo por estos!-.
Pero no se dice que sea uno de los episodios más fáciles de comprender. Ni se presta a
utilizaciones cómodas. Es necesario sobre todo profundizarlo en todas sus dimensiones,
para no ceder a la tentación de visiones reducidas y de intentos polémicos.
Resulta importante, por eso, antes de nada, localizar la escena, revivirla en su ambiente
natural. Captar por tanto las dimensiones del gesto. En definitiva, comprender el
significado.

1. Ambientación. Teatro del episodio es el gran atrio exterior del templo, llamado también
«patio de los paganos». Estaba cerrado por un muro que delimitaba los patios siguientes,
reservados sólo a los israelitas (el de las mujeres, el de los hombres y el de los
sacerdotes).
Aquel muro de separación no podía ser pasado por los incircuncisos, ni siquiera por los
ocupantes romanos, que ya es decir. Un cartel advertía severamente: «Ningún extranjero
debe pasar la valla ni la reja que circundan el santuario. Quien ose hacerlo, se atendrá a
las consecuencias de su culpa, la muerte».
El patio de los paganos, caracterizado por un pórtico que se extendía a lo largo de todo el
muro perimetral, podría recordar el aspecto y la animación de una plaza de un santuario
nuestro, meta de peregrinaciones .
Especialmente en las fiestas judías era un auténtico mercado. Se podía encontrar todo lo
que servía para los sacrificios y las ofrendas. Se vendía aceite, sal y vino. Los puestos,
probablemente, estaban situados al cubierto, bajo los pórticos.
En el centro los animales: bueyes y corderos.
Mc alude a los «puestos de los que vendían palomas». Estos animales constituían la
oferta de los pobres especialmente en los distintos ritos de purificación (de la mujer, de los
leprosos etc.).
También las mesas de los cambistas tenían su función. Los judíos de la diáspora,
residentes en el extranjero, al venir a Jerusalén, también debían pagar la tasa anual para el
templo. Se encontraban por tanto en la necesidad de cambiar sus monedas en las únicas
que eran válidas para el tributo al templo: las judías y el viejo siclo de Tiro. Naturalmente
los cambistas se quedaban con el interés y daban un tanto por ciento a las autoridades
religiosas que les autorizaban para aquel servicio.
Todo el comercio, por tanto, tenía una justificación religiosa.
Era en vistas del culto. Perfectamente legal, autorizado. Y, además de para los
mercaderes, constituía una pingüe fuente de ingresos para la clase sacerdotal.
Por si fuera poco, el patio de los paganos también era atravesado por quienes no
entraban en el templo, pero debían pasar de una zona a otra de la ciudad. En definitiva, era
un atajo que ahorraba un buen trozo de camino. Por eso no era raro ver gente que lo
recorría llevando en las espaldas las cargas más variadas.
Sin meternos en más detalles no será difícil sacar la impresión dominante de confusión,
de agitación. La majestad del lugar sagrado, que debía expresar la presencia divina, estaba
saturada por el ruido y el desorden que caracterizaban aquel ambiente.
Lagrange habla de mercaderes que saqueaban literalmente a los peregrinos «como
sucede en la Meca».
Cierto que las voces no deberían ser todas litúrgicas y no todo eran bendiciones, dado
que los comerciantes no pensaban en otra cosa que en vender caro y los compradores
trataban de defenderse con empeño...
La confusión llegaba a cotas inimaginables con ocasión de las grandes festividades, por
la presencia de decenas de miles de peregrinos venidos de todas partes (5).

2. Dimensiones del acontecimiento. El gesto realizado por Jesús quizá haya sido menos
espectacular de lo que generalmente se cree.
Y esto por dos motivos. En primer lugar, el mercado era de proporciones tan vastas que
se habría necesitado mucho tiempo y sobre todo se habría necesitado un «comando»
formado por muchas personas para provocar destrozos de cierta consideración.
Bastará un dato significativo. Un negociante que se llamaba Raba gen Buba,
contemporáneo de Herodes el Grande, una vez presentó sobre la explanada del templo
algo así como tres mil cabezas de ganado menor, poniéndoles a disposición para los
sacrificios.
Además el comisario del templo -que en la escala jerárquica seguía inmediatamente al
sumo sacerdote- no habría tardado en dar la orden de intervención al cuerpo de guardia
que tenía en las propias dependencias, si la acción de Jesús hubiera asumido proporciones
tales que disturbasen el desarrollo... de los negocios.
Por si fuera poco, desde lo alto de la fortaleza Antonia, vigilaban los centinelas romanos.
En el caso de una escaramuza de tumulto que amenazase el orden público, se habría
recurrido a la fuerza para sofocarla de raíz.
Parece que nadie se ha movido. Ni hay rastros del incidente en el proceso.
Evidentemente Jesús más que otra cosa ha hecho un acto demostrativo limitado en las
proporciones externas. En definitiva, una acción simbólica. Sin duda un hecho histórico,
pero mucho más importante por el significado que por sus dimensiones. De tal modo que
inquietase a las autoridades religiosas sobre todo por sus consecuencias.
Los daños en sí son limitados (un pequeño foco de protesta, algún puesto tirado, algunos
vendedores mal tratados, unos pocos animales asustados). Pero la operación es
considerada inquietante por las consecuencias que podría acarrear.
«Los sumos sacerdotes y los letrados se enteraron; como le tenían miedo, porque todo el
mundo estaba asombrado de su enseñanza, buscaban la manera de acabar con él» (v. 18).
Es significativo el «se enteraron». Indudablemente el episodio ha sido la última gota que ha
desencadenado la sentencia de muerte («buscaban la manera de acabar con él»). Pero el
acento se pone sobre las palabras más que sobre los hechos («se enteraron»... «todo el
mundo estaba asombrado de su enseñanza»). Lo que molesta, más aún, da miedo, es la
novedad de su mensaje. La enseñanza es subversiva. Las acciones son consideradas
peligrosas no por sus proporciones, relativamente modestas, casi irrelevantes, sino porque
son «lecciones» que todos comprenden. Los gestos en sí no tienen importancia. Pero
llevan lejos. Y esto es lo que se quiere impedir.

3. El significado del episodio. Es precisado de forma bastante transparente por Jesús a
través de:

-su acción,
-una doble cita bíblica
-una prohibición

Veamos los distintos aspectos.

a) No se puede minimizar el hecho de que Jesús se haya enojado contra los vendedores
(algunos vendedores), haya contestado el mercado.
La purificación del templo comienza limpiando el terreno de comercio y de intereses,
ocultos o manifiestos.
Viene a la mente una profecía de Zacarías:
«Aquel día los cascabeles de los caballos llevarán escrito: "Consagrado al Señor"; los
calderos del templo serán como los aspersorios del altar. Todos los calderos de Jerusalén y
Judá estarán consagrados al Señor. Los que vengan a ofrecer sacrificios los usarán para
guisar en ellos. Y ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos aquel
día» (Zac 14, 20-21).
El templo se convierte en casa del Señor sólo cuando son expulsados los mercaderes. El
comercio, incluso el que tiene por fin el culto y la gloria de Dios, termina por obscurecer la
grandeza y hacer olvidar la gratuidad del don.
«Oíd, sedientos todos, acudid por agua,
también los que no tenéis dinero:
venid, comprad trigo, comed sin pagar;
vino y leche de balde» (Is 55, 1).

Jesús denuncia el equívoco que consiste en utilizar el nombre de Dios para hacer
prosperar -directamente o por «concesiones a terceros»- los propios negocios.
Reconsagra el templo, llevándole al culto de la gratuidad.

b) «¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos?» (v. 17).
Después de haber realizado el gesto de expulsar a los mercaderes, Jesús se explica con
palabras, que deben precisar mejor su programa. La primera cita es de Isaías (56, 7).
El templo es esencialmente lugar de oración. Ya los profetas habían tenido expresiones
candentes contra el culto puramente exterior, formalista. Sin embargo, el acento se pone
aquí sobre el hecho del templo abierto a «todos los pueblos». Por lo cual debe cesar todo
tipo de discriminación. La presencia de Dios no conoce barreras de pueblos. Nadie puede
reivindicar el monopolio.
La oración, encuentro con Dios, se convierte en «lugar» de encuentro con los hombres.
Muy diverso de muros de separación...
«En donde se realiza el encuentro con Dios, allí surge el verdadero santuario y no tiene
ya razón de ser el mercado ni el tráfico del templo» (R. Fabris).
«La presencia de Dios es un hecho universal y es una presencia para todos, también
para los rechazados. Si Dios juzga a Israel es porque se ha cerrado y no quiere abrirse al
Mesías y a los pueblos. No se considera ya una realidad abierta, disponible» (B. Maggioni).

Si la purificación del templo consiste antes de nada en reafirmar la gratuidad del don de
Dios contra toda especulación mercantil, quiere decir que se subraya la amplitud de ese
don contra cualquier intento de acaparamiento, contra toda visión particularista, exclusivista
de la fe. Nadie tiene el derecho de apropiarse a Dios.

c) «...Vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos» (v. 17).
La expresión «cueva de bandidos» -mejor, de ladrones- no se refiere necesariamente al
mercado y al tráfico que se desarrolla a la sombra del templo. Se refiere más bien a un
cierto tipo de religiosidad.
La actitud que Jesús condena entresacar del párrafo de Jeremías del que está tomada la
cita: CV/JUICIO JUICIO/CV CULTO/COMPROMISO CSO/CULTO:

«Ponte a la puerta del templo y proclama allí:
Escuchad, judíos, la palabra del Señor,
los que entráis por estas puertas a adorar al Señor,
así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel:
Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones,
y habitaré con vosotros en este lugar;
no os hagáis ilusiones con razones falsas, repitiendo:
"el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor".
Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones,
si juzgáis rectamente los pleitos,
si no explotáis al emigrante, al huérfano y a la viuda,
si no derramáis sangre inocente en este lugar,
si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal,
entonces habitaré con vosotros en este lugar...
Os hacéis ilusiones con razones falsas, que no sirven:
¿de modo que robáis, matáis, cometéis adulterio,
juráis en falso, quemáis incienso a Baal,
seguís a dioses extranjeros y desconocidos,
y después entráis a presentaros ante mí
en este templo que lleva mi nombre,
y decís: "estamos salvados",
para seguir cometiendo tales abominaciones?
¿Creéis que es una cueva de bandidos
este templo que lleva mi nombre?
Atención, que yo lo he visto...» (Jer 7, 2-11).

El pueblo ofrece sacrificios, participa en grandiosas ceremonias y se siente tranquilo:
«Estamos salvados». Es decir: «El Señor está con nosotros». Jeremías replica sin vacilar:
«No. El Señor está con vosotros sólo cuando estáis con él, es decir cuando vuestra
conducta es conforme a su voluntad». No se va al templo para obtener una especie de
impunidad, para comprar un buen puesto de seguridad. Hay que convertirse.
Con Dios no se comercia como se hace con los vendedores para el sacrificio.
No se enderezan las cosas torcidas con cualquier salmo. Las cosas torcidas sólo se
enderezan... mejorándolas.
No se puede ir en peregrinación al templo y después continuar robando, explotando,
calumniando al prójimo.
No se puede ser sinceros con Dios cuando se engaña a los propios semejantes.
Dios no acepta las genuflexiones de quien pisotea la justicia.
No consiente que se sustituya con un «homenaje religioso» lo que es debido al prójimo.
«Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones...»
No se va a la iglesia para huir de las exigencias éticas más comprometidas, sino
precisamente para tomar conciencia de las propias responsabilidades.
En otras palabras, lo que es condenado es el templo como refugio (esta es la cueva, la
caverna que oculta a los delincuentes de un justo castigo).
Lo que se desautoriza es el aspecto tranquilizador de las prácticas religiosas.
Lo que se denuncia es la piedad como coartada. Por la que uno puede ilusionarse de ir a
la casa del Señor a revalidar con alguna oración u ofrenda -una conducta
fundamentalmente mala y contraria a las exigencias de justicia, honradez y caridad hacia el
prójimo.
Un culto de este género es un culto mentiroso y la seguridad que proporciona es una
falsa seguridad.
En este sentido la purificación del templo se traduce en desenmascarar la hipocresía de
las personas religiosas que creen «poner en regla» sus acciones poco limpias con el
Señor, obteniendo, por el pago de alguna «práctica», un certificado de buena conciencia.
Jesús deja intuir, refiriéndose a Jeremías, que el problema es el modificar la conducta, no
el multiplicar las invocaciones o aumentar las ofrendas.
La alternativa al templo «cueva de bandidos» es el templo abierto, no ciertamente a las
personas perfectas, sino a las personas que quieren vivir en la fidelidad, en la claridad y
sinceridad y que buscan en Dios no un «cómplice» dispuesto a cerrar los ojos ante ciertos
hechos, sino uno que guía sobre el camino de la rectitud.

d) «Y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo» (v. 16).
Jesús -como dice J. Delorme- devuelve al templo su destino sagrado, liquidando todas
las actividades profanas.
También el Talmud tiene una prohibición de este género, cuando advierte que nadie
debe subir «al monte del templo ni con zapatos ni con bolsa ni con polvo en los pies; que no
reduzca la vía del templo a un atajo y mucho menos que escupa en él» (berak. 54 a).
La prohibición, repetida por Jesús, la podemos también ver en clave simbólica. El templo
no es un atajo. Es decir la oración, el culto no dispensa del duro trabajo de los hombres.
Se va a rezar no para ser aligerados de la carga. El templo no sirve para acortar el
camino, para reducir las dificultades, sino para dar un sentido al camino del hombre.
Podremos decir: se prohíbe el «paso» a una religión como forma de evasión de los rudos
compromisos terrestres, a una religión como deserción de la vida.
No se pasa por el templo para sustraerse de ciertos pesos, sino más bien para
cargárselos. La religión no ofrece facilidades, dispensas en relación a la vida de todos.
La persona religiosa no es quien dispone de una vereda privilegiada respecto al camino
común de los hombres. Y el templo no amortigua el impacto de la ruda realidad de la
existencia.
Más bien, el culto se convierte en algo serio sólo cuando la vida es aceptada como algo
serio.

Conclusiones
La acción simbólica de purificación realizada por Jesús no se puede reducir a un ataque
contra la gestión administrativa del templo, sino que interesa a todos «los que lo
frecuentan» de todas las épocas.
Ni puede ser interpretada como una simple reforma litúrgica, con la denuncia de algún
abuso.
Su gesto es también un «signo anunciador del futuro».
«Jesús purifica el santuario para el reino de Dios que viene» (G. Bornkamm).
«El verdadero templo será la comunidad escatológica» (R. Schnackenburg) abierta a
todos los pueblos.
Hay que evitar, sin embargo, dos excesos opuestos en la interpretación de la purificación
del templo.
Jesús, para usar un lenguaje hoy de moda, no ha intentado desacralizar o descultualizar,
pero tampoco sacralizar.
No ha abolido el templo y sus liturgias en nombre de un culto puramente espiritual que
haría inútil cualquier manifestación externa y que podría ser sustituido por obras de caridad
y por un compromiso social.
El templo tiene su validez y debe continuar siendo frecuentado, aunque de otro modo,
con otro espíritu.
Pero Jesús no ha querido tampoco «sacralizar» el templo, reduciéndole a un espacio
rigurosamente reservado, protegido, circundado por un recinto, una especie de cordón
sanitario espiritual.
Jesús no ha querido levantar un muro que pusiera al templo al reparo de la vida cotidiana
y no lo dejase contaminar con el mundo profano.
Como ha precisado R. Schnackenburg, «se trata de un modo nuevo y diverso de adorar
a Dios, de una conversión moral, del cumplimiento de la voluntad divina en la vida personal
y social...».
Desde este momento ya no es concebible un culto a Dios separado de la vida en medio
del mundo y del servicio a los hombres. Se requiere un nuevo modo de orar mediante una
inmediata y confiada relación con el «Padre», una adoración a Dios «en espíritu y en
verdad». Un auténtico culto a Dios al que deben conducir la oración y el canto, la liturgia de
la palabra y la celebración de la eucaristía, consiste en la vida cristiana, en el testimonio del
amor, en la renuncia a los propios egoísmos. Llevar la propia existencia material como «un
sacrificio viviente, santo y agradable a Dios» es el culto espiritual que se exige de los
cristianos, una liturgia de la vida de cada día en medio del mundo.
Jesús ha liberado el templo de las hipotecas de quienes los utilizaban para los propios
intereses egoístas y también de las trabas de una concepción demasiado mezquina y
formalista de la religiosidad en la que anidaban consideraciones ciertamente no conformes
a la voluntad de Dios, no para sustraerlo de la vida y confinarlo en una zona «neutra», sino
por el contrario para restituirlo a la vida.
La purificación realizada se refiere a los elementos que no se concilian con la santidad de
Dios, no ciertamente todo aquello relativo a la vida concreta de los hombres.
Un culto para ser sincero y auténtico, tiene siempre necesidad de una vida en seriedad.
La adoración a Dios debe traducirse en una urgencia de amor al prójimo.

De la higuera seca
hasta mover montañas
Después de haber terminado la operación de limpieza del templo, Jesús, junto con los
suyos, sale de la ciudad (v. 19). No es sólo una medida de precaución. Se puede percibir el
signo de una ruptura irreparable. Cristo se aparta definitivamente de aquel mundo.
Sin embargo, la jornada en cierto sentido se concluye sólo a la mañana siguiente, con la
comprobación de los efectos de la maldición de la higuera. Una especie de reconocimiento
oficial y de comprobación del cadáver de la planta. «Al pasar por la mañana vieron la
higuera seca de raíz» (v. 20). Es improbable que los apóstoles hayan llegado a controlar
este dato (de raíz). Pero tratándose de una «parábola en acción», el significado resulta
transparente: el mundo que no acoge a Jesús, que se cierra a su mensaje está ya
condenado fundamentalmente a la esterilidad, se revela «radicalmente» incapaz de llevar
los frutos que Dios espera.
Pedro (6) confirma lo que ha pasado: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste está
seca» (v. 21).
La respuesta de Jesús parece que está fuera de tema. En efecto, no ofrece la explicación
del episodio en sí (quizá estuviera ya bastante clara por lo que habían visto el día antes en
el templo), sino que se interna en el campo de la fe, de la oración, del perdón.
Indudablemente estos «dichos» pueden también haber sido obra redaccional. Mc
dirigiéndose a la primera comunidad cristiana, debe haber colocado en el presente contexto
narrativo algunas sentencias pronunciadas por Jesús en otras circunstancias, para
subrayar que al poder (dunamis) de la palabra de Jesús manifestado en el episodio de la
higuera, corresponde otro poder (dunamis), la fe del cristiano, que se expresa sobre todo
en la oración.
Pero quizá la cercanía no se da sólo a este nivel. Hay que descender a las raíces. Las
raíces reclaman la idea de la linfa vital. Solamente la fe es capaz de devolver la vida al viejo
árbol condenado a muerte.
A partir de ahora, cualquier árbol está destinado a la esterilidad, recibe la maldición de la
falta de fruto, si no está atravesado por esta linfa.
Por tanto una vez más estamos ante una «construcción didáctica» (provocada por una
reflexión llevada aparte, con los discípulos, sobre un acontecimiento precedente), en gran
parte entrevelada y cuya inserción no es sin duda postiza. Resulta, por el contrario, un
conjunto plenamente coherente.
FE/QUÉ-ES Pero veamos de qué fe se trata. «Tened fe en Dios» (v. 22) amonesta
Jesús.
Es la fe que no encuentra el propio punto de apoyo en los recursos humanos, sino
únicamente en el poder y en la fidelidad de Dios. «No realiza lo que parece imposible en
base a la fuerza propia, sino que pone en movimiento, por así decir, la condescendiente
omnipotencia de Dios» (J. Schmid).
En el pasaje referido de Mc no se habla de cantidad, de fe más o menos grande, sino de
fe sin dudas, sin vacilaciones, sin cálculos humanos. La condición esencial es la expresada
por «no con reservas interiores» (v. 23). E. Schweizer tiene a este respecto una página
estupenda:
«Ya no es la dimensión o la cualidad de la fe o de la penetración teológica lo que tiene un
valor decisivo: la palabra de Jesús transfiere el discurso desde el plano de la cantidad, de
la medida en más o menos, al hecho desnudo de una fe a la que se promete todo,
precisamente porque no espera nada por sí misma, sino que espera que todo le venga de
Dios. Ciertamente esto incluye también que sepa orar para que se haga no su voluntad sino
la de Dios.
«En la forma del texto de Mc la "fe" es definida como un "no dudar" y esto es cierto,
especialmente si recordamos que el término griego que quiere decir "dudar" contiene la
idea de "estar dividido"; tal "duda", contrapuesta al carácter "simple" (indiviso) de la fe,
describe al hombre en su naturaleza dividida, en su pendular entre Dios por una parte y
todas las otras posibles e imaginables ideas por otra».
Para indicar la fuerza de esta fe «indivisa», Jesús utiliza una expresión más bien familiar
en la literatura judía. «Mover montañas» era una frase hiperbólica con la que se indicaba la
remoción de un obstáculo considerado como irremovible, de una situación particularmente
difícil. El rabino que era capaz de quebrar todas las dificultades era llamado por eso
«movedor de montañas».
No debemos pensar, por tanto, en una fe «caprichosa», que se sirve del nombre de Dios
para realizar milagros inútiles y espectaculares.
No se puede disponer de Dios a capricho.
El poder de Dios puede invocarse sólo en el ámbito de su plan, es decir del espíritu del
Señor. Ya Hugo de San Víctor había advertido que sin un motivo de utilidad, no se es capaz
de mover una brizna, no una montaña...
La fe nos introduce en el discurso sobre la oración.
El que cree, necesariamente reza. Y como la fe excluye la duda, así la oración excluye la
inseguridad de ser escuchada.
Lejos de estar anhelante y preocupado, el creyente que ora aparece tranquilo y confiado,
porque «os la han concedido» (v.24) cualquier cosa, en el acto mismo de pedir, más aún
antes incluso, antes de poder verificar los resultados de su petición.
Parece vislumbrarse, en las palabras de Jesús, una insinuación a la oración que va mas
allá de cada uno. Es la comunidad misma -el nuevo templo, la nueva casa de oración, el
nuevo lugar en el que Dios habita- la que es poderosa cuando reza.
Y es todavía más significativo, en esta visión comunitaria, el nexo entre oración y perdón
dado y obtenido (v. 25).
Las palabras finales quieren decir -según la observación de E.Schweizer- que una
correcta relación con Dios incluye siempre una correcta relación con el prójimo.
Cito las observaciones conclusivas de R. Fabris:
«La fe, presentada como total confianza en Dios, sin división e incertidumbre, no es una
técnica para capturar el poder divino y plegarlo a los caprichos irracionales o fantásticos del
hombre. Es total apertura y disponibilidad a la acción de Dios, al cumplimiento de su
proyecto. Con esta condición también la oración tiene la misma eficacia y poder que la fe
que la sostiene. La seriedad religioso de la oración, que no se puede confundir con un
pueril deseo humano de omnipotencia, está confirmada por la otra sentencia sobre el
perdón. Como la fe plena, también el perdón y la reconciliación fraterna es condición
indispensable para una oración abierta al don del Padre celestial.
Nos debe llamar la atención el hecho de que el evangelista Mc tan sobrio, por no decir
avaro, en referir las sentencias de Jesús fuera de los contextos narrativos, haya tenido
cuidado en reproducir estas dos palabras de Jesús transmitidas también por la tradición de
Mt y Lc.
Esto debe hacernos reflexionar sobre la importancia que la tradición cristiana primitiva
daba a los dos temas de la oración y del perdón fraterno. La comunidad auténtica es la
caracterizada por una fe radical en Dios que se expresa en una oración confiada, hecha en
un clima de auténtica comunión fraterna. El don por excelencia del amor de Dios es el
perdón, es decir esa experiencia de acogida que reporta confianza y abre el futuro.
Esto se convierte en modelo y estímulo de nuevas relaciones y de una nueva actitud de
la comunidad creyente (cf. Ef 4, 32).
Del actual enlace literario entre los dos versículos y el episodio del templo se puede
deducir que la comunidad es para Mc la verdadera casa de oración del futuro, el nuevo
templo abierto a todos los hombres que están dispuestos a encontrar a Dios en la fe».

PROVOCACIONES
CULTO/MERCADO:

1. El punto de vista peor en la escena de la expulsión de los mercaderes del templo es,
sin duda, el del espectador que «no tiene que ver» con cuanto sucede.
Instintivamente se pone a un lado, sobre una grada, aparte. Ve con una mal disimulada
complacencia a Jesús dejando la plaza limpia.
Ya. La cosa se refiere siempre a los otros. Quizá los curas con sus aranceles por bodas y
funerales; o los que venden medallas en los comercios cercanos a los santuarios...
Nosotros estamos allí de pasada. Y comentamos «bien hecho les está», «ya lo había yo
dicho siempre, que era una vergüenza, algo intolerable».
Con una actitud de este tipo no captamos el significado del episodio. Somos como los
centinelas romanos de la torre Antonia, que no medimos la importancia del acontecimiento.

Nadie puede creerse dispensado de aquella limpieza.
¿Quién de nosotros está seguro de no ser un frecuentador «abusivo» del templo?
¿Quién puede sostener que no ha ido alguna vez a comerciar con Dios?
¿Quién no se ha dirigido jamás a la iglesia sólo para sentirse bien, tranquilo?
El gesto de Jesús se comprende sólo si nos colocamos entre los destinatarios de su ira.
El templo está «purificado» -ahora que han sido echados los mercaderes- sólo a
condición de que no entren los que se consideran «puros».

2. Lo que impresiona en las palabras de Jesús es la alternativa inexorable entre «casa de
oración» y «cueva de bandidos».
No hay posición intermedia.
El templo que no es «casa de oración» se convierte inevitablemente en «cueva de
bandidos».
Si no se celebra la liturgia de la gratuidad del don de Dios, se celebra el mercado.
O los ritos de Dios o los del dinero.
No hay franjas neutrales o tierra de nadie, o territorios en los que coexisten los intereses
de los hombres con la gloria divina que revela el absoluto de Dios y sus exigencias
implacables.
Jesús no dice: «Ya que no sois capaces de orar como se debe, intentad al menos estar
un poco más recogidos». «Ya que habéis preparado vuestros puestos, intentad al menos
no estorbar las funciones sagradas» (o bien «dad al menos una oferta más generosa para
las obras parroquiales»). «Ya que sois deshonestos e injustos, dad al menos alguna
limosna».
En el lenguaje de Jesús no existe al menos.
En su desmesurada bondad no encuentran sitio concesiones de este tipo.
Jesús no pone carteles a la puerta del templo, como se hacía a la entrada de las iglesias
hasta hace poco: «mangas hasta el codo; faldas al menos hasta la rodilla». Él más bien
habla de cortar la mano y la pierna si es ocasión de escándalo...
«Por respeto al lugar sagrado», Jesús no pide por favor. Echa fuera.
O, alguna vez, hace algo peor: se va él.
No está dicho que las funciones solemnes, los cantos, las bellas liturgias, interesen
siempre al destinatario.
No está dicho que cuando su casa está llena de gente, esté necesariamente presente el
dueño de la casa.
«No podemos decir que cuando vamos a la iglesia, también Dios va» (Noordmann).

3. En el fondo, el mercado consiste en utilizar el nombre de Dios para operaciones en
las que interviene el dinero. Una especie de etiqueta sagrada que debería esconder los
productos de la actividad humana. Una cobertura divina sobre tratos e intereses mezquinos.

Mercader no es solo el que saca ganancias del templo, sino también quien saca
honores, carrera, títulos, privilegios.

4. No les ha echado porque eran mercaderes deshonestos, sino porque eran mercaderes
en el templo.
La condena no se refería a su moralidad sino a su negocio.
Su culpa no consistía en el modo, sino en el hecho de comerciar.
Los echa fuera no porque se comportan mal, sino porque están allí.

5. Sería interesante hacer el experimento. El espectáculo que se presenta ante los ojos
de Jesús visto con los ojos de ciertos observadores religiosos de nuestro tiempo.
Apuesto que alguno, escribiendo quizá en el periódico diocesano, lo definiría como «una
grandiosa manifestación de fe», «una conmovedora e imponente participación del pueblo».

Los más exigentes, quizá, notarían algún abuso, un poco de desorden.
Pero fundamentalmente sería interpretado como un signo consolador del despertar
religioso.
Todos estos, evidentemente, cuando se habla de higos, piensan enseguida en la belleza
de las hojas.

6. La pena es que todo estaba bien. Todo legal, autorizado, justificado. Permisos en
regla. Respetados los reglamentos.
Una comisión de expertos en derecho canónico no habría encontrado (casi) nada que
decir sobre aquel hecho. Además se desarrollaba fuera del templo. Además, el dinero es el
dinero. Y la administración tiene sus exigencias rigurosas.
Un equipo de teólogos habría encontrado justificaciones válidas para todo.
La pena es precisamente esta. Que no podemos demostrar, explicar, hacer presente,
especificar, distinguir, precisar, documentar, aportar pruebas.
En definitiva, nuestros razonamientos buscan la perfección.
Y Dios no está de acuerdo.
Todo por él, por su gloria.
Y él rechaza pagar la cuenta.
Más aún, dice que no tiene que ver nada con eso.

7. Qué desdicha. Ha sucedido ya en los parajes de la higuera. El inconveniente viene de
allí. No ha respetado el programa del viaje. Primero al templo para la fiesta, después a la
mesa. El, en cambio, ha tenido hambre en seguida.
Demasiado complicado calcular todas nuestras oraciones, jaculatorias, rosarios,
ceremonias, prácticas.
Jesús es un simplificador. Se acerca a la higuera. Es allí donde se pueden contar y pesar
los frutos de lo que ha sido sembrado en la iglesia.
Entendámonos. No es que no le guste el culto. Todo lo contrario.
Le gusta de tal forma que quiere que continúe incluso en la vida cotidiana.
No es que desdeñe las oraciones. Más bien se muestra muy interesado hasta querer
controlar a dónde llevan, qué es lo que producen nuestras oraciones.
Somos nosotros los que creemos que todo se limita al templo.
Jesús, en cambio, se puede parar incluso a campo abierto, bajo una planta, para
controlar. Y si allí se desilusiona porque no hay frutos, esto no se debe a su descuido ante
las estaciones, sino al descuido de quien ora creyendo que baste orar, es decir que todo
acaba allí...

8. Debo tener el valor de soportar su acercarse, su mirar entre mi abundante follaje.
Darme cuenta de que cuando él «tiene hambre», la sombra no le basta.

9. EV/EXIGENCIAS No sé por qué se inventan tantas historias por ese detalle de «no
era tiempo de higos».
Si hubiera sido «tiempo de higos», el episodio se habría podido liquidar con un
comentario sobre la «desgracia» de Jesús.
En cambio Jesús no ha sido desgraciado, sino que ha sido desilusionado.
Dios no viene a buscar lo que es «natural».
No espera lo que es «lógico» que espere.
El tiempo de los frutos para un cristiano no está regulado por las estaciones, sino por las
exigencias de Dios.
Más aún, son las estaciones las que deben tener en cuenta sus esperanzas, adecuarse y
respetar sus deseos.
Flores y plantas, en mi casa, no deben brotar en primavera o en verano, sino cuando él
tenga ganas de buscarlas.

10. Me doy cuenta de que he seguido la costumbre.
En efecto, en este punto, había que colocar mis «provocaciones».
Y he respetado el esquema.
Pero pensándolo bien si había un episodio que no tenía necesidad de ellas era éste. Una
escena demasiado rica de provocaciones en sí misma.
Estaré contento, por tanto, si el lector pasa estas páginas para dejarse provocar directa y
únicamente por el gesto y las palabras de Jesús.
Después, si le queda aún resuello, ya me contará...


CONFRONTACIONES

Las hojas viejas
se sustituyen con nuevas
En el hombre la esterilidad va de acuerdo con la ostentación, la opulencia, la palabrería.
Nos gastamos del todo en la programación, en el énfasis de la accesorio, en las trampas
para tener más; en los discursos que adormecen a la gente sencilla, que la hacen caer en
la trampa, creer y no darse cuenta de los errores e incumplimientos en todos los sectores.
Hay un follaje típico, eclesiástico-religioso; en sustancia: preocupaciones por un conjunto
de cosas que deben ser hechas; y se agarra uno incluso a las cosas más santas como los
sacramentos y la palabra misma. Pietista, juridicista, cultualista, burocrático, este riesgo
tiene aún una excesiva consistencia y además se hace presente en actuales
redescubrimientos religiosos, por sentimientos intensos y muy vivos.
Hay un follaje típico, político, comprometido; un follaje provocante e indigno de la
estúpida ostentación tecnológica...
...Pero es también follaje la acción intensa, la preocupación en niveles muy pequeños y
detallados, en cada uno, en la familia, en los grupos. Follaje puede ser el estilo, el conjunto
de modos de obrar, de pensar, de vivir, de relacionarse; incluso ciertos proyectos, ciertos
compromisos, ciertos análisis propuestos...
...Follaje es lo que impresiona pero no existe, lo que promete pero no da.
Las hojas viejas se sustituyen con hojas nuevas, pero quedan las hojas; no se convierten
en frutos. Con la desilusión proporcionada por la espera.
...Puede ser útil entonces una doble imagen para una indispensable contemplación
«precedente a la acción», que suena a esperanza y puede convertirse en seria promesa: a
la higuera de las hojas religiosas -con todo lo que esto significa- se contrapone el tronco
desnudo de la cruz con el único fruto de liberación, rescate y salvación, Jesucristo; y al
templo de piedra, convertido en «cueva de bandidos» se contrapone el templo desnudo que
es el cuerpo de Jesucristo entregado por nosotros (Una comunità legge il vangelo di Marco,
o. c.).

El tiempo en que Dios trae dones a los hombres
Con la venida de Jesús ha llegado ya el momento, establecido en los planes de Dios, en
el que Jerusalén deberá convertirse en el lugar de la oración para todos los hombres. Pero
Israel se sirve de la «casa del Señor» como los ladrones se sirven de su escondite: con sus
dones, sus préstamos, sus ofertas, Israel quiere «cubrir» ante los ojos de Dios todo el mal
cometido ante él en la vida cotidiana. Pero con Jesús ha llegado el tiempo en el que no
serán ya los hombres quienes lleven dones y ofrendas a Dios, sino que Dios se da a los
hombres: bien sean judíos o paganos, recibirán el don de Dios en actitud de oración y
dando gracias (K. Gutbrod, o. c. ).

A primera vista,
un cuadro floreciente de vida religiosa
Sin duda, a primera vista se tiene la visión de un cuadro floreciente de vida religiosa:
¿dónde encontrar un pueblo piadoso como Israel? En el templo los sacrificios humean día y
noche, en los patios filas de hombres y mujeres están delante de Dios tocando el suelo con
la frente. Bajo los pórticos, doctores de la ley y laicos discuten con ardor incansable.
¿Dónde encontrar algo semejante?
Jerusalén era la ciudad del poderoso e imponente activismo religioso, pero ciertamente
no había nada más. Había un gran movimiento de máquinas que andaban en vacío. Desde
la mañana hasta la tarde entraba en acción un celo por Dios verdaderamente infatigable,
pero se agotaba en sí mismo. Se excavaba, se perforaba, se araba, pero siempre el suelo
era árido, no surgía ninguna fuente viva. Israel era como la higuera, brillaba en el esplendor
de su follaje, pero no daba ningún fruto. La vida religiosa era como una magnífica fachada,
que escondía detrás de sí muros negros y fríos.
Era un error que el pueblo de Dios sirviera verdaderamente a Dios, que ese árbol
frondoso llevase verdaderamente frutos.
Jesús, mirando la higuera debe haber tenido de pronto esta triste visión. Este es el caso
de Israel: el pueblo se engaña y engaña al mundo con su piedad. Sabiéndolo o no, traiciona
lo que hay de más sagrado. Esos sacerdotes ambiciosos, esos arrogantes doctores de la
ley, toda esa gente pretende cumplir la voluntad de Dios, pero no lo hace y, en el fondo,
hace sólo lo que quiere. Así se pone a las claras el más grave pecado de los hombres, es
decir que son ateos en su religión, incrédulos en su fe, cerrados hasta estar sofocados en
su humanidad, mientras lo esencial es que Dios sea reconocido en su naturaleza divina (G.
Dehn, o. c.).

Tú has venido a inquietar
Tú has venido a inquietar; pero nosotros no queremos inquietudes: queremos nuestro
vivir tranquilo; y que la gente vaya a la iglesia y nos confirme que todo va bien; que
nosotros estamos en lo seguro y que contamos algo. Si las iglesias se vacían ¿para qué
sirve ya el cura? ¿Qué pinta ya en la casa parroquial?
A ti en cambio no te importa, no te importa perder los «fieles» que sólo son parroquianos
de tienda...
...Tú no has venido para tranquilizarnos, consolidando nuestro mundo; no has venido a
llamar orden lo que es desorden, y disciplina lo que es opresión y abuso. Tú no aceptas
este mundo de prepotencia e injusticia...
...Sí, Señor, tú no eres el Jesús repintado de nuestros dulces sagrados corazones: tú
eres el profeta lleno de indignación.
Querer cancelar tu cólera significa querer domesticarte y conducirte a nuestro orden
equívoco: un orden que hemos bautizado, confirmado, bendecido y puesto bajo tu
protección.
Pero tú no lo proteges: lo destruyes, aunque esté dentro de tu iglesia.
Esta es la conversión a la que llamas: rechazar el espíritu del mundo. Y el espíritu del
mundo no es sólo la pornografía o la indisciplina -pecados contra los que somos tan
rígidos-; con más frecuencia es una masificante disciplina, un orden inicuo, un poder
opresor (A. Zarri, o. c.).

¿Qué es la fe? FE/QUE-ES
Fe es esperar de Dios y no de nosotros o de nuestras obras: la fe es gratuita, y por eso
se expresa en la oración. Fe es esperar de Dios aquello que él quiere darnos: no debemos
obstinarnos en querer ser nosotros la medida del proyecto de Dios. Es Dios la medida del
don, no nosotros.
Fe es hacernos disponibles para que Dios nos abra a la «novedad» del reino mesiánico y
a la «universalidad» de las gentes: la negación de la fe es repliegue sobre sí, la celosa
conservación del propio privilegio.
Fe es la actitud de quien «no duda en su corazón»: la negación de la fe es el continuo
«pendular entre Dios por una parte y todas las otras posibles e imaginables ideas por otra»
(E. Schweizer).
Fe, finalmente, es prolongar a todos lo que Dios ha hecho por nosotros: está aquí la
fuente y la medida del perdón. Pero esto supone -una vez más- la conciencia de ser
primero perdonados, gratuitamente amados (B. Maggioni, o. c.).

No ha muerto en la cruz
para que no hiciéramos mal a nadie
«...Jesús sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba
algo en ella».
Veo cómo se acerca a mí. Tiene hambre. Me dirige su mirada y me hurga por dentro en
busca de «algo». Un fruto, aunque sea uno solo, entre las hojas. Hace el inventario de mi
mercancía, para descubrir «algo» que le interesa.
Creía que no se iba a ocupar de mí, que no me iba a localizar.
Que se iba a contentar con pasar a mi lado. Uno de tantos árboles a lo largo del camino.
¿Por qué concentra su mirada precisamente en mí? ¿Por qué me traspasa con esos ojos
implacables?
Tiene hambre. Y yo soy un árbol destinado a dar fruto. No una planta ornamental.
«Acercándose a ella, no encontró más que hojas...». Mi nombre inscrito en el registro de
bautizos. Mi tarjeta de acción católica. La estampa en la cartera. La medalla de san
Cristóbal junto al volante del coche. «Tengo un tío canónigo». Mi charlatanería. Estuve en
Lourdes en peregrinación. He hecho ejercicios espirituales. Hasta estoy suscrito a la hoja
parroquial, leo el boletín diocesano y recibo «El pan de los pobres». No voy a ver películas
obscenas. No hago mal a nadie.
«Nada más que hojas...» ¿Es ése todo tu cristianismo? Lo que yo quiero son frutos, no
hojas. Tengo hambre y tu sombra no me llena el estómago.
«Es que no era tiempo de higos».
Señor, piensa un poco. No es aún tiempo de higos. Todavía no he tenido tiempo. ¿A qué
tanta prisa? Un poco de comprensión. Yo no soy un santo, en definitiva. Hasta el
sacerdote, a quien he pedido consejo, me ha dicho que puedo estar tranquilo, que no tengo
obligación...
¿Tenía que haber hablado? ¿Tenía que haber tomado posición? Pero si no era
oportuno...; hay que tener prudencia, no hay que precipitar las cosas, se corre el peligro de
comprometerlo todo.
Y luego se saca lo mismo, en el fondo.
No es tiempo. Señor, haz el favor de controlar un poco tu calendario. Debe haber un
error. Igualalo con el mío y déjame en paz.
«Entonces dijo a la higuera: ¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti! Y sus discípulos
oyeron esto».
Lo oyeron. ¿Comprenderían quizá que la fe tiene que superar las falsas necesidades?
¿Que el amor tiene la obligación de realizar milagros?
Tengo una agenda en mi mesa. Cada día señalo allí mis compromisos, mis citas, el final
de mis plazos. En resumen, todo lo que tengo que hacer.
Algunas hojas cuajadas de notas, de compromisos. Al verlas, no tengo más remedio que
admitir que «hago demasiado». Algunos días, cuando estoy literalmente hasta el cuello de
trabajo, le robo horas al sueño. Para respetar la agenda.
Y me engaño al pensar que soy tremendamente exigente conmigo mismo.
Si dejase esa agenda en manos del Señor... Escribiría allí cosas jamás pensadas.
Exigencias locas, plazos imposibles, cifras desproporcionadas.
Y yo, al leer aquellas absurdas exigencias, abriré unos ojos de espanto y tendré la
impresión de que me vuelvo loco.
Y, sin embargo, debería verme ebrio de alegría. Porque Dios me considera capaz de
cosas imposibles. Si busca higos fuera de tiempo, quiere decir que ama y estima a aquella
planta hasta considerarla capaz de hacer milagros.
El que no ama, pide tonterías.
Los hombres les piden muy poco a las criaturas. Un poco de tiempo, el cuerpo, la belleza,
un segundo de placer, un poco de consideración, una propina de dinero, algún aplauso,
alguna inclinación más o menos espontánea de cabeza.
Los hombres no aman a sus semejantes. No los estiman. Por eso se limitan a pedirles
una miseria.
Dios me ama. Me quiere inmensamente. Por eso me lo pide todo.
Exige de mí lo imposible.
Cristo no ha muerto en la cruz para que yo «no hiciera mal a nadie». Sino para que me
hiciese capaz de realizar milagros (A. Pronzato, Evangelios molestos, Salamanca 1982, 8ª
ed.).
......................
(1) En otras palabras. Mc haría recitar a Jesús, en vivo, la parábola de la higuera estéril, que Lc refiere en cuanto
parábola (Lc 13).
(2) «Tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel» (Dt 8, 8).
(3) Sin embargo, hay que estar atentos para no deducir de este episodio precipitadamente una condena en
bloque de todos los judíos, una maldición indiferenciada y definitiva contra Israel. Precisa oportunamente R.
Schnackenburg: «En el texto que tenemos delante, responsabilidad y maldición recaen sobre los jefes del
pueblo de entonces y la alegoría de la higuera estéril culmina en una exhortación a convertirse. Sobre la fe
de cada uno de los judíos y sobre su actitud no se emite ningún juicio, ya que la maldición de Jesús llega
únicamente a aquellos que por propia culpa no responden a la llamada que Dios hace por medio de Jesús.
La iglesia primitiva vio ciertamente en la destrucción de Jerusalén y del templo una punición divina (cf. Mc
13, 1s; 14s); pero tal pronunciamiento temporal no autoriza a deducir una condena válida para siempre».
El mismo autor resalta cómo la comunidad a la que Mc se dirigía debía aplicar sobre todo a sí misma
las palabras y los gestos de Jesús. Y aquel episodio constituía un rudo llamamiento a la conversión y a la fe,
un motivo para un examen de conciencia muy sincero. La fidelidad se verificaba día a día, jamas se podía
dar por adquirida. Existía siempre el riesgo de que desapareciesen los frutos para dar lugar a un árbol
reverdecido, hasta llamar la atención, pero en el fondo incapaz de responder a las verdaderas esperanzas
del Señor.
(4) En tal caso, el suceso prefigurado sería el de la inminente destrucción del templo. La higuera seca desde la
raíz no sería otra que la construcción gloriosa de la que «no quedará piedra sobre piedra» (Mc 13, 2).
(5) Es difícil, con todo, calcular exactamente su número. Las cifras citadas en los documentos oficiales son
hiperbólicas. Según distintas fuentes nos encontramos con datos bastante discordantes y por tanto nos
hemos de contentar con valoraciones aproximativas. J. Jeremías adopta un método muy personal. Toma el
metro, calcula el espacio y deduce ciertas cifras en base a la densidad -o derrumbamiento- por metro
cuadrado. Así, para la época de Jesús calcula la población de Jerusalén en unos 30-35 mil habitantes (en
todo caso, no más de 50 mil). Los peregrinos que llegaban para la pascua debían acercarse a los cien mil.
Cf. Jerusalén en tiempos de Jesús, Madrid 1977, 95-102.
(6) Parece ser el de memoria más feliz (se acordó...). Dentro de poco. al cantar el gallo, Pedro recordará
también una palabra de Jesús (14, 72).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 197-221)


2-16 - JESÚS BAJO INVESTIGACIÓN:
OBJECIONES CONTRA SU AUTORIDAD
Mc/11/27-33    Mt/21/23-27    Lc/20/01-08

La luz traída por la viuda
La tercera jornada en Jerusalén está dominada, en la particular estructura de Mc por una
serie de controversias, parecidas a las que han opuesto a Jesús a sus adversarios desde el
comienzo del ministerio en Galilea (2, 1-3, 6) y que habían dejado intuir un contraste
irreducible.
Se trata de cinco disputas «teológicas» que tienen como interlocutores a los exponentes
de las clases dirigentes del judaísmo.
Es difícil demostrar que se hayan efectivamente desarrollado en aquel día (martes). Es
poco verosímil. Sin embargo, Mc las ha reunido en este punto, sobre todo para subrayar el
aspecto dramático de la oposición, que desemboca en la catástrofe que ya está en el
ambiente1.
Están articuladas así:
-Cuestión planteada por los jefes de los sacerdotes, letrados y ancianos sobre la
autoridad de Jesús (11, 27-33). Después de haberles puesto en compromiso con una
respuesta que es una contrapregunta, Jesús les plantea sus responsabilidades con la
parábola de los viñadores (12, 1-12): precisamente ellos son los malos guardianes de la
viña de Dios.
-Se organiza una extraña unión de fariseos y herodianos para tantear el terreno y
escuchar lo que piensa sobre el poder romano (12, 13-17). Se quería así hacerle
«comprometerse» sobre un tema tan delicado como el político.
-Entran en escena los saduceos que le plantean el problema de la resurrección (12,
18-27).
-Pregunta de un escriba «que no está lejos del reino de Dios» sobre el primer
mandamiento (12, 28-34).
-El Maestro a su vez entra en polémica con los escribas sobre el Mesías y lanza un
violento ataque contra esos intérpretes de la ley (12, 35-40).
Al término de los cinco debates, una imagen relajante: la pobre viuda que hace la ofrenda
de dos monedas (12, 41-44). Como para subrayar el contraste entre la actitud estéril de
quien está enzarzado en discusiones y complicaciones intelectualistas y legalistas, y la
generosidad concreta de quien está movido por una fe sencilla y transparente.
«A través de estas escenas, se profundiza el abismo que separa a Jesús de los grupos
más influyentes del judaísmo. Pero también hay que descubrir que la cualidad de Hijo de
Dios se afirma. Además para los creyentes, se perfila una línea de conducta hecha de amor,
autenticidad, pobreza y generosidad».

¿Quién te ha dado permiso?
El primer envite parte de arriba. Es el sanedrín mismo quien entra en acción. Ciertamente
no el «gran consejo» -según la expresión de Lutero- en cuanto tal, sino a través de algunos
de sus miembros más autorizados.
No es difícil reconstruir el episodio. Los primeros en moverse deben haber sido sin duda
los jefes de los sacerdotes. Siendo ellos los responsables del templo y de la administración
se han sentido afectados por el gesto de Jesús, que se ha comportado como si fuese el
encargado de mantener el orden en la casa del Señor y juzgar lo que conviene o no para el
culto de Dios. En definitiva se han sentido desbancados en su autoridad y además
afectados en sus intereses. Veían amenazado su propio prestigio y puesta en crisis la caja
del templo.
Por ello se preocupan de reclutar algunos escribas, como expertos, que les habrían
echado una mano en el caso de que la discusión hubiera tomado derroteros jurídicos o
teológicos. Además se hacen acompañar por algunos «ancianos», personajes influyentes,
más que nada para impresionar y para hacer ver que toda la nación está representada.
En definitiva, se trata de una investigación oficial, aunque llevada a cabo con la debida
circunspección.
Jesús es abordado mientras pasea por el patio del templo (quizá el espectáculo sea aún
el acostumbrado...).
«¿Con qué autoridad actúas así?, ¿quién te ha dado la autoridad para actuar así?» (v.
28). Es decir, ¿actúas por propia iniciativa, o bien has recibido órdenes de alguien?
El «así» se puede referir al episodio más reciente y candente de la purificación del
templo. Pero, quizá se dirija también a la actividad general de Jesús. En cualquier caso,
teniendo en cuenta «el acto abominable» del día anterior, si se contesta su derecho a
comportarse de aquella manera, de rechazo se pone en duda la legitimidad de toda su
actividad precedente y la autoridad de su enseñanza en conjunto.
La pregunta, sin embargo, refleja una preocupación por el orden público (si el primero
que llega hace lo que tú, ¿dónde iremos a parar? cualquier loco se creería autorizado a
desacreditar las instituciones más sagradas y a sembrar la confusión entre el pueblo
«indefenso»). Y obliga, por consiguiente, a Jesús a exhibir las propias credenciales. Debe
legitimar su propia misión, demostrar que no es un abuso, exhibir el «mandato».
Por tanto, el centro de la polémica es la autoridad -o el poder- de Jesús.
«La pregunta tiene un tono de frío legalismo. Sus dos partes consideran una doble
posibilidad: ¿pretende Jesús tener una autoridad propia para obrar de aquel modo y, en
este caso, de qué autoridad se trata? ¿O bien pretende apelar a la autorización que le ha
dado otro? Jesús debe ser obligado a declarar públicamente quién cree que es» (R.
Schnackenburg).
Esta actitud contrasta con aquella inicial de la gente que, llena de estupor, se preguntaba
sobre la autoridad de Jesús, muy distinta de la de los escribas (1, 27).
Aquí no se trata de maravillarse sino de la sospecha y el desprecio, la animosidad llena
de prejuicios, el deseo maligno de tender una trampa.
Con un procedimiento típico de las disputas rabínicas, el Maestro responde...
devolviendo la pregunta e invirtiendo por tanto las partes. El interrogado se vuelve
interrogador. Mientras los interrogantes han formulado dos preguntas, él se contenta con
una. Pero deben responder tajantemente o sí o no.
«El bautismo de Juan, ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme» (v. 30).
El bautismo de Juan implica toda su predicación, su invitación a la penitencia y a la
conversión en vistas del reino inminente.
El mensaje de Juan que había encontrado el favor popular, no se puede decir que haya
sido acogido por las clases dirigentes. Las cuales -y este es el punto puesto a las claras
hábilmente por Jesús- viven en la ambigüedad: por una parte han rechazado la palabra del
predicador en el desierto y por otra quieren gozar del favor popular. Por tanto, hostiles al
profeta, pero preocupadas por quedar bien ante la opinión pública que no ha negado jamás
el calificativo de verdadero profeta a Juan.
Deben dudar bastante antes de responder. Es gente habituada a todas las sutilezas
dialécticas. Antes aún de formular la respuesta, intentan imaginar la réplica que seguirá por
parte del adversario. Por lo que sopesan las palabras, para no comprometerse y ofrecer un
arma al enemigo.
«Jesús remite al bautismo de Juan: tomar posiciones respecto al precursor es ya tomar
posiciones ante él mismo» (J. Radermakers). En efecto, la misión de Jesús enlaza con la
del Bautista.
«De Dios» o «de los hombres». Se les plantea un dilema, que por cualquier parte suena
a condena: o no están a bien con Dios -porque deberían haberse convertido-, o faltan ante
el pueblo hacia el que tienen una precisa responsabilidad de guías (porque debería haberlo
puesto en guardia contra un falso profeta, pero esto significaba arriesgar la
impopularidad...).
ACOGIDA/RECHAZO:Y el dilema vale también para su actitud ante Jesús. O acogida o
rechazo. Pero a través de una clara toma de posición. Precisamente lo que aquella gente
no quiere.
Son «conservadores» en el sentido peyorativo del término. En efecto, quieren conservar
la buena conciencia, el puesto, la fachada... y los intereses materiales. Una mezcolanza
equívoca, que se puede tener unida sólo al precio de compromisos, cálculos, concesiones,
hipocresías, pero a la que ciertamente no se la puede dar el nombre de fe.
Ante la necesidad de tomar posiciones, en la intimidad de estas personas salta el instinto
fundamental de no perder la reputación.
«No sabemos» (v. 33).
No son capaces de decir no a Dios. «No quieren estar sin religión y así permanecen en la
condición de quien no sabe, del hombre que deja todos los problemas en suspenso, y a
quien Dios no puede darse incluso cuando se presenta directamente a él en Jesús»(E.
Schweizer).
Ciertamente debe haber sido duro para «profesores» como ellos, que con frecuencia y
gustosamente hacen ostentación -y viven- de su saber, dar una respuesta de este género.

Jesús podría haber ironizado sobre el particular. Prefiere, en cambio, seguir su juego.
También él se esconde ante su incredulidad. Sin lealtad, cualquier revelación es inútil.
«Pues tampoco os digo yo con qué autoridad actúo así» (v. 33).
Comenta E. Schweizer: «La estructura es muy significativa por su mensaje: en la
purificación del templo se realiza, aunque bajo una forma de signo, la actividad de Jesús
como juicio sobre el templo, en cuyo puesto aparece la "casa de oración para todos los
pueblos", como en el puesto de la higuera seca aparece la potencia de Dios que se da en
la fe y en la plegaria. Esta potencia no es experimentada por aquel que, permaneciendo en
el exterior, no comprometido, pide pruebas: es conocida, por el contrario, sólo por la fe».
El proceso de Jesús se ha iniciado ya con esta investigación oficial.
Y aparece claro desde el principio que son los interrogadores los que son acusados.
En esta página la acusación de incredulidad se convierte en el punto clave de todo el
debate.
«Con su indecisión aquellos hombres manifiestan de hecho su incredulidad: deberían por
eso dejarse regalar esa fe que no busca pruebas» (E. Schweizer).


PROVOCACIONES

1. Y así una vez más se invierten las partes.
Jesús responde a nuestras preguntas apremiantes obligándonos a dar una respuesta
precisa.
Le importunamos con nuestras preguntas, intentamos atraparlo en la telaraña de
nuestras cuestiones. Y él nos plantea una sola cuestión. La decisiva.
Quisiéramos que se desvelase. Saliera fuera del incógnito. De forma que quitara todas
las dudas. Y él desenmascara despiadadamente nuestras hipocresías, nuestros cálculos,
nuestras falsas prudencias. Y así aparece que somos nosotros los que somos incapaces de
salir fuera del mundo de las apariencias.
Pretendemos que haga una hermosa declaración. Y él nos obliga a declararnos.
Quisiéramos pruebas. Y nos hace entender que es nuestro ojo el que está enfermo, que
no es capaz ni quiere ver.
FE/SEGURIDAD:La fe es don, ciertamente. Pero exige la disponibilidad por parte del
hombre para desmantelar las propias defensas, para salir de esos refugios de seguridad
que son los prejuicios.
En el fondo, el discurso más importante es siempre el de la pobreza. «¿Qué tenemos
para orientarnos? La percepción de algo que nos falta, algunas huellas inciertas y
suficientes, que constituyen una prueba velada para los que no tienen ninguna necesidad
de pruebas» (J. Sulivan).
Sin embargo, el proceso continúa.
Por una parte nosotros, con nuestras interminables discusiones. cuestiones de
procedimiento.
Por otra parte él que, en cambio, quiere abreviar. Porque desea llegar en seguida al don.


2. A ellos les venía bien. Todo en regla.
Los doctores colocados bajo el pórtico para impartir la enseñanza oficial, para explicar,
para responder a las cuestiones. Expertos en el oficio.
Los mercaderes en el centro del patio, provistos de la debida licencia y puntuales en el
pago de la parte correspondiente al templo.
Los cambistas sentados en sus puestos, también ellos autorizados y exactos.
El único que no tiene permiso es el que quisiera poner un poco de orden.
Es la acostumbrada y trágica comedia que se repite a lo largo de los siglos. Obligar a
enseñar el permiso. ¿Quién te ha autorizado a decir esas cosas, a actuar así, a tomar esas
iniciativas? ¿Qué estudios tienes, qué título puedes presentar, qué cursos has frecuentado,
con qué apoyos puedes contar?
Bien. ¿Y quién debería darle el permiso? ¿Las autoridades «responsables»? Pero a
estas les va muy bien con el orden existente, el sistema largamente -y fructuosamente-
aceptado. Para ellas las cosas están bien tal como están, como han sido siempre, y no
creen que sea necesario cambiar nada.
¿Dios? Pero si Dios, faltaba más, está de su parte. Le han confiscado ellos y mantienen
relaciones privilegiadas. Cierta gente se identifica desenvueltamente con Dios. Dios está
ausente y comprometido, nos vais a decir a nosotros, es lo mismo que...
De esta forma, cualquier intento de cambiar el orden -o el desorden- constituido, no
puede ser considerado de otra forma que como una amenaza, un atentado a la seguridad,
una ofensa a la religión, una blasfemia.
De esta forma el profeta es despachado. Porque es pobre. Pobre de permisos.
En su pasaporte falta un sello o un visado.
El profeta, que tiene la mala suerte de no estar de acuerdo con la confusión, la confusión
que viene bien a los demás, es consciente de que no obtendrá jamás el permiso.
La cruz, en cambio, está siempre preparada.
Acusado de fomentar desórdenes, él que no hace otra cosa que poner todo en orden.
Por otra parte, no puede explicar que la propia misión no depende de un permiso, sino de
una obligación. No es cuestión de autorización, sino de urgencia. El problema no es el de la
legalidad, sino el de la verdad. No se trata de poder, sino de no tener más remedio.
El es el condenado de todos los tiempos. En un mundo de astutos que no saben, no ven
y no se dan cuenta de nada, él es el condenado a no escabullirse.

3. Al comienzo de la misión, las controversias.
Al final, de nuevo las controversias.
En el medio ha habido varias cosas: milagros, encuentros, parábolas, curaciones,
enseñanzas.
Jesús ha recorrido mucho camino.
Pero se diría que sus adversarios han permanecido allí, en el punto de partida.
Galilea o Jerusalén, poco importa.
Cuenta la geografía de las decisiones, de los compromisos.
Y ellos no hay duda de que no se han movido.
Estando por medio la ley o el templo, ellos se han sentido «en seguida» amenazados. Y
no han abandonado las trincheras de protección, la barrera de las discusiones jurídicas.
No le han perdonado, desde el comienzo, el entuerto de no decir las cosas como a ellos
les gustaba escucharlas.
Tiene razón el amigo J. Sulivan: «Un público exige reconocer lo que ya sabe. Agradece
ser invitado, pero sin pasarse. ¡Ay de vosotros que os arriesgáis a atacar frontalmente sus
certezas, es decir las verdades de sus costumbres y de sus intereses! Protesta y
denuncia».
Ese maestro abusivo de Nazaret debería haber tenido la perspicacia de mostrarse de
acuerdo con ellos, y no habría habido necesidad de discutir tanto.
Quizá incluso hubiesen llegado a ofrecerle un título oficial, haciendo la vista gorda sobre
el hecho de que no hubiese acudido a sus escuelas.
Le habrían sin duda ofrecido un puesto de altura, bajo el pórtico del templo, naturalmente
con el catecismo oficial bajo el brazo.
Los hombres también saben ser generosos. Especialmente con quien ofrece garantías de
no hacer perder algo.
Están dispuestos a aceptar todo, incluso la novedad. Con tal de no renunciar a nada.
Sí, líbranos, si es esto lo que quieres. Pero no de nuestros apegos...


CONFRONTACIONES

Quien cree y quien no cree
No hay que pensar que el diálogo se haya desarrollado con estas precisas palabras; más
aún, por varios motivos, parece bastante improbable. Muy difícilmente los representantes
del sanedrín se habrían comprometido ante el pueblo, como muestra el cuarto evangelio, en
el que la conversión toma otros vuelos. Pero la iglesia primitiva, reconstruyendo de este
modo el encuentro de Jesús con las autoridades centrales, no pretendía sólo fijar una
escena histórica, sino más bien dejar al desnudo la situación interior de Jesús en relación al
judaísmo oficial, y al mismo tiempo resaltar la radicalización de aquella ruptura que se había
creado entre ella misma y el judaísmo incrédulo. La escena tiene un aspecto de uniformidad
y se configura con un determinado esquema, habitual en las disputas rabínicas (pregunta,
contra-pregunta, respuesta). Sin embargo, no se la debe considerar fruto de artificio o de
libre invención, porque el acto realizado por Jesús en el templo debía necesariamente
provocar una reacción por parte de las autoridades religiosas. Pero la respuesta de Jesús,
más allá de las dificultades del momento, es situada en un nivel de una toma de posición
sustancial, demostrando cómo Jesús se comportase ante adversarios de mala fe.
FE/INCREDULIDAD:También se puede derivar una enseñanza acerca del encuentro
entre fe e incredulidad. No existen pruebas auténticas y propias para las personas que no
quieren creer. En las discusiones teológicas con el judaísmo, la iglesia primitiva, para
probar su fe en Cristo, apeló también al testimonio del gran predicador Juan el Bautista,
como demuestran concordemente los evangelios. Ella se había dado cuenta de que la
relación de Juan con Jesús, el recíproco respeto y reconocimiento de los dos hombres que
habían entrado en escena en nombre de Dios, el hecho de que Juan haya señalado a
Jesús como el más grande, el que debía venir después de él, no eran argumentos
suficientes para llegar a concluir que Jesús era el Mesías y que su misión era divina.
Quien, a pesar del cuadro complejo ofrecido por el Jesús histórico con sus discursos y
sus acciones, no se deja persuadir de que Dios habla y actúa por medio de él, no puede
aprender tal verdad en una discusión.
Si la fe tiene sus argumentos válidos a favor, también la incredulidad tiene en sus manos
armas en las que apoyarse. Quien no cree, sin embargo, debería renunciar a la pretensión
de pensar que la inteligencia y la lógica estén sólo de su parte. Creyentes y no creyentes
deben poder encontrarse en una plataforma de sinceridad y de corrección (R.
Schnackenburg, o. c.).

El profeta, ese entrometido
Pero no se rompen las tradiciones impunemente: especialmente las que rinden. Y los
comerciantes y los sacerdotes se indignaron: juntos como habían trabajado juntos: unos a
vender animales, los otros a degollarlos para tu gloria, como se había hecho siempre,
desde Caín y Abel; y tanto por Abel como por Caín, tanto por los creyentes sinceros como
por los otros. Y en el fondo no era tan importante con tal de que comprasen, ofreciesen a
Yahvé, con la parte correspondiente a los sacerdotes, frecuentasen el templo, las
sinagogas, las ceremonias religiosas.
Ciertamente había habido algunos profetas que habían sutilizado e incluso rechazado la
práctica sacrificial; pero los profetas, ya se sabe, siempre tienen que decir algo. Y está bien
el escucharles con respeto; pero en cuanto a seguir todas sus incandescencias, hay un
largo trecho. Que el fervor es un carisma profético, también la prudencia, el buen sentido, el
equilibrio han sido siempre prerrogativas clericales. Así pensaban los sacerdotes antes que
tú, que eres el último que ha venido e intervenido en lo que no te importa; un defecto de los
profetas era también la intromisión; con la excusa de que eran enviados del Señor metían
las narices en todas partes: incluso en lo que no era de su competencia. Como si los
sacerdotes no fuesen también los ungidos de Dios y los guardianes del templo. Ellos eran
los árbitros del templo, a ellos sólo competía dar permisos y prohibiciones; y si los
mercaderes hacían su negocio, a ti ¿qué te importaba?: un laico cualquiera y encima
contestatario. Uno de esos que nunca están contentos, siempre dispuestos a la crítica...
...Por otra parte, si siempre se había hecho así, es que habría algún motivo. ¿O es que
los antiguos eran todos lerdos y sólo el Nazareno inteligente? (A. Zarri, o. c.).
............................
1. Algún estudioso sostiene que los cuatro últimos debates -dejando por tanto aparte el inicial sobre la
legitimidad de la autoridad de Jesús-, están calcados del esquema clásico de controversia entre los rabinos,
es decir:
-una cuestión legal, hokmah, sabiduría (13-17, tributo al César);
-una pregunta irónica, borut, ironía, con el objeto de poner en ridículo una creencia afirmada por el pueblo
(18-27, la pregunta sobre la resurrección);
-un interrogante relativo a una norma moral, derek'erers, sendero de la tierra (28-34, el primer
mandamiento):
-una cuestión haggadica, haggadh, leyenda, acerca del modo de conciliar dos pasajes de la Escritura
aparentemente en contradicción (35-37, el Mesías como hijo de David).
En todo caso hay que tener presente que en el judaísmo el orden es distinto al presentado por Mc: de
hecho, la haggadh en las disputas rabínicas estaba siempre en segundo lugar y no al final como aquí.
(·PRONZATO-3/2.Págs. 223-231)


2-17 - PARÁBOLA DE LOS VIÑADORES HOMICIDAS
Mc/12/01-12    Mt/21/33-46    Lc/20/09-19
PARA/VIÑADORES-HOMICIDAS

A pesar de las discusiones,
el golpe es certero
Pero Jesús no se cierra a la defensiva («pues tampoco os digo yo con qué autoridad
actúo así»). Ataca de improviso. El golpe es certero y acusan este golpe («se dieron cuenta
de que la parábola iba por ellos» (v. 12).
Los intérpretes, en cambio, parece que no han ultimado todavía la pericia balística.
Están divididos sobre el tipo de arma del que ha partido el golpe. Como consecuencia, no
logran ponerse de acuerdo si quien ha disparado ha sido Jesús en persona (con una
parábola) o más bien la iglesia primitiva (que habría presentado en clave alegórica toda la
historia de la salvación).
PARABOLA/ALEGORIA La distinción entre parábola y alegoría
-establecida por Julicher al final del siglo pasado- y el animado debate que siguió, aunque
han contribuido a limpiar el terreno de los barroquismos de una interpretación alegórica que,
en ciertos casos, resultaba pesada1, devolviendo a la parábola concreción y sencillez, sin
embargo tienen la equivocación de fijar una rígida contraposición entre dos géneros, que
puede responder a las exigencias de la cultura griega, pero que es ajena a la mentalidad
semítica2.
Me parece que tiene razón X. L. Dufour3 cuando afirma que Jesús ha podido pronunciar
parábolas alegorizantes. Y esta sería una.
En todo caso resulta arriesgado y difícil reconstruir, como pretende hacer alguno, la
parábola primitiva, tal como ha salido de la boca de Jesús.
Sin enrolarnos más en las disputas de los especialistas, nos limitaremos a entrar en este
texto a través de cuatro claves de lectura:

- Verosimilitud e inverosimilitud,
- continuidad,
- estructura,
- mensaje central.

Verosimilitud e inverosimilitud
Uno de los rasgos fundamentales de las parábolas es su concreción, es decir, su enlace
con la vida real, con un mundo que es familiar para cierto tipo de oyentes, unido a sus
experiencias. Esta concreción hace que la parábola sea plausible y por tanto comprensible.

Naturalmente no quiere decir que todos los detalles deban coincidir exactamente con la
realidad. Y sería una operación inútil quererles hacer coincidir a toda costa.
La parábola, aunque esté anclada en la existencia y en fenómenos verificables por los
oyentes, siempre queda como ficción poética y por tanto, hay siempre un cierto «desnivel»
entre el plano de vida y el de la invención.
A una parábola se le puede pedir una verosimilitud, pero no una exactitud absoluta.
En esta parábola, sin embargo, muchos estudiosos encuentran que las inverosimilitudes
-alguno llega a decir, los absurdos- superan en gran manera las verosimilitudes.
Me parece un juicio excesivo.
Veamos. La plantación de la viña corresponde a los usos agrícolas de Palestina. El
modelo literario puede haber sido tomado del famoso «canto de la viña de Yahvé» de Isaías
(capítulo 5), en donde la descripción es aún pormenorizada.
Se tiene la impresión de un trabajo duro (preparación del terreno, es preciso quitar las
piedras y las hierbas; en las zonas montañosas hay que nivelarlo), que justifica la espera
de frutos por parte del propietario.
La viña, en estas zonas, está siempre rodeada por un seto espinoso o bien por una tapia.
También se construye una cabaña-refugio que puede asumir el aspecto de una «torre» de
piedra (una especie de observatorio, por supuesto rudimentario).
Cuando la uva comienza a madurar, el labrador se instala allí para vigilar, día y noche, la
cosecha contra salteadores voraces, hombres o animales.
Muchas viñas -para evitar el transporte de la uva, siempre arriesgado- tienen también en
el centro un lagar formado por un depósito superior y otro inferior, casi siempre excavados
en la roca y unidos entre sí por un conducto de piedra.
También el detalle del amo que arrienda la viña a los labradores y se va al extranjero es
muy normal. Muchos terrenos en Galilea, especialmente a lo largo del valle superior del
Jordán, pero también en torno al lago y a la zona de colinas, pertenecían a latifundistas
extranjeros.
Un papiro nos informa, por ejemplo, que Apolonio, ministro de economía del reino
tolemaico -estamos en el siglo III a. C.- poseía una parcela de terreno en Galilea,
precisamente en Baitianata, que le aseguraba el vino para su mesa en Egipto.
Por otra parte el hombre dispone de cinco años de tiempo antes de exigir una parte de la
cosecha que le espera según un contrato que se asemeja a la aparcería. De hecho,
normalmente la viña, en Palestina, comienza a dar fruto después del tercer año. La cosecha
del cuarto año está reservada para Dios. Por tanto, la uva se come en el quinto año.
En este punto A. Loisy, para mantener la tesis de la inverosimilitud de la parábola,
subraya estos dos aspectos. En primer lugar: ¿cómo podía permitirse el lujo de un viaje al
extranjero un hombre que se había visto obligado a plantar con sus manos una viña?
Segundo: admitido que se hubiera ido a Egipto o a Babilonia o bien a Roma, ¿cómo podía
exigir que le llevasen a domicilio los frutos que esperaba?
Son dificultades un tanto infantiles. Me viene a la mente una frase irónica de Saul Bellow:
«Un poco de inteligencia puede ser recubierto de ignorancia cuando la necesidad de ilusión
es muy profunda». Y sobre todo cuando se trata de sostener los propios prejuicios.
Tiene razón Lagrange cuando dice que al leer «un hombre plantó una viña», no significa
necesariamente haber confiado el trabajo a gente del oficio.
De esta forma no se dice que los frutos debieran llegarle en especie. La uva se vendía y
el amo recibía el dinero correspondiente.
Ni siquiera el razonamiento de los viñadores («Este es el heredero; venga, lo matamos y
será nuestra la herencia») es del todo improbable. Si llega el hijo, puede también suponer
que el amo ha muerto. Por tanto, quitando de en medio al heredero, tienen el derecho de
acogerse a ciertas disposiciones legales en materia de transferencia de propiedad como la
llamada mattenat bari' o mejor, la conocida bajo el nombre de kazaka, que asigna un bien
vacante al primero que lo ocupa (y una heredad de la que nadie toma posesión en un
término fijado, puede considerarse bien vacante).
Pero además del argumento jurídico -más bien incierto y discutido- queda otra
explicación, fundada en ciertos focos revolucionarios existentes en el ambiente campesino
de Galilea. Las motivaciones nacionalistas se mezclaban con reivindicaciones ciertamente
no idealistas y alimentaban el odio contra los grandes terratenientes, especialmente
extranjeros. Los zelotas avivaban aquel fuego. Se podría incluso hablar de una tendencia
que hoy llamaríamos con el nombre de «expropiación proletaria».
Explica C. H. Dodd: «La historia se convierte en más verosímil si pensamos en las
condiciones de Palestina en tiempos de Jesús: todo el país, sobre todo Galilea, no era un
lugar tranquilo; después de la revuelta de Judas el Galileo (6 d.C.), la región no se había
calmado completamente y la agitación era debida en parte a motivos económicos. Si
recordamos que muchos latifundios estaban en mano extranjera, podemos fácilmente
imaginarnos que el descontento del campo estuviera estrechamente ligado a sentimientos
nacionalistas... En una situación como esta no era sin duda improbable que al rechazo de
pagar la renta siguieran una muerte violenta y la ocupación de la propiedad por parte de los
trabajadores. En vez de ser una alegoría construida artificialmente, la parábola puede muy
bien servir para darnos una idea efectiva de qué ambiente se respira en Galilea cincuenta
años antes de la gran revolución del 66 d.C.».

Lo que en cambio es inexplicable es el comportamiento del amo
El cual, después de que sus siervos han vuelto con las manos vacías, y además
apaleados, deshonrados y algunos incluso ni han vuelto porque les han matado, no duda
en poner en peligro a su propio hijo. Tal comportamiento es absurdo. Ese hombre es un
ingenuo o un inconsciente. Después de esos signos inequívocos debería haberse dado
cuenta de las intenciones auténticas de los arrendadores de su viña.
D/SORPRENDENTE: Pero es precisamente aquí donde la parábola alegórica denuncia
intencionalmente un respeto nulo a la verosimilitud. Porque se trata de Dios. Y cuando
entra en acción él, pone en crisis los modelos humanos de comportamiento, hace saltar los
criterios de la racionalidad y de la prudencia.
Con la inverosimilitud de la actitud del amo, Jesús quiere poner en evidencia la paciencia,
la iniciativa incansable, la magnanimidad, la misericordia obstinada de Dios que vuelve
siempre hacia Israel, a pesar de sus maldades.

Continuidad
Muchos autores muestran no ver con claridad. Alguno la niega abiertamente y habla de
esta parábola como de un aerolito errante caído en este contexto, de no se sabe dónde, y
que encuentra su justificación formal sólo en el clima polémico y trágico de aquellos días
precedentes a la pasión.
En realidad la parábola -independientemente de su origen primitivo- aquí está
perfectamente en su sitio. Asegura una continuidad con los temas debatidos anteriormente.
Dos en concreto. Los frutos y la autoridad.
-El amo ha plantado la viña no para embellecer el paisaje, sino para que dé fruto. Los
siervos y el hijo son enviados para «percibir su tanto de la cosecha».
De esta forma el incidente de la higuera maldita resulta abierto.
Es cierto que esta viña no es estéril. Pero es como si lo fuese. En efecto, desde el punto
de vista del amo, la viña resulta infructuosa, porque los frutos que le correspondían le son
expropiados, retenidos por los arrendatarios. Más aún estos se comportan como si la viña
fuese cosa propia.
La referencia a lo que sucede en el templo, en donde prospera un comercio y un tipo de
religiosidad útil para algunos, no ciertamente para el destinatario original, es bastante
transparente. Los responsables deberían preocuparse de los intereses de Dios, en cambio
piensan en los propios. Gestionan el templo como si fuese suyo y no debieran responder al
amo de casa.
-«¿Con qué autoridad actúas así?, ¿quién te ha dado la autoridad para actuar así?» (11,
28). Ahora se decide a responder. Aunque veladamente (quien tenga oídos para oír...).
Jesús deja entender que posee todas las cartas en regla para hacer lo que ha hecho en el
templo. El, en efecto, es el hijo mandado por el Padre para percibir los frutos y asegurarse
que el templo sea «casa de oración» y no «cueva de bandidos». En definitiva: sois vosotros
los que debéis responder de vuestra administración de la propiedad de Dios.

Estructura
Desde un punto de vista literario, la parábola puede ser descompuesta como hace X. L.
Dufour-en cinco momentos:
1. Introducción para describir la plantación de la viña (v. 1).
2. Envío de los criados (2-5).
3. Envío del hijo (6-8).
4. Reacción del amo y destino de la viña (9).
5. Comentario escriturístico ( 10-1 1).
Epílogo histórico (12).

Algunas observaciones sobre los distintos puntos.

1. Introducción.
No hay contradicción en el hecho de que Mc diga: «Entonces se puso a hablarles en
parábolas», y después haya una sola parábola. Se subraya, más que otra cosa, el género
adoptado para la enseñanza.
Aunque existen muchos puntos alegóricos en la parábola, hay que resistir la tentación de
querer alegorizar todos los detalles.
Así es fácil identificar al amo con Dios, la viña con Israel, los labradores con los
responsables del pueblo elegido, los criados con los profetas. Pero no es necesario indagar
sobre el significado del lagar, del seto, de la torre, todos los elementos que están sólo en
función de la narración.

2. El envío de los criados.
No cuesta mucho el reconocer en los criados a los profetas enviados sucesivamente por
Dios a su pueblo.
Alguno objeta, sin embargo, que la misión de los profetas no consistía en percibir los
frutos.
Todo depende de qué se entienda por frutos.
Hemos de colocar la vocación profética en el contexto de la alianza. Ahora el fruto de la
alianza es la fidelidad de Israel como respuesta a la fidelidad de su Dios. Los profetas
tienen precisamente el objetivo de garantizar la fidelidad de Yahvé, pero también la de su
pueblo, denunciar los eventuales incumplimientos y las traiciones y tener viva la memoria
de la espera de Dios.
Las relaciones entre profetas y viña de Yahvé han sido todo lo contrario de idílicas. Se
podría hablar de «intolerancia» recíproca. Los profetas no pueden tolerar las desviaciones,
la gente y sus jefes no pueden sufrir a aquellos intrusos.
Así su historia es más bien dramática.
Hay un texto antiguo, que constituía una especie de guía de peregrinación a la tumba de
los profetas, titulado Vitae prophetarum. Son breves biografías de veintitrés profetas.
PROFETAS/MARTIRES
Seis han encontrado una muerte violenta. Son:
-Amós: muerto a mazazos por el hijo del sacerdote Amasiah.
-Miqueas: precipitado desde una altura rocosa por el hijo del rey Jorán, que quería
vengar al padre que había sido reprendido ásperamente por sus iniquidades.
-Isaías: segado en dos.
-Jeremías: dilapidado en Egipto por el pueblo enfurecido.
-Ezequiel: matado en Babilonia por el jefe del pueblo.
-Zacarías : despedazado por Joás, rey de Judá, junto al altar del templo.
Está justificada la lamentación de Jesús: «¡Jerusalén, que matas a los profetas y
apedreas a los que se te envían!» (Mt 23, 37).
Esteban no dudará en hacer esta requisitoria: «¿Hubo un profeta que vuestros padres no
persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo» (Hech 7, 52).
En los tres envíos sucesivos se puede captar además de la obstinada esperanza del
amo, también una progresión de los malos tratos.
Por una parte tenemos, por tanto, los repetidos envíos de Dios -expresados en la misión
de muchos profetas-, por otra el rechazo constante de Israel.

3. El envío del hijo.
Mc a diferencia de Mt rompe una cierta progresión, sobre todo en relación a la regla del
tres, típica en las narraciones populares. De hecho hay un criado apaleado y despedido
con las manos vacías, otro descalabrado e insultado y un tercero matado. Pero a partir de
aquí no respeta el clásico «esquema ternario», porque introduce aún otros criados, antes
de llegar al delito capital contra el hijo. El ciclo se cierra con los tres envíos particulares y
los colectivos. El hijo, a pesar de estar en la línea de los envíos precedentes, se destaca,
es un capítulo aparte. También él representa al amo, pero de forma totalmente distinta.
Se puede discutir hasta el infinito si Jesús quería revelar aquí que era hijo de Dios -esta
expresión no era un título mesiánico en el lenguaje de la época- y si había querido anunciar
con precisión su propia muerte.
Se puede sólo afirmar que Jesús no se espera una suerte distinta a la reservada a los
enviados que le han precedido. Además que, a pesar de colocarse en continuidad con la
línea profética, se destaca reivindicando una posición aparte.
El adjetivo «querido» (agapetos) es el mismo con el que Jesús ha sido designado por el
Padre tanto en el bautismo como en la transfiguración (1, 11; 9, 7).
Queda el hecho, además, de que con la misión del hijo se pone en evidencia el último
intento realizado por Dios, su extremo y definitivo mensaje para los «rebeldes».
«En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros
padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que
nombró heredero de todo, lo mismo que por el había creado los mundos y las edades»
(Heb 1, 1-2).
La frase «este es el heredero; venga, lo matamos y será nuestra la herencia» (v. 7) hace
referencia a dos textos del antiguo testamento. El asesinato de Abel: «Caín dijo a su
hermano Abel: vamos al campo» (Gén 4, 8). Y el trato dado por los hermanos envidiosos a
José: «Se decían unos a otros: ahí viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en
un aljibe» (Gén 37, 19-20).
De cualquier modo está prefigurada la persecución del justo:
«Acechemos al justo,
que nos resulta incómodo:
se opone a nuestras acciones,
nos echa en cara las faltas contra la ley,
nos reprende las faltas...
se ha vuelto acusador de nuestras convicciones,
sólo verlo da grima...
nos considera de mala ley...
lo condenaremos a muerte ignominiosa» (Sab 2, 12-20).

Y se nos dice con exactitud cuál es la causa de su crimen: «porque los ciega su maldad»
(Sab 2, 21).
En la suerte reservada al heredero, el orden es inverso. Mc habla de la muerte dentro de
la viña y después del cadáver tirado fuera y expuesto a la profanación. Mt y Lc, en cambio,
nos hablan de que el hijo fue apresado fuera y después muerto.
Según piensa X. L. Dufour parece más verosímil el relato de Mc.
Los otros dos muestran claramente su intención de hacer coincidir cada una de las
circunstancias con el relato de la pasión de Jesús, enviado a morir «fuera» de la ciudad.
Dirá san Pablo: «... y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre,
murió fuera de las murallas. Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento,
cargados con su oprobio, que aquí no tenemos ciudad permanente, andamos en busca de
la futura» (Heb 13, 12-14).
Se puede deducir también un cierto aspecto de resarcimiento por parte de los
viñadores-adversarios de Jesús: «arrojado fuera» (ekballo) el que había «echado fuera» a
los mercaderes del templo.
La enseñanza fundamental de esta escena queda fijada en lo absurdo de quien tiene la
pretensión de expulsar al hijo de su legítima propiedad. «Vino a su casa, pero los suyos no
la recibieron» (Jn 1, 11).

4. Reacción del amo y destino de la viña.
Hay como un suspense cargado de dramaticidad en el relato, provocado por la pregunta:
«¿Qué hará el dueño de la viña?» (v. 9).
Aquí todos los verbos están en futuro.
Desde este momento lo que polariza la atención no es ya la conducta de los labradores,
sino la decisión del amo.
También en Isaías se planteaban algunas preguntas:
«Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá,
por favor, sed jueces entre mí y mi viña.
¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?
¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?
Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña:
quitar su valla para que sirva de pasto,
derruir su cerca para que la pisoteen.
La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán,
crecerán zarzas y cardos;
prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella» (Is 5, 3-6).

Jesús, sin embargo, con la libertad que le es característica, se aleja en este punto del
modelo. Su castigo no cae sobre la viña, sino sobre los viñadores.
La cosa podía estar sin duda prevista por sus oyentes.
Del todo inesperada, en cambio, es la segunda decisión: el paso de la viña a otros
cultivadores.
Una verdadera sorpresa. No olvidemos, en efecto, que para la mentalidad hebrea el
castigo de Dios que se abate sobre la nación infiel es bastante «normal». Pero, a pesar de
todo, Israel queda siempre como pueblo elegido. Es inconcebible el «paso» de las
promesas a otras gentes. Dios volverá a Israel. No va jamás a otra parte.

5. Comentario escriturístico.
No pocos intérpretes consideran ya cerrada la parábola originaria. Este sería un añadido
de la iglesia naciente, que daba por descontado el castigo de los jefes del hebraísmo, pero
tenía todo el interés en poner de relieve el destino de aquel que había sido muerto y
«echado fuera» como un malhechor.
La parábola, en este punto, cambia de dirección, a través de un cambio brusco.
La primera comunidad cristiana -si se trata de ella- no puede considerar «cerrada» la
parábola con la muerte del hijo. Quiere celebrar la victoria de Dios en la pascua.
La cita está tomada del salmo 117 (/SAL/117/22-23), pero no a través de la Biblia
hebrea, sino de la traducción griega de los Setenta.
Tengamos presente que es el mismo salmo del que han sido sacados los hosanna y los
gritos de aclamación lanzados durante la entrada en Jerusalén. «La piedra que desecharon
los constructores es ahora la piedra angular. Esa la ha puesto el Señor. ¡Qué maravilla
para nosotros!» (v. 10-11).
«La misma piedra que es el sólido apoyo de los creyentes se convierte para los
incrédulos en escándalo y ruina» (R. Schnackenburg).
Se discute si «piedra angular» es la puesta en los cimientos del edificio o bien la
colocada en el remate de la construcción, encima del arquitrabe.
Jeremías se inclina por la «piedra del arco»: «Jesús descubre en la palabra del salmo
una prefiguración de su destino: él será apartado por los hombres como una piedra
inservible para la construcción, pero Dios lo elevará a la cumbre de todo el edificio, es
decir, sin metáforas, hará de él «rey y dominador».
Puede ser una y otra cosa: algo fundamental y que «ensambla el conjunto», al mismo
tiempo.
En cualquier caso, la idea es la de una inversión radical: lo que es rechazado se
convierte en elemento esencial de la nueva construcción. Una vez más: la humillación que
lleva a la gloria.
«Esa la ha puesto el Señor». En la resurrección de Jesús se manifiesta el poder de Dios
y su triunfo sobre las fuerzas del mal.
La cita, aunque puesta en boca de Jesús mismo, traspasa el marco de la parábola. La
mirada pasa de los viñadores malvados al hijo muerto, del que se anuncia el milagro de su
divina exaltación, que es como decir de su resurrección y de su permanente significado de
salvación. La comunidad no se contentó con mirar al pasado, complacida por la muerte
violenta del Hijo de Dios por amor a los hombres; ella concluye la parábola con el
testimonio de su fe en el acontecimiento pascual ocurrido durante ese tiempo por voluntad
de Dios, proclamando la validez perenne de la obra realizada por Jesús.

Epílogo histórico.
Me parece que confirma la unión de la parábola con la discusión precedente acerca de la
autoridad de Jesús. El término clave es siempre «la gente». Así como el temor a la gente ha
impedido a los jefes declararse abiertamente contra Juan (11, 32), también ahora el miedo
a la gente les retiene para poner las manos sobre Jesús, como querrían.
«Y, dejándolo allí, se marcharon» (v. 12).
Pero la decisión está ya tomada.
Sólo la ejecución del proyecto es dejada para el momento oportuno.
La parábola de Jesús además de esclarecer el sentido de su misión, sirve para revelar
las intenciones secretas de sus adversarios.
Se entrevé también aquí una de las constantes del evangelio de Mc: «la revelación del
misterio de Jesús y la manifestación del corazón del hombre» (B. Maggioni).

Mensaje central
Lo hemos repetido varias veces. Es importante captar el «núcleo» de la parábola, es
decir el mensaje central, a lo que nos lleva la narración.
Pero para llegar a este término hay que concretar antes el género literario del texto.
Más que una parábola de enseñanza, esta es una parábola de juicio.
Estamos en un marco judiciario. ¿Quiénes son los encausados? ¿Cómo se configura el
cargo central? ¿Cuál es la sentencia?
De todo lo que hemos dicho antes es bastante fácil extraer el hilo conductor.

Encausados: Son principalmente los jefes, los responsables del pueblo. Pero ni siquiera
Israel, en su conjunto, está inmune de culpabilidad. En efecto, su religiosidad no ha sido
siempre agradable a Dios y sus frutos no responden a las esperanzas de Yahvé.
Pero en el banco de los acusados hay sitio también para el pueblo de la nueva alianza.
Porque la situación denunciada por Jesús puede repetirse siempre.

Cargo central: la apropiación de los frutos. El haber actuado como si la viña fuese
propiedad personal, exclusiva. El no reconocer que había que responder ante Dios de la
gestión. Una viña en donde jueguen intereses personales y se olvide lo que se refiere a
Dios es culpable del mismo modo que la higuera estéril.
El que se apropia de los dones de Dios, pretende monopolizarlos, quererlos para su
ventaja, es un ladrón.

La sentencia: no afecta a la destrucción de la viña, sino a su paso a otros labradores.
El castigo más grave que se da a los viñadores homicidas consiste esencialmente en ser
sustituidos por otros.
(Y este dispositivo de sentencia salta en todos los tiempos. Y las iglesias que se dicen
cristianas deberán siempre tener presente esta posibilidad).
Pero me parece que la parábola, además de juicio, es de amonestación.
Su mensaje se completa así: la historia continúa. También Dios puede ser derrotado por
la maldad de los hombres. Pero no por esto se interrumpe su plan. La muerte del hijo no
pone fin a su plan de salvación. Más aún, este se realiza precisamente a partir del «delito».

«La viña designa no al Israel histórico, sino una realidad permanente, viviente en el
corazón de Dios, que nosotros podemos, en virtud del contexto evangélico, llamar reino de
Dios» (X. L. Dufour).
Ni siquiera se precisa quiénes son «los otros», a los que la viña será confiada.
Basta saber que son siempre «otros»... Cualquiera que decida acoger a aquel que «ha
sido echado fuera» por los pretendientes abusivos y arrogantes.
En efecto, a partir de ahora la viña no se colocará ya en un espacio definido, en un
territorio fácilmente identificable porque esté cercado.
Donde esté el excluido, allí se planta la viña.
Siempre de nuevo.
Y los frutos se recogen sólo con él. Y a través de él.

PROVOCACIONES
D/SILENCIO D/AUSENCIA
1. La conducta de los labradores se juzga durante la ausencia del amo.
Se diría que la ausencia de Dios garantiza el trabajo del hombre.
Nadie está desocupado, gracias a ella.
Los viñadores empeñados en asegurar una buena cosecha.
Incluso ciertos teólogos y pensadores que tienen argumentos para teorizar la muerte de
Dios y no sólo su silencio.
«El Dios de la confianza es también el Dios de la ausencia. Pero hay que comprender
exactamente esta ausencia. Esta significa sólo que Dios nos toma en serio, nos deja el
campo libre. Desaparece. Deja su puesto. No se trata ni de abandono, ni de evasión ni de
deserción.
Es un signo de amor. Se podría decir que se va el Dios de los filósofos y de los sabios. Y
se queda en medio de nosotros únicamente el Dios confiado, pero débil, de la revelación. El
Dios que pretende actuar exclusivamente a través del amor que lleva a los hombres» (A.
Maillot).

2. Hay una especie de inquietante paralelismo entre la conducta de los viñadores y el
comportamiento del amo.
Un crescendo por ambas partes.
Aquellos obstinados en el rechazo. Él obstinado en las ofertas.
Aquellos exagerados en la maldad. Él exagerado en la dulzura y en la paciencia.
Una rebelión absurda. Una esperanza también absurda.
Incomprensibles unos. Pero incomprensible también el otro.
Excesivos en la avaricia. Excesivo en el candor.
Y todos echan un cálculo equivocado respecto al hijo. El: «A mi hijo lo respetarán...».
Ellos: «Venga, lo matamos y será nuestra la herencia».
Hay un tanto de «irreflexión» por ambas partes. Por motivos opuestos.
Sí. Nuestras actitudes y las de Dios son paralelas. Pero van en dirección opuesta.
Y la paradoja reside aquí: Dios nos alcanza, quiere lo mejor para nosotros, partiendo de
una posición opuesta a la nuestra.
No corre detrás.
Va a nuestro encuentro.
No nos alcanza por la espalda.
Nos lo encontramos de frente. Obligados a verlo de cara.

3. EV/EXIGENCIAS:A primera vista los criados y el hijo son mandados para cobrar, para
recibir. Parecen recaudadores.
Pero con poco que se observe en profundidad, nos damos cuenta de que han sido
enviados para dar.
Y de esto no se han dado cuenta los viñadores, cegados por la avaricia, además de la
maldad.
Es nuestro error fundamental, incorregible, en relación a Dios.
Olvidamos que es siempre el que da, aun cuando parece exigir de nosotros. Sobre todo
entonces.
Nuestro visceral miedo a perder nos impide recibir.
Nuestro infantil instinto de agarrar y poseer, nos lleva a «echar fuera» al donador.

4. «Todavía le quedaba uno, su hijo querido».
Es una expresión que me desconcierta cada vez que la leo.
Parece que Dios ha quedado al borde de la pobreza.
Le queda sólo el hijo.
Por causa de los hombres, ha dilapidado todos los recursos, agotado todas las
posibilidades.
Excepto el hijo. El último tesoro que arriesgar en ese «juego» en donde hasta ahora sólo
ha encontrado mala suerte.
«Y se lo envió el último...».
Jesús es verdaderamente el último, el eskatos, en el sentido de Dios.
No el último en relación al tiempo, no el último de una serie de intentos.
El último, es decir el definitivo, todo. Después del cual ya no queda nada.
Ahora Dios es verdaderamente el pobre por excelencia.
Pobre porque ha dado todo. En su incurable pasión por los hombres no se ha quedado ni
con su hijo. También se lo «ha jugado».
Dios es pobre. La prueba está en que con la venida de Jesús, no les falta nada a los
hombres.

5. Los enemigos de Jesús han sacado en seguida una enseñanza de la parábola. Han
aprendido algo. De los viñadores, se entiende.
«Y agarrándolo, lo mataron...».
«Estaban deseando echarle mano...». Únicamente no son capaces porque está el
impedimento de la gente.
Sin embargo la lección la han captado enseguida. Han aprendido cómo se hace. Lo
demostrarán dentro de poco.
La misma víctima les ha descubierto el secreto.
Es cierto, por tanto, que las parábolas de Jesús obligan a tomar una decisión.
No tienen el objetivo de divertir, entretener amablemente al público, dejar con la boca
abierta.
Alguno intenta ponerle las manos encima.
Mejor que sea así, que no aquellos que van con las manos en los bolsillos.


CONFRONTACIONES

Acusación de interés privado
Una lectura moderna de las parábolas exige que nos preguntemos si la condena y las
acusaciones contenidas en ellas afectan, aunque sea de modo distinto, también a la iglesia
cristiana, a sus pastores y a sus teólogos.
¿La predicación que ha hecho la iglesia crea ese tipo de expectativas por las que las
estructuras de la sociedad presente pierden autoridad y relevancia, pierden la importancia
que deriva de su supuesta inevitabilidad, porque se sabe que están destinadas a ser pronto
sustituidas -como entendía Jesús- por las relaciones de tipo fraterno suscitado por el amor
de Dios?
¿O bien los dirigentes de la iglesia han cuidado sus propias ventajas7 si no individuales
al menos de casta, y han identificado «la iglesia» consigo mismo, obrando como si se
tratase de algo propio con lo que obtener poder, prestigio y garantía de continuidad, sin
cuidarse del precio que el pueblo debía pagar en términos de ignorancia bíblica, más aún,
de ignorancia de las promesas de liberación que se referían directamente a él?
¿No se ha establecido una alianza con el poder? ¿No se han hecho callar las voces
renovadoras que podían incomodarla?
Una vez más, sin pretender aplicar esquemáticamente la parábola a situaciones
históricamente distintas, es sin embargo oportuno verificar si la acusación de «interés
privado» afecta sólo a los antiguos sacerdotes de Jerusalén o también a muchos otros
aparatos eclesiásticos (A. Comba, Le parole di Gesù, Torino 1978).

Dios tiene siempre la última palabra
La parábola no hace otra cosa que tomar los datos históricos más ciertos. En el momento
en que la muerte de Jesús ha sido decidida por sus adversarios, esta plantea una vez más
de forma ineludible la cuestión: ¿quién es este hombre que se dice hijo de Dios, que ve la
muerte que anuncia a sus propios enemigos, no para interesarles en su propio destino, sino
para revelar las consecuencias terribles de sus actos y finalmente para asegurarles que
con este asesinato la historia divina toca un vértice, sin por ello dejar de proseguir?
Porque Dios, que es uno con su siervo Jesús, tiene siempre la última palabra (X. L.
Dufour, o. c.).
...................
1. Un ejemplo palpable de interpretación alegórica de esta parábola es ofrecido por Orígenes que, entre otras
cosas, dice que la torre es el templo, el lagar el altar de las libaciones, el amo que va lejos señala el plan de
Dios que permanece escondido después de haber acompañado a los israelitas a través del desierto con la
nube y la columna de fuego. Todos los estudiosos reconocen que se trata de algo forzado y de
exageraciones.
2. En el judaísmo, el mâshâl es un género más bien variado que incluye parábola, alegoría, dicho sapiencial,
enigma, proverbio, fábula, apólogo, parangón, acertijo. No hay rastros en el judaísmo de parábola pura como
la entiende Julicher. El mâshâl tiene siempre algo de velado y de enigmático. El significado permanece
escondido para invitar al oyente a buscar.
3 Cf. su estudio sobre esta parábola contenido en el volumen ya citado Etudes d'evangile, 304 s. También
Lagrange habla de parábolas alegóricas. Una distinción bastante esclarecedora puede ser la que distingue
rasgos alegóricos propiamente dichos y rasgos significativos. Jeremías llama a estos últimos «metáforas
usuales». Por ejemplo, Dios aparece, de cuando en cuando, bajo los rasgos de un rey, de un padre, del
propietario, del juez. Los hombres pueden ser hijos, criados, deudores, invitados. Israel es la viña, el campo,
el rebaño.
(·PRONZATO-3/2.Págs. 233-247)
........................................................................