6 - II. UNA JORNADA EN CAFARNAÚN (1, 21-45)
Debía ser una pieza fuerte en la predicación de Pedro. La llegada de Jesús a su ciudad 1,
la parada en su casa, el contacto con sus paisanos. Una fecha inolvidable, como suele
decirse.
Mc aprovecha esta oportunidad para presentar, con su estilo peculiar, un cuadro
característico de la actividad de Jesús.
El material se distribuye siguiendo un plan preciso.
Tenemos así un «espacio organizado».
El espacio se divide en tres sectores:
-sinagoga
-casa
-puerta de la casa.
Por tanto tenemos la sinagoga como lugar de la plegaria pública.
La casa, lugar de la vida privada.
La puerta, o sea el espacio externo -digamos la plaza- como lugar de la vida pública.
La indicación resulta bastante evidente: «Mc pone junto todo el espacio imaginable,
religioso y profano, privado y público. Un modo, el suyo, para mostrar que la acción de Jesús
interesa al ser humano en su totalidad, en todas sus dimensiones» (J. Delorme).
La actuación de Cristo no se limita al espacio religioso, sino que entra en la esfera de la
amistad y va dirigida a ponerse en contacto con la multitud.
En un determinado momento la sinagoga -la de Nazaret- lo echará fuera de la puerta (6,
2). Pero no por esto se parará la actividad de Jesús. Siempre habrá gente, siempre habrá
espacios abiertos de la vida profana. «El evangelio no puede ser aprisionado dentro del
mundo religioso» (J. Delorme).
En cuanto a la organización del espacio, es necesario subrayar la contraposición
ciudad-desierto, dos elementos que se encuentran al principio y al fin de las narraciones.
Aparentemente, la ciudad, como lugar del encuentro, el desierto, como lugar de la
soledad, de la fuga. En realidad, dos modos diversos y complementarios de encuentro,
como veremos más adelante.

Mc, además de organizar el espacio, organiza también el tiempo.
Frecuentemente no duda concentrar en una sola jornada sucesos que se desarrollan en
tiempos diversos. Pone la geografía, como la topografía, como las indicaciones
cronológicas, al servicio de una perspectiva teológica.
También aquí, la de CAFARNAÚN, puede ser una jornada tipo. Por consiguiente los
acontecimientos no se desarrollan estrictamente en las 24 horas del día.
Son estos:
-Jesús enseña en la sinagoga y cura a un endemoniado (1, 21-28).
-Cura a la suegra de Pedro (29-31).
-Cura a muchas personas después de la puesta del sol (32-34).
-Se retira a orar a un lugar solitario (35-39).
Por tanto una jornada que se abre con la plegaria pública y se cierra (abriéndose otra)
con la oración en solitario, y se desarrolla a través de la enseñanza y las obras.
Una jornada en que se da el elemento lucha y el elemento contemplación, el estar juntos
entre amigos, y el estar con la gente común, la atención a la miseria humana y la atención a
Dios, el entrar (v. 21 ) y el salir (v. 35), el darse y el liberarse. En suma, puede decirse, una
jornada en la que no falta nada. Completa.


EN LA SINAGOGA
Mc/01/21-28   Lc/04/31-37

Después de la proclamación, la enseñanza
Jesús, pues, se presenta en la "casa de oración" en Cafarnaún, insertándose en la vida
religiosa de su pueblo.
Las sinagogas 2 eran lugares de culto que, especialmente después del exilio, se habían
difundido por todos los centros, y también por las aldeas (eran suficientes diez miembros
para construir legalmente una sinagoga; el culto en día de sábado exigía la presencia de al
menos siete personas). No se podían ofrecer sacrificios, porque éstos estaban reservados
al templo de Jerusalén.
En la sinagoga se comenzaba por la plegaria, seguía después la lectura y la explicación
de la ley (parece que, a excepción de las fiestas fijas, los sábados se hacía una «lectura
continua» del Pentateuco.
En general eran edificios muy sencillos. Algunos bancos para los fieles, un atril, un
armario donde se guardaban los rollos de las Escrituras, bajo la responsabilidad de un
vigilante (hazzan), una especie de sacristán.
El comentario 3 -homilía- podría hacerlo además del presidente de la asamblea, alguno
de los participantes, con tal de que fuera hombre.
Jesús, en la sinagoga, «se puso a enseñar» (v. 21). Y tenemos el segundo verbo
característico (didàskein), después del que indica «proclamar» (kerysseyn).
Viene en primer lugar el anuncio, después la enseñanza. Mc -como hemos indicado más
arriba-, no precisa el objeto de la enseñanza.
Habla incluso de los apóstoles que "no entendían", pero sin explicarnos qué es lo que no
entendían.
Evidentemente, para él, es importante sobre todo el hecho de la predicación, el acto de
enseñar, con independencia de un contenido.
De una manera u otra la enseñanza de Jesús provoca estupor, asombro entre los
oyentes. Quienes captan inmediatamente la diferencia con la enseñanza impartida por los
maestros autorizados del templo: «Les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los
escribas» (v. 22).
Y, sin embargo, los escribas eran los especialistas de la enseñanza, los teólogos, los
comentaristas de la Escritura, los intérpretes cualificados de la ley.
¡Si existía alguien con autoridad, eran precisamente ellos! Evidentemente la autoridad de
Jesús -la que impresionaba a la gente- es de otro tipo. Es una autoridad que viene de lo
alto.
Y diré incluso que viene de dentro. No es una autoridad ligada al puesto que uno ocupa,
sino a la persona en sí misma.
No es una autoridad profesional, sino la de uno que desprovisto de títulos, se impone por
otra cosa. En Cristo el mensaje «forma cuerpo» con su ser. El es el mensaje.
Es verdad que impresiona el hecho de que, cuando Jesús se presenta, lo que con mayor
fuerza afecta a sus contemporáneos se expresa con la palabra: «autoridad». Una autoridad
que hace palidecer a la de los demás.
Una autoridad que es sinónimo de su libertad.
«Jesús se rebela contra los maestros de la ley, y su rebeldía es en favor de los
pequeños. Los maestros les imponen un yugo insoportable. Ignoran que Dios les hace
libres. Imponen a Dios sus conveniencias sociales y sus reglas. Y Jesús le devuelve a Dios
su libertad, transgrediendo el poder de los escribas y fariseos y rechazando los
fundamentos de su autoridad» 4.
Si Jesús alguna vez transgrede la ley tanto como para escandalizar a los maestros, será
sólo porque su libertad no es otra cosa que «una forma de su amor al prójimo» (Ch.
Duquoc). Y esto lo advierten inmediatamente los «pequeños». Cómo intuyen que Cristo, a
diferencia de los escribas, no es un simple comentador, sino un creador.
G. Bornkamm establece un paralelo entre la «inmediatez» de Jesús en los contactos con
la gente y su autoridad. Dice:
«Este término de autoridad recubre sin duda todo el misterio de la persona y de la
influencia de Jesús, tal como se perciben en la fe; así él superó todo lo que es puramente
«histórico». Y, sin embargo, con tal expresión se designa una realidad propia del Jesús
histórico y que precede a cualquier interpretación. En los más diversos encuentros.
Jesús aparece siempre con una autoridad inmediata que tiene su fuente en él mismo.
«Pero los hombres, a los que se dirige, están también presentes en su realidad concreta.
Todos aportan algo: los justos, su justicia; los escribas, el peso de su doctrina y de sus
argumentos; los publicanos y los pecadores, su culpabilidad; los que buscan asistencia, su
enfermedad, los endemoniados su posesión diabólica y los pobres, la carga de su pobreza.
Nada de eso es eliminado ni ignorado, pero en el encuentro con Jesús nada de ello cuenta
ya porque este encuentro obliga a cada uno a salir de su situación adquirida. Todos los
relatos sobre Jesús dan cuenta de este descubrir a los hombres tales y como son
realmente. Esto se hace naturalmente y con sencillez, sin que haya coacción para
descubrirse a sí mismo, al contrario de lo que ocurre en ciertas maneras de predicar».

«...Poseído por un espíritu inmundo» (v. 23). Ante todo no debemos pensar en la
impureza sexual. En el lenguaje bíblico «impuro» significa, simplemente, «contrario a lo
sagrado». Todo lo que se opone a la santidad de Dios se considera "impuro". 0 sea, la
noción de impureza indica «el ámbito en que se encuentra el hombre que vive lejos del
único Dios verdadero, a merced de los ídolos y de las potencias hostiles a Dios» (K.
Gutbrod).

Una palabra que es acción
«...¿Qué tienes tú con nosotros?» (v. 24). Las traducciones posibles de esta expresión
son numerosas: «¿Qué tenemos en común»?; y también: «¿por qué te metes en nuestros
asuntos?», «¿qué tenemos que ver contigo?», «¿qué hay entre nosotros y tú?». O sea, es
la protesta contra una intervención inoportuna, fastidiosa, en relación a gente que no lo ha
provocado. «Preocúpate de tus cosas, y déjanos en paz».

«Yo te conozco, sé quién eres tú: el santo de Dios» (v. 24).
Lagrange advierte que el demonio pasa con desenvoltura del «nosotros» (mayestático,
cuando se trata de reivindicar los derechos del clan) al yo (para poner de manifiesto los
méritos y la perspicacia personal).
«El santo de Dios» no es un titulo mesiánico y falta en la predicación primitiva. Indica, de
modo genérico, un hombre que está en relación especial con Dios y que está dotado de
fuerzas sobrenaturales: un individuo cogido por el «espíritu de Dios».
Sea como fuere, el reconocimiento de Satanás es significativo: a través de la predicación,
Satanás advierte que su reino está amenazado por la irrupción del reino de Dios, siente
vacilar su propio poder. Satanás se convierte así en el «teólogo» que sabe, que ve con
precisión 5.
Pero Cristo rechaza el testimonio de este teólogo. No es el reconocimiento del demonio el
querido por Jesús.
Pero «conocer el nombre» tiene una significación precisa. En efecto, quien sabe el
nombre de una persona -según la mentalidad semita- ejercita un poder sobre aquella
persona. Posesionarse del nombre -para el demonio- equivale a anular la acción del otro, a
neutralizar su intervención.
No es casualidad que las narraciones de expulsión de demonios, a diferencia de los
milagros de curación, asuman las características de una verdadera lucha. Cuando Cristo
libera a un poseído, da la impresión de estar comprometido en una batalla difícil.

«Cállate...» (v. 25). El verbo, literalmente, exige una acción como de «poner el bozal».
Tengamos presente que Cristo no recurre a los exorcismos usuales en aquel tiempo:
fórmulas mágicas, conjuros... Se sirve simplemente de una palabra.
Y aquí está lo central de la narración. Mc quiere demostrar que la palabra de Jesús es
eficaz, poderosa. Palabra que es acción.
La autoridad se ejercita no sólo en la enseñanza, sino también en la acción.
El milagro es otra manifestación de su autoridad.
El término «autoridad» -exousìa- se entiende en el sentido fuerte de «poder divino». Y
este poder divino es el que Cristo transmitirá a los doce: «...para enviarlos a predicar con
poder de expulsar los demonios» (3, 14-15), «...dándoles poder sobre los espíritus
inmundos» (6, 7).
Y la gente quedaba pasmada, y hasta perturbada (v. 27) frente a esta autoridad-poder.
Dios está presente y actúa en el mundo ya a través de la enseñanza, ya a través de la
palabra que da la curación.
"¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!" (v. 27).
Moffatt traduce: «Este presenta una enseñanza nueva con autoridad». Cristo no es un
simple repetidor como los escribas.
Lleva algo radicalmente nuevo.
La autoridad es un don (Mt 28, 19) y tiene carácter profético.
Los oyentes quedaban asombrados porque la voz de la profecía había quedado muda
durante mucho tiempo en Israel" (Taylor).
En medio de tantas voces, resuena finalmente una voz.
No se puede decir que escaseasen las palabras. Y, sin embargo, aquella era la palabra
esperada...
La novedad está en el hecho de que es una palabra que hace acontecer algo.
«¿Qué es esto»?... (v. 27). La interrogación demuestra cómo Jesús se convierte en
problema. La predicación obtiene su efecto cuando los hombres, sobrecogidos, se ven
obligados a hacerse preguntas...

El primer milagro
Es inútil disimularlo. Mc crea situaciones embarazosas. El primer milagro que cuenta es la
liberación de un endemoniado6. De muy distinto cariz, por ejemplo, es el primer signo
narrado por Juan: el milagro realizado durante un banquete de bodas (Jn 2, 1-11).
Esta colocación de Mc no es ciertamente casual. Dentro de poco tendremos la narración
del endemoniado de Gerasa, y descrito con una abundancia de matices que sólo puede
atribuirse a una intención muy precisa.
Por otra parte, en todo el evangelio de Mc, la expulsión de los demonios ocupa un lugar
muy importante.
Y así nos sentimos perplejos. Es difícil hacer digerir estos episodios a hombres de
nuestro tiempo, que tengan un mínimo de conocimientos científicos.
En una mentalidad primitiva muchas enfermedades, especialmente las mentales, se
atribuían al influjo, o a la "posesión" de espíritus malos (llamados también "demonios"). Con
la obsesión demoníaca con frecuencia, tienen conexión también las disminuciones físicas,
la mudez, la sordera, la ceguera, la parálisis, la epilepsia.
En estos fenómenos casi nunca se plantea la cuestión del pecado ni se pronuncia un
juicio moral sobre los individuos. Son víctimas de fuerzas malignas, eso es todo.
Hoy nosotros, en ciertos casos, hablaremos de epilepsia, histeria, crisis
maníaco-depresivas, esquizofrenia. En vez de "endemoniado" podremos hablar de
«paranoico».
Jesús no se separa de la mentalidad de su tiempo, parece incluso que la comparte, no
advierte que se trata de causas naturales.
El hecho es que Cristo no ha venido para abrir caminos a la psiquiatría moderna. Los
hombres deberán hacer su oficio, dirigir sus investigaciones para determinar las causas del
mal.
Jesús hace una «lectura teológica», no científica, del caso que tiene ante sí. Se
encuentra frente a un individuo que no es quien es, está desintegrado, ocupado
abusivamente por otro. Su condición "es nuestra situación común de hombres caídos, en
poder de las fuerzas del mal e incapaces para entrar en comunión con Dios". (B. Maggioni).

La diagnosis de Cristo -que va a las raíces de la situación- no es una diagnosis médica.
Su "etiología", más que llegar a las causas, llega al "enemigo" y es un enemigo común, de
Dios y del hombre. En aquel pobre hombre Jesús lee el signo de la presencia del
adversario, del que divide, o sea de aquel que impide el plan de Dios y destruye al hombre,
"de aquel que se apropia" de un poseído de Dios.
La expulsión, entonces, se convierte en la expulsión del ocupante abusivo, la liquidación
de las fuerzas del mal, el saneamiento de un terreno contaminado. Se verifica la
expropiación, con una acción de fuerza para volver a consagrar aquel territorio.
"El espíritu inmundo" debe salir para que el hombre "ocupado", bloqueado, pueda a su
vez salir de su prisión y reencontrar la armonía y la unidad perdidas.
El éxodo del hombre hacia Dios, comienza con el éxodo forzoso de los demonios
"usurpadores".
Y todo esto sucede con una palabra simple y perentoria que se diferencia de los
exorcismos entonces en uso.
"El resultado final... es la liberación del mal: esta lucha contra el espíritu del mal cualifica
todo el evangelio que nos presenta a Jesús siempre dispuesto a sacarlo de su nido en
todas las situaciones y a liquidarlo".
Afirma justamente un exegeta: «...Daba la impresión de que por cualquier rendija de
terreno aparecían demonios... Jesús es el gran vencedor de los demonios. A cualquier
parte que llega, desdemoniza la tierra» (Kasemann). La tierra, liberada de las fuerzas del
mal, vuelve a ser habitable para el hombre, espacio de libertad y lugar de comunión.


PROVOCACIONES

1. ¿Acaso ciertas autoridades no se asemejan a la de los escribas? Hablo porque tengo
el poder. Mientras que Cristo tiene el poder porque habla de una cierta manera. Es su
palabra la que es poderosa, eficaz.
No pretende hacerse oír porque tiene autoridad, sino que tiene autoridad -quiero decir
que se gana la autoridad- porque logra hacerse escuchar, porque tiene una palabra que
decir, una palabra que asombra, llega a los oyentes, pone en movimiento a algunos y a
algunas cosas.
O sea, no es la palabra la que se deriva de la autoridad, sino la autoridad la que se
deriva de la palabra que uno tiene que decir, de cómo la dice, del fruto que produce.
No es la autoridad quien, de manera simplista, me da el derecho a hablar.
Es la palabra de la que soy portador la que me merece la autoridad.
Desde otro punto de vista: no es el título lo que me da derecho a la palabra, es la
cualidad de la palabra lo que me da el título.
Y el criterio que permanece es el del "«asombro".
La gente se asombra de la enseñanza de Cristo. Y empieza a preguntarse acerca de su
persona. De «cómo habla» es invitada a descubrir «quién es». Cristo no exige ser tomado
en serio declarando inmediatamente la propia identidad. Es su palabra «poderosa, eficaz»
la que obliga, en un cierto sentido, a tomarlo en serio.
La palabra no tiene miedo a los obstáculos, a las oposiciones que provoca. Debe temer
solamente el aburrimiento.
La suerte peor que puede tocar a la palabra no es la de ser rechazada.
Una palabra en la que no se paran mientes, que no mueve nada, que pasa inadvertida,
que es interpretada en el surco de lo «requetesabido». Esta es la verdadera derrota de la
palabra.
Lo opuesto a la acogida de la palabra no es el rechazo, sino el «dejar decir».
Lo contrario del "«asombro" es el corazón endurecido, por lo que la palabra no logra
liberar, hacer «salir fuera» hacia lo nuevo.

2. Sigamos con las diferencias entre Jesús y los escribas. Estos, siguiendo el hilo de sus
doctas explicaciones, engolfándose en sus disputas sutiles, entrando por todos los
senderos de la casuística, terminan por olvidar el núcleo de la palabra, su fuente. La
palabra se hace pretexto para hablar de otra cosa.
Se puede hablar de Dios hablando de otra cosa.
Pero no se puede hablar de otra cosa cuando se habla de Dios.

3. Hoy, en ciertos ambientes, se discute acerca de la autoridad y su pretensión de venir
de arriba. Quiero decir que existe una manera segura para averiguar si viene de arriba:
controlar si va hacia abajo, o sea en dirección del hombre, como elemento de liberación y
de crecimiento, y no de poder y de manipulación.

4. «¿Qué tienes tú con nosotros, Jesús de Nazaret»? (v. 24).
Algunas oraciones nuestras sirven precisamente para mantener a distancia al Señor,
para impedirle que se meta en nuestros asuntos. Entre nosotros y él no puede haber nada
en común en la «sinagoga», porque no hay nada en común fuera, en la vida.
Entonces Cristo se convierte en un extraño, es más en un intruso, aunque le tengamos
en los labios.
La oración adquiere el sello de autenticidad el día en que nos lleva a reconocer que entre
él y nosotros no hay nada en común, que entre nuestro mundo, nuestro «estar juntos», y su
palabra existe la incompatibilidad.
La salvación comienza en el momento mismo en que aceptamos que él venga a
«destruirnos» (v. 24).

5 «Un hombre poseído por un espíritu inmundo» (v. 23).
Nuestro diagnóstico debería subrayar siempre el de Cristo:
analizar, en su raíz, todas las fuerzas que impiden al hombre ser hombre. Denunciarlas y
exorcizarlas.
Se trata de una tarea sagrada, cuyo lugar para ejercitarlo es la iglesia, como lo es para la
predicación.
Pero todo esto es posible sólo si se parte de la convicción de que los enemigos del
hombre son los enemigos de Dios, que todo lo que atenta contra la dignidad del hombre
constituye una blasfemia contra la gloria de Dios, todo lo que amenaza al hombre
representa un ultraje a la santidad de Dios. En suma, que los derechos de Dios son
pisoteados en su "imagen y semejanza". Que los intereses de Dios se juegan en el campo
del hombre. Que se lucha a favor de Dios cuando uno se pone, concretamente, de parte de
su criatura.
El enemigo es común. Dios no sabe qué hacer con los homenajes reservados a su
santidad, cuando su propiedad es invadida...
Nuestra palabra no debe ser clara e intransigente sólo cuando se trata de
«salvaguardar» la doctrina y la moral. Debemos tener el coraje, y sobre todo el poder de la
palabra, cuando se trata de defender al hombre de todas las esclavitudes.
La autoridad ayuda a crecer -es su tarea específica- solamente si logra «hacer salir» del
hombre todo aquello que tiende a esclavizarlo.
Y aunque algún «usurpador indebido» nos grite que no nos debemos mezclar en ciertos
asuntos, no debemos dudar. Es más, esa es la señal decisiva de la legitimidad de la lucha.

Ninguna duda al respecto. El hombre es asunto de Dios.
Por esto nos debe interesar.


CONFRONTACIONES
La predicación debe convertirse en palabra de Dios
La predicación debe convertirse en palabra de Dios. El tiene «autoridad», precisamente
aquella autoridad que faltaba a los escribas: para hablar de Dios, ellos hablaban de sus
cosas. Lo que ellos llamaban asuntos de Dios, eran ni más ni menos sus disputas e
interpretaciones humanas. Pero cuando Jesús anunció el evangelio, hizo que la gente se
encontrara de golpe en presencia de Dios mismo. La autoridad con que hablaba era la
autoridad de aquel que habla como el Padre le había enseñado (Jn 8, 28) y a quien el
Padre había entregado todo (Mt 11, 27). Ahora la predicación vuelve a ser palabra de Dios,
y los hombres se asustan porque se sienten puestos ante el Dios vivo: con terror ellos se
dan cuenta de que Dios está ausente de su vida (G. Dehn, o. c.).

¿Somos unos repetidores?
La enseñanza es nueva porque está llena de autoridad. Es el reverso de la de los
escribas, los cuales sólo tienen una autoridad profesional: son unos profesionales de la
Escritura, de la interpretación de la ley, transmiten una tradición que repiten. Al contrario,
Jesús habla sin título: su autoridad procede de algo que no es una simple cualificación
profesional...
Hoy sabemos bien que, junto a aquellos que tienen una autoridad de competencia
profesional, están aquellos cuya palabra se impone con una cierta evidencia, porque tiene
sabor a testimonio auténtico.
Si tenemos una función de enseñanza en la iglesia, podemos preguntarnos: ¿somos
escribas, que repiten una lección aprendida de memoria, o somos testigos? (J. Delorme, o.
c.).

Una concepción dramática de la encarnación
Así como existe una oposición absoluta entre el mal y la santidad divina, la venida de
Jesús, del santo de Dios, desencadena la guerra. Es el desorden, la batalla, el terror, el
pánico. Jesús no es solo el médico que ofrece un remedio. Su venida aviva un sobresalto
del mal y la publicación del evangelio hará desencadenar las persecuciones. En Mc se
advierte una concepción dramática de la encarnación.
No es una aventura bañada en agua de rosas... (Ibid.).

La tentación nunca es anónima
En el evangelio de Mc Satanás es el adversario de Jesús, la potencia con la que Jesús
choca en su misión de anunciador y protagonista del reino de Dios...
...EI evangelio reproduce el modo de hablar del ambiente judío circunstante, pero para
afirmar una realidad, cuya comprensión es dada por cuanto Jesús dice y hace. El evangelio
y el mismo Jesús no se interesan por Satanás como personaje en sí, sino en la medida en
que afecta al reino de Dios, esto es, a ese proyecto de salvación que se ha hecho cercano
y actual en Jesús. Un proyecto en el cual los primeros protagonistas son siempre Dios y el
hombre, la fidelidad y el amor de Dios, la libertad y la responsabilidad del hombre.
Pero el hombre madura su libertad y responsabilidad, como respuesta al proyecto de
Dios, en una situación histórica ambigua y conflictiva, en la que debe constantemente
escoger entre verdad y mentira, rendición y resistencia, amor y odio, vida y muerte.
Esta es la tentación constante del hombre. Y la respuesta humana no se da a una fuerza
o a una situación anónima, sino que es acuerdo o alianza con un tú.
Y el tú humano es el que está frente a cualquier elección, el cual hace referencia al tú de
Dios, a su palabra. O sea, cualquier elección es acogida o rechazo del diálogo con Dios
mediado por el diálogo interpersonal humano. Cuando el evangelio afirma que Jesús ha
vencido al reino de Satanás demuestra que el diálogo constructivo y liberador con Dios en
la historia es una realidad en acto. Cualquier desconfianza o fatalismo que lleve al rechazo
de esta realidad, es connivencia secreta con el reino de Satanás, y adhesión personal a
Satanás.
Entonces la presentación que hace el evangelio de Satanás en términos personales,
podría sugerir lo siguiente: la tentación nunca es anónima, no es jamás simplemente el mal,
porque el hombre es interpelado en sus decisiones y elecciones libres, siempre a nivel
personal. Sólo a nivel de estas relaciones interpersonales libres, donde el hombre se
encuentra ante el tú de Dios, puede también mezclarse la alianza con el poder adversario,
Satanás (R. Fabris).
.......................
1. Cafarnaún es Kephar-Nahourn «aldea de Nahum» o "aldea del consuelo". Se encuentra en la orilla
nord-occidental del mar de Galileas a poca distancia del punto en que el Jordán desemboca en el lago. Pasa
por ella la antigua carretera comercial que une Damasco con el Mediterráneoq la "via maris" o carretera que
conduce al mar. Puede identificarse con la actual Tell Hum. Las ruinas descubiertas por las excavaciones
no pertenecen a la sinagoga en que entró Jesús, sino a un edificio posterior, que bien puede haber sido
construido sobre el terreno de la sinagoga precedente.
2. En el lenguaje hebreo, sinagoga significa "punto de reunión, cita, asamblea". La palabra griega significa
literalmente: "reunidos juntos". Sobre el desarrollo del culto sinagogal remitimos a la introducción del II
volumen de Un cristiano comienza a leer el evangelio de Marcos.
3. El comentario -que pertenece al complejo fenómeno del midrash- pretendía ser sobre todo una actualización
de las Escrituras. Había el midrash de tipo halakha (de un verbo que significa "caminar", por consiguiente un
camino a seguir, que subraya sobre todo el aspecto moral, el comportamiento práctico). Y había otro de tipo
haggada, cuyo con empalma particularmente con las partes narrativas, para poner de relieve, sobre todo, el
contenido espiritual, y comprende también las narraciones poéticas, las leyendas, las tradiciones orales y,
en general,. todos los comentarios de cariz edificante.
4. Ch. Duquoc, Jesús, hombre libre Salamanca 6ª edic., 1982. 30.
5. Alguno, como Minette de Tillesse, había de los demonios como teólogos de Mc.
6.Sobre demonios. endemoniados y exorcismos en el evangelio de Mc, cf. Ia introducción al II volumen de Un
cristiano comienza a leer el evangelio de Marcos.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 74-88)


7 - EN CASA Y FUERA DE CASA
Mc/01/29-34   Mt/08/14-16   Lc/04/38-41

Una narración «dictada» por un testigo ocular
El episodio, de suyo muy simple -una mujer en la cama con fiebre; Jesús la toma por la
mano: ella se levanta, curada, y se pone a servir a los huéspedes- es introducido en la
«jornada» de Cafarnaún que Mc organiza teológicamente en función de todo su evangelio.
Va unido, ante todo, con lo que precede: la enseñanza en la sinagoga, que tanto había
impresionado a los asistentes.
Hay que notar que el vocabulario de Mc, entre los términos que caracterizan el milagro
-prodigios, señales, poder-, usa casi exclusivamente este último. «El poder de Dios» se
manifiesta en Jesús. Sobre todo su palabra es poderosa. Los milagros no sirven sino para
confirmar, manifestar el poder, la eficacia de la palabra.
La narración -como observa X. L. Dufour- parece dictada por un testigo ocular. Se podría
muy bien presentar así: «inmediatamente, al salir de la sinagoga, nos dirigimos a nuestra
casa. También vinieron con nosotros Santiago y Juan. Mi suegra...» O sea, Mc refiere un
recuerdo personal de Pedro.
Se trata de una perícopa que pertenece, sin duda, a la categoría "narraciones de
milagros".
Normalmente, en este género, Mc sigue un esquema fijo:
1. Descripción particularizada de la enfermedad: duración, gravedad, impotencia de los
médicos, escepticismo acerca de la posibilidad de curación, circunstancias varias.
2. Fe exigida por Jesús para salvar-curar.
3. La intervención de Jesús caracterizada por una extrema simplicidad (una palabra o un
gesto).
4. Efecto provocado: casi siempre instantáneo.
5. Efecto en los presentes: estupor, admiración. Difusión de «la palabra».
Aquí, en verdad, parecen faltar los elementos 1, 2, 5. Y no es poco.
Sin embargo, leyendo atentamente el texto, se encuentra todo Es fundamental la frase
«le hablan de ella» (v. 30). Cierto, no es el evangelista quien hace una descripción de la
enfermedad, sino que son los amigos los que informan a Jesús acerca del caso.
Pero además del elemento 1, en la frase «le hablan de ella» también se puede leer, al
menos implícitamente, la fe (elemento 2): no se limitan a informarlo. En un cierto sentido, lo
ponen al corriente, «para que se haga cargo» en una postura de confianza, después de lo
que han visto en la sinagoga.
En cuanto al estupor y a la divulgación del hecho (elemento 5), todo viene diferido para un
poco más adelante, en el episodio siguiente. La gente le lleva, confiada, los enfermos,
porque han sabido todo y están admirados.

Algunas dificultades
No faltan, sin embargo, dificultades.
Surgen algunas preguntas legítimas.
¿Por qué Simón vive con los suegros, aquí en Cafarnaún, cuando, según Juan (1, 44), su
casa estaría en Betsaida? Los usos orientales confirmarían esta cohabitación. Sobre todo
por razones de trabajo (y esto explica también la presencia de Andrés).
Y después está la otra «dificultad». ¿Por qué se alude sólo a la suegra que, una vez
curada, se pone a servirles? Y la mujer ¿qué hace (mejor, qué no hace)? Alguno,
siguiendo a san Jerónimo, sugiere que Simón se habría quedado viudo.
Pero la explicación se contradice con una información de Pablo (I Cor 9, 5), según la cual
la mujer de Pedro le acompañaba durante los primeros viajes misionales.
Quizás aquí se olvida que Mc no tiene intención de presentarnos un cuadro completo de
vida familiar. El se interesa por un milagro y de su consecuencia más inmediata. Para
documentar la curación efectuada pone en escena a la suegra que sirve y esto por el
simple motivo de que era la suegra la que tenía la fiebre, y no la mujer de Simón...
Otro problema me parece totalmente banal: si «le hablan de ella» se debe entender
solamente en el sentido de justificar su ausencia en razón a los deberes de la hospitalidad,
o también se debe considerar como una súplica -aunque tímida- para que la curara.
Personalmente, quitaría el "o también". Las dos cosas juntas están bien puestas.
Justificación y esperanza. Excusas y súplica.
Todos están de acuerdo, no obstante, en subrayar la extrema simplicidad de la escena
central, que se describe fuera de un marco de espectacularidad. El gesto de Cristo es
natural, expresa humanidad y familiaridad. Aquí, como en otros pasajes, el milagro no es
«teatro».
El reino de Dios entra en la vida de los hombres a través de la puerta de servicio de la
simplicidad.

Un verbo que lleva lejos
El verbo egheiren ("la levantó"), intercalado entre dos participios adquiere todo su relieve.
Tengamos presente que es el verbo usado para indicar la resurrección de los muertos.
Luego la comunidad primitiva podría leer el episodio en clave de resurrección bautismal,
y esto, independientemente de la intención explícita de Mc.
Cierto, la escena hay que considerarla, ante todo, en su valor concreto, inmediato, al
margen de su alcance simbólico.
Pero no olvidemos que el simbolismo de Mc es un «simbolismo participante»1. Diría
también «abierto» a todos los desarrollos, provocador. El describe una escena con la
máxima naturalidad, lanza allí parece que por casualidad, un verbo muy particular. Y
nosotros como los primeros cristianos, desde el momento en que «el símbolo da que
pensar» nos dejamos llevar al hilo de aquella imagen de curación, hasta leer el
acontecimiento más o menos así: «el creyente es un ser que, salido fuera del mundo del
pecado donde permanecía postrado, se pone de pie y sirve al Señor, él solo» (X. L.
Dufour).
Entre otras cosas, conviene tener presente que, según la mentalidad de los hombres que
fueron testigos del episodio, a la fiebre se le atribuía un origen demoníaco (por eso se dice
«la fiebre la dejó» (v. 31), como si se tratase de un individuo). El término se deriva de un
verbo que significa «quemar, encender».
Los rabinos hablaban de la fiebre como «fuego de los huesos». Es significativo el
siguiente texto del Levítico: «Traeré sobre vosotros... la tisis y la fiebre, que os abrasen los
ojos y os consuman el alma» (26, 16).
He aquí que, como en otras ocasiones, la curación hecha por Cristo subraya su
intervención en el campo dominado por el demonio, por la muerte y por la enfermedad, y la
victoria mesiánica sobre las fuerzas del mal.
La curación hace referencia a la salvación total operada por el poder de Cristo.
A través del mismo itinerario simbólico, pasamos de la sinagoga (casa de la ley) a la
«casa de Pedro», o sea a la iglesia. Cristo deja la sinagoga para hacer de la iglesia la casa
de la salvación. Sólo aquí el creyente «es levantado» por Cristo, es «resucitado».
El contraste aparece bastante explícito: ineficacia de la ley-poder de la palabra.

Una última consideración sobre v. 31: «Se puso a servirles».
El servicio prestado a Cristo y a los «suyos» es el modo escogido por la persona curada
para decir gracias.
Alguno ve aquí la representación de la mujer como celebrante de una liturgia familiar
sacada de los gestos y de las ocupaciones cotidianas.
Siempre en clave simbólica, E. Schweizer ve aquí más bien "la forma específica del
seguimiento femenino". No estoy de acuerdo.
Me parece que el servicio a Cristo y a los hermanos (a Cristo en los hermanos)
constituye la forma obligada de cualquier seguimiento.
El cristiano es alguien que pasa de la enfermedad al servicio, a imitación de aquel que ha
dicho: «No he venido a ser servido sino a servir» (Mc 10, 45).

Todos
La escena, ahora, se mueve hacia el exterior de la casa.
«Al atardecer, a la puesta del sol» (v. 32). No es la consabida repetición inútil. Mc
recuerda que estamos en día de sábado. Y sólo con la puesta del sol, cesa la obligación
del descanso, y por tanto se pueden trasladar los enfermos.
«Todos los enfermos... La ciudad entera...». Es una exageración, evidentemente.
Pero el pensamiento de Mc es bastante transparente: «todos» aquellos que sufren tienen
algo que ver con Jesús, pueden dirigirse a él.
Si la intención del evangelista es la de plantearnos la pregunta fundamental: «¿quién es
Jesús»?, aquí estamos invitados -como lo seremos todavía muchísimas veces- a tomar nota
de las personas que lo rodean. Aquella asamblea de personas miserables reunidas ante la
puerta del pescador, nos ayudan a descubrir su identidad.
Mt (8, 17) añade una referencia bíblica precisa:
«El tomó nuestras flaquezas.
y cargó con nuestras enfermedades» (Is 53, 4).
Es sorprendente que la cita se coloque aquí y no durante la pasión.
Alguno observa que, en relación a "todos los enfermos» (v. 32) presentes, Jesús,
solamente curó... a muchos (v. 34).
G. Nolli nos ofrece una explicación de equilibrista: «No quiere decir que algunos no
fueran curados, sino que curó a todos, y eran muchos».
Algún otro estudioso, más simplemente, advierte que se trata de un semitismo (evitado,
por otra parte, tanto en Lc como en Mt).
Aparte de los resultados cuantitativos, me parece que es importante aceptar el símbolo:
toda la humanidad miserable acude a Jesús.
Es claro que todo esto no se refiere únicamente a Cafarnaún.
El reino de Dios ha llegado, porque Jesús no mantiene distancias con el dolor humano.

«...No permitió hablar a los demonios, pues le conocían» (v. 34).
Tenemos aquí la extraña consigna del silencio. Un argumento decisivo a favor del
«secreto mesiánico».
La orden de Jesús se dirige, además de a los demonios, a nosotros.
Como si dijese: no es este el momento de la proclamación, ya que se da la sospecha
legítima de... un clima favorable. El éxito, el entusiasmo popular pueden llevar a engaño, a
distorsionar su imagen.
Hay que esperar.
«El misterio de Cristo se hará de verdad patente, únicamente en la cruz, y sólo quien lo
sigue en el camino de la cruz puede en verdad comprenderlo» (E. Schweizer).
En aquel momento se romperá la consigna del silencio. Y todos nos veremos obligados a
«pronunciarnos» acerca de él.
Ahora es demasiado pronto.
Excesivamente fácil.


PROVOCACIONES
1. «...Tomándola de la mano, la levantó».
Después de haber levantado a la suegra, al poco tiempo Jesús repetirá el mismo gesto
en relación a Pedro que está a punto de hundirse. «...Al instante Jesús, tendiendo la mano,
lo agarró» (Mt 14, 31).
Como si fuese una enfermedad de familia: no conseguir estar en pie. No. No sólo la
familia de Pedro.
Por suerte hay una mano a la que agarrarse. Una mano que, además de levantarme, me
ayuda a caminar.
Sí, debo aprender esta lección: un cristiano está en pie sólo si camina (si se para, pierde
el equilibrio).
Y camina solamente gracias a una mano.
Hay más. Pedro aprenderá a repetir el mismo gesto que ha visto hacer en su casa de
Cafarnaún.
«...No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno
ponte a andar. Y. tomándole de la mano derecha, lo levantó» (Hech 3, 6-7).
La iglesia, si de verdad quiere ser «casa de salvación», debe aprender sobre todo a
repetir aquel gesto simplicísimo: poner de pie...
Una iglesia solamente subsiste, si pone de pie.

2. Hemos mencionado la palabra «poder», que ocupa un lugar privilegiado en el
vocabulario de Mc.
Estará bien anticipar enseguida una precisión que desarrollaremos más adelante.
Poder y debilidad de Dios, en el evangelio de Mc, van a la par, son dos aspectos
complementarios del misterio de Cristo. Dos caras de la misma realidad.
«La debilidad de Cristo es la que confiere a sus actos de poder su verdadero significado,
y viceversa» (P. Lamarche).
Es como decir que la debilidad explica el poder, y que la debilidad se comprende sólo a
través del poder.
Dios, en general, es débil e impotente ante los hombres.
Su poder se manifiesta exclusivamente frente a los creyentes.
En un cierto sentido, son los creyentes los que le permiten ser poderoso.

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1. La expresión es de P. Lamarche. El símbolo es algo más profundo que la simple alegoría, en la que entre el
significante y la cosa significada la relación resulta puramente extrínseca. SIMBOLO/ALEGORIA
ALEGORIA/SIMBOLO: En el símbolo -entendido en sentido fuerte- la relación es intrínseca La realidad
significada está ya presente, preparada, contenida en el significante. Partiendo del símbolo, más que
"transponer" a otro plano (acaso espiritual), es suficiente "prolongar hacia espacios siempre más vastos" (P.
Lamarche). En cierto sentido, el símbolo más que "remitir" a un significado obligado y convencional,
constituye una fuente inagotable de significados posibles. Cf. la obra de P. Ricoeur. Le conflit des
interprétations, Paris 1969.

(·PRONZATO-3/1.Págs. 89-95)
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HUIDA AL DESIERTO:
Mc/01/35-39   Lc/04/42-44

¿Fin o principio?
La «jornada tipo» de Jesús en Cafarnaún debería cerrarse con las curaciones efectuadas
ante la puerta de casa.
En realidad la jornada resulta completa, en cuanto a significado, sólo con esta narración
de la fuga mañanera para orar en la soledad.
Es un episodio-bisagra que cierra una jornada y abre otra, fin y principio al mismo tiempo.

Una primera lectura puede captar de inmediato el contraste: ciudad-desierto.
Multitud-soledad.
La ciudad como momento de la actividad, el desierto como momento de la oración.
La muchedumbre como «lugar» de encuentro con los otros. La soledad como «lugar» de
encuentro con Dios.
Pero es necesario estar atentos para no caer en un exceso de simplificación. Porque las
dos realidades no están tan contrapuestas como se quisiera hacer creer. Y así la oración
puede ser una forma de actividad y la soledad puede ser el lugar de encuentro con los
otros, además de serlo con Dios.
Así también el "darse" y el "retirarse" no son opuestos, sino complementarios.
No hay duda de que Jesús no considera cumplida su misión porque ha enseñado,
curado, liberado, aliviado las miserias humanas.
La soledad y la oración completan el cuadro de su ministerio, forman parte de su
actividad, pertenecen a la agenda de sus compromisos.
A la fuga de Jesús corresponde la búsqueda de los discípulos, que se convierten en
intérpretes de los deseos de la multitud.

La primera tentación de Pedro
La frase de Pedro "todos te buscan" (v. 37) se puede entender de dos maneras:

-«Hay tanto que hacer» y tú estás aquí perdiendo el tiempo. En este caso la postura de
Pedro tiene todas las características de la incomprensión.
No entiende que la oración de Jesús es no sólo el momento culminante de su
ser-para-el-Padre, sino de su ser-para-los-hombres. En la oración Cristo continúa su
servicio en favor de los hombres, les lleva al Padre, les hace encontrarse con el Padre.
Pedro no comprende que Cristo en la oración no se dedica sólo a las «cosas del Padre»,
sino que trata los asuntos de todos los hermanos.
En la oración Jesús está en acción, prolonga su propio servicio.
En favor de todos.

-Pero Pedro, con su frase, quiere invitar a Jesús a "recoger" en términos de popularidad,
lo que el día anterior ha sembrado con la predicación y las curaciones. "No dejes escapar la
ocasión".
Aprovéchate del éxito.
En este sentido, su postura se convierte en tentación.
Sí. Esta es la primera tentación de Pedro.
O sea, es el intento de hacer desviar al maestro del camino emprendido, sugiriéndole una
vereda de facilidad.
Cristo rechaza la sugerencia. No sabe qué hacer con ese consenso entusiasta que se
convierte en coartada para sustraerse a las rudas exigencias del seguimiento.
Así, al margen del aspecto literal, es significativo el verbo «salir». Jesús salió (v. 35) para
escapar de la gente, para encontrar al Padre y ratificar las líneas de su misión.
Se diría que el Cristo de Mc es un Cristo que continúa saliendo.
Sale siempre fuera de las fijaciones ajenas, de las imágenes ajenas, de los caminos que
los otros quieren hacerle tomar, de los deseos de la gente.
Cristo «sale» de la geografía y de los programas de los hombres.
El Dios que se encuentra con el hombre es también el Dios que sale fuera,
continuamente, de los esquemas de los hombres.
Así la oración solitaria se convierte en el lugar por excelencia de su libertad.

Decepcionante y sorprendente
«Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique» (v. 38).
La misión de los discípulos no logra que Jesús vuelva sobre sus pasos. Pero ni siquiera
Jesús queda allí. Marcha a otra parte.
Debemos, pues, tomar nota de la última sorpresa de este desierto, que se convierte en
«paso» para ir a otra parte.
«Es el desierto, la soledad, lo que relanza la misión» (J. Delorme).
La oración así no es sólo culmen de la actividad, sino fuente de actividad. Parada, pero
también punto de partida hacia nuevos itinerarios.
El desierto, para Jesús, es el lugar de las decisiones imprevisibles.
Jesús, en su oración solitaria, está siempre «en otra parte».
En otra parte respecto a las expectativas de una multitud excesivamente fácil al
entusiasmo, pero refractaria al compromiso. Y en otra parte -o sea allí, inminente- respecto
a quien aún no le conoce, le considera lejano, improbable.
Decepcionante para los deseos de unos y sorprendente respecto a las perspectivas de
otros.
No se deja encontrar en las citas y llega inesperado.
Con retraso respecto al programa de festejos, por una parte y, por otra, antes de lo
previsto.
No sabe aprovecharse de las ocasiones favorables que tiene al alcance de la mano, y se
embarca en aventuras de éxito incierto.
Dice que ha venido para eso (v. 38).
Cuando se asienta, es sólo para estar presente de otra manera y en otro lugar.
«Para eso he venido». Ahora que ha orado, las líneas de su misión se han precisado con
mayor claridad. La oración está al servicio del significado de la propia vocación.
El versículo final puede considerarse un sumario de la actividad de Jesús que, a través
de la oración, se hace aún más itinerante.


PROVOCACIONES

1. Después de una jornada de intenso trabajo en favor de los demás, es necesario caer
en la cuenta de que, sin oración, privamos a esta gente de un «servicio» que les es debido.
ORA/SOLEDAD
Quien no es capaz de desligarse de la multitud, se compromete menos solidariamente
que el solitario.
La comunión se afirma también «saliendo fuera», faltando a las citas de una popularidad
fácil, a los ritos de la banalidad, a las reglas del conformismo.
También un «no» puede ser un servicio a la comunidad.
Existe un único modo para no defraudar las esperanzas: hacerse encontrar en otra parte.


2. Los discípulos van en busca de Jesús porque todos lo buscan y él, por el contrario,
está allí orando.
Quizás se acerca el tiempo en que alguno vendrá a buscarnos precisamente porque
oramos.
Es hermoso pensar que la oración puede ser el lugar seguro en donde todos podrán
encontrarnos (y donde nosotros podremos alcanzar a todos).
El místico es el hombre «buscado».
La gente sabe que esa es una persona que puede ocuparse de sus cosas, porque está
ocupado en la oración.
¿La soledad no será acaso una posibilidad de encuentro ofrecida a todos? ¿El hombre
de oración no será acaso alguien que se deja encontrar? ¿Uno que «huye» al desierto, no
será acaso alguien que está siempre?

3. Jesús, después de la huida al desierto, anuncia que debe ir "a otra parte".
Con excesiva frecuencia se acude a la oración para justificar situaciones de inmovilismo,
para neutralizar cualquier tímida tentativa de búsqueda, para rescatar a cualquiera que
pretenda arriesgar algo.
No estará mal relacionar el concepto de oración con la dimensión de lo imprevisible, de la
sorpresa, de la creatividad.
Un hombre que reza es un hombre que descubre nuevos itinerarios.
La oración no sirve para «mantenerse buenos» y ni siquiera para «mantenerse firmes».
A un individuo que reza puedes encontrarlo siempre, pero no hacerte ilusiones de que lo
posees. Porque existe otro que le indica a dónde tiene que ir.
Dócil, sí, pero al Espíritu, no a los cálculos y a las prudencias humanas.
Rezo, luego estoy... en otra parte.
La autenticidad de la oración viene medida también por su fuerza de riesgo.
O la soledad del desierto nos hace abrir los ojos sobre lo nuevo, sobre el todavía no,
sobre zonas inexploradas para el reino, o puede convertirse en el lugar del reposo y de la
falsa seguridad, de la pereza enmascarada de fidelidad.
Existe quien descubre una geografía inédita, y quien se recuesta en las laderas
conocidas.
Los ojos abiertos son los que expresan la diferencia entre oración como sueño y oración
como toma de conciencia.


CONFRONTACIONES
SILENCIO/SOLEDAD SOLEDAD/SILENCIO:

El desierto, lugar de las grandes decisiones
Dios llama y obra en el silencio, moviendo la historia con aquellas fuerzas que se sacan
del contacto con él en la soledad.
Pero el desierto es también el lugar de las grandes decisiones...
(R. Schnackenburg).

Solos en el mundo con Dios
Si el hombre no dice en su corazón «Dios y yo estamos solos en el mundo», no tendrá
nunca quietud (Alonius 1).

O mueres o encuentras el remedio
Tomo por casa la soledad,
por alimento el hambre,
por conversación la oración.
Entonces, no habrá alternativa:
o morirás de tu mal
o encontrarás el remedio (G. B. Inb Mou'adz).

Para quién es la soledad
La soledad es para aquellos que tienen sed de Dios (Bonifacio de Fulda).

La más cruel de las soledades
La promiscuidad en la que estamos inmersos en cada momento y que puede parecer una
falta absoluta de soledad, es, en realidad, la más cruel y destructora de las soledades (H.
Cornelis).

Cuando estamos en casa
La soledad constituye una especie de amplificador, gracias al cual los movimientos
secretos de nuestro ser asumen un relieve tal que se imponen a la conciencia. Las
tentaciones allí son más violentas, pero también ciertas solicitaciones al bien se manifiestan
exclusivamente en la soledad. Dios y el diablo nos visitan, porque están seguros de que
nos encontrarán en casa (H. Cornelis).

Soledad y comunión
El sentido de soledad y el de comunión se acompañan el uno al otro y profundizan
mutuamente, dolorosa y alegremente, según el ritmo pascual de muerte-resurrección. Quien
no ha nacido a la verdadera soledad, tampoco ha nacido a la verdadera comunidad (Paul
Toinete).

Solamente aquel que sabe vivir solo con Dios sirve eficazmente a la comunidad (P.
Blanchard).

Aquel en quien Dios mora nunca está menos solo que cuando está solo (Guillaume de
Saint Thierry, Lettre d'Or J.

Monje es quien está separado de todo y unido a todos (Evagrio Pontico).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 96-101)


8 - CURACIÓN DE UN LEPROSO
Mc/01/40-45   Mt/08/02-04   Lc/05/12-16

¿Un folio extraviado?
El episodio, que Mc refiere sin indicaciones de lugar y de tiempo debe haber sido tomado
de otro contexto y colocado aquí por razones misteriosas. Alguno habla como si se tratara
de un «folio extraviado» Quizá va unido a la frase "por toda la Galilea" (1, 39) y sirve para
ampliar el dato simplemente geográfico. Jesús, en efecto, ha venido para abolir cualquier
tipo de fronteras: no sólo las territoriales, sino también aquellas que dividen a los hombres.
El leproso, en realidad, es esencialmente un marginado, un segregado de la sociedad.
Existen discusiones interminables para establecer qué debe entenderse cuando la Biblia
habla de la lepra. ¿Es la lepra tuberculosa, caracterizada por protuberancias, o es la
anestésica con placas (que de rosáceas tienden a hacerse blanquecinas o negras)?
¿Estamos ante la lepra verdadera y propia -hasta hace poco incurable- o más
genéricamente, ante enfermedades de la piel, casi siempre contagiosas, como la tiña que
afecta al cuero cabelludo? Sobre todo, en este segundo caso, se justificaría la obligación
de presentarse a los sacerdotes para constatar la curación acaecida.
En cualquier caso el leproso era tenido lejos de la comunidad, no sólo por motivos
higiénicos, sino también, en términos religiosos, porque era considerado «herido por Dios».

Acercarse a él, tocarlo, significaba contraer impureza, como con el contacto de un
cadáver.
Son significativas las prescripciones del libro del Levítico:
«El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá
hasta el bigote e irá gritando:
¡Impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará
solo; fuera del campamento tendrá su morada» (13, 45-46).
El leproso contamina no sólo a las personas que se acercan a él, sino también los objetos
que toca y las casas en que entra.

A Jesús, pues, se le acerca uno de estos "cadáveres" que, en lugar de mantener la
debida distancia, se le tira delante de rodillas, y en vez de gritar «¡impuro, impuro!», le
suplica: «Si quieres, puedes limpiarme» (v. 40). Con este gesto, con estas palabras,
demuestra «lo que significa creer, esto es, osar en humildad» (G. Dehn).

«Compadecido de él...» (v. 41). Algunos códices usan un verbo muy distinto: «airado», y
es probable que sea el término original, precisamente porque es el más difícil de entender.
Verosímilmente, algunos copistas, que tropezaban con un Cristo «airado» y no logrando
conciliar la ira con la postura de misericordia expresada en el milagro, han tenido la feliz idea
de corregirlo por «compadecido» (y sería inimaginable un proceso inverso).
Sin embargo la irritación, el enojo no están fuera de lugar.
Cristo se encuentra ante algo escandaloso, que contradice el plan original de Dios, su
voluntad benéfica. Es la creación presa de la corrupción y del mal, devastada por el
pecado. Es lo contrario de lo "bello", de lo «bueno» salido de las manos del Creador.
Sea como sea, airado o compadecido -y quizás las dos cosas a la vez- toca lo intocable.
Esta vez no es ya sólo la palabra.
Tenemos también el gesto. Algo que recuerda el sacramento1.
Tocar, además de dar la curación, expresa el contacto humano restablecido con quien
debía ser echado fuera.
«En vez de ser contaminado por él, le comunica la propia santidad» (Radermakers).

«Al instante, le desapareció la lepra» (v. 42).
Algún crítico avanza la hipótesis de que el leproso ya está curado de la enfermedad. Y
así se habría presentado a Jesús simplemente para obtener de él la prueba de la curación.
Un intento laudable para dispensar a Cristo del trabajo de hacer un milagro -tanto más
cuanto que los milagros no forman parte de los gustos de los estudiosos de la escuela
racionalista-, señalándole una tarea de naturaleza burocrática.
Aparte del hecho que, para dar vía libre a esta opinión, sería necesario despejar el
camino de casi todos los versículos de la narración (con excepción quizás de dos), que
obstaculizan el paso... sin embargo esta ocurrencia, pensándolo bien, puede tener
aplicaciones interesantes. Manteniéndonos siempre en el campo de la medicina, se podría,
por ejemplo, para evitar el excesivo hacinamiento de los hospitales, y aligerar el trabajo de
los médicos, imponer a los enfermos el presentarse, una vez curados, para hacerse
extender un certificado de curación...

Un puñetazo que quiere ser una caricia
Bromas aparte, volvamos a la narración para captar una expresión sorprendente: "lo
empujó fuera..." (v. 43). ¡Es el mismo verbo usado en la expulsión de los demonios! ¿Cómo
puede conjugar la imposición de las manos con esa despedida? Apenas restablecido el
contacto, Cristo lo rompe de una manera bastante brusca.
La cosa se hace todavía más sorprendente si se examina el verbo que precede. Hemos
traducido «avisar en serio» (v. 43), pero literalmente significa algo así como «irritarse»,
estar enojado, excitado. Otras traducciones se las arreglan con «ordenándole
severamente», "le impuso perentoriamente" y cosas parecidas. Más cercana a la realidad
es la traducción : «movido por un sentimiento profundo», pero tiene el inconveniente de ser
más una explicación que una traducción. En realidad el verbo usado quiere decir ni más m
menos, «tratar con amenazas».
Explica un comentarista: «Este verbo representa los sonidos inarticulados que escapan a
quien está físicamente vencido por una gran oleada de emoción. Y Jesús, el hombre
perfecto, ha probado esta experiencia, como ha probado cualquier otra experiencia humana
no marcada por el pecado... Tropezaba con las palabras, tanta era la agitación que se
traslucía en el tono elevado y áspero de su voz». (R. Bernard).
Estaríamos, en suma, frente a un gesto lejano y una palabra ruda que serviría sólo para
enmascarar la emoción interna, que sacudió entonces a Jesús. Algo así como un puñetazo,
que quiere ser una caricia, un refunfuñar para no traicionar los sentimientos más profundos
de ternura.

No es el último contraste de esta narración plagada de contrastes.
Está el mandato inesperado de no decir nada a nadie (v. 44).
Un gesto clamoroso que debe permanecer envuelto en el silencio.
Y aún debe ir a presentarse a los sacerdotes, «para que les sirva de testimonio», y me
parece que en ese «les» deben entenderse los otros hombres. Es el sacerdote, en efecto,
quien, según las prescripciones del Levítico, a las que Jesús se atiene, debe readmitirle
entre la gente.

«Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la palabra» (v.
45). Sí, ha divulgado la palabra, no el hecho. ¡Ha sucedido una palabra! Palabra-suceso.
Palabra que es historia personal. Como dice san Agustín, Cristo es palabra no sólo en lo
que dice sino también en lo que hace. Sus acciones le hacen palabra, mensaje. Y la
palabra proclamada se hace a su vez, hecho, acontecimiento.

«...De modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que
se quedaba a las afueras, en lugares solitarios» (v. 45).
Parece que se han cambiado los papeles. Es Cristo quien se convierte ahora en un
"segregado", obligado a estar fuera.

"Y acudían a él de todas partes" (v. 45).
Precisamente el marginado se transforma en punto de reunión para los otros.
Quizás es una prefiguración de su destino de pasión. Cristo será mandado a morir fuera
de la ciudad, lo mismo que nació fuera de la ciudad.
Esta vez son los otros los solicitados a venir, a «salir fuera», porque la salvación acampa
en un espacio abierto, no puede estar cerrada en confines excesivamente angostos,
impedida por las fronteras fijadas por los hombres.
El leproso purificado y restituido a la comunidad de sus semejantes, se convierte en
portador de un contagio, de una inquietud. Diría, de una sorpresa: son ellos los
segregados, los echados fuera del reino.
Existe, sin embargo, una posibilidad. El leproso se la puede indicar. Basta salir fuera y
acercarse...
Las fronteras de separación, entonces, sirven solamente ya para establecer donde no se
debe permanecer. Están hechas para ser traspasadas..


PROVOCACIONES

Hemos dicho que los estudiosos, no consiguiendo colocar el episodio del leproso en un
lugar preciso, hablan de él como de un «folio extraviado».
Es necesario estar atentos. Mientras se trate de «folios extraviados», menos mal.
Lo importante es que, en el territorio de nuestra existencia cristiana, no existan «hombres
errantes», porque nadie se arriesga a acercarse a ellos.

CONFRONTACIONES

Marcos pregunta al lector...
Mc pregunta al lector si de verdad quiere entregarse a este encuentro con Dios en Jesús
y dejarse destruir las tradicionales fronteras. La iglesia antigua ha captado algo de esta
intención de Mc, cuando ha puesto también en boca del leproso estas palabras referidas en
un antiguo papiro: «Señor Jesús, tú que paseas con los leprosos, y comes en la posada...»
(E. Schweizer, o. c.).

El encuentro con su persona es lo que salva
El encuentro con sus gestos puede ser ambiguo y falso como cualquier intento de
capturar y bloquear el reino de Dios en un fenómeno de consumo inmediato. Solamente el
encuentro con su persona, que exige una identidad más profunda, provoca al hombre a una
apertura que lo transforma cada vez en un anunciador del reino que viene (R. Fabris, o. c.).

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1. «El poder de Dios vive de modo casi sacramental en la corporeidad de Jesús y toma en serio también la
corporeidad de los hombres» (E. Schweizer).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 102-107)
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PERDÓN Y CURACIÓN
Mc/02/01-12   Mt/09/01-08   Lc/05/17-26
MIGRO/PARALITICO

Una llave para entrar
Es un episodio que documenta cómo la curación producida por Cristo es «completa», y
no afecta solamente al cuerpo.
Antes de pasar al comentario detallado, quisiera subrayar algunos elementos
característicos. Una clave modesta para entrar en la comprensión del texto.

1. Ver. Cristo ve la fe de los que traían al paralítico, ve el mal más profundo del hombre,
y ve los pensamientos de los escribas. Se diría que Cristo, antes de actuar, se decide a la
lectura de lo que está escondido y no aparece al exterior. Aquí, antes de nada, «descubre».


2. Impedimento. No es sólo la enfermedad -corporal y espiritual- lo que impide al pobre
hombre caminar. Está la multitud que no le deja llegar, sostenido por los que le llevan ante
Jesús. Y también están los razonamientos de los escribas que ponen obstáculos al perdón.
Los que le llevan buscan un rodeo al impedimento... desde lo alto. Cristo se libera de las
objeciones de los enemigos realizando el milagro de la curación, que debería remover el
impedimento de su ceguera.
Al final sólo el paralítico es el que se beneficia de la remoción de los obstáculos. «A la
vista de todos» (v. 12) levanta su camilla y se va de allí. La multitud, que antes le negaba la
entrada, y los escribas, que pretendían bloquear la acción benéfica de Jesús, no logran ya
impedirle el paso.

3. Los camilleros. Probablemente son parientes. Pero no se limitan a transportar al
enfermo, llevan también la fe necesaria para el milagro. Al final, el paralítico estará en
disposición de llevar su miserable camastro.
El contacto de Cristo permite al hombre recuperar la capacidad de caminar.
Solamente Cristo puede llevar los pecados de los hombres. Ciertos pesos podemos
compartirlos con otros. El peso del pecado, no. Únicamente él se lo puede echar encima,
para aligerar nuestro peso.

La narración
Se desarrolla siguiendo el esquema acostumbrado:
- presentación de la situación
- motivación del milagro (aquí es la fe de los que le llevan, y en otras
partes es la compasión de Cristo, etc.),
- palabra eficaz,
- descripción del efecto que causa en el enfermo
- descripción del efecto en los presentes (casi siempre estupor).

La casa (v. 1) verosímilmente es la de Pedro. Si tiene patio podremos ver a la multitud
apiñada en él, de lo contrario, en la calle.
Está el hecho de que el gentío impide a los camilleros alcanzar la entrada, y entonces
adoptan una estrategia original, y también un tanto indiscreta (quién sabe cómo lo tomarían
los propietarios de la vivienda...). Se sirven seguramente de una escalera exterior para
llegar al tejado.
Teniendo presente la estructura de las casas palestinas, especialmente de las que dan al
lago, podemos reconstruir la operación. En primer lugar remueven una zona de fango seco
(que, por otra parte, debe arreglarse siempre después de las lluvias). Después levantan el
empalizado hecho de cañas y ramas en el espacio que está entre el muro y la primera de
las vigas encargadas de sostener la armadura formada de tierra-ramas-cañas. A través del
hueco logrado así, dejan caer la camilla hasta los pies de Jesús.

Del enfermo no sabemos nada, sino que era pobre. Lo deducimos de la palabra usada
por Mc para definir su lecho: krabattos (de donde viene la palabra latina grabatus),
camastro. Era la cama de la gente pobre.

Los cuatro desempeñan una función de mediadores. Existe, quizás, un parangón con los
cuatro que en la misma casa, con ocasión de la curación de la suegra de Pedro, «le hablan
de ella» (1, 30). Estos no hablan. El estado de aquel pobre hombre puede suplir cualquier
tipo de recomendación.
Y después Jesús «ve». De hecho «viendo la fe de ellos» (v. 5)... La fe es siempre la
única condición exigida por Jesús para su intervención, el presupuesto indispensable para
el milagro.
Aquí la novedad está en que la fe viene prestada, no tanto por el mismo interesado,
cuanto por otros que haces sus veces. O, quizás, es la fe de todos: de los que le llevan y
del "llevado", lo que hace posible el milagro.
Piensen lo que quieran algunos comentaristas, al enfermo no le debe haber
sorprendido la declaración de Jesús: "tus pecados te son perdonados" (v.5). Estaba
bastante generalizada la mentalidad según la cual la enfermedad se tenía por un castigo
del pecado.
En algunos salmos se invoca el perdón de las culpas como presupuesto para obtener la
curación.
Se trataba de remover la causa.
Son significativos estos dos textos rabínicos citados por Lagrange: "No hay muerte sin
pecado, ni sufrimientos sin culpas". "El enfermo no se librará de su enfermedad hasta que
Dios no le haya perdonado sus pecados".
No es que Jesús establezca o legitime una relación de causa y efecto entre pecado y
enfermedad. Simplemente aprovecha una ocasión, en la que la enfermedad física es la
consecuencia, o al menos la señal, de un mal más profundo que golpea al hombre.
Enfermedad y pecado forman parte de la desventura humana.
P/SUFRIMIENTO SFT/P "No quiere decir que este paralítico fuera particularmente
pecador: en él es solamente evidente de un modo especial la separación del hombre de
Dios y la raíz de todo sufrimiento en esta separación" (·Schweizer-E).
Por lo que perdón y curación forman parte de una única empresa de liberación, a través
de la cual Cristo "se revela Señor de un mundo nuevo, en el que será reintegrado el
hombre total, alma y cuerpo" (G. Dehn).

Entran en escena los escribas
«...Estaban allí sentados algunos escribas..." (v. 6). Mc, como es su costumbre, no lo ha
dicho antes. No describe estáticamente. Presenta a las personas según van entrando en
acción.
Los escribas ocupan un puesto relevante en su evangelio. Más que los fariseos, éstos
son los verdaderos adversarios de Jesús. En su famoso capítulo sobre "Las antipatías
manifestadas por el evangelista», E. Trocmé ilustra los motivos de la "llamativa hostilidad"
de Mc hacia estos intelectuales. Se daría en él un asomo de espíritu autonomista dirigido
contra su centralismo religioso. Además no es casual el hecho de que el evangelista, a
excepción de un caso (12, 32-33), no ponga jamás en sus labios una cita bíblica. Lo que
resulta tanto más escandaloso cuanto que se trata, además de teólogos, de intérpretes
oficiales de la Escritura.
"Al contrario, Mc encuentra un placer malicioso citando textos que contradicen y
deshacen las opiniones de los escribas (7, 6-7; 7, 10; 9, 12; 12, 36). Lo que éstos oponen a
Jesús es su tradición casuística (7, 5), sus nociones mesiánicas (9, 11; 12, 35), su
concepto del honor de Dios (2, 6-7; 3, 22; 14, 64). En suma, se trata de un pensamiento
teológico al que Mc reprocha el haberse desentendido de la Escritura que debía ser
precisamente, en principio, su fundamento".
Quizás en la postura de Mc es posible adivinar un cierto antiintelectualismo, cuyo blanco,
probablemente, no estaba formado sólo por los escribas...

De todos modos, aquí es Jesús quien les provoca, lee sus pensamientos, y querría
hacérselos decir.
"¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?" (v. 7). Algunos traducen: "sino uno,
Dios". O también: «excepto el único Dios». En este último caso, el texto podría sonar así:
«¿Quién, sino el único, puede perdonar los pecados?».
Su razonamiento, deducido de la teología que conocen, es impecable. Es verdad,
solamente Dios puede perdonar los pecados. Sólo él puede derribar el muro de separación
construido por la culpa del hombre.
La conclusión, sin embargo, resulta precipitada: «Está blasfemando» (v. 6). ¿Y si, por
casualidad...?
Pero los escribas pertenecen a una raza que se nutre de certezas consolidadas; ninguna
duda, aunque sea tímida, ninguna sospecha, aunque cauta, roza lo más mínimo su
armadura de protección.
Los «¿y si...?» rebotan y van lejos. Estos, metidos en su armadura, no advierten ni
siquiera el golpe.
De todos modos se han dado cuenta muy bien de que la expresión de Cristo no es una
simple declaración de que los pecados han sido perdonados, sino que ha sido un perdón
verdadero otorgado por él allí mismo, en aquel momento.
Jesús, después de haber hecho patente su mal profundo al paralítico, ahora descubre los
razonamientos de los escribas. Y les desafía: «¿Qué es más fácil, decir... o decirle...?» (v.
9).
Queda claro: la facilidad no está en el hacer sino en el decir.
Evidentemente es más difícil perdonar los pecados que curar.
Pero aquí se invierte el orden en relación al decir. En el sentido de que el perdón no
puede ser verificado, constatado. Entonces es fácil decir, dado que no existe una
contraprueba.
Jesús, pues, bajando al terreno de los adversarios, no tiene miedo de exponerse al
fracaso, y ofrece la prueba indiscutible, controlable, la prueba de los hechos, poniendo de
pie al paralítico.
Y deja que saquen las conclusiones.
«La curación es un signo de que los pecados han sido efectivamente perdonados. El
problema doctrinal de la blasfemia es ignorado» (Taylor).
En esta narración aparece por vez primera el titulo «hijo del hombre» (v. 10). Volveremos
más adelante sobre el significado de esta autodefinición (1).
El motivo puede ser el aducido por Lagrange: «Jesús no ha elegido un título mesiánico
corriente, porque no quería dar a entender que era el Mesías como lo esperaban
entonces».

"Se pasmaron todos y dieron gloria a Dios..." (v. 12).
¿Todos?
Ciertamente, los escribas no.
Y. sin embargo, Mc habla de todos.
Faltan los escribas, ellos se sustraen a la maravilla, pero... el total no cambia.
Quedan «todos», igualmente.
Estén presentes o ausentes los personajes influyentes, nada cambia. La celebración se
desarrolla lo mismo, regularmente. ¡Y están todos!
(Quién sabe si Mc no ha dado a posta este certificado de "irrelevancia" a las personas
que "cuentan"...).

PROVOCACIONES:

Para saber quiénes eran los escribas no necesito leer las meticulosas descripciones que
hacen de ellos los estudiosos del ambiente palestino .
Basta con que me mire al espejo.
Yo sé todo acerca de ellos, porque pertenezco a su especie.
Los conozco bien, porque soy de su raza.
Estoy en disposición, por eso, de ofrecer los elementos para reconocerlos.
Uno, sobre todo. Simplicísimo. Existe un sistema seguro para definir al escriba: es
alguien que no se deja desmantelar el tejado.
Su casa está a rebosar de gente. Llena, saturada. Pero también ordenada.
Cada cosa está bien puesta en su sitio. Hay de todo allá dentro. No hay espacio para
más.
No entra ya nada.
No entra el evento, lo imprevisto.
Se niega la entrada a lo inesperado. También porque el escriba no espera nada.
El escriba es lo opuesto al hombre de deseos. Ha planificado la esperanza, cortado las
alas a la fantasía, abolido el riesgo, excomulgado la duda, enjaulado el espíritu.
Su casa está vigilada por el cordón protector de las fuerzas del orden, gobernadas por el
miedo, que cortan el paso, siendo ariscos con quien no está en disposición de presentar las
credenciales de una vieja amistad, o de lo «ya visto».
El escriba acepta aprender únicamente lo que ya sabe.
Personalmente se ha hecho vacunar contra lo nuevo.
No logra imaginar otra cosa, a no ser que sea copia bastante conforme con su modelos.
Sus razonamientos corren sin tropiezos a través de los mecanismos de una lógica
perfecta, construida a posta para obtener siempre el resultado apetecido.
Es un hombre de pocos principios, bien sólidos. Uno, sobre todo: la verdad está de mi
parte.
Lucha contra la tentación. Se ha especializado en sofocarla apenas nace una, muy
peligrosa: la que le insinúa que podría incluso no tener razón.
Ha entendido que, permitiéndolas crecer, él estaría desahuciado. El antídoto contra esa
tentación lo ha encontrado sin fatiga: basta pensar que los otros no tienen razón. Muy
simple.
Sobre todo, es intransigente en lo que se refiere a los hechos. El sabe cómo hay que
tomarlos. Los obliga a entrar en sus esquemas, en sus métodos ya predispuestos.
Y qué atentos están a no dejarse cuestionar por los eventos. Por el contrario, se necesita
obligarlos a tener un lugar en las preconcebidas casillas mentales.
El escriba no logra escuchar la voz de los hechos. porque con trasplantes de experiencia,
exigidos expresamente, neutraliza su carga provocadora y les hace decir lo que quiere. Les
conduce, dóciles, hacia las jaulas ya preparadas.
El escriba no es un tipo que salga fuera, a la intemperie.
Como mucho, tiende a meter todo en su saber, en su posesión intelectual, en su sistema
de vida.
El está acostumbrado a hacer las preguntas a los otros.
Al mismo tiempo que las respuestas son su especialidad. Y tiene de ellas un muestrario
completo, definitivo.
Mantiene la inquietud a distancia, exorcizada.
No. El no se deja descubrir el tejado.
A su casa se entra por donde se debe entrar. Y allí nos hace anunciar. Y allí nos somete
al control minucioso de los documentos para prevenirse de las sorpresas, y de lo no
programado.
Lo grave es que el escriba tiene como tarea propia la de preparar a los demás para
acoger el evento. Y cuando éste llega, él está allí, sentado (v. 6), rumiando tácticas para
combatirlo. Y así termina defraudando a los hombres precisamente en aquello, hacia lo que
tiene la obligación y la pretensión de llevarles.
No pasa por su mente el pensamiento de que la salvación llega siempre por otra parte.
Que la maldición de una casa depende de que dentro hay de todo y no hay necesidad de
más.
Que el techo descubierto no es un elemento de desorden sino de acogida, signo festivo
de lo inesperado.
Que en aquella casa el elemento de desorden es precisamente él...
Que Cristo está, necesariamente, fuera de programa.


CONFRONTACIONES

Las personas religiosas son las que han llevado a Jesús a la muerte
Las personas religiosas son las que han llevado a Jesús a la muerte; precisamente,
pues, las personas, que deberían haber sido sus seguidores más decididos y más devotos.
El que anuncia los caminos de Dios es odiado y perseguido por quienes, de su parte, no se
habían cansado de enseñar los caminos de Dios... El, el verdadero cumplidor de las
promesas y de las profecías de la antigua alianza, se convierte en la víctima de aquellos
que no habían cesado de presentarse como intérpretes elegidos de estas promesas y de
estos testimonios. También en la vida de Jesús encontramos la ley común a todas las
luchas religiosas: la última, la más amarga y la más grave crisis no se produce allí donde la
religión se contrapone a la incredulidad y al escepticismo, sino donde rige la regla: contra la
religión, en nombre de la religión (G. Dehn, o. c.)
...................
1) Traducción del arameo bar nasha, que significa, simplemente. hombre.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 111-117)


9 - LA VOCACIÓN DE LEVI
JESÚS SE SIENTA A LA MESA CON LOS PECADORES
Mc/02/13-17   Mt/09/09-13   Lc/05/27-32
LEVI/VOCACION VOCA/LEVI

De quién provienen las explicaciones
Una narración muy simple que abarca una llamada, un banquete, una lección.
La vocación sigue un esquema bastante común: Jesús que pasa, ve (o sea "elige"), llama.
Y el individuo que «deja» algo y sigue al Maestro. Del llamado se hace resaltar su oficio sin
preocuparse de sus trabas psicológicas.
Es evidente el paralelo con la llamada de las dos parejas de hermanos en el mismo lago.
En el caso de Leví se sugiere, quizás, una característica de irrevocabilidad. Mientras para
los pescadores podía ser fácil volver a sus redes y a sus barcas, para un recaudador de
impuestos la pérdida del oficio era irremediable.
De todos modos está el hecho de que también en ésta, como en otras narraciones de una
vocación, se tiene la impresión de una trama fija, en la que es suficiente insertar el nombre.
Puede ser el de Leví, como el mío, como el tuyo. En suma, la vocación del cristiano es lo
que importa.
Una ocasión para verificar la propia respuesta a la llamada de Jesús y sopesar sus
consecuencias.
Es indudable, sin embargo, que el punto central de la narración es el v. 17: «No necesitan
médico los sanos...». Aquí Mc vuelve a plantear su pregunta de fondo: «¿Quién es Jesús?».
Y la respuesta puede darse observando por qué, mejor, por quién ha venido.
Una identidad, pues, que puede descubrirse sólo localizando los destinatarios de su
misión.
Se comprende quién es Jesús, no aislándolo, no estudiándolo en sí mismo, sino
considerándolo en su ser-para.
Se le descubre, se le conoce a través de sus elecciones, de sus contactos.
Debemos, pues, acudir a los pecadores, a los recaudadores de impuestos, o sea a los
marginados de la sociedad de aquel tiempo, si queremos saber algo acerca de Jesús. Ellos
son quienes nos lo explican.

En todas partes Cristo está en su casa
Pero examinemos el texto más de cerca.
Una vez más encontramos a Jesús, que «sale», se mueve, pasa o va tras de las personas.
Ya serían cinco los discípulos, pero poco después se afirma que «muchos le seguían». Esta
confusión aparente, la imposibilidad de llevar la cuenta, demuestra cómo el seguimiento de
Cristo no puede reducirse a una cuestión de cifras. La vocación de uno provoca la
«convocación de muchos». Y esta convocación se explicita muy bien en la escena del
banquete, en donde es difícil distinguir, precisar.
Aquí, incluso Leví se pierde. Mc habla de «Leví, hijo de Alfeo». En el pasaje paralelo de
/Mt/09/09-13, el nombre es Mateo. Pero en la lista de los doce referida por Mc (3, 13-19)
hay, sí, un hijo de Alfeo pero llamado Santiago, mientras que Mateo es nombrado sin
ninguna referencia a Leví. Un buen rompecabezas. Y aunque la tradición primitiva es
bastante concorde en la identificación Leví-Mateo, la cuestión permanece abierta.
Sobre su oficio, sin embargo, no hay dudas. Cobrador de impuestos. La recaudación de
impuestos-peajes, tasas de exportación e importación, se daba por contrata o subcontrata.
En el caso de Leví la aduana de Cafarnaún era bastante importante, porque estaba
colocada en un punto estratégico, en la carretera comercial para Damasco. El beneficiario
principal era Herodes Antipas. Pero algo venía a parar a los romanos.
Se trataba de un oficio deshonroso. Según la mentalidad hebrea, había individuos a
quienes por su conducta moral, se les consideraba pecadores: estafadores, ladrones,
adúlteros... Pero también otros oficios se tenían como deshonrosos: los pastores, los
burreros, los vendedores ambulantes, los curtidores y, precisamente, a los recaudadores de
impuestos y publicanos se les trataba al estilo de los pecadores y se les privaba de los
derechos civiles (entre otras cosas, no podían hacer de testigos en los tribunales). Y esto
porque se pensaba que el ejercicio de estos oficios comportaba casi necesariamente la
deshonestidad, o también porque impedía el conocimiento de la ley.
Sin duda la recaudación de impuestos constituía un notable incentivo a la deshonestidad.
Aunque existían tarifarios, había siempre un amplio espacio para la rapacidad y la
posibilidad de ganancias fáciles. Además se añadía un motivo religioso: el contacto habitual
con los paganos, que les hacía «impuros».
Un oficio, pues, despreciado y ambicionado al mismo tiempo entre los orientales...

«En su casa»... v. 15. ¿De qué casa se trata? ¿la casa de Leví, la de Pedro, o incluso la
de Jesús? La pregunta nace, sobre todo, si se consideran como pertenecientes a tiempos
distintos los dos episodios de la llamada y el banquete.
Me parece que, en el pensamiento de Mc, la casa debe ser la de Leví. También después
de la llamada de los primeros discípulos, Jesús va a la casa de uno de ellos, Simón (y es
sorprendente cómo el seguimiento, que incluso se traduce en un desapego, sin embargo es
festejado en la casa de los interesados. Jesús exige la renuncia, pero no corta las raíces de
las personas, quiere criaturas dispuestas a las elecciones más dolorosas, pero no crea una
casta de "separados").
No importa de quién era la casa. El protagonista, el que invita, es Cristo. El es el Señor
de la casa. El centro de la atención es él. El es quien está sentado a la mesa «con ciertos
individuos». En todas partes Cristo se encuentra en su casa. Con tal de que estén aquellos
por quienes él «ha venido».
El problema interesante no lo constituye el propietario. Sino los invitados, los
comensales.
En el episodio que sigue a la primera llamada, hay una multitud de enfermos ante la
puerta. Aquí los enfermos -de otra especie- están dentro. Es perfectamente lógico que el
médico esté rodeado de sus clientes. Una vez más nos vemos obligados a tomar nota de
cómo la vocación es una «con-vocación».

Los que están fuera
«Los escribas del partido de los fariseos...» (v. 16) no están dentro. Ellos no se manchan
con aquella gente (1) y se escandalizan por el hecho de que Jesús frecuente ciertas
compañías. Comunican a los discípulos sus protestas. Jesús llega a saberlo
indirectamente. Por lo que resulta difícil establecer si el «Jesús les dice» (v. 17) se refiere a
sus discípulos o a los escribas que estaban fuera.
La respuesta de Jesús consta de dos partes, la primera de las cuales es un dicho popular
(2), la segunda especifica la propia misión.
Cristo encamina sus pasos hacia los que tienen necesidad de él.
No es que se excluya a los justos. Se autoexcluyen en la medida en que, teniéndose por
justos de una manera definitiva, se convencen de que no tienen necesidad de médico y
rechazan la solidaridad con los pecadores.
Podemos decir: donde Dios llega ya no hay lugar para discriminación alguna entre los
hombres. Hay un título común que hace a todos iguales en su mesa: necesidad de él.
La llamada, en el fondo, es la llamada a la conversión.
Y entonces el episodio me interpela personalmente: ¿me siento comensal de Jesús por
derecho adquirido y definitivo, o quizás porque he sido «llamado», en cuanto pecador, por
aquél que ha venido a traerme hoy, no un certificado de buena salud y de honorabilidad,
sino la curación? Hemos subrayado al principio que esta página vuelve a plantear la
pregunta acerca de la identidad de Jesús en relación a su ser-para. En esta identidad yo
puedo leer también la mía, descubro quién soy yo, colocándome frente a él y haciéndome
una pregunta muy simple: ¿tengo necesidad de él o puedo prescindir de él?


PROVOCACIONES
Podíamos completar el retrato del escriba.
Hemos dicho: uno que no se deja descubrir el tejado.
Aquí tenemos otra característica que añadir: uno que está fuera.
Los escribas no entran, observan desde fuera, no se mezclan con la atmósfera de aquel
banquete.
Ven las cosas a distancia. Están en su puesto.
Encerrados en su mundo. Prisioneros de sus perspectivas, bloqueados en sus puntos de
vista. Tras el enrejado de protección de sus esquemas.
Para entenderlo, sin embargo, sería necesario salir fuera. Esto es entrar en el mundo de
los otros. Cambiar de perspectiva. Ver las cosas desde dentro. Observar
comprometiéndose. Juzgar participando. Eliminar el filtro de «papel» a través del cual ven a
los hombres.
El escriba tiene miedo al contagio. Y así se sitúa fuera de la vida. Es un «separado» de la
realidad, uno que se excluye de la humanidad.
Cristo, por el contrario, ha encontrado al hombre, no creando distancias, sino
compartiendo del todo la condición humana. La encarnación constituye la forma mas radical
de participación.
Es inútil hacerse ilusiones. Para sentarse a la mesa con Cristo, es necesario dejar el
propio puesto, el propio papel, abandonar el propio punto de observación «privilegiado».
Sólo en la confusión, o sea confundidos en medio de la humanidad, mezclados con los
otros comensales, empezaremos a entender algo.
El escriba cesa de ser escriba en el momento que deja sus libros, sus códices, sus
construcciones teóricas, y se decide a descubrir, personalmente, lo que sucede allá dentro.
Y si sale fuera, será solamente para ir a corregir sus textos.
También para el escriba es posible la conversión.
«Uno que sabe» puede siempre ser promovido a «uno que aprende».
Depende de él. Se trata de dimitir de la «secta de los separados» para sentarse a la
mesa con los otros.
Los escribas hacen una pregunta a los discípulos. Estos la remiten al Maestro. Cristo es
quien debe dar la respuesta.
Fijemos esta simple imagen, extremadamente eficaz.
El discípulo como «recolector» de preguntas, intérprete de las dificultades, de los
problemas de los hombres. No un «proveedor automático» de respuestas ya perfectas y
confeccionadas.
Va a buscar la respuesta junto al Maestro. El es quien debe responder. Es él quien
explica.
Y la respuesta interesa ya a los «proveedores», ya a los otros, indistintamente.
El discípulo transmite, asegura la vinculación, atento para no interrumpir los contactos
entre las dos partes interesadas.
Y tiene un gran trabajo. Una humilde paciencia.


CONFRONTACIONES

La confraternidad de los huérfanos
Cuando se me ocurre pensar en la religión, siento que me agradaría fundar una Orden
para los que son incapaces de creer; se podría llamar la confraternidad de los huérfanos,
sobre cuyo altar. desnudo de velas, un cura, en cuyo corazón no alberga la paz, celebra
con pan no bendito y cáliz vacío de vino (O. Wilde, De profundis).

Acepto comer el pan del dolor
PECADORES/TEREN:
Señor, vuestra hijita ha captado vuestra luz divina, y os pide perdón para sus hermanos;
ella acepta comer, durante todo el tiempo que queráis, el pan del dolor, y no quiere de
verdad levantarse, antes del día señalado por vos, de esta mesa, llena de amargura, en la
que comen los pobres pecadores (Teresa de Lisieux:·TEREN).

Hacer de lo que estaba perdido una recompensa para Dios PECADORES/A-D
El Dios de Jesucristo no es un premio que la religión estaría encargada de asignar a los
virtuosos y negar a los pecadores. Si el cristianismo quiere ser una religión cristiana, si
procura en consecuencia imitar lo que hizo Jesús, habrá de tratar a la adúltera, a la
prostituta, al publicano, como los trató Jesús, no como espontáneamente los tratan los
diversos sistemas civiles, sociales, morales, y hasta religiosos. El Dios de Jesucristo no es
un premio para el pecador arrepentido. Se diría, por el contrario, que es el pecador
arrepentido el que parece ser un premio para Dios, a juzgar por tantas parábolas.
...Pero podríamos preguntarnos por qué se ha puesto tan poco empeño en buscar la
especificidad de la moral cristiana, y en consecuencia de la formación moral cristiana, en
unas actitudes que resultan ser las específicas de lo que fue Jesús y que, en
consecuencia, deberían ser también las específicas del cristianismo: cenar con meretrices y
no convertir a Dios en un premio para los justos, haciendo, por el contrario, de lo que
estaba perdido un premio para Dios (J. M. Pohier, ¿Predicar en la montaña o cenar con
meretrices?. Concilium 130/13 [1967] 493-503.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 119-124)
......................
1) Con razón J. Schmid hace notar que los escribas constituían una clase social, mientras que los fariseos
representaban una tendencia religiosa. Los escribas eran laicos estudiosos e intérpretes de la ley. Teólogos
y juristas al mismo tiempo. Muchos de ellos compartían la tendencia farisaica (esta es la razón de la frase
«escribas del partido de los fariseos»), caracterizada por una práctica religiosa observada hasta el
escrúpulo, por una fidelidad minuciosa a la tradición, por una intransigencia que llegaba hasta el fanatismo.
La palabra "fariseo" se deriva de la palabra hebrea peruschim, que significa separados. En realidad,
rechazaban, en nombre de la pureza de la fe, cualquier contacto con las costumbres, los hábitos y la
filosofía paganas. Pero se separaban también de la gente común, de la misma religión hebrea, poco
practicante de las observancias legales. Eran los herederos espirituales de los hasidim, los "justos", que
durante las persecuciones de Antíoco Epifanes habían controlado la resistencia de los Macabeos. En
tiempos de Jesús los fariseos podían ser unos 6.000 (en una población de medio millón de habitantes), pero
el ascendente, el prestigio de que gozaban y su fuerza eran enormes.
2) Especialmente los filósofos griegos itinerantes, cuando se les acusaba de frecuentar gente de baja ralea,
repetían el proverbio con matices diferentes. Uno de ellos decía "También los médicos generalmente no
aprenden de los sanos, sino donde hay enfermos".

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